La Universidad de Jaén recuerda a Cervantes

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La Universidad de JaĂŠn recuerda a Cervantes


EDITORA Cristina Castillo Martínez DOCUMENTACIÓN

M.ª Teresa García Almagro Isabel Porras Álvarez Laura Gómez Padilla

EDICIÓN

© 2016. Universidad de Jaén © Fotografías: Manuel Sáenz Monzón Publicaciones de la Universidad de Jaén Vicerrectorado de Proyección de la Cultura, Deportes y Responsabilidad Social

IMPRESIÓN Gráficas La Paz de Torredonjimeno, S. L. ISBN 978-84-8439-985-8 Depósito Legal J-142-2016 Impreso en España / Printed in Spain

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, sus ilustraciones o distintos contenidos, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna por ningún medio o procedimiento, sin la autorización escrita de los titulares del copyright y sin el permiso previo del editor.


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a Universidad de Jaén, en su constante compromiso con la Cultura, se suma a la celebración del cuarto centenario de la muerte de Miguel de Cervantes al organizar, entre otras actividades culturales, la exposición La Universidad de Jaén recuerda a Cervantes, comisariada por las doctoras María Isabel Sancho Rodríguez y Cristina Castillo Martínez. La muestra está formada por más de cincuenta libros entre los que se encuentran ediciones singulares de la obra de Cervantes, como la realizada por Joaquín Ibarra en 1780, así como algunos estudios publicados a comienzos del siglo XX. Destaca, especialmente, una colección de traducciones de El Quijote atesorada por el insigne profesor Alfonso Sancho Sáez y cedida por su hija, la profesora María Isabel Sancho Rodríguez, a quien mostramos nuestro agradecimiento. En ella se evidencia la trascendencia de esta obra universal en lenguas como el inglés, francés, italiano, alemán, portugués, catalán, euskera, ruso, holandés, noruego, sueco, checo, chino o hebreo. Además, la exposición se completa con una serie de grabados de El Quijote, procedentes de la cuarta edición de la obra realizada por la Real Academia Española en 1819, que forma parte del patrimonio de la Universidad de Jaén. Sin duda, la exposición pone de manifiesto la divulgación y universalización de un legado inagotable que, en esta ocasión, se descubre a la sociedad desde la institución universitaria. En definitiva, la Universidad de Jaén ha querido contribuir al recuerdo de Miguel de Cervantes, cuyo mérito radica en ser creador del gran artificio quijotesco, una novela imperecedera que jamás será superada. Juan Gómez Ortega Rector Magnífico de la Universidad de Jaén



Los Quijotes de la Universidad (y otras obras cervantinas) Cristina Castillo Martínez

“Entraron dentro todos, y la ama con ellos, y hallaron más de cien cuerpos de libros grandes, muy bien encuadernados, y otros pequeños” (Cervantes, El Quijote, I, cap. VI)

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uando el ingenioso Miguel de Cervantes creó el personaje de don Quijote y lo hizo lector y poseedor de una nutrida biblioteca, no debió de imaginar –por más que ansiara el éxito–, que las costuras de aquella obra tejida con tanta modernidad perdurarían en el tiempo. Lejos estaría de pensar que aquel libro, releído en cada época, sería repetidamente editado, ilustrado y reescrito, que no habría lengua que lo desconociera y, sobre todo, que pasaría a engrosar las estanterías de tantas y tantas bibliotecas, como la de la Universidad de Jaén. Ahora que se cumplen 400 años de la muerte de nuestro más célebre escritor (efeméride unida desde hace décadas al libro), hemos querido regresar a las páginas de aquellas obras cervantinas que, revestidas de historia, descansan en los fondos de la biblioteca de nuestra universidad. Buena parte de ellas proceden de la Escuela Normal de Maestros, que abrió sus puertas en 1843, así como de la Escuela Normal de Maestras, cuya andadura se inició 70 años más tarde. A aquellos docentes, preocupados por que en sus centros no faltaran las obras de Cervantes ni los más recientes estudios que sobre su vida y sus textos se estaban realizando, debemos, en gran medida, esta colección.

La exposición que aquí presentamos, entre ediciones singulares, traducciones y estudios de las primeras décadas del siglo XX, se compone de más de medio centenar de “cuerpos de libros grandes, muy bien encuadernados y otros pequeños”.


Los Quijotes de la Universidad (y otras obras cervantinas)

La edición más antigua que conservamos, aunque por desgracia incompleta, es la Vida y hechos del ingenioso caballero don Quijote de la Mancha, realizada por Juan Jolís (Barcelona, 1755), e ilustrada con imágenes xilográficas tomadas de los grabados realizados por Frederik Bouttats (Bruselas, 1662) y por Diego de Obregón (Madrid, Andrés García de la Iglesia, 1674). No se trata, en absoluto, de una edición lujosa. La intención de su impresor, siguiendo el modo de trabajo de la imprenta en los Países Bajos, fue reducir el tamaño del libro a 8º, ampliando el número de volúmenes a cuatro para hacerlo más manejable y cómodo para el lector, “con esto se logra el poderse traer consigo en el paseo o en el campo, en donde puede entretenerse el curioso”, según explica en nota. El interés de esta edición reside, por tanto, en su formato asequible, con el que Jolís inició una corriente de ediciones populares o “de surtido”, que, como era de esperar, no convencieron a quienes admiraban la obra también como objeto. De ahí que, poco tiempo después, surgieran ediciones tan ricas como la realizada por el impresor Joaquín Ibarra, de la que la Universidad de Jaén posee un ejemplar completo con sus cuatro tomos, estudiados por el profesor Dámaso Chicharro Chamorro en este mismo catálogo.



Los Quijotes de la Universidad (y otras obras cervantinas)

La conocida colección de clásicos castellanos “Biblioteca de Autores Españoles desde la formación del lenguaje hasta nuestros días”, promovida por el editor e impresor Manuel Rivadeneyra entre 1846 y 1880 y dirigida por el escritor y político catalán Buenaventura Carlos Aribau, publicó un primer tomo con las Obras de Miguel de Cervantes (Madrid, Imprenta de la Publicidad, 1846). Este volumen sería reeditado en varias ocasiones. Un ejemplar de la tercera edición publicada en 1851 es la que presentamos en esta exposición. El texto aparece dispuesto a doble columna y no presenta anotación ni ilustraciones. Contiene la obra completa del alcalaíno a falta de los textos teatrales, pues consideran los editores que merecen lugar aparte. En 1845, José Gaspar Maristany y José Roig Oliveras crearon una sociedad dedicada al negocio de la venta de libros y de la imprenta bajo el nombre de Gaspar y Roig. Uno de sus primeros frutos fue la publicación de El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha (Madrid, 1847), reeditado en 1850 y en 1851. Agotados todos los ejemplares, volvieron a publicarlo en 1864 (edición que conserva la Universidad de Jaén) afirmando que “no solamente contendrá todo lo mejor de las anteriores, y notas añadidas por los comentadores, sino que será uno de los libros más baratos de la Biblioteca ilustrada” (colección que crearon en 1851). Variaban, además, algunas ilustraciones, como harían en las ediciones de 1865 y 1879. Utilizaron como texto base el de la Real Academia de 1819, añadiendo los comentarios y notas de Pellicer (Madrid, 1797), Arrieta (París, 1826) y Clemencín (Madrid, 1833), entre otros. Como se puede ver en la portada, anuncian 300 grabados que ocupan frontispicios, cabeceras, remates o ilustraciones a página entera, realizados, entre otros, por Martí y Cibera a partir de los dibujos que Tony Johannot creó para la edición hiperilustrada L’ingénieux hidalgo Don Quichotte de la Manche, traducida por Louis Viardot (Paris, J.J. Dubochet, 1836-1837). Especialmente atractivo es El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha: edición monumental exornada con riquísimas láminas grabadas en acero por los más aventajados artistas españoles (Barcelona, Biblioteca Ilustrada de Espasa y Compañía, Barcelona [1879]). Si bien es cierto no es una propuesta original pues reproduce la de Tomás Gorchs (Barcelona, 1859), una de las más lujosas ediciones catalanas realizadas hasta el momento. Lo muestran las bellas letras capitulares ricamente adornadas e incluso ilustradas con motivos y personajes alusivos a cada capítulo, así como las láminas que embellecen los volúmenes. Fueron realizadas por reputados artistas catalanes como los dibujantes Joaquín Espalter, Luis Ferrant, Bernardino Montañés, Luis de Madrazo, Claudio Lorenzale, José María Bracho y Murillo, Carlos


El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha: edición monumental exornada con riquísimas láminas grabadas en acero por los más aventajados artistas españoles (Barcelona, Biblioteca Ilustrada de Espasa y Compañía, Barcelona [1879]).


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Luis de Ribera, Ricardo de Madrazo, Miguel Fluyxench y Ramón Martí; y los grabadores Estebanillo, D. Martínez, Pedro Hortigosa, Antonio Roca y Ángel Fatjó. La edición minuciosamente comentada del escritor y estudioso cervantista Diego Clemencín se publicó en seis volúmenes entre 1833 y 1839 (dos de ellos tras su muerte en 1834). En 1894, la librería de la viuda de Hernando, con la autorización de los herederos, la volvió a reeditar en 8 volúmenes, que es el que conserva la Universidad de Jaén. Es una de las más importantes ediciones comentadas de El Quijote, base para muchas otras posteriores, aunque no exenta de polémica, por sus duras críticas a Cervantes a quien achaca, entre otras cosas, defectos gramaticales. A comienzos del siglo XX comenzaron a proliferar las ediciones escolares de El Quijote. El origen parece situarse en febrero de 1904, cuando Eduardo Vicenti, consejero de Instrucción pública, firma una proposición de ley para conseguir que El Quijote sea lectura obligatoria en las escuelas. Para ello se decidió convocar un concurso público que permitiera elegir una edición abreviada y adaptada para los niños. El propio Vicenti envió su propuesta bajo el título de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. El libro de las Escuelas, amparándose, como afirma en el prólogo, en que “Si la Biblia es el libro de la Iglesia, el Quijote debería ser el libro de las escuelas”. En mayo de 1905, coincidiendo con el III centenario de la publicación de la primera parte de El Quijote, una Real Orden estableció que aquel fuese el libro elegido y que el Estado debía adquirir el mayor número de ejemplares para los centros de enseñanza. Por lo que no es de extrañar que algunos fueran a parar a la Escuela Normal de Jaén, de donde procede el ejemplar que presentamos. En 1906 se dispuso que los maestros lo utilizaran en sus ejercicios de lectura. Esa necesidad de usar El Quijote en las escuelas, avivada por la conmemoración de los trescientos años de la publicación de la primera parte, fue lo que propició que varias casas editoriales se empeñaran en ofrecer al público más joven versiones adaptadas, como la propuesta por Saturnino Calleja, quien empezó su andadura con la Restauración española y se mantuvo hasta 1958. En el prólogo de su edición de El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha (Madrid [c.a. 1905]) dejaba clara su intención al dirigirse a “los señores profesores de primera enseñanza” y a los “pequeños lectores”. Al tratarse de una adaptación, prescindió, de muchos capítulos, entre ellos, los del Curioso Impertinente, el Caballero del Verde Gabán, La Cueva de Montesinos y la aventura del Barco Encantado.

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Poco tiempo después, una real orden del 12 de octubre de 1912 disponía en su artículo 11 que “los maestros nacionales incluirán todos los días, a contar desde el primero de enero próximo, en sus enseñanzas una dedicada a leer y explicar brevemente trozos de las obras cervantinas más al alcance de los escolares”. En ese contexto, Ezequiel Solana dio a las prensas su Cervantes, educador. Colección de trozos de obras cervantinas, dispuestos para ser leídos en las escuelas. Una obra que fue premiada en un certamen literario organizado por el Ateneo de Zaragoza con motivo del III centenerio, pero que no publicó hasta 1913 (Madrid, El magisterio español). En sus páginas, Solana señala que el Quijote ha de utilizarse como una enciclopedia para todo tipo de enseñanza entre los más jóvenes.

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De aquel centenario surgieron distintas iniciativas como la publicación de Las mujeres del Quijote (Madrid, A. López del Arco, 1905). En ella se seleccionan escenas en las que intervienen mujeres “para hacer que resalten, ya la peregrina belleza, ya la donosura y el ingenio de que supo revestirlas el autor inmortal”, según dice el compilador en un breve apartado titulado “Dos palabras”. No menos curiosa es la Historia domini Quixoti a Manica, versión de los 19 primeros capítulos de El Quijote escritos en latín macarrónico. Fue realizada por el sacerdote y escritor Ignacio Calvo durante su estancia en el seminario de Toledo como castigo por haber construido con unos pedazos de hojala el crucifijo que debía tener sobre su cama. Aquel Quijote permaneció en silencio hasta que, en 1905, con motivo del citado III centenario, Ignacio Calvo se decidió a publicarlo. En 1922 sacó una 2ª edición que ampliaba hasta el capítulo XLVII. El curioso lector podrá consultar la versión completa realizada por la editorial AACHE (Guadalajara, 1999) o bien la versión primigenia a través de la edición facsímil que acaba de realizar la Universidad de Jaén. Y quien no guste de tal juego de juventud, podrá complacerse con la cuidada traducción al latín clásico que hizo del texto completo Antonio Peral Torres, Dominus Quixotus a Manica (Alcalá de Henares, Centro de Estudios Cervantinos, 1998). Otra de las curiosidades bibliográficas que alberga nuestra biblioteca lleva por título Aventures heroiques et amoureuses de Don Quichotte (F. Rouff, Paris, [1912]). Sus 36 páginas en tamaño 4º y con el texto dispuesto a doble columna nos lleva a imaginar que este compendio de la más famosa historia creada por Cervantes se leyó como un cómic o una revista. La portada muestra una ilustración de don Quijote a caballo realizada en acuarela por Jacques Roubille. Completa la colección de traducciones de El Quijote de la universidad un compendio en gallego de los episodios en los que el escudero se convierte en gobernador de la tan ansiada ínsula, Sancho na insua Barataria, traducción e notas de Lois Lustres, Xerardo R. Roca e Camilo F. González (Vigo, Edicións Castrelos, 1977). A los citados Quijotes, hemos de añadir otras ediciones singulares de obras de Cervantes, de las que merece la pena destacar la que realizó Antonio Sancha de los Trabajos de Persiles y Sigismunda: historia septentrional (Madrid, 1781). El editor, tras hablar del valor de la obra, señala que: “Estas razones y el espíritu de patriotismo que me anima, junto con el

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Trabajos de Persiles y Sigismunda (Madrid, Antonio Sancha, 1781). Dibujo de José Jimeno grabado por José Joaquín Fabregat

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Trabajos de Persiles y Sigismunda (Madrid, Antonio Sancha, 1781). Dibujo de José Jimeno grabado por Juan Moreno Tejada

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exemplo que acaba de dar a la nación la Real Academia Española en la suntuosa edición de Don Quixote que ha publicado, me han movido a hacer un obsequio al claro nombre de su autor con reimprimir esta obra, que prescindiendo de cotejos y parangones, tiene un muy sobresaliente e indisputable mérito” (pp. III-IV). La Universidad de Jaén conserva tan solo el tomo I (de los dos de que se compone la obra), que incluye cuatro ilustraciones realizadas por José Jimeno y grabadas por Juan Moreno Tejada y José Joaquín Fabregat. En el tomo II participaron también Antonio Carnicero, Fernando Selma, Diego Díaz y Simón Brieva. En lo que respecta a la obra dramática de Cervantes, conservamos los dos primeros de los tres volúmenes del Teatro completo (Madrid, Librería de Hernando y Compañía, 1896), que contienen El trato de Argel, La Numancia, El gallardo español y La casa de los celos, por una parte, y Los baños de Argel, Pedro de Urdemalas, El rufián dichoso y La gran sultana, por otra. Además del Entremés de la guarda cuidadosa (Madrid, Imprenta Sucesores de Hernando 1916?). Hecha, según se afirma en el prólogo, para conmemorar el III centenario de la muerte del autor.

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También se encuentran entre los fondos de la biblioteca de la Universidad de Jaén tres ediciones de las Novelas ejemplares: la publicada en Madrid, Librería de los Sucesores de Hernando, 1915; la realizada por Francisco Rodríguez Marín (Madrid, ediciones de “La Lectura”, 1917-); y la incluida en la revista literaria Novelas y cuentos con motivo de la publicación de su nº 1000 (Madrid, 1956-1957. Encuadernado con otros números). A las que podríamos añadir el Juicio de “La tía fingida”, publicado por Julián Apráix (Madrid, Imprenta de los sucesores de Hernando, 1906). Edición de una novela cuya autoría ha sido largo tiempo discutida.

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Completan la exposición otras obras de Cervantes, amén de un puñado de estudios realizados en las dos primeras décadas del siglo XX, algunos de ellos surgidos al calor del III centenario de la aparición de la primera parte de El Quijote, como la biografía realizada por Francisco Navarro y Ledesma, El Ingenioso Hidalgo Miguel de Cervantes Saavedra: sucesos de su vida (Madrid, Sucesores de Hernando, 1905), que fue reeditada en 1915. De las antiguas escuelas de maestros proceden también las biografías de Miguel Santos Oliver, Vida y semblanza de Cervantes (Barcelona, Montaner y Simón, 1916), la de Julio Cejador y Frauca, Miguel de Cervantes Saavedra: (biografía, bibliografía, crítica) (Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, 1916) y la de Manuel Montoliú, Vida de Cervantes (Barcelona, Seix & Barral Herms, 1920). Además de los clásicos estudios de Julio Cejador y Frauca, La lengua de Cervantes: gramática y diccionario de la lengua castellana en el ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha. Tomo I: Gramática (Madrid, Establecimiento tipográfico de Jaime Ratés, 1905); de Azorín, La ruta de Don Quijote (Madrid, Rafael Caro Raggio, 1919); de Américo Castro, El pensamiento de Cervantes (Madrid, Imprenta de la librería y casa editorial Hernando, 1925); o El camino de Don Quijote: (por tierras de la Mancha), publicado por August F. Jaccaci, en Londres, 1897, y traducido por Ramón Jaén; entre otros. Este medio centenar de “cuerpos de libros” no son solo material de coleccionista, son, además, testigo privilegiado del modo en que la obra de Cervantes se ha considerado en cada época: obra para leer y para mostrar, obra para contemplar y también para enseñar, pues imaginamos que la mayor parte de estos libros pasaron por las manos de docentes y estudiantes de las antiguas escuelas de maestros y maestras que fueron, sin lugar a dudas, el germen de nuestra actual universidad.

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La edición del Quijote de Ibarra (o de la Academia), impresa en Madrid en 1780 Dámaso Chicharro Chamorro

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ace unos años (en 2005, con motivo del IV centenario de la edición de la Primera Parte del Quijote) desde la Universidad de Jaén emprendimos la nada fácil tarea de realizar una reedición facsímil del famoso Quijote de Joaquín Ibarra, conocido también como de la Academia, impreso, como es sabido, en 1780. No es un libro, ni lo fue nunca, de manejo diario sino de consulta placentera y uso infrecuente, pero de los que dejan huella y fijan impronta. Porque ediciones del Quijote las hay a cientos. Sobre su variedad y dificultad de selección el profesor J. M. Lucía Mejías dice: “No nos llevemos a engaño. No hay ediciones definitivas… Pero cuantas más ediciones del Quijote haya en el mercado mucho mejor; con más interpretaciones, con más puntos de vista nos adentraremos en los misterios del texto cervantino; pero que nadie tenga la soberbia de creerse con la última palabra ni mucho menos. Esta última palabra pertenece a Cervantes”. Y añadimos nosotros: “y ya murió y los tórculos de las imprentas de entonces se perdieron para siempre”. Nuestra pretensión, pues, fue la de volver a un clásico, edición canónica para todos, que introduce ese excelente mapa de la ruta de Don Quijote levantado por la sapiencia y la pericia del capitán de ingenieros José de Hermosilla, que realizó sus observaciones sobre el terreno, a consecuencia de las cuales se plasmó el más valioso, novedoso y duradero de los mapas de ruta la cervantina. Somos conscientes de que jamás existirá la edición definitiva. Por eso presentamos la clásica, objeto de deseo desde siempre de todos los amantes del Quijote. Es bien sabido que desde el siglo XVI la imprenta se fue convirtiendo en un gran negocio, que la invención de

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Gutenberg a mediados del XV se consideró por muchos como una nueva fuerza política, social y estratégica. El lector fue tomado, ya entonces, como un objeto más de la industria en que se convirtió la imprenta. Al editor sólo le interesaba el comprador, buscaba su dinero, gastado en un producto comercial; el que luego se guardara u olvidara el libro poco importaba. Se fue desarrollando esta industria durante más de 400 años en competencia con otros medios que últimamente le están ganando la partida. Me refiero, obviamente, a la informática. No cabe duda de que el siglo XVIII es una época de cambios profundos en todo, que abarcan desde el trabajo hasta las ideas políticas. El impulso de la Ilustración y las nuevas formas de pensamiento afectarán a todos los ámbitos, desde la investigación científica, con sus múltiples adelantos técnicos, hasta los antiguos inventos, que ahora reverdecen, uno de los cuales fue la imprenta. Las impresiones en lengua nativa ganan terreno frente a los clásicos grecolatinos y, aunque suponen la aparición de barreras lingüísticas internacionales, favorecen no obstante la circulación de las ideas en el interior de cada país y hacen de la industria del libro algo novedoso, pues lo convierten en un objeto manejable, íntimo, estimado, de personal regusto, incluso de deseado lucimiento. El aspecto más notable del libro en el XVIII es la ilustración –o iluminación– como se decía entonces. Así adquieren verdadero protagonismo las portadas, que se hacen más ligeras, las viñetas, las cabeceras, la composición de orlas, remates y tantos otros motivos ornamentales. La ilustración llega a ser tan profusa y cuidada, que el texto no parece sino una excusa para el lucimiento del ilustrador. Fue en Gran Bretaña donde el renacimiento de la imprenta llega al máximo esplendor. En el XVIII el bienestar económico del que disfruta cierta parte de la población favorece su alfabetización y la posibilidad de comprar libros. Esto propició un enorme desarrollo de la imprenta, cuyos progresos se extendieron por toda Europa. En ese contexto se imprime en Londres una famosa edición del Quijote, que a la larga habría de tener gran trascendencia en España. Me refiero a la inglesa de Thompson, de 1738, que recogía una extensa serie de grabados, obra genial de J. Vandervank, auspiciada por la reina Carolina. En nuestro país el impulso no fue menor y así surge toda una pléyade de conocidos impresores, como Sancha o Joaquín Ibarra, constituidos en verdadero numen del arte de Gutenberg. El impresor aragonés J. Ibarra Marín poseyó una fuerza creadora indiscutible, además de una excepcional capacidad personal. Pero todo ello hubiera quedado en nada de no ser por

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la presencia providencial, como tantas veces sucede, de un personaje único: el rey Carlos III, de cuyo buen juicio dependió el progreso de la imprenta en nuestro país. El rey Carlos, con su política de progreso ilustrado, se propuso dignificar las condiciones de vida de los verdaderos artistas, convencido de que eso redundaría en beneficio de España. Entre esos “artistas” estaban los impresores, cuyo arte impulsa mediante claras y decididas medidas legales, que repercutieron sin duda en el desarrollo de la imprenta. Él es el responsable, por ejemplo, de la abolición del privilegio de los Plantin sobre los libros religiosos, de la supresión de las tasas a todos los niveles y tomó una medida que hoy apenas acertamos a valorar en toda su dimensión. Se trata de la exención del servicio militar (que entonces duraba tres años) para todos los impresores, al objeto de no interrumpir su aprendizaje. En ese apoyo profesional les propone ayuda para su perfeccionamiento en el extranjero, creando becas, franquicias y rebajas en las materias primas, además de otras múltiples disposiciones de interés encaminadas al desarrollo de la imprenta, que alcanzó bajo su égida un nivel que no desmerece en absoluto frente a las mejores de Europa. Entre los grandes impulsores profesionales brilla, como decimos, la personalidad de don Joaquín Ibarra y Marín, nacido en Zaragoza en 1725, que incluso asistió a las clases de la Universidad de Cervera (Lérida). En ella su hermano Manuel era ya tipógrafo oficial, como impresor mayor desde 1735. Allí alternó Joaquín su aprendizaje tipográfico con los estudios reglados, adquiriendo una formación universitaria de base clásica nada desdeñable. Cuando en 1745 se trasladó a Madrid, fundó una imprenta de tal entidad, que adquirió renombre en toda Europa y que consiguió grandes avances técnicos indelebles, tanto en la materialidad del papel como en la calidad de los recursos, alguno de los cuales aún no se ha superado. Suyo fue, por ejemplo, el esfuerzo por satinar el papel impreso para quitarle la huella de la impresión. De aquella imprenta salió la famosa edición de las obras de Salustio (La conjuración de Catilina y La guerra de Yugurta). El rey Carlos III, que era visitante asiduo del taller, en cierta ocasión le preguntó cómo era posible que una obra “tan bien impresa” necesitara “fe de erratas”; a lo que Joaquín Ibarra, rápido, terne y socarrón, contestó: “Señor, no es obra perfecta la que carece de tal requisito”. Allí se imprimieron la Bibliotheca Hispana Vetus y la Bibliotheca Hispana Nova, de Nicolás Antonio; de allí salió la segunda edición del Viage de España, de Antonio Ponz; allí se imprimieron otras tantas y tantas grandes obras. Pero sin duda fue la edición del Quijote de 1780 la que hizo a Ibarra universalmente famoso. De sobra es sabido la obra cervantina había conocido un enorme éxito editorial desde el mismo momento de su publicación en

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1605. Múltiples testimonios nos hablan incluso de su difusión por América en el mismo siglo XVII, al tiempo que ejerció su influencia y creció su fama por toda Europa. En apenas cincuenta años fue traducida al inglés, alemán, italiano y holandés. Al finalizar el siglo XVII se tiene noticia de hasta 31 ediciones en español, 24 en francés, 8 en inglés, 5 en alemán y holandés, etc. El interés crece de forma desmesurada durante el siglo XVIII. Es entonces cuando se traduce al ruso, al danés, al polaco y al portugués. Las ediciones modernas proliferan de modo exponencial. Ya en el siglo XIX se traduce a otros idiomas menores, como el búlgaro, catalán, croata, esloveno, finlandés o rumano y hasta al tagalo, mientras que las realizadas en castellano durante ese siglo superan los dos centenares. Llama todavía más la atención la difusión masiva que adquirió, con las 577 ediciones catalogadas de que tengamos testimonio en todo el mundo durante el siglo XVIII, cifra verdaderamente excepcional. En España se producen varias ediciones de calidad, pero ninguna como la que comentamos. En efecto, en marzo de 1773 la Real Academia Española decide realizar una espléndida edición en cuatro volúmenes en cuarto mayor, con la intención expresa de que superase a todas las anteriores, de que iniciase el auténtico camino para todas las que siguieran. Se buscaba la edición técnicamente perfecta, basada en una revisión minuciosa de las fuentes, en una anotación precisa y en una corrección exhaustiva de las numerosas erratas que tenía el texto cervantino. Para ello se contó con la inestimable colaboración de los académicos Manuel de Lardiazábal, Vicente de los Ríos e Ignacio de Hermosilla, a quienes debemos, como es sabido, la Vida de Cervantes inserta, el prólogo, el análisis y el plan cronológico de la novela que acompañan a dicha edición. Por lo que atañe a la estricta materialidad fue tan cuidada o más que el propio texto. Incluso se mandó fabricar papel de hilo especial a José Llorens en sus talleres catalanes, y tres fundiciones de nuevas de letra, matrices y punzones trabajados por el madrileño Jerónimo Gil. La labor de Ibarra, ya entonces impresor de cámara de Su Majestad y de la Academia, fue realmente encomiástica, consiguiendo la mejor edición en la estima de la crítica más competente de entonces y de hoy, no superada en ningún otro país, lo que llenó de orgullo a Carlos III por cuanto evidentemente mejoraba la que le habían presentado como la mejor, que era la de Thompson de 1738. Y como de eso se trataba, de superar a esa, que era el punto de referencia inexcusable, todo quedó culminado. Tal era la intención y voluntad expresa del propio Carlos III que, cuando pidió “la mejor edición que existiera” tuvo que soportar la “humillación” de que le ofrecieran una extranjera del Quijote y no pudo disimular

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ese prurito de “envidia nacional” e hizo “cuestión de honor” que en España se realizará una edición mejor que la inglesa. La nuestra tuvo particular cuidado en iluminar con láminas que reflejaran con fidelidad el contexto histórico en que se desarrolla la acción narrativa. La propia Academia eligió, de entre 66 propuestos, los 36 asuntos que se facilitaron a dibujantes y grabadores para realizar las ilustraciones, en las que se tomaron como modelos algunos retratos, armas y armaduras reales de la época de Cervantes, se utilizaron bustos de barro de los principales personajes y apuntes de otros protagonistas, tomados del natural. A veces, ante la tardanza en cumplir los encargos, hubo que solicitar la colaboración oficial de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, en la que se encargaron de supervisar los nuevos dibujos y grabados de la obra. La edición cuenta hoy con láminas a toda página, dibujadas por Antonio Carnicero (13 en total), José del Castillo, Bernardo Barranco, Gregorio Ferro, etc. etcétera. Como dato curioso habremos de decir que fue tal la calidad exigida, que la Academia de San Fernando desechó una lámina que presentó Francisco de Goya, que había sido iluminada por J. J. Fábregat, para ilustrar la aventura del rebuzno. Hasta aquí llegó la exigencia. Colofón a esta colosal empresa lo puso Tomás López, geógrafo de Su Majestad, a quien se debe el excelente mapa de la ruta de Don Quijote, delineado según las observaciones de Hermosilla como hemos dicho. Sólo por esta labor merecería ser considerada la centuria como “edad de oro de la tipografía”, pues estos libros se constituyen en auténtico patrimonio de todas las culturas. Se trata, pues, de un Quijote impreso con todo el cuidado y la atención que merece Cervantes y tal esfuerzo tiene su origen, como suele suceder, en el afán de emulación con la inglesa. El resultado es una impresión realizada con todo rigor, ya que los elementos tipográficos fueron tratados por el propio Ibarra con la minuciosidad y capacidad que sólo él podía dispensar. La tipografía corresponde a las tendencias más avanzadas del momento, con astas muy contrastadas, anchas y estrechas, moduladas en el trazado de cada letra, y serifas lineales y finas en el remate del pie. También se ha destacado siempre la búsqueda de equilibrio con los blancos y el ritmo entre las líneas. Una tendencia clásica, que se observa en la portada y los comienzos de las partes en que se divide la impresión. Las orlas e ilustraciones, sobre todo las dibujadas por A. Carnicero y José del Castillo, son muy variadas y ponen en juego elementos iconográficos de distinto origen, unificados todos por su excelente calidad y guardando los usos con eficacia. Viendo algunas páginas, como la dedicatoria, se observa que las manchas del

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La edición del Quijote de Ibarra (o de la Academia), impresa en Madrid en 1780

texto están sabiamente compensadas para evitar los desequilibrios. Se trata, pues, de una voluntad clásica, rigurosa y técnicamente lograda, basada en la medida y el equilibrio que participa en la construcción tipográfica, que se constituye en una de las características fundamentales del diseño; un hecho que se nota también en las páginas iniciales de cada uno de los cuatro tomos, así como en los comienzos de las dos partes en que se divide la obra. Hay que destacar, asimismo, la valoración del tamaño de las diferentes líneas, con amplios y sutiles cambios de mancha en las letras capitales. Las viñetas juegan, asimismo, un papel decisivo en la técnica de esta edición. Las primeras fueron dibujadas dentro de la tradición iconográfica que podríamos llamar clásica y tienen como función exclusiva el embellecimiento de las páginas de entrada, así como marcar con todo detalle y énfasis los comienzos de la lectura; las segundas, o sea las viñetas, dentro de un estilo similar a las capitales, controlan el peso de los espacios en blanco, de modo que no se produzca desequilibrio en la caja y, por fin, las ilustraciones, aunque dibujadas por Carnicero o Castillo, fueron grabadas por especialistas, buscando el máximo rendimiento de las medias tintas en la definición de las figuras, estética que se aleja bastante de la de hoy, que tiene su origen en el romanticismo del XIX, de la mano de Gustavo Doré. En cambio, en Ibarra predomina lo que se ha dado en llamar “toque francés”, que era característico de la ilustración española, tan dependiente de la nación hermana en el tratamiento tipográfico del texto, más sobrio y, si se quiere, más eficaz. Ello demuestra, asimismo, el buen gusto del XVIII, que se hace próximo cada vez más a nosotros Puede decirse que, como resultado de un plan técnico perfectamente proyectado y diferenciado, la de Ibarra es una de las obras más armoniosas y mejor planificadas y realizadas de la imprenta española y europea del XVIII, pero es una obra de corte clásico, en la que se consideran los menores problemas gráficos que podían afectar a cada página, para los cuales se proponen soluciones individuales. La obra, como decimos, fue resultado del esfuerzo individual y de la labor institucional, porque pocas veces se ha conseguido lo más pleno y que más satisficiera a su mentor, al rey Carlos III, que quedó absolutamente compensado cuando la comparó con edición inglesa, que era su “modelo”. Hoy no cabe duda de que esta edición española es superior a todas las extranjeras de la época y para ello no se escatimó en medios económicos y en esfuerzos tipográficos. El resultado está a la vista. Joaquín Ibarra y Marín superó todas las dificultades que se pusieron por delante, que fueron muchas, pero estaba en la plenitud de su arte tipográfico. Incluso

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Dámaso Chicharro Chamorro

las tintas utilizadas fueron de una calidad y brillantez sensacionales, tal vez propiciadas por esa fórmula secreta y especial que se decía inventó el mismo Ibarra y con ello consigue lo que el lector puede ver, del cual el propio Carlos III se pudo sentir orgulloso para mostrarla a toda la Corte, incluidos los embajadores. En resumen puede decirse que el Quijote de Ibarra o Quijote de la Academia o Quijote de 1780 es una de esas grandes empresas que patentizan y dan sentido al trabajo de una nación, que fue el mejor resultado de una empresa “real” (nunca mejor dicho), porque Carlos III, movido por la sana emulación o por la envidia, fue el verdadero mentor. La Universidad de Jaén se enorgulleció en 2005 al ver impresa aquella edición facsímil que esperábamos entonces fuera apreciada en todo su valor como resultado de un esfuerzo colectivo y real, ahora más prosaico, tal como decíamos en aquella ocasión.

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La colección “Alfonso Sancho” Cristina Castillo Martínez1

“tengo para mí que el día de hoy están impresos más de doce mil libros de la tal historia […] y a mí se me trasluce que no ha de haber nación ni lengua donde no se traduzga” (Cervantes, El Quijote, II, cap. III)

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Alfonso Sancho, ilustre universitario, bibliófilo y gran lector de El Quijote, realizó a lo largo de su vida una pequeña colección de ediciones y traducciones de la gran obra de Cervantes, que fue adquiriendo en sus viajes o en las incursiones a las librerías de viejo de las que tanto gustaba. Ya supimos de su interés por este tema al promover la Semana cultural cervantina, que se celebró en Jaén del 19 al 25 de abril de 1982. Entre los muchos actos que entonces se organizaron, es preciso resaltar una completa exposición bibliográfica que contó con más de 200 ediciones de obras de Cervantes procedentes de diversas instituciones públicas, así como de coleccionistas privados2. Transcurridas más de tres décadas desde entonces, y aprovechando el IV centenario de la muerte de Cervantes, queremos rendir un sentido homenaje al profesor Alfonso Sancho, con estas traducciones que tanto estimó y que con tanto cariño y generosidad nos cede hoy su hija, la profesora M.ª Isabel Sancho, para que todos podamos disfrutarlas.

1 Quiero expresar mi agradecimiento a Ruth Fine, Diana Skopina, Jinjing Han, Ma Rui y Belén Almeida por su inestimable ayuda a la hora de traducir los datos de muchas de estas ediciones. 2

Semana cultural cervantina (19-25 de abril de 1982). Memoria y catálogo, Granada, Universidad, 1982.

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La colección “Alfonso Sancho”

Componen esta colección de Quijotes, una edición del siglo XIX, publicada en Barcelona, por Luis Tasso Serra, en 1891; la edición de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, compendiado para que sirva de libro de lectura en las escuelas por un apasionado de su autor, que es fruto de la normativa impuesta a partir de 1912 sobre la obligatoriedad de utilizar este texto en la escuela primaria; dos versiones infantiles (Madrid, Librería de los sucesores de Hernando, 1919; y León, Everest, 19673); así como un buen puñado de traducciones a catorce lenguas (inglés, francés, alemán, italiano, portugués, checo, holandés, sueco, noruego, chino, ruso, hebreo, catalán, euskera).

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


La colección “Alfonso Sancho”

El ejemplar más antiguo corresponde a las Adventures of Don Quixote de la Mancha (London, Ward, Lock, and Tyler… h. 1870), que sigue la traducción realizada por el hispanista Charles Jarvis, The Life and Exploits ofe the Ingenious Gentleman don Quixote de la Mancha, (Londres, 1742), considerada una de las más exactas. Las ilustraciones, sin embargo, proceden de la edición de L’ingénieux hidalgo Don Quichotte de la Manche, vertida al francés por Louis Viardot (Paris, J.J. Dubochet, 1836-1837), que utilizaron también otros impresores, como Gaspar y Roig (1847, 1850, 1851, 1864, 1865 y 1879). Precisamente la traducción francesa que perteneció a Alfonso Sancho (París, Hachette, 1978) es reproducción de la de Louis Viardot (París, J.J. Dubochet, 1836-1837), aunque no mantiene los grabados originales de Tony Johannot, sino que incluye los de Gustave Doré, el más famoso de los ilustradores de El Quijote, y seguramente quien más ha contribuido a crear con imágenes el universo del hidalgo. En esta colección, sin ir más lejos, los reproducen las traducciones rusa, italiana, holandesa y sueca, además de la edición española de Luis Tasso Serra ya citada.

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La colección “Alfonso Sancho”

No ha de llamar a engaño el hecho de que, salvo la inglesa, se trate de traducciones modernas, pues en la mayor parte de los casos (e incluso en esta) son reproducciones de la realizadas por algunos de los más reconocidos traductores. A los editores les interesa dejar constancia de ello como reclamo. A Nikolai Liuvimov se le atribuye la mejor traducción

Traducción rusa (Moscú, Pravda, 1979)

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Cristina Castillo Martínez

de El Quijote al ruso, el sacerdote Pedro Berrondo fue el primero en traducirlo al euskera, labor que, al parecer, llevó a cabo durante su estancia en Ecuador como misionero y que se extendió hasta su regreso a San Sebastián.

Traducción al euskera (Zarautz, Itxaropena Argitaldaria, [1976])

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La colección “Alfonso Sancho”

Jaim Najman Biálik, considerado el poeta nacional en lengua hebrea, realizó una traducción abreviada que se convirtió en una de las más importantes e influyentes en esta lengua y que contribuyó, junto con otras traducciones, a que los lectores hebreos consideraban la figura de Don Quijote como un reflejo del destino del pueblo judío. Parece que la realizó a partir de traducciones rusas y alemanas pues no conocía el español.

Traducción hebrea (Tel Aviv, Dvir, 1973)

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Cristina Castillo Martínez

La primera traducción al noruego la llevaron a cabo Nils Kjaer y Magnus Grønvold (1917-1918), la versión canónica en sueco es la realizada por Edvard Lidforss y el escritor y crítico Jaromír John fue el pionero en trasladar El Quijote al checo en una versión adaptada y reducida que llevó a cabo en 1940.

Traducción al sueco (Uddevalla, Niloe, 1983)

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La colección “Alfonso Sancho”

Traducción al checo (Praga, Albatros, 1984)

Esta pequeña colección de traducciones de El Quijote de quien fue maestro, viajero y gran lector de Cervantes, da cuenta de la vida de una obra que no sabe de lenguas ni fronteras, y que ha llegado a considerarse, junto con la Biblia, la que más veces ha sido traducida en la historia. Cumplido queda, así, el deseo del ocurrente hidaldo de la Mancha, pues “Una de las cosas –dijo a la sazón don Quijote– que más debe de dar contento a un hombre virtuoso y eminente es verse, viviendo, andar con buen nombre por las lenguas de las gentes, impreso y en estampa” (Cervantes, El Quijote, II, cap. III).

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Traducción alemana (Múnich, Deutscher tarchenbuch Verlag, 1979)

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Traducción al catalán (Barcelona, Tarraco, 1969)

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Traducción italiana (Roma, Curcio, [1950])

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Traducción al holandés (Amsterdam, de Bijenkorf, 1988)

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Traducción al noruego (Oslo, Gyldendal Norsk Forlag, 1978)

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Traducción al portugués (Oporto, Lello &Irmão, 1969)

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Traducción al portugués [s. a.]

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Traducción al chino (Pekín, Renwin Wenxue Chubanshe, 1983)

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Traducciones de Don Quijote Carmelo Medina Casado

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espués de la Biblia uno de los libros más traducidos a otras lenguas ha sido Don Quijote. Ha sido traducido a la mayoría de las lenguas del planeta. Su traducción es considerada como una prueba de madurez para la lengua en la que aparece traducido; la razón obvia de esta consideración es que no todas las lenguas están suficientemente desarrolladas para poder reflejar la riqueza de matices, el vocabulario, la asimetría cultural, lingüística e interpretativa de Don Quijote. Sobre el tema de la traducción en general conviene recordar la opinión de Cervantes expresada en el capítulo VI de Don Quijote cuando el cura y el barbero están realizando el escrutinio de la librería de Don Quijote y el cura, refiriéndose al libro de Ludovico Ariosto, Orlando el Furioso, afirma descalificando cualquier traducción, “si aquí lo hayo, y que no habla otra lengua que la suya, no le guardaré respeto […] todos aquellos libros de verso que quisieren volver en otra lengua, por mucho cuidado que pongan y habilidad que muestren, jamás llegarán al punto que ellos tienen en su primer nacimiento”. En otro es el pasaje del capítulo LXII, cuando Don Quijote paseando por las calles de Barcelona vio una traducción al castellano del libro Bagatele, después de conversar con su autor, considera que traducir a otra lengua que “no sea de las reinas de las lenguas, griega y latina, es como quien mira los tapices flamencos por el revés, que aunque se ven las figuras, son llenas de hilos que las oscurecen”, sin embargo, termina afirmando que hay traducciones en las que “felizmente se pone en duda cuál es la traducción o cual es el original”.

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Traducciones de Don Quijote

El inglés fue la primera de las lenguas a la que fue traducido Don Quijote y a las distintas traducciones a esta lengua prestaremos especial detención para que nos valga de muestra de la importancia de sus traducciones, algo que hacemos extensivo a otras lenguas. La Primera Parte del Quijote apareció traducida al inglés en 1612, sólo siete años después de su publicación en España, aunque su autor, Thomas Shelton, afirma que la había realizado cinco años antes. La Segunda Parte, publicada en 1615, también sería traducida por T. Shelton en 1620, conjuntamente con la reedición de la traducción de la primera parte. Esta traducción tiene numerosas reediciones y ha sido muy elogiada y, también, denostada por la crítica, algo que suele suceder en el campo de la traducción. Su cercanía en el tiempo con la obra de Cervantes contribuyó a reflejar mejor el contexto social y el lenguaje de la época. La segunda traducción al inglés, 1687, fue la realizada por John Phillips (1631-1706), poeta y periodista, sobrino del autor de El Paraíso perdido, John Milton, que le ayudó en su formación. Philips hará una versión libre del texto, llegando a cambiar el contenido del texto original, vulgarizando el carácter de los personajes, nombres e incluso el entorno cultural de la novela que él sitúa fuera de su contexto español. Se publicó con ilustraciones anónimas en las que se puede observar un paisaje típicamente inglés, con casas y figuras humanas que nada tienen que ver con el contexto físico en el que transcurre la novela. Esta traducción no tendría ninguna reedición, lo que prueba su recepción negativa entre los lectores ingleses. La tercera traducción, publicada en 1700 y 1712, se editó en cuatro volúmenes por Peter Motteux, un francés emigrado de Francia, con el siguiente título, The History of the Renowned Don Quixote de la Mancha, y sería reeditada en cinco volúmenes, en 1822 en Edimburgo, completándola con numerosas notas y un ensayo sobre la vida y obra de Cervantes. Esta traducción ha sido muy popular y ha tenido numerosas reediciones hasta la actualidad. Fue realizada en equipo por un grupo de traductores dirigidos por Motteux que introdujeron un lenguaje más cercano a la gente de su tiempo y adaptado a los gustos ingleses, convirtiéndola en un éxito editorial. Otra traducción es la de Edward Ward (1667-1731), un tabernero londinense, que entre 1711 y 1712 la realizó en versos pareados, “a la manera de Hudibras” de S. Butler. Fue muy criticada por el tratamiento de los personajes —Don Quijote es presentado como un libertino—, su rechazo motivó que sólo dos de los cuatro volúmenes previstos llegasen a publicarse. Siguiendo con el orden cronológico, la siguiente traducción fue la realizada por

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Carmelo Medina Casado

Charles Jarvis y publicada en 1742. Era pintor de origen irlandés, amigo de algunos de los escritores más influyentes de esos años, como Jonathan Swift, Joseph Addison, y Alexander Pope. La traducción de Jarvis sigue con fidelidad el texto original pero le falta su vitalidad y agudeza. Sería reeditada seis veces durante el siglo XVIII y cuenta con más de un centenar de ediciones realizadas entre América e Inglaterra; recientemente, en 1992, ha sido publicada con una introducción y notas al texto. De todas las traducciones publicadas en el siglo XVIII, quizás la más conocida sea la del escritor escocés Tobías Smollett, publicada en 1755 que llegó a ser reeditada hasta trece veces en pocos años. Junto al texto del Quijote, Smollett ofrece un estudio con la vida de Cervantes en el que mostraba su admiración por el autor, su estudio ha merecido el elogio de la crítica por su carácter pionero y por su contenido. Como P. Motteux, contó con la colaboración de otros traductores. Smollett fue uno de los pioneros de la novela inglesa e influido por Cervantes realizó un género cercano a la “picaresca” como otros novelistas contemporáneos suyos. Otras traducciones al inglés durante el siglo XVIII, menos novedosas y que carecen de la importancia de las anteriores, son las realizadas por el irlandés George Kelly, publicada en 1769, y la de Henry Wilmot, publicada en 1774. Las traducciones continuarán casi un siglo más tarde dentro del nuevo contexto literario, el romanticismo, que impuso una nueva valoración y representación de la figura del Quijote. Los románticos lo idealizaron y consagraron como un héroe incomprendido, que lucha por mantener sus ideales contra viento y marea enfrentándose a un mundo egoísta y ramplón, contaminado de un materialismo prosaico. Tres son las traducciones que, en un intervalo de siete años, aparecieron en el siglo XIX. En todas ellas predominan la tendencia comenzada por Jarvis de mantenerse fiel al texto original, un espíritu que continuará en las distintas traducciones que se realizarán durante el siglo XX. Los autores y fechas de estas tres traducciones fueron la de Alexander J. Duffield, que se publicó en tres volúmenes en 1881; la del irlandés John Ormsby, publicada en cuatro volúmenes en 1885; y la Edward Watts, publicada en cinco volúmenes en 1888; todas ellas fueron publicadas en Londres. Durante el siglo XX, de las cuatro traducciones que mencionamos a continuación, tres fueron publicadas en Nueva York, lo que muestra la creciente importancia que dentro del mundo anglosajón ha ido adquiriendo el Quijote al otro lado del Atlántico. Por orden cronológico, las publicadas en Nueva York fueron las traducidas por Samuel Putnam, en 1949,

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Adventures of Don Quixote de la Mancha (Londres, Ward, Lock and Tyler, Warwick House [1870]) Colección “Alfonso Sancho”

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Traducciones de Don Quijote

The Ingenious Gentleman Don Quixote de la Mancha; Walter Starkie, en 1964, Don Quixote de la Mancha; y la de Burton Rafael, en 1995, The History of that Ingenious Gentleman Don Quixote de la Mancha. En Inglaterra se publicó la realizada por J. M. Cohen, en 1950, The Adventures of Don Quixote. Esta última se convertiría desde su publicación, en una traducción enormemente popular que es muy utilizada por los estudiantes ingleses. A continuación se ofrece una extensa cita tomada de J. M. Cohen por la interesante valoración que hace. Él es un experimentado traductor que ha traducido a otros autores españoles, como Pérez Galdós y Santa Teresa, además de los franceses Montaigne, Pascal y Rousseau; suya es la conocida antología The Penguin Book of Spanish Verse. Cohen afirma que el Quijote ha sido durante tres siglos un “best seller” en todo el mundo y subraya que la literatura española de los siglos XIV al XVII estuvo entre las grandes literaturas del mundo, destacando especialmente en lo que él califica como el intraducible campo del verso, el teatro en verso y las baladas. Sobre las anteriores traducciones de Don Quijote al inglés, afirma que para él la mejor y más auténtica es la de Shelton, por ser la más cercana al espíritu del original, aunque considera que le falta familiaridad con el lenguaje coloquial y que se desvía del texto original. De las versiones del siglo XVIII opina que también caen en la tentación de omitir pasajes que no entienden. Finalmente, sobre las del siglo XIX dice que aunque ganan en fidelidad al texto pierden en cuanto al estilo. Añade que fueron las anteriores consideraciones las que le animaron a ofrecer su propia traducción con la intención de permanecer fiel al espíritu de Cervantes utilizando un inglés contemporáneo. Indica algunas de las dificultades encontradas, como los proverbios de Sancho, y confiesa que se había tomado algunas libertades para adaptarse al moderno orden de las palabras y su vocabulario, respetando los casos en que el lenguaje en el original era deliberadamente arcaico. Cohen destaca la habilidad de Cervantes para retratar personajes de las diferentes clases sociales y oficios de la época y describe a Don Quijote como un personaje que atrae instantáneamente nuestra simpatía por su crítica a los límites de nuestra existencia, como también lo hacen Falstaff en Henry IV de Shakespeare, Charlie Chaplin o Groucho Marx. Asimismo, compara los numerosos avatares de la vida de Cervantes con la de sus contemporáneos ingleses, Edmund Spenser (1552-99), Walter Raleigh (1554-1618), y Philip Sidney (1554-86), que fueron los poetas más significativos de su época. Termina afirmando que Don Quijote, “es una de las mejores colección de aventuras del mundo y que ha creado dos de los grandes personajes de ficción”.

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Carmelo Medina Casado

En el siglo XXI, hasta la fecha, podemos reseñar dos traducciones: la realizada por John Rutherford, publicada en 2000, y la recientemente publicada, en 2004, de Edith Crossman, que cuenta con una introducción escrita por el conocido crítico literario, Harold Bloom. Finalizamos este rápido recorrido por las traducciones al inglés, con una cita al hispanófilo, James Fitzmaurice-Kelly de su discurso en la British Academy con motivo del tricentenario de la publicación de Don Quijote y, de nuevo, destacando con orgullo el papel de Inglaterra, volvería a intervenir en Academia Británica en el tricentenario de la muerte de Cervantes: “Inglaterra fue el primer país en citar el Quijote, el primero en traducirlo, el primer país en Europa en adaptarlo decentemente a su lengua, el primero en indicar el lugar de nacimiento de su autor, el primero en ofrecer su biografía, el primero en publicar un comentario sobre Don Quijote, y el primero en realizar una edición crítica del texto […] los más grandes novelista ingleses están entre sus discípulos, y poetas, dramaturgos, académicos y críticos, muestran un acuerdo unánime y ferviente en su admiración por él”. Como dije al principio, Don Quijote ha sido traducido a prácticamente todas las lenguas posibles de traducir del mundo, sin embargo, para no extenderme solamente voy a referirme a las primeras traducciones hechas a otras lenguas europeas. Al francés, la traducción de la Primera Parte fue realizada sólo dos años más tarde que la inglesa, en 1614, por César Oudin. Al italiano, se traduciría diez años después, en 1622, por Franciosini. Buscando las ediciones más antiguas, también hubo una primera traducción parcial al alemán, realizada por Pahsch Basteln, que se publicó en 1621. Al holandés, se tradujo en 1657, por Lambert van den Bos. Añadir que también hubo numerosas reediciones de las mismas y nuevas traducciones como hemos visto sucedió con el inglés. En la actualidad, Don Quijote ha sido traducido en más de veinte lenguas europeas. Ofrecer más datos y adentrarnos en las traducciones realizadas en algunas de las lenguas africanas o asiáticas, muchas de ellas con una relevante tradición cultural y literaria, sería una labor excesiva. Baste la información ofrecida en el homenaje en el IV Centenario de su fallecimiento, como muestra de la admiración que la obra de Cervantes, Don Quijote, ha venido despertando en todo el mundo desde su primera edición.

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Los grabados de El Quijote (Madrid, Imprenta Real, 1819)3 M.ª Isabel Sancho Rodríguez

En el último tercio del siglo XVIII, la Real Academia Española se propuso realizar una edición de El Quijote que superara a aquellas que circulaban por Europa tanto en el cuidado del texto como en la impresión y creación de las ilustraciones. Surgió, así, en 1780, la magnífica propuesta de Joaquín Ibarra realizada en cuatro volúmenes en formato cuarto, con treinta y tres estampas sobre dibujos de Antonio Carnicero, José del Castillo, J. Brunete, B. Barranco, Pedro Arnal, G. Gil y Gregorio Ferro, y grabado de Manuel Salvador Carmona, Fernando Selma, Francisco Muntaner, José Joaquín Fabregat, Joaquín Ballester, Juan Barcelón, Pedro Pascual Moles, Juan de la Cruz Cano y Olmedilla y Jerónimo Antonio Gil. Ibarra imprimió una nueva edición en 1782, también en cuatro volúmenes, esta vez en formato octavo y con veinticuatro estampas, seis por cada volumen, con dibujos de los hermanos Isidro y Antonio Carnicero, grabados por Fernando Selma, Francisco Muntaner, Simón Brieva, Juan Moreno Tejada, José Joaquín Fabregat, Joaquín Ballester y Manuel Salvador Carmona. Cinco años más tarde (1787) aparecería una tercera edición, dividida en seis tomos, a cargo de la imprenta de la Viuda e Hijos de Ibarra. Entre 1797 y 1798, la Imprenta Real, movida por el éxito de las ediciones de Ibarra, volvió a imprimir el texto en seis volúmenes. En esa misma franja de tiempo, Gabriel de 3 Reelaboración de “Grabados de El Quijote”, Alcázar Cruz Rodríguez y M.ª Isabel Sancho Rodríguez, La Escuela Normal de Maestras de Jaén. Un centro para la formación de las mujeres 1913-2013, Jaén, Universidad, 2014, pp. 343-348.

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Los grabados de El Quijote (Madrid, Imprenta Real, 1819)

Sancha se entregó a la tarea de realizar un nuevo Quijote académico en cinco volúmenes, añadiendo la biografía de Cervantes de Juan Antonio Pellicer, y treinta y dos estampas diseñadas por Rafael Ximeno, A. Navarro, José Camarón y Bonanat, Luis Paret y grabadas por P. Dufflos y Juan Moreno Tejada. Y nada más publicarse esta edición, preparó una nueva (1798-1800), en nueve volúmenes, con treinta y dos estampas realizadas por Luis Paret y grabadas por Juan Moreno Tejada y Blas Ametller. Agotadas las ediciones de 1782 y 1787, la Academia acordó editar de nuevo El Quijote, ilustrado solo por el retrato de Cervantes y con viñetas en las cabeceras. Encargó su impresión al taller de Ibarra, pero el proyecto se paralizó al anunciar Gabriel de Sancha la salida del primer tomo en 1797. En 1802 se nombró una comisión formada por Casimiro Flórez Canseco, Vicente González Arnao y Manuel Abella, y propusieron repartir el texto en cinco volúmenes, ajustar la ortografía a las normas de la Academia, suprimir las variantes de la edición valenciana de 1616, y cotejar con las ediciones de Bowle (1781) y Pellicer (1797). Sin embargo, la situación política paralizó el funcionamiento de la Academia hasta 1815, año en que se nombra para proseguir la tarea a Martín Fernández de Navarrete, que escoge los pasajes para las nuevas láminas, reforma el mapa de la ruta de don Quijote y añade una biografía de Cervantes escrita por él. El resultado fue una edición formada por cuatro volúmenes más un quinto complementario, impreso en buen papel, con buenos tipos y cuidada impresión. La Academia aprobó escribir en la portada Quixote con j, y con ello el nombre quedó fijado definitivamente. La cuarta edición de la Real Academia, de la que proceden los grabados que posee la Universidad de Jaén, fue impresa en 1819 por la tipografía regia en cinco volúmenes ilustrados con veintiuna estampas con el retrato de Cervantes y varias escenas representativas de la obra. Todas dibujadas por José Ribelles, hijo del también pintor José Ribelles y miembro de la Academia de Bellas Artes de San Fernando. Se encargaron de grabarlas Tomás López Enguídanos (I a X) y Alejandro Blanco (XI a XX). La edición no se realizó a partir de El Qujijote de 1605, como se había hecho hasta el momento, sino de la edición de 1608, incluyendo, además, una biografía de Cervantes escrita por Martín Fernández de Navarrete.

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M.ª Isabel Sancho Rodríguez

Las estampas están numeradas con números romanos del I al XX en el ángulo superior izquierdo y en el ángulo opuesto se reseña el número de página donde estaban insertados en la edición. Corresponden a las siguientes escenas: I. Don Quijote come en la venta II. Don Quijote vuelve maltrecho a su pueblo III. Don Quijote luchando con el vizcaíno IV. Sancho y Maritornes en la venta V. Don Quijote arremete contra el barbero VI. Cardenio aporrea a Don Quijote VII. Don Quijote recibe a la princesa Micomicona VIII. Huida de Andresillo. IX. Batalla de Don Quijote con los cueros de vino tinto. X. Maritornes ata a Don Quijote al agujero del pajar. XI. Conversación de Sancho y Teresa Panza. XII. Don Quijote y Sancho en El Toboso. XIII. Don Quijote se encuentra con el Caballero del Verde Gabán. XIV. Maese Pedro y su mono. XV. Don Quijote y Sancho pasan el río. XVI. Merlín anuncia el medio de desencantar a Dulcinea. XVII. Altasidora canta romances a Don Quijote. XVIII. Sancho es invitado a salir en defensa de la ínsula. XIX. Don Quijote y las cazadoras de la fingida Arcadia. XX. Sancho se disciplina de noche en el bosque. La serie de estampas está trabajada al aguafuerte, punta seca y talla dulce y tiene unas dimensiones de mancha de 21 por 16 centímetros sobre soporte de papel con unas dimensiones de 39 por 26 centímetros (Patrimonio artístico de la Universidad de Jaén, 2010: 115). Según Wifredo Rincón García4, en estas estampas “puede advertirse un preludio del romanticismo que, aunque contenido –frente a la eclosión en Gran Bretaña, Francia y Alemania–, tendrá sus más significativas manifestaciones en décadas posteriores”. La colección de 20 láminas de la 4.ª edición del Quijote, cedida a la Escuela Normal de Maestras en 1915, está actualmente depositada en el Departamento de Filología Española, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de Jaén. 4

“Visiones de el Quijote en el arte español”, Cuadernos de estudios manchegos, 29 (2005), p. 188.

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Los grabados de El Quijote (Madrid, Imprenta Real, 1819)

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Los grabados de El Quijote (Madrid, Imprenta Real, 1819)

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Los grabados de El Quijote (Madrid, Imprenta Real, 1819)

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Los grabados de El Quijote (Madrid, Imprenta Real, 1819)

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Los grabados de El Quijote (Madrid, Imprenta Real, 1819)

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Los Quijotes de la Universidad (y otras obras cervantinas) Cristina Castillo Martínez . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5

La edición del Quijote de Ibarra (o de la Academia), impresa en Madrid en 1780 Dámaso Chicharro Chamorro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 21

La colección “Alfonso Sancho” Cristina Castillo Martínez . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 31

Traducciones de Don Quijote Carmelo Medina Casado . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 51

Los grabados de El Quijote (Madrid, Imprenta Real, 1819) M.ª Isabel Sancho Rodríguez . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 59




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