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The Dark Side of the Moon: 50 años del álbum concepto
En El Banquillo
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TEDI LÓPEZ MILLS
“Debe haber resignación para que la voluntad retome su impulso”, me dice la señorita de las biblias cuando me topo con ella entrando al edificio. Me ofrece un folleto con una imagen borrosa de Cristo. “No soy creyente… busque a la portera”. Pero la señorita insiste en detenerme y me asegura que el consuelo de la fe “es inconmensurable”. Le doy las gracias, meto la llave en la cerradura y me escabullo por el pasillo. Uno de los focos parpadea. Subo con rapidez las escaleras para llegar lo más pronto posible a mi departamento. ¿Habrá visto algo la señorita en mi cara? Me miro en el espejo del baño sin encender la luz. Son las seis de la tarde. Las especulaciones esotéricas de mi amiga hace unas horas en torno a la muerte me dejaron agotada: “grábatelo: no somos solo materia”, “el espíritu con sus alas trasciende límites”, “existen los avatares: presta atención a cada cosa a tu alrededor, por más pequeña que sea: ¡cuidado, puede ser él!” No me atreví a contradecirla. Terminada la comida caminamos por un laberinto de calles adoquinadas, banquetas rotas por las raíces de los árboles. Nos fuimos moviendo entre piedras y baches como si anduviéramos en zancos. Los tobillos se torcieron, las rodillas se doblaron, los cuerpos se enchuecaron para equilibrarse. “Ay, manita, estamos bien locas”, exclamó mi amiga detrás de mí. Le pregunté si quería descansar unos segundos o pedir un Uber. Seguí avanzando y no me fijé en su respuesta. Mi amiga siempre habla, en cualquier circunstancia, sin que le importe en lo más mínimo si el tema viene al caso o si acaba de interrumpir la anécdota que yo, tímida o suspicaz, me animo por fin a introducir con algunos titubeos. En venganza me distraigo de modo muy obvio cuando me platica de una sobrina a la que le ocurrió algo semejante, pero en una alberca, no en un río. Mi silencio la perturba: “¿qué me estabas contando?” Le digo que nada que valga la pena, lo cual es cierto: mi anécdota no nos iba a llevar a ningún sitio. Así imagino a Magdalena y a Marisa, dos de los personajes principales de La novela inconclusa. Son cuatro en total y sus nombres comienzan todos con “M”. Yo podría ser a veces Marisa, quien serecluyehasta la inexistencia. Revisaré la maqueta que construí una madrugada del año pasado en la Comediaapócrifay la añadiré a los incisos que anoto en mi cuaderno para ir elaborando lo que llamo por ahora mifuturo: las Constelaciones (me toca corregir las fechas de Leduc, cummings, Rexroth y resaltar las bondades creativas de la inexactitud: no es solo asunto de racimos, sino de órbitas, redestan sutiles); la lectura continua del libro del Renacimiento (voy en la página 604: “invocar a las musas en una lengua muerta, expresarse con sujeción a un metro, sacrificarse fanáticamente por un estilo”), y mi vida nueva, con sus episodios truncos, cortantes. Anoche recordé el letrero pegado en una de las paredes del baño en París: Those days of mayhem and glory. Tendré que aprender a tratarme con dulzura. _
HOMBRE DE CELULOIDE