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A6 MUNDO

5 al 11 de Octubre de 2017 | Atlanta | Mundo Hispánico

NOTICIAS

→ CRÓNICA: Las secuelas del fenómeno también han afectado a los cinco millones que viven en la diáspora

“El huracán nos pasó por el corazón” Samantha Díaz Roberts

Samantha.diaz@mundohispanico.com

“La mitad de Puerto Rico se encuentra sin agua potable”. “Cerca de 10,000 vagones con útiles y provisiones de primera necesidad estaban detenidos en el puerto”. “Solo un 5% tiene electricidad en toda la isla”. “Al hospital HIMA San Pablo de Caguas se le agotan los recursos con gran velocidad porque tiene pacientes demás”. “El generador eléctrico del hospital pediátrico de San Juan se está quedando sin diésel”. “¡Estamos bien, estamos bien! El río se metió en casa y subió 8 pies, pero estamos bien”. “¡Despierten! Hay gente muriendo y el gobierno no lo está contando”. Leo los titulares de los últimos días en los periódicos, veo mi muro de Facebook, repaso mis mensajes de texto. Me telefoneo con mi hermana en Orlando. Se me fatiga el alma. Se me compunge el espíritu. Se me apelotona un nudo en la garganta. Me ahoga y se me aguan los ojos en segundos, así, sin darme cuenta. Trato de controlarlo con mente fría, la que solemos tener los periodistas, pero hasta mi estómago lo resiente. Es más grande que yo. Me reduce. No puedo. Llevo viviendo con estas sensaciones desde hace poco más de una semana cuando María, el poderoso huracán de categoría cinco que azotó el Caribe, hizo entrada en Puerto Rico por el pueblo de Yabucoa. Para quien no conozca la trayectoria del huracán que le baste saber que el fenómeno cruzó la ‘Isla del Encanto’ de una esquina a la otra. Toda ella

ESPECIAL

“Para los puertorriqueños que viven en la diáspora, quizá lo más complicado ha sido continuar con sus rutinas como si no pasara nada”.

si no estuviera pasando nada. Y así el segundo día, el tercero, el cuarto… Un estado emocional que no le deseo a nadie.

Un nuevo éxodo

“Los cerebros que se van y el corazón que se queda”, reza el título de un ensayo de la escritora puertorriqueña Magali García Ramis. “Cerebros”, así nos llaman a la diáspora, comprendida por los millones de puertorriqueños que han migrado en los últimos años. En esos números se cuentan los que salieron en el éxodo de los años 50 hacia Nueva York y Chicago, pero también a los 263,000 que tomaron un

Una situación preocupante. Miles de puertorriqueños enfrentan una crisis humanitaria que les mantiene sin electricidad, sin agua y en algunos casos, sin vivienda. quedó a la merced del ciclón. Estuvo 15 horas azotando la isla. ¡Quince horas! Sin piedad. Sin misericordia. Yo vivo en Atlanta y trabajo aquí en MundoHispánico. Pero soy original de Bayamón, un pueblo en Puerto Rico, cerca de un campito en donde todavía se caen los aguacates a la orilla de la carretera y pululan las gallinas por cada esquina. Pero la madrugada de ese miércoles 20 de septiembre no había ni gallinas, ni aguacates y mucho menos el pulule de algo con vida. Lo que quedaba eran los ecos del estruendo que sacudió las calles la noche anterior. Un país devastado. Así es. Lo reconozco y me duele. “Es como si un tren nos hubiera pasado por encima”, me dijo una semana después mi mejor amiga. Una semana des-

Al cierre de esta edición, solo un 5% de la población de la isla tenía electricidad y un 11% de las antenas de celulares estaban restablecidas, según la página status.pr.

pués… Porque cuando Puerto Rico despertó a su nueva realidad esa mañana, no había ni agua, ni electricidad, ni telecomunicaciones. Si acaso el calor agobiante del trópico, húmedo, chorreante… Esa mañana no entraba ni salía una llamada a la isla. Ni un texto, ni un mensaje de ‘WhatsApp’… Ni pistas de cómo estaban nuestros familiares. Así estaba yo y los cinco millones de boricuas que vi-

ven en Estados Unidos. Comencé a enviarle mensajes de texto a mi mamá que todavía reside en la isla. A mi mejor amiga, a mis tías, a mi sobrino. Una vez, dos veces, tres, cuatro, cinco, hasta doce. Nada. Cero. Ninguno, nadie, nulidad, carencia, ausencia… Era como lanzar una botella de agua al mar, a ver quién la encontraba. La angustia fue creciendo. Más bien, lo que se veía, en este lado del mundo, y en las pocas imágenes que iban bajando de las agencias noticiosas, era una estampa de destrucción inimaginable. Era como si alguien hubiera tomado la isla en sus manos, la hubiera metido en una lavadora, y la hubiera vuelto a poner en su lugar. El desasosiego me invadió. Quizá lo más complicado fue continuar con mi día como

avión entre 2010-2014, según cifras del Negociado de Estadísticas del Transporte federal y la Autoridad de Puertos. Esta cifra representa el 1.8% de la población de Puerto Rico al 2014 y es la más alta registrada en la última década, de acuerdo con el Instituto de Estadísticas de Puerto Rico (IEPR). A esos números hay que sumarle los del año 2015: unos 89,000 ciudadanos emigraron de la isla. Lo documenta el estudio Perfil del Migrante 2014, firmado también por el IEPR. Mientras, y ante la mirada impávida del gobierno de la isla, 71,297 puertorriqueños dijeron adiós en los primeros seis meses de 2015, según lo ref lejan datos de las estadísticas oficiales. Y es que es así. Seguimos migrando. ¿Por qué nos vamos? No sé si hay un momento exacto o alguna hora del día en el que lo decidimos. Pero algo hace ‘click’ en nuestras cabezas. Probablemente pasa en la madrugada, cuan-

THE ASSOCIATED PRESS | MH

THE ASSOCIATED PRESS | MH

Los puertorriqueños enfrentan una crisis sin precedente tras el paso de María.

Pérdidas económicas. Las pérdidas causadas por

el huracán María en la isla fluctúan entre los $34,000 y $72,000 millones.


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