SEÑUELO DEL DINTEL Con mis ojos de autista juego eternamente a la respiración de los instantes. Los dos colores del arcoíris musitan en mi herida, —Así veo los cuervos sobre el tapete de las nubes. Nunca he aprehendido la claridad de los tejados mojados por la lluvia; no sé si el moho trabaja junto a la noche o si, recorrido el sol, queda algún poco de luz en mis pupilas. Las campánulas de mis sueños tienen los ojos de Megan Fox, en cada letra que escribo las consonantes se desangran, igual que los ríos cuando los muerden los peces. Resulta difícil sostener las sábanas cuando las arañas pican los poros y el calor se vuelve un charco de fiebre. A veces elevo mis plegarias hasta las fotografías. [Desde el interior de tu pubis, la luz compensa toda la oscuridad que la materia golpea con braceo de peces.] En la intimidad excavo la mansedumbre del aljibe; en la cuna de la sed, el eco del invierno en la lengua. Ahora los senos se han vuelto puertas al eco. Sobre el fantasma del asfalto encuentro cuerpos atravesando sus propias ausencias: los pasos ceñidos a la ráfaga, los libros seducidos por señuelos, las calles de los ojos mordidas por la angustia, la hora del pecho con los pelos de punta. Frente al destello de esta ceniza de la ternura, los tableros de ajedrez, el silencio interminable de los dinteles.
—A nadie le importa este río próximo a las cerraduras. [A vos mucho menos, pues las páginas del crepúsculo no te conmueven, ni sangras como un manantial a prueba de fuego, ni oyes el eco del desvelo en su íntimo manuscrito.] En este viaje de lúcidas sábanas, [“Descartes sostenía que el dominio de la naturaleza por parte del hombre lo conduciría a la libertad; expuso un método científico basado en la razón que eclipsó al de Aristóteles, clausuró la Edad Media e inauguró la Modernidad”]. Al final del túnel, no sé cuánta libertad tenemos, ni qué modernidad alienta nuestras túnicas deshechas por la edad del vacío, las hojas de la noche en lección real. Nosotros emprendemos un viaje en la virtualidad de los correos; no sabemos al final dónde se aloja nuestra conciencia ni hasta dónde llegará el calentamiento global de las ventanas. Alguien escribió esto: [“La superficie que se desgaja deja en la niebla un torso, los brazos, los pies que fueron dos caminos paralelos. El roble y la higuera son ojos borrados”]. ¿Seremos nosotros, en adelante, solo la tormenta imaginaria, el silencio de la sed sin alianzas benignas? Estos ojos te han visto en el álbum tangible de la noche: —ahí, sangre la sal, las semillas de su cofre. Sangra el espejo, los nueve días de las alas, las doce campanadas del desvelo. Ahí, ayer, hoy en la hostia de las araucarias, en este jardín del subsuelo sin linternas, en esta cruz de paradojas, en este, en fin, jade apretado de las albercas... Barataria, 11.IX.2009
VÉRTIGO DEL ESCALOFRÍO En todos los vértigos humanos, los libros respiran escalofríos. La ráfaga de la conciencia pierde sus perdigones. En la yema de los dedos palpita el hilo sin cuaderno de los desatinos. El libre sueño transpira mundos inventados. Mundos etéreos y no ese que, espeso de sangre, aparece en los Guinness recorriendo el polvo sin lámparas, masticando la violencia en todas sus formas vegetativas. Un incensario muerde las luciérnagas del crepúsculo en el verano de la sed; cuando Dios camina sobre las aguas, los folios de la espuma inventan la aureola de las gaviotas. En el mundo, las palabras superiores debe ser el nosotros y no precisamente Wall Street con sus espejos virtuales. Para desandar el universo, se hace necesario cambiar las puertas del aire y abrirle paso a los ferrocarriles. Cualquier almohada puede volverse ganzúa de los sueños. En nuestra carne no sirven los manteles, sino las campanas con su chubasco de claves. —Es preciso cambiar las miradas frente a las noticias del miedo. En el reloj de las parábolas, cuentan las estaciones de la saliva y las ceremonias del entresueño. ¿Cuántos sobrevivientes son necesarios para el juicio final? —La noche reencontrada en la caravana de la transpiración. Solo la noche y su ardid de diáspora y plastilina. Solo el baldío aleatorio del cambio climático.
Solo la desnudez en medio de telarañas, o los agujeros de las miradas. La historia nos viene siempre con huracanes de ceniza: no es posible lavar los pies con lavatorios de hormigas, ni fingir humanidad entre la breña, manantial acaso del dolor, ni usar aceites, salvo que sean para suavizar el filo del bisturí en las vértebras. Levitamos en el magisterio errante de las cofradías. Caemos en las colillas de las funerarias sin resurrección. Asistimos al silencio como enclaustrados en un falo copulante; preferimos la placenta en la juerga del lupanar enajenado. Asumimos el manual de las matronas y no el ánima del credo, ni el grial que conforte las ansiedades producidas por el sistema. Al camino sale la rama del quejido. La rama leve de la luz. Esta alma no reposa a la salida del sol. En el fondo, desacato cualquier olfato, el chorro de la noche invadiendo mis murmullos, esa lenta calma que no sube a la lluvia. Talvez este hastío, adentro, deshaga los caminos, derribe los dientes del talpetate, vuelva la cárcava a fragancia. ¿Dónde hay vientos transparentes y sonidos distintos al desarraigo? ¿En qué lugar la noche tiene sentido en los portales y este dolor de meses no se vuelva niño Down ni macrocefalia para experimentos? —Todo el sueño tiene dudas y preguntas. Confusos días en los que aún vive. Ahora salen y entran cementerios de mí mismo. No veo el parpadeo del amor, sino los matorrales desmoronándose, como un talud de espejos. No veo sino la ansiedad de las puertas cerrándose al golpe del tráfago. Barataria, 16.IX.2009
DELIRIO ENSIMISMADO
DELIRIO ENSIMISMADO ... delirante en la luz, caligrafía que diluye la niebla más liviana. Rafael Alberti En las hojas, la vigilia del aire, la luz del alba en el calendario. Imposible, ahora, otra realidad que no sea la claridad, los caballos del follaje en las manos, el trote del grito y ese eco viejísimo de los vitrales sobre las pupilas. En el hambre no hay dioses que sacien milenios de comida. A menudo nos acercamos a ese tránsito del sigilo, al imaginado sexo de la fantasía, a la noche feliz de la transpiración. El aroma de los mercados se vuelve una tormenta en los transeúntes, la palabra a menudo desvela las máscaras de la conciencia. Siempre supimos que los golpes de Estado solo eran reliquias en los manuales de historia, pero ahora reviven como pálidos cuartones, —sombra respirada por los sueños del oprobio. La luz es una especie de atleta en las carpas de los circos. En las botellas tiradas al mar van los esqueletos de las lágrimas: escupimos en los huesos del sueño y fecundamos los cadáveres. El sudor toca el suelo como las colillas; los sofismas, los caminos de la memoria. La lengua carcome la boca y deja vacía la garganta. ¿Qué días son menos ciertos para convertirse en antorcha?