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ENTREVISTA
ENTREVISTA HUGO ALCONADA MON UNA «PAUSA» EN UN AÑO DE VÉRTIGO
El galardonado periodista argentino Hugo Alconada Mon dialogó con referentes ineludibles de nuestro tiempo buscando responder las preguntas que la pandemia despertó en todos nosotros. El resultado de esa serie de entrevistas lo volcó en Pausa, un libro exquisito que nos llama a parar para imaginar el mundo que vendrá.
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Mauricio Rabuffetti
Especial para The Select Experience
hugo Alconada Mon fue corresponsal del diario La Nación ante la Casa Blanca. Regresó a su país en 2009 para abocarse a investigar casos de corrupción. Sus hallazgos le granjearon un prestigio indiscutido en una de las áreas más difíciles del periodismo, y premios internacionales de enorme prestigio como el Maria
Moors Cabot o el legendario Pulitzer.
De perfil bajo, este abogado que es prosecretario de redacción de La
Nación, habla lo indispensable sobre su vida y lo necesario sobre su trabajo, que le apasiona.
La pandemia de coronavirus le obligó –como a muchos– a poner un pie en el freno, y aprovechó el tiempo para acercarse a algunos escritores, filósofos, políticos, economistas o artistas a quienes por su enorme influencia en distintas áreas de la actividad humana, considera referentes ineludibles de nuestro tiempo. Con ellos charló, mano a mano. De esa serie de entrevistas publicadas por su diario y reproducidas en todo el continente nace Pausa, un libro exquisito y oportuno que obliga a parar para pensar. Y vaya si este tiempo invita a hacer un «parate» para tratar de imaginar el mundo que vendrá.
En diálogo con The Select Experience desde La Plata, Hugo Alconada Mon (46) cuenta qué aprendizajes le dejaron sus diálogos con Isabel Allende, Yuval Noah Harari, Angelina Jolie, Martin Wolf, Michelle Bachelet, Thomas Piketty o Ai WeiWei, entre muchos otros.
Las entrevistas que comenzaste este año para La Nación y que terminaron siendo el material para Pausa tienen un objetivo común: tratar de entender el cambio que impone la pandemia e imaginar el mundo que vendrá. ¿Qué
aprendiste de estas charlas? De todo. Fue como tener clases particulares con algunas de las mentes más brillantes del planeta. ¡Un lujo! Más allá de lo que cada uno me dijo, me quedaría con algo notable: la sencillez y humildad de todos ellos. No hubo uno que fuera soberbio, ni tampoco que creyera que tenía la fórmula mágica o que lo supiera. Cuánto vale cuando uno de estos genios y genias responde «No sé».
Cada personaje aporta algo en especial, pero al leer la última página queda la idea de que todos, por más famosos, poderosos o influyentes que sean, coinciden en que la humanidad habrá cambiado por la pandemia.
¿Pensás, como tus entrevistados, que hay un antes y un después
del coronavirus? Sí. Porque aunque mañana se anuncie la vacuna milagrosa y que sus responsables distribuyan gratis la fórmula para que todos los países puedan elaborarla, estaremos muy lejos de dejar atrás lo que hemos vivido. Millones perdieron seres queridos y están en duelo. Millones más tienen algún ser querido internado. Millones han perdido su trabajo. La desigualdad social aumentó. Millones de chicos y chicas abandonaron sus estudios. ¿Cuánto tiempo nos llevará revertir esos impactos, si es que alguna vez lo logramos? Bien sabemos que es muy probable que la mayoría de los chicos que abandonó la escuela tendrá un peor trabajo, con una peor paga ¡por el resto de su vida!
¿Y creés que esta crisis es una oportunidad, como dice el dicho?
Sí, así lo creo, basado en algunas de las enseñanzas e ideas y propuestas que plantearon los entrevistados. Es una oportunidad para dar un salto tecnológico para la educación, para nuestros trabajos, e incluso para agilizar las burocracias estatales. Lo que estamos viviendo nos plantea dificultades monumentales, como la mayor pobreza o el aumento del desempleo y de la desigualdad social que mencioné antes. Pero también nos abre oportunidades. Miles de comerciantes, productores y emprendedores empezaron a ofrecer sus bienes y servicios durante la cuarentena y encontraron nuevos clientes, sin importar si ellos estaban en Buenos Aires, Mendoza, Montevideo, Canelones, La Quiaca o Puerto Montt. El dilema es otro: ¿Estamos lo suficientemente atentos como para detectar las oportunidades que se nos presentan? Recuerdo un ejemplo del economista surcoreano Ha-Joong Chang, profesor de Economía en Cambridge: cuando comenzó la pandemia, Ethiopian Airlines comprendió que el servicio de transporte aéreo de pasajeros no volvería a ser el mismo por tiempo indeterminado. Se reconvirtió en transporte de cargas. Hoy da ganancias.
En la introducción de Pausa hablás de cómo la pandemia nos obligó a valorar cuestiones mínimas. ¿Te pasó a vos? ¿Qué valorás más ahora que
antes? Que paso más tiempo con mis hijos y mi esposa. Que he reducido la cantidad de horas que pasaba yendo y volviendo de mi trabajo. Y, en contraste, lo que más valoré y extrañé de lo que dejé de tener no fueron mis viajes al interior o al exterior, sino volver a darle un abrazo a mis padres y juntarme con mis amigos, asado mediante. Como planteó la escritora chilena Isabel Allende en otra de las entrevistas, esta pandemia nos ofrece una oportunidad para ajustar nuestros valores.
¿Coincidís con la apreciación de algunos de tus entrevistados que definen la situación actual como una
«distopía»? Es una postura bastante negativa y varios lo plantearon, en tanto que otros fueron bastante más optimistas. Pero si me preguntás a mí, prefiero los matices. ¿Por qué? Porque creo que dependerá de múltiples factores vinculados a la situación específica en cada país. Creo que algunas naciones han mostrado sus facetas más elogiables y otras mostraron su peor rostro. Y lo mismo pasa con las personas: algunas mostraron que son de buena madera y se destacaron por su solidaridad, su generosidad y su templanza, y otras personas aprovecharon la ocasión para las estafas, la especulación y mucho más.
Has «destapado» algunos de los más sonados escándalos de corrupción de la historia argentina y de los más recientes en el mundo. ¿Te ayudó en algo ese bagaje a la hora de hablar con figuras como Isabel Allende, Angelina Jolie, Fernando Henrique Cardoso, y tantos otros que figuran en
Pausa? Sí. Para empezar me facilitó muchísimo cómo llegar hasta ellos porque acaso conozco algunas herramientas más de búsqueda que otros… (Risas) Y también creo que me ayudó, al menos un poco, a la hora de preparar y desarrollar las entrevistas, que es uno de los ejes neurálgicos de la investigación: ¿Cómo extraer información de personas que no están necesariamente encantadas de hablar con vos?
¿Alguno de tus entrevistados te resultó
especialmente cautivante? Varios. Desde Fernando Henrique Cardoso –porque combina una cabeza privilegiada, conocimientos académicos de primer nivel mundial y la experiencia de haber sido senador, ministro, canciller y presidenta–, a Ellen Johnson Sirleaf. Es una mujer extraordinaria. Casi la matan en un golpe de Estado, se convirtió en la primera mujer electa Presidenta en elecciones democráticas en la historia de África, pacificó su país, ganó el premio Nobel de la Paz y derrotó una epidemia de ébola. En Liberia, uno de los países más pobres del mundo. En un momento, durante la entrevista, cuando comenzó a recordar aquello, ella se quebró… y yo también. Me dio una lección de vida única.
Algo muy notorio es que hablás poco en las entrevistas. Cedés el
protagonismo a tu personaje. A los lectores les importa nada lo que yo pueda decir. Lo importante es lo que estos genios y genias del mundo tienen para contar. Hay ocasiones en las que nuestra decisión más inteligente es callar y dejar que quien tiene que hablar, hable. Por supuesto que me preparo para cada entrevista, leyendo libros, entrevistas previas, charlas Ted que han dado, consultando a expertos o a personas que los conocen, para de ese modo redactar las preguntas más atinentes que puedo para cada uno y tratar de aprovechar la oportunidad de entrevistarlos. Pero luego llega el turno de cerrar la boca.
¿Cómo elegiste a tus entrevistados?
Mediante un doble abordaje. Desde lo subjetivo, busqué a las personas que leo hace años y siempre quise entrevistar: desde Fernando Savater a Thomas Piketty, entre muchos otros. ¡Tan sencillo como eso! Y desde lo objetivo, desarrollé un listado apoyado en los registros de premios Nobel y Príncipe -ahora Princesa- de Asturias, además de revisar los portales de las principales universidades del mundo -Harvard, Oxford, Yale, Sorbona, Cambridge, Princeton, LSE, Stanford, EHE-, como así también analizar las selecciones anuales de las 100 personas más valiosas del planeta que desarrollan revistas como Time o Foreign Policy, además de las sugerencias de los propios entrevistados. Así es como Yuval Noah Harari señaló a Jared Diamond, por ejemplo.
Todos parecen influyentes. Ninguno
aparenta ser poderoso. Depende qué definas por «poder». Si aludimos a la opción de ordenar un ataque nuclear, por ejemplo, no lo son. Pero si aludimos a «poder» como capacidad de influencia, creo que muchos de estos entrevistados pueden hacer temblar la estantería con un simple tuit.
La serie de entrevistas para La Nación es muy larga y continúa al día de hoy. Muchas notas quedaron fuera de Pausa. ¿Cómo fue el proceso de selección de las charlas a incluir en el libro?
La serie completa que se publica en el diario La Nación ya supera
Foto: Fernando Massobrio, fotógrafo de La Nación
las 70 entrevistas, pero para el libro seleccioné solo 25 por varios factores: primero, aquellas de las que más «material» me quedó afuera del diario por simples razones de espacio. Hay algunas en las que había quedado fuera la mitad de la conversación. Segundo, que hubiera diversidad de hombres y mujeres, especialidades -escritores, filósofos, economistas, ambientalistas, psicólogos, artistas, biólogos, laboralistas, sociólogos, humanistas y hasta un especialista en deportes-. Y tercero, que no se superpusieran.
Argentina es un país especialmente golpeado por la pandemia.¿Qué le dejó a Argentina este golpe? Un carrusel de emociones. Frustración, hartazgo, cansancio… Y un desafío económico, laboral, social y educativo preocupante. Pero tampoco quiero ser injusto con el gobierno argentino. Porque tomó la decisión, de buena fe, cuando poco y nada sabíamos con certeza sobre cómo se contagiaba el Covid-19. Nuestras características nacionales son muy distintas de las que registran otros países como Uruguay, con el que no podemos compararnos, y la cuarentena le permitió prepararse mejor al sistema sanitario, al menos durante las primeras semanas, después ya se tornó otra historia. Martha Nussbaum dijo que esta crisis es una oportunidad para aprender sobre las realidades que viven otros seres humanos. ¿Sentís que aprendimos algo colectivamente? Otra vez, depende. Creo que aquellos más abiertos a las realidades a su alrededor mostraron lo mejor de sí. Otros, todo lo contrario. Sí espero, como dicen varios de los entrevistados, que esta pandemia nos sirva de «despertador» para revertir el cambio climático, para apoyar más y mejor la investigación científica, y para desarrollar redes multiltaterales que realmente funcionen, porque tanto el G7 como el G20 resultaron patéticamente inútiles. Mucha foto de los líderes, cero resultados.
Hubo algunas decisiones que fueron alentadoras. El FMI y el Banco Mundial pidieron aliviar la deuda de los países más pobres, algo que Jeffrey Sachs, autor de El fin de la pobreza, mencionó como necesario en la entrevista que incluiste en tu libro. ¿Tenés la impresión de que fue suficiente, o al menos de que hay una tendencia positiva, un cambio de dirección que nos haga imaginar algo más de solidaridad globalizada? ¡Noooooo! ¡Falta muchísimo más!
Mencionás a Sachs y yo te sumo a Muhammad Yunus, quien plantea la necesidad de desarrollar otra economía, más sustentable. Sí, suena a cuento de princesas, lo sé. Pero ya hemos visto los resultados del sistema actual. En términos sencillos: nos la pusimos de sombrero. Y algo más: si en algo concuerda la mayoría es que esta es la peor crisis económica desde el final de la Segunda Guerra Mundial, desde el crack financiero de 1929 o, incluso, desde la última gran crisis del siglo XIX. Y no solo eso, sino que este baile recién comienza y podría tomarnos años revertirlo. Por lo tanto, si estos genios tienen razón -y ojalá que no sea así y se equivoquen-, hará falta muchísima solidaridad, inventiva, talento, compromiso, templanza y resiliencia durante mucho tiempo.
Con tu entrevista a Thomas Piketty, el economista francés autor de El capitalismo del siglo XXI, el lector ingresa en una enorme dualidad: él plantea una suerte de «deber ser» con el que es fácil estar de acuerdo pero –repito tus propias palabras– a veces parece que «alude a un mundo alternativo o de ciencia ficción». ¿Por qué? Acaso se deba, Mauricio, a que ambos somos periodistas. Ambos llevamos muchos años ya, lidiando con grandes, pomposos y encantadores anuncios que, 30 segundos después de terminado el acto, ya todos saben que quedarán en la nada. A medida que me voy poniendo viejo creo más en los cambios graduales, en avanzar paso a paso, con acciones concretas, como fue el Acuerdo de París contra el cambio climático, o como el «banco de los pobres», de Yunus. ¿Suena conservador lo mío? Creo que resulta todo lo contrario.
Una de las entrevistas que más me gusta de Pausa es la que mantuviste con el economista turco Daron Acemoglu, autor de Por qué fracasan los países. Él pide «empoderar a los Estados» y al mismo tiempo «controlarlos y contenerlos». ¿Tenés la impresión de que hubo un avance de los Estados sobre las libertades individuales en esta pandemia? ¿Temés derivas autoritarias? La ex presidenta de Chile y actual Alta Comisionada de la ONU para los Derechos Humanos lanzó una advertencia sobre esto cuando habló contigo. Tal cual. Tanto Acemoglu como Bachelet avanzaron por esa senda, al igual que otros, como Delia Ferreira Rubio, que alude a los riesgos de una «appdemia»; es decir, una epidemia de aplicaciones gubernamentales para nuestros teléfonos que ayudan a lidiar con la pandemia pero que al mismo tiempo abren la puerta de nuestra intimidad a los Estados. Ese es un riesgo: que ahora estemos dispuestos a ceder derechos, garantías y libertades por el riesgo que corremos y el miedo entendible que sentimos, pero que luego nos resulte muy, muy, muy difícil revertir la situación.
«ES UNA OPORTUNIDAD PARA DAR UN SALTO TECNOLÓGICO PARA LA EDUCACIÓN, PARA NUESTROS TRABAJOS, E INCLUSO PARA AGILIZAR LAS BUROCRACIAS ESTATALES. LO QUE ESTAMOS VIVIENDO NOS PLANTEA DIFICULTADES MONUMENTALES (…) PERO TAMBIÉN NOS ABRE OPORTUNIDADES»
El libro del periodista Hugo Alconada Mon es un aporte a la reflexión en un tiempo de incertidumbre. Su autor hace una búsqueda de respuestas a algunas de las muchas preguntas que la pandemia de coronavirus disparó entre los seres humanos, desde una perspectiva honesta: su propia curiosidad. El lector podrá asomarse a una panoplia de temas que
Sos uno de los periodistas más prestigiosos de habla hispana, un referente en materia de investigación de corrupción. ¿Pensás seguir investigando o estas entrevistas abrieron una puerta a una nueva etapa de tu carrera?
Gracias por esas palabras. Teniendo el ego alto como todo argentino, que un uruguayo me diga eso...(risas). Ahora, hablando en serio, me gusta usar, digamos, distintos «músculos» del oficio periodístico. Me atrae investigar, pero también cambiar de registro y desarrollar esta serie de entrevistas. Y también escribir largas crónicas y reportajes. Esa es una de las facetas más bonitas de nuestro oficio: tenés poco margen para la rutina y el aburrimiento.
Recuerdo una entrevista que te hizo Fantino en Animales sueltos que fue muy comentada. Dijiste que vivís en una suerte de «frasco». Pero quien escuchó eso y ahora lee Pausa, piensa que en algún momento
saliste, te asomaste. (Risas) Lo que quise decir con aquella frase fue que trato de aislarme de los elogios y de las críticas y seguir con mi trabajo. Investigué todos los gobiernos desde Carlos Menem en adelante. A ninguno le caí simpático. Varios intentaron que me echaran, me espiaron o me enviaron mensajes amenazantes, además de la catarata de ataques e insultos que recibo por redes sociales. Pero si reacciono a eso, el error es mío. Dicho eso, sin embargo, he vivido en tres países, fui corresponsal en Washington, doy
¿Por qué leer Pausa?
clases por toda América Latina e crecen en interés a medida que se recorren las páginas de un texto que tiene el enorme mérito de la coherencia: aun en la diversidad de opiniones y sensaciones, Pausa funciona como una unidad, producto de una acertada selección y organización de las entrevistas. Es un libro entretenido, actual y oportuno, que seguramente se prestará para revisitar en algunos años. integré los equipos que revelaron Wikileaks, Panama Papers y FincenFiles. Si se quiere, ahora mostré una arista que ya estaba allí desde hacía casi dos décadas, pero que no solía mostrar.
Voy a cerrar con una pregunta que te resultará familiar. Se la hiciste a cada entrevistado: ¿Qué libros, películas, series de televisión o música les recomendarías leer, mirar o escuchar para «aprovechar» este tiempo a los lectores de esta entrevista? ¿Qué hacés en tu tiempo libre?
¡Qué buena pregunta! (Risas) Te responderé abrevando de las entrevistas. En no ficción, disfruté mucho leyendo a Daron Acemoglu, Jared Diamond, Ha Joong Chang, Yuval Noah Harari. En ficción, ni Leonardo Padura, ni Isabel Allende, necesitan presentación. Luego, Martin Wolf recomendó La montaña mágica, de Thomas Mann, que leí y disfruté. También la pasé genial viendo la serie Peaky Blinders. ¡Es buenísima! Y en mis tiempos libres, en particular mientras rigió la cuarentena, aproveché para hacer muchos asados familiares, que a su vez me permitieron escuchar la música que disfrutan mis hijos. Detesto el trap; en cambio Post Malone es extraordinario, al igual que Arcade Fire, Imagine Dragons, y los rioplatenses Las Pelotas y NTVG.
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Que la noche nos hable
Las noches –me contestó rápido y sin dudarlo–. Las noches eran la síntesis de la tragedia. Todo estaba allí. Los llantos apagados de los soldados, los gritos de dolor de los heridos, las voces de los enemigos en la trinchera contraria, ahí nomás, cerca; algún tiro de francotirador, y si había, bengalas, el aquelarre de un ataque a matar o morir. Sin embargo las noches eran también, algunas veces, un momento de paz, aunque no lo creas. Supongo que lo mismo pasaría en el campo contrario, nos dábamos un momento de paz en aquella locura. Paz para qué, me preguntarás, pues para cosas simples: mirar el cielo estrellado, cantar las canciones de nuestros pueblos, contarnos historias y reírnos de pa-vadas. Pero lo más lindo eran los instantes de silencio, cuando nadie hablaba y todo el batallón metido en ese pozo inmundo que eran las trincheras se quedaba callado, solo las brasas de los cigarros que se encendían con cada pitada iluminaban el lugar. Ahí teníamos un instante de paz, un goce único en un momento extremo, nada nos importaba, todos íbamos a morir. Las estrellas, la noche, el compañero de al lado, el cigarro en nuestras manos, la medallita milagrosa, una foto, la biblia, un pañuelo de la novia, una carta de la madre, un recuerdo; todo era único, final, libre, mágico. Cuanto te vas a morir todo pierde valor, o todo lo adquiere, depende. Nosotros estábamos sueltos en ese universo loco, como cuerpos que caen al vacío, no había nada que hacer, nada dependía de nosotros. Lo único que nos quedaba era lo que te dije, disfrutar la noche, el silencio, las estrellas, una pavada, pero nos confortaba eso. Mis mejores amigos habían muerto en el correr de la guerra, de mi pueblo no quedaba nadie, sólo yo, no me imaginaba volviendo, creí que moriría allí, que aquello no tendría fin. Ni siquiera el recuerdo de Herminia me alentaba, la veía tan lejana, quizás hasta se había casado, era una locura pensar que me esperaría. El amor era algo imposible en un lugar donde éramos animales y sobrevivía el más fuerte. Por eso nos quedaba la noche, para gozarla como a una novia linda. Para darle el tiempo y sentirla en la carne, para dejar que bajara sobre nuestros cuerpos, que inundara las almas, que llenara nuestras miradas, que iluminara el aire. Un cigarro y la noche, nada más hacia falta allí. En pocas horas todo despertaba, el silbido matinal, las órdenes, los elegidos para el reconocimiento, los sancionados, las prácticas, y lo peor, cuando algún oficial nos daba la orden de avanzar a una muerte segura. Por eso hijo, dame de nuevo una de esas noches, dame de nuevo ese encuentro con el final, con los extremos, con la nada, con dios.
El viejo se acomodó en la butaca, estiró su mano hacia una caja de cigarros, agarró uno, lo prendió con lentitud, soltó el humo al aire.
Ví su mano temblorosa, las venas expuestas, su mirada perdida. La vida le pasaba por sus ojos llorosos y quedó callado.
Salí al patio de casa, me recosté en el Ibirapitá que estaba a la entrada, contemplé el campo llano que se extendía frente a mí, los árboles, ese olor único a tierra, el rocío que empieza a caer, algún pájaro.