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Capítulo 1

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Puro cuento

Puro cuento

Tedi L Pez Mills

Nadie percibe la rapidez de los pasos de Marina cuando atraviesa la estancia ni cómo ella se acerca a la ventana, se arrepiente, baja la vista, busca en balde un klínex en los bolsillos de su pantalón, se dirige al baño, enciende la luz, aplasta con la chancla un bicho en el piso, ve los tubos vacíos de las cremas, las dos batas en sus perchas, los lazos desprendidos que parecen abrazarse, el algodón al terciopelo o viceversa, choca con el mueble de madera, exclama “¡estúpida!”, se mete a su cuarto, azota la puerta. Oigo que esculca en los cajones. Son las once y el carpintero llega en media hora. No es cierto que yo no sepa aún quién es quién, aparte de Marina, en Lanovelainconclusa: el editor, Manuel, investiga al elusivo novelista Mariano, que fue amante de la escritora solitaria Magdalena. Me concierne de modo íntimo Marina por su presencia fantasmal en las hojas sueltas de la carpeta. Según mis conjeturas, finge ser discípula de Magdalena, sabihonda siempre con sus largas anécdotas acerca de sus colegas, su vida “erótica, promiscua” que le presume a Marina como un triunfo hasta mayor que su literatura: “a todititos me los llevé a la cama”. No da nombres; solo algunas pistas. Marina no entiende a las escritoras pícaras: hablan y a veces escriben como niñas, niñas viejas. Magdalena susurra cuando platica de los torpes besos del sonetero que la estuvo persiguiendo durante semanas: “nunca halló qué hacer con su lengua” y se carcajea y se tapa los labios con la punta de los dedos, tan grácil. Me concierne el corazón roto de Marina y su cuaderno de notas, palabras inventadas, bosquejos, entrevistas, sueños: “Anoche llegaron los vecinos en go karts al edificio; mataron a los perros, los colgaron de un árbol. Mi gato se acomodó encima de mis piernas y pude abrir los ojos”. El doctor se refiere a mí en tercera persona, con lo cual me aleja de mis expectativas más modestas. Pregunta por mis recuerdos. Le explico que no hurgo en mi memoria para no caer en “las trampas de los déjàvus”. Pero él recalca que “conocerse recordando es curarse” y se despide amable con un veloz ademán antes de cerrar la aplicación en la pantalla. Leo las cartas de Rosario Castellanos a Ricardo Guerra; en una del 4 de diciembre de 1950, luego de insistir en que lo ama, lo ama, lo ama, menciona que uno de sus maestros asegura que los procedimientos de la poesía son iguales a los que se usan para armar una broma: “esto nos ha inclinado a concluir que la poesía no es más que un chiste del que nadie se rio y entonces quedó en poesía. Le dije esto al maestro y se enojó y me dijo que esperara sus conclusiones”. Con un leve abuso cronológico, a Castellanos la juntaría con Allen Ginsberg en una misma órbita. Sonpiratasobuitreslasrimasenmiconciencia:nuncapautas. Quita el carpintero la portezuela y no logra volverla a poner: “se despegó… haga de cuenta el hueso del hombro o de la muñeca”. Me anima el brillo de la superficie que va lijando mientras chifla. _

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