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La Palabra de Dios, nuestro deleite El primer hogar de la Escritura es la liturgia. Desde los primeros días de la historia cristiana, antes de que se decidiera, incluso, qué libros se incluirían en la Biblia como la conocemos actualmente, los creyentes se reunían en sus casas para celebrar la Eucaristía.
La primera parte de la reunión, el escritor del siglo II, Justino Mártir nos dice, se dedicaba a la lectura de las Escrituras hebreas y las memorias y escritos de los Apóstoles. Luego se celebraba la Eucaristía.
LA PALABRA ESTÁ A NUESTRO ALREDEDOR En la misa, las oraciones, las instrucciones, aclamaciones y cantos utilizan constantemente nuestro tesoro de imágenes bíblicas, vocabulario, teología e historias. Cantamos salmos y cánticos bíblicos. Las palabras inspiradas de los profetas, evangelistas, apóstoles y otros resuenan en nuestras oraciones, himnos y cantos. Imágenes y palabras de las Escrituras adornan nuestro espacio sagrado. Desde el piso hasta las vigas, la Palabra está con nosotros. Incluso las puertas y ventanas hacen eco de la gran historia de la revelación divina, la historia sagrada y las promesas de Dios, que la Palabra contiene. Alabamos, rogamos, glorificamos y nos lamentamos en el mismo tono que nuestros antepasados en la fe, que hablaban a través de estos textos sagrados. Muchas de las acciones, posturas y gestos de la liturgia tienen sus raíces en la Biblia. Ya sea que nos arrodillemos o levantemos nuestras manos, partamos el pan o levantemos una copa de vino, prendamos lámparas o impongamos las manos, unjamos con óleo o lavemos con agua, puedes estar seguro que alguien en la Biblia lo hizo primero. Las Escrituras mismas reflejan la liturgia de los primeros cristianos, así como las oraciones litúrgicas y ritos que el pueblo de Dios ha practicado en el curso de la historia. Nosotros,
como creyentes católicos, estamos en una gran tradición de la Palabra y adoración, y lo hacemos nuestro en cada generación, al celebrar la liturgia de hoy.
EL DIÁLOGO CON LA PALABRA La Palabra de Dios nos envuelve en la liturgia, y los “materiales” de la Escritura hacen que nuestro templo sea noble y sencillo, hermoso y sólido. Y eso no es todo. La Palabra también se proclama en ese templo –bienvenida como huésped de honor– con integridad. El acto de leer, escuchar y responder a la Palabra constituye la primera parte importante de la misa: la Liturgia de la Palabra. La Liturgia de la Palabra es un encuentro y un diálogo: un encuentro y un diálogo con Cristo. Cuando las Escrituras se proclaman, respondemos a lo que oímos. Nuestra respuesta externa es por lo general en forma de canto y aclamación. Sin embargo, nuestra respuesta interior es lo que esos signos externos indican, nuestro “sí” a la revelación de Dios y la voluntad de vivir el mensaje que hemos oído. El Papa Juan Pablo II lo expresó muy bien cuando escribió: “La proclamación litúrgica de la Palabra de Dios, sobre todo en el contexto de la asamblea eucarística, no es tanto un momento de meditación y de catequesis, sino que es el diálogo de Dios con su pueblo, en el cual son proclamadas las maravillas de la salvación y propuestas siempre de nuevo las exigencias de la alianza. El Pueblo
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de Dios, por su parte, se siente llamado a responder a este diálogo de amor con la acción de gracias y la alabanza, pero verificando al mismo tiempo su fidelidad en el esfuerzo de una continua “conversión”. (Sobre la santificación del domingo, 41).
JESUCRISTO ES LA PALABRA DE DIOS Luminosa a través de las muchas palabras de la Escritura es la palabra: Jesucristo, la Palabra encarnada de Dios. Como San Juan nos dice tan bellamente al principio de su Evangelio: “Y el Verbo se hizo carne, puso su tienda entre nosotros, y hemos visto su Gloria: la Gloria que recibe del Padre el Hijo único; en él todo era don amoroso y verdad. (Juan 1,14). En la Palabra, nos encontramos con Jesús. La Palabra de Dios, Jesús, nos habla en el Antiguo y el Nuevo Testamento, y dan unidad a su testimonio. Ambos dan testimonio de la sola revelación de Dios, y nos apoyan y nos instruyen en nuestro camino como discípulos. Cristo está totalmente presente en la Palabra. “Cristo sigue anunciando el Evangelio” hoy en día entre nosotros, como los Padres del Concilio Vaticano II afirmaron (Constitución sobre la Sagrada Liturgia, 33).
ESCUCHAR: DELEITE Y RESPONSABILIDAD Seríamos malos anfitriones si invitamos a alguien a nuestra casa, les ofrecemos un lugar de honor, pero luego acaparamos toda la conversación. Pero esto es lo que sucede si nuestra mente está llena de distracciones y nuestro corazón no está preparado para recibir la Palabra de Dios. Por lo tanto, debemos practicar una disciplina de hospitalidad a la Palabra, brindando toda nuestra atención a Cristo presente en su Palabra. Tenemos que preparar el terreno de nuestro corazón para la “buena semilla” de la Palabra, por medio de la oración para que, recibiendo la Palabra en fe, nuestras vidas produzcan una cosecha abundante. Cuando nos preparamos para escuchar la Palabra, la experiencia de escuchar se convierte en deleite. La Liturgia de la Palabra es como una “mesa” en la que nos nutrimos. Nuestro diálogo interior se hace más rico.
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La Liturgia de la Palabra presupone un cierto conocimiento general de la Biblia, y la orientación básica para el contexto histórico y la forma literaria de las lecturas que escuchamos. Este conocimiento se puede adquirir en la catequesis, el estudio de la Biblia, los comentarios, los maestros y otros recursos. La buena predicación despierta nuestro apetito por la Palabra, y nos dispone a pasar tiempo con las Escrituras por nuestra cuenta. Si nuestra base personal en las Escrituras no ha sido sólida, sin embargo, tenemos que asumir la responsabilidad de fortalecerla.
REFLEXIÓN ¿Cuán sólida es mi base en la Escritura? Toma en cuenta las tres dimensiones de esta pregunta: la solidez intelectual (conocimiento, comprensión), la solidez espiritual (oración, virtud, contemplación), la solidez moral (toma de decisiones, guía para la vida). ¿Cuál de estas áreas me gustaría fortalecer durante este tiempo de renovación en Cuaresma?
ACCIÓN Haz un compromiso para leer las lecturas del domingo, ya sea antes o después de ir a misa. Dedica tiempo para “estar” con la Palabra. Permite que su propio diálogo interior con Dios continúe más allá de la celebración.
ORACIÓN Espíritu Santo, aliento de Dios, por la Sagrada Escritura revelas quién eres y lo que estamos llamados a ser. Sopla sobre nosotros. Entra al lugar de nuestro culto y habla con amor a cada uno de nosotros. Ayúdame a escuchar con todo mi corazón.
Rita Ferrone es una galardonada escritora y conferencista sobre liturgia, catequesis y la renovación de la Iglesia Católica.
Copyright © 2012 de Paulist Evangelization Ministries. Todos los derechos reservados. Nihil obstat: P. Christopher Begg, S.T.D., Ph.D., Censor Deputatus. Imprimatur: Reverendísimo Barry C. Knestout, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de Washington, 28 de marzo de 2012. El nihil obstat y el imprimatur son declaraciones oficiales de que un libro o folleto está libre de errores doctrinales o de moral. No implican de forma alguna que quienes han otorgado el nihil obstat e imprimatur están de acuerdo con el contenido, las opiniones o declaraciones expresadas. Publicado por Paulist Evangelization Ministries, 3031 Fourth St., NE, Washington, DC 20017, www.pemdc.org
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Llamado a la conversión— por la Palabra “Entonces se dijeron el uno al otro: ‘¿No sentíamos arder nuestro corazón cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?’”.
Con estas palabras, los dos discípulos en el camino a Emaús comparten su alegría y emoción. ¡Jesús Resucitado estaba con ellos! Habían caminado con él y compartido su confusión y tristeza. Pero no percibieron la verdad de quién era, hasta que abrió su mente para que comprendieran las Escrituras. Entonces su corazón, ardiendo con lo que este misterioso desconocido les había revelado, pudo ver. Lo reconocieron al partir el pan. Anunciaron a los demás que Jesús había resucitado. Se convirtieron en testigos, ardientes en fervor por lo que habían visto y oído. En esta impactante historia del Evangelio según San Lucas, vemos la misma norma que se ha vivido en la Eucaristía, desde los primeros tiempos. Escuchar la Palabra de Dios es importante. Y no es un asunto pasivo ni aburrido. Hace arder nuestro corazón. La Palabra tiene las respuestas a las preguntas más apasionadas y urgentes. No señala el camino cuando estamos perdidos. Nos da de comer cuando estamos casi muertos de hambre. Trae noticias de tal importancia que nuestro corazón arde dentro de nosotros cuando escuchamos, y nuestras vidas cambian para siempre.
UNA PALABRA QUE CAMBIA LA VIDA Hay numerosas historias de hombres y mujeres santos cuyas vidas cambiaron por el encuentro con la Palabra de Dios. La palabra cambia la vida de Lidia, la primera europea en convertirse a la fe cristiana, quien escuchó a Pablo y Bernabé predicar por las orillas del río en Filipos (Hechos 16,11-15). Fue bautizada con toda su familia, y posteriormente apoyó la
difusión del Evangelio. Cambió la vida de Agustín de Hipona (354-430) en el norte de África, quien en un momento crucial en su conversión oyó la voz de un niño diciendo: Tolle, lege (“Toma, lee”). Tomó la Biblia y leyó un pasaje de la Carta a los Romanos que le habló directamente y le mostró el camino para salir de su desesperación. Cambió la vida de Kateri Tekakwitha (1656-1680) en América del Norte, quien escuchó la predicación de los misioneros jesuitas en su aldea Mohawk y deseó convertirse en una cristiana en oposición a su familia, pero abriendo el camino a una vida devota y alegre. Cambió la vida de Maximiliano Kolbe (1894-1941) en Polonia, quien se ofreció voluntariamente a morir en lugar de un compañero de prisión que había sido condenado a un campo de concen tración. Ayudó a sus compañeros de prisión a prepararse para la muerte con la meditación de la Pasión de Cristo y la lectura de los Salmos. La Palabra de Dios es poderosa. Por el poder de su Palabra se crearon los cielos y la tierra. El mar se separó durante el Éxodo por el poder de la Palabra de Dios. Los profetas, al anunciar la Palabra de Dios, mantuvieron viva la fe del pueblo durante el exilio y los desastres nacionales. La Palabra de Dios tiene el poder de hacer la voluntad de Dios. No es de extrañar, entonces, que la Palabra de hoy sigue abriendo corazones y forjando nueva vida.
CONVERSIÓN CONTINUA Sin embargo, sería un error buscar el poder de la Palabra de Dios solo en los cambios dramáticos y las circunstancias
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extraordinarias. Su poder para cambiarnos solo se descubre en el movimiento de la incredulidad a la fe o en actos de virtud heroica, pero también en los movimientos diarios del corazón que llamamos “conversión continua”. La mayoría de la gente vive el poder transformador la Palabra de Dios como un proceso gradual. Nuestra conversión a Cristo y a su forma de vida evangélica se lleva a cabo poco a poco, con el tiempo. Cada domingo, si escuchamos la Palabra con un corazón receptivo, sutilmente nos afecta. Extiende nuestra imaginación, nos desafía y nos llama a ser fieles a lo mejor que somos. La Palabra nos invita, poco a poco, a entrar en el mundo de Dios y ver las cosas como Él las ve. El Reino de Dios, como una semilla que crece en secreto, se afianza en la tierra buena de nuestra vida y es regada por las Escrituras que escuchamos en la misa Nuestra conversión permanente puede incluir un despertar gradual a la bondad del mundo, a nuestro propios dones y a los dones del Espíritu Santo entre nosotros. Puede significar deshaciendo los lazos del pecado y obteniendo la libertad de obrar en formas nuevas por la gracia de Dios. Se puede sentir en creciente amor por la Iglesia, pasión por la justicia y sensación de profunda paz interior. ¿Son estos movimientos “conversiones”? No nos cambian abruptamente. Pero sí señalan la vuelta de nuestro corazón hacia Dios cada vez más completamente. La canción de los shakers “Dones sencillos”, lo resume así: “Cuando la verdadera sencillez se alcanza, inclinarse y doblarse, no será vergonzoso; girar y girar será nuestro deleite, hasta que, girando, girando, salimos derecho”.
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lo que ha tenido lugar. La participación plena en la Eucaristía es nuestro objetivo en esta vida al ser alimentados para nuestra peregrinación hacia la vida eterna. Nos apresuramos a compartir esa comida con alegría, al darnos cuenta que Jesús está con nosotros a la mesa. Está vivo. Está aquí.
REFLEXIÓN ¿Qué tipo de conversión espero para esta Cuaresma? ¿Una conversión de la mente, el corazón, la acción? ¿Cuándo en mi propia vida siento la necesidad de ver “más luz” emanar de la Palabra de Dios?
ACCIÓN La conversión en la acción significa cumplir nuestras buenas intenciones e inspiraciones, sin vacilación ni demora injustificada. No tardes en hacer algo bueno que has pensado hacer. ¡Hazlo ahora!
ORACIÓN Señor Jesús, que abriste la mente de tus discípulos para que comprendieran su experiencia a la luz de la Escritura. Ayúdame a leer “los signos de los tiempos” en mi propia vida. Espíritu Santo, entrega mi vida a Dios más plenamente. ¡Enciende mi corazón en llamas con su Santa Palabra!
LO RECONOCEMOS Así como los discípulos en el camino a Emaús reconocieron al Señor Resucitado al partir el pan, así también lo hace nuestra celebración de la Eucaristía, el momento cumbre de escuchar la Palabra en la misa. Al ser afectados y cambiados por la Palabra de Dios, la Eucaristía se convierte en la confirmación de todo
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Rita Ferrone es una galardonada escritora y conferencista sobre liturgia, catequesis y la renovación de la Iglesia Católica.
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Creer y pertenecer Hace unos años, una popular tienda de departamentos lanzó una campaña publicitaria durante las vacaciones centrada en un logotipo formado por la palabra “¡Cree!”. Esta exclamación alegre estampada en las bolsas de compra y otros artículos podía sugerir creer en Santa Claus, uno mismo o realmente cualquier cosa.
¡Podría ser un acto de fe creer que vas a tener suficiente dinero para pagar la factura de tu tarjeta de crédito al final del mes! El éxito de la campaña (que se repitió al año siguiente) sugiere que el acto de creer en sí tiene una especie de magia o encanto, independientemente de lo que se crea. Puede que haya algo en esto. La naturaleza humana es creyente, después de todo, y la dignidad humana exige el respeto a las creencias como parte de la persona. Pero también sabemos que poner nuestra fe en algo no merecedor de ella puede disminuirnos, y dejarnos vacíos y decepcionados. Las creencias dan forma a nuestros compromisos y guían nuestras acciones. Las creencias importantes deben basarse en la verdad.
CREER ES CONFIAR Creer, credere en latín, es confiar. Es entregarle el corazón a algo. En la Eucaristía dominical, profesamos nuestra fe diciendo: “Creo”. Lo decimos a una voz para afirmar que somos creyentes juntos. A veces mi fe personal puede ser débil. La fe de los demás me apoya. En otras ocasiones, es mi fe la que proporciona apoyo a los que me rodean. Creer es un proyecto comunitario. El Catecismo de la Iglesia Católica afirma que “la fe tiene necesidad de la comunidad de creyentes” (CIC 1253). Los bebés son bautizados en base a la fe de sus padres. La comunidad de la Iglesia camina con los catecúmenos en su camino de fe. Incluso hasta el final de nuestros días, compartir la fe es importante. No es accidental que el rito fúnebre
haga referencia a la fe del difunto. El camino es largo, pero nos lleva a Dios, en quien hemos puesto nuestra confianza. Bienaventurados los que han dado su corazón a este algo –una fe que conduce más allá de la muerte, a la vida eterna.
EL CREDO EN LA MISA DOMINICAL El Credo que recitamos en la misa dominical es un testimonio maravilloso de la naturaleza multifacética de la fe cristiana. Lo más personal de cada individuo –la confianza que pongo en la revelación de Dios– es también algo universal que comparto con millones de otros creyentes. En una época cuando la gente trata de “dejar su huella” buscando ser diferente, el Credo es contra-cultural. Lo que el Credo nos da es algo que la individualidad y estilo personal nunca puede proporcionar: la fuerza que proviene de una comunidad creyente. Los cristianos en algunas partes del mundo han profesado su fe durante la misa dominical desde el siglo IV. El Credo tiene raíces profundas. El Credo de los Apóstoles es un resumen de la profesión de fe que hacemos en el Bautismo. Por lo tanto, cada vez que rezamos el Credo, debemos recordar nuestra dignidad como bautizados. El Credo cuenta nuestra historia. El Credo de Nicea-Constantinopla fue compuesto como una expresión de la fe de los obispos reunidos en el Consejo de Constantinopla en el siglo IV. Sus exactas formulaciones con respecto a cada persona de la Trinidad nos guardan y protegen de ideas falsas (herejías) y nos mantienen sólidamente anclados en la verdad que nos hace libres. Hoy día se puede recitar cualquiera de los dos en la misa dominical.
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Dentro del flujo de la liturgia, la profesión de fe sigue a la homilía. Por seguir a la Palabra de Dios, afirma la revelación de Dios. El Credo también nos prepara para entrar en la Liturgia de la Eucaristía, la segunda parte importante de la misa. El punto central del Credo es el Misterio Pascual –la Muerte y Resurrección de Cristo– el eje sobre el que gira toda la Revelación. El Misterio Pascual es el corazón de la Eucaristía. Por lo tanto, el Credo nos empuja hacia adelante, a la Eucaristía.
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Cada persona tiene momentos particulares de visión. A pesar de que decimo “sí” a todo ello al mismo tiempo, nos damos cuenta del poder de lo que proclamamos solo gradualmente.
REFLEXIÓN Prueba este ejercicio en la casa con el fin de escuchar el Credo de manera fresca: en cada frase que dice
¿QUÉ HAY EN EL CREDO? El Credo de Nicea-Constantinopla consta de cuatro partes. Cada persona de la Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu, se identifica por su nombre, y sus interrelaciones también. Se recuerda la obra única de cada persona divina para nuestra salvación. La cuarta parte del Credo se refiere a la Iglesia y sus creencias. Puede sorprender a algunos que la creencia en la Iglesia es un artículo de fe. Sin embargo, la Iglesia es de hecho parte del misterio de Cristo. Regalo del corazón de Dios, la Iglesia es parte integral de la obra de Jesucristo y el Espíritu Santo en el mundo. Continúa hasta el fin de los tiempos. En diversos momentos de nuestra jornada de fe, determinados artículos del Credo se destacan y nos llama a una vida más abundante. He aquí algunos ejemplos: Después del trágico atentado contra las Torres Gemelas en Nueva York el 11/9, algunas personas escucharon nuestra profesión de fe en “un Dios” como un llamado a la solidaridad con todas las religiones monoteístas: se convirtió en una clave para la reconciliación. La pasión por el medio ambiente ha hecho a algunos muy conscientes de la afirmación de Dios como “creador del cielo y de la tierra”: se ha convertido en una llamada a la corresponsabilidad hacia los dones de la tierra. Después de enterrar a un ser querido, algunos oyen la afirmación de “la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro” como una promesa, que se ha convertido en una ocasión de curación y esperanza. ¿Cómo te ha llamado la fe que afirmamos en el Credo a una vida más abundante?
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“Creo” sustituye las palabras “Pongo mi confianza”. ¿Qué ideas te vienen a la mente cuando consideras el Credo a la luz de la confianza?
ACCIÓN Memoriza el Credo. En la Iglesia de los primeros años el Credo no se escribía nunca en papel ni en un pergamino, sino que “permanece en el corazón de los fieles… (Rufino, Comentario sobre el Credo de los Apóstoles, siglo IV). Apréndetelo de memoria.
ORACIÓN Oh dador del don de la fe, te damos gracias por el Credo y por la Iglesia que nos lo ha transmitido. Deja que sea nuestro apoyo en la vida. Ayúdanos a ser testigos de nuestra fe común en todo lo que decimos y hacemos.
Rita Ferrone es una galardonada escritora y conferencista sobre liturgia, catequesis y la renovación de la Iglesia Católica.
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Sanación por medio de la Eucaristía “Se le acercó un leproso... y le suplicó: ‘Si quieres, puedes limpiarme’. Sintiendo compasión, Jesús extendió la mano y lo tocó diciendo: ‘Quiero, queda limpio’. Al instante se le quitó la lepra... ”. (Marcos 1,40–41)
Los relatos del Evangelio registran numerosas ocasiones en que Jesús sanó a los enfermos. Mucha gente acudía a él para recibir sanación. Los relatos son conmovedores: la mujer con el derrame de sangre, el joven epiléptico, un paralítico, un sordomudo, un ciego, un mendigo cojo, etc. Jesús vino a un mundo lleno de sufrimiento y necesidad. Jesús, por las milagrosas sanaciones que realizó, algunas veces recibe el nombre del Gran Médico o sanador. Sin embargo no solo les devolvía el bienestar a cuerpos enfermos, sino que también les devolvía plenitud a las vidas desechas, comunión a las relaciones dañadas y perdón a los pecadores. Cuando el leproso pide sanación, en el relato según San Marcos que citamos antes, Jesús lo toca. La acción en sí era escandalosa. La enfermedad de Hansen, la lepra, lo volvía a uno intocable. Cualquiera que tocara a un leproso corría riesgo de contagiarse y propagar esta mortal y espantosa enfermedad. Sin embargo, lleno de compasión, Jesús extiende la mano y lo toca. ¡Qué enorme compasión existe en esa acción! Qué gran gesto de solidaridad humana.
“QUIERO” Hoy Jesús, al igual que durante su vida en la tierra, quiere sanar a quienes acuden a él con fe. Quiere sanar nuestro dolor y devolverle plenitud a nuestra vida desecha. Algunas veces, la sanación que Jesús quiere es física. Hay ejemplos comprobados de sanación mediante la oración que realmente manifiestan
un cambio físico que no puede explicarse de otra manera. Sin embargo, también sucede un milagro cuando Jesús concede sanación espiritual. La Iglesia celebra el Sacramento de la Unción de los Enfermos para quienes están gravemente enfermos o cerca de la muerte. En este sacramento, el sacerdote impone las manos sobre el enfermo y lo unge con óleo sagrado, y el sacerdote y la comunidad rezan por él. Ya sea que esto tenga lugar al pie de la cama de un hospital y haya solo dos personas presentes o que suceda en la parroquia con una gran asamblea, el Sacramento de la Unción de los Enfermos es siempre una expresión de la Iglesia, como el Cuerpo de Cristo, desempeñando el ministerio de la sanación. Sin embargo, ésta no es la única ocasión en que el poder sanador de Cristo se manifiesta en la Iglesia. De manera cotidiana, al participar en la Eucaristía, Jesús continúa su labor de sanación y recibimos plenitud y paz.
SANACIÓN POR MEDIO DE LA EUCARISTÍA ¿Cómo nos trae sanación y paz la Eucaristía? Los siguientes tres ejemplos muestran algunas de las muchas maneras en que la Eucaristía es un canal del amor sanador de Cristo. 1 n La Eucaristía nos pone en contacto con el amor y la compasión de Jesús. Cristo se reúne con nosotros por el infinito amor que nos tiene. Su amor sana las heridas ocultas que llevamos debido al rechazo humano, a la soledad y al
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miedo. Algunas veces también recibimos sanación física como resultado. Mediante la Eucaristía Jesús ingresa a nuestra vida y su presencia en sí es sanadora. Así como el alimento y la bebida nos nutren, la presencia real de Jesús nos nutre. La Sagrada Comunión nos une con él de una manera íntima. El Cristo que encontramos en la Eucaristía es Emmanuel, Dios con nosotros. Nuestro Dios, al convertirse en humano, participó de las alegrías y luchas de la vida humana. Nuestro Salvador conoce bien el dolor del sufrimiento, del rechazo, de la humillación y de la muerte. Es el Cordero degollado que quita el pecado del mundo. Jesús es el Siervo que sufre, sobre quien el profeta Isaías escribió: “por sus llagas hemos sido sanados” (Isaías 53,5). Su compasión es infinita.
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ve, vemos división. En la mesa de la Eucaristía, sin embargo, podemos ver al mundo y vernos a nosotros mismos a través de los ojos de Dios: redimidos, plenos, buenos y en paz. El pan y el cáliz de la comunión son los signos centrales de la unidad a la que somos llamados.
REFLEXIÓN Podemos enfermarnos en cuerpo, mente o espíritu. A veces también, una relación rota necesita ser curada. ¿Dónde necesito sanación ahora? ¿Puedo rezar por esta necesidad e invitar a Jesús para que
2 n La Eucaristía nos invita a participar del Misterio Pascual de Cristo. Con su muerte y resurrección, Jesús redimió a toda la humanidad, restaurando nuestra amistad con Dios. Este es un aspecto del Misterio Pascual. El otro aspecto, sin embargo, también es crucial: nosotros mismos somos llamados a transitar el camino de Cristo de la muerte a la vida. Participamos del Misterio Pascual de Cristo renunciando al pecado y resucitando a la vida nueva de la gracia. Cada vez que nos arrepentimos, pasamos de la muerte del pecado a una vida nueva. Cada vez que nos privamos de algo por amor, renunciamos a nosotros mismos y resucitamos a una vida que es más grande que nosotros. Este movimiento pascual, tan liberador, nos aleja de la trampa de vivir para nosotros mismos y nos acerca a la libertad de los hijos de Dios (Romanos 8,21). Dar los últimos pasos, al final de esta vida, hacia la vida eterna con Dios es la sanación máxima.
me sane por el poder de la Eucaristía?
3 n La Eucaristía sana nuestra imaginación, ofreciéndonos nuevas imágenes de nosotros mismos, del prójimo y del mundo. Generalmente imaginamos que estamos separados de otra gente, quizás solos, y frecuentemente sentimos que debemos competir con los demás o enfrentarlos. Los pecados del orgullo, la envidia y el odio pueden reforzar los conflictos entre nosotros y profundizar la soledad que sentimos. Cuando vemos al prójimo y a nosotros mismos como el mundo nos
egoísmo. Señor Jesús, Dios te resucitó a una nueva
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ACCIÓN Dedícale tiempo a alguien que necesite tu ayuda o tu presencia, tal como a un familiar mayor, un amigo enfermo, o alguien que sepas esté pasando por un tiempo difícil. Tu presencia e interés pueden ser motivo de sanación y alegría.
ORACIÓN Señor Jesús, por nosotros tu cuerpo fue quebrado en la Cruz. Sana nuestras quebraduras. Cristo Jesús, tu sangre fue derramada por nosotros. Sana nuestro vida. Resucita a todos los que se sienten oprimidos.
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Hallar perdón Una de las grandes ironías de la vida de la Iglesia es que mucha gente en realidad se aleja de la Iglesia cuando siente que su vida es “demasiado complicada”. Cuando quizás más necesitan a Dios, ¡se alejan del lugar en que la aceptación bondadosa, el apoyo y el perdón se ofrecen generosamente!
Lo que esto dice del corazón humano es conmovedor. La vergüenza puede atarnos. Al igual que Adán y Eva en el jardín del Edén, la gente se oculta cuando sabe que algo está mal. No puede enfrentar a otra gente en su momento de angustia y quizás incluso le cuesta enfrentar a Dios. Hay momentos en que nosotros mismos “nos complicamos” la vida. Pecamos. Nos apartamos del buen camino. Quizás no honramos nuestros principios o tememos el juicio de los demás. Otras veces, sin embargo, no está claro qué está mal. Solo sabemos que sufrimos y que no queremos que los demás lo sepan. La triste realidad es que el pecado, ya sea el propio o el de otra persona, tiende a aislarnos. Nos convertimos en prisioneros de nuestra propia infelicidad.
JESÚS NOS LIBERA DE LA VERGÜENZA No tiene porqué ser así. De hecho, el relato del Evangelio sobre la mujer adúltera ofrece una hermosa ilustración sobre cómo Jesús nos libera de la vergüenza. Una turba enfurecida, a punto de ejecutar a una mujer que había sido sorprendida en adulterio, se dispersa por las palabras de Jesús: “Aquel de ustedes que no tenga pecado, que le arroje la primera piedra” (Juan 8,7). El relato no finaliza aquí, sin embargo. El próximo paso es quizás el más importante y nos permite comprender el significado del encuentro. Jesús le dice a la mujer: “Tampoco yo te condeno”. La libera, con la orden de que no vuelva a pecar.
“Tampoco yo te condeno”. ¡Qué hermosas palabras de gracia! Si tan solo este mensaje resonara en nuestras parroquias y en cada Eucaristía que celebramos. Es una buena nueva. Jesús nos quita la vergüenza y rompe la trampa del pecado para liberarnos. Nos acepta y no nos condena. Nos envía con la orden de que no volvamos a pecar pero nunca destruye nuestra dignidad. La Iglesia, como la portadora de la Buena Nueva de Jesús, tiene el privilegio y el desafío de transmitir el mismo perdón y la misma paz. La comunidad creyente también tiene esta tarea sagrada.
LA EUCARISTÍA Y EL PERDÓN DE JESÚS La misericordia de Dios se celebra en la Eucaristía de principio a fin. En el Acto penitencial durante los ritos de apertura, admitimos nuestros pecados y le pedimos perdón a Dios. En el Gloria, invocamos la misericordia de Dios con júbilo. En el rito de la Comunión le rezamos al Cordero de Dios, que quita “el pecado del mundo”. Antes de la Comunión, expresamos nuestra humildad, entonando “Señor, yo no soy digno…” sin embargo confiamos en que vendrá. “Tampoco yo te condeno”. En el Padre Nuestro, rezamos “perdona nuestras ofensas”. Conscientes de los pecados que cometemos cada día, pedimos perdón. ¿Recibimos perdón? ¿Tienen respuesta nuestras súplicas de misericordia? ¡Por supuesto que sí! Pero más allá de estas oraciones individuales, el gran tema del perdón está presente a lo largo de toda la celebración de la Eucaristía. El misterio de la redención habla, en cierto modo, de la reconciliación. Lo que el pecado dividió, Dios ha reunido,
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por la cruz de Jesucristo. San Pablo nos dice: “Pues en Cristo Dios estaba reconciliando el mundo con él; ya no tomaba en cuenta los pecados de los hombres” (2 Corintios 5,19). El perdón fluye de la Cruz, porque aquí el amor de Dios es derramado para los pecadores. La reconciliación que Dios nos ofrece no depende de nuestra iniciativa. No se nos ofreció porque éramos justos, sino “cuando todavía éramos pecadores” (Romanos 5,8). El Misterio Pascual de Jesús, al que nos unimos en la Eucaristía, es un misterio de reconciliación. Aquí está la fuente del perdón: en el corazón de la misa.
EL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA Hay momentos en que necesitamos o deseamos sentir la reconciliación mediante el sacramento de la Penitencia. Esto también es importante. Los pecados graves, que dañan nuestra relación con Dios y con el prójimo, requieren la reconciliación sacramental. El perdón de los pecados menos graves mediante el uso frecuente del sacramento de la Penitencia también puede darnos beneficios espirituales.
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diciendo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23,34). “Hoy mismo estarás conmigo en el paraíso”, le promete al ladrón arrepentido crucificado a su lado (Lucas 23,43). Su perdón es infinito. Él es nuestra paz.
REFLEXIÓN ¿Estoy listo para recibir perdón y darlo? ¿Hay gente en mi vida a quien necesito perdonar para compartir plenamente en el banquete de reconciliación que es la Eucaristía? ¿De qué pecados necesito perdón?
ACCIÓN Sé un reconciliador en tu familia, trabajo o vecindario. Podría no ser fácil. Podría ser una tarea sin agradecimiento Pero trata de todas maneras.
Las cuatro partes de la Penitencia –contrición, confesión, satisfacción y absolución– nos ayudan a transitar el camino del arrepentimiento. Nos permiten regresar al banquete eucarístico llenos de alegría por haber recibido el perdón y la paz de Cristo.
LA PASIÓN Y EL PERDÓN
Ofrece tus esfuerzos a Cristo.
ORACIÓN Dios de amor, anhelo escuchar tus palabras de perdón. Atráeme al corazón de tu misericordia. Hazme instrumento de tu perdón y paz.
La próxima semana al comenzar Semana Santa, recordaremos la Pasión de Jesús. De muchas maneras, es un relato de pecado y perdón. La traición de Judas, el rechazo de Pedro, los Apóstoles que huyen, la injusticia del juicio y el suplicio de injusticia, abuso, crueldad y burla; todo cae sobre Jesús. Pecado sobre pecado sobre pecado. Lo que brilla a través de las tinieblas del pecado, sin embargo, es Jesús. El deslumbrante poder de su perdón aparece incluso en la Cruz. La Pasión según San Lucas hace hincapié en este perdón. Jesús se refiere a sus torturadores y verdugos
AUTORA
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Rita Ferrone es una galardonada escritora y conferencista sobre liturgia, catequesis y la renovación de la Iglesia Católica.
Copyright © 2012 de Paulist Evangelization Ministries. Todos los derechos reservados. Nihil obstat: P. Christopher Begg, S.T.D., Ph.D., Censor Deputatus. Imprimatur: Reverendísimo Barry C. Knestout, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de Washington, 28 de marzo de 2012. El nihil obstat y el imprimatur son declaraciones oficiales de que un libro o folleto está libre de errores doctrinales o de moral. No implican de forma alguna que quienes han otorgado el nihil obstat e imprimatur están de acuerdo con el contenido, las opiniones o declaraciones expresadas. Publicado por Paulist Evangelization Ministries, 3031 Fourth St., NE, Washington, DC 20017, www.pemdc.org
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La vida buena La buena vida… tragos en la playa, tiempo libre, mujeres hermosas, hombres heroicos, automóviles veloces, aventuras, dinero en abundancia, buena salud… Estos estereotipos de Hollywood y del mundo de la publicidad nos dicen algo sobre los sueños y fantasías de la gente en nuestra sociedad.
Sin duda, todos tenemos ideas sobre cómo nos gustaría que fuera nuestra vida en un mundo ideal. El placer, la diversión, el éxito y la abundancia figuran en muchos de estos sueños. A menudo nuestras fantasías son un escape de las difíciles realidades de la vida. En otro lugar –en otro sitio– existe “la vida buena”. Lo que la fe cristiana nos ofrece, sin embargo, es muy diferente de los escurridizos sueños de riqueza y satisfacción que mantienen en marcha el comercio. Es la vida buena aquí y ahora, dondequiera que estemos. La vida buena puede existir en medio de la angustia o del dolor, de la pena o la pobreza, porque la vida buena no consiste en tener cosas buenas. Consiste en ser buenos.
ELEGIR EL BIEN La virtud es descrita en el Catecismo de la Iglesia Católica como “una disposición habitual y firme a hacer el bien” (CIC 1803). Las cuatro virtudes cardinales –prudencia, justicia, fortaleza y templanza– son llamadas virtudes naturales porque son básicas para la vida humana. Conforman un importante componente de la tradición cristiana para llevar una vida buena. Llevar una vida buena también implica practicar las tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad (amor). Son “teologales” porque dirigen nuestro corazón a Dios y porque Dios es el cumplimiento de ellas. La virtud se cultiva con la práctica. Es algo que crece con el tiempo. La virtud da forma a quiénes somos. Y puede suceder en cualquier lugar y en cualquier circunstancia.
DAR FORMA A LA VIDA En gran medida, no elegimos nuestras circunstancias en la vida. Sin duda, no elegimos muchas cosas sobre nuestra vida. Nacemos en una determinada familia, en una época determinada de la historia. No elegimos nuestro idioma, raza o cultura. Heredamos características de nuestros padres. Quizás también heredamos una identidad religiosa. Pero eso no es todo. Nuestra vida, aquello en lo que nos convertimos, es obra de la libertad humana bajo la gracia. Es la interacción dinámica de lo que no elegimos con nuestro carácter, nuestras decisiones, nuestros sueños y el plan que Dios tiene para nosotros. Llevar una vida “íntegra” –una vida buena, una vida virtuosa– es una tarea difícil. Es la labor de toda una vida.
EL CAMINO DE LA EUCARISTÍA ¿De qué manera la Eucaristía nos permite llevar una vida buena? El Papa Benedicto XVI al escribir sobre la Eucaristía, nos recuerda: “no es el alimento eucarístico el que se transforma en nosotros, sino que somos nosotros los que gracias a él acabamos por ser cambiados misteriosamente” (Sacramentum Caritatis, 70). En esto, reafirmó la enseñanza de San Agustín, que vio claramente que la Eucaristía obra la transformación de los fieles en el Cuerpo de Cristo. El Papa Benedicto explica: “El nuevo culto cristiano abarca todos los aspectos de la vida, transfigurándola” (Sacramentum Caritatis, 71). Vivir como Cristo es resultado de la Eucaristía.
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Cuando participamos de la Eucaristía, algo nos sucede. Pero ¿qué? ¿Recibimos a Cristo y lo incorporamos? ¿O al recibir al Señor en la Sagrada Comunión somos incorporados a él? Claramente, como lo dijo el Papa Benedicto, sucede lo segundo. Somos incorporados a Cristo. El Señor en la Eucaristía no se adapta a la forma de nuestra vida sino más bien nuestra vida comienza a tomar la forma de la suya. Nos parecemos más a Cristo, por la misteriosa obra de la gracia en la Eucaristía.
PARECERSE A CRISTO Parecerse a Cristo implica convertirse en pan para un mundo hambriento: alimentar a la gente, enseñarle, nutrirla. Parecerse a Cristo implica convertirse en el vino de justicia y paz, un cáliz poderoso y refrescante: decir la verdad, obrar con justicia, promover la paz. Mediante nuestra participación continua en la Eucaristía, y al vivir la Eucaristía, nos convertimos en el sacramento de amor, en un signo vivo. Ser transformados por la Eucaristía también significa que nuestras vidas son moldeadas por la Cruz. Uno de los signos más claros de que estamos siguiendo los pasos de Cristo y de que nuestra vida está adquiriendo la forma de la suya es que tomamos nuestra cruz. La abnegación motivada por el amor y la aceptación del sufrimiento por el Reino, son signos claros de que estamos viviendo la Eucaristía.
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virtuosa es una expresión de la santidad, de estar cerca de Dios, que es todo bondad. Por supuesto, no podemos convertirnos en santos por nuestra propia cuenta. Más bien, los sacramentos nos hacen santos, al compartir la vida de Dios con nosotros. Mientras más recibamos la gracia de Dios, que es la acción del Espíritu Santo dentro de nosotros, mejor podremos imitarlo. Nos convertimos en personas más justas, bondadosas y misericordiosas. Nos interesamos más por los pobres y nos volcamos más al Reino de Dios. La Eucaristía posibilita la transformación de nuestra vida.
REFLEXIÓN Dicen que una chequera es un documento teológico. También un calendario con nuestra agenda. Piensa en cómo usas tu dinero y tu tiempo. ¿Qué dicen tus prioridades, expresadas en tu chequera y agenda, sobre la virtud? ¿Sobre la santidad? ¿Sobre la Eucaristía?
ACCIÓN Dedica tiempo esta semana a rezar ante el Santísimo Sacramento. Sé receptivo a cualquier cosa que Dios te
CRECIMIENTO EN SANTIDAD Otra manera de nombrar esta transformación es decir que crecemos en santidad. Toda la Iglesia es llamada a la santidad, como enseñó el Concilio Vaticano II. La santidad no es del dominio exclusivo de unos pocos individuos excepcionales, como los santos, los clérigos o las religiosas. Más bien, es el estado al que todos somos llamados.
esté llamando a ser ahora o en el futuro mediante la Eucaristía.
ORACIÓN Dios santo, gracias para darme la vida. Gracias por mis días y años, por el paso de las estaciones y el tiempo que me has dado. Gracias por todo lo bueno
Una vida de santidad incluye el culto, la oración y la devoción. Sin embargo la santidad no es un estado de otro mundo. Nuestra vida moral, nuestra firme disposición a buscar el bien en toda situación, es esencial para la santidad. Una vida
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en mi vida.
Rita Ferrone es una galardonada escritora y conferencista sobre liturgia, catequesis y la renovación de la Iglesia Católica.
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FOTO POR PAUL HARING, CATHOLIC NEWS SERVICE
La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. — Papa FRANCISco Para más información visite www.VivelaEucaristia.org
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