Lleno, porfavor

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LLENO, PORFAVOR. por Sebastián Simonetti Grez 26 Septiembre, 2015

La modernidad, según el filósofo estadounidense Marshall Berman, más que un estilo o movimiento fue una experiencia inherente a los individuos. Son ellos quienes toman conciencia de su estado moderno. La modernidad es un tiempo de oportunidades, deseos, incertidumbres y rápidos cambios que desde las revoluciones del siglo XVIII impulsaron a la Humanidad por un camino de transformaciones sin freno. La arquitectura, voluntad de la época traducida en el espacio como dijo Mies, no se mantuvo ajena a este proceso. A lo largo de los últimos siglos la arquitectura experimentó un desarrollo radical que cambió sus discursos y tecnologías. El clímax de la modernidad llega en el siglo XX con los denominados padres de la modernidad (Le Corbusier, Aalto, Wright, Van der Rohe, Gropius) y la conformación de un estilo moderno. Ese estilo e ideas llegaron, como muchas otras cosas a lo largo de nuestra historia, con un retraso a Chile, dado nuestro aislamiento geográfico. Pero tal como en el resto del mundo, la modernidad y su discurso homogeneizador y pragmático entró en conflicto con las realidades locales, provocándose un desajuste entre su estética y lo social, como bien expone Rahul Mehrotra. La arquitectura moderna, concebida como un instrumento de cambio social, fue finalmente cambiada y apropiada por la misma sociedad. Muchos son los remanentes de este patrimonio moderno construido entre los años 50 y 70. La Remodelación San Borja, el Hospital Ochagavía, la UNCTAD III y cientos de casas y edificios son el legado de un período en que la experiencia moderna fue reinterpretada por los habitantes de un país y terminó por cambiar su discurso hacia una realidad local. Si bien no podemos negar el valor patrimonial de estas arquitecturas, hay un elemento moderno que en cambio sí logró su propósito transformador, cambió la experiencia de vida hacia una moderna y mantiene su influencia en las ciudades y sociedades actuales: las estaciones bencineras. Esta tipología, ordinaria, meramente funcional y pragmática, sin grandes arquitectos detrás, es parte de un proceso que revolucionaría las ciudades modernas: la incorporación del automóvil. Nos atrevemos a decir que desde

su aparición mundial a comienzos del siglo XX, las estaciones bencineras efectivamente representan un estilo internacional, pues en todas partes del mundo la tipología se mantiene y aún hoy caídos los discursos modernos, siguen siendo reflejo de transformaciones tecnológicas. En Chile, las primeras estaciones bencineras surgen con la creación de la Compañía de Petróleos de Chile S.A. el 31 de octubre de 1934, cuyo fin era la distribución de combustible a lo largo del país, cubriendo en dos años una red de Coquimbo a Magallanes. También fueron respuesta a un proceso nacional de incorporación del automóvil a la ciudad y la vida cotidiana, como lo fue la inauguración de la Planta Ford en calle Exposición en 1924. Así, podría plantearse que las estaciones de bencina son una de las primeras tipologías verdaderamente modernas que toman acción dentro de nuestras ciudades y sociedades. Como plantea Tedeschi, la velocidad, el movimiento y el tiempo influyen en la ciudad moderna y la forma en que esta se percibe y experimenta. En efecto, cuando el automóvil comienza en Chile lentamente a entrar en la vida cotidiana y se amplía su accesibilidad a la población, la ciudad comienza a pensarse y construirse desde esta experiencia en donde la escala humana es relegada por aquella de la máquina. La ciudad comienza su proceso homogeneizador en donde “todos” tienen automóvil y donde las distancias a pie quedan en segundo lugar. Si revisamos los planteamientos de la Carta de Atenas sobre la ciudad, de sus cuatro puntos Habitar, Trabajar, Recrear y Circular, este último fue uno de los que mayor “éxito” tuvo según los fines modernos. Las estaciones de bencina son por esencia entonces uno de los mayores patrimonios arquitectónicos modernos. Un patrimonio que no aparece en los consejos de monumentos o libros de teoría, pero que fueron finalmente la materialización urbano-arquitectónica de un proceso moderno que sí transformó la sociedad, las ciudades y su experiencia e incluso hoy lo sigue haciendo. Las estaciones bencineras hablan de un proyecto ciudad, social, económico y político tan potente como los patrimonios “clásicos” de la modernidad chilena. La diferencia radica en que las estaciones cumplieron su objetivo.

Estación de bencina Shell de Antofagasta, 1958.


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