Despierto, siento las sábanas blandas envolver mi cuerpo cálido, aún en la hora somnolienta cuando el sol tiñe las cosas de un color rojizo y el aire frío, escurridizo, entra por las esquinas de las ventanas; al cerrar mis ojos, vuelvo a portar las prendas ajenas del otro que fui la noche anterior. Me cubro y vuelvo a aquel lugar, despierto y me vuelvo a cubrir, los pensamientos del mundo contaminan mi idilio interior. En ese vaivén, entre mis sueños y mi cama, me hallo en la mitad de la danza. A medida que recobro mi conciencia, las sábanas adquieren el peso de la gravedad fulminante.
En silencio miro el techo de la habitación rojiza, la hora de la vigilia ha empezado. El exterior, desde la seguridad de mis sábanas me aterroriza, pienso en el día por venir y cada acción que vendrá después de este momento. Abandonar mi hogar es dejar mi vida, solo en mi espacio existe la repetición, el exterior es intempestivo e inesperado. En la repetición se afirma mi existencia, todo lo que hago tiene un valor para mi vida, el sin sentido no tiene cabida. El color rojizo ha abandonado el espacio, mis pensamientos se acallan mientras recuerdo los sucesos de mis sueños pasados, los pienso y a veces los escribo, pero de ellos solo quedan partículas. Pareciera que soportar la unidad del cuerpo es sencillo, finalmente es el espacio dado, no tiene más dirección ni camino, pero no creo tal cosa. Con el exterior siempre me viene la pregunta del interior. ¿Qué es lo interno? Aquello que se desborda en los límites de su contenedor, en mis paredes lo soy todo y todos, en mis sabanas soy el yo que se desborda, en el afuera soy recipiente de mis jugos.
Vuelvo a cerrar mis ojos con la falsa esperanza de que las grandes ideas, monumentos de mi libertad, vuelvan con la misma intensidad como en el momento en que las dejaba en la entrada de la puerta de marfil. Vivir consiste en volver a esas ideas borrosas, que dejamos justo a nuestra salida. Me pregunto por mi obra, hoy tendré que trabajar en ella, viajaré, saldré de mi hogar. Los caminos tranquilos, me deja pensar. Dejar el mundo atrás pone a la mente de primero, en movimiento nada queda con uno, el vehiculo es mi vasija, los árboles pasan y todos se parecen, algunas pequeñas particularidades detienen mi pensamiento por un instante, la bella casa que veía en mi juventud por Laureles, regreso a mi y continuo. El mundo inmenso pierde definición, ¿donde encontrar las singularidades de aquello tan uniforme? Mi espacio es mi singularidad, mi obra es mi singularidad, mis prendas son mi singularidad.
Me preparo para salir, la vigilia me exige rituales, requiere sentido. El ritual es por definición la repetición del símbolo, en ella afirmo mi vida, la singularidad. El deber es proteger mi vida, la reafirmación me trae protección, las prendas se transforman en mi nuevo contenedor, con ellas me resguardo. Las conozco, cada una exige su ritual, a veces me piden que las use de una forma, otras veces me dan la libertad para que las manipule. Cada paso se configura como un acto ritualístico para el acto de vestir, me protejo y con ello vuelvo a las sábanas tibias. Se sale al mundo con un cuerpo escogido, un cuerpo definido por el deseo y la intensidad. Mis brazos han sido reemplazados por el deseo de mis brazos, así mismo todo mi cuerpo se transforma en intensidades puras. Vestirse es el ritual de la confrontación, aquello que se me es dado competirá con lo que este cargará, la prenda. El arte se transforma en un acto de fe, de disposición a la perturbación del espíritu, de la entrada del otro; la moda, así mismo, es lo múltiple que se hace uno. El otro que haya su lugar en mi, pero que me exige y confronta. El otro, la obra, se encuentra en el yo, de ahí se pasa a un uno, un tercero unitario. El yo viste a un uno, escondido en la unidad pero que guarda 3 voces, lo múltiple. El uno o lo múltiple ha nacido de la confrontación, del yo que se encuentra con el otro, del cuerpo que se superpone sobre el mío, del sueño en el que se viaja a la vigilia, de la prenda que me cubre. La protección ocurre en la perturbación, aquello dejado en su inmovilidad no es nada más que el reflejo del cielo al que mira.
En mi bolsillo llevo una instantánea, he intentado tomar el hábito de solo capturar una foto, las repeticiones me aburren, me interesan los errores de mi ingenuidad. Las fotos se parecen a veces, extrañamente a lo que sueño, los colores son nublados, las manchas, pero los brillos, son claros como los de los diamantes. Guardo con mucho fervor cada error, le tengo una fe ciega a mis habilidades, se que, si no sirve hoy, mañana tal vez lo hará. Acumulo esas imágenes, acumulo mis recuerdos, mis victorias y derrotas. Son pesadas de llevar, pero prefiero tenerlo todo conmigo, a la nada. Mis sueños sin embargo no son fáciles de guardar. Ellos son más escurridizos, son transparentes, pero de acumularlos, he logrado sacar de ellos un matiz, encarno esa transparencia, ese es mi trabajo, no mentirles. Si me apuñalan quedó herida, si me disparan moriré al instante, si debo estar parado semanas ese será mi destino, yo no interpreto, yo lo hago. Mis actos son rituales, es la cosa y el símbolo, es el símbolo cosificado o la cosa simbolizada. Mi cuerpo es el medio, el lugar del ritual, el campo de guerra de mi deseo y mi arte, este conflicto lo hiere y lo rasga, pero también lo transforma y lo moldea. Mi cuerpo desnudo es igual al vestido cuando realizo mi obra, me visto para mantener la intensidad de mis obras. Mi intensidad me hiere y me protege.
Regreso, mi máscara me fastidia, me pregunto ¿Habremos vivido toda nuestra vida así?, la respuesta no me satisface. Me quedan mis tesoros del día, basura y checheres conforman el botín, algunos se guardan, otros se transforman. Me gusta juntarlos y superponerlos, mezclarlos con mi trazo afanado, cada cosa encuentra su lugar con la otra, es divertido ver como imanes, hay imágenes que se atraen a las otras. Ellas encajan como desean, pero no siempre las piezas son exclusivas de una sola imagen, lo más seguro es que pertenezcan a esa y otras dos o tres. No se agotan, podría ir hasta el infinito, pero no tendría sentido dejarlas extenderse al más allá. Yo me quedo con 3 opciones y continuo. El dibujo es la última escritura del día, cada versión me gusta junto a sus otras similares, en grupo parecen un poema, de esos japoneses de tres líneas. Me acuesto para repetir mis días, antes de dormir veo por última vez los dibujos que he hecho. Esa es la última imagen que quiero llevar conmigo.