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ACTIVISMO
CÓMO SE REGULÓ EL CANNABIS EN AMÉRICA LATINA
pudieran contraer matrimonio, como cualquier pareja heterosexual.
Lo guay de Uruguay
Por entonces la marihuana era parte del paisaje y de los aromas en los espacios públicos de Montevideo. Se olía, todavía se huele marihuana en los estadios de fútbol, en las afueras de los centros de enseñanza secundarios y universitarios, en la noche, en los bares, en las discotecas, en las playas, en parques y plazas, los porros ya no molestaban a casi nadie, una generación normalizó el cannabis, desde entonces ya nada sería lo mismo.
No fue Holanda, ni tampoco España, no fue Estados Unidos, ni Portugal. Un país ignoto legalizó la marihuana desde la semilla hasta el picador. La génesis de este movimiento tiene que ver con la política uruguaya y la inserción de los movimientos sociales, también con la cruda represión de las dictaduras y un presidente fuera de serie, además de un contexto de violencia extrema en América Latina. Mark Eisberg Uruguay es un país muy influenciable por los contextos históricos, una esponja política. En los setenta no fue ajeno a la lucha de las guerrillas y a las consiguientes dictaduras. Fue el tiempo de José Mujica, el mítico presidente que eligió regular las drogas antes de pelear una guerra
El asunto siempre fue serio y clandestino. Algunos empezaron a plantar por aquellas épocas. Lo hacían con las semillas que sacaban de los finos cogollos que llegaban de Brasil, conocidos, por su forma, como camarâo, camarón, variedad emparentada con la Manga Rosa, una
narcotráfico, que por entonces empezaban a ser desmenuzados con el Plan Colombia al norte del continente. Las palabras de aquel presidente fueron suficientes para que en los medios de comunicación el tema empezara a discutirse, entre declaraciones de detractores y aquellos que creían en la importancia de legalizar las drogas. El ministro de la Suprema Corte de Justicia de entonces, Gervasio Guillot, dijo que la idea de Batlle era buena y que había que comenzar con la marihuana, entre otras cosas porque se estaba criminalizando a una creciente porción de los jóvenes, sobre todo en las ciudades más grandes del país. Algunas juventudes políticas empezaron a tomar el tema nuevamente, pero era un asunto del que los mayores huían, porque calculaban con mirada electoralista y preveían un golpe en la opinión pública si se posi-
Cultivadores uruguayos.
Manifestación después de
Foto: Mauricio Nieto Rocha.
la aprobación de la ley en Uruguay
que ya sabía fracasada. De la otra, la de los setenta, estaba convencido. Desde los años 60 fue guerrillero, su grupo político armado, los Tupamaros, quería el socialismo y la liberación. Los exterminaron. Mujica recorrió los pozos de los cuarteles de todo el país durante 13 años. Padeció torturas, aislamiento y todo tipo de privaciones, como cientos de miles por aquella época en América Latina. Salió de la cárcel probablemente transformado, seguro de que todavía había cosas por hacer, pero sin armas. Desde entonces pelea con la palabra exclusivamente. Mientras Mujica estaba en esos calabozos, la dictadura permitió el consumo de drogas. Los militares, entre copa y copa, toleraban la cocaína de los adultos en balnearios y barrios de lujo. Pero crearon una policía antidrogas para perseguir a los pocos jóvenes, particularmente a los hippies, que muy de vez en cuando podían acceder a algún porro, en Uruguay había muy pocos usuarios de marihuana. Por entonces, ni siquiera había dealers en las ciudades uruguayas. Grupos de amigos, sobre todo artistas y su circulo social cercano, juntaban dinero y se iban a Brasil a buscar porros. Eran solo unos pocos que practicaban tal aventura. Miles de personas pasaron por hospitales psiquiátricos y torturas policiales, por haber fumado un porrito en aquella época.
Los grupos políticos juveniles adscribieron la necesidad de un cambio en el paradigma de respuesta estatal a las drogas. Y nació también el movimiento cannábico. El Frente Amplio llegó al gobierno un marzo de 2005, por primera vez esta fuerza, nacida en 1971, se hacía con el poder ejecutivo. Y lo hizo con el trasfondo de la peor crisis económica que recuerden los que viven en la orilla oriental del Río de la Plata, el que separa Argentina de Uruguay. En mayo de 2005 un mail empezó a recorrer computadoras en Montevideo, la idea era juntarse para fumar un porro públicamente en el malecón de la capital uruguaya. Y así lo hicieron. Algunos incluso vestían pasamontañas, aquello parecía un acto zapatista. Eran pocos los que se sentaban en el lugar indicado, los más se quedaban cerca, encendían sus petas y miraban cómo los noticiarios entrevistaban sobre todo a un hombre que tenía un cartel colgando de su cuello. Era Juan Vaz, cultivador y desde entonces activista. Poco después los cultivadores empezaron a salir del closet. Plantatuplanta fue la primer asociación netamente cannábica. A
Sativa fragante, de tonos morados a rosa, posiblemente fue traída por los portugueses en la época colonial. Pero plantaban y nadie sabía cuándo cortar la planta, ni cómo fumarla. Los cultivadores de la época, probablemente los podrías contar con los dedos de las manos y tal vez los pies, no más. Mientras en Europa la movida subterránea de la marihuana crecía, en América Latina estuvo cada vez más prohibida, hasta hace poco, muy poco. Unos diez años en Uruguay. En los años 90 varios movimientos tímidamente reclamaban la legalización de la marihuana, nadie ponía el asunto en la primera línea de las reivindicaciones, pero flotaba. No había un movimiento cannábico, solo algunos profesores de Derecho liberales, un puñadito de médicos, algunos jóvenes que militaban en el Frente Amplio, la coalición de las fuerzas de izquierda uruguaya, otros políticos de cuño liberal de los partidos tradicionales y poco más. En el año 2000, un liberal de talla en las arenas políticas del Uruguay, el por entonces presidente Jorge Batlle, dijo públicamente en Chile que había que legalizar las drogas para no seguir aumentando el poder de los carteles del
Un grower uruguayo probando su cosecha. Foto: Mauricio Nieto Rocha
cionaban a favor de legalizar. Además, la mayoría de esos políticos añosos estaba francamente en contra de tal cosa. La marihuana, su uso y la necesidad de que terminara la estigmatización contra el usuario, empezaron a ser banderas políticas de los jóvenes que se izaban cada vez con mayor frecuencia en este país de tres millones y medio de habitantes, más otro medio millón fuera de fronteras. No era la única bandera, también pedían que la mujer pudiera resolver si abortar o no, y que dejara de ser un crimen o que las personas del mismo sexo
partir de su foro en internet comenzaron a asociar cultivadores. Por entonces, la reivindicación era bastante seminal, simplemente “no más presos por plantar”. Pronto los cultivadores vieron la oportunidad de trabajar con los grupos políticos juveniles del Frente Amplio. Así nació el Movimiento por la Liberación de Cannabis, que también reunía a grupos barriales y fue congregando cada vez más interesados en derribar el tabú, de una u otra forma, una que ni siquiera se podía poner en palabras, pero todos la llamaban legalización. Y se pusieron en campaña para ello.