Los inquilinos del lujo, p. 2

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apertrechó de las mejores manos. Robert Mosses, neoyorquino y diseñador de paisajes, y bajo el mismo rubro, Bryan Lynch. Rockefeller también empleó en la plantilla al ingeniero que diseñó el Bataan Bridge durante la Segunda Guerra Mundial. El tremendismo del equipo vino además de la mano de los arquitectos Henry Klumb y William V. Reed, Harmon Goldstone y Wallace Harrison. La ambientación del Hotel estuvo en manos de Ann Hatfield Rothschild y Elsa Voelcker. Pero Rockefeller siguió de cerca todo, inmiscuyéndose en cada mínimo detalle. "Aquí deberán visitarnos la gente que admiro, personas exitosas, interesantes, amantes de la naturaleza, y que verdaderamente se hayan ganado el lujo del que disfrutan", dijo Laurance.

DETALLE DE LAS LÁMPARAS que adornan el comedor principal de la villa vip. Su Casa no recibió ninguna alteración hasta que murió el último de los Linvingston, a solicitud

de Clara. Rockefeller la mantuvo intacta, a modo de casa club para los golfistas. Luego -desde el 1997- se convirtió en el afamado restaurante Su Casa, dirigido por el chef puertorriqueño Alfredo Ayala, hasta el 2002.

Altísimos techos, habitaciones que se comunican entre sí, y balcones con vista al mar configuran la señorial propiedad que hoy, dentro del complejo de Dorado Beach, se constituye como la Suite Presidencial del Ritz Carlton Reserve. Una estructura que parece mantenerse -después de haberla remodelado nuevamente en 2008- intacta al paso del tiempo y del salitre, disponible para los inquilinos del lujo. Pareciera que Clara mantuvo una relación legendaria con esa vivienda, cada uno de los detalles; de las fotos que dejó, los libros que leyó y el sillón donde se sentó, se aprecian intactos. Se percibe que allí vivió los mejores años de su vida. Cuando el San Juan Star la entrevistó en 1978, expresaron en su nota como los "golfistas veían de lejos la silueta de una mujer rubia, parada entre la frontera del green del Dorado Beach Gold Course, y cercana al mar, con un enorme pastor alemán negro rodeándola continuamente; y que si se acercaban demasiado, se podían percibir sus ojos azules incólumes".

Clara fue la anfitriona de múltiples huéspedes y celebridades. Amelia Earhart fue solo una de las prominentes visitas que Livingston recibió. Luego le sucedieron los famosos ecologistas H.A. Gleason y M.T. Cook del New York Academy of Sciences, quienes condujeron estudios en el terreno sobre los recursos naturales que poseía. Clara se convirtió en la patrona ecologista de una hacienda natural, una reserva que mantenía celosamente en su estado más prístino y conservador. Así estuvo, con la fusta de capataz, durante dos décadas, dirigiendo la propiedad. Dentro de esos 20 años se enlistó en el ejército como instructora de vuelo. Su verdadera pasión. Ya de vuelta, estableció una Escuela de Aviación en Dorado. Y en esa obsesión por la aviación y la naturaleza, conoció a míster Laurance S. Rockefeller. Inversionista de riesgo, financista, filántropo, conservacionista y miembro de la tercera generación de la familia Rockefeller. La pasión por los aviones les unió a ambos, lo que creó un vínculo que fue el vehículo para que, años más tarde, Clara le vendiera la propiedad con la promesa de que man-

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tendría los recursos naturales de la zona sin alterar su estado, y sin la remota posibilidad de venderla al gobierno. Luego de las transacciones necesarias, y ya en 1984, Clara tomó su último vuelo hasta Lyme, New Hampshire, en donde vivió sus últimos días hasta que falleció en 1992. LA PLANTILLA PERFECTA "Quiero capitalizar con las fronteras de la belleza natural, asegurándome de nunca estropearlas. Tomará tiempo y dinero lograr este acuerdo entre el hombre y la naturaleza -entre proteger la belleza y estructurar las instalaciones- pero ciertamente valdrá la pena". Esta fue la filosofía de Laurance Spelman Rockefeller al momento de adquirir la propiedad en 1955, y cuya filosofía le llevó a ubicar a Puerto Rico en el mapa del lujo y del turismo ecológico. La apertura del Dorado Beach Hotel fue oficialmente en 1958, y fue un momento histórico para la Isla. Fue importante para Rockefeller preservar la autenticidad de la plantación Livingston, y para la andadura del proyecto, el millonario se

LA GRAN FIESTA 1 de diciembre de 1958. 11 millones de dólares. 136 habitaciones. 150 invitados. Fanfarrias y la élite internacional. Rockefeller hizo la gran fiesta, a lo Great Gatsby. Desde estrellas de Hollywood, hasta presidentes acudieron a la gala de apertura del Hotel. Luis Muñoz Marín incluido. El nuevo resort de lujo ecoamigable de los Rockefeller abría sus puertas y allí estaban para brindar las personalidades de la sociedad neoyorquina y más. El Dorado Beach era la nueva atracción del Caribe. Un lujo tropical. Laurence Rockefeller había fletado varios aviones para traer a los 150 invitados, casi todos sus amigos y asociados, desde Nueva York. La lista por sí sola se convirtió en noticia: "The Fabolous 150". Cerca de 300 empleados atendieron a los invitados durante aquella noche, la primera de cuatro días de celebración. La orquesta de Lester Lanin amenizó la velada, luego de que Rockefeller le escribiera personalmente a su dirección -1776 de Broadway- las canciones que quería que interpretara en la gala. Mr. Sandman era la primera, y A Pretty Girl is Like a Melody, de las últimas. El menú incluyó corazones de apio y aceitunas con zanahorias, codornices deshuesadas, arroz salvaje, guisantes franceses y aguacate. Como colofón, el gobernador de aquel entonces, Luis Muñoz Marín ofreció un saludo. Días después los diarios se llenaron de titulares; "Rockefeller lo hace de nuevo", "Sólo opulencia en el Dorado Beach de Rockefeller", "Un resort glamuroso en el Caribe", "Puerto Rico, el nuevo resort del Caribe". En efecto, Puerto Rico se presentaba ante el mundo como una gran opción a la hora de vacacionar. Aunque estaba diseñado para escapadas de temporada, el espacio se convirtió en el albergue favorito de los jetsetters. Grace Kelly, John Wayne, Joan Crawford, Elizabeth Taylor, el presidente Dwight D. Eisenhower -con su familia- e incluso los Kennedy saltaban en cuanto podían al edén doradeño, cuya reputación creció como la espuma. Eran los inquilinos del lujo. El Dorado Beach llegó a ser el resort más ecológico y lujoso del Caribe, convirtiéndose en la joya de la corona de los RockResorts. Hoy, luego de los años, de la época Hyatt, y de su reciente remodelación, Dorado Beach, A Ritz Carlton Reserve y Su Casa, se erigen dejando evidente la consigna de Rockefeller: "Al final, la tierra será la que cuente su historia y la historia de quienes le precedieron".

s Samantha N. Díaz Roberts g Suministradas/Christopher Gregory

EN EL 2008, se inició la remodelación oficial de la propiedad, hasta llegar a ser la suite presidencial del Dorado Beach,

A Ritz Carlton Reserve. La reforma se extendió hasta el 2011. Todo el mobiliario de la propiedad fue replicado exactamente según los muebles que existían cuando Clara Livingston habitaba la casa. La mueblería, toda elaborada en maderas puertorriqueñas, evoca la estética de la primera mitad del siglo pasado. En la imagen, una de las tinas de baño de la casona. Hoy, no sólo se ubican en los baños, sino también en los balcones laterales de Su Casa.

DESDE LA ENTRADA PRINCIPAL, cuyas puertas se abren de par en par, se puede apreciar la piscina de la villa,

con acceso directo al mar. Un paseo tablado conecta la piscina con la playa.

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