No sabíamos que iba a pegar tan duro. Imaginamos vientos y lluvias, pero estoy segura que no tan bravos como estos. Racionalmente sabía que este podía ser el panorama. Pero no hay nada que te prepare para algo así. Sino, que lo digan los damnificados de Katrina. El país nunca había sido testigo de un fenómeno como este, por lo menos no en los últimos cien años. Nadie puede prepararse para una cosa que nunca ha vivido. El más poderoso fue el huracán San Felipe II, que arrasó la isla el 13 de septiembre de 1928 como categoría 5.
“Yo reconozco que no es todo lo que quisiéramos dar (la ayuda), pero poniéndolo en contexto, esto es una emergencia sin precedentes”.
Gobernador Ricardo Rosselló.
Zonas afectadas. Panorama de una finca en Barranquitas, un pueblo en el centro de la isla. Tras el paso del ciclón por la isla, hubo un grave deterioro de la vegetación, lo que deriva en un impacto en la fauna que la habita.
Cruzó Puerto Rico de sureste a noroeste con vientos de 160 mph. Fue sido clasificado como el más grande, violento y desastroso de todos los que han azotado a Puerto Rico. Hubo destrucción general sobre toda la isla. Causó 312 muertes y daños estimados en 50 millones de dólares. Pero parece que ese dato se nos olvidó a todos los puertorriqueños. Se nos olvidó que la historia podía volver a repetirse. Tantos años después, y después de las tantas y tantas oraciones de nuestras abuelas, el temporal llegó. Se cumplió el presagio de la famosa plena puertorriqueña (un ritmo tradicional muy nuestro): “Temporal, temporal, allá viene el temporal. ¿Qué será de mi Borinquen?, cuando llegue el temporal. ¿Qué será de Puerto Rico, cuando llegue el temporal?” Ese ritmo lo cantamos todas y cada una de las Navidades. No creo que vayamos a cantarlo en buen tiempo. Cuando las autoridades avisaron sobre el paso del huracán, lo tomamos como una emergencia, sí… pero no como algo que podría robarnos nuestra cotidianidad. Hablo por mí y por los millones de puertorriqueños que hoy están sufriendo las necedades de un gobierno estatal que no sabe manejar una emergencia
empleados claves del área de producción se ha ido, lo que dificulta el mantenimiento necesario del sistema. Entre el 2009 y el 2014, la AEE tomó 3,000 millones de dólares en emisiones de bonos, y el dinero nunca se usó para las mejoras capitales”, analizó Vélez.
Una cultura ‘huracanada’
Lo cierto es que nuestra gente está muy acostumbrada a la temporada de huracanes. Tanto, que estamos algo así como ‘amigados’ con la situación. Nos preparamos cuando hay aviso de tormenta: compramos víveres de más, llenamos el tanque de la gasolina, construimos nuestras casas de cemento, clavamos ‘tormenteras’ en las ventanas... en fin. Digamos que esperamos lo que venga con el mayor positivismo del mundo. Pero de nuevo, uno nunca está del todo listo ante un fenómeno como este.
Sin electricidad. “El 80% del tendido eléctrico está en el suelo”, dijo el secretario de Asuntos Públicos de la isla, Ramón Rosario.
de este tipo, y la inacción de un gobierno federal que llegó tarde a su rescate. La corrupción y la mala gestión administrativa del país ha tenido en mal estado su infraestructura física por años. “En términos de la transmisión de electricidad, el sistema está vulnerable”, dijo el director de la Autoridad de Energía Eléctrica, Ricardo Ramos, en una conferencia de prensa previa al paso del huracán María el pasado 18 de septiembre. Lo secundan otros analistas. “El estado de la infraestructura, por ejemplo, la energía eléctrica, el sistema de acueductos, las carreteras... todo, las utilidades públicas
han colapsado”, dice Gustavo Vélez, un economista de la isla que escribe para el periódico El Nuevo Día. “Están en insolvencia, por lo tanto, la capacidad financiera del estado de poder, en el caso de que una tormenta o huracán disloque esta infraestructura es muy limitado por no decir que cero. Así que (el país descansa) en el gobierno federal”. En el caso de la Autoridad de Energía Eléctrica, por ejemplo, “la infraestructura de producción de energía está en su peor momento, debido a la falta de mantenimiento y de personal crítico de esa corporación. Los propios directivos de la AEE han manifestado que una cantidad considerable de
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No lo vimos venir
ESPECIAL
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do nuestra mente trata de planificar el presupuesto de la semana, y nos damos cuenta de que, con lo que se cobra, no alcanza para llegar a la próxima quincena. Viviendo de peso en peso, día a día. O más bien, sobreviviendo. Nos vamos quizá fatigados por la ineficacia del gobierno y sus servicios, por el deterioro del país y por un futuro que parece incierto. La deuda millonaria que enfrenta Puerto Rico la mantiene presa. La isla vive una grave crisis económica, con una tasa de pobreza del 45% y un desempleo que dobla la media de Estados Unidos. Puerto Rico debe más $70,000 millones de dólares a bancos prestamistas. Las diferentes autoridades que llegaron al gobierno en la última década fueron señaladas de ser incapaces de solventar la economía de la isla y gastar mucho más de lo que generaban a través del endeudamiento público. Ante ese panorama, cualquiera hace las maletas. En esa mudanza, nuestra mente viaja, pero nuestro corazón se queda allá en la isla. Y esa realidad no es solo nuestra, es la que viven miles de inmigrantes. Pero la madrugada de ese miércoles 20 de septiembre, nuestro corazón y nuestra alma estaban allá. Los dos. Aquí, en nuestros trabajos, solo estaban nuestros cuerpos. Un estuche de carne y hueso atendiendo instrucciones y cumpliendo con el sistema pero con el alma partida en dos.
5 al 11 de Octubre de 2017 | Atlanta | Mundo Hispánico THE ASSOCIATED PRESS | MH
A8 MUNDO
María dejó a su paso un Puerto Rico irreconocible. Destrozado. Lugares que uno jamás pensó se inundarían, fueron sepultados bajo agua. Se reportaron, en un periodo de 48 horas, unas 40 pulgadas de lluvia, según el Servicio Nacional de Meteorología de Puerto Rico. Algunos totales superaron casi los tres pies en apenas 60 minutos. El área turística de la que tanto depende el país es una zona de desastre. Y así con casi todo lo demás. Y siguen pasando los días… Apenas he podido comunicarme con mi mamá, una maestra del sistema de enseñanza pública del país y que nos crió sola a mi hermana y a mí. La primera vez en esta semana se nos cortó la llamada. Alcanzó a decirme que estaba “bien”. Que se “le había explotado una ventana de la habitación y se le había inundado el cuarto pero que “estaba bien””. Tuve que conformarme con esa información. Y esperar. Al cabo de otros tres días sin saber de ella, mi desesperación aumentó pues las imágenes de los destrozos que íbamos obteniendo eran apabullantes. Como hijo, uno siempre sabe que los padres suelen quitarle hierro al asunto. Así que la incertidumbre fue en aumento. Después de varios intentos, logré contac-
Racionan alimentos.
Empleados de un hospital en Cataño, un pueblo de la isla, racionan suministros donados al centro de salud para poder ofrecer a sus pacientes.