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Simplicidad

Ruidodefondo(disponible en Netflix) comparte con Bardo, de Alejandro González Iñárritu, puntos de contacto que hay que revisar. Ambas películas han resultado tremendos fracasos tanto en lo económico como en lo artístico. En su búsqueda por posicionarse como la gran distribuidora de cine de arte, Netflix debe pensarlo dos veces antes de apostar a nuevos proyectos como estos. Las nominaciones al Oscar han lanzado este mensaje: estas películas no gustan. Es cierto que el iraní Darius Khondji, fotógrafo de Bardo, compite por un Oscar, pero es evidente que las pretensiones de González Iñárritu apuntaban a que lo reconocieran a él. En cuanto a Ruidodefondo, la total ausencia de esta película en las nominaciones le indica que los grandes inversionistas lo pensarán antes de apostar por una obra de carácter tan personal. Y es que por más que sea la primera vez que Baumbach usa una novela para escribir un guion, Ruidodefondose alinea por completo con su visión del mundo, particularmente en torno a lo que es el cine posmoderno. Basada en una novela de Don DeLillo, Ruidodefondono consigue los niveles de lectura de otras obras posmodernas como, por ejemplo, Irma Vep de Olivier Assayas. A decir verdad, Ruidodefondono es ni entretenida ni irreverente. La trama se enreda hasta perder el interés de los espectadores y ni siquiera el reparto espectacular, con Adam Driver a la cabeza, levanta un guion que aspira, como Bardo, a criticarlo todo desde el privilegio de quien lo tiene todo.

Divagando entre comedia y farsa, Ruido de fondo quiere ser fresca, para lo cual trata de no tomarse muy en serio, pero consigue más bien ser ridícula. Entre la ciencia ficción y la comedia a lo Woody Allen, Baumbach lanza sus baterías contra una sociedad de la que forma parte. Hay, es cierto, alusiones a una pandemia que nos recuerda el covid y que se disfraza de un “evento tóxico” para el que Baumbach ha puesto en escena un aparatoso choque que hace guiños a la historia del cine hollywoodense. Y es aquí, en el choque, donde encontramos el punto de contacto más interesante entre el cine de Noah Baumbach y el de Alejandro González Iñárritu.

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Como se sabe, los choques y las persecuciones de auto son parte de

Baumbach

la historia viva del cine de California. Tanto así que, en una entrevista, Hitchcock llegó a decir que “cine es una buena persecución en automóvil”. Recordemos ahora que González Iñárritu se apuntó un diez cuando en Amores perros consiguió hilar las historias de aquella película en torno a un aparatoso accidente perfectamente bien filmado. Baumbach no solo nos espeta durante la primera secuencia de Ruido de fondo un discurso que magnifica los grandes accidentes automovilísticos que se han filmado en el cine comercial estadunidense: su película parece un pretexto para hacer chocar un tráiler con un tren. Pero, llegados al punto en el que nos encontramos en la historia del cine, vale la pena preguntarnos si semejantes estándares de la industria de Estados Unidos deberían resultarnos profundos o incluso curiosos. El siglo XXI ha visto la emergencia de extraordinarios talentos que con muy pocos recursos producen auténticas obras de arte sin necesidad de un diseño de arte tan elaborado. Este hecho nos lleva a preguntarnos si el error de artistas como Baumbach o González Iñárritu no estriba en haber perdido algo que, gracias a la tecnología, el cine artístico de nuestro tiempo ha podido conquistar: la simplicidad. _

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