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LA LENGUA EN LAS NUEVAS TECNOLOGÍAS Dr. Pedro Luis Barcia

1. LENGUA Y LENGUAJES En la “Presentación” distinguimos, convencionalmente, para el entendimiento de esta obra colectiva, entre lengua y lenguajes mediáticos. Escuchamos y leemos en muchos sitios hablar, abusivamente, de que los muchachos han creado un “lenguaje del chat” o, incluso, “una lengua del chat” o una “lengua o lenguaje de los mensajes de texto”. No hay tal cosa: el chat y el mensaje de texto son la lengua común, maltratada, alterada, abreviada, a lo sumo, con la incorporación ocasional de emoticonos, pero es la lengua de todos. De lo que debemos hablar es de la lengua en el chat, de la lengua en los mensajes de texto, para referirnos al tratamiento particular y, la mayoría de las veces, destrato que de la lengua se hace en ambas formas útiles e interesantes de comunicación. La expresión escrita del chat y de los mensajes de texto (MDT) no es, pues, como se dice, una nueva lengua o un lenguaje diferente: es la lengua común, la de todos, simplificada, deformada, jibarizada. Por otra parte, repetir esa falacia de que los muchachos están “creando una nueva lengua” acentúa en ellos las tendencias libertarias frente a las normas, pues vale como decirles que están


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operando creativa y fundacionalmente sobre nuevas realidades lingüísticas.1 No existe, reiterémoslo, una “lengua del chat” ni “una lengua de los MDT”, porque el chat y los mensajes no disponen de convenciones y abreviaturas universales, de códigos de uso general, sino acuerdos solo grupales entre sectores de usuarios, que convienen o fijan por el uso ciertas morfologías para algunas palabras, abreviaciones para tales voces y otras peculiaridades. Estas convenciones cambian de grupo a grupo. Es frecuente leer en entrevistas periodísticas declaraciones de jóvenes que manifiestan no entender, muchas veces, lo que les escriben sus compañeros, y se ven obligados a pedir que les repitan el mensaje o se lo aclaren por teléfono; ello revela la inexistencia de códigos generales. Esta dificultad amortece y enfría el factor celeridad, que es privilegiado en este medio del chat.2 Las modificaciones que el chat y los MDT –menos, quizás los correos– introducen en la lengua se generan en dos tipos de causas: las involuntarias y las intencionales. Sintéticamente, las razones de las irregularidades o anomias que el uso de la lengua muestra en el correo electrónico, el chat y en los MDT podrían precisarse en las siguientes: 1. La mala educación lingüística que reciben y portan nuestros adolescentes. Esta es la fuente que merece prioritaria atención, condicionante de la forma de manejar la lengua, y nada tiene que ver con intencionalidades posteriores. Se trata, pues, de un haber pasivo, y padecido por el muchacho, muy difícil de remontar. Es el principal factor condicionante de la libertad expresiva. 1 Esta engañosa percepción y afirmación se da también en la expresión frecuente de “la lengua de los adolescentes”. No hay tal cosa. Se trata solamente de la presencia de una treintena, como mucho, de formas léxicas peculiares en boca de cada generación adolescente o juvenil, cuyo destino en el tiempo será ser desplazadas, en casi su totalidad –quedarán como supérstites un par de voces– por la escueta oleada léxica de la siguiente generación, que avanzará con sus treinta vocablos y expresiones singulares. Las disonancias con la lengua de los adultos produce ruido, y los medios suelen destacarlo y hacerlo noticia. Y no hay más. 2 Hay algún intento de codificar un léxico acotado de abreviaturas, para darle cierta estabilidad de uso general. Es el caso del Diccionario de chat Personal, difundido por Telecom, que consideraremos más adelante.


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2. La velocidad. En la mayoría de las entrevistas, los usuarios jóvenes consignan que la aceleración a la que se somete la seccionada conversación electrónica los arrastra y no tienen tiempo de revisión, de corrección, de contención. En la respuesta rápida radica uno de los estimulantes atractivos y uno de los desafíos más influyentes del chateo. Se lee a la misma velocidad a la que se escribe; por eso, se lee mal y en diagonal. Más que leer, “se echa un vistazo”. 3. La economía temporal que los lleva a una economía expresiva condicionante. Más que por el gasto –que con el avance técnico se ha hecho mínimo–, porque se ayuda así a la velocidad que este tipo de comunicación exige. 4. El espacio condiciona el escrito. El usuario debe adaptarse al soporte, por ejemplo, la pantalla del celular no puede exceder los 160 caracteres, espacios incluidos. Es como el lecho de Procusto: se corta por la cabeza o por los pies para que quepa. 5. El ludismo o gusto por lo que supone entretenimiento y juego al escribir de la manera peculiar en que se lo hace. 6. La pertenencia a una “tribu urbana electrónica”, con fuerte sentido de pequeña comunidad diferenciada de las restantes, que incita a subrayar ciertas diferencias lingüísticas. 7. La actitud de rebeldía frente a lo establecido, con sus consecuentes acciones sostenidas de ruptura respecto del sistema lingüístico común. 8. El sabor del distanciamiento de la lengua de los adultos, al escribir en una forma diferente, por momentos criptográfica, y casi como en un código propio del grupo, al que no tienen acceso inmediato los demás. Supone un “aprendizaje” que, cumplido, convalida y refuerza su pertenencia al grupo y su aceptación en él: ahora está “dentro” del grupo, habla su “idioma”, ya no “es sapo de otro pozo”. La inclusión vale el cambio en la estimativa del adolescente. 9. La ley del tobogán, del menor esfuerzo o de la cuesta abajo. Es un dejarse ir sin retenciones (sintaxis, acentuación, signos ortográficos, espacios, etc.) que gratifica con una sensación de libertad al deslizarse por el plano inclinado (Mayans i Planells, 2000, pp. 42-50).


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Advirtamos que algunas de las razones señaladas (5, 6, 7) son propias de movimientos contraculturales. Intenciones definidas y limitaciones inqueridas se suman y potencian al efecto de deformación de la lengua común. No se puede tener en pie lo que algunos autores sostienen respecto de que todas las deformaciones lingüísticas en el chat y en los mensajes de texto nacen de la intencionalidad de un sujeto adolescente que, manejando con competencia el sistema lingüístico, decide apartarse de él voluntariamente por humor, indignación, rechazo, rebeldía, etcétera. Por ejemplo, Joan Mayans i Planells (2001) dice que la lengua es una realidad dinámica y que los cambios en su seno los genera el pueblo hablante; esto es inobjetable. Salvo, claro, que la evolución técnica ha llevado a que el pueblo no es actualmente, quizá, el principal generador de los cambios, sino los medios tradicionales de comunicación como el periódico, la televisión y la radio, y las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (NTIC). Pero postular que debemos estimar a los cultores del chat como renovadores de la lengua, que introducen dinamismo en ella, es desvirtuar las cosas. Quienes afirman esto posiblemente no estén al frente de un aula diariamente, lo que los habilitaría para pulsar qué grado lamentable de manejo del sistema lingüístico tiene la mayoría de nuestros muchachos. Por supuesto, no por su culpa. Seamos serios y realistas. Los innovadores son aquellos que manejan con destreza y baquía el sistema, sus recursos y retórica, y voluntaria y conscientemente introducen cambios en él; esto es común no solo a la lengua, sino a todos los lenguajes de las artes. La impericia o el desgobierno en el manejo diestro del sistema lingüístico no introducen dinamismo efectivo, sino descarrío en el discurso verbal. Comencemos por considerar una obviedad, en la que parece necesario detenerse, dada la pregunta reiterada que nos hacen los periodistas: se cuestiona si el ejercicio del correo, el chat o los mensajes de texto perjudica o afecta al idioma. Las NTIC, como todo lo que corresponde al campo de la técnica, son indiferentes, en el sentido de que en ellas no hay bondad ni maldad intrínsecas en las técnicas, por supuesto, pues no hay intencionalidad ninguna, para la que es necesaria la libertad. Es el uso humano


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el que carga los recursos técnicos de valores o de antivalores. Demonizar una técnica por el indebido manejo que de ella se hace es, por decir lo menos, irracional. Claro que, cabe advertirlo y se lo debe tener muy presente, las tecnologías modifican las formas de nuestra percepción y el entorno cultural en el que vivimos, al que ellas contribuyen a conformar de manera pesante pues constituyen una ecosfera en la que habitamos. Con el tiempo, sus proyecciones en distintos planos de la vida humana se hacen sentir, al modificar básicamente las vías y formas de la percepción y, con ello, del conocimiento. Los nuevos medios (NM) son herramientas valiosísimas de las que dispone el hombre contemporáneo, y que le dan enormes posibilidades, impensadas hace pocas décadas. No obstante, no debemos equivocarnos: los hombres de hoy estamos más “en contacto” entre nosotros, pero, en rigor, menos “comunicados”. Una tecnolatría, practicada por los “integrados” de Eco, es una inversión de valores, pues se dejan llevar en su discutible “participación” sin sentido de gobierno. En mi provincia, llaman a esto “andar llevado como enano en manifestación”. Los medios son tales, medios, y, por ello, instrumentales, vías o herramientas de los que el hombre se sirve. Si los medios no están sometidos a la libertad humana, es decir, a la inteligencia respaldada por la voluntad, el hombre invierte su condición de amo de ellos y acaba siendo siervo de elementos cuya naturaleza es ancilar, es decir, servil.3 El más perfecto sistema de comunicación inventado por el hombre es la lengua. Los NM potencian y dan nuevas vías de transmisión al sistema lingüístico. No han sido creados para restringirlo, sino para ampliarlo y enriquecerlo. Debemos utilizarlos explotando sus posibilidades. Juan Pablo II decía que Internet es “la mayor ágora del mundo actual”. Y así es de cierto. Estamos inclusos en una cibercultura. Internet es una caja de Pandora, con el Véase Barcia, Pedro Luis. El hombre que no está en el presente es como la piedra inerte a la orilla del río. Conferencia dictada en febrero de 2006, en el salón “Leopoldo Marechal”, del Ministerio de Educación de la Nación, inaugurando el ciclo internacional de especialistas sobre educación y tecnologías, organizado por INTEL y el Ministerio, sobre el lema: “Cambiemos el chip de la educación”. 3


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doble valor significativo que el mito supone.4 La educación debe desarrollar un sensato sentido crítico y selectivo en los alumnos para que aprendan a situarse frente al maremágnum de la Red de redes, y convertir al muchacho en un “internauta”5 competente que sepa abordar los sitios electrónicos valiosos en su navegación y descartar los inseguros o poco serios. Un buen navegante debe moverse en la Red con las mismas condiciones que un antiguo embarcado: manejar el timón y elegir su rumbo y destino hacia adonde aproa. Dejarse llevar por los vientos o las corrientes es ser juguete del mar. Exactamente lo mismo ocurre con el “internauta” imperito en medio de Internet. Las distintas figuraciones visuales de la integración del saber (la esfera o esferas concéntricas o combinadas, la escala con grados, la casa y la distribución arquitectónica de las disciplinas, el árbol, el plano, el laberinto con centro, etc.) difieren esencialmente de la imagen de la Red, que no tiene márgenes ni estructura lineal ni jerárquica, y en la que todo puede asociarse con todo, mediante conexiones y puentes. Se asemeja a aquella esfera de Pascal cuyo centro está en cualquier parte y su circunferencia en ninguna. Nuestra generación está dotada –básicamente por la educación escrituraria– de sentido de la linealidad, y de cierto orden que seguimos en una lectura o en el acto de pensar. Las nuevas generaciones ya no disponen de esta estructura. Su búsqueda no tiene este tipo de organización, ni la busca. De allí que, en tanto las propuestas milenarias de la integración del saber se concretan en imágenes de cierto orden, como las enunciadas, en la Red no hay sino infinidad Internet es el nombre que recibe la red mundial de computadoras interconectadas mediante un protocolo especial de comunicación. En español o castellano se escribe siempre con mayúscula y sin artículo; pero, de usarse artículo debe ser femenino: “la Internet”. Se ha señalado reiteradas veces que Internet sustituirá al libro, y que en el futuro solo se leerá en pantalla. El planteo es falso: son y serán vías complementarias. Umberto Eco, nada sospechable de “apocalíptico” frente a las NTIC, estima: “El libro sigue siendo el instrumento principal de transmisión y disponibilidad del conocimiento, y los textos escolares representan la primordial e insustituible oportunidad de educar a los niños en el empleo del libro”. Umberto Eco. “El libro escolar como maestro”. En La Nación, Buenos Aires, viernes 28 de julio de 2004, p. 17. 5 Al procedimiento de pasar de un sitio a otro, electrónicamente, se lo denomina “navegar”. El neologismo “internauta”, “navegante por Internet”, está bien conformado y es necesario, razones básicas para su uso autorizado. 4


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de caminos propuestos.6 Lo reticular, al no tener centro, exige que quien lo explore tenga en sí el centro, que el orden esté implícito en el navegante, pues no está en la realidad de la Red. Y, convengamos, un muchacho nuestro, egresado de la secundaria, está lejos de ser un “centróforo”. Toda vía tecnológica de comunicación su-pone, es decir pone por debajo, como base, la lengua como sistema. La lengua es la matriz comunicativa por excelencia. Pensar que las técnicas estrechan, empobrecen o dificultan la lengua es una torpeza estimativa. Todo arranca de la pobreza y la vulgaridad expresivas de los usuarios de dichas técnicas. El usuario de los NM lleva a ellos sus capacidades y excelencias, o bien, sus estrecheces y limitaciones. Será un usuario más o menos aprovechado según el grado del nivel cultural y lingüístico que posea. Si cada uno lleva a la mesa común lo que puede y lo que es, no de otra manera ocurre con los NM. El que maneja con firme soltura su lengua lo seguirá haciendo en todas las NTIC que utilice. El que es un discapacitado verbal arrastrará su limitación al uso de los medios tecnológicos de comunicación. Y, más aún, es posible que ciertos rasgos de la tecnología, como la velocidad, reduzcan aún más su limitada capacidad expresiva. Nadie haga responsable de los estropicios provocados en la lengua a las tecnologías, que no son personas, y, por lo tanto, son carentes de responsabilidad. Veremos más adelante cada uno de los medios comunicacionales. Pero se impone este distingo previo. Frente a la cuestión de las deformaciones de la lengua en el correo, el chat y los mensajes de texto, corresponde advertir que esta realidad es considerada por especialistas con diversos intereses y desde perspectivas diferentes. Básicamente, hay dos posiciones asumidas y netamente diferenciadas, aunque deban actuar complementariamente: la de los lingüistas pragmáticos y los etnólogos Hemos visto asociar la Red a una telaraña. Es erróneo: la telaraña tiene un centro geométricamente situado. La imagen reticular se acercaría más a la “plenitud” de la pampa, sin caminos, sin referencias visuales destacadas. Esa sensación de no saber hacia dónde rumbear la hemos llamado los argentinos del siglo xix “empampamiento” y los del xx, “apampamiento”. ¿Deberíamos inventar “eninterneteado”, “extraviado en Internet”, o simplemente, “enredado”, en su más trabada acepción? 6


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culturales, por un lado, y por el otro, la de los filólogos y los docentes. Veámoslas. Hace un tiempo, al hablar con una lingüista catalana, adherente a la pragmática, al señalarle yo las deformaciones de la lengua en los dichos medios electrónicos, me respondió, inapelablemente: “Eso es un hecho”. Claro que sí, no se trata de una hipótesis aérea. Precisamente, porque es un hecho realísimo, nos preocupa. La primera actitud frente a una realidad es la descriptiva; luego, la interpretativa; después, la evaluativa y, finalmente, si es posible, la correctiva. Pero si frente a la realidad nos plantamos con aquella frase (“Es un hecho”), y con la frase no entender que es una realidad que debe analizarse, sino que esa realidad es intangible y sugerir que debe aceptarse tal como se da, y no accionar frente a ello, se echa por tierra todo esfuerzo, por pequeño que sea, para cambiar el mundo, o el trozo de realidad que nos es cercana y nos implica. Con ese criterio de pragmatismo ciego, no tiene sentido la acción política para cambiar las injusticias sociales de un país, ni las campañas de salud, ni de vacunación ni el menor paso en la educación de las personas: así nació y así debe morir. No podemos agotar en el diagnóstico la tarea y responsabilidad del médico y olvidarnos de que su función esencial es la terapéutica.7 Situados en la otra perspectiva, estamos los docentes realistas, quienes advertimos las deformaciones que su principal vía comunicativa está padeciendo. Observamos que estas alteraciones graves se van asentando en el uso del sistema lingüístico del muchacho, y que ello dificultará mañana la inclusión del joven como activo demócrata en el ejercicio de su libertad de expresión, por quedar cautivo de su pobreza e incompetencia comunicativa. Por ello nos preocupamos por asistir al adolescente para que revierta su proclividad y así se beneficie en la futura integración en la sociedad y esto en todos los planos. El primer planteo, si se cierra sobre sí, es, en última instancia, un desentendimiento del futuro del muchacho, abandonándolo 7 Hemos visto que la actitud de muchos antropólogos es la del respeto sagrado por las costumbres de tal tribu que estudian, incluso con la de los antropófagos. Claro que otra actitud tendrían si esa tribu se decidiera, preferentemente, por la “antropologofagia”.


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a la que le toque. Además, lo descriptivo no supone compromisos de cambios ni esfuerzos para modificar conductas y hábitos perniciosos: es cómoda y sueltamente irresponsable. Nos ofrece el conocimiento analizado de la situación. En ese aporte debemos apoyarnos para la corrección necesaria. 2. EL CORREO ELECTRÓNICO, C.E. O CORREO Difícilmente puedan llevarse adelante hoy con eficacia asuntos públicos y privados, de cualquier índole, sin la ayuda del correo electrónico.8 La celeridad de envío a cualquier latitud del mundo, y su posibilidad de inmediato acuse de recibo, la casi instantaneidad del contacto que establece, la remisión del mismo mensaje a cientos de destinatarios en el mismo acto de emisión, el almacenamiento de los correos remitidos y el hecho de poder compulsarlos y reenviarlos en pocos segundos, el recurso de darle apoyo en papel, de incluir en él anexos y archivos de diversa naturaleza (de texto, de imágenes, de sonido), de disponer de corrector ortográfico incluso, etc., han convertido a este medio en imprescindible para el mundo contemporáneo. Las contrapartidas más afligentes del correo son el carácter inundatorio de mensajes no deseados, con propaganda y publicidad aluviales, y la insidiosa presencia de los *virus electrónicos. La correspondencia electrónica ha cambiado por completo las formas de relacionarse de las personas entre sí y la dinámica de la comunicación. El correo abre todas las posibilidades de discursos en la lengua: personal, comercial, científico, académico, profesional, etcétera. Y, con ello, la práctica de virtudes expresivas de economía lingüística: concisión, precisión y claridad. Nada lo impide, sino la impericia del redactor en el manejo de la lengua. 8 Como se sabe, el Diccionario panhispánico de dudas (AALE-Santillana, 2005) propone para el extranjerismo e-mail las formas “cibercorreo” o “correo electrónico”. Como el uso distintivo entre dos formas de correo ha impuesto la expresión “correo postal” para el correo tradicional, como acusando la necesidad de especificarlo ahora, estimo que bien puede hablarse, con mayor economía, del e-mail simplemente como “correo”, por ser el más frecuente y de creciente imposición en el uso, y con el consiguiente desplazamiento de la determinación de “correo postal” para el más antiguo, el que impone estampillado.


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El corrector incorporado a la PC solo propone enmiendas ortográficas, pero nada hace (todavía, ya lo hará) por los regímenes preposicionales, las concordancias, la consecución de las formas verbales, los anacolutos y otras cuestiones sintácticas. Es posible que, con el tiempo, las posibilidades de corregir parte del sistema regular de construcciones y regímenes se resuelva técnicamente. Hay proyectos en proceso en este terreno, como se están experimentando en la Real Academia Española. Lo repetiremos hasta el hartazgo porque es el criterio básico de toda reflexión: las personas llevan al correo sus competencias lingüísticas, sus virtuosismos y sus limitaciones, como hemos dicho que ocurre en el chat, en los MDT y en todas las formas de la expresión que ejerciten. En el tratamiento de la lengua en los nuevos medios de comunicación habría que distinguir con claridad el ámbito del correo del chat y los MDT. En estos, los usuarios son dominantemente adolescentes o jóvenes –y cada vez se inician más jóvenes en ambos espacios–, que son quienes incorporan habitualmente a su expresión escrita todas o casi todas las peculiaridades morfológicas, de supresión, simplificación, etc., que señalamos en este trabajo. En cambio, no es así en el correo, que resulta una vía comunicativa de usuarios más diversos y diferenciados: comerciantes, académicos, profesionales, estudiantes, docentes, administrativos, burócratas, quienes prestan mayor atención a la corrección lingüística y se apegan más a las normas y al uso estándar de la lengua. Todo ese vasto conjunto de usuarios constituye un número muy elevado frente a los usuarios adolescentes del correo. Aquellos, si buscan la brevedad, evitan la oscuridad; si procuran agilidad expresiva, suelen asegurarse el orden y la precisión en lo dicho. La expresión en tono coloquial del correo entre adultos se vale escasamente de los recursos formales y gráficos del de los adolescentes. Incluso, se da una clara conciencia de dos niveles lingüísticos cuando ingiere en su prosa fraseos y expresiones o modalidades de la oralidad, como una forma de subrayar la intencionalidad ocasional de las inclusiones “simpáticas” de la voz viva. La incorporación de modalidades de la oralidad en el correo de adultos no es sino ocasional; en cambio, en el uso de los muchachos


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es un ejercicio constante de “aplicaciones” orales al texto escrito. Por eso señalaremos detenidamente los recursos novedosos introducidos en la expresión lingüística adolescente y juvenil en el chat, más que en el correo, donde por supuesto se dan, pero no de manera tan dominante y expandida como en el chat, espacio en que los usuarios jóvenes campean como propio. 3. ¿MANUALES DE ESTILO PARA LA ESCRITURA ELECTRÓNICA? Como se sabe, en la década de 1990 se impuso en los medios tradicionales la composición de libros de estilo que abundaron en el medio periodístico y se asomaron al televisivo y al radiofónico, más escasamente. En el terreno del correo han ido surgiendo varios aportes en la misma dirección. Una primera diferencia, claro, es que no se trata de libros o manuales o guías de estilo de aplicación a un diario determinado (La Nación, El País), o tal canal de televisión (MTV española), sino común para todo un “género”, por llamarlo de alguna manera. Y entre estos aportes y sugerencias, hay de todo como en botica (hoy deberíamos decir, “como en supermercado”, desparecidas las venerables boticas). Tropezamos, por dar un ejemplo, con las postulaciones insólitas de la revista Wired, de las que reproducimos algunos consejos “orientadores”, para que se haga boca en el tipo de bebida que ofrece: “Escriba alocadamente, en el lenguaje de la calle”. “Anticipe el futuro, haga crecer el lenguaje. Use neologismos”. “Simplifique la ortografía. Evite las mayúsculas”. “Dé la bienvenida a la incoherencia. Sea irreverente”. “Juegue con la gramática y la sintaxis”. “Juegue con los puntos, los guiones y las barras”. Este tipo de incitaciones petardistas hacia la “experimentación” lingüística se avecinan a las postulaciones del futurismo, con la salvedad de que en esta corriente estética propuestas como esas


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tenían basamento teórico explícito. No es el caso de Wired (Hale, 1999). Si esta propuesta avanzara, lo haría hacia la balcanización o atomización comunicativa, debido a que el estímulo se le hace a cada individuo para que innove por sí, sin preocuparse de la codificación. De modo que es una forma actualísima de instalar una nueva Babel, en la que cada cual habla a su manera. Son propuestas abiertas, semejantes a: “Crea tu propio idioma” o “Abrevia, abrevia que algo queda”. No parece posible, ni viable, que una revolución en la escritura electrónica se produzca por el hecho de motivar a minusválidos lingüísticos a lanzarse a ensayos individuales, sin ninguna intención de universalizar códigos. Es la convocatoria al anarquismo más puro e individualista. Frente a estas actitudes libertarias desenfrenadas, hay quienes han avanzado con propuestas sensatas que aspiran a sugerir algunas normas de estilo y escritura en el correo. Algunas son apenas una “guía de sugerencias”, otras se ofrecen como “normas de estilo” y alguna aspira a rumbear hacia un “Libro de estilo de escritura electrónica”. Veamos algunos ejemplos. Hallamos un primer caso en el artículo de Gwynne y Dickerson “Lost in the e-mail” (1997). Los autores sugieren cuatro normas básicas para el buen uso del correo en la comunicación empresarial, a saber: 1. No escriba malas noticias. 2. No critique por escrito. 3. No escriba sobre cuestiones personales. 4. Si cree que su mensaje puede ser mal interpretado, diríjase personalmente al interesado o llámelo por teléfono. Como se aprecia, las reglas versan sobre contenidos y actitudes, no sobre estilo propiamente, aunque, claro, unos condicionan al otro. Esta observación y otras vecinas que aparecen en las primeras pautas para los correos prueban que esta vía de comunicación no estaba aún instalada como lo está en nuestros días. Estamos en los comienzos de un proceso. Dos años después apareció el libro Correo electrónico. Cómo escribir mensajes eficaces (2001), de N. Flynn y T. Flynn. En esta obra se avanza sobre diversos aspectos: 1. Escriba como si estuviera leyendo. Escriba para el mayor público imaginable. Si su mensaje es demasiado personal,


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confidencial o importante para hacerlo público, reconsidere el correo electrónico como el vehículo de comunicación más apropiado. 2. Si su mensaje es largo, incluya siempre un resumen breve al comienzo. 3. Vigile su ortografía, gramática y puntuación. Puede estar seguro de que sus lectores lo notarán. 4. No utilice el correo electrónico para desahogarse. Recompóngase usted mismo antes de componer el mensaje. No emplee nunca un lenguaje obsceno, agresivo o que pueda resultar ofensivo. 5. No envíe mensajes al mundo. Respete el espacio electrónico de los demás, al igual que le gustaría que respetasen el suyo. No practique el envío masivo de mensajes no solicitados. Respecto del artículo de 1997, hemos adelantado hacia otros planos, algunos propios de la corrección de la lengua. Veamos. Los Flynn se mantienen en el plano de la comunicación diríamos “pública”, en tanto se abre a la empresa. De allí la premisa de que debe escribirse “para el mayor público imaginable”. No se ocupan de los mensajes personales. Más aún, señalan que si el mensaje es muy personal o confidencial, es aconsejable usar otro medio, como el teléfono. El segundo punto acerca el mensaje a la estructura de un artículo, precedido de su correspondiente resumen (abstract). El tercero es el único que aborda cuestiones vinculadas a la expresión escrita. La advertencia se hace hoy día ociosa para el primero de los aspectos: la ortografía, al disponer de programas correctores. Más aún, algunos programas ya han avanzado sobre concordancias (masculino, plural, etc.), repeticiones, punto final y algunos otros detalles. Los puntos 4 y 5 se refieren a actitudes del usuario que tienen que ver con la prudencia y la cortesía. En 1999 J. Gutiérrez instala el sitio electrónico específico sobre correos: http//www.rediris.es/mail/estilo.es.html. Vale la pena consultarlo, aunque la decepción será el efecto de la compulsa. El Servicio de Correo Electrónico Red IRIS ofrece “Normas de estilo en el correo electrónico”, en castellano y gallego (figura temporalmente


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suspendida la versión catalana). El contenido básico del sitio comprende: “Introducción”, “Cabeceras”, “Mensajes no ASCII”, “Pensar en el destinatario”, “Uuencode”, “Longitud de las líneas”, “Caracteres españoles”, “Responder”, “Firmas”, “Tamaño de los mensajes”, “Otros consejos”. Todos los puntos señalados aluden a cuestiones técnicas y características formales de los mensajes, y a actitudes de cortesía respecto del destinatario. Solo la breve sección “Otros consejos” contiene indicaciones respecto de la escritura misma. No dejan de ser curiosas, pues en ningún momento se dan indicaciones respecto de la corrección de la lengua y sobre sus diversos aspectos (sintaxis, morfología, ortografía, puntuación, etc.). Son estos tres puntos los que precisa: • La inclusión de frases con letras mayúsculas en un mensaje indica que está gritando. • Utilice símbolos para enfatizar palabras o frases. Puede utilizar el símbolo + (más) para decir “esto es muy importante” o el signo _ remarcar esto con otro _ • Use smileys para indicar el tono de voz. Pero úselos con mesura.9 Estas instrucciones avecinan algunos usos del chat a los del correo. Lo comprobable es que son escasas las indicaciones lingüísticas de estilo en los sitios destinados al estudio del correo. Una exploración por Google nos confirma en esta posición: casi todo se orienta hacia la estructura del correo, dirección, dominio, firma, uso gramatical de la @ (amig@s),10 las formas de citación en publicaciones, las maneras de la cortesía, qué actitudes no son apropiadas, etc., pero poco hacia lo que es la expresión lingüística concreta. En síntesis: las indicaciones de estilo sobre el correo son, casi en su totalidad, referidas a la estructura, el tono, las actitudes, cuestiones de cortesía, urbanidad, prudencia. Escasean las precisiones 9 Hemos destacado el anglicismo, que está en blanca redonda en el texto. Hay varios detalles de descuido en el sitio, incomprensibles por ser un sitio escueto. Por ejemplo, faltan algunos acentos: uselos, lineas, estandares, direccion, electronico, caracter; hay otros desplazados: abánico, autómaticas; hay voces mal escritas: Intenet, contaco (por “contacto”), estandard, decodicadores (por “decodificadores”); faltas de concordancia: un firma; anglicismos en blanca redonda, etcétera. 10 Simpáticamente, los italianos llaman a la arroba chicciola (“caracol”) y los alemanes, “mono araña” (Klemmeraffe).


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lingüísticas. Esto indicaría que el correo, a diferencia del chat, se encauza hacia lo formal y que es campo menos frecuente de modificaciones y alteraciones de la lengua en sus diferentes niveles. Por eso hallamos señalamientos como: si usted usa abreviaturas no codificadas en las tablas usuales, deberá explicitarlas entre paréntesis; o: en caso de que no esté bien definida verbalmente la intencionalidad irónica, humorística o sarcástica, use emoticonos que subrayen o ratifiquen ese carácter; en el chat, el emoticono tendería más a sustituir la palabra que a reforzarla (Bonilla, 2005). Hay, claro, trabajos muy útiles y completos sobre la condición lingüística del correo, pero son estudios de lengua y no normas de estilo. Una obra destacable, desde este segundo interés, es Nuevos géneros discursivos: los textos electrónicos, conjunto de artículos coordinados por Covadonga López Alonso y Arlette Seré.11 Los avances informáticos generan nuevos géneros discursivos y comunicativos, que modifican los ya existentes. El novísimo correo electrónico es uno, respecto de la carta milenaria. La aceptación social universal, en lo privado y en lo público, del correo ha sustituido, en la mayoría de los casos, a la carta y al fax. Referidas al correo, hay tres posiciones en su estimación como modalidad o género nuevo. Una que sostiene que no es otra cosa que una carta electrónica; otra, que se trata de un género nuevo, con sus rasgos y leyes, y una tercera, que asocia las dos anteriores: la carta y el correo son dos especies diferentes del género epistolar. En esta tercera estimación, que estimamos como la más acertada, podrían señalarse cuatro rasgos compartidos entre carta y correo: 1) la organización paratextual, 2) el régimen enunciativo, 3) un esquema de interacción y 4) una equivalencia funcional (López Alonso y Seré, 2006). El *ciberespacio ha reducido, en sus nuevas formas comunicativas, la distancia tradicional entre la lengua escrita y la oral, alcanzando lo que se puede denominar una “escritura oralizada”. Esta aproximación y casi fusión se dan más en el terreno del chat que en el del correo, donde hay más variedad de registros verbales. El 11 En Estudios de Lingüística del Español (ELiEs), vol. 24, 2006. Destaca el aporte de López Alonso: “El correo electrónico”, que abre el volumen. [en línea] http://elies.rediris.es/elies24/ibdez.htm.


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correo es menos proclive a acentuar la oralidad de su escrito con recursos tipográficos, morfológicos, etc., aunque se manifieste como conversación espontánea, de estructura laxa, elíptica y casi dialogal. 4. EL CHAT El chat12 es la simulación escrita de una “conversación”, por medio de Internet, en un tiempo casi estrictamente real, entre dos o más personas. Es un discurso interactivo que se instala en un continuum entre los extremos de lo formal y lo coloquial (Briz, 1998), o lo escrito y lo hablado, entre la inmediatez comunicativa y la distancia comunicativa (Oesterreicher, 1996). En rigor, es un intento escrito de aproximación entre oralidad y escritura, que incorpora rasgos orales y modalizaciones coloquiales, (Blanco Rodríguez, 2002) que ha recibido distintas designaciones: “texto escrito oralizado” (Yus, 2001), “conversación virtual”, “charla virtual”, “discurso híbrido” o “discurso hermafrodita”. Menos figurativa pero más exacta es la denominación de “registro escritoral”, que le asignan María Helena Araújo e Sá y Silvia Melo (2006). Mayans i Planells, en su artículo citado, define: “El chat es el más segmentado, participativo y ‘oral’ de los registros escritos” (2000). De los tres adjetivos, los dos finales son positivos, no lo es el primero, y, por lo tanto, hay que atender a sus proyecciones expresivas y pedagógicas por lo que supone de fragmentación, discontinuidad, etc., del discurso. Esta aproximación a un texto oral busca la inmediatez comunicativa, con alternancia de turnos por parte de los hablantes. El grado de inmediatez que alcanza es, hasta hoy, el mayor que se haya logrado por vía escrita. Este escrito adopta algunas estrategias formales para acentuar esa aproximación a la oralidad. En este punto debe reconocerse que algunos de estos recursos o procedimientos son tradiciona12 El anglicismo ya se ha aclimatado en el uso, como sustantivo masculino, cuyo plural es “chats”. Las propuestas de “cibercharla” o “ciberplática” no han sido adoptadas por los usuarios. Tal vez esté más cercana a “chat” la voz “cibercharla”, que supone mayor informalidad que “plática”, como elemento constitutivo. Igualmente, se ha impuesto el verbo españolizado “chatear”. En nuestro país, se está consolidando la forma “chateo” para la acción del diálogo electrónico. No se ha impuesto designación para los usuarios: ¿”chateador”, quizás?


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les, otros son novedosos. Por dar algunos ejemplos: el usar “q’” para “que”, “tmb”, para “también”, “xq”, para “porque” ya eran registro corriente en los apuntes de clase de los alumnos, quienes espontáneamente los proyectaban a los exámenes manuscritos. Otros están tomados de los dibujitos del cómic o historietas: “zzzz”, por “sueño”, “dormido”, etc.; “grrr”, por “enojo”; “h’mm”, “no me convence”, “lo estoy pensando”, y así parecidamente (Gasca y Gubert, 1991). Una vez más lo decimos, el usuario adolescente traslada al chat todos los rasgos de deformación que suele padecer su expresión, acentuados aun por los componentes propios del chateo: celeridad, espontaneidad, inmediatez, ludismo, liberación de lo estatuido y cultivo de una forma de diferenciación respecto de los adultos. Todo dependerá del nivel de manejo del sistema por parte de los hablantes, como lo reiteramos una y otra vez. Pero, a las limitaciones propias, y ya casi endémicas que los adolescentes padecen, por su mala educación lingüística formal que les hemos dado, se le suma, como dijimos, el incentivo de la velocidad, que el diálogo electrónico motiva. La velocidad es un valor en algunas situaciones; un perjuicio, en otras. No nos ocuparemos de la naturaleza del chat como discurso escrito particular situado en determinada tipología, ni del enfoque desde el análisis del discurso, ni de sus unidades conversacionales, ni de sus estrategias de conexión, etcétera. Todos estos temas son actualmente motivo de estudio y consideración de lingüistas interesados, particularmente los pragmáticos, quienes hallan en este campo todo un desafío estimulante para la aplicación de nuevos métodos e instrumentos de sondeo y análisis de este peculiar discurso electrónico. En este trabajo solo me ocuparé del chat en relación con el empobrecimiento y la desfiguración de la lengua como efecto inmediato.13 13 Barcia, Pedro Luis. “La pobreza de la lengua en el chateo”, en La Gaceta de Tucumán, San Miguel de Tucumán, sábado 31 de julio de 2004, p. 13. Barcia, Pedro Luis. “Un regresivo camino al balbuceo”, en La Nación, Buenos Aires, domingo 25 de julio de 2004, p. 23. Barcia, Pedro Luis. “El chateo estimula un idioma cada vez más pobre, limitado y amputado”. Entrevista de Diego Marinelli, en Clarín, Buenos Aires, domingo 14 de noviembre de 2004, pp. 52-53. Jiménez, Omar. “Mensajes de texto. El nuevo lenguaje de los jóvenes. La generación SMS”. Entrevista a P. L. Barcia y otros, El Día, La Plata, 2 de octubre de 2005, suplemento, pp. 1-5. Mario Guillermo Somonovich. “Por qué la gente escribe con muchos errores en la Internet. Cómo lo analiza el Presidente de la Academia Argentina de Letras, P. L. Barcia”, en Los Andes, Mendoza, miércoles 19 de mayo de 2004, p. 16. Versión en línea, pp. 1-5. Reproducida en La Voz del Interior, en línea, Córdoba, 1º de junio de 2004, pp. 3-4.


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La computadora, con sus posibilidades de chateo, ha generado “una verdadera explosión planetaria de la charla”.14 La escritura se está plegando en el chat a la oralidad. Pero, a la vez, se ha dado una activación multiplicada de la escritura. Nunca como en nuestros días los adolescentes han escrito tanto. Esto es cierto, los adolescentes escriben en el chat mucho más de lo que hace un lustro escribían en todo el día, en distintos espacios. La cuestión es, obvio, cómo lo hacen. Esta circunstancia de crecimiento de la escritura electrónica en los muchachos es un hecho, señalado por muchos como muy positivo y como un ejercicio de la escritura. Pero no desbarremos. Nuestros adolescentes, mediante el chat, escriben mucho, muchísimo… y cada día peor. Los recibimos a los dieciocho años en la facultad. Sabemos de qué hablamos. La cantidad de discurso incontenido, liberado, nunca puede ser pauta de expresión más lograda.15 Por el contrario, el ejercicio continuo de discursos inconsistentes, vacuos, desordenados, asintácticos no es sino un vicio y no una virtud. La cantidad no asegura ni calidad comunicativa ni comunicación firme, siquiera. La mayoría de las veces lo que se logra es “estar en contacto”. Aquí radica la clave de los desajustes. El escribir “libre de ataduras” –léase: sintaxis, ortografía, puntuación coherencia, etc.– genera un resultado finalmente negativo, al desplazar toda forma de normatividad en el uso de la lengua, y alejarse de la lengua estándar en que se comunica toda la sociedad en la que el muchacho vive y alienta. Abandonar la vía común de las relaciones lingüísticas sin ser grandes creadores es, diría Kafka: “Cavar el pozo de Babel”. La expresión se tiñe de oralidad, lo que no está mal, pues se trata de aproximar lo escrito a lo oral; pero el mismo estímulo opera para generar respuestas abreviadas, cercenadas, incompletas o de evidente alteración sintáctica, que se hacen comprensibles solo, y no siempre, para los interlocutores en el contexto de tal acto de habla. Simone, R. La tercera fase. Formas de saber que estamos perdiendo. Madrid, Taurus, 2000, p. 64. 15 Por momentos, estas consideraciones fuera de sentido nos llevan a recordar el encomio de la escritura automática de los surrealistas, que dejaban fluir la corriente de la conciencia, y lo estimaban como modelo de la mejor expresión creativa. Convengamos: nuestros muchachos no son Artaud ni Breton, ¿verdad? 14


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El chat es, como se ha dicho, “la comunicación por la comunicación” (Briz, 1998), sin otros intereses, ni didácticos, ni poéticos, ni institucionalizados. Se trata de una forma suelta, libre, sin temas prefijados de “charla” escrita. Esto reafirma la índole de informalidad de esta comunicación. Ahora bien, cuando revisamos los contenidos de la conversación electrónica advertimos, en la mayoría de los casos, que la nota dominante es la trivialidad. Los asomos o despuntes de sentido más hondo son abandonados de inmediato, como si les quemaran las manos de los dialogantes en el teclado. Pero, se sabe, en la vida cotidiana sobreabundan las conversaciones triviales. Lo grave es que le hacemos cada vez menos espacio a los diálogos de fondo. Y, hay que saberlo, la función hace al órgano y el ejercicio desarrolla el músculo. El chat y los MDT han abierto una nueva vía, ágil y tentadora, para la comunicación entre los adolescentes. El entusiasmo por estos medios genera, por momentos, en algunos chicos, un grado de adicción, una carga de dependencia que deberían superar. Un muchacho o una chica que no participen de estas dos vías de comunicación están definitivamente “excluidos” del grupo. El manejo de ambas formas es una vía de inclusión grupal y generacional. El chat y los MDT son nuevos componentes de la identidad del muchacho contemporáneo, como la ropa, la música, el cine, entre otros elementos incluyentes. Recordemos que, en todos los tiempos, se exigen determinados elementos de inclusión en los grupos adolescentes y juveniles. Esto no es novedad. Hay otro ingrediente que resulta excitante para chicas y muchachos en el chat, y es que su práctica se propone como una forma de comunicación casi secreta, un espacio en el que los adultos no tienen cabida, y quedan afuera. Se estiman, entonces, a sí mismos, como pertenecientes a una suerte de “tribu urbana electrónica”, por así decirlo. Pero todo lo que se propone como simpático, secreto, reservado, divertido, excitante por la rapidez, estimulante de la espontaneidad concluye, en general, en una expresión descuartizada y en un lamentable manejo de la lengua. Ordenamos algunas observaciones respecto del uso de la lengua en el chat: 1. La pobreza léxica y, con ella, las repeticiones de vocablos y expresiones, pues se carece de sinónimos y variantes.


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2. La falta de dominio de las estructuras sintácticas. El desconyuntamiento sintáctico, que perjudica el pensamiento lógico y el desarrollo de la capacidad crítica. 3. El desconocimiento del uso apropiado de los signos de puntuación, desde tildes a comas, lo que genera varias situaciones: a) La supresión de todos los signos, que convierte a su escrito en un cogito interruptus. b) El manejo indebido de signos, como el solo cerrar y no abrir los de interrogación y exclamación, a la manera inglesa. c) La escritura reiterada del mismo signo para acentuar, supuestamente, el énfasis de lo escrito (!!!! o ???) o el prolongar los suspensivos, más de tres, con ánimo de incentivar la sugerencia. d) El uso arbitrario de los signos de puntuación, particularmente de la coma en la puntuación, a la que hemos llamado “la coma piquetera” porque interrumpe la fluencia natural del tráfico sintáctico. e) La desaparición de algunos signos como la tilde ortográfica y el punto y coma, en cuyo uso nunca se acierta. 4. El espaciado de letras y de palabras para recalcarlas (im-posi-ble). 5. El reiterar vocales para cargar de expresividad lo que se dice (Te amooooo). 6. El uso de mayúsculas para dar relieve tipográfico a lo dicho o para indicar que se grita (TE QUIERO!!!). 7. La invención de abreviaturas arbitrarias, no las convencionales. Este es el terreno más fértil y confuso. 8. La desconsideración de las reglas ortográficas (López Quero, 2003). 9. La supresión de artículos (tng ntrda: “tengo la entrada”). La velocidad y la precipitación siempre son malas consejeras, sean medios cibernéticos o no los que se usen en la comunicación; y siempre conviene, asistido por el corrector, revisar el texto digitalizado. Los muchachos tienden a confundir agitación con actividad, rapidez con eficacia, espontaneidad y emotividad con autenticidad. La agitación emotiva genera el balbuceo y el tartajeo, no el discurso claro y diserto.


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No está mal que uno se exprese emotivamente, por supuesto. Pero no debe confundirse emoción con matete expresivo o arbitrariedad en el uso de signos convencionales de valor universal para todos los hablantes de una lengua. Es factible, claro está, que en situaciones de tensión emocional, todo el discurso de una persona se cifre en un grito inarticulado o una interjección, que son formas de renunciar al discurso lógico. Pero no se puede vivir, no se vive –de no mediar estado enfermizo– en permanente excitación emocional, que justifique los recursos señalados anteriormente como los usuales. Actuar bajo el imperio de la emoción no es aconsejable, lleva a tomar malas decisiones. ¿Por qué escribir bajo ese imperio no ha de llevar a efectos extraviados? Parece lógico. La emoción doblega la lógica, y si no es censurable que alguien, de vez en cuando, se zafe de esa atadura y se exprese de acuerdo con “las razones del corazón que la razón no entiende”, pascalianamente hablando, se trataría de una excepción y no de la regla. Lo que no parece fácil de admitir es que, todos los días, el muchacho que se sienta frente a la pantalla esté vibrando de emoción conmovedora. Más suena esto a argumento para justificar el desgobierno expresivo permanente que padece. Por lo demás, es esclarecedor recordar que Valéry decía: “Se puede escribir gélidamente del calor y calurosamente del frío”. Hay toda una tendencia, en la dinámica de la vida actual, a acelerar todos los procesos; los medios participan de este ritmo sincopado. La celeridad lleva a la precipitación y esta a la mezcla de planos, a la indistinción, a la confusión, y todo ello se refleja en el discurso lingüístico. Y, por descontado, en la escritura de correos y en el chateo. Que esto se haya generalizado no lo hace ni bueno ni deseable, sino que lo subraya como un aspecto en el que debe aplicarse la atención para solucionarlo con urgencia. La búsqueda de impresión de inmediatez y de espontaneidad genera esas simplificaciones, saltos en la expresión, repeticiones, etcétera. El culto del espontaneísmo prima sobre la reflexión. La autenticidad es la falsa bandera. ¿No hacer nada frente a esta realidad? ¿Dejar que las cosas sigan su rumbo? Se impone al sentido común y educativo una necesaria didáctica de la lengua, una imprescindible enseñanza del lenguaje,


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políticas lingüísticas acordes. No se trata de dejar hacer y suceder. Es innegable que hoy los adolescentes escriben más que antes en el teclado de la PC. Pasan horas escribiendo, pero escriben desastrosamente. Quienes tenemos trato con alumnos de primer año universitario –más será en el nivel secundario– sabemos lo falaz del planteo de que tienen dos conductas expresivas: una en el chat y otra en clase: cada vez se aproxima todo hacia la tesitura expresiva del chateo. La reiteración sostenida e insistente de malos ejercicios o conductas desviadas no bonifica, por el hecho de reiterarse, ese ejercicio o esa conducta. Sería una necedad sostenerlo. Tanto como decir: es un buen ejercicio de conducción de coches pasar todo el día, a 100 km por hora, los semáforos en rojo, alterando todas las disposiciones de las señales de tránsito, y entender que ese ejercicio genera un buen conductor. La transgresión por sí no genera ni creatividad original ni nuevos órdenes. Solo los talentosos lo hacen. El ya citado Mayans i Planells expone los resultados de una encuesta, que realizó entre 1999 y 2001, en la Red IRC-Hispano (www.irc-hispano.org) referente a la autoestimación de su relación con la lengua en el uso del chat que hacen los usuarios. A la pregunta: “¿Tu respeto a las reglas ortográficas convencionales ha ido creciendo o disminuyendo a lo largo del tiempo en los chats?”. El 53% respondió: “No ha variado” y un 12% respondió: “Creciendo”. Sumados, tenemos un 65% de usuarios que estiman que no hay modificación negativa en su uso de la lengua y que respetan la normativa. Obviamente, se trata de una autopercepción, e igualar esto con la realidad es desacertado. Una colega de Lengua de la Universidad Austral, en la carrera de Comunicación, hizo una encuesta a los alumnos de primer año. Una de las preguntas era: “¿Cuál estima usted que es el grado de su formación lingüística recibido en la escuela media?”. Un alumno escribió: “Eselente”. Sin comentarios. Esto es un claro caso de autopercepción. Una segunda pregunta de la encuesta del autor citado era: “¿Tu uso de ‘deformaciones deliberadas’ ha ido creciendo o disminuyendo a lo largo de tu tiempo en los chats?”. El 55% respondió que ha ido creciendo y solo un 32% dice que “no ha variado”. Segui-


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mos en el plano de las autopercepciones. Cuando damos el paso hacia la realidad y consideramos los textos escritos virtuales de los muchachos y las chicas que chatean, esas autopercepciones se vienen al suelo. El destrozo sintáctico, morfológico y ortográfico es lastimoso. Que las abundantes deformaciones que padece la lengua en el chat puedan ser –y lo están siendo– motivo de caracterización y estudio por parte de los investigadores es una cuestión atendible y un objeto, sin duda, de interesante consideración. Pero, para otros intereses, como los de aquellos a quienes nos preocupa la unidad de la lengua, en todos sus aspectos –morfológico, ortográfico, sintáctico, gramatical, en última instancia–, no podemos estimar la situación actual de la lengua en el chat sino con creciente preocupación y, en segundo lugar, ver por qué medios se puede neutralizar o revertir la deformación que ya es preocupante. El reconocido especialista David Crystal afirma: “Estamos al borde de la mayor revolución del lenguaje que haya habido jamás” (Crystal, 2002). Cierto, pero ¿en qué dirección? Resulta simpático y captador hablar frente a los muchachos, con ligereza, sobre “creatividad”, “espontaneidad”, etc., respecto del uso de la lengua en el chat. Pero no hay conciencia de las consecuencias de esa simpatía. Hay que cuidarse de alzar tronos a ciertos principios y cadalsos a sus conclusiones. Hace apenas un par de años, muchos sostenían en entrevistas y artículos que esta situación no era sino un juego de complicidad de los muchachos, y no había por qué preocuparse por esta moda pasajera, como tantas, que serían flor de un día. La realidad fue otra: hoy se instalan por horas los chicos en los cíber a chatear sin pausa. Una segunda razón que algunos lingüistas esgrimían para sostener que había que despreocuparse del riesgo que suponían los crecientes mensajes de texto que modificaban seriamente la lengua, frente a los señalamientos de advertencia del peligro, era que el número de adolescentes con teléfono celular era escasísimo y que el acceso a Internet no era tan franco. Nuevamente, la contundente realidad ha barrido con profecías falaces: no hay, casi, adolescente que no tenga un celular –el telefonito se ha convertido en el regalo de cumpleaños desde los ocho años– y que chatee su par de horas


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al día, salvo, claro, en niños de familias que viven por debajo de la línea de pobreza. Un aspecto que preocupa es que el muchacho y la chica den mayor margen de tiempo y atención a la conversación chateada que a la real, cara a cara, en diálogo franco, discutiendo y cambiando opiniones. El diálogo real es altamente formativo para la personalidad del adolescente. Decía John Dewey que la democracia se basa en el diálogo. Pero el diálogo está siendo desplazado de todos los niveles educativos, excepto del inicial. Se hace prevalecer lo virtual por sobre lo real. Acentuar el diálogo virtual incesante del chateo, sin compensarlo con el encuentro real de dos o más personas como ejercicio insustituible para la formación humana del adolescente, no es la mejor escuela de integración cultural y social del muchacho. Una cosa es chatear moderadamente, con atención a mantener la expresión clara, ordenada, comprensible, “oralizada”, con todos los desvíos y las alteraciones que implica la vitalidad y la inmediatez, pero que no necesita para ser vivaz y fresca corromper a mansalva las formas y estructuras de la lengua. Y otra, lanzarse por la cuesta abajo del facilismo que va anulando todas las “ataduras” (puntuación, ortografía, coherencia sintáctica, morfología) para manejarse con una engañosa libertad. 5. LOS MENSAJES DE TEXTO: MDT16 Los mensajes de texto son, bien encarados, si se quiere, una notable ocasión para el ejercicio de la concisión comunicativa para nuestros muchachos, sobre todo en medio de tanta cháchara insustancial que nos rodea. Le escribo a mi hijo Lucas, al llegar de viaje a casa: “Llegamos bien, a las diez”. Me contesta: “Joya”. Y ya está: lo justo y necesario.17 Los jóvenes tienen serias dificultades para armar una frase extensa, pues se pierden en ella. La frase breve y clara les da una oportunidad óptima, pues el medio exige frases lacónicas, con lo cual se avanza en economía de lenguaje. En inglés es Short Message Service (SMS) o “servicio de mensajes breves”. En nuestra lengua los llamamos “mensajes de texto”, y debería abreviarse como MDT. 17 En nuestro país, en cuatro meses de 2005, el número de mensajes de textos ascendió de 18 a 66 millones por día. 16


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A diferencia del chat, que permite la comunicación en línea con varios destinatarios simultáneamente, el MDT supone un solo emisor y un receptor, a la vez, al menos por ahora. Por lo demás, la casi instantaneidad de emisión, recepción y respuesta está diferida temporalmente en el MDT. El factor celeridad no pesa de la manera definitiva, como en el chat, pues la composición letra a letra incorpora un ralenti en la elaboración de escritura. En los MDT se dan dos rasgos lingüísticos básicos recurrentes y un tercero, en el terreno de la imagen: 1. Suelen estar escritos en “Tarzán básico”, es decir, con elementos yuxtapuestos sin articulaciones, del tipo: “Voy domingo...”. Esto no es nuevo porque es el “estilo telegráfico” de siempre. No habría nada que objetar a esta modalidad, en aras de la brevedad. 2. Pero el segundo rasgo constituye una seria afección lingüística: la grave alteración morfológica de las voces. 3. El uso de emoticonos para acompañar o para sustituir al mensaje verbal, que tiene sus bemoles. Esta tendencia ha sido estimulada por una marca de teléfonos celulares, Personal, que, en su promoción, entrega al muchacho un diccionario de doscientos términos abreviados. La oferta que aparece en el “diccionarito” (Diccionario de chat Personal) dice: “Animate a usar el lenguaje de chat Personal. Y también creá tus propias palabras”. La motivación de la frase final, “Creá tus propias palabras”, es una invitación irresponsable a la incomunicación; un viaje hacia una insularidad del hablante cuyas palabras de creación “personal” no son comunes al resto de los interlocutores y que no puede tener otro efecto que el aislamiento. En momentos en que se privilegia en todo el diálogo, la comunicación, la interrelación de las personas, esta propuesta se descuelga con un volar de puentes y que cada cual hable con palabras personales. En el difundido Diccionario de chat Personal hay cinco campos semánticos absolutamente ausentes, sin que tengan una sola voz de las recortadas: el de la comida, la vestimenta, la música, la radio y la televisión. Esto es una ausencia grave en un instrumento ofrecido a los adolescentes, para quienes estos cinco ámbitos son


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capitales como referencias cotidianas. Con ello se prueba la poca atención brindada por los fabricantes del diccionarito a los intereses reales del destinatario masivo, el adolescente. Un segundo haz de observaciones: a) ¿Qué hace el término “kbrón” (“cabrón”) en ese léxico, que es una voz absolutamente ajena a la realidad lingüística argentina? b) ¿Qué pito toca “BNC” (“Barcelona”) como único topónimo presente en la lista, cuando no aparece la menor noción a nuestro país? c) ¿Qué papel juega la abreviatura “bbq” (“barbacoa”), inusual entre nosotros, que siempre hemos usado “parrilla”? Queda claro que el Diccionario de chat Personal es una propuesta pensada para peninsulares y acomodada, titularmente, a nuestro país, mediante las inflexiones verbales falsas de la oferta que simulan basarse en la realidad argentina: “Animate” (y no “anímate”) y “creá” (no “crea”), que aparecen como claramente sobrepuestos verbales para vender a nuestros muchachos argentinos el producto internacional. Ahora bien, si atendemos a las abreviaturas propuestas, muchas son ineficaces, porque no cumplen con la primera ley de las abreviaturas: ser sensiblemente más breves que la voz original. Aquí, muchos casos solo ahorran una letra: “akba” (acaba), “kbrón” (cabrón), “qal” (cual), “qalkiera” (cualquiera), “hmos” (hemos), “ladrn” (ladrón), etcétera. Igualmente, parece poco sintética la aparición de meros anglicismos crudos, algunos levemente revirados: bye (adiós), batry (batería, battery), botle (botella, bottle), ok (de acuerdo), etcétera. El Diccionario de chat Personal incorpora una media docena de frases (ya no solo palabras) que suponen “maxiabreviaturas”: NLS (no lo sé), NPN (no pasa nada), NPH (no puedo hablar), NSN (no sé nada), TQPSA (te quiero pero se acabó) y TQITPP (te quiero y te pido perdón). En el siglo xvi hubieran dicho: “Averígüelo, Vargas”… En síntesis, el Diccionario de chat Personal propuesto no es un producto legítimo, ni siquiera adaptado al mercado de los usuarios argentinos; es arbitrario en la elección de las voces, pues deja


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afuera cinco grandes campos temáticos de firme interés de los adolescentes; varias de sus abreviaturas no cumplen con el principio elemental de ser más breves que las voces originales, en fin, la arbitrariedad de algunas abreviaturas las hacen inviables. Pero el mal ejemplo cunde y la siembra de torpezas se torna floreciente. Voy a visitar a mis nietos, el día previo a su ingreso al segundo grado. Orgullosos, me comentan: “Abuelo, llevamos carpeta con gancho”, signo de un paso grande de primero a segundo grado en el manejo de útiles de la primaria. Tomo la carpeta, que reza “YADHANI: es un producto Vulcano”, conocida marca de material escolar. En el interior de la tapa, a la izquierda tropiezo con un “Diccionario de chat”. Es decir, es la propuesta, diariamente visible, para su uso, cada vez que se abra la carpeta. Pero mi sorpresa no acaba allí. El diccionario no contiene ninguna palabra abreviada, sino que son todas frases enteras. Se trata de un paso más largo aún en el proceso de simplificación miserable de las voces. Es una nueva vuelta de tuerca hacia la indigencia expresiva del niño: “asdo en ksa” (asado en casa), “KO” (estoy muerto), “srte n tu vje” (suerte en tu viaje), t nvto cine” (te invito al cine), etcétera. Enciendo el televisor y salta la propaganda de la dicha carpeta escolar. Por todas las vías, el acoso opera sobre los niños, ya no solo sobre los adolescentes. 6. LA GENERACIÓN DEL PULGAR No se siga diciendo que son hechos aislados, que no tienen proyección. Poco a poco se van imponiendo en todos los ámbitos de usos y edades. Cuando queramos reaccionar, ya tendrán asiento firme, inamovible. “Es una lluvia pasajera”, dijo la mujer de Noé. No se trata de ser alarmistas. Se trata de no ser estúpidos y desatender aspectos en los que está en juego la competencia comunicativa futura de nuestros muchachos para expresarse con libertad y no ser cautivos de sus limitados recursos en el seno de la sociedad democrática. Abreviaturas ha habido siempre en la escritura. Al comienzo, por el costo del pergamino, ahorraban con ellas espacio y dinero. Hay abreviaturas en los apuntes que los muchachos toman en clase, para


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avanzar más rápidamente en el registro. No obstante, esas simplificaciones eran pocas y fácilmente restituibles: “q’”, “xq”, “ej.”, etcétera. Hoy están creciendo, incluso, en la presentación de trabajos impresos, con frecuencia preocupante. Una ejecutiva de una firma electrónica asoció la propuesta del diccionario abreviado de doscientas voces, que comentamos, a la taquigrafía. Se ve que oyó campanas, pero no sabía dónde sonaban. Cuando Tirón, esclavo de Cicerón, inventó su escritura abreviada en tablillas de cera –origen de la estenografía–, lo hizo para poder retener con integridad los discursos orales fluentes que su amo ensayaba en los jardines de su residencia en las afueras de Roma. La taquigrafía moderna tiene por objeto retener, en todos sus detalles, la rica, varia y huidiza materia oral. Por los signos taquigráficos, podemos reponer, con toda precisión, lo que dijeron “las aladas palabras”, como dice Homero. Muy otra es la realidad de los muñones de voces que proponen esos “diccionarios” que procuran entusiasmar a los adolescentes con su curiosidad criptográfica. Frente a la ligera afirmación de alguna lingüista de que estamos frente a una nueva lengua, conviene detenerse. Digámoslo una vez más: no hay tal lengua de los mensajes de texto; solo se trata de un exiguo léxico abreviado que no tiene validez universal, pues las abreviaturas son convencionales de cada grupo, o menos aún, de cada muchacho. Hace poco, en una entrevista en el diario La Nación, algunos adolescentes manifestaban la dificultad de entender mensajes enviados por otra tribu electrónica. Esto es por la inexistencia de abreviaturas convencionales generales. Insistimos: sin convenciones generalizadas y aceptadas con cierto grado de universalidad, no hay sistema de lengua. La propuesta del “diccionario” de doscientas voces es un atentado grave contra la ya reconocida pobreza del lenguaje adolescente. Las seiscientas usuales son reducidas a una tercera parte, doscientas, y, acto seguido, esas doscientas son reducidas en su forma, jibáricamente, a una porción esmirriada de su morfología. Es decir que el empeño es, mediante varios procedimientos, estrechar en su forma esos escasos doscientos vocablos restantes, como haber fundamental léxico del muchacho. Esto es sumar indigencia a la


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miseria. No hay en la propuesta la menor responsabilidad social ni educativa respecto de los efectos de ella. Obviamente, lo importante es vender con el valor agregado de lo curioso; no ayudar a nuestros muchachos a expresarse mejor. Es una contradicción de términos –por decir lo menos– que una empresa de comunicaciones se empeñe en acentuar los efectos negativos de la pobreza lingüística. Uno de los afiches de una compañía de celulares reza: “No escriba, use estos signos”, y propone un afiche con el “vocabulario” sígnico. Claro que el contrato que el adolescente firma –o su padre– cuando compra un celular está escrito con todas las letras de todas las palabras, y con una vigilada y asesorada redacción. Cierto que ya se sugiere que no se lea el contrato, pues, como se sabe, todo va en letra muy pequeña, casi ilegible. No lea, no escriba: retroceda en su aprendizaje, cangrejee en su educación, bestialícese. La propaganda es para el zonzaje consumidor, al que incorporan a nuestro desvalido adolescente. En los mensajes de texto, por supuesto, se reproducen muchas de las limitaciones del uso del chateo, excepto la abundancia de signos y de vocales. Hay algunas recurrencias, pero tampoco constituyen un código general para la lengua. Parte de lo que se llama “el lenguaje SMS”,18 y algunos denominan “tecnoñol”, aplica procedimientos y rasgos repetidos, algunos comunes con el chateo. Son recursos morfosintácticos que procuran compensar la falta de información extralingüística (presencia física del interlocutor, miradas, gestos, hasta olores), todo un campo visual y auditivo ausentes en el chat. Ordeno aquí algunas precisiones para una mejor descripción del campo: a. Se usa fonéticamente el nombre de las letras: ch (che), t (te), pe, s (ese), k (ka), etc.: “s no t plea” (“ese no te pelea”). b. Se suprime la “h” inicial: “acha”. En 2005 Wikipedia, incorporó un Diccionario SMS, llamado Exo x ti xa ti. Este Lenguaje XAT propone la sistematización de abreviaturas, la supresión de la puntuación, de las vocales, de la “h”; el uso de símbolos: ad* (“además”), al- (“al menos”) y los emoticonos. Hace una observación básica: no deben llevarse estos recursos a otros espacios en el uso lingüístico. Es un diccionario en proceso. http://wikipedia.org/ wiki/DiccionarioSMS. 18


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c. Unos grafemas sustituyen a otros: “k” por “c”: “ksa” (“casa”); la “x” por “ch”: “xat” (“chat”); la “y” por “ll”: “yav” (“llave”). d. Se suprimen las vocales en palabras comunes: bn (bueno); tx (taxi). O varias letras por palabra: tb (también): “ak toy” (“acá estoy”). e. Se suprimen los acentos ortográficos. f. Se suprimen las mayúsculas. g. Se usan mayúsculas para indicar que algo se grita. h. Se combina letras y números: sal2 (“saludos”). i. Se usan signos matemáticos: + (más), - (menos), x (por), y se los combina con letras: xq (porque) t kro + (“porque te quiero más”). j. Los signos de interrogación y exclamación solo cierran, no abren. k. Se recurre a ciertas convenciones de los globitos de las tiras cómicas: zzz (duerme, duermo, dormido); grrr (estoy enojado). l. Codificaciones peculiares: dos puntos más guión más paréntesis de cierre: (feliz); dos puntos más guión más paréntesis de apertura: (triste); :+ (asustado); :- (aburrido). m. Elipsis verbales con verbos decir, ver, hacer, ser, ir. n. Abreviaciones morfológicas: poli, peli, tv, etcétera. o. Abreviaturas convencionales, muy pocas: kg, km, uds, ej. La reiteración de signos y de vocales (no!!!!!; adios......./ te quierooooo!!!!) no son convenientes para el estrecho espacio del MDT. Leonardo Castellani llamó a Jorge Luis Borges “circuncidador de palabras”, porque, en la etapa “criollista” de su producción, les cortaba, a algunas voces, el extremo final, la puntita, en un esfuerzo que pretendía incorporar los reflejos de la oralidad en su poesía: “ciudá” (“A mi ciudá de patios ahondados como cántaros”), “soledá”, “quietú”. Ya no se trata de “palabras bonsái”, que reproduzcan, apretadamente, los rasgos de la original. Hay voces irreconocibles, totalmente deformadas, o, lo que es tan grave como esto, ambiguas, por donde los mensajes pueden dar lugar a interpretaciones diferentes. Con muchas de estas abreviaturas, la lectura se alarga, se prolonga en búsqueda de la intelección del mensaje, y hasta se pide aclaración de lo escrito, y provoca con ello un efecto inverso al buscado: la rápida transmisión.


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Se castran, trucidan, mutilan, “jibarizan” las voces en ese afán de acortar. Digo mal “jibarizar” porque los reductores de cabezas mantenían los rasgos y las proporciones de la cabeza humana, haciéndola liliputiense. En cambio, en el chat las voces deforman anormalmente la palabra y dificultan su reconocimiento, y no guardan, como un bonsái con su modelo real, una relación de armonía y proporción. 7. LOS EMOTICONOS, CARITAS O SMILEYS Sobre llovido, mojado. A la sustitución de voces mediante las abreviaturas, se le suman, en las propuestas del chat y de los mensajes de texto, las caritas o emoticonos.19 Los emoticonos son pictogramas que combinan letras y símbolos del teclado (código ASII) de la PC, que generan, de manera espontánea, gestos faciales, que refuerzan, atenúan o sustituyen lo escrito. Una propaganda de afiches callejeros de Telecom, de Personal, dice: “No escriba, envíe mensajes con caritas”. Si al menos se hubiera dicho: “Reforzá tu escritura acompañándola con caritas”, sería buena propuesta. Pero no: se sugiere que se sustituya la palabra por el emoticono, y que no se escriba. Es un paso más que aleja al muchacho de la lengua articulada y lo inicia en el campo de los conos sustitutivos de la palabra. Se le sugiere al adolescente: “No te esforcés en buscar las palabras para expresarte: inscribí la carita”. Se mata el esfuerzo personal de buscar las frases que lo expresen. Es un nuevo tobogán hacia el vacío. Una forma de esterilizar la expresión humana. La carita no acompaña, sustituye la expresión. Evita el esfuerzo: es una vía más de facilismo sugerido que atrofia los organismos expresivos, como el músculo que no hace ejercicios. Justo cuando el muchacho lucha por su identidad individual y por diferenciarse de los demás, entra en el juego de expresarse codificadamente, en forma adocenadamente mecánica: alegría,

19 La voz se genera en un acrónimo inglés: emot[ion] icon, es decir: conos o figuras de emoción. El Diccionario panhispánico de dudas sugiere adoptar “emoticono”, porque en español la segunda voz es “icono” y no “icón”.


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botón 2; tristeza, botón 3; disgusto, botón 5, etcétera. Todos los diferentes matices anímicos diversísimos, según las personas, son reducidos a una sola carita de manejo aborregado.20 Respecto de las funciones de los emoticonos en los chats y en los MDT, Marta Torres i Vilatarsana propone una clasificación, interesante, pero que olvida (salvo si lo comprendemos en el tipo inicial) la función sustitutiva de la expresión. La propuesta ordena así los tipos de símbolos (Torres, 2004): 1. los que expresan la emoción del emisor; 2. los que facilitan la interpretación del mensaje, por ejemplo: ironía respecto del enunciado; 3. de complicidad, usados por su grupo homogéneo; 4. preservadores de la imagen, para expresar condescendencia cortés con el emisor. Esta especie se comprendería en el “lenguaje de la cortesía”; 5. amenazadores de la imagen del interlocutor en la comunicación interpersonal. Se lo seduce al muchacho con el aspecto de lo juguetón, divertido, novedoso, en tanto se lo va metiendo en el brete de la reducción mental por vía de la estrechez verbal. Como dije, es un paso más hacia el vaciamiento idiomático del usuario. Ya no palabras, dibujos sugerentes. Naturalmente, estas caritas, en su simplicidad elemental, son de un número muy inferior a las doscientas abreviaturas: oscilan entre las seis y las doce. Un nuevo reduccionismo para la expresión humana. Vamos en marcha reculativa, retrógrada: avanzamos hacia el jardín de infantes. Es un proceso gradual de infantilización expresiva de nuestros muchachos. Es una denunciable involución educativa. Es como retomar el gateo infantil en lugar del paso erguido. A jugar con ecolalias y a dibujar monigotes. Está disponible, desde hace más de tres lustros, una obra con la oferta de iconos: Godin, S. The Smiley Dictionary, Berkeley Peachtip Press, 1993. Recuerdo algunos: sonrisa, guiñar un ojo, carcajada, sacar la lengua, risa con lágrima, sorpresa, tristeza, indiferencia, comentario sarcástico, comentario diabólico; usuario mareado, resfriado, babeando, llorando, mudo, relamiéndose los labios, no sabe qué decir; comiéndose las uñas; abrazos, besos, ofrece una flor, etcétera.

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Frente a todo el esfuerzo de los buenos maestros de enseñar debida y denodadamente la lengua que los libere, estas campañas tiran todo para atrás. Se logra aniñar al adolescente, en lugar de promoverlo a joven. ¿Es esto una estimación del adolescente? ¿Se lo juzga así de aniñado y elemental? El muchacho, ¿es consciente del destrato y menosprecio que suponen estas propuestas? ¿Qué tipo de ciudadanos estamos gestando con estos “adelantos”? Indudablemente, seres domesticados y juguetones, discapacitados para pensar por sí, para reaccionar y reclamar. No se entiende este tipo de “contribución” de las empresas de comunicación, más bien parecen campañas de infantilización. El modelo es Peter Pan. Esto acabará en el balbuceo, en el tartajeo inarticulado que revelará la imposibilidad de pensar. Porque si no se sabe, sépaselo: el pensamiento del hombre avanza y se matiza con el apoyo idiomático. ¿Se habrá logrado así un objetivo amañado con artería? En el fondo, y bien mirado, es una nueva forma de manipulación populista: darle más de lo mismo para que no crezca. En este manejo nefasto de las tecnologías radica la perversidad de quienes lo promueven. La limitación se transforma en estrechez, la estrechez en molde, el molde en jibarismo, el jibarismo en vaciamiento de contenidos, y así parecidamente... Es tan contradictorio como celebrar que nuestro hijo de catorce años comience nuevamente a gatear y a hacer palotes y monigotes. La evolución del lenguaje en la persona va acorde con su madurez y su libertad interior. Lo que se pone en evidencia en los textos del chat es su carácter acentuadamente emotivo y expresivo. De allí la oferta de emoticonos para la comunicación. Sería ideal que ratificaran su mensaje verbal con las caritas, no que sustituyan las voces y expresiones por emoticonos. Más creativos eran los futuristas, con Marinetti a la cabeza, que idearon un conjunto de signos para sugerir: perplejidad, hastío, melancolía, ironía, etc., y otros estados emotivos o espirituales no representados en los dos signos excluyentes: de interrogación y de exclamación.


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8. LA ESCUELA Y LOS NUEVOS MEDIOS La intercomunicación es una base fundamental para la educación, de allí la atención que debe prestarse a las nuevas vías de comunicación que ha desarrollado la técnica. Pero no todas ellas guardan igual relación con la lengua: unas, como el correo, se convierten en un campo excelente de desarrollo y aplicación. La escuela debería incorporar hoy entre sus actividades lingüísticas la enseñanza de la redacción de correos, como antes se aplicaba a la didáctica de la carta. Es de una utilidad creciente en todos los terrenos de la actividad humana.21 A la vez, el uso del correo se aplica cada vez más a la enseñanza del español como segunda lengua (ELE), campo de notable expansión (Pastor Cesteros, 1999). Otras formas electrónicas, en cambio, como el chat, representan, tal como los adolescentes lo cultivan, una forma de negar la integración comunicativa a partir del idioma común. Avanzan en el chateo hacia la balcanización por grupos y tribus electrónicas, negándose a códigos universales de interacción. Los últimos manuales de escritura incorporan capítulos destinados a los nuevos soportes comunicativos. Así lo hace el excelente Saber escribir (2006), dispuesto por Jesús Sánchez Lobato. El capítulo xv está destinado a “La escritura en las nuevas tecnologías” , y se aplica a la lengua escrita en páginas electrónicas, correos, chats, MDT, blogs, foros. El análisis comparado de diálogos chateados con diálogos escritos en clase o grabados de lo oral es un ejercicio mostrativo de las diferencias entre ambas formas comunicativas, y sirven para clarificar las bondades, limitaciones, usos, etc., de cada una. El chateo es una vía cierta y cotidiana de comunicación. No debe quedar expósita en la calle, sino que debe ser incorporada al aula para su estimación. Hay para ello una dificultad gruesa: el 90% de los docentes jamás ha chateado. Otra vez la brecha digital. 21 Señalamos algunos aportes bibliográficos interesantes sobre el uso de Internet en el aula, específicamente, el correo: González Hermoso, A y Romera Dueñas, C. Correo electrónico. Madrid, Edelsa, 2001; y de ambos autores. Charl@s. Madrid, Edelsa, 2001; Molina Garrido, M. D. “El correo electrónico en el aula: un ejemplo”. En Cuadernos Cervantes de la Lengua Española. Madrid, IC, Madrid, 2001, Nº 26, pp. 86-87.


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Un aspecto riesgoso es el anonimato que favorece el chat. No es un detalle menor no saber con quién se está chateando: es una base riesgosa de incertidumbre que expone al muchacho o la chica a iniciar y mantener una relación comunicativa con un desconocido, que puede asumir cualquier máscara o falsa identidad. El adolescente puede estar siendo estimulado y manipulado por un adulto embozado en figura de otro adolescente. Y sonsacarle datos personales (dirección, escuela, gustos y preferencias, problemas que lo aquejan, etc.) y servirse de ellos con intencionalidad torcida, perversa o imprevisible. La crónica policial está enriquecida con situaciones como estas que concluyen en rapto o violación. A su vez, al propio muchacho o chica les permite crear un personaje y jugarlo, con ocultamiento de la propia identidad y avanzar en la simulación. Esto facilita la liberación de algunas pulsiones en el sujeto adolescente, que lo exponen a sus interlocutores. En efecto, está probado que el adolescente puede desarrollar las características de un personaje virtual en la comunicación con otros. Este aspecto del chat excita el fantaseo en la intercomunicación. Este juego puede llevar lejos (y hay sobrados ejemplos de casos), sin límites. La conversación suele tener dos polos en estas situaciones: lo erótico y lo agresivo. Lo que se posibilita es la acentuación y la compensación de lo que se vive como defecto o limitación y también la expresión de tendencias inhibidas habitualmente. El anonimato favorece, además, la ruptura de reglas. Se impone, pues, la advertencia respecto de los riesgos que corren los adolescentes. También debe advertirse que, muchas veces, el chat sirve para desarrollar actitudes que después se proyectarán en las acciones de la vida diaria. El chat opera como entrenamiento para la acción real (Balaguer Prestes, 2005), tal como ocurre, en otro nivel, en los videjuegos: se ensayan actitudes, se entrenan en determinado tipo de reacciones, se manejan valoraciones anormales, etcétera. Esto debe ser materia de clase. Otro aspecto que preocupa es que el muchacho y la chica den mayor margen de tiempo y atención a la conversación chateada que a la real, cara a cara, en diálogo franco, discutiendo y cambiando opiniones. Eso es altamente formativo para la personalidad del


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adolescente. Pero se hace prevalecer lo virtual por sobre lo real. Un amigo mío, dueño de un cíber, me comentó lo siguiente. Todos los sábados, dos padres dejan en el cíber a sus dos hijos provistos de una mochila con comida y una gaseosa, para que se entretengan, de 9 a 17, hora en que vienen a retirarlos. “¿Y qué hacen los chicos en todo ese tiempo?”, le pregunté. “Charlan entre ellos”, me respondió. “Bueno”, le dije, “es lo mejor que pueden hacer para construir entre ellos una amistad, charlando mano a mano de sus cosas”. “Pero no”, me detuvo, “no hablan cara a cara, chatean entre sí, sentados uno junto al otro, durante todas esas horas”. El caso es sin comentarios: el cíber convertido en guardería electrónica o contenedor electrónico de criaturas, pero que no socializa, sino que aísla al renunciar al diálogo humano. A esto, súmele usted la atmósfera que envuelve el cíber, con esa luz submarina, que facilita la desrealización y el aislamiento, la desconexión con la realidad. Por horas, en esa atmósfera acuática, el muchacho está enfrentado con la pantalla, de espaldas al mundo real. El chat, por la celeridad excitante que imprime, anula la posibilidad de la distancia crítica, pues no da respiro para la autopercepción. En estos días, podemos leer en los diarios una nueva situación entre adolescentes acentuada por los recursos virtuales: el cyberbullying o “ciberintimidación”. Es una realidad que se ha expandido en el ámbito escolar. El procedimiento consiste en utilizar las nuevas tecnologías y medios (chat, MDT, filmación con celulares, blogs fotográficos) para molestar sostenidamente a un compañero o compañera y agredirlo por todas esas vías virtuales. Se “toma de punto” a un compañero y se lo hace víctima y centro de acciones combinadas para agredirlo, castigarlo, humillarlo, mediante un bombardeo de mensajes, chateos, imágenes de destrato y hostilidad. Otra modalidad consiste en generar peleas entre compañeros de escuela, o crear situaciones de abuso o maltrato y filmarlas con celulares para luego colgarlas en Internet. De tal manera han avanzado estas lamentables prácticas que ha sido necesario crear instituciones que asesoren y den contención. En casi todos los países de Europa y en Estados Unidos, funcionan estas entidades similares. En nuestro país disponemos del Bullying Cero Argentina, en el Centro de Investigaciones del Desarrollo Psiconeurológico (CIDEP).


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También se ha hecho necesario prohibir el uso de celulares en clase, por los excesos que se cometían. En este aspecto, la legislación de nuestro país se ha ido dando por provincias, pero no hay disposiciones nacionales. En algunos casos, los alumnos no pueden ingresar celulares al colegio; en otros, deben apagarlos durante la clase. Frente a la prohibición del portar celulares en la escuela, se alza el grito provocador de Marc Prinsky: “No apaguen los celulares en el aula”. Con ello quiere advertirnos que no dejemos fuera de la consideración educativa el manejo de los teléfonos móviles. Hay variedad de ejercicios posibles en la didáctica del aula para articular los celulares con otras formas de la comunicación. Seamos sensatos. El planteo de la incorrección lingüística en el uso de la lengua en el chat y en los mensajes de texto no se refiere ni al purismo ni a algunos deslices ocasionales que afecten espaciadamente al sistema. Lo que se verifica en los sitios de chateo es una ignorancia acentuada de la sintaxis, una ruptura de la morfología de las voces y una despreocupación por lo ortográfico. Ya no se trata, en lo generalizado, de los efectos ocasionales de la precipitación. La situación es mucho más seria. La cuestión primera es cuánto de esa práctica innegablemente deformante y acentuada en su crecimiento pasa a los otros usos de la lengua en los hablantes adolescentes. Postular, como dicen algunos de ellos en entrevistas, que esa práctica en el chateo no la proyectan en otras expresiones lingüísticas de su vida cotidiana o escolar en ellos no es creíble, es una irrealidad. Si un muchacho se ejercita durante tres o cuatro horas diarias por siete días y por meses, ¿quién puede decir con verdad que no tiene efectos en el resto de sus manifestaciones expresivas o comunicativas? “Tanto anda uno con la brea, que algo se le pega”, dice la sabiduría popular. Tendríamos que imaginar robots que puedan practicar esta separación entre unas funciones y otras de la lengua común. Algunos lo ven como un laboratorio de creatividad lingüística. Nadie podrá afirmar que, por el hecho de sentarse a chatear, un minusválido expresivo deviene creador lingüístico. Nadie da lo que no tiene, ni genera nada si no porta semen. No es válido el argumento, meneado a veces, de que el muchacho maneja un registro de lengua en su vida fuera de la


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“pecera” del cíber y otro en ella. Con varias horas de ejercitación digital por día en el chateo, no se entiende cómo no va a trasladarse esa ejercitación sostenida deformativa en el uso diario de la lengua. Decir que intencionalmente se elige esa forma de manejo lingüístico como una manera de distanciamiento, de desafío, de rebeldía contra el sistema y luego declarar que eso lo adoptan exclusivamente en el chat no es creíble. Creo que se acercan a la expresión de Lugones: “Esos que dicen adoptar la libertad de no hacer lo que no pueden”. La ortografía tiene dos vías fuertes para su fijación: la visual, por la lectura, que cada vez pierde más terreno entre los adolescentes, y la kinésica, en la medida en que la mano escribe una y otra vez la palabra correctamente, se consolida su uso automático. La práctica del chat ocupa el espacio de la lectura diaria y la escritura contrahecha reiterada reafirma su condición antiortográfica. El uso hace el hábito. “Yo sé adónde voy” es la frase sabida de los que dicen que tiene autocontrol; en todos los campos del extravío se repite la expresión. No se trata solo de un juego con celulares o una divertida práctica de escritura electrónica. Todo se va sumando para que el resultado sea previsiblemente perjudicial para la libertad expresiva del futuro joven. Las malas prácticas electrónicas y el uso torcido de las NTIC, la educación recibida, el permanente modelo impresivo de la mala televisión, etc., todo contribuye al deterioro en el uso de la lengua. Debe recordarse el refrán: “Estos lodos vienen de aquellos polvos”. De igual manera, la posibilidad de los mensajes de texto es una vía de comunicación conveniente y aprovechable. Puede constituirse en un ejercicio de concreto de la concisión y la precisión. No se justifica que el usuario descuartice los vocablos y, menos aún, que lo sustituya por emoticonos. Si algo ayuda a hacer de un adolescente un joven y luego un adulto, es el creciente dominio de su expresión, de cara a una comunicación cada día más eficaz y valedera. Una conducta regresiva hacia el infantilismo lingüístico no parece el camino hacia la madurez. El diálogo en nuestros días está excluido de la escuela y de la


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universidad. Si no hay compensación con la lectura, las deformaciones se consolidarán.22 Hay dos momentos, dice McLuhan, en relación con la adopción de las NTIC: el primero, cuando los usuarios hacen servir los instrumentos a las acciones y los intereses anteriores; el segundo, cuando las NTIC van generando otros usos y aplicaciones impensadas antes de su manejo y existencia.

• Para seguir leyendo: López Alonso, Covadonga y Seré, Arlette. “Nuevos géneros discursivos: los textos electrónicos”. En Estudios de Lingüística Española (ELiES), vol. 24, 2006. [en línea] http://elies.es/elies24

• Bibliografía Araújo e Sá, María Helena y Silvia Melo. “Del caos a la creatividad: los chats entre lingüistas y didactas”. En Estudios de Lingüística Española (ELiEs), vol. 24, 2006. [en línea] http://elies. es/elies24. Balaguer Prestes, Roberto. “El chat y el Messenger: instrumentos de entrenamiento en comunicación para tiempos de incertidumbre y baja atención”, Ponencia presentada en el marco de las VIII Jornadas de AIDEP, The Britisch Schools, Montevideo, 2005. En Archivo del Observatorio para la CiberSociedad. [en línea] www.cibersocioedad.net/archivo/articulo.php?art=209 Barcia, Pedro Luis. La lengua en las nuevas tecnologías. Buenos Aires, Academia Argentina de Letras-Editorial Dunken, 2007. Barcia, Pedro Luis. El rescate del discurso oral. Conferencia inaugural del Cuarto Coloquio Internacional: Lenguaje, discurso y civilización. De Grecia a la Modernidad. La Plata, 20 de junio de 2006. Organizado por el Centro de Estudios de Lenguas Clásicas, Universidad Nacional de La Plata. La Plata, UNLP, 2007, pp.17-32.

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MEDIOS DE COMUNICACIÓN: EFECTOS E INFLUENCIAS, VALORES Y ANTIVALORES Dr. Pedro Luis Barcia

1. LA ECOSFERA MEDIÁTICA Vivimos en una ecosfera mediática. Estamos inclusos en ella, inevitablemente. Los medios de comunicación forman parte de nuestro hábitat y paisaje natural. Median entre nosotros, mediatizan todo lo que tocan, como si fueran nuevos reyes Midas de las relaciones. No son factores ajenos a nuestra vida cotidiana: ellos nos implican, nos apelan, nos seducen, nos enriquecen, nos influyen, nos modifican, nos condicionan, nos incitan, nos nutren, nos empobrecen… Sus funciones básicas son tres: entretener, informar y educar. Las dos primeras se llevan las tres cuartas partes de la tríada de funciones; la tercera, la de educar, vive como la cenicienta en esta fiesta mediática. La esperanza de que ella pase a protagonista, no solo del baile con el príncipe, sino de toda la vida del reino mediático, ha sido hasta hoy ilusoria y vana. Sigue alentando, lo seguimos alimentando, pero no se concreta este sueño que ya es de la índole de lo feérico. Las dos funciones primeras –información y diversión– están presentes en los medios pero con pesos diferentes en unos y en otros. El entretenimiento, el pasar el tiempo, el matar el tiempo, el


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divertirse uno1 aparecen como la fundamental función de algún medio, como es el caso de la televisión. En tanto, la información es campo de dominio primario de la prensa escrita. Esto no obsta para que la tele incluya periódicamente sus noticieros (“noticiarios”, los llaman en otros ámbitos del mundo panhispánico) y, ocasionalmente, un programa cultural. O para que el diario lo gratifique a su lector con secciones culturales y de divertimento. Pero la televisión avanza conqueriente sobre entretenimiento e información, con su poder impresivo. Frente a esta fuerte realidad de la presencia mediática, o de nuestra presencia en medio de los medios, pueden darse tres posturas definidas. La primera es ignorar este ecosistema en el que estamos incluidos, dejarlo de lado. No ver televisión, no leer los diarios, no escuchar radio, no navegar por Internet, no atender a la publicidad. Practicar una suerte de insularidad robinsoniana, lejos del mundanal ruido mediático. Thomas Merton lo advirtió desde el título de un libro suyo: Los hombres no son islas. Los medios también se comportan como puentes entre las personas, como ámbitos de reunión y diálogo, de allegamiento, de reencuentro, en fin, como reafirmación de la condición de la persona humana en sus dimensiones social y solidaria, no solitaria. Esta actitud necia de vivir de espaldas a la realidad me recuerda aquella reflexión que se le atribuye –tal vez malignamente– a Silvina Ocampo: “Mirá, si viene el comunismo, yo me voy a la estancia”. La segunda postura es sumirse en el plexo dinámico de los medios, dejarse ir entre ellos, en ellos, por ellos. Tiene algo de resignación pasiva que acepta lo dado sin reacción y se suma a la corriente. Tampoco esta es una actitud que responda a la índole del hombre de no ser pelele de los medios, de los prójimos, del contexto. O para seguir con títulos de libros, el hombre no es, como en la obra de Lin Yutang, Una hoja en la tormenta. Las voces y las expresiones deben ser atendidas, porque nos expresan. Lo de “matar el tiempo” es expresión no ya ingenua, sino temerariamente estúpida. Recordemos la frase lapidaria de Quevedo: “El tiempo es el único enemigo que mata huyendo”. En cuanto a “entretenerse”, tenerse-entre, supone esa especie de suspensión entre realidades que nos aguardan a los extremos del alambre funambulesco por el que nos deslizamos, sin que, en realidad, avancemos hacia ninguna meta. “Diversión”, etimológicamente significa “apartarse de”, no converger, sino divergir; desentenderse por un rato de la vida y sus problemas, apartándose, como en un recodo del camino, de la vía cotidiana. 1


Medios de comunicación: efectos e influencias, valores y antivalores

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Lo humano es estar, por lo menos, a la altura de las circunstancias, aunque lo deseable es estar por sobre ellas. Ni rechazar la ecosfera, creándose otra enquistada en medio de ella, un mundo dentro de un mundo; ni aceptar, como moluscos, lo que se nos impone, dejándonos llevar como “juguetes del viento” mediático, hubiera dicho Bécquer.2 Si esta realidad no nos gusta, trabajemos para modificarla. Si se puede mejorar la capa de ozono –todo es cuestión de conciencia y voluntad– y recuperarnos de esta grave situación, con más razón la sociedad podrá mejorar los medios y preservar la salud de nuestra ecosfera mediática. El hombre equilibrado entre ambos extremos –al que hemos llamado el “entreverado” 3– vive, alienta, trabaja, sueña, proyecta en medio de la ecosfera mediática, pero no es sujeto de ella. Participa de ella pero tiene la capacidad de extrambientarse, con mirada inteligente y actitud crítica. McLuhan habla del “extrambientado” como aquel que, participando de un ecosistema, tiene la capacidad de abstraerse de él y considerarlo desde afuera con una mirada inteligente, penetrativa, interpretativa y crítica, es decir, evaluativa. Quien está dentro del sistema sin capacidad de distanciamiento respeto de él no percibe, en rigor, la realidad en la que está inmerso. “El pez no sabe lo que es el agua”. El viejo proverbio hitita define al ambientado en su perspectiva cegada. En cambio, el extrambientado es la persona que elige, selecciona, luego analiza y, por fin, estima o evalúa la realidad considerada. Todo ello porque puede tomar distancia y ver y verse desde fuera de la burbuja del contexto. Es una falacia decir que todos vivimos en una sociedad mediatizada, porque “vivir” supone una participación activa, creadora, proyectiva e inteligente en ella de parte de todos. Y esto no se da. Habría una cuarta actitud, además de las dichas: la de los que están aislados pero deshumanizados. El personaje y narrador del cuento “Casa tomada”, de Cortázar, dice “Se puede vivir sin pensar”. Él y su hermana viven recluidos en su casona, aislados de toda realidad, tejiendo ella y él leyendo, que es su forma de tejer, lejos de la realidad que rodea la mansión. Serán expulsados por ruidos indefinidos, ni siquiera por presencias visualizadas, a “las tinieblas exteriores” del mundo real. Allí comienza el drama de la pareja de hermanos, en medio de la calle. 3 Véase la “Presentación” a este volumen. 2


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Millones de personas “están” en el seno de esa sociedad, forman parte de ella, son sujetos y están sujetos, pero realmente no “viven”. Son objeto de manipulación indiferenciada, sometidos, porque no tienen competencia comunicativa, que solo se alcanza con una específica educación. Y la competencia comunicativa del ciudadano actual se estrecha cada vez más, porque se han ido reduciendo sus posibilidades lingüísticas, base de todo sistema mediático. Estamos en medio de un vórtice de cambios. Pilotear el gomón en medio de los saltos haciendo rafting es harto difícil, pero hay que esforzarse en ello, hasta lograrlo; caso contrario, la corriente de los rápidos nos estrella o nos devora. La escuela ha perdido su posición de centro de difusión del saber. La lectura y la escritura, que fueron sus ejes, están desatendidas. El modelo de nuestra escuela no acompaña el proceso de los cambios. Se ensayan paños fríos o calientes y cataplasmas, en una época de inyectables y operaciones con rayos láser. Se requiere un proyecto educativo totalizador, no remiendos y parches ocasionales. Hay que resituar el papel de la escuela como espacio socializador del conocimiento, íntimamente asociado e integrado a los medios de comunicación tradicionales, nuevos y novísimos. La universidad, formadora de docentes –quienes, a su vez, formarán a los alumnos de la escuela secundaria y a los maestros, que educarán a los del nivel primario–, no ha incorporado la enseñanza de los lenguajes mediáticos ni la consideración de los cambios que los medios han generado en las formas cognitivas. Luego, la ignorancia se genera en catarata negativa hacia abajo. En rigor, no hay una, sino varias brechas entre las generaciones, y entre alumnos y docentes, que no se agotan en la llamada “brecha digital”.4 Esta expresión grafica que hay dos posiciones, de uno y del otro lado de una honda escisión. Una marcada separación entre inclusos y excluidos. Lo de “brecha digital” alude, pues, a más de una brecha. La primera y general es la profundizada entre las tecnologías y aquellos que no las manejan. Es una ruptura entre la oferta tecnológica, de Véase Barcia, Pedro Luis. El hombre que no está en el presente es como la piedra inerte a la orilla del río. Conferencia dictada en febrero de 2006, en el salón “Leopoldo Marechal”, del Ministerio de Educación de la Nación, inaugurando el ciclo internacional de especialistas sobre educación y tecnologías, organizado por INTEL y el Ministerio, sobre el lema: “Cambiemos el chip de la educación”. 4


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allá, y las personas de este lado, que aún no han dado el salto. Esta realidad se proyecta en tres situaciones o niveles referidos a humanos situados en la vereda de los que dieron el paso y, de la otra vereda de la brecha, los que no lo han dado. Estas tres son más patéticas si se quiere, porque se generan diversos grados de enfrentamiento entre personas. La primera brecha entre humanos es la ahondada entre generaciones convivientes, que, diría, son tres, y que se corresponden aproximadamente con edades, salvo excepciones: la de los que manejan con fluidez los recursos tecnológicos, los más jóvenes, y menores de cuarenta años; la de los que se han asomado tarde a ellos, pero lo han hecho con voluntad de inclusión, entre cuarenta y sesenta; y, por fin, el tercer nivel está integrado por los mayores de esa edad y cuantos ignoran dichas tecnologías, y no hacen gesto de aproximación a ellas; incluso, las consideran con desprecio y resentimiento, las execran. Hay en ello una sensación de síndrome del aislado si retorno. Esta tripartición se verifica desde el funcionamiento de una escuela primaria hasta el Ministerio de Educación. Una segunda brecha entre humanos es la que profundiza el hiato que separa a docentes no iniciados, o escasamente iniciados, y a los alumnos, avezados en el uso de esas tecnologías. Y el tercer frente de conflicto diferenciador entre personas es el dado entre alumnos que se hallan incluidos en el manejo de las tecnologías y los que están marginados de ellas. Nuestra atención básica debería centrarse en la confrontación de individuos funcionales a la actividad docente entre personas. A las diferencias generacionales solo hay tres maneras de zanjarlas o superarlas: el humor, la inteligencia y el aprendizaje del uso tecnológico. El humor salta por sobre todas las escisiones generacionales y la inteligencia es puente vivo entre las personas. En cambio, el malhumor y la necedad en educación cavan una zanja separadora. Pero humor e inteligencia son de aplicación ocasional. Lo que se impone como problema por resolver es la brecha digital entre persona y tecnologías, en estudioso allegamiento a las tecnologías, el comprender su impacto cognitivo y sus proyecciones culturales. Supuestamente, según las previsiones de la pronóstica, con el tiempo la brecha se irá reduciendo en las tres situaciones humanas


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señaladas. De seguro, en las dos primeras. Las nuevas generaciones irán incorporando, hasta con naturalidad, el conocimiento y uso instrumental y creativo de las tecnologías y los tres estadios –los jóvenes, los maduros y los abuelos– tenderán a nivelarse. Así está previsto. Los medios no están destinados, por naturaleza, a la educación o formación de nuestros muchachos. Ese puede ser un segundo destino que les damos. Su objetivo central, y respetable, es el negocio, el ganar dinero. Sabemos que las empresas de los medios no son la Madre Teresa de Calcuta. No tienen por qué serlo. Nadie pide esto. Pero usted puede hacer dinero vendiendo juguetes o mercando con droga. Se trata de cuestiones de mercado, de beneficios o perjuicios económicos, pero también de responsabilidad social. El peso del rating, o medida de la audiencia, que los productores de los medios siguen con angustia programa a programa, minuto a minuto, lo condiciona todo, lo altera todo, hasta niveles incalculables. Del resultado de esta medición depende el aporte de los anunciantes y, de sus publicidades, la ganancia de los dueños del espacio radiofónico, televisivo o periodístico. Se trata de dinero, de ganancia; sí, claro, pero también de ética y de moral privada y pública, interés al que no escapa ninguna acción humana, individual o social. Por supuesto que son compatibles calidad y ganancia, asociar lo cualitativo de los contenidos de un programa con lo cuantitativo del rédito económico, pero ello exige, obviamente, creatividad cierta. Por eso, porque requiere creatividad y conciencia ética, lo que impera no es una relación equilibrada entre los dos términos de calidad y negocio. Por lo demás, lo que es preocupante es la falta de creatividad en los productos. Una actitud estimativa falaz es la de muchos directivos de revistas –escasamente de periódicos– y, de manera más recurrente, de radios y canales, que dice que se le da al público lo que el público pide. En rigor, la oferta es escasa, muy repetitiva de canal a canal, y no deja mucho margen de elección. Usted cambia de una señal a otra con el control y va viendo en todos el mismo perro con distintos collares. O, ahora, lo dominante es el mismo perro en todos los canales, sin voluntad siquiera de engañar con diversidad de


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collares. Ese perro se llama, en nuestros días, Gran Hermano o Bailando por un sueño. Si hay un rasgo común a nuestra televisión, es la redundancia alarmante. Más allá de lo dicho, repárese, por ejemplo, en los programas de televisión sobre la televisión (con perdón de la expresión, llamados “autorreferenciales” o de “metatelevisión”, para dar impresión de que se sabe griego).5 Uno zapea y ve el mismo programa con distintos animadores. El éxito de un aporte supone, casi automáticamente, la réplica en los restantes programas. La clonación comenzó en la televisión, no con la oveja Dolly. El argumento de que se ofrece lo que el pueblo quiere, precepto que parece de decidida filiación democrática, en rigor no lo es. Es la caricatura de la democracia: es populista. Al pueblo hay que darle lo mejor y verdadera promoción, en todos los terrenos, desde la alimentación al espectáculo. “Promoción” significa motivarlo “hacia delante”; al pueblo hay que “pro-moverlo” y, mejor aún, “supra-moverlo”, ayudarlo hacia arriba. Dejarlo en el nivel en que está es una forma de quietismo cultural, de estatismo social, que aprovechan los políticos oportunistas. Se trata de panem et circencis (“pan y circo”), como decían los tiranos romanos, “fideos y televisión”, en lugar de mejorarle la condición, el alimento y la diversión. No consiste en seguirle dando de comer lo mismo, sino en bonificarle la dieta. Si una autoridad responsable ve a gente tomando agua del charco, actuará para evitarlo y mejorará el servicio de agua corriente. La salud de la población también se refiere a los medios de comunicación. Los gobiernos populistas no hacen cumplir las leyes que sancionan el mal uso de los medios. Las variantes de actitud son muchas: las autoridades miran para otro lado, estiman que “las multas con fascistas”, como dice un encargado del organismo de contralor –no, por supuesto, las del tráfico o por impuestos impagos, etc., que afectan a todos los ciudadanos: estas son “democráticas” y hay que honrarlas–, se posterga su cobro, se canjean los altos montos, si se estipularon, por propaganda política, con lo cual los partidos El vocablo televisión es híbrido: mitad griego (tele, “lejos, “a la distancia”) y latino (viso, de visere, “contemplar”). Debió llamarse “telescopea” o “longaviso”, para responder a una sola matriz de origen, griega o latina. La mixtura centáurica en su constitución, según la teoría pitagórica de que en el nombre de las cosas está su esencia, explicaría el matete natural que caracteriza al medio. 5


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se alimentan de la inmundicia multada y se nutren con espacios pagados por la carroña, se pide que actúe la civilidad por sí misma no mirando los programas o alzando protestas, se hace como que se hace. En fin, se manejan todos los gatopardismos convenientes para no molestar a los medios que pueden volverse contra la autoridad política que pretenda hacer cumplir la ley. Se genera así una anomia grave, porque si el médico social no cura, ¿quién lo hará? Nadie. El pueblo queda expósito en este sálvese quien pueda, en el que los más indefensos son los niños, precisamente, los incapaces de defenderse. Es muy penoso el concepto de pueblo que tienen los que declaran que le dan lo que pide. Es como decir: el pueblo es así de vulgar, de grosero, de idiota, carente de gusto, sin capacidad crítica. ¿Lo que el público pide? ¿O pide aquello a lo que lo han acostumbrado a pedir? El burro consigue burra por cargoso y no por hermoso, y el clavo entra con golpes repetidos. El hábito virtuoso o malvado se hace con la reiteración. “¿Cómo se genera un círculo vicioso?”, dice Ionesco, “Tome usted un círculo y acarícielo reiteradamente hasta tornarlo vicioso”. Uno consume lo que conoce o aquello a lo que lo acostumbraron.6 No me hable de discernimiento crítico en niños ni personas que, lamentablemente, no han recibido de nuestros gobiernos una educación elemental. El acostumbramiento es un adiestramiento, una forma de sumisión y condicionamiento. La doma del potro por el indio es la mejor imagen visualizable de cómo opera el sistema que nos aplican los medios en estas cuestiones del acostumbramiento. A diferencia del gaucho, que monta el potro esquivo y corcoveador, que se expone en su lomo, arqueándose y sacudiéndose como una bolsa sobre el espinazo del bruto y corre el riesgo de dar con su humanidad en tierra y descalabrarse, el indio no opera así. Ata el potro a un palenque; camina alrededor de él, hablándole, silbándole, acostumbrándolo a 6 Una maestra preguntaba a sus niños, de diversa procedencia social, qué habían comido cada día: milanesa a la napolitana, ravioles con crema, etc., decían. El pobrecito Piricho solo se llenaba la barriguita con mate cocido. Y al decirlo, varios compañeros se burlaban de él. Preocupado por esta discriminación, le comentó el hecho a su madre y esta le dijo: “Decí que comiste milanesas, así no te sentís tan mal”. Y lo hizo al día siguiente. Pero la maestra le preguntó: “¿Cuántas?”. Y Piricho respondió: “Dos jarros”. ¿Está claro el condicionamiento que produce el alimento rutinario?


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su presencia, tocándole las partes sensibles, como las orejas y las verijas, con una ramita, para quitarle las reacciones y las cosquillas; lo va anestesiando, digamos, amorteciéndole las reacciones. Y un día, lo monta y el animal no se inmuta. Acepta al varón que supo domesticarlo sin violencia, por hábito de frecuentación. Esa doma india le aplican los medios al ciudadano receptor. Un segundo argumento falaz es el que se enuncia así: el público es libre de cambiar de periódico o de canal. El hombre lee –si sabe leer– el diario sensacionalista o amarillo que le regalan porque no tiene presupuesto para comprar otro. Es lo que tiene al alcance de su mano. Un niño no es libre para elegir entre las ofertas televisivas, pues no tiene formación para ello, es un expósito, un expuesto, un vulnerable en esta instancia. Ahora bien, supongamos que elige con acierto un buen programa infantil:7 cada cinco minutos, será bombardeado por anticipos de otros programas para adultos, con escenas de violencia, de sexo explícito, de discriminaciones de todo tipo, de problemáticas ajenas a su edad, con publicidades fuera de su experiencia. Un pobre tampoco tiene mucho en donde elegir, pues no tiene cable, está atado a los canales de aire y su única ventana al mundo, su única diversión y entretenimiento es el televisor. Niños y pobres tienen la libertad absolutamente condicionada. Queda clara la responsabilidad de padres, docentes, anunciantes, gobernantes respecto de estas cuestiones, ¿verdad? Es claro, como decía el otro, es claro que no se entiende. El cambio tecnológico, vastísimo y acelerado, de nuestros días, jamás vivido en toda la historia de la humanidad, genera una enorme cantidad de modificaciones, mutaciones en todos los ámbitos de la vida humana. Cambia la vida cotidiana, el mundo de los negocios, la educación, el tiempo libre, las relaciones laborales, las familiares, las vacaciones, los viajes, las diversiones, los estilos de vida. Todo. 7 Como sabemos por experiencia de consumidores de televisión, son escasísimos los buenos. La mayoría están “conducidos” –así se dice, como si supieran adónde van– por rubias u oxigenadas que tienen por firme antecedente para su desempeño al frente de la platea infantil el haber sido asistentes de programas de entretenimiento para adultos, y con el mérito único de que su escueta ropa dejaba ver o insinuaba más de lo que había de su cuerpo. Esas animadoras, con ninguna formación en psicología evolutiva ni de la niñez y carentes de título profesional como comunicadoras, tienen, cabe reconocerlo, dos variantes en su desempeño al frente de chicos: tratarlos como enanos o como idiotas.


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Los medios de comunicación juegan un papel capital en estos cambios. Inciden de forma profunda en la educación de nuestros niños y jóvenes. Nuestros muchachos se “alfabetizan” rápidamente en algunos medios de apoyo electrónico. Están “aclimatados” más en televisión e Internet que en el periodismo gráfico, con el cual escasamente entran en contacto, salvo a través de suplementos deportivos y de espectáculos. A diferencia del diario, que exige la competencia lectora previa, trabajosamente adquirida, en quien lo frecuenta –es decir, que supone la escuela detrás–, la televisión y la radio generan su consumidor en forma directa, ya que toman a su cargo el proceso de “alfabetización radiofónica o televisiva”: solo con ver y oír, ya se lo incorpora a la comprensión elemental del lenguaje de esos medios. Tarea que no exige esfuerzo ninguno, a diferencia del arduo aprendizaje de la lectoescritura escolar. Más aún: no solo hay medios que no requieren la escolarización previa, sino que compiten con ella, y con más atractivo respecto del aula. Es lo que McLuhan llamó “el aula sin muros”: la oferta atractiva, variada, dinámica, colorida que el mundo de la calle (los titulares de los diarios, las tapas de las revistas, las fotos de los exhibidores en la vía pública, los anuncios publicitarios, los afiches, la música, etc.) y los medios de comunicación se le ofrecen en torno, con abundancia y casi sin esfuerzo. Todo ello constituye un hipertexto y, a la vez, un contexto, en el que vive el adolescente. La pregunta es cómo nuestro muchacho, nuestra chica aún no están esquizofrénicos, pues pasan todos los días de su vida, sin presurización previa, del ámbito de la clase escolar al del aula sin muros, dos espacios diametralmente opuestos. El gran desafío es la articulación de los dos mundos en la labor cotidiana. Se puede hacer, se lo ha hecho, se lo hace. No entre nosotros. Pero es posible la callida iunctura, diría Horacio. Los adultos, padres y docentes, están familiarizados con los medios tradicionales de comunicación (radio, prensa, televisión), aunque no se hayan puesto a considerar cuáles son los lenguajes específicos de ellos y su retórica, y cómo influyen en nosotros, para advertir su utilidad, provecho y riesgo en lo educativo. Pero no están familiarizados con los nuevos medios electrónicos: Internet y el mundo de la computación, el correo electrónico, el chat, el blog,


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el teléfono celular de avanzada.8 En este campo, los muchachos están más “alfabetizados” que los adultos, y así se genera lo que se llama, algo simplistamente, “la brecha digital”.9 Pero no nos equivoquemos, como es frecuente hacerlo y vemos que se da este error con frecuencia en los medios. Los y las adolescentes no tienen una “educación digital”. Tienen una baquía técnica en el manejo de los medios, pero eso no los educa ni los habilita para la sociedad del conocimiento. Los muchachos y las chicas son consumidores y usuarios naturales; los adultos son “emigrantes digitales”, como se los ha denominado (Marc Prinsky). Pero la educación de los chicos cada vez exhibe mayores carencias. No conocen los efectos de esos lenguajes nuevos, no han avanzado en la estimativa de valores y antivalores, no tienen capacidad de distanciamiento que los habilite para el análisis, la crítica y la evaluación. Están naturalmente “integrados”, es decir, son acríticos y sin estimativa. El esfuerzo de padres y docentes es ayudarlos a ser “entreverados”, vitales y creativos. Para esto, son los adultos quienes primero deben desarrollar cierto grado básico de competencia en los nuevos lenguajes y hacerse conscientes y reflexivos de sus efectos, virtudes y riesgos. Saber cómo funcionan los medios, cuáles son los elementos compositivos de sus lenguajes, sus sintaxis, las formas persuasivas de sus retóricas nos habilitará a comprender mejor los mensajes, interpretar los sentidos sugeridos, ocultos y aun subliminales; cómo se producen los discursos mediáticos y cómo se construyen sentidos y realidades virtuales que influyen en nuestro imaginario. Porque, es indiscutible, los medios contribuyen a modelar nuestra imagen del mundo. Pero hay algo más, desde la atención fundamental que debemos al espíritu de la democracia, a cuya defensa estamos todos obligados, porque él es la ciudadela –es decir, la fortaleza– de la ciudad. En la medida en que conozcamos mejor las formas de composición de los discursos mediáticos y los recursos y las figuras Tenti Fanfani, Emilio. La condición docente. Datos para el análisis comparado: Argentina, Brasil, Perú y Uruguay. Buenos Aires, Siglo XXI, 2005. 9 Barcia, Pedro Luis. El hombre que no está en el presente es como la piedra inerte a la orilla del río, cit. en n. 4. 8


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de sus retóricas, estaremos menos expuestos a ellos. “El que tiene el discurso tiene la espada”, dijo Platón. Y, como buen francés, Foucault hizo suya la frase, con una vuelta de tuerca: “El que tiene el discurso tiene el poder”. Piénsese en un gobierno que disponga de los discursos mediáticos –por ejemplo, en la prensa única y hegemónica de Stalin o de Castro; en la radio de Hitler; en los canales de televisión encadenados de nuestros regímenes militares y civiles hispanoamericanos, etcétera–. De allí que la competencia básica en dichos lenguajes y la perspectiva crítica desarrollada en cada ciudadano ayuden a preservar la libertad política y cultural de un país. El reconocimiento de la necesidad y la influencia de la comunicación y la información en la sociedad democrática supone una atención sostenida para relativizar o neutralizar la manipulación de esa sociedad por los medios. No dejemos que se consoliden como verdades dos crudas afirmaciones, en este caso referidas a la televisión. Una, de Gadamer: “La función política de la televisión consiste en domesticar a las masas, en adormecer la capacidad de juicio, el gusto y las ideas”. Y otra, de Karl Popper: “La televisión es un poder demasiado grande para una democracia. Ninguna democracia podrá sobrevivir sino se pone fin al abuso de ese poder”. De los adultos, inicialmente, dependerá que las dos aseveraciones precedentes no tengan basamentos reales. 2. EFECTOS E INFLUENCIAS, VALORES Y ANTIVALORES Tal vez la periodización más simple y abarcadora de las etapas de la cultura humana sea la que se plantea en tres grandes eras: 1. La logosfera. La comunicación se da por medio de la oralidad. Es acústica, estereofónica y sinestésica. Es la propia de la aldea primitiva. Predomina el oído, que “no tiene párpado”. 2. La grafosfera. Se inicia con la invención de la escritura, en el siglo viii a. C. Ha sido una de las tres técnicas más revolucionarias de la humanidad. Predomina el ojo, que genera una actitud lineal, racional, secuenciada. A su vez, puede dividirse en dos etapas: 2.1. La alfabética, a partir de la creación del sistema de doble convención de la escritura manuscrita.


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2.2. La tipográfica, a partir de la creación de la imprenta por Gutenberg, en el siglo xv. 3. La iconosfera. Se inicia a partir de la invención de la televisión, a mediados del siglo xx. Se consolida con la informática, la telemática y la electrónica. Permanece el ojo, pero su función va abandonando lo secuencial y la percepción temporal, y se aproxima a la simultaneidad. Con ello, el ojo se acerca a la simultaneidad del oído, que retoma sus fueros de la primera etapa, la logosfera. Se asocian en la actualidad ojo y oído, antes disociados, porque están coincidiendo en una forma dominante de percepción: la sincrónica. La grafosfera afirmó gradualmente su imperio a lo largo de veintiocho siglos; y en su versión tipográfica –fuertemente impositiva– durante cinco siglos, y continúa, aunque debilitada. El actual conflicto se da en la transición de la galaxia Gutenberg a la galaxia Marconi, regida por la electricidad, primero, y por las novedades electrónicas, después. Del llamado “hombre tipográfico” al “hombre electrónico”. Este desplazamiento contrapone dos formas de visión: la visión alfabética, lineal, que se ajustaba a una inteligencia secuencial; y una visión no alfabética, que no avanza por grados, sino que privilegia la percepción simultánea, global, diríamos. Con el predominio de la imagen, comenzó a afirmarse, en la constelación de medios, la televisión. En efecto, la atención se desplazó gradualmente del periódico a aquella. Nuestros alumnos de primer año en la Facultad de Comunicación, a lo largo de los últimos diez años, dejaron de leer los diarios –hoy tenemos que enseñarles ese hábito– y se desplazaron hacia la pantalla televisiva. En los últimos cinco años, aproximadamente, los muchachos estaban emigrando de la pantalla televisiva a la pantalla de la computadora, que les ofrece las posibilidades de la cibernavegación por la red, la exploración y participación en los blogs y el chateo. En los dos últimos años parece producirse una nueva diáspora, desde el plasma de la PC hacia la diminuta pantalla del celular, con sus crecientes posibilidades: sus mensajes de texto, sus conexiones a Internet, etcétera. De lo que se ha estudiado hasta la fecha, en cuanto a efectos de los lenguajes en los receptores, después del lenguaje escrito, la


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escritura y lo impreso, la televisión ha sido el lenguaje mediático que más ha influido en la modificación de lo humano. Pero a él se han sumado otros medios electrónicos, que potencian los efectos de la televisión. McLuhan señaló, en la década del sesenta, las profundas influencias del lenguaje tipográfico en las formas de la percepción y aproximación del hombre al conocimiento.10 Y asentó en aquel aforismo doble uno de sus más profundos señalamientos: “El medio es el mensaje” y “El medio es el masaje”. En su primera versión, nos advierte acerca de la crítica esencialista, atenta solo a los contenidos que se transmitían. El canadiense señala con esa frase que las vías mediáticas, las formas de sus lenguajes modifican dos cosas: los contenidos que portan y la relación del hombre con la realidad, de sus maneras cognitivas por las que tomamos contacto y percibimos lo real. El medio radiofónico o televisivo alfabetizan, primero, con su lenguaje, al usuario. Raffaele Simone, en su lúcido ensayo La tercera fase, cuatro décadas después de McLuhan, retoma la afirmación: “El medio que utiliza un mensaje acaba rápidamente por influir en la naturaleza misma del mensaje” (2001, p. 14). Bastaría con analizar el impacto y los matices de un mismo mensaje, en su recepción, transmitido a través de diferentes medios. Pero, luego, se cumple la segunda versión del apotegma: “El medio es un masaje”. En el sentido de que moldea, modela, acondiciona, nos quita unas reacciones, nos habitúa a determinadas cosas. Procede a la gradual domesticación y conformación del receptor. Los medios modifican nuestras vías perceptivas y, con ello, nuestras formas de conocimiento. Amplía el autor italiano: La pura y simple innovación tecnológica es capaz de activar efectos profundos en el sistema de formación y transmisión de la cultura […]. La enorme cantidad de estímulos auditivos y la cultura de la escucha han hecho perder importancia a la visión alfabética y a su aporte más típico: el texto (Simone, 2001, p. 4). Como se sabe, o no se sabe corrientemente, McLuhan fue el más visionario “massmediólogo” en estos y otros planteos revolucionarios. Toda la posteridad es deudora de él. Pero se han ejercido toda suerte de diluciones en torno a su obra: la conspiración del silencio, el extremar sus tesis hasta lo ridículo, el convertir sus diagnósticos en deseos, el golpear sus aportes para disimular lo que toman de él, etcétera. Dos intereses han operado en esta manipulación: los ideológicos y los envidiosos de sus precursiones.

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Esta breve acotación es revolucionaria, si se la sabe leer en su trascendencia. Como se han producido cambios en las vías de contacto con la realidad, de la percepción de la realidad, se van modificando estructuras profundas de la mente y cambian nuestras formas de adquirir conocimientos y, con ello, se altera nuestra modalidad de pensar. El creciente avance, en nuestros días, del oído –que vuelve por sus fueros desplazado por siglos por el ojo– llega a tanto que modifica a la vista misma. El ojo tiende ahora a la percepción simultánea, como es la del oído. Abandona la tensión hacia la secuencialidad lineal, que es, precisamente, la base de apoyo de la lectura. Como efecto, la lectura basada en una visión alfabética va optando por la percepción concurrente, que es visión más apropiada para la iconosfera, para la lectura de imágenes, no de escrituras. Está cambiando el estilo cognoscitivo, al desatenderse o privilegiarse la percepción sucesiva en aras a la simultánea. La conclusión hacia la que se va es gravísima: el muchacho de nuestros días va perdiendo su capacidad de leer, pues privilegia la simultaneidad a la secuencialidad temporal de lo escrito. Domina en el adolescente de nuestros días la percepción sincrónica tanto en el oído –que es preferentemente estereofónico, pero puede adaptarse al proceso de desarrollo temporal, por ejemplo, en la audición de un discurso o de una sinfonía– como en la vista –que puede ser, espacialmente hablando, sucesiva o simultánea–. Se está produciendo un proceso de “desalfabetización” del niño y del joven, por ejercitación de percepciones simultáneas, en desmedro de las sucesivas, alfabéticas. Eso lleva a la desatención del texto legible y al deterioro de la capacidad lectora. No se trata de un avance, sino de una sustitución, que desplaza y no suma. Y no hay por qué resignarse a ello La batalla hay que darla en pro de la integración de las capacidades y competencias lineales y globales, secuenciales y simultáneas, alfabéticas y no alfabéticas, auditivas y visuales, ojo y oído; ambas vistas como complementarias, que lo son. Hemos perdido mucho tiempo en la educación porque no incorporamos a tiempo la educación ótica con la óptica, y la visual aplicada a la escritura con la visual aplicada a la imagen. Hemos padecido,


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y la seguimos padeciendo, la limitación de lo que podríamos llamar “aniconismo”, que es el analfabetismo de la imagen. Pese a toda la bibliografía educativa sobre el tema, no se ha asentado su presencia en nuestras reformas y contrarreformas pedagógicas y, menos, en la realidad áulica.11 Pero si la escuela no incorporó la “alfabetización de la imagen”, las imágenes operan por sí mismas alfabetizando al receptor. Categóricamente lo dice Brücker: “La mirada no captura las imágenes, son las imágenes las que capturan la mirada e invaden la conciencia”. La escuela es la que debe retomar una acción renovadora activa como sede y creación de conocimientos. No tiene sentido de futuro decir que los chicos se educan por los medios, fuera del ámbito escolar. No hay en estos selección de contenidos, ni gradación, ni jerarquización, ni sistema; en fin, no hay nada –salvo escasas excepciones– de lo que se supone debe darse en un espacio pedagógico para una acción educativa cierta. Pero si ni la casa ni la escuela profundizan y reafirman la enseñanza de la lectoescritura, y si ni sus padres ni sus maestros le enseñan los lenguajes mediáticos –sus figuras, sus recursos, su sintaxis, su retórica–, para que no sea sujeto de ellos, el alumno concluirá alejándose cada vez más de los textos, disminuyendo, por falta de ejercitación, y carencia de hábito, su competencia para el pensamiento secuencial, el análisis lógico, el discurso lineal, lo articulado, lo sintáctico y compuesto, lo ilativo; y afirmará –en rigor, ya la tiene instalada– una proclividad creciente hacia lo simultáneo y global, lo analógico, lo sintético, lo alusivo, lo yuxtapuesto. En lugar de sumarse ambas formas de percepción, se están distanciando. Esto es riesgoso, porque ambas son necesarias para el pensar humano. No son excluyentes, sino complementarias y articulables. En esta situación radica la importancia de que los adultos –padres, docentes, otros– se interesen por conocer las claves de estos lenguajes que están modificando las vías de percepción de nuestros muchachos, su manera de aproximarse a la realidad, sus modos de cognición, sus competencias intelectuales. 11 Barcia, Pedro Luis. “Aniconismo: analfabetismo de la imagen”. En Palacios, Alfredo, R. y Barcia, Pedro Luis. Cuestiones educativas. Lengua y matemática. Buenos Aires, Magisterio Río de la Plata, 1997, pp. 32 y ss.


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Otra cuestión capital que se está asentando es la desarticulación entre realidad y virtualidad electrónica. Digo “virtualidad electrónica” para distinguirla de la “virtualidad lectora”, propia de la lectura de ficción, que nos incorpora a mundos virtuales de otra naturaleza y otros efectos. La lectura obliga a un ejercicio de decodificación arduo, apoyado en la doble abstracción de la escritura. Todo lo que el lector construye mental e imaginativamente lo hace apoyado en los escuetos signos escriturarios y alimentando esa creación con su experiencias, sus fobias, sus ilusiones, su fantasía, su trabajo combinatorio, etcétera. Hay una participación activa, personalísima, interiorizada. Cuando leemos Frankenstein, de Mary Shelley, la innominada criatura –It, The Thing– generada por el experimentador transgresor está puesta solo en letras, negro sobre blanco. De esa esmirriada materia, la imaginación de cada uno genera, a su vez, como un nuevo doctor Frankenstein, la figura monstruosa, hecha ya no de trozos de cadáveres, sino de nuestra propia materia inconsciente, de nuestros miedos, restos de pesadillas, temores ancestrales, imaginación desbordada, etcétera. Todo ello animado no por la corriente eléctrica de rayos oportunos –como en la novela–, sino por la fantasía personal. La imagen así creada en nuestra mente es individual, no tiene par con otra. Mi monstruo frankensteiniano no es igual al de otro lector, al suyo, por ejemplo. La virtualidad electrónica –salvo los videojuegos, que exigen una participación activa por parte del niño o joven– somete a pasividad: se recibe, se mira, se escucha. El destinatario se convierte en un recipiente, en un puro “receptor” sin elaboraciones ni reacciones. Así, el monstruo del doctor Frankenstein –encarnado en el filme por Mel Gibson o, en la versión antigua, por Boris Karloff– en nuestra época es uno para todos. Todos los espectadores ven la misma figura, que no deja mucho margen para la imaginación, sobre todo cuando ocupa los primeros o primerísimos planos en la pantalla. Porque la virtualidad electrónica es impresiva, es decir, imprime en nuestra imaginación las figuras, las escenas, sin margen de colaboración en el visor pasivo. Entre la virtualidad electrónica pasiva y la virtualidad lectural activa, se sitúa una posición intermedia: la de los videojuegos. La


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pantalla le propone situaciones, escenas y figuras, pero, frente a ellas, el muchacho o la chica pueden intervenir, modificar, aportar lo suyo. El jugador es situado en posición de protagonista o deuteragonista, cuando debe luchar contra una figura que comanda el otro bando. El muchacho tiene activa participación: su inteligencia advierte los riesgos y beneficios, su voluntad decide, su mano opera. El jugador adolescente es actor, no mero espectador, como en la virtualidad electrónica. Una propaganda del género dice como aporte positivo: “La industria del sector combate la creciente molicie de las pantallas de la PC”.12 Y es cierto. Es interesante traer algunas de las consideraciones ponderativas de los dueños de la distribución, que apuntaban al periodista que los entrevistaba: “Los juegos de PC son cada día más realistas. Los videojuegos no son más violentos que los de hace unos años, son más realistas por la tecnología de representación gráfica”. Riesgosamente consigna: “Los avances gráficos tornan más sangrientos los videojuegos”, y se enmienda: “No son necesariamente más violentos que en el cine o en la literatura”. Lo que no dice es que, en el cine, el visor no participa de la acción, pero en los videojuegos, sí. Sus decisiones, y consecuentes acciones, modifican los movimientos de la pantalla y el destino de las criaturas en ella. Hay toda una gama de videojuegos, desde los didácticos y de ingenio hasta los de paciencia e inteligencia. Pero los que se han impuesto dominantemente son los que practican la violencia. Particularmente riesgosos porque en ellos gana el que más destruye, o mata, o rapta personas y consigue rescate, o discrimina a los adversarios por el color, etcétera. Con ello, se entra en una peligrosa franja de acostumbramiento, en una zona de frecuentación entretenida de la violencia al prójimo, premiada finalmente como una victoria honrosa. No es necesario detenerse en este tema, sobre el que se ha escrito con claridad y sana advertencia respecto de los hábitos y las actitudes que puede generar este difundido entretenimiento. Pero no se reacciona sino cuando es tarde, cuando ha habido algún episodio lamentable, como se han dado probadamente.13 Véase La Nación. Buenos Aires, sábado 15 de julio de 2006, p. 29. En nuestro país se aprobó una ley, la 26.043, que dice que todos los videojuegos deben llevar una leyenda que diga: “La sobreexposición es perjudicial para la salud”. Nunca fue reglamentada. No existe ni siquiera la obligatoriedad de la leyenda, por otra parte, tan ineficaz como la que acompaña a los paquetes de cigarrillos.

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Xavier Zubiri decía que la educación es el sistema por el cual el hombre es ayudado a instalarse creativamente en la realidad vital. Piénsese cuánto se modifica esta concepción cuando lo dominante en la experiencia cotidiana del muchacho es el contacto con mundos virtuales y no con mundos reales. La educación toda no puede ser un simulador de vuelo, deben programarse y ejecutarse vuelos. Las estadísticas muestran que han ido creciendo las horas de relación diaria de los muchachos con los mundos virtuales electrónicos. Hay un consumo creciente y excesivo de una virtualidad omnipresente en la vida cotidiana del niño y del adolescente. Esto contradice el principio de ubicarlos en la realidad que deberán enfrentar diariamente en forma creativa e inteligente. Sabemos que las teorías simplistas de los efectos manipuladores de los medios sobre los indefensos receptores han sido relativizadas. Ya, en páginas anteriores, hemos atemperado esa visión reductiva y mecánica que plantea que a cada causa A corresponde el efecto A’: las posibilidades de relación entre un mensaje mediático y sus innúmeros receptores son variadísimas e imprevisibles. Pero el viejo apotegma latino gutta cavat lapidem, “la gota horada la piedra”, está probado en educación, en lavado de cerebro y en la insistencia cotidiana de nuestras esposas. El goteo incesante de imágenes, estereotipos, lemas, actitudes, elecciones, preferencias, situaciones cavan su piedra. Somos vulnerables a la persistencia machacona. “Miente, miente, que algo queda”, se atribuye a varios autores, desde Voltaire a Goebbels. Somos permeables a diversas influencias. Al tiempo, debemos reconocer que los estudios y las investigaciones actuales muestran que se han ido perfeccionando los mecanismos y procedimientos de influencia sobre los receptores. Más afinamiento de las técnicas y mejor conocimiento de la compleja psicología del hombre, mayor calibración de la eficacia influyente. Parece evidente que si los nuevos medios de comunicación han ido modificando las formas de la percepción y los procesos de la cognición, han de influir en el imaginario del receptor, en sus representaciones mentales, en sus preferencias, en sus valoraciones, etcétera. De alguna manera, o de muchas, percibimos el mundo mediatizado, mediado, intermediado, y las tecnologías nos ofrecen


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formas de apropiación de la realidad. Podríamos señalar algunas influencias posibles en: 1. La selección de los hechos atendibles –o que deben atenderse– y en los ángulos de interés y en los puntos de vista sobre ellos, en las versiones sobre esos hechos que nos ofrecen los noticieros. Ello supone omisiones, recortes, intencionalidades. 2. El descarte o atenuación de los elementos que contradigan la versión adoptada. 3. La nominación de realidades a partir de la titulación en los medios. 4. La reacción frente a los efectos especiales que respaldan la versión. 5. La aceptación del montaje de escenas o la composición del texto y fotos que se nos proponen. 6. El asedio desde todos los ángulos y por todos los componentes de una concertada multimedia, con la misma versión: radio, diario, televisión, etcétera. 7. El marco interpretativo en que se inserta la escena o el hecho. 8. El contexto en que el hecho ocurre, que condiciona la interpretación. 9. La motivación o generación de gustos, preferencias, actitudes e, incluso, conductas. Sintéticamente, podríamos señalar algunas proyecciones e influencias de los medios en el receptor que atenúan, amortecen o diluyen competencias necesarias de los usuarios: 1. El más grave es el deterioro de la atención, de la concentración, debido a las tendencias digresivas que apartan del eje de las cuestiones. 2. La afección en la percepción de la totalidad, por la excesiva y reiterada propuesta de fragmentación en los mensajes. 3. Las dificultades para la integración del saber, por la composición tipo mosaico de los aportes. 4. La obnubilación de la perspectiva y de las conclusiones, por falta de distanciamiento y por el exceso de la insistencia en la inmediatez, en el aquí y ahora.


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5. El amortecimiento del diálogo. 6. El debilitamiento de la capacidad de preguntar, cuestionar, argumentar, por exceso de discusiones interruptas. 7. El análisis crítico de la realidad. 8. La actitud evaluadora. 9. “La quiebra de la era verbal”, como dice George Steiner, por la trivialización de la palabra, su empobrecimiento y su vulgarización. 10. La pérdida de la estructura narrativa, que es esencial para componer nuestra propia experiencia, pues pone orden y da sentido a lo vivido. 11. La búsqueda de sentido en todo: en cuanto a dirección, hacia fines, y en cuanto a acepciones y carga semántica y coherencia. 12. El avance de un relativismo esterilizante que concluye por un “vale todo” y un igualitarismo irreal: el piloto y el pasajero del avión, la madre y su bebé. 13. La instalación de estereotipos y tópicos como modelos en todos los campos y las cuestiones. 14. La celeridad precipitada en todo, que confunde lo activo con lo agitado, lo rápido con lo efectivo. 15. La concepción neofílica, que confunde lo último con lo valioso, y hace de la condición de lo nuevo un valor en sí. Los medios, dominantemente la televisión, han ido afectando a los receptores y, de manera acentuada, a los más pequeños y jóvenes, influyendo en sus actitudes y decisiones. Obviamente, los grados de afección sobre los receptores son muy variables, pero es interesante subrayar lo posible para que sea evitable o se pueda atenuar. El hombre es una criatura axiológica y valorante. Vive en y por los valores; cada uno tiene su escala personal de valores en la que se apoya para regir su vida. La educación no es sino valoración permanente de capacidades, competencias, procedimientos, contenidos. Toda decisión, elección, actitud vital se apoya en valores, sea el hombre consciente de ello o no. De allí la importancia de que los medios no perjudiquen el plano de los valores. No digamos que ayuden a robustecerlos pedagógicamente, sí pedimos que no propongan desvalores o desmerezcan los valores fundamentales


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de la persona (Barcia, 2004).14 Enumeramos posibles afecciones a los valores producidos por algunos medios electrónicos, en especial por la televisión. 1. Acostumbra a tolerar la violencia, la reacción incontrolada, la agresividad, que el telespectador niño o adolescente ve en casi todos los géneros televisivos, a toda hora y en la mayoría de los canales. 2. Acostumbra al contacto con escenas que son, o sesgan, lo pornográfico, en horarios de protección al menor, lo que afecta al pudor personal de los niños. 3. Se habitúa a la invasión a la intimidad y a la ruptura de la privacidad, en programas como Gran Hermano o los llamados talk shows. 4. Acostumbra a la pasividad, al ningún esfuerzo, al tobogán de dejarse ir, a amortecer el espíritu reflexivo. El juego del zapeo es una forma de la dejadez del control verdadero. “No estamos en un teatro”, dice Gabriel Marcel. Estamos en la vida, donde debemos ser actores comprometidos y no meros espectadores. 5. Aleja de la lectura, que, en contraste con el solo mirar y oír, exige esfuerzo. 6. Agrava la pobreza y la vulgaridad expresivas, corrientes no en todos los géneros sino en algunos, como los programas de entretenimiento, de chismes o deportivos. 7. Debilita el sentido crítico y anestesia las reacciones mediante muchos recursos, como los golpes bajos de efecto, los sistemas de persuasión armados para el objetivo de la pura aceptación de todo, etcétera. 8. Se modifica nuestra percepción de la realidad por exceso de virtualidad. 9. Acostumbra a los estímulos fuertes, espectaculares. El televidente se habitúa a exigir esta espectacularidad como nota necesaria en todo. 14 Al usar el vocablo valores, no lo reduzco a virtudes, como suele ser frecuente en este campo axiológico. Entiendo, además de las virtudes, todas las potencias positivas de la persona, en lo intelectual, imaginativo, espiritual, creativo, metodológico, etcétera.


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10. Contribuye a perder la administración del tiempo libre. 11. Motiva para el consumismo. 12. Propone el placer como el valor sumo. 13. Promueve el facilismo y el triunfo sin esfuerzo, el salto a la fama generados en el azar, el golpe de suerte, el dedo de Dios, el oportunismo, la viveza criolla, frente a la cultura del trabajo, del esfuerzo, del proyecto, que es lo que cuenta en la vida. 14. Exalta lo económico como la base de toda felicidad. Son muchos los aspectos que pueden tener su carga potencial de negatividad. El conocimiento de su presencia latente o actuante, la atención a sus efectos posibles, la previsión son siempre saludables para evitar que la sangre llegue al río. Prevención es salud, en todos los campos. Los aspectos señalados puntualmente en las enumeraciones precedentes no tienen por objeto demonizar los medios ni suscitar posiciones apocalípticas frente a ellos. Por lo demás, no todos los efectos y las influencias se dan juntamente, en todas las personas ni en el mismo grado. Operan como la larga lista de contraindicaciones en los prospectos de los remedios: lo que a unos calma a otros los excita. Se trata de aportar advertencias acerca de las cuestiones preocupantes para que ellas no pasen inadvertidas a padres y docentes, y al público en general. Subrayar por dónde van las influencias y las líneas que se acusan. Si nos mantenemos alertas sobre ello, podremos reaccionar positivamente para procurar reorientar, corregir, modificar las tendencias y los efectos que se insinúan, se están asentando o ya se han instalado. Digámoslo una vez más: no tiene sentido enfrentarse con los medios denostándolos. Lo que cabe es preocuparse por ellos para mejorarlos correctivamente en sus efectos o influencias, proyecciones o incidencias –el vocablo es lo de menos– sobre nosotros, neutralizar los desbordes o desajustes que advirtamos. Como se sabe, no hay peor trámite que el no hecho. No desistamos del esfuerzo por ayudar a mejorar el aporte de los medios de comunicación, invalorables instrumentos si son bien pulsados. Y, a propósito de instrumentos musicales, recuérdese que el Arcipreste de Hita, muy anticipadamente, en el siglo xiv, comparó


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al libro con un instrumento musical: “De todos instrumentos, yo, libro, soy pariente; bien o mal, cual solfeares, tal dirá ciertamente” (estrofa 70ab). La imagen puede desplazarse a todos los medios de comunicación, instrumentos que pulsamos a diario. Y está probado que en el uso de instrumentos siempre se ha estimado que es conveniente saber algo de solfeo. Con esta finalidad se compuso este manual. Lea y solfee, el lector, y la responsabilidad del resultado será compartida. Esa es nuestra oferta. Algunas reflexiones para finalizar: El universo de Internet no puede seleccionar, al menos de un vistazo, entre una fuente fiable y una burda. Se necesita una nueva forma de destreza crítica, una facultad todavía desconocida para seleccionar la información con un nuevo sentido común. En suma, lo que se necesita es una nueva forma de educación.15

Gobernar el caudal del Támesis, del Missouri, del Mississippi es cosa de poca monta en comparación con la tarea de convencer al cine, a la prensa o a la televisión a servir a los fines humanos. Los caballos salvajes de la cultura tecnológica tienen que encontrar todavía sus domadores.16

• Para seguir leyendo: Ferrés, Joan. Educar en una cultura del espectáculo. Barcelona, Paidós, 2000.

Eco, U. “El libro escolar como maestro”. En La Nación. Buenos Aires, viernes 28 de julio de 2004, p. 17. 16 Carpenter, E. y McLuhan, M. El aula sin muros. Barcelona, Laia, 1981. 15


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Bibliografía Aguilar, Pilar. Manual del espectador inteligente. Madrid, Fundamentos, 1996. Aparici, R. y García Matilla, A. Lectura de imágenes. Madrid, Ediciones de la Torre, 1997. Barcia, Pedro Luis. Proyecciones pedagógicas del pensamiento de McLuhan. Buenos Aires, Colegio de Profesores de la Provincia, 1988. Barcia, Pedro Luis y Palacios, Alfredo R. Cuestiones educativas. Buenos Aires, Magisterio del Río de la Plata, 1997. Veánse los capítulos de P. L. Barcia: “Educación y cambio”, “Educación, globalización e identidad”, “El enfoque comunicativo en la enseñanza de la lengua” y “Educación y valores”. Barcia, Pedro Luis. “Educación en valores”. En Educación. Boletín de la Academia Nacional de Educación. Buenos Aires, abril de 2004, Nº 56, pp. 3-7. Conferencia de ingreso a la Academia Nacional de Educación. Buckingham, David. Educación en medios. Alfabetización, aprendizaje y cultura contemporánea. Barcelona, Paidós, 2005. Castells, M. La galaxia Internet. Barcelona, Plaza y Janés, 2001. Pérez Rodríguez, María Amor. Los nuevos lenguajes de la comunicación. Enseñar y aprender con los medios. Barcelona, Paidós, 2004. Pérez Tornero, José Manuel (comp.). Comunicación y educación en la sociedad de la información. Barcelona, Paidós, 2000. Rico, Lolo. TV fábrica de mentiras. La manipulación de nuestros hijos. Madrid, Espasa-Calpe, 1994. Serrano Oceja, José Francisco. ¿Medios de comunicación? Guía para padres y educadores. Bilbao, Desclée De Brouwer, 2003. Simone, Raffaele. La tercera fase. Formas del saber que estamos perdiendo. Madrid, Taurus, 2001. Vilches, L. La televisión. Los efectos del bien y del mal. Barcelona, Paidós, 1993.



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