Sawar - Nº cero.

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Sawar

La historia de la Gran Vía de Murcia, en el 60º aniversario del derribo de los Baños Árabes de la calle Madre de Dios

revista mensual digital sobre historia, patrimonio y turismo en el municipio de Murcia. Enero de 2013. número 0.

Entrevista a Juan Bosch, presidente de la Asociación de Amigos del Yacimiento de San Esteban

La noche que

Murcia

perdió la inocEncia


revista mensual, digital e independiente sobre historia, patrimonio y turismo en el municipio de Murcia

Sawar

Ajuar Del árabe hispánico “assiwár” o “asuwár”, y éste del árabe clásico “sawar”: 1. Conjunto de muebles, enseres y ropas de uso común en la casa. 2. Conjunto de muebles, alhajas y ropas que aporta la mujer al matrimonio. 3. Canastilla, especialmente la que encierra el equipo de los niños recién nacidos. 4. Hacienda, bienes, conjunto de objetos propios de una persona.

“Murcia es la capital del Oriente de al-Andalus. Sus habitantes son tan valerosos e independientes como es sabido y notorio. Su río es un brazo del río de Sevilla, pues entrambos nacen en Segura, y a su lado hay tantos jardines de ramas ondulantes, tantas norias que cantan notas musicales, tantos pájaros gorjeadores y flores alineadas, como habrás oído. Es una de las tierras más ricas en frutos y perfumes. Sus habitantes son las gentes más alegres y divertidas que existen, a causa de que los alrededores de la ciudad ayudan a ello por la belleza de sus panoramas. Es la ciudad en la cual la novia que escoja su ajuar puede equiparse del todo, sin necesidad de recurrir para cosa alguna a otra parte.”

al-Saqundi (Siglo Xiii) “Elogio del islam Español”


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Editorial Historia de la Gran Vía La noche que Murcia perdió la inocencia

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Los planes de ensanche y la Gran Vía

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La Gran Vía con perspectiva

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Entrevista a Juan Bosch ciudadanos en defensa del patrimonio

La cultura y el patrimonio histórico, artístico y natural son el ajuar común, el conjunto de bienes materiales e inmateriales que recogemos de nuestros antepasados y que debemos conocer, disfrutar, proteger, enseñar y transmitir a las generaciones venideras. Es lo que nos une al pasado y al futuro. Es de todos.



editorial

Como el aire que respiramos El periodismo está en crisis, nos dicen. No lo pondré en duda: muchos y muy buenos profesionales han perdido su empleo en tiempos recientes. Pero a la vez me pregunto: ¿Cuándo no ha estado en crisis este oficio? Desde el mismo momento en que nació, su estado natural es la presión, el cambio, la lucha contra los elementos para no perder el norte, para no errar en el tiro, para no desviarse de sus objetivos y terminar sirviendo a intereses equivocados. Nos pintaron Internet como el lobo de las empresas de comunicación y es cierto que ha acabado con algunas, pero al final resulta que Internet no era el enemigo. El enemigo es este sistema económico y sus modelos de gestión empresarial, la elección de prioridades muy alejadas de la sociedad y desprovistas de un mínimo compromiso ético, de algún principio que sirva al interés común. Cuando gobernantes y empresas ajenas al periodismo invertían cuantiosas sumas de dinero en la creación de medios de comunicación, con ello crearon puestos de trabajo, pero también grandes máquinas de propaganda a imagen y semejanza de una mentira desmesurada. ¿No era eso, también, una crisis del periodismo? Internet no es el enemigo, es un aliado de la independencia. La diferencia es el soporte; el problema es el volumen; la dificultad es crearse el hueco y ganarse la confianza de la gente. Pero el periodismo es más necesario que nunca; es como el aire que respiramos. Contar historias, interpretar la realidad... Informar, formar y entretener. Y no digamos las humanidades, las discipinas que dotan de significado moral a nuestra existencia y que acrecientan la cultura, el respeto y la tolerancia entre las personas; las humanidades, tantas veces despreciadas o manipuladas. En la historia están las claves para entender el presente y planificar el futuro. Y precisamente con ese sano y natural fin, con el de difundir las humanidades, ha nacido Sawar: revista mensual y digital sobre historia, patrimonio y turismo del municipio de Murcia. Su número cero es especial porque está íntegramente dedicado a la historia de la Gran Vía de Murcia, y cuenta además con una

entrevista a Juan Bosch, presidente de la Asociación de Amigos del Yacimiento de San Esteban, en lo que supone el último choque entre el interés privado y el patrimonio común en la ciudad. Este ejemplar de Sawar es muy extenso, denso, difícil de leer de una sentada. Pido disculpas, y para la tranquilidad de todos, aviso de que los siguientes ejemplares serán más breves y variados. De cualquier modo, Sawar no pretende aliarse con la prisa irreflexiva: hace falta tiempo para leer como también lo hace para investigar, y este reportaje es fruto de una idea que me rondaba la cabeza desde hace años y de un trabajo que se ha prolongado durante meses: de archivos, entrevistas y calle. Se trata de un tema que concita elementos de gran interés pero que hasta ahora ha permanecido en el ámbito de los expertos en patrimonio y urbanismo. Aunque es de cita obligada y aparece reseñado en multitud de publicaciones, tampoco existe una obra monográfica que lo estudie en profundidad. En cuanto a los medios de comunicación tradicionales, el asunto de la Gran Vía se ha asomado a la ciudadanía con pequeños artículos y citas más o menos precisas pero dispersas, y un reportaje de esta extensión difícilmente podría tener hueco en ellos. Además, creo que es un gran tema para iniciar esta aventura porque su trasfondo sigue de actualidad: no es exclusivo de nuestra tierra y no era la primera vez que sucedía algo similar, pero conviene conocer los hechos para evitar que se repitan. En el siguiente número de Sawar, la revista definirá su estructura básica en torno a contenidos culturales, patrimoniales y turísticos relativos al municipio: entrevistas, reportajes, colaboraciones y artículos de opinión irán configurando la idiosincrasia de este nuevo medio, que, además, está abierto a todas las sugerencias, críticas y aportaciones de los que pogan un ojo en él. Igual puede decirse de la Web, donde habrá noticias actualizadas, un avance del siguiente número y la ampliación de algunos de los contenidos de la revista en formatos de video, audio e infografía. Os esperamos. Pedro Serrano

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Los baños árabes de la calle Madre de Dios, en los años cuarenta. Fuente: archivo Histórico Municipal de Murcia (aHMM)


La noche que Murcia perdió la inocEncia Se cumplen 60 años del derribo de los baños árabes, sacrificados por el ayuntamiento para llevar a cabo el polémico proyecto de la Gran Vía

andrés Sobejano camina con rapidez y gesto serio por las tortuosas callejuelas de Murcia en la mañana del 7 de febrero de 1953. Quizá con los puños apretados, tal vez con el pulso acelerado, Sobejano no repara en el aire fresco ni en el olor a tierra mojada que dejó la lluvia de anoche; sólo piensa en llegar cuanto antes a los baños árabes, un maltrecho edificio del siglo XII que fue declarado Monumento Histórico-Artístico veinte años atrás y que ha sido objeto de sus desvelos durante meses. Al doblar la última esquina ve confirmadas sus sospechas: en la estrechez de la calle Madre de Dios, a la altura del número 15, varias personas contemplan la montaña de escombros a la que han quedado reducidos los baños. Entre ellos se encuentra el alcalde Domingo de la Villa Fernández de Velasco, con el que Sobejano ya ha cruzado gruesas palabras por la conservación del monumento. Andrés Sobejano Alcayna –profesor de la Universidad de Murcia, archivero, bibliotecario, director del Museo Provincial y secretario de la Comisión Provincial de Monumentos- es incapaz de contenerse, y allí, junto al cadáver aún caliente de los baños árabes, se lanza sobre el alcalde y le propina un bofetón. Los presentes no tardan en agarrar al enfurecido conservacionista mientras de la Villa dice y repite que él no ha tenido nada que ver; el alcalde quiere hacerle creer que los pobres ladrillos árabes que frenaban el ambicioso proyecto de la Gran Vía, que el monumento que obstaculizaba las obras y que tantos informes y dolores de cabeza les estaba costando a ambos –por motivos opuestos- se había venido abajo durante la madrugada por efecto de las lluvias. Los dolores de cabeza acabaron aquella mañana, pero la herida quedó abierta en forma de avenida, de asfalto y hormigón, y pasó a formar parte de la historia de la ciudad.

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Niños en el

Jardín de Santa isabel Años 30 imagen: aHMM

alejandro López, de 78 años de edad y antiguo bedel del Museo Provincial de Murcia, escuchó el relato del bofetón algún tiempo después y de boca del propio director: “Don Andrés Sobejano era un hombre temperamental; tenía genio. Y el alcalde don Domingo de la Villa tampoco era dócil. Era autoritario y falangista cien por cien”. Alejandro visitó los baños árabes en su juventud: “Tenías que bajar, y había salas con balsas, y el techo abovedado y ahumado del vapor del agua”. Con franqueza opina que “no eran una cosa que mereciera mucho la pena, pero Sobejano quería conservarlos porque era un hombre muy tradicional y le gustaba conservar cosas”. A principios de los años cincuenta, el asunto de los baños árabes provocó un debate encendido en la sociedad murciana que quedó reflejado en la prensa del momento –dirigida por los gobernantes-: como elementos opuestos e incompatibles, se pusieron sobre la balanza la conservación del patrimonio histórico y la modernización de la ciudad. Todavía hoy se sigue planteando la cuestión de la Gran Vía de Murcia en torno a los baños árabes y a su hipotético enfrentamiento con el desarrollo urbano, y sin embargo, hay dos aspectos esenciales y relacionados entre sí que se silenciaron: por un lado, que detrás del proyecto quizá existió un objetivo menos altruista que el de mejorar la calidad de vida de los murcianos y sacar a la ciudad de su estancamiento; y por otro, que si de verdad se quería modernizar Murcia, había otras alternativas a cortarla por la mitad y de norte a sur, destrozando así su valioso trazado medieval. Al correr de estos sesenta años, incluso se puede decir que la polémica de los baños árabes, principal recuerdo que dejó la operación, vino bien a los promotores de la avenida como cortina de humo: puesto el foco sobre ese edificio apenas se habló de las otras víctimas. Hoy, el 60 aniversario de su desaparición sirve no sólo para recodar la forma en la que fueron sacrificados, sino también para conocer las otras consecuencias de la Gran Vía.

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La vieja y la nueva Murcia Antes de que llegara el decisivo mes de febrero de 1953, los papeles de la Gran Vía murciana acumulaban casi medio siglo de vicisitudes dando tumbos por las mesas del consistorio. Fue a finales de los años cuarenta, en los albores del desarrollismo franquista, cuando el proyecto se colocó súbitamente en la proa de las acciones municipales: se expuso la necesidad imperiosa de conectar las dos estaciones de tren de la ciudad –la MZA situada en la margen derecha del río Segura, en el barrio del Carmen, y la de Mula en el lado opuesto- con una línea recta de norte a sur que atravesara el Puente Viejo. También se quería dar respuesta a las dificultades de comunicación y accesibilidad que planteaba el trazado medieval para el uso creciente del automóvil. Otro aspecto citado era el de mejorar la calidad de vida, el saneamiento y el alcantarillado urbano, problemas que Murcia venía arrastrando desde hacía mucho tiempo. Y además hubo un buen paquete de justificaciones de índole económica y comercial que, en aquel contexto cultural y político, pudieron ser expuestas sin reparos: se pretendía transformar Murcia –en toda la extensión del concepto- para acabar con su estancamiento rural y provinciano, y de ese modo, hacer de ella una gran capital. La ciudad debía acoger en su seno a los bancos, los comercios, los cines, los casinos y los hoteles, y para ello era imprescindible contar con una vía sacra que ejerciera de polo de atracción y de eje vertebrador. Como colofón a este rosario de argumentos, estaba el hecho de que otras ciudades ya habían emulado a la admirada capital de España en la construcción de una Gran Vía. Hasta tal punto existía un deseo de emulación, que el nombre de “gran vía”, acuñado en Madrid, se había convertido en una marca comercial que simbolizaba el progreso económico y de la que Murcia también debía apropiarse cuanto antes.


Entre 1949 y 1952, bajo la alcaldía José coy cerezo, los trámites administrativos de la avenida vivieron su periodo de mayor actividad. Casualmente, y tal y como recoge el libro “Evolución urbana de Murcia” (Roselló y Cano, Ayuntamiento de Murcia, 1975. Pág. 168), por entonces Coy ya era propietario de varios inmuebles afectados por la reforma, y mucho antes se había hecho con los 2.600 metros cuadrados de terreno que ocupaba el antiguo convento de Madre de Dios, en la calle del mismo nombre. En 1935, sobre una parte del solar, el arquitecto Gaspar Blein había construido un edificio familar de siete plantas para José Coy. Y fue precisamente Blein, en su condición de arquitecto municipal, quien elaboró en los años 40 un plan de ordenación urbana que incluía una Gran Vía muy similar a la actual –discurriendo sobre la parte del solar conventual aún sin construir-. El 22 de abril de 1949, la Comisión Gestora del ayuntamiento, todavía bajo la alcaldía de agustín Virgili, aprobó en Pleno Extraordinario el proyecto del arquitecto municipal Daniel carbonell, dentro del citado Plan Blein –sin validar legalmente-. Sólo dos meses después, en junio de 1949, José Coy sucedió a Virgili en el cargo de alcalde. El periódico “Murcia Sindical” (22 de junio de 1949) lo reflejó del siguiente modo: “Nos llega la noticia de haber sido nombrado alcalde de Murcia el prestigioso comerciante don José Coy Cerezo (…), persona de grandes dotes que darán sin duda un resultado fecundo”. A la aprobación de la Gran Vía de carbonell-Blein, y a pesar de los sólidos argumentos que decían tener sus defensores, le sucedió el ineludible trámite de la exposición de reclamaciones: algunas fueron superadas con promesas que luego no se llegaron a cumplir, otras fueron directamente ignoradas y, en definitiva, ninguna fue lo suficientemente poderosa como para frenar los planes del ayuntamiento. En primer lugar se cuestionó el trazado quebrado y desigual de la nueva arteria, que contaba con dos anchos distintos y no alineados entre sí, de 20 y de 30 metros cada uno, entroncados a la altura del Jardín de Santa Isabel. Este hecho se justificó en la intención de evitar cortar la famosa calle de Platería en su zona nuclear, y en la de aprovechar los terrenos de antiguos conventos desafectados para llevarla a cabo: Reparadoras, Capuchinas y los 832 metros cuadrados del solar del convento de Madre de Dios que estaban aún sin construir –propiedad de Coy y ofrecidos al ayuntamiento en 1940 con destino a vía pública-, además de pasar junto al jardín donde se levantó hasta 1836 el antiguo convento de Santa Isabel. Otro asunto cuestionado fue el coste históricocultural que supondría la apertura de la Gran Vía: para contrarrestarlo, y obviando nada menos que el singular trazado medieval de Murcia como elemento a preservar –de hecho, ese trazado era una de las razones que justificaba la intervención-, se apuntó tímidamente a la conservación del Arco del Vizconde, que formaba parte de un edificio situado en el jardín de Santa Isabel, y se declaró la voluntad de respetar los baños árabes como hito exento en el centro de la nueva avenida –conviene repetir que los baños árabes estaban incorporados al catálogo de bienes protegidos desde 1931 con categoría de Monumento Histórico Artístico, y que su estado y la obligación legal de conservarlos había generado muchos informes aun antes de aquella fecha-. Al fin, todo se redujo a dibujar dos únicos caminos, y a la necesidad imperiosa de optar por uno u otro sin importar los condicionantes legales o morales: en la teoría había que elegir entre la vieja y la nueva Murcia como elementos separados e incompatibles. Pero en la práctica sólo había un camino posible, el de la nueva Murcia, y sólo habría una forma de construirla.

En los años cincuenta se colocaron sobre la balanza, como elementos incompatibles, el desarrollo urbano de Murcia y la conservación de su patrimonio histórico artístico

Gran Vía de carbonell y Blein. año 1949. Fuente: aHMM

La rEDonDa

TEaTro roMEa

JarDÍn DE SanTa iSaBEL

rÍo SEGura

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Víctimas de carne y hueso Los baños árabes, el arco del Vizconde de Huertas y, en definitiva, el trazado y la personalidad de Murcia, veían gravitar sobre sus cabezas la espada de Damocles mientras se tramitaba el proyecto, pero también había personas, pequeños propietarios –humildes en muchos casos- que temían quedarse sin sus hogares y sin sus pequeños comercios, fueran éstos más o menos cómodos. Sólo el presidente de la Cámara de la Propiedad y concejal del ayuntamiento, Gerónimo Torres de Parada, tuvo en cuenta a los ciudadanos y se opuso a la Gran Vía. Sus motivos quedaron por escrito en una entrevista a “Murcia Sindical” el 8 de mayo de 1949 –pocos días después del Pleno Extraordinario-. En la portada del periódico semanal, y bajo el titular “La Gran Vía debiera construirse en otras zonas que pudieran hacer más viable su realización”, Torres de Parada cuestionaba el coste económico de la obra, lo inapropiado de efectuarla en esos momentos y, sobre todo, la situación a la que se tendrían que enfrentar los dueños de las casas expropiadas. No obstante, al inicio de la entrevista dejaba claro que “la Cámara de la Propiedad no se ha opuesto nunca al progreso urbanístico de Murcia”, como si ya estuviera sobre el tablero de juego la descalificación de los opositores al proyecto, achacándoles por ello su oposición al progreso de Murcia. Para concretar sus reticencias, Torres afirmaba sin tapujos: “No se cumple el espíritu de la Ley de Expropiación Forzosa, en cuyo preámbulo dice que a la persona que por interés público haya de privarla de su propiedad, habrá que darle lo necesario para adquirir otra de análogas características y en emplazamiento similar. En el proyecto aprobado se han fijado zonas de influencia a un lado y otro de la calzada, privando de sus legítimas propiedades a muchas personas que, afectadas sólo en parte o no afectadas por la reforma, son objeto de expropiación, privándolas por tanto de edificar nuevas construcciones en los solares que les son propios”. Torres de Parada no acaba ahí, ya que según él, con el proyecto aprobado “se coloca al ayuntamiento en la situación privilegiada de hacer objeto de explotación de esos solares que paga a precio ínfimo, y que luego subasta a precio inmoderado”. El precio que debía abonar el consistorio murciano por los bienes expropiados se fijaba en 400 pesetas por metro cuadrado, mientras que el precio de salida para la subasta de los terrenos se situó hasta en 1500 pesetas por metro. La inmovilización de los bienes se explicitaba con la prohibición de efectuar mejoras o ampliaciones en las casas afectadas por el proyecto una vez estuviera definitivamente aprobado, para, de ese modo, evitar que dichos bienes se revalorizaran al momento de hacer efectiva la expropiación. Torres concluía diciendo que “el problema que la reforma plantea para el alojamiento de los ocupantes de las casas afectadas por la Gran Vía (…) habría de resolverse previamente a la realización de dicha reforma”.

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El Palacio del Vizconde y el Jardín de Santa isabel

“El entorno del palacete resumía el sabroso palpitar de la urbe antigua. Un zapatero remendón, una profesora de piano, el más famoso sastre de la ciudad, al que llamaban Quico, o el taller de encuadernación de los Castell atronaban con sus oficios la rutina cotidiana del corazón de Murcia. Cerca de allí, el antiguo callejón de la Parra, una de las calles históricas. Y junto al desaparecido arco se encontraba la plazuela de Los Gatos, donde nació el compositor Fernández Caballero. El 10 de septiembre de 1886 fue rebautizada con el nombre del músico. La llamaban de los Gatos no porque abundaran los felinos, sino por vivir en ella una familia con ese apodo. Allí mismo, en la remota taberna del Desvío, se hicieron populares los llamados ‘jefes de estación’, tapa consistente en un trozo de magra frita y un tinto recio, cuyo primer chato asfixiaba y, cuatro o cinco más tarde, ya sabía a gloria”. antonio Botías. La Verdad (13-02-11)


La respuesta a Torres de Parada llegó en el mismo mes de mayo de 1949, dos semanas después: Francisco Gea Perona, Teniente de Alcalde de Policía Urbana, y al que “Murcia Sindical” calificaba en el titular como “el propulsor de la Gran Vía”, explicaba la ubicación de la nueva arteria: “La zona elegida para la construcción es la que reúne mejores condiciones; atraviesa el núcleo urbano y rompe el tapón que tan difícil hace la circulación. Su situación es precisamente la que menos afecta a edificaciones existentes de importancia, y esto ha sido estudiado por técnicos de gran prestigio en estas cuestiones. De 900 metros, dos terceras partes están libres de edificaciones”. Gea Perona incluía en sus cuentas la parte de la nueva Gran Vía que discurría por terrenos todavía sin edificar, así como la longitud de la actual avenida de la Constitución, cuyo trazado debía atravesar terrenos de huerta y conectar la Gran Vía con la Plaza Circular por su lado norte. Según Gea Perona, la zona edificada (un tercio del proyecto) tampoco planteaba muchos problemas: “La mayor parte son edificios de poca importancia y ruinosos”. En su opinión, la Gran Vía era un proyecto “de toda conveniencia y necesidad”, ya que Murcia necesitaba “una vía amplia y céntrica”, donde se situaran “las nuevas construcciones, tanto de carácter público como comercial”. Sobre la inmovilización de los bienes –a la que el periodista otorga categoría de “rumor”-, y sobre el “despojo” del que serían víctimas los propietarios expropiados, Gea decía lo siguiente: “No existe tal despojo, puesto que el incremento de valor de los solares resultantes es debido a la mejora de su situación por la apertura de la nueva vía, sin que el antiguo propietario haya contribuido a ello”. En cuanto a la

La manera elegida para modernizar Murcia conllevó la segregación social y su redistribución espacial según el nivel de renta problemática de la reubicación de los propietarios afectados, se explicaba así: “De ello se preocupa el actual ayuntamiento, teniendo el propósito de conseguir viviendas para las familias e industrias que han de desplazarse antes de hacer derribo alguno”. Y a continuación, “el propulsor de la Gran Vía” llevó a cabo una segmentación social que, quizá sin pretenderlo, evidenciaba uno de los objetivos de crear la nueva avenida en pleno centro de la ciudad: “Las clases mejor dotadas encontrarán acoplamiento en los edificios que se construirán en los solares existentes en la zona de influencia. La clase media confiamos que ha de tener cabida en los grupos de viviendas protegidas que se están construyendo (se refiere a Santa María de Gracia y a Vistabella)... Para las familias humildes se está estudiando la construcción de barriadas de casas modestas e higiénicas de alquiler reducido”. Tras esa reveladora segregación social, la entrevista terminaba con una referencia divina: “Dios quiera que veamos pronto la Gran Vía”.

Las barriadas de Santa María de Gracia (abajo a la izquierda) y Vistabella fueron construidas al mismo tiempo que se tramitaba la Gran Vía de Murcia, y en ellas se alojó a parte de los vecinos expropiados. Fuente: aHMM

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La Gran Vía en el fin de su principio: los baños árabes

José Coy abandonaba la alcaldía a principios de 1952 después de casi tres años de gestión, con los trámites burocráticos de la nueva avenida ya encauzados pero con la sensación de que el proyecto había sufrido cierto parón. Tras un breve periodo de interinidad en el que Mariano Montesinos Molina ocupó el cargo, el 21 de febrero fue nombrado alcalde Domingo de la Villa Fernández de Velasco, farmacéutico vallisoletano que llegaba al ayuntamiento dispuesto a dar el impulso definitivo a las obras. Las máquinas esperaban para poner en práctica lo firmado sobre el papel; tan sólo había un pequeño impedimento físico que era, al mismo tiempo, un problema legal: en ese momento no se trataba ya de los propietarios, de las expropiaciones o de las subastas de terrenos, sino de los humildes baños árabes situados en la calle Madre de Dios; del edificio más antiguo de Murcia que aún permanecía en pie –nada menos que doscientos años anterior a la Catedral-, protegidos por la legislación vigente desde 1931 y objeto de informes, contra informes, recomendaciones y peticiones durante los últimos tres años. Antes de recibir protección legal, el momumento había resistido el paso del tiempo de manera más o menos digna, aunque a principios del XX ya no pudiera conservar la suntuosidad y magnificencia que debió tener en plena época andalusí. Según recoge Antonio Martínez-Mena en su libro “Arquitectura civil desaparecida en la ciudad de Murcia” (edición digital, Consejería de Educación, Formación y Empleo de Murcia, 2011. Pág. 44), “en 1844, ivo de la cortina, murcianista perteneciente a aquellas generaciones románticas de literatos, dibujantes y grabadores, publicó dos artículos en el Semanario Pintoresco Español en los que describía la situación de abandono del monumento”. amador de los ríos visitó el edificio en 1877

Los baños árabes “El baño es un elemento fundamental en la ciudad islámica al cumplir funciones higiénicas, terapéuticas, rituales y sociales. En los baños se encuentran periódicamente los vecinos, se charla y se negocia, se purifica el cuerpo y se llevan a cabo celebraciones familiares (...). La importancia de los baños en la ciudad andalusí era tal, que las fuentes escritas dan cuenta de varios casos en que lo primero que ordenaron construir los musulmanes recién llegados fue la mezquita y los baños. Funcionaban mediante hornos que calentaban el agua depositada en piletas bajo el suelo de la cámara caliente; es decir, eran baños de vapor, no de inmersión. Contaban normalmente con una sala de reposo de planta central y tres dependencias rectangulares yuxtapuestas que constituyen las salas fría, templada y caliente (...). El baño requería una fábrica especialmente sólida, pues sólo así era posible mantener el calor derivado de la combustión en el horno. Debido a su robustez, los baños son los edificios andalusíes que mejor han llegado hasta nosotros, con frecuencia reutilizados y más o menos transformados”. Pedro Jiménez, arqueólogo. Catálogo de la exposición “Murcia islámica. Una visión a través de la arqueología”, 2003. En sus últimos años, los baños de Madre de Dios acogieron el taller de carpintería del maestro Palmis, tal y como recoge la imagen ‘Murcia Sindical’ (7 de septiembre de 1952).

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dejando una alarmante opinión sobre la ruina del mismo y exponiendo la conveniencia de su conservación. A principios del siglo XX, González Simancas dibujó el plano de esta “casa de baños” para el Catálogo Monumental de la provincia de Murcia, y fijó su posible fecha de construcción bastante antes del siglo XII, en torno al siglo X, basándose en la evolución del arco de herradura musulmán. Torres Balbás fue una de las voces más activas a favor de la conservación del monumento en los años 30, y de su salvación en los meses anteriores al derribo. En un intento desesperado, incluso apeló a la conciencia de los gobernantes: “¡Qué honor para los gestores municipales, si así se hace, cuando el día de mañana se diga que cambiaron la dirección de una calle por razones de orden puramente espiritual!”. En cuanto a las autoridades competentes en materia de bienes culturales, la más inmediata era llamada comisión Provincial de Monumentos, que se encargaba de catalogar y velar por la protección del patrimonio –sin contar con suficientes medios económicos ni humanos-, y que estaba formada por muy diversas personalidades locales, entre las que se encontraban cargos políticos o el propio obispo de la Diócesis de Cartagena. Tal y como cuenta el profesor José Antonio Conesa Serrano en el libro “Estudios de Patrimonio y Urbanismo de la Región de Murcia 3” (Frey y Borrega, 2005. Pág. 27), la postura de dicha Comisión “evolucionó desde una frontal oposición (...) a una postura de mayor tibieza”. Si durante los primeros pasos de tramitación de la Gran Vía, la Comisión se había dirigido al ayuntamiento para que respetara los baños árabes “por los medios más conducentes y expeditos”, un año y medio antes del derribo –en septiembre de 1951- ya había asumido la insoslayable necesidad de ceder ante la nueva avenida, aunque solicitando al ayuntamiento que costeara unos trabajos de investigación y estudio detallado


La Dirección General de Bellas Artes, autoridad estatal menos expuesta a las presiones locales, llegó a contradecir el último dictamen de la Comisión Provincial de Monumentos en relación a los baños árabes del monumento, que debían incluir el vaciado de moldes, fotografías y planos detallados, antes de su destrucción. En la redacción del informe que suscribía la pena de muerte de los baños, colaboró el mismo arquitecto municipal que había firmado el proyecto de la nueva Gran Vía, Daniel carbonell; ¿Sufrieron los miembros de la Comisión algún tipo de presión a la hora de redactar y votar ese último dictamen? ¿Se reflejó finalmente la voluntad general de la mayoría de sus miembros? Desconocemos tales extremos, pero siguiendo con el relato del profesor Conesa, tras la emisión de dicho informe, la institución superior a la Comisión Provincial, que era la Dirección General de Bellas artes –de competencia estatal- envió al alcalde de Murcia una comunicación en la que desautorizaba a la citada Comisión y prohibía al ayuntamiento el derribo de los baños: “Como quiera que dichos Baños Árabes fueron declarados Monumento histórico-artístico por Decreto de 3 de junio de 1931, es por lo que, y en cumplimiento de lo dispuesto en la vigente Ley del Tesoro Artístico y Reglamento dictado para su aplicación, le dirijo la presente para hacerle saber la necesidad de que los citados Baños Árabes sean respetados en toda su integridad en el lugar en que se encuentran enclavados, debiendo tomarse por esa Alcaldía las medidas oportunas a tal fin”. Con dictámenes e informes de por medio, en el verano de 1952 el ayuntamiento llevó a cabo el derribo de la vivienda que se elevaba sobre los baños, y fue justo entonces cuando la problemática dejó el ámbito de los expertos y las autoridades culturales y saltó a la palestra pública; cuando su sentencia de muerte estaba más que sellada. El repaso a los periódicos de aquellos años proporciona evidentes muestras del estado de control en el que se encontraban los medios, y en el caso de la Gran Vía, la bendición a las obras solía ir de la mano de epítetos que ensalzaban la figura de sus promotores, al tiempo que se degradaba al monumento y se ridiculizaba a los que abogaban por su conservación. Las dificultades económicas y las posibles irregularidades o dilemas éticos no figuraban entre las preocupaciones del momento, pero desde agosto de 1952 hasta enero de 1953 se publicaron noticias, artículos y editoriales sobre el controvertido asunto de los baños árabes a modo de panegírico “ante mortem”, loando, despreciando o lamentando la suerte del edificio que estaba a punto de desaparecer para siempre. El tema provocó tal grado de agitación, que incluso trascendió de las fronteras regionales y llegó a la edición nacional de algunos periódicos. El Diario aBc del 27 de septiembre de 1952* (página 24), bajo el titular “Se espera no desaparezcan las ruinas de los baños árabes”, daba cuenta del asunto a toda España. La noticia del corresponsal Bolarín relataba la postura del director general de Bellas Artes, antonio Gallego Burín, tras haber visitado el monumento durante el mes de

agosto: “La opinión del Sr. Gallego Burín es que estas ruinas de época musulmana deben conservarse en el lugar de su emplazamiento actual, ya que perderían interés y carácter al ser trasladadas, y que debieran quedar rodeadas de un jardincillo en el centro de la futura Gran Vía, según se hizo en Roma con algunas ruinas famosas”. Así, el máximo responsable estatal en cuestiones de patrimonio, firmante de la comunicación enviada al alcalde y reproducida anteriormente, retomaba la promesa hecha por el ayuntamiento en 1949, en el sentido de crear un espacio que permitiera dejar exento el edificio en mitad de la avenida. A partir de estas declaraciones, el periodista Bolarín señalaba con optimismo lo siguiente: “Se espera el acuerdo con el ayuntamiento, pero ha renacido la confianza en cuantos murcianos sienten respeto a lo tradicional, al saber que estos restos no desaparecerán sin que antes se cuente con los informes de las Academias de Bellas Artes de San Fernando y de la Historia”. Además, Bolarín aprovechaba la ocasión para expresarse de este modo tan claro: “Muchas de las innovaciones urbanas que se han hecho en Murcia, han sido a base de dar al traste con edificios blasonados, de que se perdieran tradicionales perspectivas y de que las edificaciones modernas destrozaran la gracia sinuosa de ciertas calles, que dieron genuina representación a la ciudad. Una de estas calles, la de Madre de Dios, que conservaba un marcado carácter de antigüedad, sufrió la demolición del convento que le daba nombre durante la época roja; en parte de aquel vasto solar se alzaron edificios modernos que profanaron la belleza de su fisonomía. Precisamente sobre ese solar ha de cruzar el trayecto de la Gran Vía”. Bolarín se refería al edificio familiar de Coy ya mencionado y construido en 1935 por Gaspar Blein. Además, no era la primera vez que este periodista escribía sobre las intervenciones urbanís-

El debate sobre la importancia de los baños, su estado y la necesidad de conservarlos se mantuvo en el ámbito de los expertos hasta 1952. Entonces, y por su colisión con la Gran Vía, fue objeto de conocimiento público ticas y arquitectónicas en Murcia. Según recoge el profesor Conesa Serrano, en 1935, haciendo gala de su capacidad como visionario, Bolarín publicó las siguientes frases en el periódico Levante agrario: “Conforme aspiran a que Murcia se modernice, la esencia de su personalidad se evapora y es posible que, pasando por diversas etapas municipales, la población presente un aspecto que a nadie puede interesarle. Van perdiéndose las calles que fueron típicas porque en ellas se edificó sin tino, y los conjuntos que las distinguían son reemplazados por construcciones amazacotadas a fuerza de cemento y hierro (…); poca historia dejará este rastro para el mañana”. El 31 de agosto de 1952, el periódico “Murcia Sindical” publicaba en su portada un editorial que, en sus primeras líneas, era como la cuadratura del círculo: en él hacía un alegato al respeto y la conservación del patrimonio, pero al mismo tiempo planteaba la incuestionable necesidad de seguir adelante con la nueva Gran Vía, porque “en esto, como en todo, es menester ajustarse a la medida de la

* http://hemeroteca.abc.es/nav/Navigate.exe/hemeroteca/madrid/abc/1952/09/27/024.html

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prudencia y al interés general”. Sin embargo, luego aludía al argumento de la mala planificación: “De haberse enfocado con mejores puntos de vista la reforma urbana de Murcia, tales como aquel insuperable proyecto del llorado e inolvidable alcalde don Francisco Martínez García, en el que la Gran Vía Central seguía la dirección de las calles Sociedad, Jabonerías y Ángel Guirao, haciendo compatible el ensanche y urbanización del centro de la capital con la completa conservación de sus monumentos y antigua fisonomía (…), no solamente hubiese debido conservarse, si no ponerlo en forma adecuada para su fácil visita y contemplación, el patio árabe que se supone restos de una casa de baños”. Y proseguía: “Pero, desgraciadamente, la pasión política y la ceguedad intelectual de los ayuntamientos que siguieron al presidido por don Francisco Martínez García, hizo imposible la ejecución de su proyecto, autorizando costosas edificaciones en lo que hubiera sido su trazado y lo que es peor, destrozando los más bellos y viejos rincones murcianos”. La contradicción de este editorial viene al alabar “la decisión del actual Municipio poniendo en ejecución, en cuanto está a su alcance, el proyecto elaborado por la gran acción preparatoria realizada por los que anteriormente lo presidieron, señores Virgili y Coy”, que fueron precisamente los que validaron el cambio de trazado de la Gran Vía a su situación actual. Para “Murcia Sindical”, “la mejor forma de amar y servir a Murcia es favorecer su progreso”. Y prosigue: “Murcia no es sólo el recuerdo del pasado (…). En ocasiones, la Murcia de hoy, o la de mañana, tienen que sacrificarse a la de ayer. Pero en alguna otra, y esta es una de ellas que tiene tremenda justificación, la Murcia de ayer también ha de sacrificarse algo a la de hoy y de mañana”. La conclusión es que los baños debían desaparecer por dos motivos principales: porque su conservación suponía “renunciar al desenvolvimiento y al engrandecimiento de Murcia, pues no existe proporción entre lo que valen y lo que costarían”; y porque “a estas alturas no puede suspenderse la obra ni volverse atrás”. El periódico expresaba un mandato claro: “Animamos al alcalde y concejales a que cumplan su deber con Murcia, que en definitiva es también con la patria”. Y remataba afirmando que, tras pedir más informes y “llegar al mismo seno del gobierno, si preciso fuera”, el ayuntamiento no debía renunciar “a su compromiso de hacer para Murcia la obra decisiva que necesita para su resurrección”.

carlos García izquierdo (a la izq.) Fuente: www.regmurcia.com

José Ballester Fuente: La Verdad

Después de ese editorial, “Murcia Sindical” fue escenario de un debate que serviría de muy poco. El 7 de septiembre de 1952, el periódico semanal traía en portada el siguiente titular: “Destacadas personalidades murcianas opinan sobre la cuestión de los Baños Árabes y la Gran Vía”; y uno de los subtítulos señalaba el camino final: “Murcia espera que el problema tenga pronta y adecuada solución”. Resulta interesante conocer las opiniones de las “destacadas personalidades” que han quedado escritas para la posteridad, y que se pronuncian con mayor o menor brevedad, con argumentos más o menos razonados, con más o menos respeto y humildad, con prudencia o con exaltación. En un momento en el que opinar era una acción delicada, intuimos por la tibieza y la medición de las palabras un signo de velado rechazo al derribo de los baños árabes, incluso cuando se concluye que el monumento debe desaparecer. Un ejemplo de prudencia es la opinión de Gerónimo Torres de Parada, presidente de la Cámara de Propiedad, quien tres años atrás había cuestionado el trazado y la conveniencia de efectuar la avenida por razones de índole económica y social. Torres reconocía sus escasos conocimientos en cuestiones artísticas, pero proponía como solución el estudio del monumento por parte de los técnicos, con el fin de trasladarlo a otro lugar y permitir la construcción de la avenida. En el extremo opuesto se situaba Manuel FernándezDelgado Maroto, literato y publicista, y basta reproducir un fragmento de su breve texto: “Aunque la Gran Vía fuera un error –que no lo es-, y aunque se llevara por delante cosas bastante más importantes que los baños árabes –que por otro lado, no son más que un inmundo depósito de miserias-, ya es hora a los trece años de la Liberación, que un hombre joven y falangista rija con sentido un nuevo y revolucionario los destinos de esta ciudad y se le permita hacer algo (…). Hágase la Gran Vía. Y conste que no tengo solares que resulten mejorados por esta reforma”.

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antonio Gallego Burín Fuente: suplemento Blanco y Negro*

* http://hemeroteca.abc.es/nav/Navigate.exe/hemeroteca/madrid/blanco.y.negro/1961/01/21/011.html


nicolás ortega Pagán Fuente: www.regmurcia.com

Miguel López Guzmán Fuente: La Verdad

carlos Valcárcel Fuente: La Opinión

Otra de las opiniones que se califican sin necesidad de añadiduras es la de carlos García izquierdo, periodista y publicista de temas murcianos: “¿Deben desaparecer los Baños Árabes para la apertura de la Gran Vía? Sí, en el acto y sin hacer caso de lamentaciones sensibleras, caducas y hasta egoístas. Sencillamente, porque estos cacareados vestigios carecen en absoluto de valor artístico. A mí, que en todos mis trabajos literarios no he hecho otra cosa que exaltar los monumentos murcianos, no me remuerde la conciencia de no ser partidario de la conservación de estas deplorables y nada gloriosas ruinas, carentes de valor e interés. Unos cuantos capazos de argamasa, maloliente y podrida, no deben ser obstáculo para que esta gran reforma urbana se lleve a cabo. Recójanse estos venerados restos y dénsele rápida sepultura, pues apestan que es un primor. Que la Gran Vía se inicie antes de que cante un gallo, que es lo que desean todos los murcianos (…). Dejemos al maestro obrar –en este caso el Maestro es el Alcalde Mayor- que sabe a dónde va y lo que se hace (…). Si el nuevo Alcalde Mayor se enternece, Murcia continuará siendo la ciudad pobretona y raquítica que todos conocemos”. El escritor y profesor universitario Juan García abellán fue otra destacada personalidad favorable a la Gran Vía por encima de cualquier consideración. Ya en la primera frase muestra su sorpresa por tener que opinar sobre el tema: “No puedo explicarme siquiera el planteamiento del problema. El que los llamados “Baños Árabes” desaparezcan me parece en absoluto incuestionable”. Tras calificarlos como “ruinosa argamasa”, y obviando su catalogación como Monumento protegido, se pregunta: “¿Quién puede, en rigor, conceder entidad cultural suficiente a los baños, tanta como para que inhabiliten un proyecto urbanístico de alto bordo?”. García Abellán no dejó pasar la oportunidad de recordar que nadie se había interesado por la conservación del edificio después de haber sido catalogado, y que durante la República, la Dirección General de Bellas Artes había intentado, sin éxito, reunir “la infantil cantidad” de diecisiete mil pesetas para comprar el inmueble y asegurar su futuro. Prescindiendo de palabras gruesas, José Sánchez Lozano, director del Diario Línea y del Museo Salzillo, también dudaba del valor del monumento: “Los pocos metros cúbicos de argamasa que constituyen las ruinas no son deslumbrantes, a mi juicio, para conservarlos cual reliquia”. Sin embargo, tras declararse “enemigo de la piqueta” y al mismo tiempo “partidario del progreso”, terminaba sugiriendo sin mucho entusiasmo que los “deshechos paredones” podrían ser transportados a otro lugar o al museo. En la misma línea de desafección que Sánchez Lozano parecía nicolás ortega Pagán, Cronista Oficial de la Ciudad, Archivero y Decano de los periodistas murcianos, quien abogaba por la demolición en favor del desarrollo urbano: “¿Que tiene que desaparecer el único vestigio de la dominación musulmana? Es lamentable pero es lógico y hasta si se quiere, necesario. No puede ni debe mantenerse una obra de muy dudoso gusto artístico y de abandono de siglos, para entorpecer el progreso de una ciudad”. Diego Martínez Peñalver, Presidente de la Asociación de la Prensa y redactor de Línea, se inclinaba por la demolición, porque “en la colisión de los dos intereses, el urbanístico y el histórico-artístico de Murcia, conviene hoy más el primero”. Eso sí, después planteaba que “lo lamentable es que la miopía inspiradora del proyecto de apertura de la Gran Vía haya provocado –al parecer irremediablemente- la actual disyuntiva (…). Quizá no haya habido puntería en el trazado pero ya no cabe lamento”. Y concluía de este modo: “Todo reviste –por lo que parece- los caracteres de un hecho consumado, y sólo cabe recordar el final de la Oda de Lista a la muerte de Jesús: Gemid, hermanos, todos pusisteis en él vuestras manos (…). El progreso de Murcia es así, ahora: un doloroso y ejemplar castigo a la pasividad”. Miguel López Guzmán –Secretario de la Cámara de Comercio-, también plasmaba su rechazo a las actitudes que habían provocado llegar a esa situación, pero, sabedor de que ya nada podía hacerse para salvar al monumento, pedía que se estudiase antes de su derribo y que se llevase lo que fuera posible al Museo Provincial, una postura que coincide con la que adoptó la Comisión Provincial de Monumentos en la recta final del acoso a los baños árabes: condenar el hecho, resignarse y abogar por un mal menor. López Guzmán lo expresó así: “Las ciudades deben progresar en orden a la higiene y a Sawar 15


las necesidades de la convivencia urbana, pero sin perder la memoria de un pasado, raíz y origen de la realidad actual. Si realmente se han agotado todos los caminos que conducen a su conservación (…), creo dolorosamente que deben desaparecer, pero procurando, aunque algo cueste, hacer su trasplante al Museo Arqueológico Provincial (…). Cosa distinta sería borrar por odio, desidia o intereses particulares las páginas vivientes de nuestro pasado”.

Las opiniones expresadas en la prensa en el otoño de 1952 presagian el desenlace, aunque también transmiten diferente grado de respeto por la historia de la ciudad

José Ballester nicolás –Director del Diario La Verdadmostraba sus dudas respecto a que el monumento pudiera conservarse in situ, pero al mismo tiempo afirmaba sin ambages: “Si estas ruinas acabaran desmoronándose, sufriría yo una decepción enorme”. A continuación, expresaba su deseo de encontrar una solución que compatibilizara la Gran Vía y los baños árabes, y de ese modo, añadir un valor al proyecto de la avenida en el interés de respetar el pasado de la ciudad: “De la Murcia musulmana apenas quedan restos en el Museo, para que no veamos con temor la posibilidad de que este trozo de un edificio medieval caiga entre la indiferencia pública, de cuatro picoletazos”.

estropeó lo que debía ser una tarde normal de 1952; tarde de café y toros en la Feria de Septiembre. El motivo: “unas octavillas clandestinas, porque clandestino es todo impreso sin pie de imprenta, en las que con malograda ironía se invitaba a forasteros y turistas a visitar esos llamados baños árabes que tanto revuelo están armando entre los escudriñadores de la historia local”. Valcárcel mostraba malestar por lo que describió como un “intento de tomar el pelo” en pleno coso taurino, y concluía que no abogaba por la conservación ni por el derribo, pero “lo que haya que hacerse, lo sea con formalidad, sin algaradas ni cacareos. ¡Para eso nos afeitamos!”.

andrés Sobejano, el secretario de la Comisión Provincial de Monumentos, aportó un texto que desprendía resignación ante un derribo inminente, pero también la exigencia de agotar los trámites legales y de estudiar y conservar lo que fuera posible antes de su destrucción. Además, Sobejano aprovechó para mostrar su rechazo a “la violencia intencional de lengua o pluma de algunos murcianos que, con notoria incomprensión, tratan con menosprecio esas formas vetustas, únicos residuos que nos quedan aún de la primitiva Murcia musulmana, condenados a la desaparición más o menos tarde; recuerdo pequeño, pero singular, de una civilización extinguida y de un pasado local que más merecían la consideración o la elegía, que el escarnio”.

El mismo día, en el mismo periódico, una noticia sin firmar decía lo siguiente: “Uno de los proyectos de mayor trascendencia al que el señor de la Villa ha consagrado toda su actividad de los últimos meses es el que guarda relación con la Gran Vía Central (…). Este proyecto tendrá realización inmediata en el próximo mes de octubre con la demolición de dos casas en la calle Valle de San Juan (Frenería). La Gran Vía supondrá la transformación inmediata de la población, y es de esperar que, sin demora, se inicien en ella construcciones de importancia. Para lograr esta unánime aspiración de los murcianos, el Señor de la Villa no ha regateado esfuerzo personal ni económico, y en muy corto plazo de tiempo le ha dado un impulso que sólo los que lo conocemos podíamos esperar de él”.

Para acabar con este “especial” de “Murcia Sindical”, es de justicia destacar las palabras de José Manuel de la Peña Séiquer, Tesorero del Colegio de Abogados de Murcia. Quizá por desconocer la fatalidad que se cernía sobre el edificio, su intervención carece del pesimismo que rezuman las de Sobejano o Ballester. De la Peña afirmaba que “los baños son de Murcia, de cuando su nacimiento, y es orgullo de la ciudad contar con antecedentes de siglos”. Después dejaba en evidencia el provincianismo de aquellos que querían hacer la Gran Vía precisamente para acabar con el provincianismo de la ciudad: “La teoría de americanizar las urbes haciendo rascacielos, y haciéndose la vida imposible para transitar por calles en las que has de ir marcando el paso, es lo que sin duda ha movido a hacer una Gran Vía que servirá mucho cuando haya mucha circulación, pero que ahora no es necesaria. Rascacielos pueden hacerse muchos y en muchos sitios, pero baños árabes como los que tenemos no pueden hacerse en ninguna parte, porque para eso tendríamos que retroceder varios siglos atrás”. Por último, señalaba sin tapujos al alcalde: “La futura Gran Vía (…) bien puede desviarse unos metros y conservar los Baños de la dominación árabe y del nacimiento de Murcia, porque los árabes estuvieron siete siglos en España, algo más de lo que dura un mandato municipal”. Al día siguiente del número especial de “Murcia Sindical”, La Verdad traía un revelador artículo de carlos Valcárcel Mavor titulado: “Con baños árabes o sin ellos, pero con formalidad”. El que años después fuera Cronista Oficial de la Ciudad, relataba la desagradable experiencia que le

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El 22 de septiembre, en el Diario Línea, Ángel Ferraira daba por hecho que los baños estaban a punto de desaparecer, y cargaba contra los conservacionistas: “La inmediata desaparición del edificio en el que estuvieron los baños árabes ha dado ocasión a que se publiquen las opiniones de antañones señores y de modernos jóvenes, de todo lo cual hemos sacado la conclusión de que casi nadie sabía de la existencia de tal piscina arábiga. Resulta original el comentario, cuando la conservación o desaparición de esas ruinas o restos escapa, a nuestro juicio, de las opiniones de unos cuantos señores, por muy doctos y muy competentes que se les juzgue o ellos mismos puedan creerse. Sígase el camino adecuado y contribuyamos todos a que la Gran Vía sea una realidad”. Nada podría variar el curso de los acontecimientos, que ya estaba marcado. Por su sentido común es preciso destacar un artículo publicado en La Verdad en el agitado otoño de 1952: lo firmaba antonio Sánchez Laorden y llevaba por título “Los baños árabes y la huerta”. En sus primeras líneas decía así: “Hasta a los huertanos ha llegado a interesarnos el asunto de los baños árabes, y no precisamente por su valor monumental o arqueológico, ya que de todo eso, si hemos de ser francos, no entendemos. Por no entenderlo es por lo que ha llegado a interesarnos”. Y prosigue: “Los huertanos de Murcia tenemos un gran concepto de los árabes y sus obras. Diariamente los admiramos cuando contemplamos nuestra hermosa vega, que a su esfuerzo e inteligencia debemos. Nos maravilla y seguirá maravillando a


El final de los Baños Árabes Algunos de los partidarios del proyecto de la Gran Vía discutían el valor de los baños, y otros proclamaban que las opiniones de los que defendían la conservación del monumento no tenían suficiente poder como para detener el derribo. Sin embargo, todos ellos olvidaban que la ley lo protegía y amparaba a sus defensores, y que a ese respecto no cabían matices ni razonamientos adicionales. De hecho, la forma en la que se “resolvió” la situación deja en evidencia el error de partida de la Gran Vía con relación al monumento. Si la opinión de los que abogaban por la nueva avenida y por el derribo de los baños era incuestionable, ¿por qué hubo que recurrir a la nocturnidad para despejar el camino? ¿Por qué no hacer de ello un festejo público y diurno, un homenaje al progreso y a la modernización urbana? Al final resonaron en la noche los golpes ilegales de las piquetas contra el edificio más antiguo de Murcia, sin algaradas ni cacareos, y lograron borrar su existencia para siempre. Febrero de 1953. Derribo de los baños árabes. Imagen de José López.

nuestros hijos el perfecto y a la vez sencillo sistema de riego que nos legaron, y que aún perdura sin que a ningún huertano se le ocurra discutirlo, porque sabe que es imposible mejorarlo”. Sin embargo, Antonio Sánchez admitía su decepción al ver con sus propios ojos los baños, y reconocía que tal vez se debiera a su falta de conocimientos. De la carta también es reseñable la muestra de respeto hacia la cultura árabe en mitad de un debate en el que algunos no disimularon su desprecio por dicha civilización. El 17 de diciembre de 1952, el Diario aBc* anunciaba el inicio efectivo de las obras: “Ha comenzado la apertura de la Gran Vía Central que, desde el Puente Viejo, desembocará en las proximidades de la Gran Vía Norte (actual Paseo de Alfonso X)”. Esa información ya no citaba a los baños, aunque seguían en pie y su situación no estaba resuelta. Sin embargo, sí que afirmaba lo siguiente: “La nueva Gran Vía Central será la más bella de las calles con que cuente la ciudad y tendrá una longitud de cinco kilómetros, ya que su recta se inicia en el barrio del Carmen”. Cifra, agencia que firma la noticia, desconocía el aspecto que tendría la nueva avenida y la longitud de su trazado. En febrero de 1953 el asunto seguía sin solución. No había nuevos informes de la Dirección General ni de las Academias de Bellas Artes y de la Historia de Madrid, y la Comisión Provincial, que en septiembre de 1951 asumió la desaparición del edificio, tampoco había iniciado, como recomendó, el estudio detallado para su reproducción en el Museo –unos trabajos que, cabe repetir, debían ser costeados por el ayuntamiento-. En mitad de esa extraña y nada halagüeña situación llegó el desenlace fatal. De aquella época no existen registros de las intervenciones de los bomberos, aunque sí sabemos que una parte importante de su trabajo consistía en realizar derribos y apuntalamientos debido a la fragilidad de las edificaciones de Murcia. Tampoco quedan con vida bomberos que estuvieran en activo en aquel tiempo, pero el suceso de los baños se transmitió a la siguiente generación de forma oral y todavía hoy es conocido dentro del cuerpo de bomberos de *http://hemeroteca.abc.es/nav/Navigate.exe/hemeroteca/madrid/abc/1952/12/17/040.html

Murcia: “Un día el alcalde dijo que tenía que irse de viaje, y que cuando volviera, no quería que eso estuviera aún ahí”. El relato nos ha llegado a través del periodista Ismael Galiana, quien en su libro “Murcia Insólita” (Universidad de Murcia, 1996. Pág. 72), reproduce las palabras de otro periodista ya citado en este reportaje. Carlos García Izquierdo recordaba el asunto así: “Estos baños constituían un grave obstáculo para la apertura de la Gran Vía José Antonio (…). Una providencial lluvia vino a resolver el problema. Todo un día lloviendo torrencialmente. El alcalde, don Domingo de la Villa, aprovechó la ocasión para quitarse aquel mochuelo de encima y, por la noche, mandó a los bomberos que derribasen los baños. La demolición costó lo suyo, pues aquellos muros parecían de roca”. Lejos quedaba esa última frase de la descripción que hizo en 1952, cuando en “Murcia Sindical”, García Izquierdo calificó el material constructivo de los baños como “unos cuantos capazos de argamasa maloliente y podrida”. El monumento que llevaba ochocientos años en pie terminó cediendo a la piqueta nocturna, y los ríos de tinta vertidos sobre el tema desembocaron en una escueta nota publicada por La Verdad el 7 de febrero de 1953; tan escueta como una humilde esquela funeraria: “Hundimientos parciales en las ruinas de los baños árabes. Las lluvias de estos últimos días han venido produciendo resquebrajamientos en las ruinas de los baños árabes, hasta el punto de que en el día de ayer se registró el hundimiento de unas bóvedas y de la columna que sostenía los arcos de lo que fue patio central, así como parte de una de las paredes. Ante la posibilidad de que nuevos derrumbamientos puedan envolver peligro de cualquier índole, esperamos que por la autoridad se adoptarán las medidas más oportunas”. Descansen en paz, faltó añadir. Tras el derribo, según recoge el profesor Conesa Serrano, la Comisión Provincial se pronunció así: “La Comisión deplora la desaparición de tales vestigios musulmanes murcianos, sin que hubiese dado tiempo de hacer reproducciones fotográficas y maquetas de los mismos”. En la actualidad, los cimientos y la planta de los baños reposan bajo el asfalto de la Gran Vía. Sawar 17



Vista panorámica de la Gran Vía, mirando hacia el Norte. A la izquierda, el Jardín de Santa Isabel ya abierto por su lado Este. Fuente: aHMM.

Domingo de la Villa apenas duró un año como alcalde; dejó el cargo poco después de la destrucción de los baños árabes, y aunque era farmacéutico, tras su incursión en la política creó su propia empresa inmobiliaria, iDaSa, con la que llevó a cabo numerosas obras en Murcia y en localidades cercanas como Torrevieja. El ayuntamiento nombró un nuevo alcalde, Ángel Fernández Picón, y decidió bautizar a la avenida con el nombre del fundador de la Falange, José Antonio. A partir de ahí se la citará en prensa como Gran Vía José antonio, o simplemente como Avenida José Antonio. El 25 de julio de 1953, La Verdad anunciaba en su portada lo siguiente: “Acondicionamiento provisional del primer trozo de la avenida José Antonio”; Como curiosidad, en el cuerpo de la noticia se dice que “desde la Platería puede contemplarse ya el Arenal –actual Glorieta de España- y el Puente Viejo”, y que “desde allí, se ofrecerá al viajero una amplia perspectiva de la moderna Murcia”. Pero lo más interesante es la afirmación de uno de los subtítulos: “Será estimulada la construcción de nuevos edificios en esta vital arteria urbana”. Remarcamos la palabra “estimulada”.

inmobiliario, era ya más sencillo. La figura legal del “área de influencia” que incluía el proyecto, cuyo ‘modus operandi’ se configuraba como medio para financiar las obras, generó una serie de operaciones con los terrenos que podrían calificarse de opacas, debido a que nadie hasta la fecha ha encontrado la documentación relativa a la subasta pública de los solares expropiados. El que dichos documentos no estén localizados no demuestra su inexistencia, pero lo cierto es que hubo expropiaciones, y que los pequeños solares que pertenecían a muchos murcianos, pasaron a ser de unas pocas personas que llevaron a cabo la promoción de los nuevos edificios. De hecho, esos documentos tampoco son imprescindibles para hacernos una idea bastante aproximada de lo que se perseguía: el proyecto generó un medio para el lucro jugando con el valor del suelo urbano –y por concatenación, también del agrícola-. Según recoge el prosesor de la Universidad de Murcia José Luis Andrés, en su libro “Urbanismo contemporáneo: la Región de Murcia” (Universidad de Murcia, 1995), la construcción de las barriadas de Santa María de Gracia y Vistabella en paralelo a la de la Gran Vía, quedó enmarcada en un plan estatal que pretendía construir viviendas sociales, pero también reducir el paro y estimular el crecimiento económico a través del ladrillo.

Despejado el camino “con nocturnidad y alevosía” –los baños desaparecieron literalmente así-, el discurso maniqueo del progreso frente a la conservación del patrimonio, y el del régimen político triunfante y dinámico frente al atraso rural, parecían haber calado en el subconsciente colectivo. Lo que estaba por venir, es decir, el negocio

La ecuación se compone, por tanto, de dos elementos enlazados que en nuestros días ya son viejos conocidos: la propaganda política y la economía especulativa, que, basada en la construcción, procura empleo a una mayoría no cualificada de la población al tiempo que enriquece a la élite que maneja el suelo y los recursos. En el caso de la

Especulación, urbanismo y política: una historia que se repite

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La Gran Vía y las nuevas barriadas construidas por la Obra Sindical del Hogar, formaban parte de un plan estatal que buscaba la reducción del paro y la propaganda política Gran Vía, al repasar los periódicos del momento y las opiniones vertidas en ellos, se dibuja un planteamiento claramente político: la adhesión incondicional al proyecto de la nueva avenida y a sus promotores es al mismo tiempo una adhesión sin condiciones al régimen y a sus fines. Llevarla a cabo era una cuestión de posicionamiento estratégico estatal, pero también de prestigio personal. José Luis Andrés Sarasa afirma en su libro (ibídem. Pág. 123) que tanto el Plan nacional de Vivienda de 1954 como la Ley del Suelo de 1956, “aportan una serie de instrumentos a las oligarquías que controlan el interesante negocio en el que se ha convertido la construcción”. En el mismo libro, José Luis Andrés también habla de la misión emprendida por la obra Sindical del Hogar como brazo ejecutor de la política estatal de empleo: “La Delegación Nacional de Sindicatos, que asume la responsabilidad de cantar las excelencias del nuevo Estado, encuentra en la solución del grave problema de la vivienda el mejor escaparate para su propaganda” (ibídem. Pág.125). El régimen “pretende dotar de viviendas a las clases humildes para que estas vivan en mejores condiciones materiales y morales (…). Otra cosa muy distinta es saber quiénes son los beneficiarios reales de estas viviendas”. En opinión de Andrés Sarasa, las facilidades para la adquisición de las viviendas construidas por la Obra Sindical del Hogar en los nuevos polígonos (en Murcia, Santa María de Gracia y Vistabella), se basan “en la disponibilidad absoluta del uso del suelo, que se busca allá donde es más barato, aunque ello origine la expansión indiscriminada de la ciudad” sin “la más mínima preocupación por ordenar ese crecimiento”. Y así, se da lugar a la aparición de “una masa uniforme de bloques monocordes” que “inician la expansión como en una mancha de aceite” (Pág. 126). Según José Luis Andrés, las ordenanzas arquitectónico-urbanísticas del instituto nacional de Vivienda tendrían un doble efecto negativo: por un lado, no hubo “ninguna planificación para

ubicar de un modo ordenado las viviendas”, lo que conduce “al crecimiento periférico incontrolado de la ciudad, precisamente en perjuicio del suelo agrícola y contra su idea de exaltación del campo”; y por otro lado, “se da una homogeneidad desesperante, con unas edificaciones carentes de personalidad y casi siempre discordantes con la arquitectura tradicional”. En su libro, Andrés Sarasa añade un tema en absoluto menor, y es que “esta propaganda del régimen tan sólo consigue una segregación socio-espacial que hoy se ha convertido en uno de los problemas más serios de las ciudades, al generar fronteras sociales urbanas”. Si seguimos el hilo argumental del prosesor José Luis Andrés, se puede afirmar que, desde el punto de vista urbanístico, arquitectónico y estético, la Gran Vía de Murcia marcó un antes y un después y funcionó como una bomba de racimo: abrió la lata de la construcción y rompió los moldes de la ciudad en altura y en extensión. Por un lado, su influencia se dejó sentir en casi todo centro histórico con la proliferación de edificios de nueva planta y dudoso gusto elevándose a lo largo de las estrechas calles medievales, rodeando los campanarios y atrapando las cúpulas de las antiguas iglesias con sus patios de luces, en un maridaje estético –y ético- imposible; y por otro, significó el inicio de una expansión desordenada que fue invandiendo la huerta circundante a gran velocidad. Así lo estiman también Roselló y Cano (“Evolución urbana de Murcia”, Ayuntamiento de Murcia, 1975. Pág. 170): “La ciudad doble tiene que surgir al Norte, al mismo tiempo que se procura acondicionar en lo posible la vieja ciudad con algunos toques de cirugía que la hacen aparentemente transitable, si bien más que nada facilitan la expansión al área libre”. Es decir, que por encima de resolver problemas de circulación, la Gran Vía tuvo un ‘efecto lanzadera’ sustentado en la nueva situación sociopolítica y económica. Roselló y Cano afirman que “el proceso aglomerador implicó un menoscabo para la huerta, 90 hectáreas de la cual habrían sido absorbidas hasta 1965 según la Junta de Hacendados (...). Un coste social muy elevado, camuflado, eso sí, por la especulación” (ibídem. Pág. 187). Sin embargo, ese menoscabo no fue óbice para que el Juntamento de Comisarías del Río Segura homenajeara al alcalde Domingo de la Villa el 28 de febrero de 1953, poco después del derribo de los baños árabes, según recogió el diario Línea: “Voto de gracias de la huerta de Murcia al Camarada De la Villa, a quien agradece la gran labor realizada en defensa de sus intereses”.

retales de la Murcia de siempre: “Desde mi balcón, la plaza de Santa Isabel era un valle, un pequeño y recoleto valle verde en el que se empinaban los pinos más altos de Murcia rascando el cielo con sus copas. ¡Qué verde era mi plaza! Los valles de las ciudades se llaman jadines, y nadie decía voy a la plaza de Santa Isabel, sino al Jardín de Santa Isabel, con mayúsculas (...). En las noches de verano la plaza se aromaba hasta la náusea con el incienso de los galanes de noche y los jazmines, de los baladres que dicen adelfas, de los heliotropos y los árboles del paraíso”. José Mariano González Vidal Fragmento recogido por el profesor Conesa Serrano en “Esdudios de Patrimonio y Urbanismo de la Región de Murcia 3”, página 39.

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“Así se llama: calle de la Aurora Puro el arco en el medio, cal de color azul Aurora permanente que se asoma –sobre corro o motín- al barrio aquel del sur Humilde eternidad por calle corta”. Jorge Guillén Suplemento Verso y Prosa del diario La Verdad, 1927.


Roselló y Cano resumen la súbita transformación de la ciudad y de su entorno de manera aséptica pero clara: “El despegue urbanístico de Murcia tiene un arranque espectacular; otros investigadores juzgarán sin fundamentado en una coyuntura económica, en una acumulación de reservas y atrasos –económicos y sociales- o en unas puras decisiones de gente emprendedora. Es claro que sin lo último, los otros posibles factores no hubieran dado juego, sobre todo teniendo en cuenta la difícil situación legal y la multiplicidad de planes sin una coherencia jurídica sólida” (ibídem. Pág. 169). Por lo tanto, este panorama del “aquí y ahora, todo vale”, fue posible gracias al empuje del interés privado y a una conjunción de factores que multiplicaron sus efectos negativos. José Luis Andrés habla de un “laissez faire” –dejar hacer- que, para mayor desgracia de la sociedad, no vino acompañado por un elemental “savoir faire” –saber hacer-: “Sólo se perseguía el enriquecimiento personal, la gloria política, (...) y su preocupación se centró más en servir al bien individual que al general, inmersos en un poder político monolítico que otorgaba todas las bendiciones siempre a los mismos” (Pág. 151). La laxitud legal es evidente: el Plan Blein, que no fue validado antes de la aprobación del proyecto de Gran Vía que se contenía en él, tampoco lo fue después. Según Roselló y Cano, con “la paralización administrativa del Plan Blein, continuó la irregular situación urbanística –lo que también sucedió en otras ciudades- y se funcionó a base de proyectos parciales redactados de acuerdo con aquél, y que fueron aprobados por la superioridad y ejecutados de acuerdo con sus directrices” (Pág. 176). Dos de ellos fueron el Plan de la oficina Técnica de 1961, y el Plan de los Arquitectos o ii Plan de la oficina Técnica de 1963.

La Gran Vía marcó un antes y un después para Murcia, y colocó al ladrillo como principal motor de la economía regional Si ya hemos visto que la regulación y control de la expansión de la ciudad fue discutible, las normas reguladoras de la altura en la edificación no se quedan atrás. El volumen de edificación previsto por el ayuntamiento se fue incrementando progresivamente en toda la ciudad, con bastante probabilidad debido a las presiones de los intereses privados para rentabilizar el coste del metro cuadrado. En la Gran Vía establecía un volumen de entre ocho y doce plantas como máximo, pero escondían un as: el concepto de los “edificios singulares”; “El eterno problema de los edificios singulares”, tal y como expresan Roselló y Cano (ibídem Pág. 185). En 1955 dio comienzo de forma solemne la obra de un edificio de ocho plantas en un solar de la familia Jiménez de cisneros, en la esquina de Gran Vía y Jara Carrillo, con la presencia del Obispo, el Gobernador Civil y el Alcalde; hasta ese punto se consideraba relevante la promoción inmobiliaria. En la segunda mitad de la década no avanzó mucho más la construcción, pero entre 1961 y 1962, los libros de registro de Policía Urbana recogerán hasta trece solicitudes de obra en la Avenida José Antonio –además del permiso solicitado por Coca Cola el 26 de septiembre del 61 para instalar en ella dos postes anunciadores: la modernidad había llegado a Murcia-. Tres de las solicitudes

Murcia, captada por la cámara de un avión norteamericano en 1956. Fuente: aHMM. Trazada ya físicamente –aunque no urbanizada- la nueva avenida, la ciudad estaba a punto de cambiar para siempre con la explosión de la fiebre constructora. Los bloques no sólo comenzaron a elevarse junto a la Gran Vía, sino que fueron rompiendo poco a poco el techo de todo el casco antiguo. Sawar 21


Panorámica desde la torre de la catedral, mirando hacia el norte: Santo Domingo, alfonso X el Sabio y, al fondo, la redonda. Fuente: aHMM

de obra fueron realizadas por Simón cerezo Berdoy, importante empresario malagueño que había desempeñado el cargo de vocal en la Federación de Cajas de Ahorros de Andalucía a finales de los años treinta. Cerezo era consejero de Fedeloz y de la inmobiliaria Morcer S.a. de Madrid, y llegó a Murcia atraído por las posibilidades de negocio que abría la Gran Vía. La Comisión de Obras y Servicios Técnicos emitió un informe en marzo de 1961 por el que se le concedía permiso a Cerezo Berdoy para la construcción de 100 viviendas, divididas en tres bloques de ocho plantas cada uno, en la avenida de José Antonio. Otro nombre relacionado con la edificación en la Gran Vía sería el de Bernal Pareja S.a., empresa de los hijos de Bartolomé Bernal Gallego, el empresario de El Palmar que ya en los años 20 quiso llevar a cabo un plan de ensanche para Murcia. Bernal Pareja S.A. levantó el techo de la Gran Vía con el recurso de los “edificios singulares” y comenzó la obra del primer edificio de 14 plantas, la ‘Torre de Murcia’. Según Roselló y Cano, dicho edificio tuvo “un significado de consagración socio-económica, de aceptación de la reforma”. Desde la perspectiva actual, genera rubor repasar los artículos de la prensa de aquel momento, que de manera grandilocuente buscan disfrazar de interés público las operaciones urbanísticas que se estaban llevando a cabo, considerándolas imprescindibles para el progreso y provocando en los murcianos la fascinación por las dimensiones de los nuevos edificios. Los periódicos despreciaban a la Murcia de siempre calificándola de pueblerina y atrasada, y querían convencer a la sociedad de que debían renegar de ella y construir una nueva Murcia como si el pasado ya no contara. Basta reproducir dos ejemplos: el primero es un artículo del diario La Verdad, publicado el 25 de julio de 1953 bajo el título “Comentarios de Urbanismo”, que en su último párrafo dice así: “Abrir una avenida que evite la congestión del tráfico no será coser y cantar, pero si eso quiere decir que vamos a vivir más deprisa, más al compás de la actualidad, nos congratulamos por ello, aun cuando se pierdan ciertos valores de otro tipo que no queremos aludir en la presente

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ocasión”; y el segundo ejemplo es la noticia publicada en el diario Línea del 22 de julio de 1961 bajo el titular “Grúa gigante”. Sobran los comentarios: “Murcia progresa a pasos agigantados. Pasaron a la historia aquellos tiempos de proyectos minúsculos y concepciones chatas. La época que vivimos exige un ritmo dinámico y unos planes a tono con el progreso de hoy. Esta es la razón de que traigamos a nuestra página esta gigantesca grúa que pone una nota de progreso en la fisonomía callejera de nuestra ciudad. Ustedes la habrán visto frente al cine Coy, en lo que el día de mañana será la Torre de Murcia. De su altura nada cabe decir porque los edificios que se quedan por debajo de ella la proclaman suficientemente. Bienvenido sea este símbolo de proyectos gigantes a nuestra jungla de asfalto, porque planes así serán los que den a Murcia el carácter de gran ciudad”. Tras la Torre de Murcia vendrían otras construcciones de Bernal Pareja S.A., como el Edificio Galerías, de 14 plantas, las mismas que tienen los edificios cortelfiel, Vencor y alfil. A principios de los 70 se elevó aún más la altura de la Gran Vía murciana con dos edificios de 15 plantas a ambos lados de la plaza de Santa Isabel, y con el edificio Hispania en la plaza Fuensanta. El ya citado recurso de los “edificios singulares” facilitó que la altura máxima de 12 plantas fijada para la nueva arteria, que ya era excesiva, se quedara corta. Retomando la trayectoria de Bernal Pareja S.A. como paradigmática de este momento de febril actividad constructora, su bonanza en los años sesenta y setenta no impidió que la empresa cayera en una aguda crisis financiera a principios de los ochenta. Sus deudas con la administración, que se elevaban hasta los 935 millones de pesetas, llevaron a la inmobiliaria a suspender pagos el 20 de junio de 1981, y a presentar ante el Ministerio de Trabajo un expediente de regulación de empleo que debía afectar a 405 trabajadores. Sin embargo, aún resistió hasta 1984, cuando terminó fusionándose con otras cuatro constructoras bajo el nombre de ociSa.


Hechos supuestos y hechos consumados “El primer estadio de la especulación consiste en atribuir y reclamar privativamente un valor añadido al suelo, por el hecho de recaer sobre él expectativas urbanísticas, algo que se verá incrementado una vez se concreten los aprovechamientos de estos terrenos, atribuidos siempre por la Administración. Y este valor será mayor en tanto la demanda de viviendas se convierta en solvente y termine regulándose por el mercado. Los siglos XIX y XX, especialmente el último, son los de la especulación urbana, de la pugna por las plusvalías”. Así lo explica José Luis Cano Clares en su libro “Ciudades. El arte urbano” (DM. Murcia, 1999. Págs. 120-121). Y prosigue: “La construcción de la nueva ciudad comienza a verse como una actividad económica, que empieza por producir beneficios sobre aquellos terrenos de naturaleza privada sobre los que se proyecte el crecimiento, sobre aquellas fincas en las que los ensanchamientos de calles producen mayores alturas de edificación (...) y un incremento de su valor”. La polémica de los baños árabes eclipsó todo el proceso, y por ello, el nombre de Domingo de la Villa ha sido el más repetido. No sería conveniente olvidar que la Gran Vía fue fruto de varias personas: por ejemplo, los dos alcaldes anteriores y el que le sucedió, además de los particulares implicados. El discurrir de los acontecimientos, con una serie de hechos supuestos y otros de carácter consumado, puede dar lugar a múltiples interpretaciones tanto a favor como en contra –todas respetables-, pero sobre todo nos lleva a una. Así, hay que tener en cuenta que el proceso de validación de la Gran Vía se efectuó con un alcalde que tenía algunas de sus propiedades en el área de influencia; que el plan donde se contenía jamás fue aprobado legalmente; que se derribó de forma ilegal un monumento histórico-artístico; que el ayuntamiento expropió a bajo precio y subastó a precio elevado, y que no están localizados los documentos de dichas subastas públicas; que los antiguos propietarios, la mayoría de ellos humildes, se vieron desplazados a barrios periféricos para dejar espacio a las clases acomodadas y a las entidades financieras; que otro alcalde, bajo cuyo mandato se dio un fuerte

impulso a la apertura de la Gran Vía, estableció una empresa constructora nada más cesar de sus obligaciones municipales; que una de las constructoras más activas de Murcia en aquel tiempo pertenecía a los hijos de un empresario que, años atrás, había promovido la creación de un plan de ensanche para la ciudad; y que las limitaciones en altura fueron muy pronto rebasadas para elevar el beneficio económico de las promotoras. El historiador Miguel Rodríguez Llopis lo explica en su libro “Historia de la Región de Murcia” (Editora Regional, 1998. Pág. 459): “Al aumento general de la población asalariada y a su redistribución espacial, le acompañaron políticas de reordenación urbana que convirtieron a la construcción en uno de los sectores más dinámicos de la economía murciana entre 1960 y 1975. El detonante fue el plan Blein para Murcia, que proyectó la apertura de la Gran Vía y que fue aplicado durante la década de los 50 a pesar de no haber sido nunca aprobado; la destrucción de los baños árabes allí existentes, por orden del alcalde don Domingo de la Villa, fue todo un anuncio de que los movimientos especulativos que este sector iba a generar contaban con el beneplácito institucional, aun a costa de incumplir la legislación vigente (...). La construcción de numerosas barriadas obreras en las periferias urbanas y de pequeños barrios en otros pueblos de la provincia, dirigieron una parte del capital forjado durante los años de la autarquía con el extraperlo y el mercado negro hacia el sector inmobiliario, originando brotes especulativos que enriquecieron al grupo de promotores en muy pocos años”. Por lo tanto, si aplicamos una visión de conjunto, podemos afirmar que durante los años 60 y 70 se fueron arraigando las conductas especulativas en nuestro país, con la aplicación de políticas que no sólo no buscaron corregirlas, sino que, muy al contrario, las ampararon. Las consecuencias han llegado hasta nuestros días de manera reconocible, con el deterioro del patrimonio histórico y con el baño de hormigón que recibió la costa. Y no sólo eso: al situarnos ante los periódicos y la realidad actual, también se puede comprobar que no hemos cambiado lo suficiente. Es el eterno retorno

La “Y” formada por tres avenidas que son conocidas actualmente como Gran Vía Escultor Salzillo, avenida de la Libertad y avenida de la constitución. Fuente: aHMM Sawar 23


Los planes de ensanche La Gran Vía nació como parte de los planes de ensanche de Murcia que comenzaron a idearse a finales del siglo XIX y principios del XX. En 1895, y con el fin de modernizar el saneamiento de la ciudad, mejorar la calidad de vida de sus 33.000 habitantes y planificar el crecimiento futuro, el alcalde Juan de la Cierva encargó un informe a Pedro García Faria, ingeniero que había redactado el Proyecto de Saneamiento de Barcelona dos años antes. El primer objetivo era radiografiar la situación de Murcia y conocer sus deficiencias, para lo cual García Faria llevó a cabo una ingente tarea de documentación sobre las características geológicas, climáticas, demográficas y sanitarias de la ciudad. Según recogen Roselló y Cano en su libro “Evolución Urbana de Murcia”, García Faria también elaboró un trabajo sobre mortalidad que arrojó las cifras más altas en los barrios de San Antolín, San Juan y Santa Eulalia –los más poblados-. En cuanto a las causas de fallecimiento, una quinta parte se atribuyó a la pulmonía y la tuberculosis, algo natural en una ciudad en la que una gran cantidad de familias vivían hacinadas en viviendas pequeñas, sin ventilación ni aislamiento térmico. El ingeniero planteó la corrección de rasantes y el aprovechamiento de la red de azarbes y acequias como desagüe urbano, siguiendo el sentido Oeste-Este hasta entroncar con el río fuera de la ciudad. Además, García Faria esbozó la creación de una nueva avenida que sería el embrión de la Gran Vía, y que fue repetida en los diferentes planes durante cincuenta años, con algunas modificaciones. Poco después de los trabajos de García Faria, Martínez Espinosa analizó también las deficiencias de Murcia y señaló los cuatro elementos clave a los que tenía que aspirar su reforma urbana: el aire puro, el sol, el agua y el alcantarillado. Roselló y Cano describen la situación de la capital murciana a principios del siglo XX de este modo: “La escasez de agua potable y la coexistencia de pozos, letrinas y sumideros daban pie a condiciones insalubres, agravadas por la red de alcantarillas existente”. Las principales propuestas de Martínez Espinosa fueron el ensanchado de calles y la pavimentación, ya que el polvo y la humedad eran una de las causas de las enfermedades respiratorias. La idea expansiva de la ciudad hacia el Norte, contenida ya en el trabajo de Pedro García Faria, dio un paso más en 1902: ese año, la Comisión de Policía Urbana de Murcia expuso la necesidad de abrir una nueva avenida con inicio en el llamado Portillo de la Aurora, que discurriera en línea recta junto al Teatro Romea y que pasara por las calles de Jabonerías y Sociedad. Sin embargo no hubo movimientos hasta 1920, cuando se redactó un plan de ensanche de autor desconocido que no se llevó a cabo, y que fijaba el centro de las intervenciones en la plaza del Teatro Romea, donde debían confluir hasta seis calles nuevas o ensanchadas. A inicios de esa década ya se trabajaba para mejorar el abastecimiento de agua potable, además de implantarse en 1922 la red de Tranvías Eléctricos de Murcia con cuatro líneas: Estación, Espinardo, Alcantarilla y El Palmar. En los años 20 el casco urbano de Murcia alojaba a 35.000 habitantes, de un total de 150.000 en el conjunto del municipio. El 60 por ciento de sus edificaciones era de una o dos plantas y el 40 por ciento superaba las tres alturas. En aquellos años, y citando de nuevo a Roselló y Cano, “las circunstancias políticas sugirieron a un ilustre murciano (Bartolomé Bernal Gallego) la posibilidad de una transformación urbana y la rentabilidad de una empresa que difícilmente el municipio podía afrontar”. Según se explica en el libro “Evolución urbana de Murcia”, “Bernal, en plan altruista, había promovido un proyecto de alcantarillado en 1918, pero ahora se le ensanchaban las perspectivas en plan de contratista y tal vez en el político, ya que había estado propuesto para la alcaldía de Murcia”. De esa forma, Bartolomé Bernal Gallego, al que Roselló y Cano describen como “un empresario curtido en operaciones financieras de categoría y afín a la política conservadora”, decidió proponer al ayuntamiento en 1925 la elaboración de un nuevo plan de ensanche pagado de su bolsillo. Dicho plan recibió el nombre de su creador: César Cort.

Plan de Ensanche anónimo (1920) (atribuido a José antonio rodriguez) “Gran Vía romea” trazada por césar cort dentro de su Plan de urbanización (1926)

El Plan Cort, elaborado por éste junto a un equipo de colaboradores –sin presiones de ningún tipo, según él mismo afirmó-, pretendía reducir la mortalidad por enfermedades evitables en una ciudad en la que, en

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Fuente: aHMM y “Evolución urbana de


y la Gran Vía de Murcia

Gran Vía central diseñada por José Bellver (1933) Gran Vía de carbonell-Blein (1949) con dos anchos no alineados y retranqueos puntuales que no se efectuaron

e Murcia”, roselló y cano, Murcia, 1973.

ocasiones, los cauces de las acequias eran usados al mismo tiempo como vertederos y como fuentes de agua para consumo humano. El plan también incluía la apertura de una nueva vía desde la estación de Mula hasta el Puente Viejo, siguiendo el trazado apuntado años atrás: Aurora, lateral del Romea, Jabonerías, San Bartolomé, Sociedad y Glorieta. La Gran Vía Romea, como la denominó Cort, tendría un ancho de 15 metros y aceras de cinco metros a uno y otro lado, protegidas con soportales en toda su longitud. César Cort expuso su preocupación por proteger a los ciudadanos del sol, especialmente en Murcia: para favorecer la existencia de calles frescas y con sombra, prefería articular una mayoría de calles no demasiado anchas y con edificaciones no superiores a dos alturas, y unas pocas avenidas más anchas con arbolado o soportales. Incluso consideraba necesario el uso de toldos urbanos para reducir los efectos del calor, tal y como se hacía por aquellas fechas en la Trapería. Parte del proyecto de Cort se perdió, pero las ideas que lo inspiraron quedaron recogidas en su libro “Un ejemplo sencillo de trazado urbano: Murcia” (Madrid, 1932). Una de ellas era la de armonizar en altura y estética las nuevas construcciones, con una visión global y entendiendo que el conjunto de Murcia estaba dominado por el volumen de su catedral: “Hay que tomar las precauciones adecuadas para obtener por todas partes perspectivas agradables, para que el conjunto de los edificios, contemplados desde lejos, produzca una silueta eternamente supeditada a la masa dominante de la catedral, sin tolerar la petulante competencia de esos desmesurados edificios que parecen implorar del cielo la gracia que no supieron lograr sobre la tierra”. El Plan Cort fue aprobado siendo alcalde Francisco Martínez García en 1928, pero no se materializó por las numerosas críticas y recelos que suscitó, por las presiones políticas y porque se consideró económicamente inviable. Las presiones le costaron el cargo al alcalde, y sin embargo, del plan Cort se recogerían en el futuro inmediato los aspectos menos gravosos y más rentables: uno de ellos fue el de la apertura de una Gran Vía, aunque con un trazado muy distinto y sin una regulación moderada de la altura en los nuevos edificios y del resultado conjunto. Como curiosidad, hay que añadir que el Banco de España, construido en 1928, al principio tenía su fachada orientada según el trazado de la Gran Vía de Cort (hacia el Este), y cuando dicho trazado se modificó, hubo que reformar el edificio y trasladar la fachada al lado contrario, donde la tiene en la actualidad. A finales de los años 20 y principios de los 30 es cuando surge el plan del valenciano José Bellver, que se oponía a Cort y que defendía que Murcia podría salir de su atraso urbano con unas pocas acciones de “cirugía”. Según un plano de 1933, Bellver desplazaba la nueva arteria hacia el Oeste con respecto a la de Cort, le daba un ancho constante de 25 metros en todo el recorrido y seguía una línea recta que, partiendo del Puente Viejo, habría de desembocar en la nueva Prisión (la actual “cárcel vieja”). Para facilitar su financiación, Bellver contemplaba la expropiación de 50 metros a uno y otro lado de la avenida. Murcia casi duplicó su población en poco más de veinte años, y en 1940 ya tenía 66.000 habitantes. En esa década llegó la propuesta de Gaspar Blein, que se fue gestando muy lentamente –entre 1942 y 1950- y con algunas modificaciones, como por ejemplo la relativa a la futura Gran Vía de manos del arquitecto Daniel Carbonell. Para llegar al trazado definitivo, que comenzaría a ejecutarse en los años 50, también hay que tener en cuenta la aparición de la nueva plaza de la Redonda y de la Gran Vía de Alfonso X el Sabio, construidas por Obras Públicas y adjudicadas por la Dirección General de Ferrocarriles, como enlace entre la nueva estación de Mula y el núcleo urbano. Citando de nuevo a Roselló y Cano, “la reforma (de la Gran Vía) no encajaba en el vigente plan Cort, pero sí en uno conjunto elaborado por Blein y que estaba dispuesto para su presentación y aprobación. Lo que no se dijo fue que, legalmente, la aprobación del plan conjunto tenía que ser anterior” a la aprobación de la nueva Gran Vía. Por lo tanto, el ayuntamiento se saltó un paso legal y aprobó el trazado de Carbonell-Blein sin haber sancionado antes su Plan de Urbanización. Roselló y Cano concluyen que, una vez se tramitó el proyecto concreto de la nueva avenida, “de facto, se consideró aprobada la reforma”. Sawar 25


La Gran Vía con perspectiva La Gran Vía de Murcia ha sido juzgada por la historia de forma temprana y severa, aunque casi siempre desde el ámbito de los expertos en urbanismo y patrimonio. No ha hecho falta que transcurran muchos años para que diversas voces, de dentro y fuera de Murcia, hayan elevado el tono del lamento y la protesta ante una operación urbanística que provocó una profunda herida en la ciudad, y que condicionó su desarrollo físico, cultural y turístico al despojarla de gran parte de su personalidad histórica; de un carácter particular que hubiera sido muy provechoso para todos los murcianos. Mediante citas de diversos libros y artículos, Sawar dibuja la forma en la que Murcia ha ido digiriendo los hechos en los últimos años. Y para acabar, contaremos con las opiniones de tres expertos en la materia: Antonio Martínez-Mena, Pedro Pan da Torre y José Luis Andrés Sarasa

La desaparición de los baños árabes es el primer objeto de protesta suscitado por la apertura de la Gran Vía, pero con la llegada de la democracia, el aspecto urbanístico y especulativo de la nueva avenida fue recibiendo un goteo que se convirtió en chaparrón. Y no sólo desde el punto de vista técnico, en cuanto a la inútil pérdida de patrimonio para ni siquiera conseguir los fines que decían perseguir, sino también desde el punto de vista moral y social. El primer texto periodístico que condena la triste desaparición de los baños árabes, lo encontramos fuera de Murcia, en el suplemento del Diario ABC, Blanco y negro*: el día 2 de febrero de 1963, entre las páginas 33 y 39, dedica un reportaje al libro “La arquitectura española en sus monumentos desaparecidos”, de Juan Antonio Gaya Nuño. Comienza admitiendo con pesar que “no es posible asomarse a este libro sin sentir un rubor de españoles acusados”, y tras afirmar que es muy difícil “permanecer sereno” ante el relato de tantas pérdidas inútiles y de tanto desprecio por la historia, se dice que Gaya Nuño nos trae “la noticia de una España desaparecida, hecha añicos por nosotros, derribada y mutilada por la desidia, la falta de responsabilidad familiar, el afán de lucro y la ignorancia”. Y prosigue diciendo que la destrucción del patrimonio “no es una historia de demoliciones ciega, sino de una destrucción fría y premeditada, realizada de cara a la opinión, tanto vulgar como culta, nacida no de necesidad bélica o de un azar infortunado, sino de un desprecio absoluto por todo lo bello y antiguo”. Dichas afirmaciones, muy apropiadas para el asunto de la Gran Vía, dejan clara la extensión del problema a todo el territorio nacional y no sólo a Murcia, y también su amplio marco temporal, que abarcaba más de ciento cincuenta años. Sin embargo, el periodista evita nombrar la responsabilidad del régimen en vigor por la reciente pérdida de monumentos, mientras que sí acusa de mala gestión a los afrancesados de principios

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del siglo XIX, a los anticlericales y a la República –quienes, por supuesto, también fueron culpables de la desaparición de importantes edificios-. En ese mes de febrero de 1963, las páginas de Blanco y Negro anotan el derribo de monumentos por toda España, y en el caso de Murcia, destacan dos: el palacio del Contraste de la Seda (1932) y los baños árabes (1953). En el ámbito local, uno de los primeros –y escuetoscomentarios condenatorios lo emite el prestigioso arqueólogo Manuel Jorge aragoneses, en la guía del Museo de la Muralla Árabe de Murcia (Dirección General de Bellas Artes, Madrid, 1966; página 35) que se editó después de excavar el primer tramo de la muralla medieval en el barrio de Santa Eulalia y de adecuarlo para su contemplación pública. En la contextualización de la Murcia andalusí, Aragoneses da cuenta de “unos baños árabes que existieron en la calle Madre de Dios”, y que fueron “sacrificados inútilmente en aras del ensanche urbanístico”. Nada más dice al respecto. En abril de 1974 llegó una condena más explícita desde Extremadura, firmada por un ilustre periodista murciano: antonio González-conejero. El que más tarde llegara a ser Director de La Verdad, recordando su ciudad en la distancia, escribe lo siguiente: “Junto a las ‘Galerías’, el ‘Corte’, ‘Simago’, todo lo que ha nacido de las entrañas de esa larga lanza que asestó el golpe definitivo aquella noche con ribetes de sabotaje en que cayeron los baños árabes, que eran como el bastión de guardia de la huerta. Ahora ha hecho nacer a sus flancos bonitas colmenas humanas de piedra y cemento, babeles desafiadoras de los pequeños naranjos, limoneros y azahares de antaño a los que suplantaran. Junto a todo eso, la Murcia vieja, pequeña, humilde y recogida parece más olvidada. Pero, desde aquí, repito que desde la lejanía en el tiempo y en

*http://hemeroteca.abc.es/nav/Navigate.exe/hemeroteca/madrid/blanco.y.negro/1963/02/02/033.html http://hemeroteca.abc.es/nav/Navigate.exe/hemeroteca/madrid/blanco.y.negro/1963/02/02/039.html


Las nuevas postales Durante los años 60 y 70, el ayuntamiento consideró a la Gran Vía como una imagen digna de figurar en postales turísticas


el espacio, Murcia será lo que vaya quedando de la Murcia que era, mientras la Murcia que es se confunde con lo que –hermoso y todo- es en casi todas partes”. Del texto de González-Conejero, además de su carácter evocador, es preciso descatar la consideración de los baños árabes como elemento que aseguró a la huerta mientras estuvo en pie, lo que nos lleva a recordar la carta de Antonio Sánchez Laorden publicada en La Verdad poco antes del derribo (“Los baños árabes y la huerta”). En 1975, nos encontramos con el libro de referencia en el estudio del urbanismo murciano en los últimos años y ya nombrado en este reportaje, “Evolución urbana de Murcia”, de roselló y cano. Dentro del capítulo que dedica a los planes de ensanche, y siempre desde un punto de vista técnico y desapasionado, se afirma que “la única contrapartida oficial eran los baños árabes de la calle Madre de Dios, monumento nacional que sería derribado de todas maneras, aunque ilegalmente” (página 168). Estas palabras tienen un valor especial si tenemos en cuenta que el libro fue editado por el ayuntamiento de Murcia, la institución que promovió y validó el proyecto y a la que, en última instancia, habría que achacar la desaparición de los baños. Tomando de nuevo como punto de partida el derribo de los baños, el primer texto de relevancia que juzga directamente y con dureza a los promotores de la Gran Vía, y que habla abiertamente de la especulación urbanística, está fechado en 1977 y se lo debemos al historiador Fernando chueca Goitia, dentro de su libro “La destrucción del

El número 11 de la Gran Vía de Murcia está adosado a la parte trasera de Santa catalina sin ningún tipo de consideración en altura ni estética, y su patio de luces se deja ver desde la fachada de la iglesia. Igualmente, otro edificio de nueva planta adosado al campanario lo supera en altura y le enseña sus aparatos de aire acondicionado

legado urbanístico español” (Madrid, 1977; página 362). El texto, reproducido muchas veces por su claridad, dice así: “Qué atrocidades se han hecho en Murcia en pocos años, qué desmanes, qué atropellos, qué infamias, qué avenida de José Antonio rompiendo la vieja y delicada ciudad con un tajo atroz que nada respeta y que se convirtió en cauce abierto para saciar los apetitos de especuladores, que al llenar sus bolsillos se convirtieron en unos ladrones más vituperables que los que en enero de 1977 robaron el tesoro de la Catedral. Porque el expolio llevado a cabo es infinitamente superior e infinitamente más irrecuperable; han robado y destruido –robo con asesinato- una ciudad que era obra de muchos siglos y muchas culturas”. En 1978, tal y como recoge el profesor José Antonio Conesa Serrano, el escritor Julio caro Baroja arremete frontalmente contra aquellos que provocaron la transformación radical de la ciudad en su libro “Los Baroja” (Madrid, 1978). Sin hablar expresamente de la Gran Vía, Caro Baroja sigue la senda abierta por Fernando Chueca y señala a la especulación como uno de los principales objetivos que se escondían detrás de las reformas urbanas: “He vuelto (a Murcia) muchos años después y me he encontrado una ciudad despanzurrada y llena de bloques que son el orgullo de las fuerzas vivas. Pero la Murcia de 1950 aún tenía callejuelas, recovecos, palacios barrocos impresionantes y calles por donde los peatones podían discurrir sin miedo al auto pestífero y protegidas de vientos y calorazos. Hoy se habla mucho de urbanismo y de


arquitectura funcional. La verdad es que las casas colmena son una creación de los funcionalistas que tienen más alma de funcionario que otra cosa, de los arquitectos esclavos de la ley del suelo y de los nuevos ricos y especuladores”. Durante 1980, Francisco José Flores arroyuelo, antropólogo y profesor de la Universidad de Murcia, redacta dos prólogos en los que expone su visión sobre lo sucedido en la ciudad en años precedentes: por un lado, en el libro “Albert F. Calvert. Murcia. 1911” (Editora Regional, Murcia, 1980; página 11), que prologa bajo el título “Murcia imposible”, Flores afirma que “... así se llegó a la monstruosidad de destruir su callejero con un tajo de navajero que revalorizó solares en los que había casas viejas. Puestos a inventar, los de siempre inventaron el metro cuadrado y sus consecuencias se hicieron sentir”; y por otro lado, en el prólogo del libro de Javier Fuentes y Ponte, “Murcia que se fue” (Ayuntamiento de Murcia, 1980; pagina 20), justifica la reedición de esa obra (publicada por primera vez en 1871) en el hecho de que supone un medio precioso para reconocer una ciudad muy cambiada con el paso del tiempo: “Por desgracia, la estupidez de unos fundida en el becerro de oro, y la ignorancia de otros, han borrado su imagen. En el caso de Murcia, también, sólo nos queda la palabra”. En 1983, el pintor Manuel Muñoz Barberán dejó escritos unos versos sobre el tema junto a sus cuadros en la Galería Chys de Murcia, y que también fueron recogidos por el profesor Conesa en “Estudios de Patrimonio y Urbanismo de la Región de Murcia 3”. En esos versos, Muñoz Barberán

viene a transmitir la pena por la pérdida de indentidad de Murcia, una ciudad que dejó de ser ella misma para parecerse a cualquier otra, en la misma línea que nueve años atrás se había expresado González-Conejero: “Tampoco es que Murcia era algo importante. No era Ávila, Toledo ni Segovia, es verdad: era solamente Murcia. Ahora, puede llegar a ser Albalicanturcia”. El ingenioso juego de palabras de Barberán une los nombres de las tres capitales del Sureste peninsular: Albacete, Alicante y Murcia. En la misma década de los 80, el profesor de Historia del Colegio H.H. Maristas de La Merced de Murcia, José antonio conesa Serrano, comenzó a investigar sobre la destrucción del patrimonio, con el fin de desarrollar una experiencia docente que contribuyera a sensibilizar a los estudiantes sobre la importancia de conservar los testimonios materiales del pasado. Dicha experiencia no se quedó sólo en las aulas, ya que de ellas salió una generación de jóvenes concienciados; pero es que, además, José Antonio Conesa llevó a cabo una labor divulgativa pronunciando las primeras conferencias sobre el tema: en enero de 1984, y bajo el título ‘Murcia, tiempo deshecho: repaso a la destrucción de una ciudad’, los murcianos pudieron conocer en el Aula de Cultura de la Caja de Ahorros Provincial de Murcia, la forma en la que se dañó su patrimonio. Del mismo modo, en el año escolar 1983-1984 y en junio de 1985, Conesa Serrano impartió un curso para la formación del profesorado de Enseñanza Media, y realizó conferencias en diversos centros educativos de Murcia y Alcantarilla. En 1989

Santa catalina, a la izquierda en primer término, y San Bartolomé al fondo, quedaron separadas por la Gran Vía, y hoy permanecen atrapadas entre altos bloques de hormigón


colaboró con la publicación Franja Verde, iniciativa del Centro Cultural de El Palmar dentro de un taller de Periodismo, e incluyó en ella el reportaje “La pérdida de una identidad: Murcia, crónica de un tiempo deshecho”. En marzo de 1990 llevó su reportaje a las páginas de la Gaceta Cultural de La Opinión de Murcia, y aún volvería a tratar el tema en su obra “Cien años de presencia marista en Murcia”. En 2005 recogió una parte de esos trabajos en el libro “Estudios de Patrimonio y Urbanismo de la Región de Murcia 3”. Ya se ha hecho mención de los libros de andrés Sarasa y de rodriguez LLopis, publicados en 1995 y 1998 y que tratan aspectos urbanísticos e históricos (“Urbanismo contemporáneo: La Región de Murcia” e “Historia de la Región de Murcia”). Como ha podido comprobarse en ambos casos, a mediados de los noventa ya era mayoritaria la sentencia condenatoria a la Gran Vía, al menos en el ámbito de los expertos en cuestiones de geografía urbana e historia. En 1999, el escritor y periodista Santiago Delgado hizo un repaso a la historia de la ciudad en su libro “Crónica Particular”, editado por el ayuntamiento dentro de las colecciones del Museo de la Ciudad. Y con él llegamos a una de las primeras interpretaciones con ligero tinte positivo respecto a la Gran Vía, aunque de manera algo contradictoria. Por un lado, Delgado afirma que “la tecnocracia desideologizada de los 60 opera reformas de apreciable valía”, entre las que destaca la apertura de la nueva avenida “que vertebra el eje norte-sur de la ciudad”; pero por otro lado admite que “la previsión a largo plazo de los proyectistas no alcanzó apenas más de una década, pues se puede afirmar que nació pequeña”. De ello se deduce que la Gran Vía estaba justificada pero no tuvo las dimensiones adecuadas. Sin embargo, respecto a los baños árabes su posición está clara: “Digno de reseñar, asimismo, y conectado con la obra antedescrita, es el derribo de los baños árabes de la calle Madre de Dios, verdadera reliquia arquitectónica y cultural musulmana, que fuera demolida, con nocturnidad y alevosía, por la piqueta municipal en aras de una precipitada modernización (...)”.

Santa isabel en los 70: De jardín a plaza dura. De naturaleza a cemento. De sombra y reposo a ganas de salir corriendo

Todavía en 1999, el ayuntamiento de Murcia lleva a cabo la remodelación de la plaza de Santa Isabel en el loable intento de devolverle parte de su dignidad, y decide incluir una reproducción del arco del Vizconde en el lugar donde se levantaba, y una placa en la que el viandante puede contemplar un plano del centro de la ciudad con el trazado superpuesto de la Gran Vía, y un texto que dice así: “El desaparecido arco del Vizconde se ubicaba en este mismo lugar, formando parte de la casa que el segundo vizconde de Huertas construyó en 1841 sobre fincas de su propiedad. El arco volaba sobre el callejón de los gatos, que a partir de entonces se llamaría ‘del arco del Vizconde’. En 1953, con la apertura de la Gran Vía, se derribó el inmueble, y con él el arco. Esta reproducción refleja la parte que recaía sobre la plaza de Santa Isabel (AÑO MCMXCIX)”. Será una disculpa o quizá un homenaje, pero al menos el arco del Vizconde tiene su recuerdo público. En el año 2000, una nueva publicación del Museo de la ciudad –pequeña institución que lleva quince años trabajando en la difusión de la historia del municipio-, plasma en papel una serie de conferencias bajo el título “Murcia, ayer y hoy”. En ellas, diversas personalidades relatan los avatares históricos de Murcia; la que nos interesa para este reportaje fue pronunciada por carlos Valcárcel Mavor –periodista,

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Madre de Dios, hoy: La calle donde estuvieron los baños árabes durante 800 años. No hay una placa que los recuerde


cronista y miembro de las Reales Academias de Alfonso X el Sabio y de Santa María de la Arrixaca-, que hace mención de los incendios que sufrió Murcia el 10 de mayo de 1931, “en los que ardieron varios templos y se perdieron valiosísimas obras de arte”. Más adelante, Valcárcel habla de que Murcia “ha visto convertida en realidad la vieja aspiración de todos los murcianos desde primeros de siglo de contar con una Gran Vía Central, luego José Antonio y hoy Gran Vía Salzillo”. Y en este caso, el cronista oficial de la ciudad omite hablar de los baños árabes, del arco del Vizconde y del irreparable daño causado a Murcia en aquellos años; ni un pequeño recuerdo a aquel testimonio del periodo andalusí, al que en septiembre de 1952 se refería como “esos llamados baños árabes que tanto revuelo están causando entre los escudriñadores de la historia local”.

Arriba, una estampa más del acoso a la vieja y encantadora iglesia de Santa Catalina Abajo, reproducción del arco del Vizconde construido en 1999 junto al jardín de Santa Isabel

El último de los trabajos dedicados a la polémica avenida murciana es el que elaboró el arquitecto carlos Felipe iracheta para la exposición Las otras grandes vías, dentro de los actos del centenario de la Gran Vía de Madrid, que se celebró en 2010 en la capital de España. La avenida murciana fue seleccionada junto a la Via Laietana de Barcelona, la Gran Vía de Bilbao, la Avenida del Oeste de Valencia, la Gran Vía de Colón de Granada y el Paseo de la Gran Vía de Zaragoza, lo que habla de su importancia como operación urbanística a nivel nacional. Iracheta reunió una serie de documentos, planos y fotografias, para dibujar la historia de la Gran Vía de Murcia, y en su valoración, afirma lo siguiente: “Varias tipologías de grandes vías se han desarrollado en España, pero ninguna de la trascendencia histórica y urbanística como la realizada en la ciudad de Murcia”. También invita a hacer una reflexión: “Para entender más claramente el significado de estas actuaciones en el tejido urbano de la ciudad, sólo tendríamos que imaginar cómo serían nuestras ciudades si no se hubieran realizado estas ‘gran vías’; pensemos y visualicemos, y a semsu contrario, imaginemos también cómo serían otras ciudades con potentes recintos histórico-artísticos como Sevilla, Córdoba y Toledo si se hubiera actuado de la misma forma”. Para Iracheta, la Gran Vía partió en dos, “sin paliativos ni concesiones”, la Murcia medieval. Hoy, la Gran Vía murciana acoge manifestaciones de protesta, grandes desfiles y monumentales atascos. Figura entre las calles con los alquileres más caros de España. Ya no cuenta con cines, nunca tuvo teatros y las sedes centrales de los bancos se reducen al Banco de España y Caja Murcia (BMN). Pequeñas oficinas bancarias y tiendas de ropa ocupan la mayor parte de sus bajos comerciales. Las últimas noticias apuntan a que el tranvía discurrirá por ella, y se estudia la posibilidad de hacerla peatonal, lo que supondría un curioso giro. Un final paradógico. A continuación, Sawar entrevista a tres expertos para que opinen sobre el tema: Antonio Martínez-Mena, Pedro Pan da Torre y José Luis Andrés Sarasa.

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antonio Martínez-Mena Murcia (1954). Licenciado en Derecho y en Historia del Arte por la Universidad de Murcia. Jefe de Servicio de la Consejería de Sanidad

Antonio Martínez-Mena llevó a cabo una investigación sobre la arquitectura civil desaparecida en Murcia, que fue publicada por la Consejería de Educación, Formación y Empleo de la Región de Murcia en 2011 (se puede descagar en www.educarm.es). Sawar le plantea la cuestión: ¿Cómo podemos refutar la teoría que revistió al proyecto de la Gran Vía, y a otras muchas reformas urbanas, de que el progreso y la conservación del patrimonio son conceptos incompatibles? Martínez-Mena no duda: “Es refutable muy fácilmente, en el momento en que uno tiene ciertos conocimientos y cierta educación para saber qué es lo importante en este tema del patrimonio cultural, y de la necesidad de que ese patrimonio se conserve, y de que tengamos una referencia viva ante nuestros ojos que nos está diciendo muchas cosas de nuestro pasado y nuestras raíces”. De todas las causas que han terminado provocando la destrucción del patrimonio, destaca el concepto ‘destrucción pacífica’ que acuñó Gaya Nuño: “Normalmente el patrimonio se destruye por acontecimientos externos, por las guerras y los fenómenos naturales, pero había otra manera de perderlo: por la propia dejación del hombre que no respetaba a esos monumentos, y que en pro de una pretendida modernidad, hacía tabla rasa y desaparecían”. El error de base, en su opinión, es “no saber que el futuro se tiene que construir sobre las bases del pasado, y que cuando ese pasado es importante, hay que mantenerlo a toda costa”. El fenómeno de la destrucción pacífica y la falta de respeto no se produjo sólo en Murcia ni sólo en la época descrita, y de hecho, recuerda que “la necesidad de abrir esta Gran Vía no es de los años 50; esto se plantea ya a finales del siglo XIX. En los años 50 es, desde el punto de vista político y social, el final del principio: el final de la autarquía económica del régimen franquista y la necesidad del desarrollismo. Hay unos gobiernos tecnocráticos y se quiere dar una imagen de progreso y modernidad, y para eso se les ocurre abrir esa Gran Vía”. Se había destruido patrimonio anteriormente, pero “la Gran Vía es la arteria más importante de la ciudad y es el disparate más grande que se cometió, porque ahí se arrambló. Aparte de destruir la trama medieval islámica, destruyeron una serie de edificios que, con los pocos que Murcia tenía, pues podían haberse quedado, pero no hubo ningún interés en ellos”. Para Martínez-Mena, “en el fondo de todo esto están los intereses económicos. En el urbanismo lo que prima es el interés económico de los que dirigen y de los que tienen el poder. Y la gran paradoja de todo esto es que el hombre nunca aprende, porque siempre va dándole vueltas a lo mismo y siempre llega al mismo sitio. ¿Y por qué? Porque actúa sin pensar, sin planificar; actúa a golpe de los intereses que hay en cada momento”. Martínez-Mena encuentra un ejemplo rápidamente: “La portada de mi libro es una foto de 1903, del Puente Viejo de Murcia con un tranvía; un tranvía que ahora, en el siglo XXI, dan como la panacea y la solución del tráfico de la ciudad y que hay que meterlo por ahí precisamente, por donde hace cien años circulaba un tranvía”. Volviendo a la Gran Vía, la obra se justificó en la necesidad de que se instalaran los hoteles, los bancos y los casinos. Martínez-Mena se pregunta: “¿Cuántos bancos hay hoy en la Gran Vía?”. Y prosigue: “Conocemos a la gente que tenía propiedades en ese trazado y que se benefició: la burguesía pudiente de aquella época”. Para acabar, en la relación entre los intereses particulares y los comunes, a Martínez-Mena no le parece mal que se ceda a la iniciativa privada la construcción de infraestructuras que el sector público no puede afrontar, “pero claro, eso se tiene que hacer en determinadas condiciones, en las que lo público se sienta beneficiado”. Sawar

Arriba: cúpula de San Lorenzo encerrada en un patio de luces; abajo: corte de la calle Platería con los bloques casi tocándose


Pedro Pan da Torre Madrid (1929). Doctor Arquitecto por la ETSA de Madrid. Académico de la Real Academia de Bellas Artes de Santa María de la Arrixaca.

Arriba: la iglesia de San Esteban desde la Gran Vía. Abajo: corte de la calle Santa Gertrudis, con la plaza del Romea al fondo

Pedro Pan da Torre, arquitecto madrileño que llegó a Murcia tres años después del derribo de los baños árabes, fue uno de los profesionales más activos en la época del desarrollismo constructivo de la ciudad y firmó algunos de los edificios más populares de la nueva Gran Vía. Él mismo admite que su estudio estaba abierto las veinticuatro horas y que incluso tuvo que rechazar proyectos, “algo inconcebible hoy en día, tal y como están las cosas”. Con gran amabilidad, Pedro Pan da Torre atiende a Sawar, y demostrando su lucidez mental y un fino sentido del humor, elude con inteligencia las primeras preguntas sobre la polémica de los baños árabes y sobre la intervención en el casco histórico de Murcia: “Hombre, yo conocía aquello porque era vox pópuli, pero la gente no me comentaba nada. Bueno, algunos compañeros me decían que había sido un disparate no conservar los baños árabes, pero como yo no era de aquí, pues claro… Yo venía de fuera y conocía el urbanismo de fuera, por ejemplo el de Japón, que allí se sacan fotografías, se documenta y luego se tira todo, se rompe y se construye nuevo… Pero claro, aquello es una isla y no tienen más terreno”. Después de algunos requiebros, Pan da Torre reconoce que “el urbanismo es un follón”, y en el caso que nos ocupa, añade: “Lo de Murcia fue, digamos, una cosa política del alcalde que lo hizo, que fue Domingo de la Villa. Él era muy falangista, y se metió la política por en medio y… Mira, la política siempre está metida en el urbanismo. Es una pena pero es así. El urbanismo es un disparate a veces; es cirugía”. ¿Se planifica pues sin pensar en los intereses de la ciudadanía? Pan da Torre reflexiona: “Lo que pasa es que todo el mundo quiere opinar y todo el mundo sabe de todo. Pasa en todas las profesiones. A mí como arquitecto me revienta cuando pones todo tu cariño en una obra, y luego llega un presidente de la comunidad que quiere dejar su impronta y te pinta el portal de verde, o te pone unos jarrones o algo que tú no habías dicho. Es gente que no está preparada para eso, y en el urbanismo todo el mundo quiere hacer y todo el mundo quiere opinar. Y eso no es así”. Pan da Torre demuestra su buena memoria y su amplia experiencia, y va citando ejemplos de confrontación entre el urbanismo y el patrimonio uno tras otro. Y al insistir para intentar arrancarle una opinión sobre los baños árabes y la intervención en Murcia, Pan da Torre afirma: “Yo pasé por encima de eso porque siempre he procurado ser un técnico. Jamás me he metido en política, a mí me vale cualquier profesional que sepa de lo que habla. En urbanismo lo que hay que tener claro es qué es lo que se quiere construir y para qué. Si se construye en altura, hay que tener en cuenta que eso requiere un gasto de conservación mayor que una edificación baja, por ejemplo con el mantenimiento de los ascensores. Y eso la gente tiene que saberlo”. Sin embargo, en la Gran Vía murciana se construyó muy por encima de la altura media del centro histórico. El arquitecto explica que “la altura va en relación al precio del suelo y a lo que quieran sacar. La altura casi siempre está en función de la especulación. El que tiene algo, quiere que valga más, y si en ese sitio se puede hacer un edificio de quince plantas en vez de cinco, quiere que se hagan quince. Y ahí entran en juego una serie de factores ajenos a la técnica”. Entonces, en la Murcia de los años sesenta, ¿advirtió el arquitecto que primaban intereses especulativos? Pan da Torre se ríe: “Tú lo que quieres es sacarme… Me dais miedo los periodistas. Esto no es sólo en Murcia, es en el mundo entero, pero mira, no percibí yo eso. Si lo pensara te lo diría con franqueza porque soy tan inconsciente que digo lo que siento. No… Lo que Sawar 33


se decía es que había que hacer lo que pedía el mercado”. Para Pan da Torre, “lo terrible del urbanismo son los intereses creados, el hecho de que mueve mucho dinero; hay que tener mucho cuidado y sentido común. Y cuando el barco es grande, deja una estela muy grande detrás. Todo el mundo quiere hacerlo todo en muy poco tiempo y quieren enriquecerse en muy poco tiempo. Desgraciadamente es así”. Y concluye: “El urbanismo viene a ser el reflejo de la sociedad, y no me refiero a los técnicos. El técnico hace su trabajo bien en un porcentaje muy alto, pero luego interviene mucha gente que no tendría por qué intervenir”.

José Luis andrés Sarasa Zaragoza (1940). Catedrático de Geografía Urbana y profesor de la Universidad de Murcia.

José Luis Andrés ha investigado y escrito sobre geografía, urbanismo y turismo, y habla de estos temas con claridad meridiana; con un tono de voz en el que, en ocasiones, se mezclan la perplejidad y el enfado. Sawar le plantea la primera cuestión: de la historia se dice que la escriben los poderosos, ¿esa frase vale también para el urbanismo? “Sí, sin duda”. Y se explica: “La mayoría de ciudades españolas y europeas son de origen medieval, y hay quien quiere implantar su vida moderna sobre una estructura espacial que se creó hace ocho o diez siglos, y no para en mientes. Sólo le interesan sus apetencias y sus negocios”. Tras un segundo de reflexión, Andrés Sarasa añade otra

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componente: “El técnico”. Mientras Pedro Pan Da Torre defiende la buena voluntad de los técnicos, José Luis Andrés afirma que “no pueden irse de rositas”, porque “una ciudad no pone en marcha un proyecto si no lo firma un técnico. Y si es una barbaridad, ¿por qué lo firma?”. Quizá porque recibe presiones políticas y particulares. José Luis Andrés recuerda las palabras del arquitecto César Cort, autor de un plan de ensanche para Murcia en 1926: “Cort decía a principios del siglo XX que los técnicos sólo ponían la tinta china para plasmar las intenciones de los responsables políticos del momento”, pero en opinión de Andrés Sarasa, “si esos responsables políticos tienen intereses espurios, yo firmo porque también tengo intereses económicos; yo quiero llevarme el dinero del proyecto”. Según él, en ese momento el técnico debería decir: “Señor alcalde, eso es una barbaridad, y como los técnicos tenemos una ética profesional, no lo firmo yo y no se lo va a firmar nadie”. Sin embargo, la realidad es distinta. José Luis Andrés lo explica: “A mí me dijo un arquitecto, ‘si no lo firmo yo, lo va a firmar otro; pues lo firmo yo y me llevo el dinero’. Y esa es la ética. Debería haber un código ético, como en la medicina”. Su sentencia está clara: “Imputan al político por tomar la decisión final, y yo creo que el técnico debería ir también. Hemos visto un colegio o una biblioteca en una rambla... ¿No había otro solar? Deciden que se haga ahí, ¿y yo firmo el proyecto? Alguna responsabilidad tengo”.


Vertical y horizontal La Gran Vía de Murcia supuso una ruptura sobre el plano y el alzado de la ciudad, con un corte de norte a sur en un entramado urbano típicamente medieval, y con la elevación de edificios de quince plantas en mitad de un caserio que, en su mayor parte, no sobrepasaba las tres alturas. imagen: Miguel iracheta

Sawar centra el tema en la Gran Vía de Murcia y José Luis Andrés lanza varias preguntas al aire: “¿Cómo se entiende que se parta a una ciudad en dos, y además, durante años hacer una margen rica y una pobre? ¿Es incultura? ¿Es falta de preparación? ¿Es avaricia?”. Le preguntamos por la figura legal del área de influencia: “Esa era una figura de convenio: allí se sentaban unos cuantos señores y ahí sí que había unos intereses económicos concretos: cogemos todo esto, va a salir a pública subasta pero no sale, nos lo quedamos, mandamos a la gente a vivir a Vistabella y no les pagaremos nada porque les damos una casa...”. Y llegamos a las operaciones derivadas del proceso de expropiación. Andrés Sarasa recuerda que “se criticó mucho a Haussmann por la reforma de París, pero por lo menos lo sacó a pública subasta y se lo quedó quien se lo tuvo que quedar, y la prefectura cobró dinero. Yo creo que aquí el ayuntamiento no sacó nada. Eso se quedó en manos de... El señor Coy, ¿qué propiedades tenía en la Gran Vía?”. Para saberlo, ¿no se puede consultar la documentación relativa a las subastas de los terrenos expropiados? José Luis Andrés apenas deja terminar la pregunta y responde: “No hay documentación. No creo que exista ningún acta capitular en la que se diga que las parcelas tal y tal, surgidas del derribo tal, salen a pública subasta tal día y se las queda tal persona por tal precio. Hay que tener en cuenta las fechas, porque aunque parezca que la dictadura estaba blanda, en los años 60 la dictadura no estaba nada blanda”. Entonces, insistimos,

¿no hay documentación? José Luis Andrés nos cuenta: “La Obra Sindical del Hogar fue la que intervino ahí, y por eso, toda la documentación estaba en el edificio de los Sindicatos, en la calle Santa Teresa, pero un señor me contó que todo eso se había cargado en un camión y se había llevado a un almacén de Cieza. Y yo he ido a Cieza a preguntar, y allí nadie sabe nada. Las licencias de obra sí que se pueden encontrar en el Archivo Municipal, pero el porqué esos solares son de determinadas personas, eso no se sabe”. Desde el punto de vista estrictamente urbanístico, la cosa no pinta mejor. Para José Luis Andrés, lo primero que no se tuvo en cuenta es el condicionante físico del río Segura, y lo explica: “Una ciudad de río no admite perpendicularidades; debe tener sus grandes viales paralelos al río. Porque además, vas por la Gran Vía y al final tienes que pasar por un puente por el que sólo caben dos vehículos, con unas aceras mínimas, y bueno, podríamos ensancharlo, pero es que después te encuentras con el Carmen, un barrio del siglo XVIII que es la primera expansión urbanística... No voy a empezar a tirar casas, aunque los veo capaces, pero es que también destruyes una plaza de toros del siglo XVIII como es la plaza de Camachos, que está arrumbada y olvidada, y que se atraviesa llegando de la Gran Vía y no sabes ni que está ahí. Por otro lado, si al final de la Gran Vía, en lugar de querer cruzar el río quieres continuar en la ciudad, debes hacer un giro a la izquierda Sawar 35


muy difícil. Lo que sí que resulta fácil es salir de Murcia con el giro a la derecha, para alcanzar la autovía, pero es que acabo de entrar en el centro por la Gran Vía y ya me estás sacando. La parte funcional de la ciudad está a la izquierda de la Gran Vía y tengo que hacer el giro al revés porque no da de sí. Es que no es posible...”. José Luis Andrés no puede evitar elevar el tono de voz al hablar del proyecto, y también de la filosofía general que lo inspiró, un tipo de urbanismo importado de Alemania al que se llamó “ciudad organicista”. Lo explica: “La cabeza en el centro, y los brazos y las piernas bien lejos, porque es donde mandamos a los obreros”. Toca el turno de los grupos de viviendas construidos al mismo tiempo que se ejecutaba la Gran Vía, y su juicio no es más benévolo: “En mi opinión, Santa María de Gracia es una ofensa al urbanismo murciano del mismo calibre que la Gran Vía, porque inicia el destrozo del paisaje y del entorno de la ciudad. Se la llevan allí, bien lejos, para crear espacios intersticiales que vendrán a ocuparse cuando ya haya luz y agua. La Gran Vía y esas barriadas son una ofensa social y también una ofensa al patrimonio arquitectónico y al natural”. Sawar le pregunta ahora al profesor Andrés Sarasa por las alternativas: entre la ciudad fosilizada y la ciudad organicista, ¿qué alternativas había? ¿De qué forma se podría haber planeado el desarrollo y el ensanche de la ciudad?

Nos responde: “Pues con lo que se hizo después y a lo que se recurre ahora: el sistema de rondas. Murcia funciona con un sistema de rondas. La Ronda de Levante fue la primera ronda y entonces es cuando hubo movilidad. Debieron dejar el centro histórico y recurrir a las rondas que lo rodearan”. Sin embargo, la movilidad y el ensanche no eran los únicos motivos que se esgrimieron para llevar a cabo la Gran Vía: se adujeron cuestiones de índole sanitaria, de alcantarillado, de suministro de agua... ¿Se podría haber mejorado la calidad de vida de los murcianos de otro modo, sin necesidad de partir el centro histórico con la Gran Vía? “Sin duda, sin duda... ¿Cómo? Pues con la simple y llana rehabilitación. ¿Cómo está el casco histórico de Sevilla? Y hubo quien comparó los centros históricos de Murcia y Sevilla... Rehabilite”. ¿Y se podía mejorar la red de alcantarillado? “Por supuesto. Es cierto que el manto freático estaba muy próximo, de acuerdo, pero existían las técnicas para poner las cosas como deben de ser. Y que Murcia es una ciudad muy llana... Pues yo en Sevilla no he encontrado los promontorios, y el Guadalquivir también hace de las suyas... La solución era la simple y llana rehabilitación, sólo que la rehabilitación es carísima”. Con todos esos ingredientes, para José Luis Andrés Sarasa sólo existe una explicación a la Gran Vía: “Especulación pura y dura. Ahí fueron a por todo menos a darle viabilidad a la ciudad. Ahí fueron a quedarse

La Gran Vía un domingo por la mañana, con los pies sobre el lugar donde reposa la planta arrasada de los Baños Árabes

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con el suelo del centro, y prueba de ello es que, alcalde muy mojado como el señor Coy: Almacenes Coy y Cines Coy. Y otros más. Hicieron una desamortización porque eran el poder fáctico de la ciudad. Y eran el falangismo de la ciudad. Hay que decirlo así”. Su conclusión es que “Murcia fue víctima de gente no preparada, que no le ha importado la ciudad porque no entiende de ciudad”. Para acabar, Sawar pide a José Luis Andrés su valoración sobre el conocimiento que existe en la sociedad murciana de los hechos que desembocaron en la apertura de la Gran Vía. Y el profesor se expresa como hasta ahora, con claridad: “En Murcia no se sabe nada de eso. No hay una prensa que se dedique a esas cosas. En Murcia hay un problema cultural grave, y es que si eso pasara en Madrid, o del Real Madrid o de lo que sea Madrid, la gente estaría más enterada. Y ya me parece que le he dicho bastante... El interés por las cosas de Murcia, más allá del folklore, aquí no...”. Sawar emite un lamento de manera instantánea: qué lástima. Y José Luis Andrés prosigue: “Es una lástima. Yo me asombro muchísimo el día del Bando de la Huerta, con la exaltación de la huerta, cuando hacéis resorts cargándoos la huerta. ¿Quién me conjuga eso? Y lo mismo le ocurre al centro de la ciudad. ¿Qué está ocurriendo con la barriada aparecida en San Esteban? Ya digo que aquí todo es Madrid, y me refiero no al pueblo en general, sino a los dirigentes: todos empeñados con Madrid, y los transportes a Madrid... Hemos sido una

provincia de Madrid. ¿Quién hizo La Manga? Madrid. Siempre se ha estado rechazando ser mediterráneos, cuando yo veo todo lo contrario: somos mediterráneos. Quizá sea el estigma de Jaime I de Aragón, cuando le dijo a su yerno Alfonso X que se iba a quedar la parte del Mediterráneo, y que él se quedara con las estepas, y que le dejaba el puerto de Cartagena para que tuviera salida al mar. Y desde entonces: Castilla, Castilla, Castilla... Y así nos ha ido”. Concluye el repaso al origen, desarrollo y consecuencias de la Gran Vía murciana con una cita del libro “Postguerra” de Tony Judt (Ed. Taurus. 2005. Págs 565 y 567), que aunque alude a un contexto más amplio –todo el continente europeo-, bien se puede aplicar al caso de Murcia: Judt afirma que “la arquitectura de los años cincuenta y, especialmente, de los sesenta, fue conscientemente ahistórica; rompió con el pasado en cuanto a diseño, escala y materiales”, y añade que “para la historia física de la ciudad europea, las décadas de 1950 y 1960 fueron verdaderamente terribles. El daño causado al tejido material de la vida ciudadana durante aquellos años constituye la cara oscura y sólo a medias conocida de los treinta años gloriosos de desarrollo económico”. Para Murcia, el punto de “no-retorno” fue una noche de febrero de 1953; la noche que Murcia perdió la inocencia.


Entrevista a Juan

Bosch, presidente de la Asociación

de Amigos del Yacimiento de San Esteban de Murcia

“Es vergonzoso que ciudadanos como nosotros tengamos que pelear por la conservación del patrimonio. Para eso, que quiten las leyes” El yacimiento de San Esteban ha sido el último campo de batalla entre el patrimonio común y los intereses particulares en la ciudad de Murcia, con la Administración jugando un delicado papel intermedio y con la Justicia interviniendo sobre la campana para hacer valer la ley. El ayuntamiento de la ciudad, que en 2008 había proyectado la construcción de un aparcamiento de cinco plantas y 1816 plazas bajo el jardín de San Esteban, desoyó las advertencias de los expertos que apuntaban al hallazgo de importantes restos arqueológicos de época andalusí a poco que se removiera la tierra, y concedió las obras a Gestión de Aparcamientos y Estacionamientos S.A. y al Grupo Generala, una de las empresas más activas en la construcción de infraestructuras murcianas de los últimos años. En un hecho sin precedentes, casi diez mil metros cuadrados de la Murcia medieval emergieron a la luz y lograron paralizar las obras, aunque para eso hubo que contar con el empuje de la movilización ciudadana. Juan Bosch es el presidente de la asociación que surgió poco después. Sawar: ¿cómo empezó el movimiento ciudadano para salvar el yacimiento de San Esteban? Juan Bosch: En 2009, el día que convocaron una reunión en la plaza Mayor de Murcia. La convocaron una escritora, un arquitecto y un escultor. Fuimos unas trescientas y pico personas que no nos conocíamos de nada, y allí había un micrófono, y cada uno expresaba su opinión sobre lo que estaba pasando con las obras de San Esteban. En ese momento vino una mujer y dijo que estaban sacando del yacimiento unos palés de ladrillos que habían desmontado, que por cierto, con el tiempo nos enteramos de que eran para montarlos en la terraza de un concejal… Eso es fuerte, ¿eh? Y cuando yo me puse delante del micrófono, dije: “Esto para mí es un delito, y como es un delito, yo me voy a denunciar. Quien se quiera venir conmigo, que se venga”. El ochenta o noventa por ciento de la gente se vino conmigo al Seprona –Servicio de Protección de la Naturaleza de la Guardia Civil- a denunciar. Allí se hicieron las denuncias oportunas, las primeras. Pero claro, cuando tú denuncias, las cosas van muy, muy despacio. ¿Qué acciones llevaron a cabo ustedes mientras la denuncia seguía su curso? ¿cómo se organizaron? A partir de ese día se formó un grupo de cinco personas, y todos los días íbamos al yacimiento a dar la vara, a ver qué pasaba… Y la obra seguía, hasta que llegó el verano de 2009. Ahí sí que ya se veía que… Ahí vino una retroexcavadora de esas que… Pero el caso es que aquí empezó a funcionar muy bien Internet y el boca a boca, y de esas cinco personas pasamos a ser otra vez unas trescientas personas fijas. Todos los días íbamos de cien a trescientas personas, y de tanto ir, al final lo convertimos en algo nuestro. Al principio era algo que queríamos conservar, pero luego lo sentíamos como nuestro. Quien no ha vivido algo así, no lo puede entender. Es difícil de explicar.

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La movilización ciudadana se puso en marcha, pero, ¿qué pasaba mientras tanto con la administración? La Administración iba tomando resoluciones para destrozarlo, pero como tenemos una buena red de contactos, cada vez que tomaban una decisión, nosotros nos enterábamos el mismo día. Si no, no hubiéramos hecho lo que hicimos, porque antes de que ellos hicieran nada, nosotros ya estábamos ahí. Impedíamos desde que entrara una retroexcavadora, hasta… Mil cosas. Tenían que vérselas todos los días con los empleados de la obra. ¿La Policía no acudía? Sí que acudía, a tomarnos nota. Con quienes hablábamos mucho era con los encargados de la obra, sobre todo con uno al que le encantaba decirnos que éramos unos hijos de puta. Hablábamos con el encargado, que era un tipo muy grande y muy maleducado, pero no entrábamos en las provocaciones. Y la Policía venía a tomarnos nota a nosotros, pero a mí no me ha llegado ninguna multa de aquello. Allí hemos estado encadenados, hemos estado acampados… Hemos hecho de todo, hemos pedido amparo a la Casa Real, le hicimos llegar una carta al Príncipe Felipe cuando estuvo aquí... Nos preocupó mucho el que se conociera el yacimiento a nivel nacional e internacional. Un día montamos ahí una escalera y conseguimos que vinieran a ver el yacimiento cuatro mil personas de todos los lugares. Y consiguieron que se pronunciaran sobre el tema algunas personas de gran prestigio. Sí. José María Luzón –Catedrático de Arqueología de la Universidad Complutense de Madrid-, Pierre Guichard –Profesor de Historia Medieval de la Universidad de Lyon II y especialista en Al Andalus-, la Sociedad Europea de Estudios Medievales, la Sociedad Española de Protección de Monumentos…


ciudadanos en defensa del patrimonio

Sin embargo, ustedes sabían que así tampoco se podría aguantar mucho tiempo. Pues no, aunque llegamos a convocar una manifestación a la que acudieron entre ocho y doce mil personas… Pero claro, como veíamos que la Administración no tomaba medidas, se pensó en la opción del juzgado. Se tomó la opción de la Fiscalía, y ahí colaboramos bastantes colectivos de Murcia. Aún no estábamos organizados como asociación, estábamos demasiado ocupados, pero participamos ocho colectivos. Cuando conseguimos meter una denuncia a través de la Fiscalía, empezó la ‘marchita’. Pero los días pasaban y ellos tampoco hacían nada…. Y llegó el 9 de diciembre de 2009. ¿Qué pasó ese día? Pues aquel famoso día 9 de diciembre, sobre las 11 de la mañana pasó por allí una mujer con su nieta… Como éramos muchos, siempre pasaba alguien. La mujer vio que había un camión de Valencia lleno de palés y de cajas para meter piezas arqueológicas, y me llamó y me lo contó, y recuerdo que yo no lo dije que se pusiera delante del camión, pero ella se puso entre el camión y la puerta del yacimiento, para que no entrara. Entonces llamé a otro miembro del grupo y le dije que fuera a echarle una mano a esta mujer mientras que yo avisaba a más gente, porque nosotros teníamos una red muy bien montada… Teníamos una cadena de contactos de trescientas personas en la que uno llamaba a diez personas, y cada uno llamaba a otras diez, y en un momento nos juntábamos cuatrocientas personas. Y bueno, cuando llegó allí el chaval al que yo había llamado, se encontró a la mujer con la nieta delante del camión, y ¿qué hizo? Pues abrió la puerta y se subió al camión. El camionero le dijo, “¿tú que haces aquí?”, y éste le contestó, “voy donde tú vayas, pero al yacimiento no entras”.

¿Qué sucedió entonces? Pues que conseguimos que el camión se fuera mientras íbamos llegando poco a poco más gente, pero lo que hizo fue entrar por otra puerta. Y nosotros, como hormiguitas, fuimos acudiendo hasta juntarnos trescientas personas. Entonces hablamos con el encargado de la obra y le dijimos: “No te vamos a permitir que desmontes un ladrillo del yacimiento, y si tenemos que saltar, vamos a saltar”. Luego llamé al Seprona y hablé con el Teniente Muñoz, creo que era, y le dije: “Mire, aquí estaremos unas trescientas personas, y el yacimiento van a empezar a desmontarlo, y nosotros no lo vamos a consentir; si tenemos que saltar la valla, la saltamos”. Nosotros lo teníamos previsto y habíamos soltado algunas vallas en diferentes puntos del yacimiento, por si teníamos que entrar. Mientras tanto, ¿Qué hacía el encargado de la obra? Pues mientras venía el Seprona, el encargado llamó a la Policía Nacional, y cuando llegó la Policía le explicamos lo que estaba pasando. El agente de la Policía se portó muy bien con nosotros, y quiso entrar al yacimiento, a ver, pero el encargado no le dejó pasar; le dijo que si no tenía una orden, que no entraba, así que se ve que el Policía le dijo, “pues ya te apañarás”. Como nosotros no estábamos liando escándalo ni alterando el orden, el agente dijo que no tenía que hacer nada allí. Luego llegaron el Teniente y el Sargento del Seprona y se pusieron a levantar acta de lo que estaba pasando, pero mientras tanto, pensamos que teníamos que avisar a la Fiscalía. Así que dos personas del colectivo se fueron para avisarlo, porque claro, allí se podía liar una gorda. Estaba la cosa calentita, porque allí estaba el Teniente, y estaban ellos desmontando… Aunque sólo pudieron quitar catorce ladrillos, ¿eh? Están contados. Y bueno, los del Seprona se llevaron el informe al Juzgado de Guardia. Sawar 39


Entre visita y visita, el tiempo seguía pasando. Claro. En el tiempo que transcurrió desde las once de la mañana hasta las cuatro de la tarde que se resolvió el tema, allí ellos intentaban desmontar el yacimiento. Entonces nosotros, ¿qué hicimos? Esto es fuerte… Éste que te habla, se fue a una ferretería: compré candados de moto y cerré todas las puertas del yacimiento, menos una, y tiramos las llaves a la alcantarilla. Al dejar una puerta abierta, una pequeña, no podían decir que habíamos secuestrado a nadie allí. Ellos dijeron que les habíamos encerrado y vinieron unos antidisturbios, y estuvieron allí con nosotros. Nosotros les dijimos que no habíamos encerrado a nadie, que había una puerta abierta y que si no salían era porque no querían. Y bueno, después, tú imagínate… Trescientas personas dando golpes a la valla con zapatos y con todo… Era impresionante. Y llegó el momento de la resolución. Sí. Después de todos los enfrentamientos y los follones, a las cuatro de la tarde vino el Teniente del Seprona con el Secretario Judicial. El Secretario del Juzgado les dijo, “todos fuera, aquí no se puede tocar nada”, y en ese momento paralizaron la obra y la precintaron. Tuvo que ser emocionante para ustedes. No te lo puedes imaginar, eso es como si le salvan la vida a alguien. La gente no se puede hacer una idea de lo que sentíamos todos los que estábamos allí, desde las mujeres mayores hasta los chavales… Yo nunca había visto algo así, los ciudadanos pidiendo algo de noche y de día, ¿eh? Y ahí lo tienes, ahí está San Esteban. Además, una hora después de que el Juzgado paralizara la obra, Ramón Luis Valcárcel –Presidente de la Comunidad Autónoma de Murcia-, desde Alemania, dijo: “No se hace el aparcamiento subterráneo, el yacimiento se conservará…”. Pero claro, ya llevaba una hora paralizado judicialmente. Después decidieron constituir la asociación de amigos del Yacimiento de San Esteban. Sí, y fue un acierto. Se fue madurando y se creó en el momento oportuno. Alguna gente se acercó a esta historia para hacerse un nombre, pero no porque les importara el yacimiento. Nosotros, después de paralizar las obras, creímos que había que darle un sentido a eso, porque cuando tú empiezas a poner recursos… Ahí ya teníamos que decir, “oye, que somos nosotros”. Nos tuvimos que constituir en colectivo, y nuestra asociación ahora pertenece a la Federación Española de Amigos de los Museos sin tener museo. Por algo será. Y la actividad no se detiene. La lucha continúa ahora de diferente manera. Antes era para que no lo destruyeran, y luego la lucha fue contra el abandono. Cuando se paralizó la obra, la Administración lo abandonó totalmente. Hay que tener muy claro

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José María Luzón, ex director del Museo del Prado y Catedrático de Arqueología de la Universidad Complutense de Madrid, visitó las excavaciones a principios de diciembre de 2009, antes de paralizar la obra del aparcamiento, y definió el yacimiento como una “mina de oro”. Abajo, Luzón en una imagen de La Opinión de Murcia.

La asociación de amigos del Yacimiento de San Esteban organiza multitud de actividades, como unos premios anuales, jornadas de patrimonio y un festival de música medieval en colaboración con el grupo de música folk y celta Wyrdamur. Se puede consultar toda la información del yacimiento y de la propia asociación en su Web y en su página de Facebook: -http://yacimientosmedievo.blogspot.com.es -http://www.facebook.com/yacimiento.desanesteban A la derecha: imagen del yacimiento. Fuente: Laboratorio de Intervención Metropolitana de San Esteban. Abajo: protestas alrededor del yacimiento. Fuente: 3anarama.wordpress


que si no hubiera habido gente trabajando por el yacimiento de San Esteban, no existiría actualmente. Aunque yo sea el que los representa, hay cuatro mil y pico personas pendientes de San Esteban. El trabajo que era de grito, ahora se hace de otra manera. Somos una Asociación de alcance nacional e internacional. Cada vez que hacemos “click”, llegamos a un millón y medio de personas. Los socios pagamos una cuota, no recibimos ayudas, y con ese dinero organizamos premios, jornadas, congresos… ¿Tiene la sensación de que, por momentos, en este tipo de conflictos parece que los ciudadanos están solos frente al interés privado? Es una pena decirlo pero a veces es una lucha de uno contra dos. Aquí luchamos también contra la Dirección General de Bellas Artes y Bienes Culturales. No hablo de la Consejería de Cultura, porque es Cultura y Turismo; hablo de la Dirección General, y muchas veces hemos tenido que pelear contra ellos. Quizá sea porque no coinciden los tiempos de la actividad privada con los de los trámites burocráticos de la administración pública... Es vergonzoso. Es vergonzoso que ciudadanos como nosotros tengamos que pelear por la conservación del patrimonio. Es que, para eso, que quiten las leyes. Y lo de San Esteban, es que era un gran negocio… Por ejemplo, hoy en día los ciudadanos habrían podido salvar los baños árabes de la calle Madre de Dios, derribados en 1953 para abrir la Gran Vía. Los baños se habrían salvado. Hubo dos o tres personas que sí que se enfrentaron a las autoridades… En aquella época era muy difícil, pero pasaba exactamente lo mismo que ahora. La meta era la misma. En aquel momento, las presiones económicas y políticas fueron determinantes. En el conflicto por las obras de San Esteban, ¿recibieron presiones de algún tipo? Sí, y amenazas. A mí han venido a amenazarme a la puerta de mi casa. Y yo les dije: “Decidle a vuestro jefe que venga él aquí, pero también os digo una cosa, que nosotros no vamos a parar”. ¿En esas circunstancias, alguna vez pensó usted en abandonar? No. A nosotros todo eso nos ha dado más fuerza. Aquí cada vez hay más motivos

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SaWar Murcia quiere dar las gracias por la ayuda en la elaboración de este número a: Alejandro López, Carlos Felipe Iracheta, Miguel Iracheta, José Antonio Conesa Serrano, Antonio Martínez-Mena, Pedro Pan da Torre, José Luis Andrés Sarasa, Juan Bosch, Antonio Botías, José Luis Cano Clares, Archivo Histórico Municipal de Murcia, Biblioteca Regional de Murcia, Diario ABC, Diario La Verdad, Diario La Opinón, Región de Murcia Digital, y a todas las personas y entidades que nos han orientado en la labor de investigación y nos han dado su permiso para la reproducción de textos e imágenes. Gracias también a intermón oxfam y a unicef España por aceptar el ofrecimiento de Sawar Murcia, y a Tete López y Raquel Fernández por sus atenciones hacia esta iniciativa. -Si te interesa Sawar Murcia, Visita nuestra web: sawarmurcia.wordpress.com Síguenos en Twitter: @SaWarMurcia Síguenos en Facebook: www.facebook.com/pages/Sawar-Murcia -Y si quieres hacernos llegar algún comentario o idea, envíanos un correo a: sawarmurcia@gmail.com Sawar no se hace responsable de las opiniones recogidas en sus páginas


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