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uno de los álbumes of the Moon la vida

tecnología —los hoy famosos sintetizadores VCS3 y Synthi A— y con las posibilidades que ofrecían las técnicas de grabación en estudio —múltiples loops, efectos de sonido, propios de la composición vanguardista, grabaciones con voces y ruidos cotidianos, esa biblioteca de “basura”, como la llamaban—, finalmente embonaran en una pieza musical y no en meros ensayos sonoros. Por ello, The Dark Side of the Moon debe considerarse, no como un álbum vanguardista, sino como la primera incursión de Pink Floyd dentro del posmodernismo: la experimentación se encauza en formatos tradicionales, como lo serían los patrones rítmicos de “Money”, “Time”, “Us and Them” e incluso “The Great Gig in the Sky”, los cuales, respectivamente, recurren a tempos que proceden de géneros y tradiciones tan discordantes como el funk, el rhythmand , el góspel y la música barroca, lo cual no es obstáculo para incluir disonancias, ruido blanco, voces, cintas con sonidos pregrabados, distorsión y demás cacharrería sonora. Es pertinente, con todo, añadir que esta apropiación de esquemas rítmicos reconocibles había iniciado con Gilmour incursionando en el folk en AtomHeart Mother, por ejemplo. No terminan aquí los encuentros. Para los músicos de jazz, el gran momento sucede en vivo porque la improvisación propicia la creatividad: una forma de éxtasis estético que satisface las viejas ambiciones de la vanguardia heroica de convertir el arte en una explosión efímera. Las actuaciones de Pink Floyd, tras la salida de Barrett, se caracterizaron por una alta dosis de espontaneidad; y a menudo las versiones de cada pieza diferían entre concierto y concierto. Inconscientemente, la banda asimiló la importancia de probar en concierto sus obras en desarrollo. Al respecto, Ummagumma, grabado en total aislamiento, había demostrado que el retiro y la concentración en el estudio no eran lo más adecuado para el desarrollo artístico. El grupo, cuyo proceso compositivo dependía cada vez más de la improvisación, de la jam session, había conseguido trasladar esa energía y creatividad a sus grabaciones, a condición de que previamente afinaran sus composiciones en las giras, que por entonces eran numerosas y sin distinción del escenario. Tal lección la aprendieron, particularmente, con “Echoes”, que antes de las presentaciones era un hatajo de divagaciones musicales —denominadas “nada” y distinguidas mediante números: “Nada uno”, “Nada dos”—, y tras interpretarla en varias tocadas, finalmente encontró su forma. Es por ello que en la creación de The Dark Side of the Moon resultó determinante la prueba en vivo. Cuando la banda comenzó a tocar las piezas que constituirían el octavo álbum, el estilo aún no se encontraba definido, ni en los formatos ni en lo que sería el sonido distintivo. Sin embargo, entre una y otra presentación, las afinaron y concibiendo soluciones que terminarían en el abandono de las secuencias de free jazz en favor de la programación musical. “The Travel Secuence” se transformaría en “On the Run”, con Rogers tocando en el Synthi A; mientras que “The Mortality Sequence” devendría “The Great Gig in the Sky”, con Wright efectuando escalas en la tradición de la escuela dodecafónica, mientras Clare Torry acomete una interpretación más cercana a los gritos de Yoko Ono que a la formación operística o a cualquier otra de interpretación vocal. La relevancia de la espontaneidad musical emerge no únicamente de esa canción, que se convertiría en una de las más conocidas, bellas y queridas del cancionero de Pink Floyd, sino del relevante papel que ahora tenía Gilmour. Alejándonos de las cenagosas aguas de la polémica que rodea a Roger y David, es posible observar que, a despecho de que la idea, las letras y el impulso procedan de Waters, la ejecución e improvisación guitarrística de Gilmour resultaron tan determinantes en el mérito de TheDarkSideofthe Moon, como lo fue la creación espontánea y única de la referida Clare, que de ser considerada meramente una cantante invitada terminó siendo reconocida como coautora de “The Great Gig in the Sky”. ¿Y qué decir de la contribución de Wright? En resumen, The Dark Side of the

Moon es el logro estético de individualidades que encontraron en el conjunto la manera de hacer confluir sus inquietudes.

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En esta secuencia es donde retorna el espectro de Syd. Si en su primera encarnación, Pink Floyd atrajo la curiosidad crítica por la índole vanguardista de su música y de sus aspiraciones, y en gran medida se había apartado del pop dominante y de las circunvoluciones bluseras (Simon Frith considera que el primer Pink Floyd es el primer grupo que no procede del blues, por entonces omnipresente), en esta nueva dirección que da inicio con The Dark Side oftheMoon, Gilmour recuperaría el papel catalizador detentado en un principio por las experimentaciones de Barret y las incursiones por los territorios del freejazz y la música concreta que tanto les apasionaban a él y a Wright (los músicos, por contraste con los arquitectos Waters y Mason), y al que poco a poco fueron integrando a Waters.

Obra a mitad del camino de la vida para todos —Waters reconocería, no la impronta de Dante, sino que consideró que a los 29 años de edad se encontraba a mitad de la vida y por ello la recapitulación vital que constituye el tema del disco, en tanto Mason reflexionaba, en una entrevista añadida posteriormente al filme Pink Floyd a Pompeii (1972), que corrían el riesgo de convertirse en una reliquia del pasado—, The Dark Side of the Moon lograría ser un clásico porque supo conciliar vanguardia con patrones rítmicos, melodías fascinantes con experimentos sonoros no menos hipnóticos, secuencias cinemáticas con convincentes estribillos, y sobre todo pareció encauzar al rock hacia una deriva que parecía más filosófica que narrativa. Mientras los álbumes conceptuales de The Beatles, The Who o The Kinks planteaban una historia, una situación o un personaje, el tema de The Dark Side of the Moon sería la alienación, la conciencia, las demandas de la vida adulta. En suma, una reflexión sobre la condición mortal —subrayada por los latidos cordiales que se convertirían en una marca sonora de Pink Floyd, del mismo modo que el cerdo volador se volvió insignia visual—, más apropiada para un ensayo filosófico que para una obra de rock. Todas estas son algunas de las razones y direcciones que confluyeron para convertir a The Dark Side of the Moon en una obra maestra y en uno de los pocos discos que, pese a su edad, en modo alguno ha envejecido, pues las preguntas, que son las de la milenaria filosofía, continúan siendo válidas; y su conciliación de distintas tradiciones musicales, una lección de armonía. _

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