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Discípulos en tiempos de pandemia
Al atardecer de ese mismo día, les dijo: «Crucemos a la otra orilla». Ellos, dejando a la multitud, lo llevaron a la barca, así como estaba. Había otras barcas junto a la suya. Entonces se desató un fuerte vendaval, y las olas entraban en la barca, que se iba llenando de agua. Jesús estaba en la popa, durmiendo sobre el cabezal. Lo despertaron y le dijeron: «¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos?». Despertándose, él increpó al viento y dijo al mar: «¡Silencio! ¡Cállate!». El viento se aplacó y sobrevino una gran calma. Después les dijo: «¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe?». Entonces quedaron atemorizados y se decían unos a otros:
«¿Quién es este, que hasta el viento y el mar le obedecen». Mc 4, 35 - 41
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El pasado 27 de marzo el Papa Francisco en su bendición Urbi et Orbi expresaba lo que vive el ser humano delante de las tormentas que le amenazan y percibe que no puede controlar; el hombre se siente vulnerable, inseguro, temeroso y corre el riesgo de caer en la angustia que destruye la esperanza.
Nosotros como discípulos del resucitado sabemos que Él es nuestra esperanza y estamos llamados a “Abrazar al Señor para abrazar la esperanza”.
En estos tiempos en que la contingencia de salud debido al COVID19 irrumpe en nuestros pueblos firmes en la fe en Jesús, estamos llamados a dar testimonio con nuestra propia vida de cómo un creyente en Jesucristo vive estas circunstancias. Es en estos momentos en donde se hace patente como la fe no es una ideología sino un modo de situarse en la realidad como hijos de Dios.
Eventos duros en la vida tocan toda nuestra persona: nuestra espiritualidad, la vida emocional, social y física. Y es precisamente nuestra fe la que se convierte en fuente que motiva a afrontar las dificultades, llevando a una dimensión diversa el dolor y los problemas para salir adelante. Nuestra fe sabemos que no nos aleja de la realidad al contrario nos sitúa en ella, pero nos permite reinterpretar los eventos trágicos con otra mirada que la oración y el discernimiento nos ayudan a descubrir.
Vivir los momentos difíciles desde la fe nos permite:
• Encontrar sentido a la realidad: Muchas posibilidades han surgido en estos tiempos, la posibilidad que tanto deseábamos de pasar más tiempo con la familia, de leer aquel libro, de practicar con aquel instrumento musical, la oportunidad de descubrir las cosas esenciales de la vida y que nuestro valor no está en los que hacemos o tenemos sino en lo que somos: Hijos muy amados de Dios.
• Alcanzar un nivel de control de la dificultad: La fe es la fuerza del cristiano y sabemos que nuestra oración de intercesión es escuchada y que la realidad de la pandemia no es la misma con oración que sin oración. Nuestra oración tiene efectos en nosotros, en la sociedad y en la misma pandemia. ¡Oremos sin desfallecer!.
• Cercanía y confianza en Dios: Algo sucede en los momentos difíciles que es más fácil vivir lo que Jesús nos dice ¡Sean como niños! (Mt 18, 3), estos tiempos con la ayuda de la fe, dediquemos más tiempo a la oración dirigida a Dios Padre, cultivemos nuestra relación filial con Él y aprendemos a abandonarnos en sus manos.
• Apoyo y gestos de caridad con el prójimo: La fe nos revela la realidad de que todos somos hermanos y esto es evidente en la infinidad de gestos de caridad y apoyo, de los cuales somos testigos estos días: personas que donan despensas, que regalan cubre bocas y sanitizantes, que asisten a colaborar en la alimentación de los más pobres ¿y tú como has, compartimos la misma naturaleza humana sin importar raza, sexo, clase social, orientación sexual, preferencia política etc.. todos somos hermanos, este recordatorio que nos esta haciendo la naturaleza; si no queremos que sea inútil este sufirmiento, ha de llevarnos a un cambio de ubicación de nuestra persona ante los demás.
Es necesario pasar de un visión individualista de la vida a un personalismo cristiano, ya no más vivir en vista de mi mismo, mi carrera, mis derechos, mi futuro, sumergido en una espiritualidad intimista y sobretodo la pretensión de que yo forjo y decido mi identidad.
Es necesario dar el paso a un «personalismo cristiano», en donde reconozco que soy siempre en relación con los demás, mi alegría es el servicio, mi dignidad es recibida de lo alto y no comprada, donde mi vida espiritual se hace carne en la vivencia de los sacramentos que se extienden en el amor fraterno, donde mi corazón se goza en la espera del cielo y recibo mi identidad como creación y regalo de Dios.
Hermanos lo peor de esta tormenta sería pensar que la pasamos solos, vamos juntos y sin dudar el Señor va con nosotros, llenemonos de esperanza al imaginar quién nos espera en la otra orilla.
Pbro. José Francisco Gallardo Viera Coordinador de Psicología del Seminario de Monterrey
"Todo tiempo vale para el anuncio de la paz, ninguna circunstancia está privada de su gracia”
Papa Francisco a los sacerdotes
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