2 minute read
Editorial
CUIDAR (TAMBIÉN) LA MENTE
para estar bien
Advertisement
El Día Mundial de la Salud Mental se viene celebrando cada 10 de octubre desde 2002 con el objetivo de generar estrategias de apoyo y atención profesional a las personas que padecen algún tipo de trastorno mental, visibilizar y prevenir cualquier desenlace adverso o evolución desfavorable desde edades tempranas. Sin embargo, parece que necesitábamos una pandemia que desencadenara datos alarmantes para que, por fin, se hable de ello abiertamente y sea objeto de atención y debates públicos sin estigmatizarlo.
El impacto de la COVID-19 en nuestros hábitos y rutinas ha incidido directamente en el estado de ánimo, conduciendo a muchas personas a episodios depresivos. Según la OMS, 1 de cada 4 individuos tiene, ha tenido o tendrá algún problema de salud mental a lo largo de su vida, cerca de 800.000 fallecen por esta causa y otros muchos intentan suicidarse. Respecto a los niños y los adolescentes, este ha sido uno de los colectivos más afectados por las secuelas psicológicas de la pandemia. Desde el inicio de la misma, se han quintuplicado el número de urgencias relacionadas con la salud mental de niños y jóvenes y se prevé que la cifra aumente. UNICEF calcula que 1 de cada 7 adolescentes de 10 a 19 años en el mundo tiene un trastorno de salud mental diagnosticado. Además, advierte en su publicación anual, el Estado Mundial de la Infancia, que los efectos de la COVID-19 sobre la salud mental y el bienestar emocional podrían prolongarse durante muchos años. Los problemas más habituales entre este grupo son el incremento del mal uso de la tecnología, el aumento de los trastornos de la conducta alimentaria, las alteraciones del estado de ánimo, las autolesiones y los intentos de suicidio. La prevención es fundamental para solucionar estos problemas, y por ello, UNICEF reclama a las instituciones la necesidad de establecer un grupo permanente de infancia y salud mental.
Y por nuestra parte, ¿qué podemos hacer para garantizar el bienestar mental de nuestros hijos? En primer lugar, ser capaces de reconocer y detectar los posibles síntomas en nosotros mismos y pedir ayuda profesional. Luego, formularnos una serie de preguntas: “¿Qué pasa por su cabeza?, ¿cómo se sienten?, ¿qué comportamiento o actitud adulta les afecta en demasía?, ¿están a gusto consigo mismos?” y, sobre todo, observar. Prestar atención a determinadas situaciones que puedan estar provocando una alteración en su forma de pensar y actuar, como el acoso escolar, la violencia familiar, una nefasta adaptación al centro educativo, abusos, una separación traumática o la muerte de un ser querido. Además, nunca debemos pasar por alto conductas y trastornos como problemas de sueño, agresividad, falta de interés, autolesión, incontinencia urinaria o, incluso, dolores físicos. Los problemas de salud mental incrementan el riesgo de desarrollar conductas adictivas que se utilizan como vía de escape de la tristeza, ansiedad, preocupación excesiva, aislamiento, baja autoestima y dificultades en las relaciones sociales. Aunque también las conductas adictivas pueden generar o agravar diversos problemas de salud mental, debido a los efectos sobre su funcionamiento psicológico, familiar y social.
No tengamos miedo a pedir ayuda, a consultar con un experto y a reconocer que un profesional de la salud mental es tan necesario como uno de salud física. Solo así, lograremos estar emocionalmente sanos.
Nora Kurtin @NoraKurtin Fundadora de Sapos y Princesas