"El huracán nos pasó por el corazón" P.3

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A10 MUNDO

Será un nuevo éxodo.

ESPECIAL

Expertos consideran que ante la situación actual de la isla, muchos serán los que migrarán buscando un futuro más seguro. En la foto, cientos hacen fila para entrar al aeropuerto Luis Muñoz Marín en San Juan, en días recientes.

pués. No fue hasta el 28 de septiembre que la Casa Blanca anunció que levantaría las normas federales de cabotaje (reguladas por la ley Jones de 1920) y cuyas restricciones impedían que otras ayudas pudieran entrar a la isla. Esas normas de cabotaje requieren que el transporte de productos entre Puerto Rico y los estados de EE.UU. se hagan solo en barcos de fabricación, propiedad y tripulación estadounidenses. La Marina mercante estadounidense es considerada la más cara del mundo, lo que, argumentan los importadores, eleva los precios de los productos en Puerto Rico. La revocación de esa ley (que será solo por unos 10 días) no fue tan fácil. Trump denegó el pedido en primera instancia. “Tenemos a mucha gente en la industria naviera que no quiere que el ‘Jones Act’ sea suspendido”, dijo antes de partir a Indianápolis (Indiana), donde hablaría sobre su nuevo plan fiscal. Sin embargo, después de la presión de varios senadores, las miles de firmas que se recogieron en Change.org y a pedidos del gobernador de la isla, Ricardo Rosselló, procedió a suspenderla. Eso no lo resuelve todo y, mientras, la preocupación se agudiza. Entre la de todos, la mía.

THE ASSOCIATED PRESS | MH

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tar a la hermana de una vecina de mi mamá, que logró decirle que mi mamá estaba bien, y que estaba repartiendo ‘quesitos’ (un famoso postre puertorriqueño) a todo el vecindario. Eso me tranquilizó superficialmente. Pero en mi corazón sabía que las secuelas de la tormenta serían si acaso la peor parte de todo esto. Lo veo en las decenas de publicaciones de mis amigos en Facebook, los pocos que han podido conectarse. Desesperación, largas filas para obtener gasolina, hielo, agua, retirar dinero de los cajeros automáticos, hacer la compra… es una tarea que les toma más de seis horas. Sin olvidar el toque de queda impuesto por el gobierno. Eso les reduce el tiempo de la gestión y hace que los suministros se agoten desesperadamente, si es que los hay. La isla está al borde de una crisis humanitaria. Unos 7,000 contenedores con ayuda han arribado a Puerto Rico. “De esos 7,000 contenedores que hemos recibido, alrededor de 1,600 contenedores han salido de los puertos de San Juan”, dijo el director de la Autoridad de los Puertos de la isla, Omar Marrero. Según el funcionario, esos 5,400 vagones no han salido del puerto por falta de accesibilidad de ciertas vías principales tras el azote del huracán María y porque los transportistas carecen del combustible necesario para llevar la carga a su destino final. “Muchos consignatarios no han ido a levantar esa mercancía a los muelles porque no se encuentran en posición (de recibirla)”, dijo. Se reportó que los cargamentos enviados por FEMA a través de las barcazas de la naviera Crowley no pararon, llegaron con premura a sus destinos de distribución, según José Ayala, gerente de vicepresidente de Crowley en Puerto Rico. Sin embargo, la preocupación de los ejecutivos de la empresa era que la gran mayoría de la mercancía para comercios, como los supermercados, de nuevo, estaba esperando en el muelle. ¿Y la ayuda del gobierno federal? Llegó una semana des-

5 al 11 de Octubre de 2017 | Atlanta | Mundo Hispánico

Estantes vacíos. La situación ha provocado falta de alimentos en los supermercados,

escasez de gasolina y largas filas para retirar dinero de los pocos cajeros automáticos que funcionan en el área metropolitana.

No fue sino hasta la semana pasada que mi mamá logró llamarme para decirme que necesitaba baterías D, toallas limpias –porque había usado todas las que tenía para detener la inundación en su cuarto–, antibiótico en pomada, pastillas para la alergia y algo de dinero porque lo que le quedaba era un cuarto de gasolina en el tanque. Todo eso sin electricidad, sin agua, y sin poder saber cómo se encuentra su corazón. ¿Qué está sintiendo?, ¿qué pasa por su mente?, ¿cuál es su estado emocional? Para mí, como para todos los puertorriqueños que vivimos en Estados Unidos, lo

más triste ha sido sentarme a cenar en casa y pensar que mi mamá y mi sobrino no están cenando un plato de comida caliente, se están bañando con una cubeta de agua (si les queda suficiente abasto después de casi dos semanas), que están a oscuras y que, probablemente, no están durmiendo bien con el calor que produce un clima tropical en un ambiente donde quedan muy pocos arboles de pie. A eso se suma la impotencia que se siente. Puedo enviarles dinero, pero tienen que hacer una fila de tres horas para retirarlo del cajero automático. Luego, les toca-

rá otra fila de otras tres horas para poder echar gasolina e ir al supermercado y hacer otra fila más, para poder entrar y comprar víveres. Algunos no saben si van a cobrar su sueldo y cómo van a hacer frente a sus necesidades básicas. Entre ellos mi mejor amiga y la señora a la que le arriendo mi vivienda allá en la isla. Es un estado insostenible. “Esto no mejora, la situación es cada vez peor. Trato de orar y mantener la compostura, pero es bien difícil. La gente está nerviosa, asustada y cansada. Es peligroso cuando uno está en ese estatus mental. No sé cuánto más vamos

a aguantar así”, me escribe mi mejor amiga en un mensaje de texto cuando logra atrapar señal en alguna acera de la carretera que la lleva a casa de sus suegros. Y eso es la gente del área metropolitana. No quiero ni imaginarme cómo están quienes viven en las zonas rurales. Las autoridades de la isla han certificado por lo menos 16 muertes relacionadas con el azote de la bestial tormenta. Pero todos sabemos que eso no es cierto. Que hay más. Que aún se desconoce las cifras oficiales porque hay pueblos a los que la Guardia Nacional ni siquiera ha podido acceder Hoy, todos los puertorriqueños tenemos miles de preguntas y pocas respuestas. Mi llamado es un grito desesperado: Puerto Rico y las Islas Vírgenes necesitan más ayuda. ¿Cuándo se va a resolver esto? Lo cierto es que nadie sabe. Ni el mismo gobierno. Me atrevería decir que ni siquiera el presidente Donald Trump. Costará mucho. Costará tiempo. Y mientras, aquí el espíritu sigue tratando de salir a flote. Pero si de algo estoy segura es que mi gente es un pueblo resiliente. Valiente. Bravo. Que de alguna manera echará para delante. Cruzará este ‘desierto’, y, ¿saben qué? lo hará cantando. Porque así es Puerto Rico. ■


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