HISTORIAS CON ORTOGRAFÍA Uso de
CURSO 2.012 - 13
Alumn@s de 3º de EP CEIP SAN JUAN BOSCO – San Carlos del Valle
Uso de
- Se escribe c en los sonidos ce y ci: cero, cig端e単a - Se escribe z en los sonidos za, zo y zu: Zaragoza, cazo, zueco
EL CIEMPIÉS DE 97 PATAS
José Campillo Mateos – Cáceres
EL MILLONARIO
Ramón Kevin López Armas
EL HOMBRE QUE COMÍA RARO RUP Y SUS AMIGOS
Lorena Martínez Artesero
María Mateos de la Higuera Torrijos
EL CIEMPIÉS DESPISTADO EL NIÑO DE LA MALA SUERTE LA BODA
Álvaro Soler Álvarez María Teresa Torres Torres Ainhoa Torrijos Torres
LA CERILLA GRANDE PERDIDA
Alfonso Vinuesa Delgado
PALABRAS CLAVE aceite, ciempiés, cerilla, paciencia, amanecer y cirio Otras palabras que también cumplen la regla mp/mb, aparecen destacadas en color marrón.
EL CIEMPIÉS DE NOVENTA Y SIETE PATAS
Hace mucho tiempo, un día al amanecer, había un ciempiés muy contento por tener cien patas. Cuando se levantó a desayunar se le cayó el aceite verdoso y le quemó tres patas, entonces se puso muy triste. Se dijo asimismo: ¡ten paciencia!
Un día fue a un castillo donde había un gran escarabajo mago que utilizaba un cirio mágico para conceder grandes deseos. Le pidió que volviera a tener otra vez cien patas.
Se fue a su casa a preparar la comida. Cogió una cerilla de madera con mucho cuidado de no quemarse más patitas. Comió y se fue a echar la siesta para ver si cuando se despertara tenía ya todas sus patas. Cuando se despertó vio que ya estaba enterito gracias al escarabajo y se quedó con cien patas, fue más feliz que una perdiz.
José Campillo Mateos-Cáceres
EL MILLONARIO
Había una vez un hombre que tenía 32 años, era alto, rubio, guapo y millonario. Vivía en Italia pero viajó a España para comprarse una mansión. Cuando pasó al jardín se dio cuenta que había un ciempiés verde como la hierba y con mucha paciencia, quemándole con una cerilla grande, le mató. El italiano se compró la mansión en España dándose cuenta que en este país había mucho aceite de oliva, bueno para la salud.
Al amanecer, decidió montar un negocio de vender aceite para ganar más dinero. Fue a la iglesia, donde encendió muchos cirios para agradecerle a Dios el haberle ayudado en su negocio. Al final, el millonario donó parte de su dinero para ayudar a los niños pobres.
Ramón Kevin López Armas
EL HOMBRE QUE COMÍA RARO
Había una vez, un hombre llamado Max al que le gustaba desayunar ciempiés con aceite, fritos. La gente le preguntaba: - ¿Por qué desayunas ciempiés con aceite, fritos? Y él respondía: - Porque vi en la tele que comer así, es bueno y saludable.
Un día fue Max fue a la iglesia y una mujer dijo: ¡Aqui viene el “acipies” a ver el cirio! Toda la gente lo escuchó y lo echaron afuera, porque les daba miedo por si contagiaba algo malo. Max se lo tomó con paciencia, aunque estuviese algo enfadado.
Una semana después, Max se dio cuenta que le estaban saliendo manchas rojas y negras en los dientes, que parecían los de una bruja. Cogió una cerilla muy gorda y empezó a rascarse los dientes.
Fue al dentista y le dijo que era de comer ciempiés con aceite fritos. Le recomendó unas pastillas.
Un amanecer se miró los dientes y ya no tenía nada.
Al final ya no volviĂł a comer ciempiĂŠs con aceite fritos.
Lorena MartĂnez Artesero
RUP Y SUS AMIGOS
Erase una vez un ciempiés que todos los días al amanecer le ocurría algo, mejor dicho, vivía aventuras fascinantes.
Su primera aventura empezó cuando el ciempiés Rup discutió con su amiga Cienlina. Le ocurrió esto:
Estaban cocinando y Cienlina no soportaba el olor del aceite tan amarillo y horroroso, entonces Rup le echó sin querer y dejaron de ser amigos.
Otro día Rup estaba paseando por el jardín Tirpul. Conoció a Cerilla, un arbusto muy chiquitito, como un gatito, y que no tenía paciencia ninguna. Se encontraron con un cirio pascual que se le había caído a un cura muy conocido que se llamaba Ajendriselgum.
Cerilla y Rup por fin lo encontraron y le dieron el cirio pascual a Ajendriselgum, que se puso muy orgulloso porque Cerilla y Rup hab铆an encontrado su cirio pascual. Rup se despidi贸 de Cerilla. Rup fue a la casa de Cienlina y volvi贸 a ser su amigo. Rup, Cienlina, Cerilla y Ajendriselgum continuaron sus aventuras.
Mar铆a Mateos de la Higuera Torrijos
EL CIEMPIÉS DESPISTADO
Había una vez un ciempiés que vivía en una iglesia. Siempre se escurría con las manchas de aceite, día y noche lo pasaba muy mal.
Un día, al amanecer, cuando se iba a trabajar, una cerilla larga le impidió el paso. Se fue por otro camino, pero la mala suerte le persiguió y casi lo parte en dos un cirio grande que se le cayó al cura.
El ciempiés se fue a su casa con mucha y requetemucha paciencia. Cuando llegó, se encontró con un cartel que decía ¡DESPISTADO! El ciempiés empezó a llorar, el cura que pasaba por allí lo pisó. ¡CATAPLÁS! El ciempiés se quedó espachurrado y se quedó tan rojo como un tomate.
Lo vio el cura y se meó de la risa, como tenía que dar misa se tuvo que cambiar de pantalones.
Álvaro Soler Álvarez
EL NIÑO DE LA MALA SUERTE
Había una vez un niño que se llamaba Juan y vivía en lo alto de una colina. Le gustaba mucho el sol al amanecer, tan brillante como el oro.
Un día vio un ciempiés pequeño y se lo quiso quedar. Sus padres no le dejaron quedárselo, porque a la madre le daba alergia y no tenía paciencia con los animales y mucho menos los bichos asquerosos.
El padre fue a la cocina, cogió el aceite y una cerilla y le dijo a su hijo que como no se lo llevase lo iba a matar.
Juan fue a rezar a la iglesia y vio un enorme cirio que le gustó mucho. Juan le preguntó al cura que donde lo había comprado y el cura no le respondió porque era un secreto. El niño se puso a llorar.
María Teresa Torres Torres
LA BODA En New York, hubo una boda el día 27 de mayo, del año 2.007, los afortunados se llaman: “Cecilia y Cecilio”. Se apostaron el 30 de abril que no se hablarían más porque si no iban a contarse los trajes. Llegó el día 26, Cecilio no durmió en toda la noche entre que le hicieron una fiesta hasta las tres de la mañana. De las tres a las cuatro se duchó, tardó media hora en dormir y a las cinco para la peluquería. Llegaron las once y empezó la misa, había un cirio pascual, tenía muy poca cera y ¡plasssssss!, la vela se apagó. Tres niñas tontas dijeron ¡mua, mua, mua, mua, mua!, después se rieron y salieron corriendo, el coro cantó una canción y la misa se acabó. Cuando fueron a montarse al coche para hacerse las fotos iban tranquilos, había una cuesta abajo, un ciempiés alargado se había tomado el aceite de alimento, iba enganchado absorbiéndolo y casi se estrellan. Pensaron quedarse sin fotos relucientes como un resplandor pues lo que hicieron es irse al restaurante sin fotos. Todos enfadados iban yéndose, fueron a hablar con las personas que llevaban el restaurante y
les habían robado la comida. Compraron una tarta riquísima, después de tener paciencia, encendieron las bengalas relucientes con una cerilla amarillenta como un limón. La tarta estaba riquísima, era de nata con chocolate incrustado en las fresas.
Estuvieron en la discoteca hasta las seis menos cuarto y se fueron a ver el amanecer contando: diez, nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres, dos, uno… innición. Ainhoa Torrijos Torres
LA CERILLA GRANDE PERDIDA
Ayer, en misa, el cura no pudo encender el bonito cirio porque no encontraba las cerillas grandes y se puso muy nervioso. Cuando estaba a punto de perder la paciencia las vio en un cajón. Las abrió y dentro había un enorme ciempiés verde como un pimiento, que estaba muerto. El cura exclamó: -¡Se habrá muerto este bonito amanecer! Un monaguillo le dijo que lo metiera en aceite de oliva para conservarlo. Así lo hicieron.
Alfonso Vinuesa Delgado
SAN CARLOS DEL VALLE
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MARZO DE 2.013