nº16, chile, marzo 2010
LA ESTRELLA
DE LA SEGUNDA INDEPENDENCIA Es la hora de los hornos y no se ha de ver más que la luz. José Martí
No nos detendrá un terremoto
NADA FRENARÁ LA
REVOLUCIÓN E
l día 27 de febrero la tierra estremeció los cimientos de nuestra patria. Para muchos chilenos, el remezón no fue sólo el “susto de sus vidas”, sino que también movió sus conciencias. El día anterior al terremoto, todo era “negocios como siempre” para los políticos y politiqueros que dirigen el Estado. Unos trataban de convencer a la ciudadanía que dejaban un país “en orden”. Los otros intentaban desvirtuar lo que decían sus contrarios. Para unos y otros, Chile es sólo un gran trofeo que se reparten cada cierto tiempo; unos ya robaron, los otros se preparan para hacerlo. El pueblo observaba y se preguntaba qué les depararía el nuevo presidente de turno, mientras los de arriba estaban en medio de la repartija, sacando cálculos, preocupados de quién agarraría qué cargo y qué prebendas… cuando ocurrió el terremoto.
este sistema no funciona Nadie estaba preparado para este acontecimiento. Chile tembló y siguió temblando para los políticos y los burócratas del Estado. Ninguno fue capaz de darse cuenta que sucedía. Ninguno fue capaz de adoptar las medidas más elementales. Miraron en su alrededor y se dieron cuenta que el Estado, su Estado, había colapsado también con el sismo. Apto para controlar, para reprimir, para explotar y para robar, constataron que su sistema no funciona para ayudar a la población, para asegurar alimentos, comunicaciones, luz, agua; en suma, comprobaron, a la faz de la catástrofe, que su Estado no sirve de nada. Entraron en pánico. Angustiados pedían que los militares “tomaron el control”, que
salieran a las calles, que impusieran un toque de queda, que “disparen a matar”. ¿Qué temían? Sus casas y mansiones no sufrieron daño, no murieron sus parientes. Ni siquiera se les quebró la loza. La verdad es que se enfrentaron cara a cara con su propia inutilidad como dirigentes, como clase.
campaña del terror Convirtieron su temor en terror para la población. Usaron los medios de comunicación para sembrar el miedo. “Se debe reestablecer el orden público”, pedían; el “populacho hace y deshace en las calles”, reclamaban. Amplificaron el terror. Incluso las poblaciones más míseras, serían el objetivo de hordas de saqueadores. Todos lo habían escuchado, nadie las vio. Este derrumbe del Estado, la incertidumbre básica, llevó a las personas a buscar ayuda fuera de sus poblaciones. Los más imposibles rumores iban de boca en boca, mientras gente corría por las calles, sin destino claro. Los gobiernos de los últimos veinte años se esmeraron en combatir y desarticular a las organizaciones populares, en debilitar a sus líderes, en fomentar el asistencialismo, y en propiciar el narcotráfico y la delincuencia. Y fueron éstos últimos quienes se tomaron la dirección de los saqueos masivos del comercio y posteriormente, del robo y del mercado negro.
el pueblo se organiza La falta de agua y de alimentos, la preocupación por la supervivencia de la familia, llevó a nuestra gente, en esas horas de angustia, a recrear lo conocido. Los líderes auténticos, honestos, salidos del pueblo, volvieron a tomar su lugar, las poblaciones se organizaron, co-