Santander
Imaginario
-Noviembre 2010-
Nยบ 6
Editorial
Maldito invierno. Los días son más cortos, el curro más duro, las chicas más frías y sus faldas más largas. El frío se nos ha ido metiendo hasta la cocina. Por eso es el momento de preparar comida con imaginación. De primero, unos entremeses variados de historias breves; como plato fuerte un buen relato central con foto de calidad. Y de postre, un microrrelato recién sacado del horno, aunque para eso tendremos que esperar al día uno, día en que el jurado de Sol cultural dará el fallo. Debido a un error de maquetación en la publicación de Octubre, el relato “Blanco y Negro de mujer con trenzas” apareció sin autor. Pedimos disculpas a Carlos Delgado por el descuido. Si te has quedado con hambre p u e d e s re bu s c a r e n nu e s t ra despensa, algo encontrarás:
Solución rincón perdido nº5 Otra vez Viernes. Y otra vez ir a mi tierra para el fin de semana. Otra vez en autobús. Las 5 menos cuarto. Y yo otra vez llegando tarde. Cuando bajo Sotileza siempre me viene a la mente la imagen de Pereda, con su atuendo de señorito, el bigote y la perilla perfectamente recortados, y su sombrero, paseando por el centro del comercio de aquel Santander del siglo XIX. Y casi puedo ver los fragmentos del Cabo Machichaco volando por los aires.
Santanderimaginario.blogspot.com Javito, Lalo y Franto
Fotografías de Portada, de contraportada y de “Cumpleaños” cedidas por Javier Vila y La caverna de la Luz. Fotografía de “Tira y Empuja” cedida por Luna. Fotografías de “Sol y Acero” y de “Reflexión” cedidas por Sergio Jato y El Plenilunio.
Juzgar Iba esposado. Acompañado de un policía a cada lado, le dirigían a la sala de juicios donde se haría justicia... o al menos eso pensó el. Ahí se encontraba el, en la sala segunda de lo penal de la audiencia provincial de Cantabria. Tantas veces había pasado por ahí delante para comerse un pincho en la cafetería de la facultad de medicina, nunca hubiera imaginado acabar ahí dentro, y menos de esta manera. Se sabia inocente. Le daba igual que en los medios dijeran que era un presunto asesino ¿y por qué no imputado de asesinato? -reflexiono el detenido- al menos eso suena menos “culpable”, aunque claro de esa manera la historia vendería menos. Y entro en la sala. Miro al juez, el cual mostraba una mezcla de seriedad e indiferencia. Miro a la fiscal, era una mujer con aspecto de saber muy bien lo que hacia – ¿si tanto sabe lo que hacia por que me acusa de asesinato?, se dijo a si mismo -. Miro a su abogada, una chica que se la veía un poco nerviosa pero muy competente – ¡¡espero que sepa lo que hace mejor que esa harpía de fiscal!!-. Y por ultimo miro al jurado....
Uno por uno, le dirigían unas miradas de odio que venia de lo mas profundo de cada uno de ellos. -como me pueden odiar tanto, no me conocían, ni tan siquiera se ha celebrado el juicio, ¡¡y que ostias!!, ¡¡ joder que yo no lo hice!!-. Todo daba igual ya, las pruebas que se presentaran, los testimonios, o mejor dicho aun, la falta de pruebas de que el lo hubiera hecho... Todo daba igual, por que esas personas, encargadas de decidir si queda probado o no que aquella persona hubiera matado a otra persona ya habían decidido. Quizás había sido Ana Rosa Quintana, o la Campos, u otra cacatúa de turno, quienes sin conocer ni de lejos lo sucedido ya se habían puesto a comentar alegremente sobre lo malo que era y sobre cuantos años debían caerle. Y es que en este país se juzga muy fácilmente... cuando se quiere claro. Iba esposado. Acompañado de un policía a cada lado, le dirigían a la sala juicios donde se haría injusticia.
Oliver
(a6) A4 Halloween I. Comenzó oficialmente el 8 de Octubre de 2010. No hay más que leer los periódicos de dicha fecha, si es que todavía queda alguno por aquí. Ese día fue cuando el ejército cerró los accesos a la ciudad, pero realmente las cosas empezaron un poco antes. El Diario lo llamó, de manera un poco teatral ‘El virus de Halloween’, porque fue la noche del 31 de Octubre cuando entraron en Valdecilla los primeros casos. Al principio los síntomas p a r e c í a n s i m p l e s s h o c k s , c o n desorientación, y dificultad para recordar qué hacían allí o reconocer a los amigos y familiares que los habían llevado a Urgencias. Después, todo pasaba bastante rápido, y no era nada agradable. A los enfermos les salían manchas en la piel, y se les caía el pelo en cuesSón de horas. Sangraban por nariz, ojos y oídos, y finalmente morían gritando. Las primeras autopsias no pudieron revelar nada porque cuando abrieron los cadáveres, todos los ó r g a n o s i n t e r n o s e s t a b a n deshaciéndose. Al principio las autoridades –la policía n a c i o n a l , l a g u a r d i a c i v i l , e l ayuntamiento, el gobierno‐, optaron por poner en cuarentena a todos los que se habían relacionado con los pacientes, aunque pronto se vio que esa medida no fue eficaz. La gente enfermaba de forma aleatoria.
R á p i d a m e n t e , l o s c i e n Y fi c o s e n c a r g a d o s d e l c o n t r o l d e enfermedades se dieron cuenta de que el virus de Halloween no seguía ningún patrón específico. Entraba una persona de la zona centro, tres de la calle San Fernando, dos de La Albericia. Sin ninguna similitud de localización, edad, grupo social, o hábitos. Las autoridades decidieron atribuir las muertes a un nuevo brote de gripe A mientras intentaban encontrar una solución, pero los casos aumentaban de tal manera que el día 7 fue imposible contenerlo más, y la noScia saltó a los medios. El Diario le puso nombre al brote, y los accesos por carretera, aire, y mar fueron cerrados. Sin tardar mucho empezó a aumentar el número de infectados de tal manera, que en todo el mundo conocía a alguien que acabó en el pabellón 12, lugar que habilitaron como zona de seguridad. En cuatro días la población de Santander se redujo en una décima parte, y ya nadie salía de casa. Se recomendó el consumo de conservas y de agua embotellada, y evitar en todo lo posible salir a la calle. En la tele, se alternaban los boleSnes informaSvos con las disputas políScas entre los diferentes parSdos, pero nadie sabía muy bien lo que hacer. Muchos intentaron irse de la ciudad, pero los soldados que controlaban las carreteras lo impedían por las buenas. O por las malas. Las poblaciones limítrofes como Bezana, Maliaño, o Somo quedaron
completamente desiertas. La mayoría de sus vecinos prefirió irse lo más lejos que pudo. Alguno que otro murió del virus, pero la gran mayoría se salvó. Parecía que solo atacaba a la gente de Santander. Quince días después, sólo quedaba la mitad de habitantes en la ciudad, y pocos se preocupaban ya de reSrar los cadáveres de la calle y de las casas. La comida y el agua empezaron a escasear, y tuvieron lugar los primeros saqueos. Los ciudadanos pasaron de morir sólo por el virus a hacerlo por conseguir los víveres que lanzaba el ejército desde el aire ‐y que se quedaban las bandas organizadas que comenzaban a ocupar el centro de la ciudad‐, gasolina o, directamente, suicidándose. Un mes después, las muertes por el virus de Halloween empezaron a estabilizarse, y ya sólo morían unas decenas por día. Fue cuando la gente comenzó a salir a la calle, a intentar conseguir algo para comer. Las raciones de campaña que llegaban desde el aire tenían un precio desorbitado en el mercado negro. Empezaron a aparecer huertos en los tejados de los edificios, p a r q u e s y r o t o n d a s , p e r o n o conseguían aplacar el hambre de todos. En Noviembre, una filtración a una página web extranjera desató la alarma y la ira del país. En ella, aparecían unos documentos del Centro Nacional de Inteligencia avisando de que alguna población española podía ser objeto de terrorismo biológico, y aconsejando
hacer algún experimento para mejorar la respuesta. Los biólogos del CNI d e s a r r o l l a r o n u n a b a c t e r i a te ó r i ca m e nte i n o c u a , q u e s o l o provocaría un leve sarpullido en la piel, y que no se transmiSría de persona a persona. Tan sólo a los que tuviesen cierto gen del cromosoma XV recepSvo. Por úlSmo, agentes de inteligencia se encargaron de fumigarla disfrazados de operarios de limpieza en una ciudad al azar. Después, tendrían que evaluar la respuesta sanitaria global. Finalmente, desde el CNI redactarían un informe de contramedidas. Pero algo salió mal. Tan mal que ni los mismos biólogos supieron qué había mutado para que las bacterias fuesen tan agresivas. Tan mal que no sabían muy bien cómo actuaba la nueva cepa, ni cómo se transmiYa ahora. En la ciudad corrió el rumor de que las bacterias entraban a través de las córneas, y los más desesperados llegaron a sacarse los ojos. II. Antes de todo esto yo era profesor de matemáScas en el insStuto Santa Clara, y como todos, me había pasado los días en casa desde que las primeras muertes aparecieron en la prensa. Afortunadamente, no tenía ningún síntoma de la enfermedad. En un primer momento hice acopio de todo lo que me quedaba en los arcones, y lo puse bajo llave intentando racionarlo. Coloqué el sofá delante de la puerta por si alguien intentaba forzarla, y sólo
abrí a los vecinos de confianza, cuando querían realizar algún trueque. Según mis primeros cálculos, tenía víveres asegurados para cinco semanas. A medida que la canSdad de comida d i s p o n i b l e d i s m i n u í a , y o m e preocupaba más. La situación no tenía pinta de ir a mejor, así que habría que salir a la calle antes o después. Cuando acabé mi úlSma lata de maíz para ensalada, tome la decisión: Bajaría a la calle, una hora como máximo, pero haría falta un poco de protección. Cambié una de las cazuelas por el palo de hockey del vecino, y con cinta americana coloqué uno de los cuchillos que me regalo mi madre en la punta. Me abrigué bien, me tapé nariz y boca con un pañuelo, y salí por la puerta. Bajé al portal de mi casa, y me encontré con la Plaza de las Cervezas desierta. Habían saqueado todos los locales de los bajos, dejándolo todo lleno de cristales y revuelto. Llegué con cuidado hasta la Senda de comesSbles de la esquina. Nada. Bajé andando por la Alameda en dirección a la calle Burgos. A lo lejos, vi a alguna gente correr, y escuché algún Sro aislado. Decidí probar suerte en lo que había sido un restaurante japonés. Abrí la puerta con cuidado, encendí la linterna y me dirigí a la cocina. Fue entonces cuando escuché un ruido, y me puse a cubierto, con mi improvisada lanza apuntando a la puerta. Para mi sorpresa apareció Victoria.
Todavía estupefacto, la grité: ‐
¡No te asustes! ¡Te conozco!
Ella pegó un salto hacia atrás, gritando y tropezándose con los restos de sillas y mesas que no habían podido llevarse los saqueadores. Me acerqué a ayudarla, pero ella gritó. La dije: ‐
¡Victoria! ¡Soy yo, Juan, el delegado de tu clase de la universidad!
Victoria, sin dejar de temblar me miró detenidamente. En cuanto me r e c o n o c i ó , r e s p i r ó c o n m á s tranquilidad. ‐
Me has dado un susto de muerte, Juan. Hace mil años que no te veía y apareces así de repente…
‐
N o t e p r e o c u p e s , e s t o y buscando comida, como tú. ¿Queda algo?
‐
Nada, se lo han llevado todo‐ Dijo tristemente.
Victoria se sentó a mi lado, abaSda. Seguía igual que siempre, morena, con el pelo largo recogido en una coleta, delgada. Ella siempre lo fue, pero todos lo estábamos ahora. Comenzamos a charlar. Me contó que al final se casó
con SanS y tuvieron dos hijos. SanS, ya re c u e rd o . A q u e l l a m o nta ñ a d e musculitos con poco cerebro. Por aquella época, todos los compañeros lo intentamos con Victoria, pero fue el estúpido ese quien se la llevo. ‐
¿Qué fue de SanS?
‐
El Halloween, ya sabes.
AsenY. De repente, ella, con una Ymida sonrisa, me pidió que la acompañara a casa. Que bastantes sustos había tenido por hoy, y que necesitaba un hombre a su lado. Yo acepté sin dudarlo. Salimos del restaurante japonés, giramos a la derecha y comenzamos a subir la cuesta. Entramos en un portal cercano de la calle Alta, y subimos las escaleras hasta un tercer piso. Ella llamó, y un chico de unos trece años abrió la puerta. Victoria se giró. Me miró, y me dijo: ‐
¿Quieres pasar, Juan?
Yo, extrañado, me acerque. ‐
¿Y eso?
‐
Verás, una mujer Sene sus necesidades.
Realmente, todos las teníamos. Además, no sabíamos si mañana íbamos a estar aquí, ¿no? Así que crucé
la puerta, acaricié el pelo al chaval que me miraba serio con la mano en el pomo, y seguí a Victoria hasta su dormitorio. Me quité la cazadora. ‐
Y bien… ¿qué necesidades son esas? –Pregunté mientras ella se sentaba en la cama.
De repente, alguien detrás de mi me cogió por el cuello y empezó a estrangularme. Intenté escapar, pero fue imposible. La persona que estaba detrás de mi tenía unos músculos de acero, que hacía que me fuese quedando sin aire poco a poco. Vi a Victoria sonreír, y decir ‘aprieta más fuerte’. Me desplomé. Lo úlSmo que pude ver fue una montaña de músculos sin ojos que decía: ‐
Cariño, cada vez cuesta más conseguir carne fresca. Monet.
Un Corazón en casa De la pared nace una viga que viene a morir a mis pies desnudos. Esquinado tras ella, he sentido un corazón que late en el eco mi cuna. Su densa presencia concentra la carga en un punto; son excesivos kilos de soledad gravitatoria los que sangrarán las grietas, derrumbando el amanecer de mis delirios funambulistas. Caerán entonces las liras por tu amor, como lluvia de atajos hacia luna nueva. Corazón de alga Siento el peso del corazón, se ha escondido tras las algas. Ha comenzado su cristalización oceánica; metamorfosis del rojoazul lo se por los pinchazos que decaen bajo la piel lo se por su calma antisocial , lo se, porque está preparado el contenedor de corazones donde irá a parar. No puede sentir. No - no, no puede sentir! No Puede
Exposición al Sol de un cadáver Se ha acartonado un corazón , en el interior de los huesos, ahí está, quemado por el desierto, pidiendo aún agua. Sus huellas lo han marchitado. a su lado, qué paradoja, un reloj de arena dicta el tiempo para la última espiración. La expiación de los pecados será por fin su descanso.
Jana de Luque
Intentan rasgar el éter
El cielo nos sorprendió Y celoso del amor Rasgo su azul pecho
Que hemos creado Locos elementos
El viento suave sintió De la fusión ardor Trizas se ha hecho
En tu tormenta Se impone calma Con la dulce nana
Podemos ser En cristal, vaho Podemos ser Sol y acero Poder anterior Poder creador Poder Que será Que tendrá Qué… No hay lugar para dudas No quiero romper el velo Es tan fácil… Tu y yo
Esta pasión sustenta Y es potente amalgama Herida que todo sana Sol y acero Sol y acero Amor y cuerpo
Me enteré pasado el tiempo Que una bandada de golondrinas Perdió su rumbo, su horizonte Venidas a posarse a nuestro lecho Que tendremos amada Entre nuestros pechos Que infringe a los elementos Locura transitoria En esta pequeña historia Be!so
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CumpleaĂąos Hoy me he puesto guapa. He quedado contigo. He escogido mi vestido mĂĄs bonito. Y me he levantado temprano para que me de tiempo a alisarme el pelo, a pintarme el ojo.
Hoy tengo que contarte muchas cosas, contarte como ha ido todo en los últimos meses. Me he estado preparando para este momento los últimos días. Lo imaginaba, una y otra vez en mi cabeza. Lo último en lo que pensaba al acostarme, lo primero, al inaugurar el día. Dicen estos que ya no se me ve nunca por Tetuán, ni la Calle del Sol, ni por ninguna de esas calles por las que tantas veces pasamos juntos. La verdad es que he salido poco últimamente, no sé si porque me sentaba en casa esperando a que volvieras, o por el miedo atroz que me daba salir a la calle y encontrarme contigo. Me he convencido: no quiero que me veas triste. Esta vez no voy a llorar, a pedirte que vuelvas, a poner esa cara tan triste de las últimas veces. Por eso, me he puesto guapa. He desenterrado mi mejor sonrisa. Es así, fuerte, segura, cómo quiero que me veas. Quiero que al despedirme, te quedes convencido de que todo me va bien, de que lo he superado. Salgo de casa, no se si sabes que todo en el barrio está como siempre. Excepto porque se quemó el 43. Busco mi coche, aparcado frente a La Bodega.
Me subo. Trato de concentrarme en la música que suena en la radio fingiendo no reparar en que mi corazón late cada vez más deprisa. Dudo de mí, de nuevo voy a estropearlo. No voy a llorar, se me correrá el rimel. Dejaré de estar guapa. No es así como quiero que me veas… Mis pies avanzan ya por el camino recién asfaltado que recorro como un autómata. El po-pom de mis latidos lo inunda todo. Percibo un intenso olor a mar. Avanzo, sin mirar a los lados, hasta estar justo delante de ti. De nuevo es veintinueve de Octubre, ¡qué rápido se ha pasado el último año!. Las lágrimas brotan en cuanto estoy delante, parada, viendo tu lápida. Releo cada letra blanca tallada en el mármol, mientras trato de obligarme a dejar de llorar. Otro cumpleaños en el que he vuelto a estropearlo todo. Heidi
TIRA O EMPUJA Había una vez, un diario envasado al vacío. Eran unos días tan largos con noches tan eternas, que fueron veces las que reclamé un anSbióSco que medicara mi descanso. Hundí mi cara en la almohada para al fin concluir que puedes opinar lo que quieras, que yo hornearé la moraleja que a mí me de la gana. ¿Por qué no me abres? Yo te dejo vivir y tú facturas mi vida. No acostumbro a pasar sin llamar. Tu acuarela es azul y la mía naranja. Ni tú ganas, ni yo pierdo. Aquí paz y después gloria.
Tu llave aún se pierde entre mi bolso.
Si no cuesSonas mis senSmientos, ni interrogas mis “idas y venidas”, no censuraré tus ataques de celos y te haré un hueco entre las cosas del querer.
¡¡Déjame entrar!!.
No me cronometres y yo te daré ventaja.
Se acabó.
Desconozco lo que durará mi independencia, ni siquiera lo que tardaré en sumergirme en el laberinto de tus dominios, hasta entonces me regalaré el placer de quererme a mí misma.
Me cerraste la puerta. Entré por la ventana.
¿Y por qué no? Busqué en el fondo de mi armario alguna camiseta sin estrenar, porque las veces que me mirabas lo hacías de reojo. Y me brindaste media sonrisa. Disimulaste tu ya famoso “querer y no poder”. Me propusiste citas con linternas escondidas para solo dar uso en caso de emergencia. Te despistaste y dejaste una llave en el felpudo. Bajaste la persiana a los curiosos. Quisiste jugar. Y Jugamos.
Descuidé una nota en tu mesita. “No correré el riesgo de enamorarme o de quererme casar conSgo”. Para que la cosa de “te echo de menos” no se convierta en ruSna. Para que los nervios de volver a verte sigan siendo bonitos y no se ahoguen. También lo podemos dejar para otro día. Me voy del barrio.
Luna
¿Por qué debemos nombrar todas las cosas?
Reflexión
Necesitemos una palabra que nos de la tranquilidad de conocer algo, pero que pasa con esas experiencias, sensaciones… que nos cuestan tanto definir. Incluso hay alguna que serías incapaz de hacerlo. No se puede encerrar una sensación indescriptible en una sola palabra. Quizás el culpable sea este ordenado mundo lleno de reglas, sintiendo el hombre temor por lo que va más allá de sus ojos y se le escapa de las manos… Supongo que así es la sociedad… pero… ¿no debería haber tantos mundos como cada uno de nosotros? ¿En el que cada persona viviese sin la necesidad de colocar ninguna etiqueta a sus sueños?
Sergio Jato
Doña Cristina y don Román El tiene 21 primaveras y muchas cosas que aprender. Ella cumple 27 y da clases de EGB
El muchacho no tardó en invitarla
Era un Motel de carretera Nacional S-23. Los dos amaban la locura y adoraban el café.
El no era tan pequeño ella no era tan vulgar. Y así empezó la historia en la noche de San Juan.
El huía de su familia en busca de tranquilidad ella huía de sí misma soñando con poder volar.
Prometieron no olvidarse y buscar felicidad. Juntos siempre de la mano decidieron caminar.
Sonaba una de Sabina ella prefería Serrat. Él aún no le conocía pero eso pronto cambiará.
El perdonó a su familia y encontró tranquilidad. A ella le crecieron alas Y al fin aprendió a volar.
Si todavía te quedan historias en la cazuela: Santanderimaginario@gmail.com
Subvenciona: Ayuntamiento de Santander
"un café, nada más" Ella asintió sonriendo "Güisqui doble y a olvidar"
Davide Amato
Prendido a tu botella vacía, esa que antes, siempre tuvo gusto a nada. Apretando los dedos, agarrándole, dándole mi vida, a ese par de avalanchas. Cuando era niño, y conocí bahía de Santander, me quedé duro, me aplastó ver al gigante, de grande me volvió a pasar lo mismo, pero ya estaba duro mucho antes...
dicen que hay, dicen que hay, un mundo de tentaciones, y también hay caramelos con forma de corazones... dicen que hay bueno o malo, dicen que hay mas o menos, dicen que hay algo que tener, y no muchos tenemos... prendido a tu botella vacía, esa que antes, siempre tuvo gusto a nada.