[SdL] 0 Letras chilenas

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[SdL] Especial de Literatura Chilena

AĂąo 1, nĂşmero 0 / julio - septiembre 2013


Sumario 4

“No me platiques más”. Acercamiento a la literatura chilena

Miguel Ángel Hernández Acosta

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La visión cosmopolita de Roberto Ampuero

José Luis Enciso

9 Extracto: Poste restante

Cynthia Rimsky

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Tren al Sur. Entrevista con Cynthia Rimsky

José Luis Enciso

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Extracto: “El Palacio del Repuesto”

Nona Fernández S.

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Gregorio Angelcos: la ficción como sendero

Hugo César Moreno Hernández

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Justicia, sexo y violencia macerados con tabaco en “Los archivos del cardenal”

Hugo César Moreno Hernández

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Los Bunkers: Rock y lecturas

Juan Carlos Hidalgo

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Colaboradores en este número: Nona Fenández S. (Santiago, 1971). Autora de El cielo (2000), Mapocho (2002, Finalista del premio Herralde de Novela), Av. 10 de Julio Huamachuco (2007), El taller (2012), Fuenzalida (2012). Además es autora de once guiones de teleseries. En 2011 fue considerada por la FIL de Guadalajada como uno de los “25 Secretos Literarios mejor guardados de América Latina”. Cynthia Rimsky (Santiago, 1962). Autora de Poste restante (2001-2010, Segundo lugar en el Premio Municipal de Santiago), La novela de otro (2004), Los perplejos (2009) y Ramal (2011). Imparte clases en universidades y realiza talleres de escritura de viajes.. Miguel Hernández Acosta (Pachuca, 1978). Autor de la novela Hijo de Hombre (2011). Cursó el diplomado en creación literaria en la SOGEM y tomó talleres de narrativa con Daniel Sada. Actualmente estudia la maestría en Letras Mexicanas. Es miembro del consejo editorial del sitio electrónico SuplementodeLibros. José Luis Enciso (Distrito Federal, 1976). Autor de Los condenaditos (2005). En 2012 consiguió el primer premio del XXVIII Concurso Internacional de Relatos Ciudad de Zaragoza con la obra El milagroso regreso y con Días de temporal se hizo merecedor al accésit del XV Certamen de Relato Corto Frida Kahlo en Rivas Vaciamadrid. Hugo César Moreno Hernández (Distrito Federal, 1978). Autor de Cuentos porno para apornar la semana (2007), Enseres de supervivencia (2011), Masturdating o apornarse las manos (2012), entre otros. Imparte el taller de cuento y poesía en el Faro de Indios Verdes. Es miembro del consejo editorial del sitio electrónico SuplementodeLibros. Juan Carlos Hidalgo (Pachuca, 1970). Periodista y crítico de rock. Autor de los poemarios Loop traicionero (2005), Nueve pulgadas de amor navegable (2008), Suave como el peligro (2010), Combustión (NO) espontánea. Poemas bonzo para el siglo XXI (2011) y Lecciones para el crepúsculo (2011), así como de la novela Rutas para entrar y salir del Nirvana (2012). Forma parta del consejo editorial de la revista Marvin y mantiene la columna “Las posibilidades del odio” en el diario Milenio Hidalgo.

Sumario


Editorial [SdL] surgió en agosto de 2011, en primera instancia, como una bitácora de lecturas propia de una comunidad de narradores y periodistas interesados en narrativas y literaturas vigentes en el siglo XXI. En este 2013 nos planteamos mirar a fondo ciertas literaturas provenientes de Latinoamérica. Para ello comenzamos con un acercamiento especial a la creación literaria en Chile. Acercamiento que pretendemos sea visto como parte de una serie de encuentros culturales que se han realizado en el último lustro, los cuales ponen de manifiesto que la literatura chilena está cobrado un protagonismo como no se había visto en décadas. A través de esta revisión hemos descubierto dos tipos de escritores: aquellos que, como en el caso de Roberto Bolaño, Roberto Ampuero o Alberto Fuguet, por mencionar algunos, es a través del exilio como reconfiguran su propia visión literaria, mientras que otros autores han marcado una pauta escribiendo desde adentro: ahí está Nona Fernández, quien nos ofrece un fragmento de su novela Av. 10 de julio, Huamachuco (publicada originalmente en 2007 y de la cual Libros Malaletra recopiló ya otro fragmento en la antología electrónica CHL I). Justo en medio de esta condición se encuentra la periodista y escritora Cynthia Rimsky, de quien presentamos un fragmento de su novela Poste Restante -inédita para los lectores mexicanos-, misma que representa para la autora una búsqueda de su origen. Sumamos una entrevista con ella a propósito de otra novela suya, Ramal, escrita a partir de un viaje personalísimo en tren, en el cual se trasciende la mirada meramente turística sobre Chile. En nuestro apartado de lecturas nos centramos en dos autores jóvenes emblemáticos en la nueva literatura chilena: Alejandro Zambra y Matías Celedón, cuyas obras se han insertado de manera sin igual en el imaginario cultural chileno. Revisamos además la narrativa del escritor (¿contracultural?) Gregorio Angelcos, así como la polémica serie de televisón llamada “Los archivos del Cardenal”, en cuyo soundtrack se incluye la canción “Santiago de Chile” (original del cantautor cubano Silvio Rodríguez) en versión de Los Bunkers, quinteto de indie-rock y quienes, a partir de una entrevista, nos ofrecen un testimonial de sus lecturas más recientes. Parafraseando a Lucho Gatica: “No me platiques más”. Los invitamos al encuentro de estos autores, a la espera de provocar una filia pasional por las letras chilenas, de manera similiar a la que Gatica parece tener por Ana Bertha Lepe en aquel filme de 1956... ¿cachai? -El editor.

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Ensayística

Fotografía: María Amor

“No me platiques más”

acercamiento a la literatura chilena Es 1956. Lucho Gatica viste una camisa azul cielo y una corbata color hueso. A su lado, la joven Ana Bertha Lepe escucha la voz de terciopelo del chileno mientras éste le canta al oído “No me platiques más” en la película homónima. Lejos ha quedado la ocasión cuando alguien le gritó “canta como hombre” y Gatica se decantó por el bolero y abandonó el tango argentino, para el que nunca tuvo el temple, la voz, ni la enjundia. Ahora, mientras le canta a Lepe, es ese “chileno de pelo liso con cara de escolar de escuela pública”, como lo calificará muchos años después su compatriota, el cronista Pedro Lemebel. Uno, más acostumbrado al cine nacional, a la época de oro, bien podría confundirlo con algún primo hermano de un joven Chabelo o un temprano Tío Gamboín, pero con

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la voz de María Martha Serra Lima. Sin embargo, dejando de lado los parecidos o todo lo que se decía (en contra) de Gatica; en la escena de la película referida, es sólo un chileno conquistando a México por medio de la voz. Y eso habrá de repetirse muchas veces más, con otros nombres, en otras circunstancias, con otras voces que a veces están escritas y no cantadas. Por ejemplo, 30 años antes, Gabriela Mistral ya sedujo al mesiánico José Vasconcelos con su inteligencia, y ha recorrido el país buscando alguna forma de innovar en nuestra educación nacional. Incluso ha seleccionado las lecturas para mujeres que más tarde editarán y reeditarán los Porrúa. En ese México ha asombrado lo mismo a Jaime Torres Bodet que al poeta Carlos Pellicer, pero también se ha llenado de los cami-

nos rurales y de las personas que conoce en escuelas con techos de lámina. Se apropia de nuestro país para después dejarnos un legado que durará por muchos años. Entre ese legado está el poema “Maestranzas de noche” del joven Pablo Neruda incluido en el libro antes mencionado. Poema que seguramente leyó el mexicano Efraín Huerta, quien siempre se declaró admirador del futuro premio Nobel. Huerta, influido no sólo por la poesía del chileno, sino también por su ideología, contaría después que la única vez que pudo ver juntos a sus dos queridos Pablos (Neruda y Éluard), en 1949, desperdiciaron la tarde hablando de política: “¡Cómo desperdicié esas horas hablando con esos monstruos de política -diría tiempo después -cuando podíamos haber hablado de literatura, de


Entrevista

La visión cosmopolita de Roberto Ampuero José Luis Enciso

Algunos premios y reconocimientos: (1977) Premio Lautaro de Cuentos, Comité de la Resistencia Chilena, La Habana. (1993) Premio de la Revista de Libros de El Mercurio por ¿Quién mató a Cristián Kustermann? (1996) Reconocimiento Ilustre Municipalidad de Viña del Mar por sus aportes literarios. (2003) Libro del Año por Los amantes de Estocolmo, Revista de Libros. (2006) Hijo Ilustre de Valparaíso, por su destacada trayectoria literaria internacional. (2006) Mejor novela publicada en español durante el año por Pasiones griegas en mandarín; otorgado por la Editorial Popular y la Asociación de Hispanistas de China. (2008) Premio Personalidades, reconocimiento otorgado por la Corporación Cultural de la Quinta Región, que forma parte de los Premios Regionales al Mérito Cultural. Twitter: @robertoampuero

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Roberto Ampuero es un hombre que conoce la importancia del diálogo. Siendo, además de escritor, embajador de Chile en México, usa los tiempos de traslado en el Distrito Federal, extensos en las horas pico, para responder las preguntas que le plantean sus seguidores en las redes sociales. Y siempre contesta. En esos medios, piensa, “no se trata de lanzar mensajes nada más”. Disfruta la conversación y que la gente conozca su trabajo. Nació en Valparaíso en 1953, tiene más de 10 novelas publicadas, la mayoría policiacas y protagonizadas por Cayetano Brulé, un detective cubano que demuestra cómo en las ciudades de América Latina pueden resolverse casos sin recurrir a Hércules Poirot o Sherlock Holmes. Ampuero ha incursionado, además, en el cuento y el ensayo. Él se considera uno de los escritores chilenos formados en la diáspora que esa región sudamericana arrojó tras el golpe militar de Augusto Pinochet. “Soy uno de los huérfanos de la literatura chilena que se desarrolló dentro del país”, dice sin ningún tipo de acento identificable. El exilio Al inicio de la década de los 70, Ampuero “pertenecía a una clase acomodada y conservadora” en Chile, por lo que “estudiaba en un colegio privado alemán”. Fue con Salvador Allende cuando entró “en una toma de conciencia revolucionaria rompiendo drásticamente con la tradición de la familia y el colegio”, e ingresó así en las juventudes comunistas. Su destino, dadas las condiciones políticas posteriores al golpe militar, fue el exilio: “Salí el 30 de diciembre de 1973 y de estos 40 años he vivido sólo cuatro en Chile: en los 90, porque volví y no me hallé: el país había cambiado y yo también.


Extracto Fotografìa: © Margaret Snook, 2011

Poste restante Cynthia Rimsky Poste restante, lista de correos, es un buzón no propio, una oficina a la que llegan las cartas cuando no se posee una dirección. La aclaración vale, ya que en México el término es inusual. Así se titula este libro de Cynthia Rimsky (Santiago, 1962) aún inédito en nuestro país. En él, la narradora emprende un viaje hasta Ucrania en busca de un origen familiar. La idea surgió cuando, en un mercado persa; es decir, en una tienda de antigüedades, la periodista chilena encontró un álbum fotográfico en el que estaba inscrito su apellido, apenas modificado en una letra: “Plitvice in Jezersko / Rimski Vrelec / Bled”. De Rimski a Rimsky hay una variación tal vez aportada en algún registro equívoco de aduana, como ocurrió en puertos y ciudades que acogieron inmigrantes. Quien narra emprende así un encuentro con el pasado, en el que posiblemente se intersectarán ambas formas de escribir el apellido para encontrar un punto común, de tal manera que la autora recorrerá no únicamente la distancia sino las huellas de sus antecesores en camino inverso, mientras nutre su bitácora con mapas, notas, dibujos, boletos, lugares, personas desconocidas y familiares: todo lo que es propio del viajero durante su tránsito, lo que le pertenece a quien no tiene un sitio escriturado, quizá sólo un “poste restante” para conectarse con el mundo. Obra que nos recuerda el periplo continuo que es la vida, resumido en el atinado epígrafe, elegido con precisión al inicio del libro, y que puede leerse como una aportación de Margarite Yourcenar: “¿Quién es tan insensato como para morir sin haber dado, por lo menos, una vuelta a su cárcel?”. Presentamos, por primera vez en México, un fragmento inicial de la obra, gracias a la colaboración de la autora y de Andrea Goic, diseñadora de la colección Ogaño de la Ediciones Lastarria (Chile).

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Entrevista

Tren al Sur José Luis Enciso

Cynthia Rimsky es una autora chilena conocida por su narrativa elegante, contenida y poética. Nació en Santiago en 1962. La crítica Patricia Espinosa ha resumido su obra diciendo: “Si hay un tópico recurrente en lo que hasta el momento configura el trayecto narrativo de la autora es la permanente presencia del viaje”. Poste restante (2001), La novela de otro (2004), Los perplejos (2009) y Ramal (2011) son novelas que dan cuenta de personajes en permanente búsqueda, expuestos al desarraigo y a los intentos de expiarlo mediante el inicio de un itinerario que no podrá anular el estado de huerfanía”. Es conocida, además, por compartir sus formas de mirar con alumnos que acuden a sus talleres de Literatura de viajes. Alimenta el blog http://cynthiarimskym.blog.terra.cl

Sus novelas se desarrollan entre la ficción y la realidad, son parecidas a las crónicas y reportajes literarios, ¿sigues alguna metodología consciente, digamos, periodística? Cuando escribo acerca de algo que me interesa hago el viaje, investigo, regreso a mi casa, como un explorador, con todo ese material, lo pongo sobre la mesa y empiezo a amasarlo. En ello puedo demorarme tres o cinco años. A partir de ese material voy hurgando qué historias pueden surgir, cuáles son los personajes. No llevo un plan de cómo voy a escribir una novela. Es una investigación empírica y literaria. Ramal se desarrolla en una zona muy específica de Chile: entre Talca y Constitución; habla del tren y de vidas que habitan la periferia de la vía. ¿Cómo se gestó? Tuve una primera experiencia que me detonó la necesidad de escribir el libro, una experiencia muy fuerte: me sentí prepotente y descortés en ese sitio. Esa sensación no me dejó tranquila cuando regresé a Santiago. Me sentía incómoda. No tenía nada planeado con ese material, sólo el nombre del protagonista: ‘El que viene de afuera’. Eso me dio la perspectiva de que ahí podía haber una ficción y no únicamente relatos y crónicas. Todo es sutil en Ramal; sin embargo hay crítica política, para el buen entendedor; también hay esperanzas perdidas, memorias rescatadas, contrastes sociales... Sí, situaciones que se han dado con todos los gobiernos. Además, en Chile hay un

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Extracto

Fotografía: HCMOR

“El Palacio del Repuesto”* Nona Fernández S. LA MAÑANA DEL DIEZ DE JULIO DE 2004 Luis Eugenio Gutiérrez Ahumada, cuarenta y seis años, separado, cuatro hijas, domiciliado en la comuna de Macul, encendió el motor de su furgón Kia Besta, patente CL 34658 y salió temprano, alrededor de las seis cuarenta y cinco, a realizar el primer recorrido del día de traslado de escolares. Con un título de laboratorista dental, quince años de carrera, cinco de cesantía en su rubro, y una separación desastrosa que lo obligó a mantener dos casas y cuatro hijas menores de dieciocho años, Luis Eugenio Gutiérrez Ahumada decidió invertir sus únicos ahorros en un furgón que le permitiera ganarse la vida en algo. Primero barajó la posibilidad de hacer traslados de mercadería a almacenes, pero como el pago no era rentable desistió de la idea. Luego surgió la posibilidad de acarrear pollos y gallinas de una granja del Cajón del Maipo a una central avícola, y también la de movilizar perros callejeros para la perrera municipal, pero en ambos casos se requería acondicionar mejor el vehículo y para ello Gutiérrez Ahumada no disponía de más capital. Finalmente en el colegio de una de sus hijas le dieron la idea de ocupar el furgón en el transporte de escolares. No había que invertir mucho, sólo tenía que ser puntual y responsable con los niños, por lo que a Luis Eugenio Gutiérrez Ahumada la sugerencia le pareció excelente. En una semana tenía licencia de conductor y un cartel de transporte escolar instalado en el techo de su furgón. Al comienzo realizó dos recorridos. Uno, muy temprano en la mañana, trasladando niños desde su hogar al colegio, y luego el segundo, a eso de las cuatro de la tarde, recogiendo a los mismos menores en el establecimiento educacional y devolviéndolos a sus casas. Todo anduvo muy bien durante el primer año, pero luego las exigencias monetarias de su familia, y en especial las de su ex mujer, crecieron vertiginosamente y de esta forma los recorridos de Gutiérrez Ahumada tuvieron que hacerse más largos y más rápidos de manera directamente proporcional al incremento de las necesidades de sus cinco mujeres. Mientras más niños entraran en el vehículo, más rentable era el recorrido. Y mientras más rentable era el recorrido, más a fondo Gutiérrez Ahumada debía apretar el pedal del acelerador.

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A los dos recorridos originales, Luis Eugenio Gutiérrez Ahumada agregó dos más. Uno realizado a media mañana trasladando menores a un colegio diferencial para niños con síndrome de down, y otro por la tarde, cerca de las seis, recogiendo a los mismos infantes. Así, la vida del conductor se volvió inquieta, por decirlo menos, y programada segundo a segundo. Desde las seis de la mañana y cuarenta y cinco minutos, momento en el que ponía en marcha el motor de su Kia Besta, todo lo que se venía por delante ya estaba cuidadosamente cronometrado. Como un recorrido trazado con piezas de dominó, Gutiérrez Ahumada apretaba por primera vez el acelerador y desde entonces una a una las piezas blancas iban cayendo y botando a las siguientes, sucediéndose unas a otras en un devenir de calles, luces verdes, atajos, discos pares y niños arriba y puertas que se abren, se cierran y toques de bocinas, saludos y despedidas sin fin. Terminaba el primer recorrido e inmediatamente comenzaba el otro y luego el otro y finalmente el otro. Cuando eran las siete de la tarde con treinta y seis minutos, Gutiérrez Ahumada entregaba al último niño y sólo entonces podía ir a su casa, estacionar su furgón y comer por primera vez algo después del rápido desayuno de la madrugada. Luego miraba un poco las noticias de la televisión y se dormía apurado para al otro día volver a despertar a las cinco y cuarto, en medio de la noche, y volver a lo mismo, y lo mismo, y lo mismo. De esta forma, la mañana del diez de julio de 2004, Gutiérrez Ahumada ejecutó su rutina de la misma manera que lo hacía todos los días. Se levantó, encendió la radio y escuchó un programa de medicina alternativa en el que enumeraban los efectos curativos de la baba de caracol. Mientras el doctor o lo que fuera hablaba, Gutiérrez se fue al baño, meó dos veces seguidas, se duchó, se afeitó, se vistió con ropa gruesa porque a esa hora hace más frío que nunca, desayunó rápidamente una marraqueta recalentada del día de ayer, con huevo y jamón y café con leche, y luego cerró la puerta de la casa para subirse al transporte y partir con el recorrido. Todo iba muy normal. Todo era exacto al resto de los días salvo por un breve detalle: la llamada de Doris Andrea Prado Quintana, su ex mujer. Estando Gutiérrez Ahumada a punto de encender el motor de su furgón, Doris Andrea lo llamó para recriminarle el atraso sufrido por el cheque que mes a mes Gutiérrez Ahumada le entregaba para el mantenimiento de sus hijas. Siendo diez de julio el cheque debía haber llegado hace diez días atrás. Que cómo es posible que te hayai atrasado, le dijo. Yo no puedo contestar esa pelotudez cuando tengo que pagar el arriendo o el colegio o las cuentas, ya me gustaría atrasarme a mí un solo día mientras te cuido a las cabras chicas, linda la huevá, es lo único que me faltaba escuchar. Y antes de poner fin a la conversación, Gutiérrez Ahumada cortó el teléfono celular y lo apagó para no ser interrumpido en medio de su trabajo. En vez de salir a las seis cuarenta y cinco minutos de la mañana, debido a la desagradable llamada, Gutiérrez Ahumada dejó su casa con diez minutos de atraso. En vez de llegar a las siete a la casa de los hermanos Pinto Acevedo, llegó a las siete diez, cuando los niños ya habían terminado de desayunar y ya no llevaban restos de comida en sus manos y hasta habían alcanzado a lavarse los dientes antes de partir al colegio. A la Villa Olímpica, Gutiérrez Ahumada llegó a las siete veinticinco, cuando Matilde Carreño López lo esperaba afuera jugando con sus vecinos los hermanos Torres Cepeda, que ya se habían despeinado, desordenado y ensuciado las manos una vez más. A las siete treinta y cinco, Gutiérrez Ahumada se estacionó frente a la casa de las mellizas Reveco Moscoso, donde su madre se encontraba muy

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Lecturas

Fotografía: Enzo Borroni

Gregorio Angelcos: la ficción como sendero Hugo César Moreno Hernández La ficción no puede ser maniatada. No tiene cuerpo, al menos no un cuerpo antropomorfo. Ni con prosopopeyas se le aleja de su cualidad fluida. La narrativa es ficción a pesar del aparente enjaulado de las palabras. Gregorio Angelcos lo demuestra con Dios necesita un psiquiatra, volumen de cuentos en el que “el amor no existe, es el cuerpo el que se enferma de dudas” y produce escenas pasibles de sentido, pero esencialmente desfasadas de la certeza fáctica. La narrativa de Angelcos, breve en esta colección de cuentos, se ensancha con las cualidades plásticas de la ficción alargada al absurdo como metáfora y recurso literario. Lo imposible hecho letras para exprimirse en palabras. Así, un hombre puede reconocer la historia de quien está del otro lado de la línea aun antes de contestar: “Cuando sonó la campanilla del teléfono, supe que se trataba de un poeta que trastornado por su odio, me buscaba para asesinarme”. Y con esta certeza produce la ficción matérica necesaria para experimentar lo que no ocurre. Angelcos escribe ficciones y absurdos para pensar y sentir la labor del escritor. Los breves relatos chispean líneas de tratados sobre el quehacer del autor. En este sentido, hay un fuerte movimiento hacia la metanarrativa como pensamiento de la narrativa a través de la escritura de la narrativa. Cuando escribe “determinación arbitraria de un escritor con una fuerte capacidad evasiva, que se proyecta más allá de su locura y de su imaginación”, se dibuja a sí mismo en la inacción del autor frente al delito de la descripción de actividades, que sólo el escritor puede cometer, porque “tiene varios puntos de fuga y el cómplice de su misterio es el infinito”, asequible en las aristas de cada historia después del punto final. Historias idénticas deformadas por el tiempo, la evolución y la decadencia de cada ciclo. El infinito es el lenguaje, “el lenguaje se reproduce con mayor intensidad y rapidez que las especies”, por tanto, el infinito-lenguaje es la condena de quien escribe ante la impotencia de abarcarlos; al mismo tiempo, es la recompensa del pecado de la pasividad del autor atrapado por las líneas formándose y desposándolo en un ir y venir donde sólo interviene la escritura. Para Angelcos, el autor y el texto son dos puntos fundidos en explosión: “Ambos sabíamos que estábamos siendo víctimas de un morboso juego de ficción, donde el absurdo nos trataba como un hecho cierto de la realidad”, se dice el autor o la ficción. Para el lector esto es gozoso, la capacidad de una entidad inexistente al finalizar el texto, pues la ficción finalizada deja al escritor “con una daga imaginaria enterrada en su conciencia”. Dios necesita un siquiatra. Santiago de Chile: Documentas, 1994.

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Lecturas

Celedón, Matías. Trama y urdimbre. Buenos Aires: Mondadori, 2007. La anécdota es sencilla: el hijo de una costurera sufre la violencia de su padre, quien antes de abandonarlos lo deja medio muerto, con el rostro destrozado, desfigurado y con un miedo que lo obliga a esconderse en los clósets mientras su madre atiende a sus clientas. La madre, por su parte, es una mujer que resiente el abandono del hombre, así como el poco trabajo que le llega debido al miedo que las mujeres que la contrataban sienten por su hijo deforme. Hasta que el niño, a causa de una enfermedad materna, tiene que salir de casa, primero a pedir limosna y después a trabajar. Si el destino, que se ha empeñado por hacerle saber que la vida es un infierno, pronto lo ha de alcanzar. Trama y urdimbre, de Matías Celedón (Santiago de Chile, 1981), es además de una novela construida de fragmentos, un ejercicio por mostrar el horror a través de la insinuación: a partir de la visualización de ciertos patrones de costura que deben seguirse como instrucciones para conseguir una pieza. En este caso, los capítulos nos instruyen: 1. Marque con tiza el contorno de las piezas, 2. Corte la tela con tijera bien afilada, con movimientos breves y precisos, 3. Una las piezas con alfileres, haciendo coincidir las referencias si las hubiera, 4. Hilvane y arme la prenda según las explicaciones del modelo, y 5. Cosa a máquina y surfile los márgenes interiores. Retire el hilván y planche. Con estas instrucciones, siguiendo pistas de una historia que sólo se deja entrever, Celedón consigue una fuerte carga de terror a través de una prosa certera y mínima; y en esta cortedad textual, acopla microuniversos. Hay también descripciones de opuestos que apuntan a la hipocresía de los personajes secundarios de esta novela, como el caso de las personas que dan limosna al niño deforme, que provocan que el horror del ambiente se amplifique. Aunado a ello, este niño que llega a parecerse al monstruo de Frankestein, ve “recompensado” su amor con el rechazo de su realidad. Para que todo lo anterior surta efecto es necesaria la puntería con que Celedón sabe ocultar las cosas y sólo dar indicios que por su vaguedad ocasionan que el terror de lo narrado se intuya. Así, las descripciones no intentan mostrar una escena, sino evocar la realidad que está fuera de ella. Novela de formato atípico, pero que tiene incidencia necesaria con la historia que cuenta. Además, es un folleto de costura donde es necesario ir del punto A al B para conseguir hilar lo que se narra de fondo. Se trata pues de una obra experimental que revela a un gran narrador. Alguien ya mencionó que si Borges hubiera escrito una novela sería como Bonsái, de Alejandro Zambra; entonces Trama y urdimbre sería en todo caso, la cumbre de aquella hipotética novela borgeana. -MAHA.

Zambra, Alejandro. Formas de volver a casa. Santiago de Chile: Anagrama, 2011. Las novelas que mejor se leen suelen ser aquellas cuya sencillez aparente oculta su complejidad real. Formas de volver a casa, de Alejandro Zambra, justo es así. El narrador hace un recorrido por su infancia con ojos adultos; de esta manera inicia su historia, del pasado al presente, del recuerdo a la vida actual. La obra pasa revista a los escenarios que un treintañero de hoy puede recordar del Chile de la década de los 80 del siglo pasado, con Pinochet a la cabeza del gobierno, el temor a las desapariciones, la gente que se ocultaba, pero tiene un agregado: contada en 2006, la vuelta al barrio está cargada de remembranza, sí, pero también de una sutil confrontación donde mucho de lo que fueron y son los padres del protagonista se torna cuestionamiento. El chico que fue quien narra nunca vio a sus viejos con esa imagen de gigantes invencibles que la retórica popular imputa, con candor. Por el contrario, sintió que los suyos se extraviaron en algún momento, aun cuando haya estado junto a ellos hasta los 20 años. En ese hecho se cuela una violencia distinta a la que otras revisiones de la época de la dictadura exaltan: las torturas, los asesinatos. “No puedo evitar preguntarle a mi padre si en esos años era pinochetista”, expresa el personaje central. Así, la violencia descarnada cede su sitio a otra, más encubierta e igualmente brutal. Un par de chicos se enfrentan a ella sin saber con exactitud que lo es. Los pequeños se darán cuenta de ello años después, descifrarán algunos significados al revisar la suerte de su respectiva familia a partir de aquella época. El periplo de la historia comienza con el terremoto de marzo de 1985 y termina en el de 2006, ambos, desastrosos para Chile. El niño protagonista crece y se hace escritor. Recuerda cuando su amiguita Claudia lo mandaba a espiar a un hombre que, según ella, era su tío Raúl. El chico lo hace y en su inocencia va descubriendo sus propios límites: cuánto es capaz de alejarse de casa, su capacidad para mentir, en fin, todo aquello que puede asombrar de sí mismo a un niño. Años después tendrá la oportunidad de reencontrarse con esa amiga —poco mayor que él— y estrecharán su cercanía más que por amistad por una necesidad de hallar consuelo. Ahí se desvelarán claves de sus destinos, esas formas de volver al hogar aludidas por el título del libro y que darán pie a uno de los mejores diálogos de la novela. Muy al estilo de Zambra, la obra parte de una economía de letras -recordemos Bonsái (2006)—, así como la literatura como presencia ineludible —La vida privada de los árboles (2007)—. En Formas de volver… hallamos un supuesto ejercicio de memoria y de escritura. Escribo “supuesto” porque el autor más que recordar hace una provocación, ¿política?, ¿sentimental?, ¿literaria? Digamos que es una provocación tres en uno, sin nostalgia de más ni otros excesos. La manera en que Zambra ajusta cuentas con el pasado y a partir de ello, cuestiona permanente el presente es lo mejor de este libro. -JLE

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Sumario


Lecturas

Morales Ebner, Carla (editora). Voces - 30 Nueva narrativa chilena 2011. Santiago de Chile: Ebookspatagonia, 2011. Una antología implica un riesgo para cada una de las partes que intervienen en el proceso de la lectura: 1) Si los textos son inéditos, el editor debe poner en una balanza el renombre del autor frente a la calidad del cuento (en este caso) que le está enviando: el autor puede ser un imprescindible, pero tal vez el relato no sea el mejor de su producción. 2) Cuando se trata de una antología colectiva, el autor debe tener claro que será comparado con los nombres que comparte en la portada: quizá su cuento sea excelente, pero si se incluyó uno mejor, su relato será relegado por aquel que obtuvo el favor del lector. 3) El lector se enfrenta a nombres (conocidos o que nunca ha escuchado) y no a autores; y si al leer uno de los textos deja de gustarle, es posible que abandone la antología y se pierda del descubrimiento de un autor que puede transformarle su vida lectora. Así, una buena antología debe incluir buenos textos (no “buenos autores”), contar con buen diseñado (no jugar a poner un cuento bueno, uno malo, uno regular) y debe anteponerse la calidad de los relatos sobre la cantidad de los autores. De acuerdo a lo anterior, en Voces -30. Nueva narrativa chilena 2011, el lector no chileno, digamos mexicano, se enfrenta a nombres y no a autores. La propuesta adolece en algunas partes, aunque contiene textos inolvidables. Veamos: Nombre: Francisca Rodríguez Aguilera (Santiago, 1982). Relato: “Distancia prudente”. Basta con dos páginas para acercarse a la historia de un niño pordiosero, de un hombre que lo mira a la distancia y de un recuerdo que siempre termina hiriendo. Es la venganza de la culpa, de la sinrazón. Un nombre más, también femenino: María Paz Rodríguez (Santiago, 1981), quien consigue en “Juan y Marta” redefinir esa historia en donde una pareja pelea y deja de verse, donde los amigos llegan y dan consuelo, luego critican y terminan por abandonar a él, a ella, debido a que los protagonistas nunca saldrán de ese traumático episodio. Un frente a frente en donde el más afectado es el lector, quien va y viene entre culpar y compadecer a uno y otro personaje. Un cuento destaca por el ritmo pausado en que se narra, porque parece provenir por alguien mucho mayor a la generación de los ochenta: “< ° ) ) ) ><”, de Matías Celedón (Santiago, 1981). Este texto remite a Hemingway por dos razones: trata sobre la lucha del hombre con la naturaleza (un marinero sobreviviente a un naufragio y un pez, en este caso; un viejo y un tiburón, en el de Hemingway) y por el epígrafe que revoca cualquier intento por dar una interpretación al texto más allá de lo narrado. Además de ello, la estructura tradicional del relato (presentación del conflicto, desarrollo, desenlace) contrasta con la estructura tipográfica del mismo, donde un radio puede escupir frases (incoherentes sólo al parecer) que resuenan como el cuervo de Poe. Matías Celedón ya había mostrado su exigencia escritural en Trama y urdimbre, además que en La filial (2012) aventuró nuevos caminos sonoros y visuales para su escritura. Con este relato confirma que está desmarcado de la literatura vertiginosa y que su apuesta está centrada en encontrar nuevas vertientes narrativas. En “Matar peces”, de Juan Pablo Roncone (Arica, 1982) asistimos a una burla: la historia del periodista que regresa al pueblo del recuerdo para, aparentemente, narrar las investigaciones sobre un asesinato, pero en realidad va buscando su pasado, el lugar donde enterraron a su madre. Curiosamente, el único engañado es él, quien se enfrenta a un hombre poderoso y a falsas apariencias y termina por huir. Quizá el mejor relato de este libro sea el de Pablo Toro Olivos (Santiago, 1983), quien en “Vida y obra de Gaspar Krupp” narra la forma en que un farsante se hace pasar por el autor de un libro que ha de transformarse en un best seller mundial. Es la narración de cómo la culpa lo acecha, cómo disfruta (al principio) de todas las comodidades que le brinda la fama y cómo (al final) rodeado por el fantasma del verdadero autor, ha de tomar la decisión más insospechada. También destaca “Películas tontas” de Begoña Ugalde, un cuento que muestra a dos jóvenes a quienes los une el tedio, el no saber qué quieren de la vida y una plática que nunca ha de ser tal, sino largos o breves monólogos donde cada quien habla de lo que quiere mientras el otro reflexiona en esa vida que no ha de tener, que en algún momento se le extravió. Resulta interesante que en esta antología se ha abandonado la vena política de los padres literarios. Para los narradores aquí reunidos, el Chile pinochetista es sólo una referencia, pero no un motivo escritural. Incluso, resalta que las referencias literarias que utilizan, a pesar de que muchos de ellos han sido reconocidos por el Premio a la Creación Literaria Joven “Roberto Bolaño”, no sea el mismo Bolaño, sino sus pares en edad, como lo muestra el cuento de Diego Zúñiga, quien al hablar sobre libros de chilenos que compra para regalar hace una clara referencia a Alejandro Zambra: “Le regalé uno sobre una pareja que cuida un bonsái, le regalé otro sobre un hombre que cuida a su hijastra mientras espera que la madre vuelva a casa”. -MAHA

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Lecturas

Justicia, sexo y violencia macerados con tabaco en “Los archivos del cardenal” “Ya no podrán decir que en este país no pasa nada” se oye decir al personaje de Carlos Pedregal al descubrir una fosa clandestina, efluvio mortal de las detenciones hechas por los milicos de Pinochet. Ramón, el personaje más completo y complejo de la serie a fuerza de significar la transgresión de clase, el rostro manchado de sangre, el hombre motivado por la fuerza vital, sensual, arrobadora de Laura, inicia vericuetos al escuchar la noticia de los cuerpos insepultos. Busca al amigo o una especie de compañía de juventud de otra clase social y se topa con que vive en Chile bajo la dictadura y la silueta de Laura cuando un Paco le impide el paso hacia la fosa. Ahí también aparece Mauro Pastene, siniestro y desperdiciado. Ese es quizá el único fallo de la serie, aferrarse tanto a las víctimas que no pudieron explotar la riqueza de este personaje, victimario y víctima, porque daba mucho más: para mirar al abismo desde los ojos del torturador y el vuelco espiritual que padece. Mauro, desde la confección, la mirada y el dolor, es de mis favoritos, a pesar de tanto desperdicio (en una de esas los productores de la serie deberían mirarse “La pega” de Mauro Pastene, para influienciarse de una serie con atisbos de oscuridad). Por su parte, Manuel, el guerrillero, pololo de Laura al inicio de la serie, también se va arreciando en los ideales y en la ejecución de éstos, su deformación contrasta con la dureza de Carlos Pedregal, quien a pesar de flaquear, se mantiene hasta sucumbir. Manuel y Carlos son los extremos de un círculo de violencias que se hermanan con la muerte disuelta en los entendidos de la justicia. “Fue justicia, lo que hiciste fue justo, fue justo”, le espetan a Manuel después de matar. “Los Archivos del cardenal” tienen un agrio sabor trágico, desde el lema de la Vicaria de la solidaridad: “Por una cultura de la vida” en un país que se mentía regando sus prados y usando de combustible en sus fábricas la sangre de su propia gente. “Hay que seguir viviendo, Ramón, es lo único que podemos hacer para que esos vampiros no nos chupen toda la sangre”, ruega Laura. Seguir viviendo entre botas militares y con la ley en la mano para exigir justicia: ese es el guión del absurdo y la belleza de esta serie. Según se consigna en el DVD, la gente en Chile se desvelaba para seguir las peripecias de los Pedregal y un Ramón

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enamorado. La serie tiene sexo y violencia, ofrecida en dosis perfectas, sin excesos, pero los incluye y eso la ponía en una situación de difícil transmisión. Finalmente es una producción de la Televisión Nacional de Chile (con otras fuentes de recursos), que es la televisión pública, propiedad del Estado. Sólo así fue posible crear algo con alta calidad. La televisión pública demuestra que sólo hace falta talento para producir eventos televisivos como éste (mientras las televisoras privadas se aferran a la miseria para crear horribles reality shows tipo los mineros atrapados). Paréntesis: En México hace falta que en TV se haga algo tan duro. A pesar de que no hayamos sufrido un proceso histórico como el chileno, el periodo de la guerra sucia daría para una serie como esta y no telenovelas pseudohistóricas con sets de filmación usados en las grabaciones de “El Chavo del 8”. Quizá a nuestros padres no les impacte tanto algo como “Los archivos del cardenal” versión Luis Echeverría. Quizá a nosotros no nos diga demasiado, pero si tomamos los elementos más ruines que posibilitaron la historia de “Los archivos…”, como los secuestros (digamos levantones), las torturas (veamos los videos colgados en el blog del narco) y una absurda impartición de justicia (no hace falta dar ejemplos), los guiones florecerían como chisguetes de sangre, incluso con tintes gore... El paréntesis se cierra con las emoción de las posibilidades que abre esta serie dirigida por Nicolás Acuña. Otro asunto fascinante de la serie es el tratamiento poco correcto, no sólo en el lenguaje, sino también en los rasgos culturales; un ejemplo basta: los chilenos son fumadores severos y, a finales de los setenta y principios de los ochenta, fumar todavía no se convertía en uno de los principales enemigos de la salud pública (la gente se moría de excesos de plomo). En esta serie vemos a todos los personajes con un cigarrillo entre los dedos o los labios. No hay escena en que las espirales del humo falten para ambientar el momento. Esto parece políticamente incorrecto por la aplicación de políticas antitabaco donde se “sugiere” evitar fumadores en la pantalla, a menos que sean los malos -los malos siempre fuman-. En “Los archivos del cardenal” los cigarrillos son dulce compañía. Hugo César Moreno Hernández

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Entrevista

Los Bunkers: Rock y lecturas Juan Carlos Hidalgo

“Ven aquí, no sabes cuánto te esperé” es una frase escrita para una generación de chilenos que querían otro tipo de banda de rock. La frase como tal, es parte de la canción “Ven aquí”, casi un himno para una generación que tomaba las riendas del rock a la mitad de la primera década de los dosmiles. Sus creadores son Los Bunkers, un quinteto de jóvenes originario de Concepción, una de las tres ciudades chilenas con mayor actividad cultural. Ciudad que, en medio de la prohibición de la dictadura pinochetista, vio nacer a Los Tres y al grupo de punk theclashero Emociones Clandestinas, dos bandas referentes del rock chileno que, a decir del baterista Mauricio Basualto, ayudaron a construir parte de su imaginario musical. Concepción es un semillero artístico, explica Mauricio Durán, guitarrista: “Conse fue un caldo de cultivo y todo ese movimiento se generó en los ochentas alrededor de la Universidad de Concepción”. Francisco Durán, también guitarrista, complementa: “Si a Mauro le tocó la parte rocanrolera, a nosotros los más chicos nos tocaba ir a la peña a conciertos que se hacían de manera clandestina donde siempre se tocaba folklore. Obviamente, en esa época había una inquietud, una urgencia.” Los Bunkers han grabado siete discos de estudio y medio centenar de canciones, en las que han incorporado al rock sonidos provenientes de la raíz folclórica.

Al hablar de los imaginarios culturales que rodean al grupo, el acercamiento extra musical a la banda chilena ofrece la posibilidad de conocer su relación con la literatura que es creada por sus coetáneos. Mientras que los hermanos Mauri y Francis Durán y el propio Mauro reconocen la idea de definirse lectores –en Mauro porque tenía un padre que decía que aquellos que no leen “son huevones”-; Gonzalo (bajo) se declara un “lector ultrapasivo”. Álvaro (voz y guitarra) se dedica más “a cachar los libros clásicos, los imperdibles”, principalmente porque investiga poco, aunque asegura, lee mucho... Chile cuenta con una tradición poética tremenda, ¿cómo no trasladar algún momento o un poema a una canción? Mauro: En Chile hay un disco que debe considerarse como uno de los mejores. Se llama Alturas de Machu Picchu. Es una obra monumental, es una fotografía del rock chileno de aquel momento y que, en Chile, todo aquel que se pone a tocar guitarra lo tiene en mente. Si uno no tiene la certeza de hacer algo mejor que eso… Mauri: Es un trabajo que hicieron Los Jaivas sobre la obra de Pablo Neruda(1). Es espectacular y para nosotros es complicado... porque la vara está muy alta; sin embargo, sí hay canciones nuestras que vienen de estar leyendo poesía, sobre todo poesía chilena. julio - septiembre 2013 / no. 0 [SdL]

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CynthiaRimsky.NonaFernández.RobertoAmpuero.LosBunkers... ¿cachai, poh?


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