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Tehuelches
Dada la importancia que tuvo el cuero crudo dentro la cultura tehuelche, nos detendremos a analizar su uso en las comunidades de la Pampa y Patagonia tras la llegada de los europeos. Parte de la zona sur de América del Sur se encontraba ocupada por el conocido complejo tehuelche que incluye a los tehuelches septentrionales (guenaken), los tehuelches meridionales (penken y aoniken) y los onas (selknam y haus). Este entramado de pueblos nómades vivía de la caza y la recolección. El guanaco y el ñandú eran su principal fuente de alimentos y les brindaban materia prima para vestimenta, vivienda, utensilios, armas y elementos de defensa.
Los conquistadores y expedicionarios europeos introdujeron nuevas especies en el territorio americano. Los equinos y bovinos, dos de las especies que más rápidamente se diseminaron, provocaron grandes cambios en la vida de las poblaciones originarias. Sus cueros, al igual que los anteriormente citados, fueron ampliamente usados por los pueblos de las zonas pampeana y patagónica. A lo largo del siglo XVII los tehuelches septentrionales y meridionales, los guaikurúes (Chaco), los mbayá (Chaco Boreal) y los charrúas (Uruguay) adoptaron el caballo modificando en diversos aspectos su forma de vida; los grupos humanos se ampliaron, sus territorios se extendieron y su movilidad mejoró notablemente. En el marco del choque cultural con los conquistadores, las actividades económicas de los tehuelches septentrionales y de los guaikurúes se volvieron depredadoras, al mismo tiempo que sus aptitudes guerreras se potencian y mejoran, al igual que sus armas y elementos de defensa. El progresivo dominio del caballo, proveedor de materia prima y alimento, generó la demanda de nuevas herramientas, tales como monturas y elementos de control y dominación. Entre los testimonios consultados, se destacan tres relatos que nos aportan un importante caudal de datos acerca de las técnicas utilizadas por estos pueblos para trabajar el cuero crudo. Sus autores son el francés Auguste M. Guinnard (1832-?), quien fuera cautivo durante tres años (1856-59); el marino inglés Charles Musters (1841-1879), quien realizó un viaje de más de un año, en 1869, con un grupo de tehuelches entre los que se encontraban los poderosos caciques Orkeke y Casimiro Biguá; y el fugitivo inglés James Radburne (1874-?), quien, desde su llegada en 1892, interactuó larga e intensamente con los tehuelches.
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El primero de ellos, Guinnard, da cuenta del gran desarrollo que alcanzó la artesanía en cuero entre los distintos grupos de tehuelches:
Aparte de su crueldad, estos indios eran laboriosos e inteligentes. Los arneses de sus caballos, compuestos por una brida, silla de montar y estribos, son curiosos especímenes de su industria; estos están trenzados con tal perfección que es difícil creer que son obra de sus manos.
Para comenzar, veremos algunos detalles de los implementos ecuestres utilizados por los tehuelches.
El fuste de las monturas usadas por los hombres era de madera y constaba de dos tablas unidas por arzones, todo sujeto con tiras de cuero. El conjunto estaba retobado con cuero de guanaco (generalmente aplicado fresco) cosido con tendones. Sus medidas aproximadas son: 40 cm de largo, 30 cm de ancho y 26 cm de alto. Dos orificios en la parte superior del arzón anterior sirven para pasar las tiras de cuero que sujetan los estribos. Para el armado completo de la
Montura tehuelche - Museo Etnológico de Berlín
montura se utilizaba una serie de telas y cueros, tanto arriba como debajo de la silla, con la finalidad de proteger al caballo y al jinete. Estos cueros podían ser de guanaco (según Musters, “de dos años de edad”), puma, ñandú u oveja. El conjunto se sujetaba con una cincha, que podía estar realizada con una tira de cuero de ancho variable o varias tiras –entre 10 y 20– torzadas. La montura de mujer, de diferente confección y finalidad que la del hombre, constaba de dos cilindros de cuero rellenos con lana o textiles viejos, de un largo aproximado de 60 cm y un diámetro en los extremos que oscilaba entre los 20 y 30 cm, disminuyendo en el centro a 10 o 15 cm. Los cilindros, colocados uno a cada lado, se separaban del animal y del jinete con diversos cueros y tejidos. El conjunto era sujetado por una cincha, generalmente de una sola pieza, de cuero con pelo, adornada.
Los bozales, usados en las tareas de doma, estaban hechos con tiras de cuero simple, torzados o trenzados. Las riendas, fabricadas con tiras de cuero, podían ser de dos tapas planas, de dos o tres elementos torzados, o de seis, ocho o más elementos trenzados. Para su confección se utilizaban tiras de cuero bovino, equino y de guanaco (cogote o lomo). Para obtener tiras más largas, el cuero se cortaba “a vueltas”, en resorte o en espiral. El cuero de toro era muy estimado para la confección de maneas y otros elementos del apero.
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Entre los elementos usados por los jinetes están los rebenques o chicotes, confeccionados con un mango de cuero o de madera cubierto con cuero –generalmente, cola de vaca– que en un extremo poseía dos trenzas usadas para azotar o producir ruido, y en el otro, una manija que podía articularse con una argolla; y las espuelas que, cuando no eran todas de plata, estaban construidas con varillas de madera con una punta aguzada y un cuero en el otro extremo.
Diferentes sogas o elementos de sujeción fueron elaborados en cuero. Los más sencillos eran tiras de cuero simple; los más largos estaban cortados en espiral del cuero entero o de un segmento del mismo. Para obtener mayor resistencia y rigidez, se confeccionaban cuerdas de varios elementos torzados –de uno a tres– o trenzados –de cuatro, seis y ocho–. Estos últimos son los conocidos lazos, cuyo largo era de 18 metros o más. El tipo de cuero variaba según la finalidad y la región. Las sogas sencillas podían ser de bovinos grandes; para las trenzadas se utilizaba el cogote de guanaco sacado entero y cortado a vueltas. Radburne nos ofrece un interesante relato sobre la elaboración de los lazos:
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Casi todos los lazos se hacían del pescuezo del guanaco hembra, y es que el del macho es mucho más grueso y también disparejo [sic] y lleno de cicatrices de las peleas ya que se muerden muchos unos a otros. Para hacer un lazo uno necesita ocho pescuezos. Por lo general se trenza todo de seis hebras, excepto la parte a una brazada de la argolla, que es de ocho hebras. Esta se hace más fuerte de manera que el lazo sea más pesado en ese extremo y pueda lanzarse mejor al lacear. También esa parte del lazo tiene mayor uso con la argolla corriendo en ella, por lo que necesita ser algo más fuerte. Para el extremo donde va la argolla y en el otro que se usa para abotonarlo a la cincha, se necesitan dos pescuezo y los otros seis dan ocho. Da mucho trabajo hacer estos lazos. Primero hay que matar los ocho guanacos y sacarles el pescuezo. Después se deben pelar y sobarlos a mano, lo que lleva bastante tiempo. Después se cortan las tiras o tientos, lo que es también un largo trabajo y uno debe tener mucho cuidado en que el cuchillo no resbale, si no se puede echar a perder un pescuezo. Este se saca como una manga y uno corta en espiral de manera de obtener una larga tira de cada uno. Después de cortar la tira, cada una debe ser emparejada y los bordes exteriores, suavizados. Cuando se ha hecho todo esto ellos comienzan a trenzar. Son muy cuidadosos en esto, de manera que los tientos calcen bien en su lugar. Usan hígado de avestruz o de yegua, que primero asan, después lo golpean y lo mezclan con agua. Usan esto a medida que trenzan. Si no terminan de trenzar en un día, pone la pasta sobre todo esto. Por lo general les toma tres o cuatro días. Son muy cuidadosos en envolver bien el lazo para que no se seque cuando lo guardan, ya que el trenzado resultará desparejo.
Lazo de cuero de guanaco (?) - Patagonia - ca. 1890 Museo del Muelle Branly - Jacques Chirac
Dentro de las armas de los tehuelches, las boleadoras, usadas como armas arrojadizas tanto para la caza como para la guerra, podían ser de un solo elemento (bola perdida) o de dos o tres elementos de tamaño variable. La bola perdida –es decir, que luego no se recuperaba– se fabricaba con una piedra, preferentemente de punta aguda, forrada o sujeta con cuero. Todo el conjunto se ataba a una soga de cuero, de no más de un metro, con un botón o nudo en el otro extremo, a fin de sujetarla al momento de darle impulso. Las boleadoras de dos elementos, pequeños o grandes, se usaban generalmente para la caza de aves menores o de ñandúes, mientras que las de tres elementos estaban destinadas a animales más grandes, como el guanaco y el puma. Con la aparición de los equinos y la necesidad de capturarlos vivos y sin dañarlos, se confeccionaron boleadoras de tres elementos más livianos. Las sogas de las boleadoras, trenzadas o torzadas, podían realizarse con tendón de guanaco o ñandú, o con tiras de cuero de guanaco generalmente cortado a vueltas. El retobo de las boleadoras se realizaba con distintos cueros, siendo de mucha utilidad el garrón. Los materiales constitutivos de las boleadoras podían ser piedra, madera o metales. El metal solía usarse en fragmentos dentro de una bolsita de cuero que, posteriormente, era retobada. Durante la batalla era común el uso de capas protectoras confeccionadas con cueros de guanaco, caballo, lobo marino o vaca. Las más simples, a modo de capa suelta, eran fabricadas con un cuero; las más complejas y resistentes tenían varias capas (seis o siete, aunque hay referencias de hasta diez o doce) cortadas, superpuestas y cosidas. En algunos casos la última capa era pintada y decorada. Actualmente existen numerosos ejemplares de estas últimas en museos de América y Europa.
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Boleadoras - Patagonia - ca. 1890 Museo del Muelle Branly - Jacques Chirac
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Representación del cacique Chocorí con su capa (1833) Museo de La Plata
El testimonio del misionero jesuita Joseph Sánchez Labrador (1717-1798) nos brinda algunas pistas sobre su fabricación y uso:
La forma del coleto es como una túnica con cuello bien ajustado, y les cubre hasta la rodilla. Estos coletos en las mangas y cuello no tienen sino solo dos dobleces, o duplicado el cuero; pero en el cuerpo son los dobleces ordinariamente cuatro, que hacen como cuatro hojas, sirviendo la una de defensa y de refuerzo a la otra, y todas de una cota casi impenetrable.
En la confección de vestimentas se utilizaron diferentes tipos de cueros. En el caso del calzado, antes de la aparición del caballo, hombres y mujeres usaban una especie de botas elaboradas a partir de un segmento completo de cuero extraído de las extremidades traseras del guanaco. Posteriormente, usando la misma técnica, se fabrican con cuero de equino, aunque también encontramos varias menciones que hacen referencia al uso de cuero de vaca. Para el uso cotidiano y los meses de invierno, se realizaban sandalias y mocasines, estos últimos cubrían todo el pie y tenían el pelo hacia dentro.
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Las capas o mantos para abrigo eran generalmente cuadradas, de 1,5 m de lado, y estaban fabricadas con uno o varios cueros recortados. El manto más rústico, usado para trabajar, se confeccionaba con una sola piel de guanaco adulto, con el pelo hacia afuera y sin decoración. En el caso de las capas confeccionadas con varios cueros, estos eran parcialmente sobados y luego cosidos. Según la finalidad de la capa, los cueros podían ser de equino o de guanaco adulto, para las más sencillas, y para las más elaboradas, de guanaco nonato o neonato (entre diez y veinte), de zorrino o de nutria (aproximadamente cincuenta). Una vez obtenido el manto completo, este era sobado hasta alcanzar la maleabilidad deseada. Las capas más elaboradas se utilizaban con el pelo hacia dentro y se pintaban con diseños que respondían a pautas establecidas de composición, de gran carga
Botas de cuero de potro con espuelas - Patagonia Museo del Muelle Branly - Jacques Chirac
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Tehuelches frente a su toldo - Patagonia - 1880 Museo del Muelle Branly - Jacques Chirac
simbólica. Esta tarea que, en el caso de los mantos más complejos podía llevar varios meses, era realizada por una sola mujer o por un grupo de mujeres dirigido por una capera. Cada capa llevaba, en sus detalles y en su diseño, la marca de la capera que la realizaba. Para sujetar las prendas, tanto de hombres como de mujeres, se utilizaban cinturones de diversos tamaños fabricados en cuero, adornados con tachas de metal, bordados o con hebillas.
Las viviendas tehuelches, adaptadas a la vida nómade, invariables durante milenios, eran fabricadas con palos de madera y cueros. Para cubrir el toldo se usaban capas realizadas con varios cueros cosidos –entre treinta y cincuenta– de guanaco adulto o potro, cuyos pelos solían conservarse. Para el armado de esta capa, se recortaban los cueros hasta formar un rectángulo y se los cosía con los bordes superpuestos, ordenados en sentido horizontal (anca - cuello), paralelos al sentido longitudinal de la manta. Para dividir la vivienda y para cubrirse durante el reposo, se utilizaron cueros de equinos, los cuales eran sobados hasta volverlos completamente maleables.
Entre los elementos utilizados por los tehuelches para el esparcimiento, encontramos numerosos testimonios que dan cuenta de su afición al juego de naipes. Estos eran elaborados con cuero crudo de potro pelado, sobre el cual dibujaban figuras similares a las de los naipes españoles u otras con características propias.
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Tienda de campaña temporal argentina, llamada Toldo, que consiste en pieles de guanaco sobre un soporte de madera - Fines de siglo XIX - Carlos Bruch - Smithsonian
Muchos de los enseres usados en la vida doméstica se confeccionaban con cuero crudo. Los sacos para contener agua, sal, grasa, azúcar, yerba, tabaco, pinturas o colorantes y objetos pequeños se realizaban con cuero, ubre o vejiga de guanaco, ñandú o caballo. Los cueros podían ser doblados y cosidos o sacados “en bolsa” de animales pequeños o de extremidades de animales grandes. En el relato de Guinnard encontramos algunas referencias a la elaboración de sacos con cueros de ñandú u oveja:
Para transportar los licores suelen emplear los cueros de carneros, que saben desollar con mucha maña por el pescuezo, para hacer con ellos odres de donde no puede salir una sola gota. También se sirven de los pellejos de las piernas de avestruz, pero prefieren los de los carneros, tanto porque contienen mucho más cuanto porque resisten mejor el galope del caballo, sobre el cual los afianzan con cinchas sólidamente preparadas.
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Antes de concluir esta sección, describiremos brevemente los procedimientos seguidos por los tehuelches para la preparación y el tratamiento del cuero. El cuero crudo, sin ningún tipo de tratamiento, era utilizado en pocas oportunidades. Una vez muerto y desollado el animal –tarea que recaía exclusivamente en los hombres–, los cueros podían ser cortados en diferentes formas y tamaños. Para el proceso de secado, las pieles enteras o en segmentos grandes se estaqueaban en el piso con maderas o espinas, o se tensaban en un bastidor de tres palos. Este proceso se realizaba a la sombra, protegido de la inclemencias del tiempo (agua, helada, etc.). Durante el secado, se extraían los restos de carne y grasa, y se raspaba la superficie con un fragmento de piedra o vidrio a fin de obtener un espesor parejo. Según el uso al que estuvieran destinados, los cueros podían ser curtidos con grasas, sesos o hígado. Este último podía aplicarse crudo, cocido o mascado, solo o mezclado con grasa o con sal. Para darles ductilidad, podían ser sobados con las manos o con piedras. Eventualmente también se usaron arbustos, como el mastuerzo, para el curtido vegetal de los cueros. Durante el proceso de trenzado se solía utilizar seso o hígado cocido para mantener la humedad y la maleabilidad. En cuanto a la ornamentación, algunas vestimentas eran pintadas con una amalgama de arcilla, sangre, grasa, carbón y diversas tierras o pigmentos. Una vez finalizado todo el proceso, las piezas podían ser untadas nuevamente con grasa y/o hígado a fin de mejorar su resistencia a la humedad.
Bolsa de cuero de puma - Patagonia - ca. 1890 Museo del Muelle Branly - Jacques Chirac Lonja de cuero de guanaco - Patagonia - 1907 Museo Americano de Historia Natural, División de Antropología
Los tendones e intestinos de guanaco, ñandú o caballo, entre otros, se usaban en la confección de hilos para costuras, sujeciones o ataduras y cuerdas. Luego de ser secados, los tendones eran separados en fibras; procedimiento que generalmente se realizaba masticando los mismos (se estima que las enzimas de la saliva colaboran en la tarea). Posteriormente, se hilaban las fibras hasta obtener un hilo del tamaño deseado.
Existen numerosas referencias al uso de plumas de ñandú –más precisamente, del canuto de estas– para adornar trenzas y retejidos. Una de ellas la encontramos en Hacia allá y para acá. Una estadía entre los indios mocovíes, 1748-1767, memorias del misionero jesuita Florián Paucke (1719-1780) en las que se narra el encuentro con una población de indios en las cercanías de la ciudad de Córdoba:
El cacique Antonius que compareció completamente vestido y en un capote se me acercó y contempló el arreo y el equipaje de mi caballo; se admiró del material de montura; sin decir una palabra más se despidió de mí. Al poco tiempo hizo su segunda visita y me regaló una cincha de cuero bellamente trenzada y una rienda trenzada con dieciséis correas, entrelazadas a ciertas distancias con caños de avestruz teñidos diversamente.
Entre las pocas herramientas usadas por entonces para el trabajo en cuero, podemos mencionar los perforadores o aleznas de espinas, huesos y metal usados para coser. Las piedras duras eran utilizadas para sobar y raspar los cueros y aplanar las costuras, y las piedras arenosas o abrasivas, para rebajar y pulir el cuero y emprolijar las costuras. Como herramientas de corte, originalmente se usaron lascas de sílex; más tarde, con la llegada de los europeos y a partir del intercambio comercial sostenido con estos, se difunde el uso de cuchillos de metal.
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Mercado indio (detalle) - Emeric Essex Vidal - 1820 Ilustraciones pintorescas de Buenos Aires y Montevideo