Semana de las Letras 2012, Rabat

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Lunes, 7 de mayo de 2012

Lo propio y lo ajeno Abdellatif LaÄ bi Gustavo MartĂ­n Garzo Cristina Rivera-Garza Domingo Villar

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bdellatif Laabi (Fez, 1942). Sus vivencias son la fuente de su prolífica y plural obra: poesía, novela, teatro, ensayo… Atraído por el cruce de culturas, por los espacios intermedios, es un humanista

luchador lleno de humor y ternura. Su oposición intelectual al régimen le supuso ingresar en la cárcel, y estuvo preso durante ocho años. Liberado en 1980, se exilió en Francia en 1985, donde reside a las afueras de París. Visita con frecuencia Marruecos y los países árabes, además de Europa, ya que está presente en las citas más importantes del mundo literario. En 2009, obtuvo el Premio Goncourt de Poesía y, en 2011, el Grand Prix de la Francophonie, de la Academia francesa. Entre sus obras publicadas en distintas editoriales, destacan L’œil et la nuit (2003), Le chemin des ordalies (2003), Chroniques de la citadelle d’exil (2005), Les rides du lion (2007), Le livre imprévu (2010), Le soleil se meurt (1992), L’étreinte du monde (1993), Le spleen de Casablanca (1996), Les fruits du corps (2003), Tribulations d’un rêveur attitré (2008), Œuvre poétique I et II (2006 y 2010 respectivamente), y Le fond de la jarre (2002; publicado en la colección Folio en 2010).

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bdellatif Laabi (Fez, 1942). Ses expériences sont la source de son œuvre prolifique et diversifiée: poésie, romans, pièces de théâtre, essais internautes. Attiré par la traversée des cultures, les lacunes, il

est un combattant humaniste plein d'humour et de tendresse. Son opposition intellectuelle au régime lui a coûté la prison pour huit ans. Sorti en 1980, a été exilé en France en 1985 où il a résidé dans la banlieue de à Paris. Il visite fréquemment le Maroc et les pays arabes, en plus de l'Europe, étant sollicité pour les événements les plus importants du monde littéraire. En 2009, il a remporté le Prix Goncourt de la poésie et en 2011 le Grand Prix de la francophonie de l'Académie française.

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Parmi ses œuvres publiées dans divers éditoriaux comprennent: L'oeil et la nuit (2003), Le chemin des ordalies des (2003), la Citadelle Chroniques d'exil (2005), Les manèges du Lion (2007), Le livre Imprévu (2010), Le soleil se meurt (1992), l'étreinte du monde (1993), Le Spleen de Casablanca (1996), Les fruits du corps (2003), Tribulations d'un rêveur non Attitré (2008), Œuvre poétique I et II (2006, 2010), et Le friands de Jarre (2002; collection Folio 2010).

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El círculo de los árabes desaparecidos… y encontrados Les habla la Voz de los árabes libres. La voz de aquellos y aquellas que han decidido romper la ley del silencio, combatir la mentira, devolver su voz a quienes la perdieron, hacer que se oiga el grito de los martirizados, rechazar las cadenas de la sumisión, denunciar las grandes y pequeñas infamias, desnudar los mecanismos de la corrupción y el pillaje, levantar el velo que cae sobre las miserias materiales y morales… Rebelarse, en fin, contra la fatalidad, y liberar la corriente de la esperanza. Estamos emitiendo desde alguna parte, desde un lugar inconcebible para la corta imaginación de los tiranos. Desierto primordial donde fuera concebida la palabra rebelde, donde el árbol de la memoria nació, echó raíces en la tierra sedienta de justicia y desplegó su frondosidad para acoger la asamblea de los buscadores de verdad, con los labios agrietados por los enigmas. Les habla la Voz de los árabes libres. Hombres y mujeres que rechazan el uniforme simiesco, la posición de firmes, el himno vengador, los ruidos de botas, las alambradas de la patria, la estulticia de los consensos, la peste del orgullo, la cárcel de la lengua única, de la religión única, el folclore que debilita signos diferenciadores: sombreros, pañuelos, barbas, medallones, rosarios, amuletos y toda la quincalla y baratijas que ha servido desde hace siglos para estafar a pueblos inocentes. Tantas mortajas preparadas para nosotros desde la cuna que desgarramos y tiramos a la cara repugnante de los molochs que han querido enterrarnos vivos. Porque vivos estamos, y amamos la vida por encima de lo soportable. Nosotros: los que deseamos, los que languidecemos, los achicharrados por dentro, los locos de amor; nosotros perseguimos la vida por sus huellas, por el olor, incluso por su leve ruido. Mendigamos a su puerta

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sin perder un ápice de nuestra dignidad. ¡Qué festín, las migajas que se digna arrojarnos! Les habla la Voz de los árabes libres. Hermanos y hermanas siameses de todos los humanos libres. Como ellos, candidatos a que nos desraícen y nos exilien. Primero por dentro, cuando nos repugna aullar con los lobos, aplaudir con la bofetada, doblar el espinazo con los criados. Cuando la identidad se reduce a un lugar de nacimiento, a un nombre, a una creencia. Cuando la diferencia excluye y estigmatiza. Cuando el margen extremo se convierte en el único lugar habitable y te condena al ciego tiovivo de la desgracia. A continuación por fuera. ¡Ay, los minados caminos del exilio! Y al término del éxodo, la tierra prometida que se hunde inmediatamente bajo tus pies. Aparecen las fisuras. Nunca estarás del todo aquí, ni del todo allí. Pero, poco a poco, te buscas una justificación. Difícil reeducación. Moras en el refugio flotante de lo provisional. Y sobre todo descubres que no estás solo. En lo sucesivo formas parte de un pueblo mutante, de una tribu fraternal eximida del precio de la sangre, que se ríe de las fronteras, prendada de preguntas, embrujada por el infinito — no el geográfico de los horizontes, sino el humano, colmado de carne y espíritu y que no se puede sondear sino con los ojos del corazón—. Les habla la Voz de los árabes libres. Les hablamos desde algún sitio, y tenemos las horas contadas. Porque, a qué negarlo, formamos parte de una especie en peligro de extinción. El aire se enrarece a nuestro alrededor; así de generalizada está la contaminación, y la peor para nosotros es la del lenguaje. Qué de pájaros cubiertos de chapapote tratan penosamente de batir sus alas en nuestras gargantas; cuántas rosas sitiadas por la inmundicia que ya no se deciden a liberar su perfume;

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cuántas palabras nobles y sinceras son arrastradas por el lodo, prostituidas y vendidas a subasta en vallas publicitarias. Nos sublevamos contra esa afasia programada cuyo burdo propósito es acondicionar las conciencias antes de su ajusticiamiento. Del mismo modo, nuestro mensaje —si es que hay alguno— se resume en una única palabra: ¡resistencia! Sí, los peligros aumentan, inclusive en «la casa espiritual». Apelamos a la pujanza de lo humano en el hombre: se trata de reconquistar en el núcleo tenebroso de la identidad humana esa parcela luminosa que no pocos mensajeros se han esforzado en revelarnos, y de la que nuestros predecesores más inspirados lograron hacer buen uso, erigiendo raras Andalucías que hoy en día ya sólo atraen a cíclopes de gatillo fácil, consumidores desenfrenados de lo fugaz y de la nada. Les habla la Voz de los árabes libres. Por motivos éticos emitimos por la noche, mejor que de día. Queremos honrar nuestro juramento de centinelas de la condición humana. Mantener para ello los ojos bien abiertos y nuestras facultades alerta, cultivar el insomnio, alimentar el fuego sagrado, los pastizales del sueño, el don de la visión, y afilar con empeño la hoja de la palabra para recibir a la hora indicada sus inspiradas olas, sus tambores de llamada a la insumisión, sus violines y flautas que endurecen los pezones, sus laúdes que desgranan el turbador latido de las crisálidas al borde del impulso vital. Cada noche emitiremos hasta el alba. A diferencia de los altavoces del aporreamiento sonoro, intercalaremos en nuestros programas lagunas de silencio; pues la única palabra verdadera es la fecundada por el silencio consentido. Espacio y tiempo del retorno a uno mismo, del examen, de la duda, de las pequeñas luces y de la iluminación, del aliento evanescente de la gracia.

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Ya está. La mano del alba pronto borrará el inspirado tablero de la noche. Es hora de que los descendientes de Sherezade se retiren de puntillas. Y mañana habrá que empezar de nuevo, pues la espada oscilará otra vez sobre nuestras cabezas. ¿Hasta cuándo? Créteil, 5 de agosto de 2001 Traducción de Regina López Muñoz

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Le cercle des Arabes disparus… et retrouvés

Ici la Voix des Arabes libres. La voix de ceux, celles qui ont décidé de briser la loi du silence, combattre le mensonge, redonner la voix aux sans-voix, faire entendre le cri des suppliciés, rejeter les chaînes de la soumission, dénoncer les grandes et petites lâchetés, mettre à nu les mécanismes de la corruption et du pillage, lever le voile sur les misères matérielles et morales, bref, s'insurger contre la fatalité et libérer le cours de l'espoir. Nous émettons de quelque part. D'un lieu inconcevable pour l'imagination courte des tyrans. Désert primordial où la parole rebelle fut conçue, où l'arbre de la mémoire surgit, plongea ses racines dans la terre assoiffée de justice, déploya sa frondaison pour accueillir la palabre des chercheurs de vérité aux lèvres gercées d'énigmes. Ici la Voix des Arabes libres. Hommes et femmes refusant l'uniforme simiesque, le garde-à-vous, l'hymne vengeur, les bruits de bottes, les barbelés de la patrie, la bêtise des consensus, la peste de l'orgueil, la prison de l'unique langue, de la religion unique, le folklore débilitant des signes distinctifs : couvre-chef, fichus, barbes, médaillons, chapelets, amulettes et toute la quincaillerie-bimbeloterie ayant servi depuis belle lurette à berner les peuples innocents. Autant de linceuls prévus pour nous dès le berceau que nous lacérons et jetons à la face hideuse des molochs qui ont voulu nous enterrer vivants. Car vivants, nous le sommes, et nous aimons la vie au-delà du supportable. Nous les désirants, les languissants, les brûlés de l'intérieur, les fous d'amour, nous suivons la vie à la trace, à l'odeur, et même à la rumeur. Nous

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mendions à sa porte sans rien perdre de notre dignité. Ah ! quel festin, les miettes qu'elle daigne nous jeter ! Ici la Voix des Arabes libres. Frères et sœurs siamois de tous les humains libres. Comme eux candidats à l'arrachement et aux exils. L'intérieur d'abord, quand on répugne à hurler avec les loups, applaudir avec la claque, courber l'échine avec les larbins. Quand l'identité s'arrête à un lieu de naissance, un nom, une croyance. Quand la différence exclut et stigmatise. Quand la marge extrême devient l'unique lieu vivable et vous condamne au carrousel aveugle du malheur. L'extérieur ensuite. O les chemins minés de l'exil ! Et au terme de l'exode, la terre promise qui se dérobe immédiatement sous vos pieds. La fêlure qui s'installe. Vous ne serez jamais vraiment ici, ni vraiment là-bas. Mais, peu à peu, vous vous faites une raison. Dur réapprentissage. Vous habitez l'abri flottant du provisoire. Et surtout vous découvrez que vous n'êtes pas seuls. Vous faites partie dorénavant d'un peuple mutant, d'une tribu fraternelle exemptée du prix du sang, se riant des frontières, éprise de questions, hantée par l'infini, non celui géographique des horizons, mais l'humain pétri de chair et d'esprit, et que l'on ne peut scruter qu'avec l'œil du cœur. Ici la Voix des Arabes libres. Nous vous parlons de quelque part, et le temps nous est compté. Car, n'hésitons pas à le dire, nous faisons partie d'une espèce menacée de disparition. L'air se raréfie autour de nous tant la pollution est généralisée, la pire pour nous étant celle du langage. Que d'oiseaux mazoutés peinent à remuer leurs ailes dans nos gorges. Que de roses assiégées par les immondices n'ont plus à cœur de libérer leur parfum. Que de mots nobles et sincères sont traînés dans la boue, prostitués et vendus à la criée sur les panneaux de réclame.

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Nous nous insurgeons contre cette aphasie programmée dont le dessein, cousu de fil blanc, est le conditionnement des consciences avant leur mise à mort. Aussi notre message, s'il doit y en avoir un, se résume-t-il en un seul mot : résistance ! Oui, les périls montent, y compris dans « la maison de l'âme ». Nous en appelons au sursaut de l'humain en l'homme. Il s'agit de reconquérir, dans le noyau enténébré de l'identité humaine, cette part lumineuse que bien des messagers se sont évertués à nous révéler et dont il est arrivé à nos prédécesseurs les mieux inspirés de faire bon usage, érigeant ainsi de rares Andalousies qui n'attirent plus de nos jours que des cyclopes à la gâchette facile, consommateurs effrénés du fugace et du rien. Ici la Voix des Arabes libres. Pour des raisons d'éthique, nous émettons de nuit plutôt que de jour. Nous voulons honorer notre serment de veilleurs de la condition humaine. Garder pour cela les yeux ouverts, les facultés aux aguets, cultiver l'insomnie, entretenir le feu sacré, les pâturages du rêve, le don de la vision, sans cesse affûter le tranchant de la parole pour accueillir à l'heure dite ses vagues inspirées, ses tambours de rappel à l'insoumission, ses violons et ses flûtes faisant se dresser les mamelons, ses luths égrenant la trouble chamade des chrysalides au bord de l'élan vital. Chaque nuit, nous émettrons jusqu'à l'aube. Contrairement aux hautparleurs du matraquage sonore, nous entrecouperons nos programmes de plages de silence. Car il n'est de parole vraie que celle fécondée par le silence consenti. Espace et temps du retour sur soi, de l'examen, du doute, des petites lumières et de l'illumination, du souffle évanescent de la grâce. Voici donc. La main de l'aube va bientôt effacer la planche inspirée de la nuit. C'est le moment pour les descendants de Shéhérazade de se retirer sur la

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pointe des pieds. Et demain, il faudra recommencer. Car le glaive sera de nouveau suspendu sur nos têtes. Jusqu'à quand ?

Créteil, 5 août 2001

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ustavo Martín Garzo nació en Valladolid en 1948. De la extensa lista de títulos que ha publicado cabe destacar El lenguaje de las fuentes, que obtuvo el Premio Nacional de Narrativa en 1994, Marea oculta,

Premio Miguel Delibes en 1995, La princesa manca, La vida nueva, El pequeño heredero, Las historias de Marta y Fernando, Premio Nadal 1990, La soñadora (2002) y Los amores imprudentes, que se publicó en 2004. Ese mismo año el autor fue galardonado con el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por Tres cuentos de hadas. Ha obtenido importantes premios periodísticos y colabora regularmente en el periódico El País; obtuvo, además, el Premio Mario Vargas Llosa de relatos. En 2006 publicó su novela Mi querida Eva, que obtuvo el Premio Mandarache de jóvenes lectores, y un año después El cuarto de al lado, un cuaderno de notas sobre vida y literatura. El jardín dorado, uno de sus libros más personales, se publicó en 2008, año en que recibió el Premio de las Letras de Castilla y León por el conjunto de su obra. Tras La carta cerrada (2009) y Tan cerca del aire (2010), que ganó el Premio Torrevieja de Novela, ha publicado su última novela Y que se duerma el mar (2012).

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ustavo Martín Garzo est né en Espagne, à Valladolid, en 1948. De la longue liste des œuvres qu’il a publiées, il convient de distinguer, notamment, El lenguaje de las fuentes (Barcelone, Editorial Lumen,

1993), prix national de littérature narrative (1994) ; Marea occulta (Barcelone, Editorial Lumen, 1993), prix Miguel Delibes (1995) ; La princesa manca (Madrid, Ave del Paraíso Ediciones, 1995), La vida nueva (Barcelone, Editorial Lumen, 1996) et El pequeño heredero (Barcelone, Editorial Lumen, 1997). Mais aussi Las historias de Marta y Fernando (Barcelone, Ediciones Destino, 1999), prix Nadal (1999), La soñadora (Barcelone, Areté, 2001) et Los amores imprudentes (Barcelone, Areté, 2004). En 2004, l’auteur remporte le prix national de littérature jeunesse

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avec Tres cuentos de hadas (Madrid, Ediciones Siruela, 2003). Gustavo Martín Garzo s’est vu attribuer d’importants prix journalistiques. Il collabore régulièrement avec le quotidien El País ; il a en outre obtenu le prix Mario Vargas Llosa en 2010. En 2006, il publie son roman Mi querida Eva (Barcelone, Editorial Lumen), salué par le prix Mandarache des jeunes lecteurs, et, un an plus tard, El cuarto de al lado (Barcelone, Editorial Lumen, 2007), un cahier d’écriture sur la vie et la littérature. L’un de ses livres les plus personnels, El jardín dorado (Barcelone, Editorial Lumen), a été publié en 2008, année où il s’est vu remettre le prix Castilla y León des lettres pour l’ensemble de son œuvre. Après La carta cerrada (Barcelone, Editorial Lumen, 2009), et Tan cerca del aire (Plaza & Janés - Espagne, 2010), qui a remporté le IXe prix Ciudad de Torrevieja, paraît son dernier roman, Y que se duerma el mar (Barcelone, Editorial Lumen, 2012). En France, on peut lire les romans jeunesse Le petit héritier (Paris, Flammarion, 2002), dans la traduction de Gabriel Iaculli ; La rêveuse, également traduit par Gabriel Iaculli (Paris, Flammarion, 2007), ainsi que l’histoire illustrée pour enfants, Le bébé et l’agneau (Paris, Éditions Syros, 2008), traduit par Anne Calmels. Enfin, à paraître cette année, chez Seuil Jeunesse, Un cadeau du Ciel.

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¿Todo está en los libros?

«Leo con el apetito de una muchacha que piensa que va a encontrar al Príncipe Encantador en los libros», escribió Isak Dinesen. La literatura nos permite vivir con más intensidad nuestra propia vida y tener aventuras que estén a la altura de nuestros anhelos y sueños. El lenguaje poético, según la gran escritora danesa, debe responder al sentimiento del placer pero también del deber. Amar algo es apropiarse de su vitalidad, como hace el cazador con las piezas que cobra, pero también hacerse responsable de ello. Algo, en suma, muy cercano a la experiencia amorosa. «Una entrega encantada», así definió Ortega el amor. Es lo que nos pasa cuando leemos un libro que nos gusta. Accedemos gracias a él a un lugar nuevo, un lugar de hechizo que tal vez no podamos abandonar. Buscamos como los vampiros nutrirnos de una sangre que no nos pertenece para fortalecer con ella nuestra propia vida. Que los libros tienen el poder de cambiarnos, es algo que me parece fuera de toda discusión. No son obviamente todos, pero hay algunos que tienen sin duda ese incomparable poder. ¿Todo está en los libros? De alguna forma sí, porque los libros proceden de la vida. Edith Wharton, en su prólogo a Historias de fantasmas, se permite dar un consejo a los jóvenes aprendices de escritores: «Si quieres escribir una historia de fantasmas debes sentir miedo al hacerlo». Es lógico que les diga esto, pues si no conocieran el miedo ¿cómo podrían transmitírselo al lector? El escritor necesita haber vivido para lograr que su experiencia pase a sus lectores a través de la escritura, pero esto no quiere decir que leer sea lo mismo que vivir. Los libros nos ofrecen imágenes y palabras que tal vez ayudaron a vivir a otros hombres, y que pueden ayudarnos a nosotros, pero no se confunden con la vida ni pueden sustituirla. La literatura es como un gran almacén. Se guardan en él todas las emociones humanas, nuestros sueños y nuestras preguntas, y leer es entrar en

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ese almacén y tomar lo que necesitamos. El lector devuelve a la vida, a través de lectura, lo que el escritor tomó de ella para escribir sus libros, con lo que el círculo se cierra. Bernhard Schlink ha escrito una novela, sobre la que acaba de hacerse una película, que es una delicada metáfora de todo esto. Se titula El lector y en ella un adolescente conoce a una mujer que le dobla la edad y con la que inicia una apasionada relación. En las pausas de sus encuentros sexuales, ella le pide que le lea los libros que estudia en la escuela. El muchacho lo hace, y las palabras de esos libros regresan a la vida en forma de caricias y encendidos besos. Y el muchacho quedará marcado para siempre por esa turbadora mezcla. Las bibliotecas son como la cueva de Alí Babá, y la historia de la literatura es la historia de cómo se ha ido formando ese botín inagotable y secreto. Leer es aprender a pronunciar las palabras que abren las piedras y rescatar ese botín del olvido. Las palabras de la poesía tienen esa maravillosa cualidad y participan a la vez del mundo real y el de los sueños. La poesía nos lleva a los lugares soñados donde yacen los tesoros, pero a la vez nos permite regresar de ellos con las bolsas repletas. ¿Para que serviría un tesoro si no se pudiera robar? Un tesoro no es nada sin un lugar real donde ser ofrecido o repartido. Y ese lugar real es la vida de todos los lectores del mundo. Jorge Luis Borges agradece en El poema de los dones la diversidad de las criaturas que forman este singular universo. Da gracias por el rostro de Elena y la perseverancia de Ulises; por el amor, que nos deja ver a los otros como los ve la divinidad; por las místicas monedas de Ángel Silesio; por el último día de Sócrates; por aquel sueño del Islam que abarcó mil y una noches; por Swedenborg, que conversaba con los ángeles en las calles de Londres; por las rayas del tigre; por el lenguaje que puede simular la sabiduría; por el sueño y la muerte... Todos esos dones componen un único libro, un libro inagotable, en que vida y lenguaje se confunden. Los libros están hechos de palabras, pero nuestra vida también. Ser hombre es vivir en el lenguaje, recibir esos dones que,

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en gran parte, se confunden con las palabras. Stéphane Mallarmé dijo que el mundo se creó para culminar en un hermoso libro, y vivimos tratando que nuestra vida se transforme en una historia que merezca la pena escuchar. Cuando voy a dar charlas a los institutos de enseñanza media siempre digo a chicos y chicas que por mucho que se empeñen no pueden escapar a la literatura. No importa que no lean, que no abran un libro jamás, pues la literatura, la poesía, forma parte de ellos. Es más, tiene que ver con las experiencias más decisivas de sus propias vidas, con esos momentos de epifanía y gozo que todos anhelan tener. Por ejemplo, el amor es una experiencia así. Transcurre en el mundo, es una experiencia que pertenece al campo de lo real, pero a la vez es una experiencia poética. Los momentos más intensos de nuestra vida tienen una naturaleza doble: suceden a la vez en el mundo real y en el de los sueños. La única manera de escapar a la literatura, sigo diciéndoles a mis jóvenes interlocutores, es dejar de vivir o tener una vida vulgar, cosa que ninguno de ellos obviamente desea. Por eso les animo a leer, porque la vida sólo merece la pena cuando está hecha de la misma materia con que se hacen los buenos libros. ¿Y qué nos dicen esos libros? Algo muy simple: que podemos traernos cosas de los sueños. Coleridge tiene un poema en que un poeta sueña con un jardín fabuloso donde todo es perfecto. Paseando por sus senderos, ve un hermoso rosal y toma distraído una de sus rosas. Pero algo pasa y se descubre, de golpe, acostado en el cuarto inmundo de una pensión. Comprende decepcionado que ese jardín solo ha existido en su fantasía y, cuando trata de volver a dormirse, ve sobre la mesilla la rosa que acaba de cortar. Puede que el jardín fuera un sueño, pero se ha traído de él una flor. ¿Es posible esto? La literatura nos dice que sí. El poema es la prueba. Coleridge no se limita a soñar con un lugar maravilloso, sino que escribe un poema que podemos leer. Ese

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poema es la rosa, una rosa de palabras. Leerlo es pasear por el jardín encantado, aspirar sus aromas desconocidos, llevar en las manos la rosa soñada. No leemos porque queramos escapar del mundo, ni para sustituirle por otro hecho a la medida de nuestros deseos, sino para ser reales. Tal es la razón última de todos los libros que existen. «¡Quiero ser real!», es lo que exclaman todos los lectores del mundo cuando abren un nuevo libro. Y, paradójicamente, ese deseo es su sueño más desatinado y hermoso.

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Tout est dans les livres ? « Je lis avec l’avidité d’une jeune fille qui pense que c’est dans les livres qu’elle va rencontrer le Prince Charmant »1, a écrit Isak Dinesen2. La littérature nous permet de vivre plus intensément notre propre vie, et des aventures qui soient à la hauteur de nos attentes et de nos rêves. Le langage poétique, nous dit ce grand écrivain danois, doit être l’expression d’un plaisir, mais aussi d’un devoir. Aimer quelque chose, c’est s’approprier sa vitalité - comme le fait le chasseur avec les proies qu’il capture -, mais c’est également en devenir responsable. Quelque chose, en somme, qui se rapproche beaucoup de l’expérience amoureuse. « L’abandon causé par l’enchantement », c’est ainsi que José Ortega y Gasset a défini l’amour3. Et c’est ce qui nous arrive lorsque nous lisons un livre qui nous plaît. Nous accédons grâce à lui à un nouvel espace, un espace d’envoûtement que nous ne pourrons peut-être plus quitter. Nous cherchons, comme des vampires, à nous nourrir d’un sang qui n’est pas le nôtre pour donner, grâce à lui, plus de force à notre propre vie. Selon moi, les livres ont indiscutablement le pouvoir de nous transformer. Ce n’est pas le cas de tous, bien sûr, mais certains ont sans l’ombre d’un doute ce pouvoir incomparable. Tout est dans les livres ? En quelque sorte, oui. Parce que les livres sont issus de la vie. Edith Wharton, dans la préface de Histoires de fantômes, se permet de donner un conseil aux jeunes écrivains en herbe : « La seule suggestion que je puisse faire est que le conteur d’histoires surnaturelles devrait être effrayé par son récit »4. Quoi de plus logique car, sans connaître la peur, comment pourraient-ils la communiquer au lecteur ? L’écrivain doit avoir vécu pour réussir à transmettre son expérience aux lecteurs à travers l’écriture. Cela dit, lire n’est pas vivre. Les livres nous offrent 1

N. d. T. : notre traduction. N. d. T. : nom de plume de Karen Blixen (1885-1962). 3 N. d. T. : Cf. José Ortega y Gasset, Études sur l’amour (Paris, Rivages, 2004). 4 N. d. T. : Cf. Le triomphe de la nuit, Intégrale des histoires de fantômes d’Edith Wharton, vol. 1 (Paris, Terrain Vague, 1990). 2

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des images et des mots qui ont peut-être aidé d’autres hommes à vivre, voire qui peuvent nous y aider, mais ils se distinguent de la vie et ne peuvent la substituer. La littérature est comme un grand entrepôt. On y garde toutes les émotions humaines, nos rêves et nos questions, et lire, c’est entrer dans ce grand entrepôt pour y prendre ce dont nous avons besoin. À travers la lecture, le lecteur rend à la vie ce que l’écrivain lui a ôté pour écrire ses livres : ainsi, la boucle est bouclée. Le roman de Bernhard Schlink, qui vient d’être adapté au cinéma, est une subtile métaphore de tout cela. En effet, Le liseur5 nous raconte les débuts de la relation passionnée qu’entretient un adolescent avec une femme deux fois plus âgée que lui. Lorsque leurs ébats amoureux leur laissent quelque répit, elle lui demande de lui lire les livres qu’il étudie en cours. Le jeune homme le fait, et les mots de ces livres revivent sous forme de caresses et de baisers enflammés. Le jeune homme restera à jamais marqué par ce mélange troublant. Les bibliothèques sont comme la caverne d’Ali Baba, et l’histoire de la littérature est l’histoire de la manière dont ce butin inépuisable, secret, s’est constitué. Lire, c’est apprendre à prononcer les mots qui ouvrent les pierres, et sauver ce butin de l’oubli. En poésie, les mots ont cette qualité merveilleuse, ils participent à la fois du monde réel et du monde des rêves. La poésie nous emmène en des lieux vus en rêve où gisent des trésors, et nous permet en même temps d’en revenir les poches pleines. À quoi servirait un trésor s’il ne pouvait être volé ? Un trésor n’est rien sans un lieu réel où il puisse être offert, ou partagé. Et cet endroit réel est la vie de tous les lecteurs du monde.

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N. d. T. : Titre de la traduction française, publiée chez Gallimard (Paris, 1996), de Der Vorleser, littéralement « le lecteur ».

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Dans Autre Poème des Dons6, Jorge Luis Borges rend grâce « Pour la diversité des créatures qui composent ce singulier univers ». Il rend grâce « Pour le visage d’Hélène et la persévérance d’Ulysse / Pour l’amour, qui nous permet de voir nos semblables / Comme les voit la divinité (…) / Pour les monnaies mystiques de Silésius (…) / Pour le dernier jour de Socrate (…) / Pour ce rêve de l’Islam qui embrassa / Mille nuits et une nuit (…) / Pour Swedenborg / Qui parlait avec les anges dans les rues de Londres (…) / Pour les zébrures du tigre (…) / Pour le langage, qui est capable de simuler la connaissance (…) / Pour le sommeil et pour la mort… »7 Tous ces dons composent un seul livre, un livre inépuisable, où la vie et le langage ne font plus qu’un. Si les livres sont faits de mots, notre vie aussi. Être humain, c’est vivre dans le langage, recevoir ces dons qui, pour la plupart, ne font qu’un avec les mots. Stéphane Mallarmé a dit que le monde était fait pour aboutir à un beau livre, et notre vie consiste à essayer d’en faire une histoire qui vaille la peine d’être entendue. Lorsque j’interviens dans les instituts d’enseignement secondaire, je dis toujours aux jeunes que, malgré tous leurs efforts, ils ne pourront jamais échapper à la littérature. Peu importe qu’ils ne lisent pas, qu’ils n’ouvrent jamais un livre : la littérature, la poésie, fait partie d’eux. Qui plus est, elle est liée aux expériences les plus décisives de leur vie, à ces moments d’épiphanie et de jouissance auxquels tous aspirent. L’amour, par exemple, est l’une de ces expériences. Elle a lieu dans le monde, elle appartient au champ du réel, mais elle est à la fois une expérience poétique. Les moments les plus intenses de notre vie ont une nature double : ils arrivent à la fois dans le monde réel et dans celui des rêves. La seule façon d’échapper à la littérature, et c’est ce que dis ensuite à mes jeunes interlocuteurs, c’est d’arrêter de vivre, ou de mener une 6

N. d. T. : Cf., Jorge Luis Borges, Autre Poème des Dons, in Jorge Luis Borges, Œuvre poétique 1925-1965 (Paris, Gallimard), mise en vers français par Ibarra. 7 N. d. T. : Ibidem.

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vie vulgaire, chose qu’aucun d’eux ne souhaite, naturellement. C’est pour cela que je les encourage à lire, parce que la vie ne vaut vraiment la peine d’être vécue que si elle est faite de la même matière que les bons livres. Et que nous disent ces livres ? Quelque chose de très simple : que nous pouvons rapporter des choses de ces rêves. Dans l’un des poèmes de Coleridge, un poète rêve d’un fabuleux jardin où tout est perfection. En arpentant ses chemins, il aperçoit un très beau rosier, et cueille distraitement l’une de ses roses. Mais tout à coup quelque chose vient l’arracher à son rêve, et il se retrouve allongé dans la chambre sordide d’une pension. Il comprend, déçu, que ce jardin n’a existé que dans son imagination, mais, quand il essaie de se rendormir, il aperçoit sur la table de nuit la rose qu’il vient de cueillir. Le jardin a peut-être été un rêve, mais il en a rapporté une fleur. Cela est-il possible ? La littérature nous dit que oui. Et le poème en est la preuve. Coleridge ne se borne pas à rêver d’un endroit merveilleux, il écrit un poème que nous pouvons lire. Ce poème est la rose, une rose de mots. Le lire, c’est se promener dans ce jardin enchanté, respirer ses parfums inconnus, tenir dans ses mains la rose rêvée. Nous ne lisons pas parce que nous voulons fuir le monde, ni pour le remplacer par un autre, fait à la mesure de nos désirs, mais pour être réels. Telle est la véritable raison d’être de tous les livres. « Je veux être réel ! », voilà ce que clament les lecteurs du monde entier quand ils ouvrent un nouveau livre. Et, paradoxalement, ce désir est à la fois leur rêve le plus fou et le plus merveilleux.

Traduit du castillan par Svetlana Doubin

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ristina Rivera-Garza nació en la frontera noreste de México (Matamoros, 1964) y desde entonces ha repartido sus lugares de residencia entre México y Estados Unidos. Doctora en Historia

Latinoamericana, ha sido profesora de varias universidades en ambos países. Es autora de una obra que pertenece a distintos géneros (novela, cuento, poesía, ensayo) y disciplinas (literatura e historia). Ha obtenido los galardones mexicanos más prestigiosos y otros de relevancia internacional, como el Premio Nacional de Novela José Rubén Romero 1997, el Premio Sor Juana Inés de la Cruz 2001, el Premio Nacional de Cuento Juan Vicente Melo 2001 y el Premio Internacional Anna Seghers 2005. Destacan en su trayectoria títulos como Nadie me verá llorar (2000), Ningún reloj cuenta esto (2002), La cresta de Ilión (2002), Lo anterior (2004) y La muerte me da (2007). Su obra ha sido traducida al inglés, portugués, alemán, italiano y coreano. En la actualidad es profesora de Creación Literaria en el Departamento de Literatura de la Universidad de California, en San Diego.

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ristina Rivera Garza est née à la frontière nord-ouest du Mexique (Matamoros, 1964) et a résidé depuis lors entre le Mexique et les États-Unis. Docteur en Histoire Latino-américaine, elle a enseigné

dans diverses universités de ces deux pays. Elle est l’auteur d’une œuvre qui recouvre divers genres (roman, nouvelle, poésie, essai) et disciplines (littérature et histoire). Elle a obtenu les prix mexicains les plus prestigieux, tels que le prix national du roman José Rubén Romero (1997), le prix Sor Juana Inés de la Cruz (2001, 2009), le prix national de la nouvelle Juan Vicente Melo (2001), ainsi que d’autres prix, d’envergure internationale, comme le prix Anna Seghers (Allemagne, 2005). Parmi ses œuvres, il convient de citer, notamment, les romans Nadie me verá llorar (Tusquets Editores - Espagne, 2000), Ningún reloj cuenta esto (Tusquets Editores - Mexique, 2002), La cresta de Ilión (Tusquets

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Editores - Espagne, 2002), Lo anterior (Tusquets Editores - Mexique, 2004) et La muerte me da (Tusquets Editores - Mexique, 2007). Son œuvre a été traduite vers l’anglais, le portugais, l’allemand, l’italien et le coréen. Elle est actuellement professeur de Création Littéraire au Département de Littérature de l’Université de Californie, à San Diego, aux États-Unis.

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SUMERGIRSE TAMBIÉN Si no hubieran encallado, yo no habría salido de su interior. Nunca es una palabra muy larga pero, en este caso, adecuada. Yo no habría salido nunca de ahí. Otra manera de decir lo mismo diciendo otra cosa sería anotar que «yo me habría quedado ahí siempre». Sin sentido del tiempo o de su paso, la importancia del nunca o del siempre disminuye drásticamente. Pero las ballenas encallaron y yo, aprovechando los huecos que el destrozo había producido entre las formaciones queratinosas que responden al nombre de barbas, salí. Tuve que hacerlo. De no haber tenido que hacerlo, todavía estaría allá, en el interior. Viviendo. Solía mirarlas de lejos. Me apostaba en el piso más alto de la torre y avistaba. A veces caminaba hasta los arrecifes y me detenía sobre la piedra más alta. El musgo bajo mis pies: un verde así. Era mi particular fascinación: observar atentamente hasta que aparecía, un poco antes de la línea del horizonte, el chorro de agua o el lomo que apenas se distinguía de la superficie marina. Emergían de las entrañas del océano pero a mí me daba la impresión de que descendían también de un cielo magnífico o irreal. Todo azul. O todo gris. O todo verde. Una única unidad. En realidad, se trataba casi siempre del gris. Algo mercurial y nervioso. Algo a punto de partir. Una franca exageración. Vivía para esos inviernos en que pasaban lo suficientemente cerca de la costa como para hacerme soñar. Imaginaba que me iba con ellas, mi cuerpo de humano perdido entre sus excesivas osamentas de mamífero. Imaginaba que me iba sobre ellas, como si galopar fuera del todo posible. Como si el mar fuera un llano. Flotar es un movimiento en diversas direcciones indecisas. Sumergirse también. Siempre me gustaron los días nublados y húmedos, supongo que eso explica algo. La lluvia solía ponerme feliz. El mundo cuando el mundo entero se

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protege en una especie de sutil contraluz, eso me gustaba a rabiar o a morir. La manera indirecta. El plano oblicuo. Mientras los otros se quejaban de la nubosidad o de la falta de calor solar, yo solía caminar con entusiasmo cuando lo hacía, literalmente, entre nubes. La melancolía de la nube que, en ciertos días, se transformaba en bruma. Creo que busqué toda la vida un sitio así: oscuro, húmedo, dúctil. Una cueva o un susurro o algo que fuera lo mismo. Siempre preferí, en todo caso, pensar a solas y, a solas, seguir la evolución de mis reflexiones o de mis delirios. Ahora que lo escribo así, con tinta y sobre la hoja seca de un papel traído, con toda seguridad, del Oriente, estoy convencido de que toda la vida quise estar dentro del cuerpo de una ballena. Había leído, como todos, Storia di un burattino. Sería más preciso decir, sin embargo, que, como todos, la había escuchado más bien de labios maternos o paternos justo en el inicio de noches muy inquietas. No fue sino hasta muchos años después que supe, con algo de desazón, que se trataba de un libro real: una compilación de textos publicados entre 1882 y 1883 en un periódico italiano. Carlo Lorenzo Fillipo Giovanni Lorenzini, mejor conocido como Carlo Collodi, inventó a Gepetto y a ese otro títere que siempre fui yo. Algo de madera o de acero. Algo sin expresión en el rostro. Esta persona que buscaba, como en el cuento infantil, una especie de reconciliación o de fuga dentro de los cálidos órganos de un cuerpo majestuoso. Con el paso de los días fui estudiando su estructura interna. Tenía tiempo de sobra. También interés. Tenía ojos aunque, sobre todo, tenía manos y nariz y voz. Para la flotación, la capa de grasa en la piel. Para respirar, los pulmones y los espiráculos. La aleta dorsal. La aleta caudal. Las reminiscencias de los ancestros terrestres en los elementos óseos con apariencia de dedos. Un período de gestación de entre nueve y dieciséis meses, eso lo aprendí ahí. La curvatura de las muchas costillas. El corazón. El hígado. La vejiga. Y, en las inmersiones profundas, el aguantar de la respiración. Veinte o cuarenta o hasta cincuenta

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minutos. El oxígeno, renovado en un 80 o 90 % en cada inspiración. Llegué a ubicar casi con exactitud mi posición dentro de su cuerpo: muy cerca del espiráculo, justo en la depresión donde el vapor y el agua se confunden antes de brotar a chorros —violentos, verticales, veloces— hacia la atmósfera. Esto. Más que variar, mis costumbres en realidad se acendraron. Adapté mi sistema respiratorio al suyo, inhalando y exhalando de acuerdo a los ritmos atroces de su espiráculo. Me alimentaba, como ella, del plancton que se atoraba entre sus barbas. Llevaba mis pocas pertenencias conmigo, junto a mi cuerpo. Las pastillas contra las reumas, por ejemplo. O la pequeña lámpara con la cual podía leer durante las largas inmersiones profundas. Había prescindido de todos los libros para quedarme con uno solo. El libro. Eso leía una y otra vez. Y eso me bastaba. Un pequeño libro empastado con plástico. A veces, por puro gusto, alzaba la voz. Gritar. Aullar. Berrear. Gruñir. El eco me respondía con una puntualidad a la que pronto me acostumbré a llamar gracia. Cantaba con ellas. Ponía atención a sus innumerables latidos. No miento al escribir aquí que fui, durante ese tiempo, un hombre feliz. Muchos han tratado de explicar la causa de sus encallamientos. Algunos culpan a la estructura social de las manadas: basta con que una ballena dominante se desoriente para que otras la sigan, ingenuas y despavoridas. Otros responsabilizan a los cazadores, de los que las ballenas huyen sólo para quedar atrapadas en las mareas bajas y, eventualmente, en las playas. Los ecologistas creen que los verdaderos enemigos son los ejercicios navales y los sonares. Lo cierto es que hay pocas cosas más tristes a la vista que los cuerpos encallados de las ballenas. Su lento morir. Esa manera de deshidratarse bajo los rayos del sol. Su desistir. Flotar es un movimiento en diversas direcciones indecisas. Caminar también.

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Además de los rayos solares, lo más molesto ahora es el ruido. El silencio marino en realidad no existe pero los sonidos bajo el agua y, aún más, en el interior de su cuerpo, tenían una consistencia distinta. El sonido se propaga a mucha mayor velocidad en el agua que en el aire. Los líquidos, que son más densos y, además, incompresibles (no varían apenas en densidad con la presión), hacen que el sonido se atenúe menos intensamente. Todo parece continuar allá abajo, quiero decir. Pocas cosas parecen tener fin. Pero existe, eso. El fin. Existe la expulsión. Existe salir a gatas de entre los labios de un muerto. Existe, si esto es algo que en realidad pueda existir, el sosiego. En las ilustraciones originales de Enrico Mazzanti, el títere es más monstruoso que infantil. Su sonrisa provoca miedo o suspicacia. Los ojos parecen abrirse hacia un mundo ominoso, lleno de peligros o de musgo o de objetos partidos a la mitad. Supongo que esas son características que bien pueden describirme cuando estoy sobre la superficie terrestre. Supongo que así me veo segundos antes de sumergirme otra vez.

Publicado en Milenio, 26 de octubre de 2010

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S’IMMERGER AUSSI Si elles ne s’étaient pas échouées, je ne serais pas sortie de son intérieur. Jamais est un mot très long mais, dans ce cas, approprié. Je ne serais jamais sortie de là. Une autre manière de dire la même chose, avec d’autres mots, serait d’écrire que « je serai restée là pour toujours ». Sans la notion du temps ou de son cours, l’importance du jamais ou du toujours diminue radicalement. Mais les baleines se sont échouées et moi, profitant des trous que les dégâts avaient causé au sein des lames de kératine répondant au nom de barbes, je suis sortie. J’ai dû le faire. Si je n’avais pas dû le faire, je serais encore là-bas, à l’intérieur. À vivre. Je les regardais habituellement de loin. Je me postais au dernier étage de la tour et je les avisais. Parfois, je marchais jusqu’aux récifs et je m’arrêtais sur le rocher le plus haut. La mousse sous mes pieds : un vert comme ça. C’était ma fascination à moi : observer attentivement jusqu’à ce qu’apparaisse, juste avant la ligne d’horizon, le jet d’eau ou le dos qui se démarquait à peine sur la surface marine. Elles surgissaient des entrailles de l’océan, mais pour moi, elles auraient aussi bien pu descendre d’un ciel magnifique, ou irréel. Tout bleu. Ou tout gris. Ou tout vert. Une unique unité. En réalité, il s’agissait presque toujours du gris. Quelque chose de mercuriel et de nerveux. Quelque chose sur le point de partir. Une franche exagération. Je vivais pour ces hivers, lorsqu’elles passaient suffisamment près de la côte pour me faire rêver. J’imaginais que je m’en allais avec elles, mon corps d’humain perdu au sein de leurs carcasses de mammifères démesurées. J’imaginais que je m’en allais sur elles, comme s’il était tout à fait possible de galoper. Comme si la mer était une plaine. Flotter est un mouvement dans différentes directions indécises. S’immerger aussi. J’ai toujours aimé les journées nuageuses et humides, je suppose que ceci explique cela. D’habitude, la pluie m’égayait. Le monde, quand le monde entier se dissimule derrière une sorte de contre-jour subtil, cela me plaisait à en rager,

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ou à en mourir. La voie indirecte. Le plan oblique. Tandis que les autres se plaignaient de la nébulosité ou du manque de chaleur solaire, je marchais généralement avec enthousiasme lorsque je le faisais, littéralement, au milieu des nuages. La mélancolie du nuage qui, certains jours, se muait en brume. Je crois que toute me vie j’ai recherché un lieu comme celui-ci : obscur, humide, ductile. Une grotte ou un murmure ou quelque chose qui reviendrait au même. J’ai toujours préféré, en tout cas, penser dans la solitude et, dans la solitude, suivre l’évolution de mes réflexions ou de mes délires. À présent que je l’écris ainsi, à l’encre et sur la feuille sèche d’un papier venu, à coup sûr, d’Orient, je suis convaincu que toute ma vie j’ai voulu être dans le corps d’une baleine. J’avais lu, comme tout le monde, Storia di un burattino. Il serait plus précis de dire, toutefois, que comme tout le monde, je l’avais écoutée, plutôt, de la bouche maternelle ou paternelle au tout début de nuits très agitées. Ce ne fut que bien des années plus tard que j’appris, non sans dépit, qu’il s’agissait d’un livre réel : un recueil de textes publiés entre 1882 et 1883 dans un journal italien. Carlo Lorenzo Fillipo Giovanni Lorenzini, mieux connu sous le nom de Carlo Collodi, inventa Gepetto et cette autre marionnette que j’ai toujours été. Une chose en bois, ou en acier. Une chose sans expression sur le visage. Cette personne qui cherchait, comme dans le conte pour enfants, une sorte de réconciliation ou de fuite dans la tiédeur des organes d’un corps majestueux. Au fil des jours, j’ai pu étudier leur structure interne. J’avais tout mon temps. Et l’intérêt aussi. Elle avait des yeux, mais surtout, elle avait des mains et un nez et une voix. Pour la flottaison, la couche de graisse de la peau. Pour respirer, les poumons et les spiracles. La nageoire dorsale. La nageoire caudale. Les réminiscences d’ancêtres terrestres dans les parties osseuses semblables à des doigts. Une période de gestation comprise entre neuf et seize mois, cela, c’est là que je l’ai appris. La courbure des très nombreuses côtes. Le cœur. Le foie. La vessie. Et lors des immersions profondes, le blocage de la respiration. Vingt ou

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quarante ou jusqu’à cinquante minutes. L’oxygène, renouvelé à 80 ou 90% à chaque inspiration. Je suis arrivée à localiser, presque avec exactitude, ma position à l’intérieur de son corps : tout près du spiracle, juste dans cette dépression où la vapeur et l’eau se mêlent avant de jaillir à flots – violents, verticaux, véloces – vers l’atmosphère. Cela. En fait, loin de varier, mes habitudes se sont épurées. J’ai adapté mon système respiratoire au sien, inhalant et exhalant au diapason du rythme implacable de son spiracle. Je m’alimentais, comme elle, du plancton qui restait coincé entre ses barbes. Le peu d’effets personnels que j’avais avec moi étaient collés à mon corps. Les comprimés contre les rhumatismes, par exemple. Ou la petite lampe grâce à laquelle je pouvais lire pendant les longues immersions profondes. Je m’étais séparé de tous les livres pour n’en garder qu’un. Le livre. C’est cela que je lisais et relisais. Et cela me suffisait. Un petit livre à la couverture plastifiée. Parfois, par pur plaisir, j’élevais la voix. Crier. Hurler. Brailler. Grogner. L’écho me répondait avec une ponctualité que je pris bientôt l’habitude d’appeler grâce. Je chantais avec elles. Je prêtais attention à leurs innombrables pulsations. Je ne mens pas en écrivant ici, que je fus, pendant cette période, un homme heureux. Nombreux sont ceux qui ont tenté d’expliquer pourquoi elles s’échouaient. Certains incriminent la structure sociale des bancs : il suffit qu’une baleine dominante soit désorientée pour que les autres la suivent, ingénues et épouvantées. D’autres reportent la faute sur les chasseurs. En les fuyant, les baleines finissent par se retrouver coincées par les marées basses, et finalement, sur les plages. Les écologistes croient que les véritables ennemis sont les exercices de la marine et les sonars. Ce qui est vrai, c’est que peu de choses font plus de peine à voir que les corps échoués des baleines. Leur lente agonie. Cette manière de se déshydrater sous les rayons du soleil. Leur renoncement.

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Flotter est un mouvement dans diverses directions indécises. Marcher aussi. Outre les rayons du soleil, le plus désagréable à présent, c’est le bruit. Le silence de la mer n’existe pas en réalité, mais les sons sous-marins, de surcroît à l’intérieur de son corps, avaient une autre consistance. Le son se propage à une vitesse bien plus grande dans l’eau que dans l’air. Les liquides, qui sont plus denses, et, en outre, peu compressibles (leur densité varie à peine avec la pression), font que le son soit plus faiblement atténué. Tout semble suivre son cours en bas, je veux dire. Peu de choses semblent avoir une fin. Mais cela existe. La fin. L’expulsion, cela existe. Sortir à quatre pattes d’entre les lèvres d’un mort, cela existe. Et, pour autant que cette chose puisse réellement exister, le calme existe. Dans les illustrations originales d’Enrico Mazzanti, la marionnette est plus monstrueuse qu’infantile. Son sourire inspire la peur, ou la suspicion. Les yeux semblent s’ouvrir sur un monde abominable, plein de dangers ou de mousse ou d’objets cassés en deux. Je suppose que ces caractéristiques pourraient très bien s’appliquer à moi lorsque je me trouve sur la surface de la terre. Je suppose que c’est ainsi que je me vois avant de m’immerger à nouveau.

Traduit de l’espagnol (Mexique) par Svetlana Doubin

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omingo Villar nació en 1971 en Vigo, pero reside en Madrid desde hace años. Ha compaginado su trayectoria literaria con otros oficios; además, ha trabajado en la radio como crítico gastronómico en la

cadena SER y, en la actualidad, participa en el espacio radiofónico Asuntos propios de RNE como contertulio hablando sobre libros y fútbol. Escribe en gallego y en español. En 2006 publicó su primera novela, Ojos de agua, protagonizada por el inspector Leo Caldas, que obtuvo varios premios, y que fue traducida, entre otros idiomas, al inglés, francés, alemán, italiano y holandés. Su segunda novela, La playa de los ahogados, con Leo Caldas de nuevo como protagonista, se publicó en 2009, y obtuvo una cálida acogida tanto dentro como fuera de España. Fue distinguida como mejor novela policiaca internacional en los CWA Dagger Prize en 2011. Este año se publicará su tercera novela, Cruces de piedra. Asimismo, ha cultivado el cuento, y algunos de sus relatos están recogidos en antologías como La lista negra. Nuevos culpables del policial español.

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omingo Villar est né en 1971 à Vigo, en Galice, mais il vit depuis des années à Madrid. Il a mené de front son parcours littéraire et d’autres activités ; par ailleurs, il a travaillé à la radio en tant que

critique gastronomique, sur la cadena SER, et intervient fréquemment dans les débats de l’émission Asuntos propios de la RNE (Radio Nationale Espagnole) autour de ses thèmes de prédilection : les livres et le football. Il écrit en galicien et en castillan. En 2006, il publie son premier roman, Ojos de agua (Madrid, Editorial Siruela), dont le personnage principal est l’inspecteur Leo Caldas. Ce roman a remporté de nombreux prix et a été traduit, entre autres, vers l’anglais, l’allemand, l’italien et le hollandais. Son deuxième roman, La playa de los ahogados (Madrid, Editorial Siruela), dans lequel on retrouve Leo Caldas en tant que personnage principal, a été publié en 2009 et vivement salué par la critique,

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tant en Espagne qu’à l’étranger. En 2011, Domingo Villar s’est vu décerner le prix du meilleur roman policier international lors des CWA Dagger Prize (prix de la Crime Writer Association, Royaume-Uni). En France, on peut lire ce dernier sous le titre La plage des noyés, dans la traduction de Dominique Lepreux (Paris, Éditions Liana Levi, 2011). Son troisième roman, Cruces de piedra, paraîtra très prochainement, toujours aux éditions Siruela. Domingo Villar a également cultivé le genre de la nouvelle, et certains de ses récits ont été recueillis dans des anthologies, à l’instar de Las hojas secas, dans La lista negra. Nuevos culpables del policial español (Madrid, Editorial Salto de Página, 2009).

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Miedo. 1. Sentimiento de angustia ante un daño real o imaginario. 2. Recelo o aprensión ante la posibilidad de que suceda algo contrario a lo que se desea.

–Eso fue hace muchos años, inspector –dijo Marcos Valverde–. Apenas nos hemos tratado después. Iba vestido con traje oscuro y corbata. Caldas se preguntaba si se la habría puesto por el entierro o siempre iría vestido de aquel modo. Era un hombre delgado, no demasiado alto. El pelo oscuro, lacio y abundante, peinado hacia atrás. Aunque Trabazo le había contado que Castelo, Arias y Valverde tenían los mismos años cuando naufragó el Xurelo, Marcos Valverde parecía más joven que los otros dos. Su rostro no mostraba las grietas producidas por las horas en la mar y sólo las canas de sus sienes revelaban en parte su edad. –Si eran tan amigos, ¿por qué dejaron de verse? –No sabría decirle. Son cosas que suceden, sin más. Supongo que es un mecanismo de defensa para no seguir recordando constantemente aquella maldita noche. –¿Le importaría contarme qué sucedió? –¿Cuando nos fuimos al fondo? Caldas asintió y Valverde dio un suspiro para tomar fuerzas. –Era de noche –comenzó–. Estaba todo oscuro. Había muy mala mar. Las olas pasaban sobre la cubierta del barco. Teníamos que hablar a gritos para poder escucharnos. El capitán estaba al timón, esforzándose por no perder el rumbo.

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–¿Adónde se dirigían? –le interrumpió Leo Caldas. –Volvíamos a Panxón, estábamos cerca de la isla de Sálvora. –Eso está muy lejos de aquí, ¿por qué no buscaron refugio? –Habría que preguntárselo al capitán –susurró Valverde–. Pero supongo que sería porque llevábamos la bodega llena. Era la segunda noche y llegaba el fin de semana. No querría dejar pudrir la pesca a bordo. –Ya… ¿Y qué sucedió? –Fue todo muy rápido. El capitán nos gritó que nos agarrásemos fuerte. Luego sonó un ruido espantoso, como si se hubiera abierto la tierra. El barco se quedó un instante parado sobre el bajío y luego se escoró. Antes de darnos cuenta estábamos en el agua, y cuando un rayo iluminó el mar, el Xurelo había desaparecido. Entonces braceamos como posesos y tuvimos que atravesar la rompiente para alcanzar la costa. –¿Llevaban los chalecos? –Estábamos cerca, pero sin ellos no habríamos podido llegar a tierra. El capitán nos ordenó que nos los pusiéramos unos minutos antes de naufragar. –¿Él no lo hizo? –El Rubio le acercó uno también al capitán, pero la última vez que lo vi gritaba aferrado al timón, y no, no llevaba puesto el chaleco. Caldas asintió con gravedad. –El capitán sólo se preocupó por enderezar el barco, sin detenerse siquiera a pensar en sí mismo –agregó Marcos Valverde–. El capitán Sousa era así. Un hombre de los pies a la cabeza. Lo fue hasta el final. –¿No volvieron a verlo con vida?

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Valverde chasqueó la lengua para corroborar que no lo habían visto más. –¿Qué pasó después? –Estábamos exhaustos, magullados y muertos de frío, pero tan pronto como alcanzamos las rocas echamos a andar hacia las luces. Arias y yo caminábamos en silencio. El Rubio no dejó de llorar. Luego se hizo de día y nos trasladaron a casa. El capitán Sousa no apareció hasta algunas semanas más tarde. Su cuerpo se enredó en el aparejo de un pesquero. –Lo sé –dijo Caldas–. ¿Y qué sucedió luego entre ustedes tres, entre los marineros? Marcos Valverde se encogió de hombros. –Cada uno hizo su vida. El Rubio siguió pescando, Arias se marchó del pueblo y yo salí adelante como pude. Caldas miró a su alrededor, a las líneas rectas del salón y la cristalera abierta a la bahía. –No le ha ido mal. –Que no le engañe lo que ve, inspector. No siempre viví en una casa como ésta. Nadie me ha regalado lo que tengo. –No lo dudo –aseguro Leo Caldas. –¿Puedo hacerle una pregunta, inspector? –Adelante. –¿Por qué investigan el suicidio de un marinero? –Rutina –mintió. Valverde no se tragó el embuste. –¿Dos policías vienen desde Vigo por rutina?

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–La burocracia tiene estas cosas –aseguró Caldas, y cambio de tema–. ¿Sabe que estaban acosando a Justo Castelo? –Algo había oído. Pintaron la fecha del naufragio en la chalupa. ¿Se refiere a eso? Caldas se lo confirmó. –Ya ve que aquí es difícil ocultar las cosas –aseguró Valverde. –Y al lado escribieron una palabra –reveló Leo Caldas. –¿Cuál? –Asesinos. –¿Cómo? –preguntó, pero su expresión reflejaba que no iba a hacer falta decírselo de nuevo. –Asesinos –repitió de todos modos el inspector. Como Marcos Valverde permaneció mudo, Leo Caldas preguntó: –¿No lo sabía? Valverde negó. –¿Y tiene idea de quién puede ser el autor de esa inscripción? –No. –Ni ha visto una similar en su entorno… –¿Mi entorno? –Su casa, su coche, su oficina… –Claro que no. –¿Y nadie le ha recordado recientemente aquella noche? –Nadie más que ustedes.

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–¿Tampoco se ha sentido amenazado? –En mi trabajo es necesario ser firme, inspector. Como en el suyo. No puedo caer bien a todo el mundo. –No me refería a eso –dijo Caldas–. Supongo que sabe que hay quien asegura haber visto al capitán Sousa. Valverde sonrió con amargura y resopló entre dientes. –A esos dígales que yo también lo vi, inspector. Sujetando el timón y gritando que nos agarrásemos mientras el barco se resquebrajaba en medio de la tormenta. No sé quién puede tener interés en recordar aquella pesadilla. –¿Es posible que Justo Castelo pensase de otra manera? –El Rubio lo vio irse al fondo. Como Arias. Como yo –dijo Valverde, y se quedó en silencio, mirando al suelo. –Sin embargo Castelo llevaba varios amuletos, de esos que se emplean para protegerse… –no quiso terminar la frase. –¿Para protegerse de quién? Caldas se encogió de hombros. –El miedo es libre, inspector. –¿Usted no tiene miedo? –He pasado mucho. Tanto que no he vuelto a acercarme al mar. Hace más de doce años que ni siquiera mojo mis pies en la orilla. ¿Le parece suficiente miedo?

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–No me refería a eso. –¿Cree que debería estar asustado por otra cosa? Leo Caldas no lo sabía. –Supongo que no.

Fragmento de La playa de los ahogados, Madrid, Siruela, 2009

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La plage des noyés, París, Éditions Liana Levi, 2011 Traduit de l’espagnol par Dominique Lepreux

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Martes, 8 de mayo de 2012

Escritor y lector

Juan Pedro Aparicio Mohammed Bennis Clara Us贸n Slavko Zupcic

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uan Pedro Aparicio nació en León. Estudió Derecho en las universidades de Oviedo y Madrid. Especialista en comercio exterior, fue durante años responsable de internacional de una empresa de alimentación. De 2005 al

2009 ha sido director del Instituto Cervantes de Londres. De 1975 data su primer libro publicado, El origen del mono y otros relatos, al que siguió su novela Lo que es del César (1981). Con El año del francés consiguió un amplio reconocimiento, confirmado con la concesión del Premio Nadal en 1989 por Retratos de ambigú. Del resto de sus novelas habría que destacar La forma de la noche (1994), elogiada por la crítica más exigente, así como las dedicadas a las andanzas del comisario Malo. Asuntos de amor (2010) es su último libro publicado. En 2005 recibió el Premio Setenil de Cuentos al mejor libro de relatos publicado ese año por La vida en blanco. Parte de su obra ha sido traducida al inglés, alemán, chino, ruso, y otros idiomas. Su libro El Transcantábrico ha inspirado la puesta en marcha de un tren turístico con el mismo nombre.

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uan Pedro Aparicio est né en Espagne, dans la ville de León, en 1941. Il a étudié le Droit dans les universités d’Oviedo et de Madrid. S’étant spécialisé dans le commerce extérieur, il a été responsable à l’international

d’une entreprise alimentaire, pendant de nombreuses années. De 2005 à 2009, il a été directeur de l’Instituto Cervantes de Londres. La publication de son premier livre, aux Éditions Akal, remonte à 1975 : El origen del mono y otros relatos ; parution suivie par celle du roman Lo que es del César (1981, réédité en 1998 par Alfaguara). Grâce à El año del francés (Alfaguara, 1986), il accède à la reconnaissance, notoriété confirmée par la remise du Prix Nadal en 1989 pour Retratos de ambigú (Ediciones Destino). Parmi ses autres romans, il convient de citer, notamment, La forma de la noche (1994, réédité en 1998 par Alfaguara), salué par les critiques les plus exigeants, ainsi que les polars retraçant les péripéties du commissaire Malo. Asuntos de amor (Ediciones

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Everest, 2010) est sa dernière parution. Avec La vida en blanco (Menoscuarto Ediciones), en 2005, il reçoit le Prix Setenil, récompensant le meilleur recueil de nouvelles de l’année. Certaines de ses œuvres ont été traduites vers l’anglais, l’allemand, le chinois, le russe, entre autres. Enfin, mentionnons son livre El Transcantábrico (Penthalon, 1982), qui a inspiré la mise en circulation d’un train touristique du même nom.

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Cuatro relatos cuánticos La traición El bombero se encarama a lo más alto de la escalera de socorro. La mujer, una mujer joven, le tiende sus manos entre toses y lágrimas desde el hueco de la ventana. Tiene los ojos azules y el pelo muy corto. «¿Hay alguien contigo?»— pregunta el bombero, mientras intenta sujetarla con una correa. Ella parece no entender y le mira aturdida, una mirada en la que más allá del pánico hay curiosidad y sorpresa, como extrañada de conocerle en situación tan extrema. «Nadie. Nadie —dice por fin —. Estoy sola». El bombero termina de sujetarla y ella se le abraza. Inician el descenso fuertemente entrelazados. Es entonces cuando nota que apenas respira, intoxicada por el humo que ha llenado sus pulmones. «Tranquila, tranquila», le dice, y mientras baja con cuidado pero deprisa imagina lo que sería su vida al lado de ella, tan guapa y tan dulce, porque ya antes de llegar al suelo se le ha declarado y se han casado y han tenido dos hijos y están siendo muy felices. Desgraciadamente los servicios médicos que esperan abajo nada pueden hacer por ella y cuando el bombero llega a su casa y su mujer se interesa por él siente que ya no la quiere, que la ha engañado con otra, y decide pedirle el divorcio.

Incluido en La mitad del diablo, Madrid, Páginas de Espuma, 2006

Carta sin respuesta Una amiga había comentado mirándose al espejo: «Nadie me llama guapa, así que yo me lo digo muchas veces a mí misma para animarme». A Sofía, que nunca había recibido una carta de amor, se le ocurrió enviarse una, escrita por ella misma, pero firmada por un inventado Roberto Robles que vivía en Villalba. Para más verismo tomó el tren de cercanías y echó la carta en un buzón de esa localidad. Y de esa manera recibió muchas cartas, casi una a la semana. Había que ver con qué ilusión

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abría el sobre y leía las dos o tres cuartillas manuscritas, con una letra recta, firme, que no se doblegaba a derecha ni a izquierda. A veces, Roberto y ella tenían discusiones y hasta pequeños enfados, como ocurre con todas las parejas de enamorados. Roberto se empeñaba en que fueran a Benidorm una semana y ella le ponía excusas, por más que lo estuviera deseando. Le decía que no estaba segura de que compartir habitación durante siete días fuese una buena idea. Procuraba no obstante ser muy suave y persuasiva porque no quería perderle ni que se enfadara, pero Roberto tenía que comprender que llevaban muy poco tiempo de relaciones como para convivir así una semana. En esas estaban cuando la última carta de Roberto no llegó. Esperó una semana, diez días, un mes, reclamó a Correos pero definitivamente la carta no llegó. Se sintió muy ofendida por el silencio. «¿Qué se habrá creído éste?» —le llegó a decir a una amiga. Y nunca más le volvió a escribir, que ella no se iba a rebajar.

Incluido en El juego del diábolo, Madrid, Páginas de Espuma, 2008

La obra maestra Los tres compartían celda. Uno era alto y de ojos morunos, otro grueso y de porte nervioso, el tercero menudo y de poco espíritu. Un tribunal popular los había condenado a muerte. Eso era todo lo que sabían, porque ni se habían molestado en leerles la sentencia ni les habían señalado día. De vez en cuando oían las voces de mando de los pelotones de ejecución provenientes de alguno de los patios y en seguida las descargas de fusilería. Pasó el tiempo y la rutina de la muerte entró en sus carnes en forma de una fiebre que les mantenía en un estado de abandonado frenesí. El más grueso lamía a

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veces la piedra de la pared en busca de sabores, el más menudo se concentraba en las formas del muro como dicen que había hecho Leonardo para buscar inspiración, el más alto escribía una novela. Pero, como no tenía papel, ni pluma, ni tiza, ni utensilio alguno para escribir, lo hacía en su mente, construía las palabras cuidadosamente, las corregía, las leía en voz alta, las comentaba con sus compañeros y las volvía a corregir. Así, hizo una novela de más de trescientas páginas, trescientas treinta y tres exactamente, de treinta líneas por sesenta espacios, según sus precisos cálculos mentales. Bien memorizada, se la leyó más de una vez a sus compañeros. Pero pasaban los días sin que se ejecutaran sus sentencias y como aquella lectura a todos gustaba, fueron muchas las que hizo hasta que el más grueso de ellos logró retenerla también en su memoria, no sin hacer alguna corrección y sugerencia, discutidas, y en su caso aceptadas, por el autor de la novela. Entonces se les ocurrió que, por si alguno de ellos se salvaba, deberían los tres aprenderla de memoria para reproducirla en papel cuando las circunstancias lo permitieran. Los tres comulgaban con la idea de que era la mejor novela jamás escrita. La novela mejoró todavía con las siguientes lecturas y correcciones, hasta el punto de que, cuando vinieron a buscarles, ninguno dudaba de su condición de obra maestra. Un día se llevaron al más alto; otro, al más grueso; pero el tercero, menudo y de poco espíritu, fue indultado. Nunca logró transcribir la novela. Su memoria, tan desconchada como los muros que recibían las descargas de fusilería, era incapaz de presentársela entera. Ni siquiera lograba reconstruir el argumento completo. Sostenía sin embargo que era una obra maestra, una de las mejores novelas que jamás se habían escrito. Y así lo mantuvo siempre, incluso treinta años después de aquellos sucesos.

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Incluido en El juego del diábolo, Madrid, Páginas de Espuma, 2008

Rememoración final Supo de inmediato que el paracaídas no se le abriría. Pero, debido a la mucha altura, todavía tardaría varios minutos en estrellarse contra el suelo. Era tan joven que tenía muy poco que rememorar de su vida pasada mientras se dolía por la pérdida de aquella otra que ya no iba a conocer. En su mente se produjo entonces una súbita aceleración. No tenía novia, pero conoció a una chica en la piscina y se casó con ella. Tuvieron dos hijos. El mayor se hizo militar como él. El menor, cosa sorprendente, guionista de televisión. Y no le fue mal. Sus nietos, sólo dos, se llamaron Daniel y Adela, nombres que no tenían tradición en su familia. Sólo sentía la pena de no vivir lo suficiente como para asistir a la boda de su nieta, aunque, por viejo, se había acostumbrado a la muerte como a un animal de compañía. Y él, cuando su cuerpo se rompió contra el suelo, ya había superado los ochenta y tres años de vida.

Incluido en La mitad del diablo, Madrid, Páginas de Espuma, 2006

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Quatre contes quantiques

La trahison

Le pompier grimpe tout en haut de l’échelle de secours. La femme, une jeune femme, tend les mains vers lui, entre la toux et les larmes, à travers l’ouverture de la fenêtre. Elle a les yeux bleus, et les cheveux très courts. « Il y quelqu’un avec toi ? », demande le pompier, tout en essayant de l’attacher avec une sangle. Elle ne semble pas comprendre et le regarde abasourdie, un regard dans lequel, au-delà de la panique, pointent la curiosité et la surprise, l’étonnement de le rencontrer dans une situation aussi extrême. « Personne. Personne – dit-elle enfin. Je suis seule ». Le pompier finit de l’attacher et elle s’accroche à lui. Ils amorcent la descente, étroitement enlacés. C’est alors qu’il remarque qu’elle respire à peine, intoxiquée par la fumée qui a envahi ses poumons. « Ça va aller, ça va aller », lui dit-il, et tandis qu’il descend avec précaution mais le plus vite possible, il imagine ce que serait sa vie aux côtés de cette femme, si belle et si douce, parce qu’avant même de toucher le sol, il lui a déclaré ses sentiments et ils se sont mariés et ils ont eu deux enfants et ils sont très heureux. Malheureusement, les équipes médicales qui les attendent en bas ne peuvent plus rien pour elle, et lorsque le pompier arrive chez lui, et que sa femme lui demande si ça va, il sent qu’il ne l’aime plus, qu’il l’a trompée avec une autre, et il décide de lui demander le divorce.

Tiré de La mitad del diablo, Madrid, Páginas de Espuma, 2006

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Lettre sans réponse

Une amie avait commenté, en se regardant dans la glace : « Personne ne me dit que je suis belle, alors je me le répète plusieurs fois par jour, pour me remonter le moral ». Sofía, qui n’avait jamais reçu une lettre d’amour, eut l’idée de s’en envoyer une, qu’elle s’écrirait elle-même, mais signée par un Roberto Robles fictif, qui habitait Villalba. Pour plus de vraisemblance, elle prit un train de banlieue et glissa l’enveloppe dans une boîte aux lettres de cette même ville. Et c’est ainsi qu’elle reçut un grand nombre de lettres, presque une par semaine. Il fallait voir avec quel empressement elle ouvrait l’enveloppe et lisait les deux ou trois pages manuscrites, d’une écriture droite, ferme, qui ne penchait ni vers la droite ni vers la gauche. Parfois, Roberto et elle se disputaient, et il leur arrivait même de se brouiller, comme tous les couples d’amoureux. Roberto insistait pour qu’ils partent à Benidorm pendant une semaine et elle multipliait les excuses, bien qu’elle le désirât ardemment. Elle lui disait qu’elle n’était pas sûre que ce fût une bonne idée de partager la même chambre pendant sept jours. Elle essayait cependant de se montrer très douce, et persuasive, car elle ne voulait ni le perdre ni le mettre en colère, mais il fallait tout de même que Roberto comprenne que leur relation était beaucoup trop récente pour cohabiter ainsi pendant une semaine. Ils en étaient là lorsque la dernière lettre de Roberto n’arriva pas. Elle attendit une semaine, dix jours, un mois, puis alla faire une réclamation à la Poste, mais la lettre n’arriva toujours pas. Elle se sentit profondément offensée par son silence. « Mais il se prend pour qui, celui-là ? », alla-t-elle jusqu’à dire à une amie. Et plus jamais elle ne lui écrivit, elle n’allait tout de même pas se rabaisser à ça.

Tiré de El juego del diábolo, Madrid, Páginas de Espuma, 2008

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Le chef-d’œuvre

Ils partageaient tous les trois la même cellule. L’un d’eux était grand, aux yeux très noirs ; l’autre, trapu, aux gestes nerveux ; et le troisième, chétif, et faible d’esprit. Un tribunal populaire les avait condamnés à mort. C’était tout ce qu’ils savaient, car on n’avait même pas pris la peine de leur lire la sentence, ni de leur communiquer une date. De temps à autres, ils entendaient les commandements des pelotons d’exécution résonner dans l’une des cours, immédiatement suivis de rafales. Le temps passa, et la routine de la mort pénétra leur chair sous la forme d’une fièvre qui les tenait dans un état d’intense exaltation. Parfois, le plus trapu léchait le mur de pierre à la recherche de goûts, le plus chétif se concentrait sur les formes du mur comme l’aurait fait de Vinci en quête d’inspiration, quant au plus grand, il écrivit un roman. Mais, comme il n’avait ni papier, ni stylo, ni craie, ni aucun objet pour écrire, il le faisait dans sa tête, il assemblait les mots avec soin, les corrigeait, les lisait à voix haute, en parlait avec ses compagnons de cellule et les corrigeait à nouveau. C’est ainsi qu’il écrivit un roman long de plus de trois cents pages, trois cents trente trois exactement, de trente lignes, avec un double espacement, selon ses calculs mentaux précis. Après l’avoir bien mémorisé, il le lut plus d’une fois à ses compagnons de cellule. Mais les jours passaient sans que leurs sentences ne soient exécutées, et comme cette lecture leur plaisait à tous, il en fit de nombreuses, jusqu’à ce que le plus trapu finisse lui aussi par le mémoriser, non sans lui apporter quelque correction ou suggestion, débattue et le cas échéant validée par l’auteur du roman. C’est alors qu’ils eurent l’idée, au cas où l’un deux sortait de là vivant, de l’apprendre tous les trois par cœur pour le coucher sur papier lorsque les circonstances le permettraient. Tous trois s’accordaient à dire que c’était le meilleur roman jamais écrit.

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Le roman s’améliora encore au fil des lectures et corrections suivantes, au point que, lorsqu’on vint les chercher, tous trois étaient convaincus de sa qualité de chefd’œuvre. Un jour, ils emmenèrent le plus grand ; un autre, le plus trapu ; mais le troisième, chétif et faible d’esprit, fut gracié. Il ne parvint jamais à transcrire le roman. Sa mémoire, aussi décrépie que les murs qui recevaient les rafales, était incapable de se le représenter en entier. Il n’arrivait même pas à en retrouver complètement le fil. Il soutenait toutefois que c’était un chef-d’œuvre, un des meilleurs romans à n’avoir jamais été écrit. Et il n’en a jamais démordu, y compris trente ans après ces faits.

Tiré de El juego del diábolo, Madrid, Páginas de Espuma, 2008

Remémoration finale

Il sut immédiatement que son parachute ne s’ouvrirait pas. Mais, qu’en raison de la très haute altitude, il mettrait encore plusieurs minutes avant de s’écraser au sol. Il était si jeune qu’il n’avait pas grand-chose à se remémorer de sa vie passée, mais il souffrait en pensant à la perte de celle qu’il ne connaîtrait pas. Soudain, ses pensées s’accélérèrent. Il n’avait pas de fiancée, mais il avait rencontré une fille à la piscine et s’était marié avec elle. Ils avaient eu deux fils. L’aîné était devenu militaire, comme lui. Le cadet, curieusement, scénariste pour la télévision. Et il ne s’en était pas mal sorti. Ses petits-enfants, deux seulement, s’appelaient Daniel et Adela, des prénoms qui n’étaient pas monnaie courante dans sa famille. La seule chose qui le

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chagrinait, c’était de ne pas vivre assez longtemps pour assister au mariage de sa petite-fille, bien que, comme tout vieillard, il avait eu le temps, déjà, de s’habituer à la mort comme à un animal de compagnie. Et, lorsque son corps s’écrasa sur le sol, il avait plus de quatre-vingt trois ans déjà.

Tiré de La mitad del diablo, Madrid, Páginas de Espuma, 2006

Traduit du castillan par Svetlana Doubin

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ohammed Bennis (Fez, 1948) es un reconocido poeta, considerado uno de los renovadores de la poesía marroquí. Escribió sus primeros poemas en 1965 y, tres años después, comenzó a

publicar. En 1974, fundó la revista Attakafa El Jadida (La Nueva Cultura), que jugó un papel muy importante y activo en la vida cultural marroquí, aunque fue prohibida en 1984. Además, fue el fundador de la editorial Toubkal, así como miembro y fundador de la Maison de la Poésie, que presidió entre 1996 y 2003. Autor de una treintena de títulos de diversos géneros —poesía, narrativa, ensayo— y traductor, participa en numerosos periódicos, revistas y encuentros literarios. Entre los diversos premios que ha recibido, destacamos el Grand Prix Marocain du Livre, el Grand Prix Atlas, el Premio Calopezzati de Literatura Mediterránea (Italia), el Premio Feronia de Literatura Internacional (Italia), el Premio Al Oweiss (Dubái) al conjunto de su obra, y el Prix de la Culture Maghrébine (Túnez). Fue nombrado por Francia Caballero de las Artes y las Letras, y es miembro de honor de la Asociación Mundial de Haikus de Tokyo. Su obra ha sido traducida al francés, español, italiano o japonés, y ejerce como profesor en la Facultad de Letras de la Universidad Mohammed V de Rabat.

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ohammed Bennis (Fés, 1948). C’est un célèbre poète considéré comme l'un des rénovateurs de la poésie marocaine. Il a écrit ses premiers poèmes en 1965 et trois ans plus tard, il a commencé à

publier. En 1974, il fonde la revue Attakafa El Jadida (la nouvelle culture) qui a joué un rôle très important dans la vie culturelle active au Maroc et il a été publié 1984. C’est le fondateur du Toubkal édition et membre fondateur de la Maison de la Poésie qu’il a présidé de 1996 à 2003. Auteur d'une trentaine de titres de poésie, de fiction, d'essais et de traduction, ilest impliqué dans de nombreux journaux et magazines littéraires. Parmi les nombreux prix qu'il a reçu le Grand prix de la mise en évidence marocaine du livre, le Grand prix

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Atlas; Calopezzati Prix (Italie) Méditerranée Littérature, Feronia Prix (Italie) Littérature internationale; Prix Oweiss (Dubayy) l'ensemble de son travail, et le Prix de la culture Maghrébine la (Tunisie). Il a été nommé par la France Chevalier des Arts et des Lettres et membre d'honneur de l'Association mondiale de Haiku à Tokyo. Ses œuvres

ont été traduites en français, en

espagnol, en italien et en japonais. Il est professeur à la Faculté des Lettres de l'Université Mohammed V de Rabat.

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La poesía, depósito de grandes secretos Desde la antigüedad, la humanidad cantó la poesía resignándose a aquello que se oculta tras las palabras. Una brisa pasa de un alma a otra sin pedir permiso. En la poesía, el hombre sentía nacer un universo sin final que hablaba de secretos sobre los que se sigue abalanzando sin lograr atraparlos. Ese fue el método que ensalzaban los poetas esenciales de lenguas y civilizaciones que elevan la palabra humana a la altura del canto más puro, único e incomparable. De un alma a otra. Y he aquí una historia completa del poema que se rehace cada vez que un poeta llega a ese punto, secreto de la génesis. Es hora de escuchar sus dolores en la poesía, es decir: sus desgarramientos y la sequedad de su lengua. Esa soledad que se agrava en nuestra vida y ese sollozo en el rincón de algún lugar piden la presencia de la poesía, luz que oscila con el escalofrío de lo imposible. La poesía no ha hablado de una verdad, que sigue siendo rehén del pasado de la humanidad considerado este como el tiempo de una vida que se convertiría en un artículo de anticuario. Constatamos ahora que toda la humanidad se dirige hacia un modo de existencia en que la dominación del dinero, la tiranía de la decisión política, la violencia de la velocidad y la crueldad de la máquina alejan al hombre del hombre, a la vez que este mundo nos priva de los secretos merced a los cuales nos unimos en la Tierra. Lo que nos posee son palabras estranguladas o expresiones para deformar la libertad y la belleza. Miremos el mapa de la Tierra para ver ese hielo que invade las almas día tras día. Cada vez que nos acercamos a la palabra poética nos atraviesa un sordo estruendo que se prolonga en nuestros órganos; un fuego prende en las palabras cuyos estratos inferiores lograban tocar los poetas. Esos poetas han

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habitado dichos estratos, y desde allí han pugnado por que el fuego y el relámpago se lancen, unidos, a nuestras zonas más apartadas. Zonas de vida interior que se ligan en el germen del poema cuando ya el poeta se ha atrevido a hablar y a ver la lejanía insospechada que descansa en el silencio de la lejanía. Eso es la poesía, cuando esta articula las palabras en llamas sin que nadie sepa ni de dónde viene el poema ni dónde acaba su sentido. Un relámpago puro gracias al cual vive el poema, bailando, participando de esa brisa íntima. Lo más desconocido prolifera en las respiraciones, y las respiraciones proliferan en palabras que no se parecen a las palabras. Qué ajenos la poesía, los métodos clásicos. Las reglas en su conjunto no crean un poema, ni siquiera si el poema solo existe merced a esas reglas. En la diferencia entre el poema y las reglas, una extensión de azul que nunca logramos asir. No solo nos acercamos al poema para escuchar lo desconocido que el poeta depositó en las palabras, y que debe seguir siendo algo desconocido; antes bien, el poeta esencial es aquel que guarda el secreto del poema, una verdad en plural que habita lo que trasciende las palabras. A menudo hemos considerado al poema sometido a la palabra consagrada a la imitación, y por lo tanto a su sustitución por una palabra diferente, lo cual es una ilusión. La palabra se manifiesta en el cambio de mirada con respecto al poema. Los discursos que han aspirado a sustituir en el poema otra cosa que no fuera el poema mismo han quedado hoy día apartados en un rincón, soportando el frío del mundo. No pocas cosas faltan a las palabras cuando son despojadas de la poesía. Lo que les falta no es solo la musicalidad que arrulla nuestros oídos, ni la imagen que podría ocupar el lugar de otra; lo que les falta son los grandes secretos depositados en el poema, que respiran lo desconocido.

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Qué duda cabe de que necesitamos, en los tiempos que corren, dar un nuevo sentido a nuestra vida y nuestra muerte. La poesía posee su verdad. La verdad de la poesía cuenta con su propio proceso. Únicamente en el poema habla la poesía de una verdad diversa a la que cuenta en otras palabras fuera del poema. El mundo de la verdad de la poesía es más vasto que la distancia que las palabras ocupan en la página, y más largo que el tiempo que dura nuestra escucha. Despierta el mundo de un tiempo personal, y una distancia oscilante fluye sucesivamente hasta tal punto que ya no existe un final para lo que comienza con el poema, verdad que renueva la génesis hasta el instante en que las únicas desembocaduras existentes somos tú y yo, en meandros de grandes secretos. De este modo, la poesía se hace necesaria en estos tiempos. Otros poetas anteriores ya abordaron esa necesidad en su época, lo que nos empuja a escuchar su palabra con la clarividencia de los entendidos, evitando lo que deja a esas palabras vinculadas a lo que ha sucedido. La poesía llega siempre desde el futuro, cada vez que el poeta traspasa la zona de lo habitual y la doxa para ver, con un tercer ojo, ese universo que se construye deprisa, en un abrir y cerrar de ojos, el brillo entre palabra y palabra, entre verso y verso. La necesidad de la poesía en estos tiempos requiere un esfuerzo que nos lleva a percibir la verdad. Habría que desembarazarse también de lo que hemos leído sobre el fin del poema, que no es muy distinto de ese discurso del fin que pretende hacernos creer en lo que el poema desmiente. Y en ese nuevo retorno a la especificidad de la poesía tomamos conciencia del infinito nacimiento de la verdad de la poesía, con y en el poema. Estamos llamados a la modestia ante el poema hasta que este nos sea dado, pues los grandes secretos, depositados en las palabras del poema, rechazan la sumisión ante lo que amenaza al

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poema. ¿Quién se atrevería hoy en día a hablar de una verdad capaz de alzar la voz de todas las verdades? ¿Quién ostenta el poder de someter a la poesía a aquello que está privado de verdad? Lo que vivimos en estos tiempos es más importante que plegarse ante una sola verdad, la de la economía o la de la política o la de la ciencia. Todas esas verdades son capaces de predicar la gravedad del destino que nos deparan. La necesidad de la poesía es esa verdad cuyo secreto guarda el poema; es ese brillo que estalla en un abrir y cerrar de ojos, que viaja en nosotros y a través de nosotros hacia lo que carece de final. El esfuerzo que requiere el poema es en esencia una resistencia cotidiana a los discursos que nos aprisionan. Un no negador. Se ilumina con un fuego. Se forma y respira en nuestro cuerpo. El poema y su matriz. Un camino distinto que el poema anuncia para percibir la verdad, en nada parecido al criterio del provecho directo del todo opuesto al destino humano. Lo que no tiene fin es esa luz velada que nos acompaña mientras nos hacemos preguntas sobre una vida y una muerte propias, gracias a las cuales recibimos a un cielo y caminamos sobre una tierra abierta a un mundo, obstinado en lo bello, que recorre libremente la vida interior. Llamemos poética a esta tendencia. Poética y nada más. La poesía es una luz movediza, oscilante, apasionada por lo imposible. Nos agarramos al poema rumbo al infinito, caminando por la senda del esfuerzo que conduce al brillo en su pureza; haciendo señas tal vez, arrojando claridad, a esa extensión total que somos nosotros mismos en una vida y una muerte propias. Un futuro en un presente o un presente en el presente de esta llegada como huéspedes de la vida interior. Solo entonces el poema se materializa en un desierto personificado, habitado por aquellos que hacen el esfuerzo, y en la vida interior tintinea una luz sin fin.

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La poésie, dépôt de grands secrets

Dès l'antiquité, l'humanité avait chanté la poésie en se résignant à ce qui se cache derrière les mots. Un air passe d'une âme à une autre sans en demander la permission. Dans la poésie, les hommes sentaient un univers naître et ne jamais finir, parlant de secrets vers lesquels chaque fois les hommes se précipitent sans parvenir à les atteindre. Ce fut la méthode prônée par des poètes essentiels, dans des langues et des civilisations qui portent la parole humaine à hauteur du chant le plus pur, unique et incomparable. D'une âme à une autre. Et voici une histoire toute entière du poème qui se refait chaque fois qu'un poète arrive à ce point, secret de la genèse. Á notre temps d'écouter ses douleurs dans la poésie, c'est-à-dire ses déchirements et la sécheresse de sa langue. Cette solitude qui s'aggrave dans notre vie et ce sanglot dans le coin d'un certain lieu, demande une présence de la poésie, lumière fluctuante par le frisson de l'impossible. La poésie n'a pas parlé d'une vérité, qui reste otage du passé de l'humanité, en tant que temps d'une vie qui deviendrait un article pour antiquaires. Nous constatons maintenant que l'humanité toute entière s'achemine vers un mode d'existence où la domination de l'argent, la tyrannie de la décision politique, la violence de la vitesse et la cruauté de la machine, éloignent l'homme de l'homme, tandis que ce monde nous prive des secrets dans lesquels nous nous unissons sur la terre. Des mots étranglés ou des expressions pour déformer le libre et le beau, sont ce qui nous possède. Regardons la carte de la terre pour voir cette glace qui envahit les âmes, jour après jour. Chaque fois que nous approchons de la parole poétique, un fracas sourd nous traverse et se prolonge dans nos organes, un feu s'illumine dans des mots dont les poètes arrivaient à toucher les strates inférieures. Dans lesquelles ces

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poètes ont résidé, insisté pour que le feu et l'éclair tous deux se jettent dans nos régions retirées. Régions d'intériorité qui se nouent dans le germe du poème, une fois le poète ayant osé parler et voir le lointain insoupçonné, qui repose dans le silence du lointain. Ceci est la poésie, lorsqu'elle articule les mots enflammés, sans que personne ne sache ni d’où vient le poème ni la fin de son sens. Un éclair pur par lequel vit le poème, dansant, inscrit dans l'air intime. Des inconnus entiers prolifèrent dans des souffles, et les souffles dans des mots qui ne ressemblent pas aux mots. Étrangères à la poésie que ces méthodes classiques. Les règles dans leur ensemble ne créent pas un poème, même si le poème n'existe que par ces règles. Dans la différence entre le poème et les règles, une étendue de bleu qu'on on ne peut jamais saisir. Nous ne faisons seulement qu'approcher du poème pour écouter ce que dans les mots le poète avait déposé d'inconnu et qui doit rester un inconnu. Plus que ça, le poète essentiel est celui qui garde au poème son secret, une vérité au pluriel qui habite ce qui dépasse les mots. Nous avons souvent cru le poème soumis à la parole vouée à l'imitation, et par conséquent à son remplacement par une parole différente. C'est une illusion. Elle se manifeste dans le changement du regard vis-à-vis du poème. Les discours qui ont visé à substituer au poème autre chose que lui-même, ils se tiennent aujourd'hui au coin, devant le froid du monde. Bien des choses manquent aux mots quand ils sont désertés par la poésie. La chose qui manque n'est pas seulement la musicalité dont l'oreille se berce, ni l'image qui pourrait prendre la place d'une autre. Ce qui manque, ce sont les grands secrets déposés dans le poème, et qui respirent l'inconnu. Sans doute avons-nous besoin, dans notre temps, de donner un sens nouveau à notre vie et à notre mort. La poésie possède sa vérité. La vérité de la poésie a son propre processus. Dans le poème seul, elle parle d'une vérité différente de celle qui parle dans d'autres mots à l'extérieur du poème. Le

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monde de la vérité de la poésie est plus large par rapport à la distance que les mots occupent sur la page et il est plus long que le temps qui fait durer notre écoute. Le monde d'un temps personnel s'éveille, et une distance fluctuante coule successivement à tel point qu'il n'y a plus de fin à ce qui commence dans le poème, vérité renouvelant la genèse jusqu'au moment où il n'y a plus d'embouchure que toi, que moi, dans des méandres de grands secrets. Ainsi la poésie devient-elle nécessaire dans notre temps. Des poètes antérieurs avaient abordé cette nécessité dans leur temps, ce qui nous pousse à écouter leur parole avec la clairvoyance des connaisseurs, en évitant ce qui laisse ces paroles rattachées à ce qui s'est passé. La poésie vient toujours du futur, chaque fois que le poète dépasse la zone du coutumier et la doxa pour voir, avec un troisième œil, cet univers qui se fait rapidement, en un clin d'œil, éclat entre mot et mot, entre vers et vers. La nécessité de la poésie dans notre temps demande un effort dont l'acte conduit à percevoir la vérité. Il faudrait se débarrasser également de ce que nous avons lu sur la fin du poème. Il n'est pas différent de ce discours de la fin, qui veut nous faire croire à ce que le poème dément. Et dans le retour de nouveau à la spécificité de la poésie, nous prenons conscience de la naissance infinie de la vérité de la poésie, avec et dans le poème. Nous sommes appelés à la modestie devant le poème jusqu'à ce qu'il nous soit donné. Les grands secrets, déposés dans les mots du poème, refusant la soumission à ce qui menace le poème. Qui oserait aujourd'hui parler d'une vérité capable de hausser la voix de toutes les vérités? Qui possède le pouvoir de soumettre la poésie à ce qui est privé de vérité ? Ce que nous vivons, dans notre temps, est plus grand que de se plier à une seule vérité, qui est la vérité de l'économie ou de la politique ou de la science. Toutes ces vérités sont capables de prêcher la gravité du destin qu'elles nous préparent. La nécessité de la poésie est cette vérité dont le poème garde le secret. C'est cet éclat qui fuse en un clin d'œil, voyageant en nous et par nous, vers ce qui n'a

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pas de fin. L'effort que demande le poème est essentiellement une résistance quotidienne aux discours qui nous emprisonnent. Un non négateur. S'illumine d'un feu. Dans notre corps se forme et respire. Le poème est sa matrice. Autre chemin que le poème annonce pour percevoir la vérité qui n'égale en rien le critère du profit direct opposé à un destin humain tout entier. Ce qui n'a pas de fin, c'est cette lumière voilée qui nous accompagne, pendant que nous nous interrogeons sur une vie et une mort à nous, par lesquelles nous accueillons un ciel et marchons sur une terre, ouverte sur un monde qui arpente l'intériorité, librement, obstiné dans le beau. Nommons poétique cette tendance. Poétique uniquement. La poésie est une lumière mouvante, fluctuante, passionnée d'impossible. Vers l'infini, nous nous accrochons au poème, marchant sur le chemin de l'effort pour aboutir à l'éclat dans sa pureté, faisant signe, peut-être, fulgurant, à cette étendue totale, qui est nous-mêmes dans une vie et une mort à nous. Un futur dans un présent ou un présent dans le présent de cette arrivée comme hôte de l'intériorité. C'est seulement là que le poème se concrétise en un désert personnifié, habité par ceux qui déploient l'effort, et en intériorité tintements d'une lumière sans fin.

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lara Usón nació en Barcelona el 26 de enero de 1961, ciudad en la que vive. Se licenció en Derecho por la Universidad de Barcelona en 1984 y ejerció la abogacía durante veinte años. Para Clara, lectora

insaciable desde niña; la escritura era su vocación secreta. En la edad adulta, esta práctica continuó siendo secreta durante años; la misma autora asegura lo siguiente: «Dediqué mis mejores esfuerzos a una profesión que no me interesaba pero que me proporcionaba un buen sueldo. Me casé con la abogacía por conveniencia y acabé por abandonarla». En el año 1998, con treinta y siete años, obtuvo el Premio Femenino Lumen por Noches de San Juan, su primera novela, a la que siguieron Primer vuelo (2001), El viaje de las palabras (2005), Perseguidoras (2007) y Corazón de napalm (2009), que obtuvo el Premio Biblioteca Breve. Ha pasado los últimos tres años escribiendo la novela que acaba de publicar, La hija del Este (Seix Barral).

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lara Usón est née à Barcelone le 26 janvier 1961, ville où elle réside actuellement. Diplômée en Droit par l’Université de Barcelone en 1984, elle a exercé en tant qu’avocate pendant vingt ans. Clara,

lectrice infatigable depuis l’enfance, a toujours vu en l’écriture sa vocation secrète. Devenue adulte, cette pratique est restée cachée pendant des années. L’auteur le dit elle-même : « J’ai consacré le plus gros de mes efforts à une profession qui ne m’intéressait pas, mais qui me garantissait un bon salaire. J’ai épousé la plaidoirie par confort et j’ai fini par l’abandonner ». En 1998, à l’âge de trente-sept ans, elle a reçu le prix du roman féminin Lumen pour Noches de San Juan (Barcelone, Editorial Lumen, 1998), son premier roman, suivi par Primer vuelo (Barcelone, Muchnik Ed., 2001), El viaje de las palabras (Barcelone, Plaza & Janés, 2005), Perseguidoras (Madrid, Alfaguara, 2007) et Corazón de napalm (Barcelone, Seix Barral, 2009), qui a obtenu le prix Biblioteca Breve. Elle a

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consacré ces trois dernières années à l’écriture d’un roman qui vient d’être publié, La hija del Este (Barcelone, Seix Barral, 2012).

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Arreglé las cosas de manera que quedé con Solange a las seis de la tarde del sábado en el bar del hotel Omm (ella eligió el sitio, a mí nunca se me hubiera ocurrido) y, a las diez de la noche de ese mismo día, en el restaurante Amaya de las Ramblas, con el juez, para cenar. De un plumazo iba a resolver dos asuntos importantes en mi vida: mi soledad y mi precariedad económica, o en eso confiaba. Y, por una extraña paradoja, cuando me desperté el sábado por la mañana, en lugar de sentirme nerviosa y excitada, me noté abúlica. No tenía ganas de hacer nada, de haber seguido mis impulsos, hubiera llamado a la viuda de Maristany y a Juan para cancelar mis compromisos con ellos, alegando un fuerte dolor de cabeza o similar. Llevaba una semana esperanzada con la perspectiva de que, a partir del sábado, mi vida iba a mejorar, pero ahora que ese día había llegado, creo que lo que temía era que, a fin de cuentas, esas expectativas se diluyeran, quedaran en nada, y al día siguiente, domingo, tuviera que combatir el desánimo y procurar inventarme una nueva ilusión, como en tantas otras ocasiones. Se nos desmorona el castillo de naipes que llevamos horas armando con paciencia, y pasado el primer disgusto, después de soltar tres o cuatro juramentos y propinar un golpe furioso a la mesa, que no tiene culpa de nada, nos agachamos a coger las cartas del suelo y las depositamos, una a una, sobre el tablero, dispuestos a volver a levantar la precaria estructura de cartón, hasta que el primer golpe de aire la tire al suelo, así veía yo la vida, la mía, al menos. De modo que acudí recelosa a mi cita con Solange en ese hotel de lujo y diseño, como se jacta su publicidad. Llegué diez minutos tarde, a propósito, pero Solange me ganó la mano; ella aún no había llegado. Quien sí estaba era Turpin, el marchante de arte. Cuando entré en el lobby, no lo vi; yo buscaba a Solange y, al no encontrarla, me dirigí a la barra del bar, dispuesta a esperarla, pero él se irguió en toda su estatura de gigante desde una mesa situada en un rincón y me llamó. Me reuní con Turpin sorprendida, no contaba con él. Me

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recibió con la cortesía untuosa y anticuada que estilaba, vestido con un traje distinto del que llevaba el día que lo conocí, en el MACBA, pero igualmente exquisito. Disculpó a Solange por su retraso y me preguntó qué quería tomar. Le dije que un té y él inquirió, «¿qué clase de té?». «No sé, cualquiera, todos me gustan», contesté irritada conmigo misma por mi falta de cosmopolitismo; en Valladolid, cuando pides un té, te sirven el que tienen, no hay nada que decir. Turpin me recomendó un té negro de Ceylán, «es delicioso, para mí el mejor». (Cuando lo probé, advertí que no todos los tés me gustan; el negro de Ceylán me repugna). Él bebía un whisky largo con hielo. Nos pusimos pusimos a charlar, matando el tiempo, y descubrí que bajo su apariencia de dandi relamido, Turpin era un hombre agradable. Hablamos de pintura, nuestra mutua pasión. Turpin dejó caer, como al descuido, tres nombres de artistas españoles y uno portugués, patrocinados suyos, que me impresionaron: pertenecían a la crème de la crème de la última ola de la pintura europea. Me preguntó por mi obra, ¿qué estaba haciendo? ¿Dónde había expuesto? Comprendí que aquello que llevaba años soñando que sucediera, sin creer de verdad que pudiera llegar a pasar, estaba ocurriendo: un marchante de prestigio mostraba interés por mi trabajo. Si yo no metía la pata, Turpin podía acceder a representarme y ese futuro de gloria y dinero que me parecía imposible, se haría realidad. Elegí con mucho cuidado mis palabras. Le hablé de mi preferencia por la pintura figurativa («lo otro no es pintura», afirmé tajante) y le expliqué que mis cuadros requerían muchas horas de esfuerzo y por ello mi obra era escasa. Le informé de que hacía un par de años había expuesto en Valladolid y lo vendí todo (no le dije que el comprado fue mi padre, no me pareció un detalle relevante). A continuación, me embarqué en una disquisición sobre la técnica y el oficio, valores inexplicablemente descuidados por ciertos artistas contemporáneos, que yo cultivaba a ultranza; le mencioné mi afición a copiar cuadros de Velázquez («copiando a Velázquez he aprendido mucho», manifesté con cierta falta de rigor, dando por concluida una tarea que

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proyectaba, pero que no había emprendido todavía). Me halagaba tanto la atención de ese hombre elegante, que casi me fastidió la aparición intempestiva de Solange. Llegó acalorada, excusando su tardanza en un tono tan enojado, que me hizo sentir culpable de haber sido demasiado puntual. Solange era un manojo de nervios, una de esas personas que dan la impresión de estar siempre muy atareadas y escasas de tiempo; cada dos por tres miran el reloj, constantemente reciben mensajes o llamadas por el móvil, que no pueden desatender porque son muy urgentes, y se sientan muy erguidas en el borde de la silla, listas para salir disparadas a la primera oportunidad. La atención que te dedican (y que aprecias como un favor inmerecido) es distraída e impaciente, pues tienen que pensar en muchas otras cosas a la vez; consiguen irradiar tanta ansiedad, que una conversación con ellas es siempre tensa. Así que al poco de sentarse Solange con nosotros, estábamos los tres muy nerviosos. No mejoró el ambiente que, al hacer amago Solange de encender un cigarrillo, se acercara a nuestra mesa un camarero para indicarnos, con mucha educación, que estaba prohibido fumar en el bar. —¡Lo que faltaba! —explotó Solange—. Ya no se puede fumar en ninguna parte, no sé cómo vamos a acabar —y, guardando en el bolso el paquete de tabaco, añadió—: Mientras me esperabais, supongo que habréis hablado del asunto, ¿no?

Corazón de napalm, Barcelona, Seix Barral, 2009, págs. 154-158

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Le samedi, je me suis arrangée pour donner rendez-vous. d’abord à Solange à dix-huit heures au bar de l’hôtel Omm (c’est elle qui avait choisi le lieu, je n’aurais jamais eu cette idée), puis au juge à vingt-deux heures, au restaurant Amaya de las Ramblas, pour dîner. Ainsi j’allais, d’un coup, résoudre deux problèmes importants dans ma vie : ma solitude et ma précarité économique, du moins je l’espérais. Par un étrange paradoxe, au lieu de me réveiller nerveuse et excitée le samedi matin, je me suis sentie sans volonté. Je n’avais envie de rien. Si je m’étais écoutée, j’aurais appelé la veuve de Maristany et Juan pour prétexter une migraine et tout annuler. J’avais passé toute la semaine animé par l’espoir qu’à partir du samedi ma vie allait changer, mais à présent que ce jour était arrivé, j’avais sans doute peur de voir mes attentes déçues et d’être dès le lendemain, confrontée au découragement, forcée de m’inventer une nouvelle illusion, comme tant d’autres fois. Le château des cartes qu’on a passé des heures à élever patiemment s’écroule et, une fois passé l’ecoeurment, après trois ou quatre jurons et un coup de poing furieux à la table (qui n’y est pour rien), on s’escrime à ramasser toutes les cartes par terre et à les remettre sur le table, afin de recommencer la précaire structure en carton, jusqu’au moment où le moindre souffle l’eboulera de nouveau. C’est ainsi que je voyais la vie, du moins la mienne. C’est donc méfiant que j’arrivais devant ce qui se veut être un hôtel luxe et design. J’avais volontairement dix minutes de retard, mais Solanges faisait encore plus fort : elle n’était pas arrivée. En revanche Turpin, le marchand d’art, était là. En entrant dans le lobby, je ne l’ai pas remarqué ; cétait Solange que je cherchais et, comme elle n’était pas là, je me suis dirigée vers le bar pour l’attendre. Se dressant de toutes sa taille de géant, Turpin me fit signe depuis une table dans le coin. Alors que je le rejoignais, surprise, il m’a accueillie avec la courtoisie onctueuse et désuète qu’il affectione. Il a excusé Solange pour son retard et m’a demandé ce que je voulais prendre. « Un thé ». « Quelle sorte de thé? » « Je ne sais pas, peu importe, j’aime tout », ai-je répondu , furieuse de me

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montrer aussi provicinciale ; à Valladolid, quand on prend un thé, on n’a pas le choix, il n’y en a qu’un. Turpin m’a racommandé un thé noir de Ceylan, « il est délicieux, le meilleur selon moi ». (Maintenant que je l’ai, je sais que je n’aime pas tous les thés ; le noir de Ceylan, par exemple, me répugne.) Il buvait un whisky on the rocks. Alors qu’on bavardait, pour tuer le temps j’ai découvert que sous son allure de dandy affecté, Turpin était un homme agréable. On a parlé peinture, nottre passion commune. Turpin a lâché, comme s’il n’y accordait aucune importance, trois noms d’artistes espagnoles et un autre portugais qu’il représentait : ils appartenaient à la crème de la crème des peintres européens actuel. Il m’a interrogée sur mon oeuvre, sur quoi je travaillais, où j’avais exposé. J’ai compris que ce dont j’avais rêvé pendant des années, sans y croire vraiment, était en train d’arriver : un marchand d’art prestigieux montrait de l’int´rêt pour mon travail. Si je ne commettais pas d’impairs, Turpin pouvait devenir mon agent et ces rêves de gloire et d’argent qui me paraissaient inatteignables se réaliseraient. J’ai choisi mes mots avec beaucoup d’attention, J’ai évoqué ma préférence pour la peinture figurative (« Le reste n’est pas de la peinture », ai-je affirmé, catégorique) et je lui ai expliqué que mes toiles exigeaient de nombreuses heures de travail ; c’était pourquoi mon oeuvre était si mince. Deuz ans plus tôt j’avais exposé à Valladolid, et j’avais tout vendu (je n’ai pas précisé que le seul acheteur était mon père, détail qui ne m’a pas semblé opportun). Ensuit je me suis lancée dans un exposé sur la technique et le métier, valeurs inexplicablement négligées par certains artistes contemporains, qu’à l’inverse je cultivais à outrance ; j’ai évoqué ma passion pour Velázquez (« en copiant Velázquez j’ai beaucoup appris », ai-je déclaré avec une absence de rigueur coupable car je n’avais pas encore entrepris ce projet). J’étais tellement flattée par l’attention que cet homme élégant me prêtait que l’apparition intempestive de Solange m’a presque contrariée. Elle est arrivée tout échauffée, a excusé son retard sur un ton si furieux que je me suis sentie coupable d’avoir été exagérément ponctuelle. Solange était

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une boule de nerfs, elle faisait partie de ces gens qui donnent l’impression d’être toujours débordés et d’avoir peu des temps disponible, qui regardent leur montre toutes les deux minutes, reçoivent constamment des messages ou des appels sur leur portable, des gens qui ne peuvent pas se laisser aller parce qu’ils sont pressés, qui s’assoient le dos bien droit au bord de la chaise, prêts à décamper à la première occasion. L’attention qu’ils vous portent (appréciée comme une faveur imméritée) est distraite et impatiente, car ils pensent à beaucoup d’autres choses en même temps. Ils dégagent tant d’angoisse qu’une conversation avec eux est toujours tendue. Ainsi, une minute à peine après l’arrivée de Solange, nous étions tous les trois très nerveux. Et l’ambiance ne s’est pas arrangée quand un serveur s’est approché de notre table pour indiquer poliment à Solange, qui faisait mine d’allumer une cigarette, qu’il était interdit de fumer dans le bar. — Il ne manquait plus que ça ! a explosé la veuve de Maristany. On ne peut plus fumer nulle part, je ne sais pas jusqu’où ça va aller. Enfin… Pendant que vous m’attendiez, vous avez déjà parlé de notre affaire, je suppose ? a-t-elle ajouté en rangeant son paquet de cigarettes dans sa poche. Coeur de napalm, París, JC Lattès, 2012 Traduit de l’espagnol par Anne Plantagenet

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S

lavko Zupcic nació en Valencia, Venezuela, en 1970. Trabaja como psiquiatra y médico del trabajo, pero fundamentalmente es paciente y lector. Entre sus títulos, destacan la dramática evocación de la figura

paterna en Dragi Sol (Fundarte, 1989), 583104: pizzas pizzas pizzas (Fundarte, 1995), el tono escatológico de la noveleta Barbie (Grupo Eclepsidra, 1995), Tres novelas (El Otro el Mismo, 2006), las peripecias de una detective singular en Giuliana Labolita. El caso de Pepe Toledo (Ediciones B, 2006) y los relatos de Médicos taxistas, escritores (Publiberia, 2011). Sus relatos están recogidos en varias antologías de cuento hispanoamericano.

S

lavko Zupcic est né à Valencia, au Venezuela, en 1970. Il travaille comme psychiatre et dans le milieu de la médecine du travail, mais se considère essentiellement comme patient, et lecteur. Parmi ses écrits, il

convient de distinguer, notamment, le dramatique portrait de la figure paternelle dans Dragi Sol (Caracas, Fundarte, 1989), 583104: pizzas pizzas pizzas (Caracas, Fundarte, 1995), le ton scatologique du court roman Barbie (Caracas, Grupo Editorial Eclepsidra, 1995), Tres novelas (Mérida, Venezuela, El Otro el Mismo, 2006), les péripéties d’une détective singulière dans Giuliana Labolita. El caso de Pepe Toledo (Bogota, Ediciones B, 2006), ainsi que les récits de Médicos taxistas, escritores (Valencia, Espagne, Publiberia, 2011). Ses récits ont été publiés dans diverses anthologies de nouvelles hispano-américaines.

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MÉDICOS TAXISTAS

A Manuel Matute, padrino y maestro pocaterrólogo.

La idea flotaba en el aire desde hacía varios días, pero quien la formuló, quien finalmente se atrevió a formularla en un acto público, fue el gordito de obstetricia en la asamblea de médicos residentes. Habían dado ya varios discursos —que si las enfermeras ganan más que nosotros, que incluso los vigilantes, que así no se puede, que la federación no hace nada, que el ministro no escucha, que con lo que se gana no se puede pagar ni siquiera el alquiler— y el gordito venía pidiendo la palabra desde las enfermeras—. Cuando escuchó la palabra alquiler, casi le arrebató el megáfono al R3 de cirugía: —Colegas residentes, lo que yo propongo es que a partir de ahora, durante las próximas semanas y hasta que nos aumenten el sueldo, todo médico residente escriba con pintura blanca en los cristales de su carro las palabras «médico taxista» y salga así por las calles de la ciudad para que la federación y el ministerio se den cuenta, para que se de cuenta todo el mundo. Apuesto que a la semana estamos en todos los noticieros. La idea fue recibida con un aplauso inmediato y estruendoso. Sólo una residente de oncología, la catirita con los anteojos de montura azul, pidió la palabra e hizo su planteamiento, el único de toda la asamblea, en contra de la idea: —Pero ¿qué se creen ustedes? ¿Acaso no existen desde hace años colegas que se resuelven manejando taxis? Eso no tiene sentido. Lo que hay que hacer es escribirle una carta al... El gordito se defendió con un argumento irrefutable que inmediatamente lo

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puso al comando de la asamblea. —Eso es cierto, colega, pero lo hacen en secreto, como para que nadie se entere. La idea nuestra es diferente, debemos ponernos en contacto con todos los residentes y a partir de mañana que Caracas se llene de carros de médicos taxistas. Inmediatamente se constituyó el comité, con el gordito a la cabeza, y esa misma tarde se cursó la invitación a los residentes de los otros hospitales. El gordito había dicho que al día siguiente, pero los carros comenzaron a salir a los tres días. Inicialmente la idea era que los letreros sólo funcionasen como publicidad para sensibilizar a la población sobre el precario salario percibido por los médicos, pero el resto fue inevitable: debido a la realidad que los letreros denunciaban, ya desde el primer día los médicos residentes empezaron a trabajar como taxistas. El gordito, en cuanto se enteró, escribió un e-mail colectivo advirtiendo que esa conducta era contraproducente y atentaba contra la dignidad del gremio. Además, escribió, se corría «un terrible riesgo porque de todos es sabido que en esta ciudad todas las noches mueren, en manos de la delincuencia, por lo menos...». Eso escribió, pero a los dos días cambió de opinión. Empezaba ya a notarse en los médicos que trabajaban como taxistas un estado de bienestar que los diferenciaba claramente de los que no: sus batas eran más blancas, planchaditas, su rostro denotaba satisfacción y, cuando iban al cafetín, pedían un café grande y una hamburguesa, nada de empanadas ni cafecitos pequeños. A las dos semanas, la nueva realidad económica de los residentes, gordito incluido, era mucho más que obvia: habían saldado sus deudas, habían engordado e incluso ganaban más que los especialistas, a pesar de que éstos se ayudaban con la consulta privada.

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Esta última circunstancia fue la que multiplicó el proyecto y, sin lugar a dudas, la culpable de que las calles de la ciudad se vieran invadidas de médicos taxistas. De quinientos —ése era el número de residentes participantes— se pasó a siete mil y la única condición que logró imponer el gordito en la asamblea en que se aprobó la incorporación de los especialistas era que los vidrios fuesen rotulados no sólo con las palabras «médico taxista» sino que también, en el caso de los especialistas, con la naturaleza de la especialidad. Al contrario de lo que el gordito había pensado, esta condición prácticamente sacó del negocio a los residentes: los clientes preferían que su taxista fuese especialista por la misma razón que preferían un taxista médico a un taxista normal: la posibilidad de una consulta. Así, los taxis —rotulados todos con las letras de las palabras pediatría, ginecología, psiquiatría, nefrología, mastología, etcétera— de alguna manera se habían convertido en consultorios móviles y las paradas en verdaderas salas de espera donde incluso los voceadores, que antaño gritaban el destino de las unidades de transporte colectivo, tenían oportunidad de participar voceando el nombre de las enfermedades que en el carro en cuestión podían ser tratadas: —Neurología: convulsiones, epilepsia, déficit de atención, neuralgias, dolores de todo tipo. Móntese. —Taxi de angiología: varices, vasitos, infiltración, úlceras. El fenómeno de las consultas no sólo tuvo consecuencias en los planos político y sanitario —el ministro y la federación lograron sentarse a discutir, la OMS envió observadores que pedían datos epidemiológicos, las listas de espera se aligeraron— sino que también cambió de alguna manera la geografía de la ciudad. Dependiendo de la naturaleza de la consulta, las parroquias dejaron a ser contiguas o comenzaron a serlo: —¿A dónde va? ¿A Chacaito? —éste podía ser el comentario introductorio de

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un taxista psiquiatra en Plaza Venezuela ante un paciente deprimido—. Para ayudarle en esta circunstancia lo mejor sería llegar vía Caricuao. Y así los geriatras, los traumatólogos, los cirujanos, los internistas, los neumólogos, los dermatólogos, los neurólogos, los cardiólogos, los cirujanos, los mastólogos, los ginecólogos y los residentes quienes, para no salir del proyecto y no tener que salir a la calle sólo con dos palabras rotuladas en los vidrios, se apropiaban de antemano de su especialidad. La pasión sanadora duró aproximadamente seis semanas. Ni siquiera la muerte de un ginecólogo y el robo de siete unidades lograron detenerla. Lo que no pudieron los malandros robando y asesinando médicos lo lograron dos o tres personas inescrupulosas que, vistiéndose con batas blancas y rotulando vehículos previamente robados con títulos y especialidades que nunca habían adquirido, se hicieron pasar por médicos taxistas e hicieron indicaciones inadecuadas. Cinco pacientes han muerto y nueve están siendo tratados en unidades de cuidados intensivos. Esta circunstancia ha ameritado la intervención del ministro por lo que desde hace dos días está absolutamente prohibido trabajar como taxista y médico simultáneamente.

Incluido en Médicos taxistas, escritores, Valencia, Publiberia, 2011

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MÉDECINS TAXIS

À Manuel Matute, parrain et maître « pocaterralogue8 »

L’idée flottait dans l’air depuis plusieurs jours, mais celui qui l’a énoncée, celui qui a finalement osé l’énoncer lors d’un acte public, ce fut le petit gros, l’obstétricien, pendant l’assemblée des médecins résidents. Plusieurs d’entre eux avaient pu s’exprimer déjà – et ces infirmières, qui gagnent plus que nous, et les gardiens même, qu’on n’y arrivera pas comme ça, que la fédération reste les bras croisés, que le ministre ne veut rien entendre, qu’avec ce qu’on gagne on ne peut même pas payer son loyer –, et cela faisait un moment que le petit gros demandait la parole, depuis que les infirmières avaient terminé. En entendant le mot de loyer, il arracha pratiquement le mégaphone à l’interne en 3ème année de chirurgie : - Chers collègues résidents, ce que je propose, moi, à partir de maintenant, au cours des prochaines semaines et jusqu’à ce qu’on nous augmente, c’est que chaque médecin résident écrive à la peinture blanche les mots « médecin taxi » sur les vitres de sa voiture, et qu’il circule ainsi, à travers les rues de la ville, pour que la fédération et le ministère comprennent, pour que tout le monde comprenne. Je parie que dans la semaine on sera dans tous les journaux télévisés. L’idée

fut

immédiatement

accueillie

par

un

tonnerre

d’applaudissements.

8

N. d. T. : spécialiste en « pocaterrologie », discipline dont l’objet d’étude est l’œuvre et la vie du poète vénézuélien José Rafael Pocaterra.

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Seule une résidente d’oncologie, la rousse aux lunettes à la monture bleue, demanda la parole et donna son point de vue, le seul de l’assemblée défavorable à cette proposition : - Mais qu’est-ce que vous croyez ? Ça ne fait pas des années, peut-être, que certains collègues joignent les deux bouts en faisant le taxi ? Ça n’a aucun sens. Ce qu’il faut faire, c’est écrire au… Le petit gros répliqua avec un argument irréfutable qui le plaça immédiatement à la tête de l’assemblée. - C’est vrai, chère collègue, mais ils le font en cachette, et pour que personne ne l’apprenne. Notre idée est différente, nous devons prendre contact avec tous les résidents. À partir de demain, Caracas doit se retrouver inondée de voitures de médecins taxis. Le comité fut constitué sur le champ, sous la houlette du petit gros, et le soir même l’invitation fut étendue aux résidents des autres hôpitaux. Le petit gros avait parlé du lendemain, mais les voitures se mirent à circuler au bout de trois jours. À l’origine, ces inscriptions devaient seulement faire office d’annonces publicitaires pour sensibiliser la population sur le salaire de misère que percevaient les médecins, mais la suite fut inévitable : en raison même de la réalité qu’ils dénonçaient, dès le premier jour déjà, les médecins résidents commencèrent à travailler comme taxis. Sitôt le petit gros au courant, il rédigea un e-mail collectif, en soulignant que cette conduite était contreproductive, et qu’elle portait atteinte à la dignité de la profession. En outre, écrivit-il, on court « un très grand risque, car nous savons tous que dans cette ville, toutes les nuits meurent aux mains des délinquants au moins… ». C’est ce qu’il écrivit, mais deux jours plus tard, il changea d’avis. On commençait déjà à remarquer chez les médecins qui travaillaient comme taxis

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un état de bien-être qui les distinguait nettement de ceux qui ne le faisaient pas : leurs blouses étaient bien blanches, parfaitement repassées, leur visage rayonnait de satisfaction et, lorsqu’ils allaient à la cafèt’, ils commandaient un grand café et un hamburger, finies les empanadas et les petits cafés ! Au bout de deux semaines, la nouvelle situation économique des résidents, petit gros inclus, sautait aux yeux : ils avaient remboursé leurs dettes, ils avaient grossi et ils gagnaient même plus que les spécialistes, alors que ces derniers pouvaient arrondir leurs fins de mois grâce aux consultations privées. C’est ce dernier point qui fut à l’origine des débordements, et qui expliqua, sans l’ombre d’un doute, que les rues de la ville se retrouvèrent inondées de médecins taxis. De cinq cents – tel était le nombre de résidents participants – on passa a sept mille, et la seule condition que le petit gros parvint à imposer lors de l’assemblée qui vota pour la participation des spécialistes, ce fut que les vitres fassent non seulement mention de « médecin taxi », mais également, dans le cas des spécialistes, du nom de leur spécialité. Contrairement à ce que le petit gros avait prévu, cette directive mit pratiquement les résidents sur la touche : les clients préféraient que leur taxi soit spécialiste, de même qu’ils préféraient un taxi médecin à un taxi normal : pour pouvoir consulter. C’est ainsi que les taxis – où figuraient en toutes lettres les

mots

« pédiatrie »,

« gynécologie »,

« psychiatrie »,

« néphrologie »,

« mastologie », etc. – devinrent en quelque sorte des cabinets de consultation mobiles, et les stations, de véritables salles d’attente où les crieurs, qui annonçaient autrefois les destinations des unités de transport collectif, vociféraient désormais le nom des maladies susceptibles d’être traitées dans la véhicule en question : - Neurologie : convulsions, épilepsie, déficit d’attention, névralgies, douleurs en tous genres. Montez !

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- Taxi d’angiologie : varices, couperose, infiltration, ulcères. Le phénomène de ces consultations n’eut pas seulement un effet aux plans politique et sanitaire – le ministre et la fédération finirent par s’asseoir autour de la table des négociations, l’OMS envoya des observateurs pour recueillir des données épidémiologiques, les listes d’attente se raccourcirent – mais changea également, quelque part, la géographie de la ville. En fonction de la nature de la consultation, certains quartiers cessèrent d’être contigus, et d’autres le devinrent. - Où allez-vous ? À Chacaito ? – telle pouvait être l’invite d’un taxi psychiatre sur la Place du Venezuela face à un patient déprimé. Pour vous aider, dans ce cas précis, le mieux serait de passer par Caricuao. Et c’est ainsi que les gérontologues, les traumatologues, les chirurgiens, les internes, les pneumologues, les cardiologues, les chirurgiens, les mastologues, les gynécologues et même les simples résidents, pour ne pas être exclus du projet en ne circulant qu’avec deux simples mots sur leurs vitres, se prévalurent, pour certains avant l’heure, de leurs spécialités. Cette frénésie curative dura six semaines environ. Même la mort d’un gynécologue et le vol de sept véhicules ne suffirent pas à y à la modérer. Ce que ne gagnèrent pas les délinquants en volant et en assassinant les médecins, ce furent deux ou trois individus sans scrupules qui l’empochèrent, en revêtant des blouses blanches et en inscrivant sur des véhicules volés des titres et des spécialités qu’ils n’avaient jamais eus, en se faisant passer pour des médecins taxis et en donnant des conseils inappropriés.

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Cinq patients sont morts et neuf se trouvent actuellement en unités de soins intensifs. Cet incident a entraîné l’intervention du ministre, en conséquence de quoi, depuis deux jours, il est strictement interdit de travailler à la fois comme taxi et comme médecin.

Traduit de l’espagnol (Venezuela) par Svetlana Doubin Dans Médicos taxistas, escritores, Valencia, Publiberia, 2011

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MiĂŠrcoles, 9 de mayo de 2012

Escritor y ciudadano Clara JanĂŠs Ricardo Sumalavia Rodrigo Soto Jorge Volpi

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C

lara Janés nació en Barcelona en 1940. Estudió en dicha ciudad y en Pamplona la carrera de Filosofía y Letras, en la que es licenciada. Es, así mismo Maitre és lettres, por la Universidad de París IV Sorbona, en

Literatura Comparada. Cultiva la poesía, la novela, la biografía y el ensayo y se distingue como traductora, particularmente de la lengua checa. En 1992 se le concede el Premio de la Fundación Tutav, de Turquía, por su labor de difusión de la poesía turca en España. En 1997, el Premio Nacional de Traducción por el conjunto de su obra. En el año 2000 recibe la Medalla del Mérito de Primera Categoría de la República Checa por su labor como traductora y difusora de la literatura de dicho país. En 2004 se le otorga la Medalla del Mérito en las Bellas Artes en su categoría de oro, de España; en 2007, el X Premio de las Letras Españolas Teresa de Ávila, por el conjunto de su obra, y en 2011, el Premio Francisco Pino de Poesía Experimental. Entre su obra poética cabe destacar Kampa (1986), Rosas de fuego (1996), Diván del ópalo de fuego (1996), La indetenible quietud (1998), El libro de los pájaros (1999), Arcángel de sombra (1999), que recibió el Premio Ciudad de Melilla en 1998, Los secretos del bosque (Premio de Jaime Gil de Biedma, 2002), Huellas sobre una corteza (2005), Espacios translúcidos (2006 y 2007), Río hacia la nada (2010, XIV Premio Ciudad de Torrevieja), Variables ocultas (2010) y Peregrinaje (2011). Entre sus ensayos, La palabra y el secreto (1999), y María Zambrano. Desde la sombra llameante (2010) y, entre sus novelas, Los caballos del sueño (1989) y El hombre de Adén (1991). Es autora de la biografía La vida callada de Federico Mompou (Premio Ciudad de Barcelona 1975) y de los libros de memorias Jardín y laberinto (1990) y La voz de Ofelia (2005), además de numerosos poemas visuales y experimentales. Desde 1983 participa en encuentros literarios nacionales e internacionales. Su poesía ha sido traducida a más de veinte idiomas.

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C

lara Janés est née à Barcelone en 1940. C’est dans cette ville, ainsi qu’à Pampelune, qu’elle fait ses études. Elle est diplômée en Philosophie et Lettres et est, en outre, Docteur ès Lettres (Littérature Comparée) de

l’Université Paris IV Sorbonne. Elle cultive les genres de la poésie, du roman, de la biographie et de l’essai, et se distingue en tant que traductrice, particulièrement du tchèque vers l’espagnol. En 1992, elle reçoit le prix de la Fondation Tutav, Turquie, pour son travail de diffusion de la poésie turque en Espagne. En 1997, elle est récompensée par le prix national de traduction pour l’ensemble de son œuvre. En 2000, elle reçoit la Médaille du Mérite de Première Catégorie de la République Tchèque pour son travail de traduction et de diffusion de la littérature nationale. En 2004, elle est distinguée de la Médaille d’Or du Mérite des Beaux-Arts en Espagne ; en 2007, l’ensemble de son œuvre lui vaut le Xe prix de littérature espagnole Teresa de Ávila. Enfin, en 2011, elle reçoit le prix Francisco Pino de poésie expérimentale. Au sein de son œuvre poétique, il convient de citer, notamment : Kampa (Madrid, Ediciones Hiperión, 1986), Rosas de fuego (Madrid, Editorial Cátedra, 1996), Diván del ópalo de fuego (Murcia, Editora regional de Murcia, 1996), La indetenible quietud: en torno a Chillida (Barcelona, Boza Editor, 1998), El libro de los pájaros (Valencia, Editorial Pre-Textos, 1999) ; Arcángel de sombra (Madrid, Editorial Visor Libros, 1999), prix Ciudad de Melilla en 1999 ; Los secretos del bosque (Madrid, Editorial Visor Libros, 2002), prix Jaime Gil de Biedma, 2002 ; Huellas sobre una corteza (Valladolid, Fundación Jorge Guillén, 2005), Espacios translúcidos (Madrid, Editorial Casariego, 2007) ; Río hacia la nada (Madrid, Plaza & Janés, 2010), XIVe prix Ciudad de Torrevieja ; Variables ocultas (Madrid, Editorial Vaso roto, 2010) et Peregrinaje (Madrid, Editorial Salto de Página, 2011). Parmi ses essais, mentionnons, entre autres : La palabra y el secreto (Madrid, Huerga & Fierro, 1999) et María Zambrano. Desde la sombra llameante (Madrid, Editorial Siruela, 2010). Enfin, de son œuvre romanesque, on retiendra plus particulièrement : Los caballos del sueño (Barcelone,

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Editorial Anagrama, 1989) et El hombre de Adén (Barcelone, Editorial Anagrama, 1991). Clara Janés est également l’auteur de la biographie La vida callada de Federico Mompou (Barcelone, Editorial Ariel, 1975), prix Ciudad de Barcelona 1976 ; des livres de mémoires Jardín y laberinto (Madrid, Editorial Debate, 1990) et La voz de Ofelia (Madrid, Editorial Siruela, 2005), ainsi que de nombreux poèmes visuels et expérimentaux. En français, on peut lire le roman L’homme d’Aden (Toulouse, Délit Éditions, 2009), dans la traduction de Évelyne Martin Hernandez ; le recueil poétique Livre d’Aliénations, précédé de L’île du suicide, traduit par Julie Delabarre en collaboration avec Solange Hibbs (Toulouse, Délit Éditions, 2010), et l’essai Le mot et le secret (Toulouse, Délit Éditions, 2011), dans la traduction de Solange Hibbs. Depuis 1983, elle participe à des rencontres littéraires tant en Espagne qu’à l’étranger. Sa poésie a été traduite vers plus de vingt langues.

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MUJERES SIN MIEDO

Siempre he admirado a la mujer espartana que despedía a su hijo al partir a la guerra deseándole que volviera «o con el escudo o sobre el escudo», es decir victorioso o muerto, y he sentido como una falta de realismo —aunque Rosa Chacel, refiriéndose a ella, observa: «El hombre asume el riesgo de su vida y la mujer la responsabilidad»— la frase de Simone de Beauvoir: «la peor maldición que pesa sobre la mujer es haber sido excluida de las expediciones guerreras». Actualmente, aunque digamos a nuestros hijos la frase espartana, en nuestra sociedad de tan borrosos y contradictorios modelos, no la sabrán interpretar. Hay todavía, sin embargo, pueblos sometidos a culturas menos «elaboradas», donde aquella frase cabría como natural, donde las mujeres, sin preámbulo de ningún tipo, llegado el momento, se han lanzado a la lucha corriendo tanto «riesgo» como en otros actos de su vida. Riesgo y responsabilidad precisamente entraña la creación, el riesgo y la responsabilidad de la verdad, que implica el empeñar el propio ser —la vida— en la obra. Por ello, acaso, las mujeres de uno de esos pueblos, son también las creadoras de su grupo, mientras el hombre se dedica exclusivamente a prepararse para la guerra. Me refiero a las mujeres afganas de idioma pashto, las cuales, siendo, en general, analfabetas, y, desde luego, careciendo de habitación propia, son depositarias de una lírica tradicional de gran belleza. En su comunidad, guerrera por antonomasia, regida por los valores masculinos y con una ley basada en el código del honor, su condición es dura: se ocupan del rebaño, preparan la harina, cuecen el pan, hilan la lana, cosen la ropa, ponen a secar las pieles de los animales, riegan los campos, transportan en la cabeza pesados recipientes… Pero nunca se lamentan en los landays —así se llaman los breves poemas que cantan al ir a la fuente o en las fiestas—.

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Aparentemente sumisas, estas mujeres, de palabra y hecho, ostentan el orgullo de arriesgar la vida, llevando a cabo una revolución que desemboca, nos dice Sayd Bahodine Majruh, estudioso que ha rescatado su lírica, en dos testimonios: el suicidio y el canto. En su sociedad, las muchachas son mero objeto de cambio y un amor distinto al que ese trueque comporta, es, en ellas, una falta grave castigada con la muerte. Como consecuencia, sus poemas son gritos perpetuos de separación o llamada, donde el amante aparece unido a apasionados acentos: Dame la mano, amor mío, y partamos por los campos / para amarnos y caer juntos bajo las cuchilladas. Al marido —que suele ser un anciano o un niño—, cuando aparece, se lo menciona, en general, como el «pequeño horrible»: El pequeño horrible no hace nada: ni el amor ni la guerra. / Por la noche, en cuanto tiene el vientre lleno, sube a la cama y ronca hasta el amanecer. La ironía que encierran estos versos, tono frecuente en los landays, es fruto de una seguridad y una rebeldía peculiares: Oh, amor mío, si en mis brazos tiemblas tanto / ¿Qué harás cuando el entrechocar de las espadas se convierta en mil relámpagos? Este es, sin duda, un modo de enfrentarse a la continua amenaza de la muerte, que, por cierto, se concibe sólo como algo material. En el vocabulario pashto no hay huella de la palabra «alma», se utiliza la palabra «sa», que quiere decir respiración; y cuando la vida acaba se dice que ha llegado el «final de la respiración». Por ello, en sus cantos, las mujeres se interesan fundamentalmente por el destino del cuerpo y exaltan uno de sus elementos: el corazón, sede de las emociones, al que comparan con un pájaro, una fuente de sangre o un horno que devora sus propias llamas. La mujer pashta habla, pues, de su cuerpo y lo describe como «creciente frágil», con sus «granos de belleza como estrellas», sus «senos como granadas», siempre en el marco de lo efímero de la existencia: Rápido amor mío, quiero ofrecerte mi boca. / La muerte ronda por el pueblo y podría llevárseme. Y siempre sin perder el

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humor: Ven y sé una flor en mi pecho / para que pueda refrescarte cada mañana con un estallido de risa. Ningún titubeo se detecta en estos versos, ningún disimulo, pues son la expresión de una mujer segura, que desconoce el miedo y desprecia la cobardía, que sabe cuál es su valor, sabe que, para que la vida siga, es tan necesario que ella siembre, teja, vaya a buscar agua a la fuente y haga el pan como que el hombre esté preparado para la lucha. Esto explica que, sin transición, cuando tras el golpe de estado comunista de 1978, la invasión soviética arrasó el país y se produjeron masacres como la de Kerala, donde cayeron asesinados todos los hombres (mil setecientos), fueran las mujeres las que organizaran la gran manifestación de Kabul: niñas de las escuelas y los institutos, estudiantes de enseñanza superior, maestras, empleadas y madres de familia se dirigieron al palacio del gobierno haciendo frente a los tanques. Nahid, una de las organizadoras de la marcha, interpeló al oficial, un miembro del partido comunista afgano, que la apuntaba con su fusil, casi con un landay. «¡Eh, pequeño cobarde! Puesto que eres incapaz de defender el honor, no eres hombre. Toma mi velo, póntelo en la cabeza y dame tu arma. Las mujeres sabremos defender el país mejor que tú!» El oficial disparó y Nahid cayó sin vida. Tres millones de afganos pasaron a Pakistán. En el exilio, el rostro de sus mujeres sigue siendo rebelde y orgulloso: algunas han aprendido a escribir, otras graban en cintas sus canciones para que lleguen como lazos a su tierra natal. Aunque en los landays actuales ya no es la risa la cifra de su desafío, la muerte sigue presente como realidad irremediable y el acento luchador no ha mermado su belleza: —Brisa que soplas del otro lado de las montañas / dónde combate mi amante? Qué mensaje me traes? / —El mensaje de tu lejano amante es este olor de pólvora de cañón. / Y este polvo de las ruinas que conmigo llega.

Fragmento del libro Viaje a los dos orientes, Madrid, Siruela, 2011

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FEMMES SANS PEUR

J’ai toujours admiré, chez la femme spartiate, la manière dont elle faisait ses adieux à son fils partant en guerre : elle lui souhaitait de rentrer « ou avec le bouclier ou sur le bouclier », c’est-à-dire victorieux ou mort. Et bien que Rosa Chacel9, en se référant à Simone de Beauvoir, ait écrit : « De la vie, l’homme assume le risque, et la femme, la responsabilité », j’ai toujours trouvé, pour ma part, que cette phrase de Simone de Beauvoir - « La pire malédiction qui pèse sur la femme c’est qu’elle est exclue de ces expéditions guerrières10 » - manquait de réalisme. De nos jours, dans notre société aux modèles aussi flous que contradictoires, nous aurons beau répéter à nos fils cette phrase spartiate, ils ne sauront pas l’interpréter. Toutefois, il existe encore des peuples vivant dans des cultures moins « élaborées », où cette phrase fait toujours sens, et où les femmes se sont, le moment venu, sans annonce d’aucune sorte, jetées dans la lutte en courant autant de « risques » que dans d’autres actes de leur vie. C’est précisément le risque et la responsabilité liés à la création, le risque et la responsabilité de la vérité, qui impliquent le fait d’engager tout son être - sa vie dans son œuvre. C’est sans doute pour cela que les femmes de l’un de ces peuples sont les créatrices au sein de leur communauté, l’homme passant le plus clair de son temps à s’entraîner pour la guerre. Je veux parler des femmes afghanes de langue pashtoune, en général analphabètes et dépourvues, naturellement, d’une chambre à soi, mais qui sont dépositaires d’une poésie traditionnelle d’une grande beauté. Dans leur communauté, guerrière par excellence, régie par les valeurs 9

N. d. T. : Rosa Chacel (Valladolid, 1898-1994) était poétesse, essayiste romancière, et une figure incontournable de la génération de 27 et de la littérature espagnole du XX e siècle. Parmi ses classiques, citons : Estación. Ida y vuelta ; Mémoires de Leticia Valle ; Barrio de Maravillas. 10 N. d. T. : Simone de Beauvoir, Le deuxième sexe (1949).

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masculines et basée sur la loi du code de l’honneur, leur condition de vie est dure : ce sont elles qui s’occupent du troupeau, cuisent le pain, filent la laine, cousent les vêtements, tannent les peaux des animaux, irriguent les champs, portent sur leur tête de lourdes charges… Mais dans les landays - ainsi que s’appellent les brefs poèmes qu’elles chantent en se rendant à la source, ou lors des fêtes -, elles ne se plaignent jamais. Apparemment soumises, ces femmes revendiquent fièrement, dans leurs paroles et dans les faits, le fait de risquer leur vie en accomplissant une révolution dont le suicide et le chant sont deux témoignages, nous dit Sayd Bahodine Majruh, spécialiste qui a sauvé leur poésie de l’oubli.

Dans leur société, les jeunes filles sont de simples objets d’échange et, pour elles, un amour différent de celui qui découle de ce troc constitue une faute grave, passible de mort. En conséquence, leurs poèmes sont de continuels cris de séparation ou d’appel, où l’amant est évoqué sur un ton passionné : Donne-moi la main, mon amour, et partons à travers champs / pour nous aimer et tomber ensemble sous les coups des lames. Lorsque le mari apparaît - d’habitude sous les traits d’un vieillard, ou d’un enfant -, elles y font généralement référence en le qualifiant d'« horrible petit » : L’horrible petit ne fait rien : ni l’amour ni la guerre. / Le soir venu, sitôt le ventre plein, il grimpe sur le lit et ronfle jusqu’au matin. L’ironie que distillent ces vers, un ton courant dans les landays, révèle une assurance et une rébellion singulières : Oh, mon amour, si dans mes bras tu trembles autant / Que feras-tu lorsque le choc des épées se mue en mille éclairs ? Telle est, sans doute, une façon d'affronter la continuelle menace de la mort qui n’est conçue, d’ailleurs, que dans sa matérialité. Dans le vocabulaire pashtoun, on ne trouve aucune trace du mot « âme », on utilise le mot « sa », qui signifie respiration ; et lorsque la vie s’achève, on dit qu’est arrivée la « fin de la respiration ». C’est pour

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cela que dans leurs chants, les femmes s’intéressent essentiellement au destin du corps, et exaltent l’un de ses éléments : le cœur, siège des émotions, qu’elles comparent à un oiseau, à une source de sang, ou à un four qui dévore ses propres flammes. La femme pashtoune parle donc de son corps, elle le décrit comme un « croissant de lune fragile », avec ses « grains de beauté comme des étoiles », ses « seins comme des grenades », un corps toujours placé sous le signe de l'éphémère propre à l’existence : Vite mon amour, je veux t’offrir ma bouche. / La mort rôde dans le village et pourrait m’emporter avec elle. Sans jamais perdre le sens de l’humour : Viens et sois une fleur dans ma poitrine / pour qu’elle puisse te rafraîchir chaque matin par un éclat de rire. Aucune hésitation ne transparaît dans ces vers, aucune dissimulation, car ils sont l’expression d’une femme sûre d’elle-même, qui ignore la peur et méprise la lâcheté, qui connaît sa propre valeur. Qui sait que, pour que la vie continue, son rôle - semer, tisser, aller puiser de l’eau à la source, faire le pain est tout aussi important que celui de l’homme, qui est de se préparer au combat. Il n’est donc pas surprenant qu’après le coup d’état communiste de 1978, lorsque, sans transition, l’invasion soviétique a dévasté le pays et qu’ont eu lieu des massacres comme celui de Kerala où tous les hommes sont morts assassinés (ils étaient mille sept cent), il n’est pas surprenant, donc, que ce soient les femmes qui aient organisé la grande manifestation de Kaboul : de jeunes élèves des écoles et des lycées, des étudiantes de l’enseignement supérieur, des enseignantes, des employées et des mères de famille se sont toutes dirigées vers le palais du gouvernement et ont défié les tanks. Nahid, l’une des organisatrices de la manifestation, interpella un policier, un membre du parti communiste afghan qui la tenait en joue avec son fusil, grâce à une sorte de landay : « Hé, petit lâche ! Puisque tu es incapable de défendre l’honneur, tu n’es pas homme. Prends mon voile, mets-le sur la tête et donne-moi ton arme. Nous, les femmes, nous saurons défendre le pays mieux que toi ! ».

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Le policier tira et Nahid tomba sans vie. Trois millions d’Afghans partirent pour le Pakistan. Dans l’exil, le visage de leurs femmes est resté rebelle, orgueilleux : certaines ont appris à écrire, d’autres enregistrent leurs chansons sur des bandes pour que celles-ci deviennent des sortes de rubans sur leur terre natale. Bien que dans les landays actuels, le rire ne soit plus la signature de leur défi, la mort perdure en tant que réalité immuable, et l’accent de la lutte n’a guère porté atteinte à leur beauté : - Brise qui souffles de l’autre côté des montagnes / où mon amant combat-il ? Quel message m’apportes-tu ? / - Le message de ton lointain amant est cette odeur de poudre à canon. / Et cette poussière de ruines qui avec moi arrive.

Extrait de Viaje a los dos orientes, Madrid, Siruela, 2011 Traduit du castillan par Svetlana Doubin

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icardo Sumalavia Chávez nació en Lima el 31 de diciembre de 1968. Estudió literatura en la Universidad Católica del Perú y la maestría en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Ha dirigido el sello

Ediciones Pedernal, destinado a la difusión de los autores jóvenes de los noventa y fue responsable de la Colección Underwood y la Colección Orientalia del Centro de Estudios Orientales de la Universidad Católica de Lima, donde trabajó desde 1992. Ha sido profesor invitado en la Universidad Dankook y lector en las universidades Kyung Hee y Sun Moon en Corea del Sur. Actualmente vive en Burdeos, Francia. Ha publicado los libros de cuentos Habitaciones (1993), Retratos familiares (2001) y Enciclopedia mínima (2004). Sus relatos han aparecido, entre otras antologías, en Pequeñas resistencias 3 (Madrid, Páginas de Espuma), Selección peruana (Lima, Estruendomudo Ediciones), Antología del cuento fantástico (México, Plenilunio Ediciones) y Viajeros perdurables (Lima, Seix-Barral). En 2008 apareció su novela Que la tierra te sea leve (Barcelona, Bruguera). Ha publicado en francés Habitaciones con el título de Pièces, traducida por Robert Amutio, en la editorial Cataplum-e, y, recientemente, la edición bilingüe La ofrenda/L’Offrande, en la editorial Albatros.

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icardo Sumalavia Chávez est né à Lima le 31 décembre 1968. Il a étudié la littérature au Pérou, à l’Universidad Católica, et suivi son second cycle à l’Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Il a

dirigé la maison d’édition Pedernal, qui promeut de jeunes auteurs des années quatre-vingt-dix, et à été directeur de la Collection Underwood et de la Collection Orientalia du Centre d’Études Orientales de l’Universidad Católica de Lima, où il a travaillé depuis 1992. Il a été Professeur invité à l’Université Dankook et lecteur aux universités Kyung Hee et Sun Moon en Corée du Sud. Il vit actuellement en France, à Bordeaux.

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Il est l’auteur des recueils de nouvelles Habitaciones (Lima, Éditions Pedernal, 1993), Retratos familiares (Lima, PUCP/Ficciones, 2001) et Enciclopedia mínima (Lima, PUCP/Ficciones, 2004). Ses nouvelles ont été publiées dans diverses anthologies, entre autres dans : Pequeñas resistencias 3 (Madrid, Páginas de Espuma, 2004), Selección peruana (Lima, Estruendomudo Ediciones, 2007), Antología del cuento fantástico (Guadalajara, Mexique, Plenilunio Ediciones, 2005) et Viajeros perdurables (Lima, Seix-Barral, 2006). C’est en 2008 que paraît son premier roman, Que la tierra te sea leve (Barcelone, Éditions Bruguera), finaliste du Prix Herralde cette même année. En France, l’auteur a publié Habitaciones sous le titre de Pièces, dans la traduction de Robert Amutio, chez Cataplum éditions (Bordeaux, 2010), et, dernièrement, en Suisse, l’édition bilingue L’offrande/La ofrenda, aux éditions Albatros (Genève, 2011).

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La sal de las manos

La tarde ya se habrá acabado en la ciudad. Y yo todavía me siento la tarde. Martín Adán poemas underwood

En cualquier momento él tendrá que asomarse por el tragaluz. Fingiré no verlo y me sorprenderé al alzar la mirada. Sonreirá como todo niño sonríe, como toda la vida sonrió. Dejaré de trabajar. Acomodaré mis herramientas y abandonaré nuevamente el sótano, sin hacer ruido, sin coger el abrigo, pues pesa demasiado. Una mañana mientras recorríamos los alrededores del parque, él me confesó su anhelo por aprender mi oficio. «¿Por qué?», lo interrogué sin salir de mi desconcierto. No me respondía; sólo atinó a llevarse la palma de la mano hacia la boca y lamerla con lentitud. Parecía saborearla con detenimiento. De improviso hizo un gesto de desagrado y dijo que en sus manos no encontraba el sabor salado que sí hallaba en las mías. Sorprendiéndome aún más, sujetó mi mano y la posó sobre sus labios. Azorado, recordé la vez que le cubrí la boca para evitar que continuase insultando a otro niño que había intentado empujarlo contra unos rosales del parque. Yo jamás había reparado en el sabor de mis manos. Continuamos el paseo. Anduvimos mucho por la ciudad. Era grandioso caminar juntos por las calles; él andaba cerca a mí, delante o detrás, y era como si yo lo siguiese del mismo modo.

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Desde entonces, creo que ya hace bastante tiempo, acostumbro lamerme los dedos a escondidas. Él se burlaría si me viese; más ahora que tengo los dedos arrugados, viejos, y soy algo torpe con mi trabajo. Por eso he decidido que dejaré de trabajar. Acomodaré mis herramientas y abandonaré nuevamente el sótano, sin hacer ruido, sin coger el abrigo; porque, insisto, pesa demasiado.

En Habitaciones, Lima, Ediciones Pedernal, 1993

Remolino

Una mañana de enero de 1992 un remolino bajo las aguas succionaba a Toño, el joven hermano de Carmen, que había vuelto a los paseos familiares a la playa después de retornar a casa tras varios meses de estar escondido por haber desertado del servicio militar cuando un grupo de senderistas infiltrados lo encapuchó en las duchas y lo golpeó duramente para que revelara información de su puesto en las oficinas de la base a la que llegó por ser el único que sabía leer y escribir y que había terminado los estudios secundarios poco antes de haber sido reclutado en una redada a una fiesta juvenil donde lo que él hacía era únicamente bailar y girar como si estuviera siendo tragado por un remolino.

Inédito

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Uno

Carmen y Ricardo coincidieron un día de enero de 1979, entre las 11 de la mañana y las 4 de la tarde, en la playa Agua Dulce. Ella tenía 9 años y él los 10 recién cumplidos. En aquel entonces no se conocían, qué duda cabe. Sus familias tampoco. Sus padres habían alquilado una de las angostas carpas de lona sucia que se alineaban en su costa. Las había color crema con franjas azules o rojas o verdes. La familia de Ricardo prefería las verdes; la de Carmen las azules. Protegida del sol, Carmen se hallaba en su carpa para orinar en un rincón y cubrir su líquido con un poco de arena. Ricardo jugaba dentro de la suya, escarbando y descubriendo el mar inmenso entre franjas azules y franjas verdes.

Inédito

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Le sel des mains

L’après-midi a déjà dû prendre fin dans la ville Et moi je me sens encore l’après-midi Martín Adán (poèmes underwood).

À un moment ou à un autre il devra se pencher au soupirail. Je ferai semblant de ne pas le voir et je serai surpris en levant le regard. Il sourira comme tous les enfants sourient, comme il a souri toute la vie. J’arrêterai de travailler. Je rangerai mes outils et abandonnerai de nouveau le sous-sol, sans faire de bruit, sans prendre le manteau, car il pèse trop lourd. Un matin, pendant que nous parcourions les environs du parc, il m’a avoué son désir d’apprendre mon métier. « Pourquoi ? », lui ai-je demandé encore sur le coup la surprise. Il ne me répondait pas ; il n’a réussi qu’à porter la paume de la main à la bouche et à la lécher avec lenteur. Il avait l’air de la déguster avec attention. Soudain il a fait une grimace de dégoût et dit qu’il ne retrouvait pas sur ses mains la saveur salée qu’il trouvait en revanche sur les miennes. Me surprenant encore davantage, il a saisi ma main et l’a posée sur ses lèvres. Et c’est avec un peu de honte que je me suis souvenu de la fois où j’avais couvert sa bouche de ma main pour éviter qu’il continue à insulter un autre enfant qui avait essayé de le pousser sur des rosiers du parc. Je n’avais jamais fait attention au goût de mes mains. Nous avons continué la promenade. Nous avons marché beaucoup dans la ville. C’était magnifique de cheminer ensemble dans les rues ; il marchait à côté de moi, tantôt devant tantôt derrière, et c’était comme si je faisais de même. Depuis lors, je crois que cela fait déjà assez longtemps, j’ai pris l’habitude de me lécher les doigts en cachette. S’il me voyait, il se moquerait ; et encore plus

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maintenant que mes doigts sont ridés, vieux, et que je suis devenu gauche dans mon travail. C’est pourquoi j’ai décidé que j’allais cesser de travailler. Je rangerai mes outils et abandonnerai de nouveau le sous-sol, sans faire de bruit, sans prendre le manteau ; parce que, je le répète, il pèse trop lourd.

Traduit par Robert Amutio

Dans Pièces. Cataplum-e, 2010

Tourbillon

Un matin de janvier 1992, un tourbillon sous-marin aspirait Toño, le jeune frère de Carmen, revenu aux promenades familières à son retour à la maison après quelques mois passés caché pour avoir déserté le service militaire lorsqu’un groupe de senderistes infiltrés l’avaient cagoulé dans les douches et violemment roué de coups pour qu’il révèle des renseignements sur son poste dans les bureaux de la base à laquelle il était arrivé parce qu’il était le seul à savoir lire et écrire et à avoir fini ses études secondaires peu avant d’avoir été recruté dans un coup de filet effectué dans une fête de jeunes gens où la seule chose qu’il faisait c’était danser et tourner sur lui-même comme s’il était en train d’être avalé par un remous.

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Un Carmen et Ricardo se rencontrèrent un jour de janvier 1979, entre 11 heures du matin et 4 heures de l’après-midi, sur la plage Agua Dulce. Elle avait 9 ans et lui venait d’en avoir 10. À cette époque-là, ils ne se connaissaient pas, comment en douter. Leurs familles non plus. Leurs parents avaient loué l’une de ces tentes étroites en toile sale qui se dressaient alignées le long de sa côte. Il y en avait de couleur crème avec des bandes bleues, rouges ou vertes. La famille de Ricardo préférait les vertes ; celle de Carmen les bleues. À l’abri du soleil, Carmen se trouvait sous sa tente pour uriner dans un coin et recouvrir son liquide d’un peu de sable. Ricardo jouait sous la sienne, creusant et découvrant la mer immense entre des rayures bleues et des rayures vertes.

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odrigo Soto nació en Costa Rica (Centroamérica), en 1962. Ha publicado novelas, colecciones de relatos, ensayo, obras de teatro y poesía. Entre sus novelas pueden mencionarse Las sombras de Lisandro

(2011), El nudo (2004), Figuras en el espejo (2001) y Mundicia (1992). Ha publicado tres libros de relatos: Floraciones y desfloraciones (2005), Dicen que los monos éramos felices (1996) y Mitomanías (1982). De ellos, el primero y el último recibieron el Premio Nacional de Cuento de su país natal. El segundo, por su lado, resultó finalista en el Premio Casa de las Américas (Cuba). En poesía, publicó La muerte lleva anteojos (1992), Damocles y otros poemas (2003) y El laberinto encendido (2010). Sus ensayos literarios y artículos periodísticos fueron reunidos en el volumen Pingüinos, camellos y ornitorrincos (2009). La mayoría de su obra ha sido publicada en Costa Rica; no obstante, en España, la editorial Periférica publicó El nudo (2011) y la nouvelle Gina (2006). Además, sus cuentos han sido incluidos en numerosas antologías publicadas, tales como McOndo (1996), Líneas aéreas (1999) y Pequeñas resistencias (2004), entre otras. Reside actualmente en Madrid. Algunos de sus trabajos han sido traducidos al francés y al portugués.

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odrigo Soto est né à San José, au Costa Rica, en 1962. Il a publié des romans, des recueils de nouvelles, un essai, des pièces de théâtre et de la poésie.

Parmi ses romans, il convient de citer, notamment, Las sombras de Lisandro (San José, Editorial EUNED, 2011), El nudo (San José, Ediciones Perro Azul, 2004), Figuras en el espejo (Ediciones Perro Azul, 2001) et Mundicia : Una farza épica (Editorial de la Universidad de Costa Rica, 1992). Il est également l’auteur de trois recueils de nouvelles : Floraciones y desfloraciones (Editorial EUNED, 2006), Dicen que los monos éramos felices (Farben Grupo-Editorial Norma, 1995) et Mitomanías (San José, Editorial Costa Rica, 1983). Le premier et le dernier

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d’entre eux ont reçu le Prix National de la Nouvelle dans son pays d’origine. Quant au deuxième recueil, il a été finaliste du Prix Casa de las Américas (Cuba). En poésie, il a publié La muerte lleva anteojos (San José, Editorial Lunes, 1991), Damocles y otros poemas (San José, Editorial de la Universidad de Costa Rica, 2003) et El laberinto encendido (Editorial EUNED, 2010). Enfin, ses essais littéraires et ses articles de presse ont été réunis dans le volume Pingüinos, camellos y ornitorrincos (Editorial EUNED, 2009). Si la plus grande partie de son œuvre a paru au Costa Rica, la maison d’édition espagnole Periférica (Cáceres) a publié, toutefois, les romans El nudo (2011) et Gina (2006). Par ailleurs, ses nouvelles ont été inclues dans bon nombre d’anthologies, à l’instar de McOndo (Griijalbo Mondadori, 1996), Líneas aéreas (Lengua de Trapo, 1999) et Pequeñas resistencias 3 (Páginas de Espuma, 2004), entre autres. Rodrigo Soto réside actuellement à Madrid. Certaines de ses œuvres ont été traduites vers le portugais et le français. En France, on peut lire : Les Pétroglyphes (Saint-Nazaire, Éditions MEET, 2003) ; Heurs et malheurs d’un fabricant de jouets, in revue MEET N°3, Saint-Nazaire, 1999, et, enfin, L’ombre derrière la porte, in Déluge de soleil. Nouvelles contemporaines du Costa Rica, Paris, Éditions Vericuetos et UNESCO, 1997).

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LA SILLA

Ascendimos toda la tarde por el sendero y llegamos al refugio poco antes del anochecer. Desde el primer momento el sitio me dio mala espina: cosas que se sienten, que no se pueden precisar. Sin embargo no teníamos alternativa, pues el siguiente albergue se hallaba varias horas adelante. Después de comer galletas con atún y de tomar té frío, nos acomodamos en el piso de abajo. Nadie sugirió siquiera que durmiéramos arriba. Nadie, tampoco, mencionó la sensación de que ahí se agitaba algo oscuro, innombrable y aterrador. Tan pronto nos acostamos comencé a oír el sonido de un rasguño, a veces un susurro, un roce casi imperceptible que venía del cuarto de arriba, y supe que no podría dormir. Tarde en la noche los ruidos aumentaron y ya nadie fingió ignorarlos. Había que hacer algo. Encendí una vela y no me sorprendió que todos estuvieran despiertos y con el rostro contraído por el miedo. La única que dormía plácida, inocente, era Amaranta, la hermana menor de Juan Pablo. Pálida, pecosa, delgaducha, sus padres nos la enchufaban cada vez que podían, argumentando que su enfermedad —como llamaban ellos a la locura apacible que padecía— no era excusa para que la dejáramos de lado. Nosotros la aceptábamos a regañadientes, sobre todo para evadir la culpa que nos producía rechazarla y porque en verdad la chiquilla era mansa y no molestaba a nadie. Ahora dormía dichosa mientras arriba los rasguños y susurros se aceleraban. No fue necesario cruzar palabra; el mismo Juan Pablo la sacudió para despertarla. Amaranta se revolvió en su bolsa de dormir y abrió despacio sus ojos de batracio. Su hermano fue quien le habló: —Arriba hay un bichito que queremos que conozcás —le dijo—. Te está esperando. Subí y nos lo traés para que juguemos con él un rato.

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La loca se iluminó con una sonrisa y se incorporó sin titubear. Le entregué la vela y vimos su silueta tambaleante alejarse hacia las escaleras. Conforme subía, las sombras danzaban hasta hacer irreconocible el aposento. Amaranta dio un leve resoplido al trepar el último escalón y luego escuchamos el chillido de la puerta al abrirse. Un segundo después, nos paralizó su aullido desgarrador. Cuando nos sobrepusimos al pánico y logramos reaccionar, subimos en tropel, yo entre los primeros. Paralizada en la puerta, Amaranta señalaba hacia el cuarto. Todo lo que había ahí era una silla vieja, con una forma apenas sugerida que indicaba que tal vez alguien la había ocupado un momento antes. Jamás sabremos qué fue lo que ella vio, pues desde esa noche la loca enmudeció. Eso sí: como una máscara, el pánico quedó estampado en su rostro, de la misma forma que en nuestro corazón lo hicieron la culpa, la duda y el terror que desde entonces nos acompañan.

Incluido en Floraciones y desfloraciones. Editorial de la Universidad Estatal a Distancia. San José (Costa Rica) 2006

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LE FAUTEUIL

Tout l’après-midi, nous gravîmes le sentier, et nous atteignîmes le refuge juste avant la tombée de la nuit. Dès le premier instant, l’endroit me fit froid dans le dos : de ces choses que l’on sent, que l’on ne peut pas expliquer. Mais nous n’avions pas le choix, car le prochain refuge se trouvait encore à plusieurs heures de marche. Après avoir mangé quelques biscottes avec du thon et bu du thé glacé, nous nous installâmes au rez-de-chaussée. Aucun d’entre nous n’osa proposer de dormir en haut. Personne, non plus, ne parla de l’impression que quelque chose d’obscur, d’innommable et de terrifiant s’agitait, là, à l’intérieur. Dès que nous fûmes couchés, j’entendis une sorte de grattement, parfois un murmure, un frémissement presque imperceptible venant de la pièce du haut, et je sus que je n’arriverais pas à dormir. Tard dans la nuit, les bruits s’intensifièrent et plus personne ne fit semblant de les ignorer. Il fallait faire quelque chose. J’allumai une bougie et ne ne fus pas surpris de tous les découvrir éveillés, le visage contracté par la peur. La seule à dormir paisiblement, sans se douter de rien, était Amaranta, la petite sœur de Juan Pablo. Pâle, couverte de tâches de rousseur, filiforme, ses parents s’en débarrassaient chaque fois qu’ils pouvaient, en nous disant que sa maladie – selon eux, elle était atteinte de « folie douce » – ne nous autorisait pas à l’exclure. Nous l’acceptions à contrecœur, surtout pour ne pas nous sentir coupables et parce qu’en réalité, la petite était calme et ne dérangeait personne. Pour l’heure, elle dormait, bienheureuse, tandis que là-haut les grattements et les murmures redoublaient. Nous n’eûmes pas à échanger le moindre mot ; Juan Pablo alla lui-même secouer sa sœur pour la réveiller. Amaranta se retourna dans son sac de couchage et ouvrit lentement ses yeux de batracien.

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Ce fut son frère qui lui parla : - Là-haut, il y a une petite bête qui veut faire ta connaissance – lui dit-il. Elle t’attend. Monte et va la chercher pour qu’on joue avec elle un petit peu. Son visage de folle s’illumina d’un sourire et elle se leva sans hésiter. Je lui tendis la bougie et nous vîmes sa silhouette vacillante se diriger vers les escaliers. À mesure qu’elle montait, les ombres dansaient de plus en plus, au point de rendre le lieu méconnaissable. Amaranta poussa un léger soupir en gravissant la dernière marche, puis nous entendîmes la porte craquer en s’ouvrant. Une seconde plus tard, nous fûmes paralysés par son cri, déchirant. Quand nous surmontâmes notre panique et pûmes enfin réagir, nous nous précipitâmes les uns à la suite des autres, moi parmi les premiers. Tout ce qu’il y avait, là, c’était un vieux fauteuil, dont la forme suggérait qu’il avait peut-être été occupé un moment plus tôt. Nous ne saurons jamais ce qu’elle a vu, car depuis ce soir-là, la folle est devenue muette. En revanche, la panique, elle, est restée collée sur son visage, comme un masque, de la même manière que la culpabilité, le doute et la terreur sont restés gravés dans nos cœurs, et ne nous ont plus jamais quitté depuis.

Traduit de l’espagnol (Costa Rica) par Svetlana Doubin

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J

orge Volpi (México, 1968) es autor de las novelas La paz de los sepulcros, El temperamento melancólico y En busca de Klingsor (premios Biblioteca Breve y Deux Océans-Grinzane Cavour). Con esta inició una «Trilogía del siglo

XX»,

cuya segunda parte es El fin de la locura y la tercera, No será la Tierra. También ha escrito las novelas cortas reunidas en el volumen Días de ira, así como Sanar tu piel amarga, El jardín devastado y Oscuro bosque oscuro. Es autor de los ensayos La imaginación y el poder. Una historia intelectual de 1968, La guerra y las palabras. Una historia del alzamiento zapatista, Mentiras contagiosas (Premio Mazatán al mejor libro del año 2008) y El insomnio de Bolívar. Cuatro consideraciones intempestivas sobre América Latina en el siglo

XXI

(Premio Debate-Casa de América 2009). En

2009 obtuvo el Premio José Donoso de Chile por el conjunto de su obra. Ha sido profesor en las universidades de Emory, Cornell, Las Américas de Puebla, Pau y Católica de Chile, y entre 2007 y 2011 dictó una «cátedra extraordinaria» en la UNAM. Actualmente es colaborador de los periódicos Reforma y El País. Sus libros han sido traducidos a veinticinco idiomas. Obtuvo el Premio Iberoamericano Planeta-Casa de América en febrero de 2012 con su novela La tejedora de sombras.

J

orge Volpi (Mexico, 1968) est l’auteur des romans La paz de los sepulcros (Mexico, Editorial Aldus, 1995) et de El temperamento melancólico (Mexico, Nueva Imagen, 1996). En busca de Klingsor (Barcelone, Seix Barral, 1999) a

été récompensé par les prix Biblioteca Breve (1999) et Deux Océans-Grinzane Cavour (2000). Ce roman constitue le premier tome de sa « Trilogie du XXe siècle », suivi par El fin de la locura (Barcelone, Seix Barral, 2003) et enfin, par le troisième, No será la Tierra (Alfaguara, 2006). Il est également l’auteur des courts romans réunis dans le volume Días de ira (in Tres bosquejos del mal, Mexico, Siglo XXI Editores, 1994), ainsi que dans Sanar tu piel amarga (Mexico, Nueva Imagen, 1997), El jardín devastado (Alfaguara, 2008) et Oscuro bosque oscuro. Una historia de

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terror (Salto de Página, 2010). Jorge Volpi a également publié des essais, notamment La imaginación y el poder. Una historia intelectual de 1968 (Mexico, Ediciones Era, 1998), La guerra y las palabras. Una historia del alzamiento zapatista (Barcelone, Seix Barral, 2004) ; Mentiras contagiosas : Ensayos (Madrid, Páginas de Espuma, 2008), Prix Mazatlán du meilleur livre de l’année 2008) ; sans oublier El insomnio de Bolívar. Cuatro consideraciones intempestivas sobre América Latina en el siglo XXI (Mondadori, 2009) qui a reçu le Prix Debate-Casa de América l’année de sa parution. En 2009, également, il a été récompensé par le Prix José Donoso du Chili pour l’ensemble de son œuvre. Il a enseigné dans les universités d’Emory et de Cornell, aux États-Unis ; à l’université de Las Américas de Puebla, au Mexique ; à Pau, en France, et à l’Universidad Católica du Chili ; enfin, entre 2007 et 2011, il a bénéficié d’une « chaire extraordinaire » à l’UNAM, à Mexico. Actuellement, il collabore aux quotidiens Reforma (Mexique) et El País. Ses livres ont été traduits vers vingt-cinq langues. Dernièrement, en février 2012, il a obtenu le Prix Ibéroaméricain Planeta-Casa de América avec son roman La tejedora de sombras (Planeta, 2012). Bibliographie non exhaustive, en français : À la recherche de Klingsor (Paris, Plon, 2001) ; La fin de la folie (Paris, Plon, 2003) ; Le temps des cendres (Paris, Éditions du Seuil, 2008), et Le jardin dévasté (Paris, Éditions du Seuil, 2009), dans les traductions de Gabriel Iaculli. Ainsi que Jours de colère (Paris, Mille et une nuits, 2001), dans la traduction de Marianne Millon.

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ALIMENTO DEL ESPÍRITU

Arrojó el portafolios sobre la alfombra, se quitó los zapatos y, sin más, se introdujo en la cocina. Otra vez pasaban de las nueve, no había cenado y lo peor era que el cansancio acumulado durante las semanas anteriores no lo dejaría dormir en paz. La noche se convertiría de nuevo en una madeja de visiones y recuerdos tambaleantes en medio de la ebriedad y la fatiga. De un tirón se arrancó la corbata como si con ella pudiera quitarse también el collar de aire que lo ataba al trabajo, a ese trabajo que, para colmo, él mismo había elegido. ¿De qué le servían en esos momentos el éxito y la seguridad alcanzados en comparación con los sacrificios que había tenido que realizar? Sentía el abandono en esa oscuridad que no lo cobijaba. Solo y deprimido, y sobre todo cansado, infinitamente cansado, se dispuso a prepararse la cena, su único consuelo. A diferencia de otros hombres solos, él no toleraba la idea de conformarse con un sándwich o una quesadilla, y mucho menos consentiría en rebajarse a mascar una pizza rancia o una astrosa comida china encargadas por teléfono. Abrió el refrigerador y encontró allí la exuberancia que faltaba en el resto de su casa: vegetales y frutas seleccionados amorosamente, la brillante carne de un pollo comprado aquella misma mañana, chiles frescos y secos a montones. Extrajo ollas y sartenes de la despensa, la tabla de cortar, afiló su cuchillo favorito y se dispuso a preparar el impostergable manjar de esa noche: un manchamanteles idéntico —no: aún mejor— al que preparaba su abuela materna. No le importaba pasar dos horas en la cocina cortando la cebolla, pelando las frutas, desvenando los chiles, seleccionando la cantidad precisa de cada especie: sólo esa minuciosa atención a los detalles lo salvaba de la esterilidad del mundo.

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Poco antes de la medianoche el plato estaba por fin humeante y listo, perfecto: la combinación de dulce, salado y picante era precisa, cada sabor y cada matiz entremezclado le proporcionaba una felicidad íntima, la única felicidad que disfrutaba desde hacía meses o años: desde que Renata lo abandonó de un día para otro sin darle siquiera una explicación convincente. Durante sus estudios de secundaria y bachillerato, e incluso en la universidad, él siempre fue de aquellos a quienes los maestros califican como «desobligados» y «displicentes» en oposición a los «buenos alumnos», cumplidos y serios. Sin embargo, en realidad su carácter se adecuaba más al tipo de personas que se esfuerzan para pasar inadvertidas, alegres de que el profesor no las reconozca por la calle. La mayor parte de las veces su táctica resultaba contraproducente: desde luego, el maestro no se acordaba de él fuera del aula, pero tampoco dentro, y como el pensamiento general asimila lo desconocido a lo perverso, al hombre de nuestra historia nunca se le permitió escapar de la mediocridad. Cuando terminó sus estudios, lo primero que decidió fue borrar esta imagen. Encontró un trabajo en otra ciudad, sin que le importase la mudanza ni las escasas posibilidades de desarrollo, y se mudó de inmediato. Desde el primer día se hizo notar, se quedó a revisar una contabilidad toda la noche y entregó un excelente resultado por la mañana. Su jefe estaba encantado: el nuevo empleado era una eficiente máquina de trabajo. Cuando nuestro hombre se enteró de que su sueldo había sido incrementado al doble, comprendió que se hallaba perdido: a partir de ese momento le sería imposible volver a la insignificancia a la que estaba acostumbrado. Poco a poco la máscara de «trabajador intachable» se le adhirió al rostro. Por eso ahora, aunque no se atrevía a confesarlo, siempre era el primero en llegar a la oficina, a eso de las siete, mucho antes de las secretarias.

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De pronto, justo cuando terminaba el último bocado del manchamanteles, un sonido lo apartó de su silencioso placer. Era el tañido de una flauta, la música más dulce que hubiese escuchado jamás. Al principio se preguntó, irritado, cómo era posible que a esa hora alguien se atreviese a tocar su instrumento sin la menor consideración para los vecinos, pero casi la propia música acabó por serenarlo. Se levantó y se asomó por la ventana —vivía en un tercer piso—, pero no distinguió ninguna luz. La música llegaba a sus oídos libremente, como si naciera ahí mismo, en su propia habitación. De cualquier modo no intentaría averiguar su procedencia a aquellas horas. Regresó a la mesa y no tardó en disfrutar los trinos de la flauta. Luego se fue a dormir plácidamente, como hacía mucho no lo conseguía. El despertador sonó a las seis, no quedaba ningún vestigio de la noche y nuestro hombre se irguió con un entusiasmo poco común. No podía quitarse de la cabeza el recuerdo extraño pero todavía placentero de aquella tonada. Se dirigió a sus labores con una sonrisa entre los labios. Al salir del edificio, le preguntó al conserje si no había escuchado una flauta por la noche, pero el viejo, medio sordo y medio desvelado, le dijo que no había oído nada. Nuestro hombre le dio las gracias y se alejó tratando de silbar lo que llamó desde entonces su pequeña música nocturna. Regresó a su casa cerca de la nueve, tan enfadado y solo como la velada anterior. La fatuidad de sus esfuerzos le arrancaba las fuerzas. ¿Qué caso tenía matarse trabajando? En esta ocasión ni siquiera se desanudó la corbata, el aro que lo asfixiaba definitivamente no iba a desaparecer. Esta vez ni siquiera le había dado tiempo de pasar por los ingredientes necesarios para un coloradito oaxaqueño —su antojo de ese día— y tuvo que conformarse con preparar un cerdo con verdolagas, que en cualquier caso también lo devolvía a los sabores

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de su infancia. Disfrutando el platillo se olvidó de la flauta, pero la flauta no se olvidó de él: puntualmente lo arrancó de sus cavilaciones a las once de la noche. Antes de marcharse al trabajo volvió a llamar a la puerta del conserje. El anciano salió a recibirlo con una camisa raída, despeinado y abrochándose el cinturón. Su barba sin afeitar y las ojeras que escondían sus pequeños ojos lo invitaron a ser prudente. —Disculpe —le dijo con suavidad—. Soy el nuevo inquilino del 31, ¿me recuerda? —¿Algún problema? —le asestó el otro. —Ninguno. Sólo quería preguntarle si uno de mis vecinos… —¿Alguna queja? —Sólo quiero saber si alguno de ellos toca la flauta, nada más. —Matilde —espetó el anciano con alivio—. Le hemos dicho mil veces que… —Ya le dije que no es una queja. Gracias. Todo el día trató de imaginarse a Matilde. Ninguna de las mujeres con las que se había topado en las escaleras del edificio tenía semblante artístico aunque, a decir verdad, tampoco tenía idea de cómo podía lucir una flautista. Después de cerrar la oficina y a pesar de una fatiga no menor a la habitual, nuestro hombre regresó a su casa a las diez de la noche, listo para preparar un pescado a la veracruzana y para su encuentro con Matilde. La música llegó sin falta, con la misma melancolía y transparencia de siempre, y nuestro hombre se sintió vivificado: por primera vez se dio la oportunidad de imaginar el rostro de Matilde mientras escuchaba las notas de su instrumento. Le inventó unas manos tersas y un cuello altivo, unos ojos turquesa y un pasado inevitablemente triste: sólo alguien que había sufrido podía tocar la

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flauta de aquel modo. Y a continuación se permitió dibujarle un amante despiadado y un olvido siniestro. ¿Si no el dolor, qué otra cosa podía hacer que una mujer se desvelase llorando aquella música? Ahora nuestro hombre soñaba despierto, atrapado por la flauta sonámbula. Cada noche la cita se repetía con precisión milimétrica. Como si hubieran firmado un acuerdo, él se preparaba un nuevo plato —ternera en pipián, cochinita pibil, chipotles rellenos, enfrijoladas— y luego se dejaba envolver y acariciar por la música: ella le confesaba sus penas a través de los pentagramas que leía. Nuestro hombre afinaba los detalles de su fantasía, coloreando la desesperación de Matilde con toda clase de pesarosas anécdotas. La monotonía de su existencia se había esfumado por completo, borradas por aquellos conciertos privados. Esa música que ahora conocía de memoria y esa mujer a la que nunca había visto lo salvaban. No obstante, como si aquellas citas clandestinas sólo fuesen producto de la noche, nuestro hombre no se atrevía a desenmascarar a su anónima compañera. Nunca pensó en presentarse en el departamento de Matilde y menos aún en revelarle el placer que ella le proporcionaba. Un miedo oculto doblegaba su curiosidad, como si la idea de irrumpir en la vida de la flautista significase el fin del encanto. No debía inmiscuirse en la intimidad de su amante, a riesgo de perderla para siempre. Poco a poco, nuestro hombre fue centrando su existencia en sus tardíos encuentros con Matilde. Nada, ni el trabajo ni la fatiga ni sus horas en la cocina conseguían apartarlo de ella y de su música. Una simbiosis, no menos profunda por secreta, unía sus destinos. Él sólo vivía para escucharla tocar y ella, al parecer, sólo para tocar para él. Una relación perfecta. Una noche, el hombre de nuestra historia tuvo que quedarse en la oficina atendiendo asuntos urgentes y no pudo llegar a su casa a tiempo para su doble cita gastronómica y musical. Cuando al fin llegó a su departamento, no halló

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otra cosa que silencio. Era la primera vez que faltaba a su encuentro y se sentía avergonzado y triste. ¿Cómo había podido fallarle? Con afán de disculparse, la noche siguiente llegó a su casa desde las siete de la noche, se apresuró a prepararse unos simples chilaquiles verdes y se instaló en su sillón, dispuesto a pagar su descuido. Pasaron las horas y la música nunca apareció. Nuestro hombre pensó que aquel silencio era una reprimenda demasiado severa, pero la resistió sin quejarse. Sin embargo, ni al otro día ni al siguiente hubo nada, ni una sola nota. Nuestro hombre comenzó a desesperarse. Hasta la comida había dejado de importarle, ahora que debía probarla otra vez a solas. ¿Acaso ella había dejado de amarlo? ¿Había cometido un pecado demasiado grande al dejarla plantada aquella noche? ¿O habría ocurrido algo peor? Se negaba a preguntarle al conserje para evitar suspicacias. Se dio una última velada de plazo antes de atreverse a averiguar lo que ocurría. Nada. Tembloroso, al día siguiente se presentó ante la puerta de Matilde y tocó el timbre. Pasaron varios minutos antes de que una joven de unos treinta años, completamente vestida de negro, le abriese. —Matilde —murmuró. La joven se dio la vuelta sin decir nada. Al seguirla al interior y contemplar los crespones y las velas que rodeaban el retrato de una mujer de intensos ojos verdes, nuestro hombre comprendió lo que había pasado. —Su madre era flautista… —Lo fue —le respondió la joven—. Ahora ya nadie la recuerda. Desde que enfermó apenas podía sostener la flauta. —Pero si yo la oía tocar todas las noches… Vivo abajo.

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—Ella estaba obsesionada con la grabación de su último concierto. Se empeñaba en escucharlo todas las noches. Siento que lo haya incomodado. Y él ni siquiera la había conocido. Ni siquiera había escuchado su voz. —¿Puedo pedirle un favor? —se atrevió a decirle, desolado—. ¿Podría prestarme la grabación? Sólo por este día. Contrariada, la joven asintió. Después de despedirse y darle las gracias, nuestro hombre se retiró, dispuesto a preparar la mejor de sus recetas para poder compartirla por última vez con la música de Matilde.

Inédito

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NOURRITURE DE L’ESPRIT

Il envoya valser sa serviette sur la moquette, ôta ses chaussures et, séance tenante, il pénétra dans la cuisine. Une fois encore, il était plus de vingt-et-une heures, il n’avait pas dîné, et le pire, c’était que la fatigue accumulée au cours des dernières semaines le priverait de tout sommeil réparateur. La nuit redeviendrait ce dédale de visions et de souvenirs vacillants sur fond d’ébriété et de fatigue. D’un geste, il arracha sa cravate, comme si avec elle il pouvait enlever, aussi, le collier invisible qui l’enchaînait au travail, à ce travail que, c’était le comble, il avait lui-même choisi. À quoi rimaient le succès et le confort obtenus, comparés aux sacrifices qu’il avait dû faire ? Il se sentait abandonné dans cette obscurité où il ne pouvait trouver refuge. Seul et déprimé, et surtout fatigué, infiniment fatigué, il s’apprêta à se faire à dîner, sa seule consolation. À la différence d’autres hommes seuls, il ne supportait pas l’idée de se satisfaire d’un sandwich ou d’une quesadilla11, et encore moins de s’abaisser à avaler une pizza rance ou un infect repas chinois commandé par téléphone. Il ouvrit le frigo et y trouva l’exubérance qui faisait défaut dans le reste de sa maison : des légumes et des fruits amoureusement choisis, la chair brillante d’un poulet acheté le matin même, des piments frais et secs, à profusion. Il sortit les casseroles et les poêles du placard, la planche à découper, affûta son couteau préféré et se mit à préparer, sans attendre, l'incontournable mets du soir : un manchamanteles12 identique – non, meilleur encore – à celui que préparait sa grand-mère maternelle. Cela ne le dérangeait pas de passer deux heures en cuisine à émincer l’oignon, à éplucher les fruits, à enlever les veines des piments, à déterminer le dosage précis de chaque épice : seule cette attention minutieuse aux détails lui permettait d’échapper à ce monde stérile. 11

N. d. T. : tortilla de maïs pliée en deux, fourrée de fromage, puis chauffée. N. d. T. : littéralement, « tâche-nappes » : échine de porc en sauce, au mole, pâte de cacao épicée. 12

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Un peu avant minuit, le plat était enfin là, fumant, parfait : c'était un savant mélange entre le sucré, le salé et le pimenté, chaque association de saveurs et chaque nuance lui procuraient un bonheur intime, le seul bonheur qu'il connaissait depuis des mois, voire depuis des années : depuis que Renata l’avait abandonné du jour au lendemain sans même lui donner une explication convaincante. Pendant ses études secondaires, et même à l’université, il avait toujours fait partie de ceux que les professeurs qualifiaient de « désobligeants » et d’« indisciplinés », par opposition aux « bons élèves », accomplis et sérieux. Toutefois, son caractère l’apparentait davantage, en réalité, au genre d’individus qui font tout pour passer inaperçus, heureux que leur professeur ne les reconnaisse pas dans la rue. La plupart du temps, sa tactique s’avérait contre-productive : bien évidemment, le professeur ne se souvenait pas de lui à l’extérieur de la salle de cours, pas plus qu’à l’intérieur, et comme l’opinion générale assimile l’inconnu à la perversion, l’homme de notre histoire n'eut jamais le droit d'échapper à la médiocrité. Lorsqu’il termina ses études, la première chose qu’il voulut, ce fut effacer cette image. Il trouva un travail dans une autre ville, et, sans se soucier du déménagement ni des faibles possibilités d’évolution, il plia bagage sur le champ. Dès le premier jour, il se fit remarquer, il passa une nuit entière à vérifier un document comptable, et rendit un excellent rapport le lendemain matin. Son chef était enchanté : le nouvel employé était une machine de travail efficace. Lorsque notre homme apprit que son salaire avait été multiplié par deux, il comprit qu’il était cuit : il lui serait désormais impossible de passer inaperçu, comme d’habitude. Peu à peu, le masque de « travailleur sans tâche » lui colla au visage. C’est pour cela que désormais, bien qu’il n’osât l’avouer, il était toujours le premier arrivé au bureau, aux environs de sept heures, bien avant les secrétaires.

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Tout à coup, au moment même où il finissait la dernière bouchée du manchamanteles, un son vint interrompre son plaisir silencieux. C’était le son d’une flûte, la musique la plus douce qu’il lui ait été donné d’écouter. Au début, il se demanda, irrité, comment il était possible que quelqu’un ose jouer de son instrument à une heure pareille, sans le moindre égard pour ses voisins, mais ce fut cette musique qui, justement, finit par l’apaiser. Il se leva et alla se pencher par la fenêtre – il habitait le troisième étage –, mais il ne distingua aucune lumière. La musique parvenait à ses oreilles librement, comme si elle naissait juste là, dans sa propre chambre. De toute façon, il n'allait pas chercher à savoir d'où elle venait à cette heure tardive. Il se remit à table et ne tarda pas à jouir des trilles de la flûte avec délectation. Puis il alla dormir paisiblement, comme cela ne lui était pas arrivé depuis longtemps. Le réveil sonna à six heures, la nuit n’avait laissé aucune trace et notre homme se leva avec un enthousiasme plutôt inhabituel. Il ne pouvait s’ôter de la tête le souvenir étrange, mais encore enivrant, de cet air. Il vaqua à ses occupations le sourire aux lèvres. En sortant de l’immeuble, il demanda au concierge s’il n’avait pas entendu une flûte ce soir-là, mais le vieux, à moitié sourd et à moitié réveillé, lui répondit qu’il n’avait rien entendu. Notre homme le remercia et s’éloigna en essayant de siffler ce qu’il appela désormais sa petite musique nocturne. Il rentra chez lui vers vingt-et-une heures, aussi en colère et seul que le soir précédent. Le caractère vain de ses efforts l’anéantissait totalement. À quoi bon se tuer au travail ? Cette fois, il ne défit même pas sa cravate, l’étau qui l’asphyxiait n’allait décidément pas disparaître. Ce jour-là, il n’avait même pas eu le temps de passer chercher les ingrédients nécessaires à la préparation du coloradito oaxaqueño13 – son envie du jour – et il dut se contenter de cuisiner un 13

N. d. T. : spécialité de la ville d’Oaxaca. Poulet accomodé avec une sauce au mole, et agrémentée d’épices locaux.

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porc au pourpier qui, quoi qu’il en soit, convoquait également le souvenir des saveurs de son enfance. En savourant le plat, il oublia la flûte, mais la flûte ne l’oublia pas : elle l’arracha à ses pensées à onze heures du soir, pile. Avant de partir au travail, il sonna à nouveau à la porte du concierge. Le vieillard ouvrit et le reçut avec une chemise élimée, les cheveux en bataille, en train de boucler sa ceinture. Sa barbe de quelques jours et les poches qui occultaient ses petits yeux l’invitèrent à la prudence. - Excusez-moi, dit-il avec douceur. Je suis le nouveau locataire, du 31, vous vous souvenez de moi ? - Un problème ?, répondit l’autre. - Aucun. Je voulais juste vous demander si l’un de mes voisins… - Un dérangement ? - Je voulais juste savoir si l’un d’eux joue de la flûte, c’est tout. - Matilde, laissa échapper le vieillard avec soulagement. On lui a déjà dit mille fois de… - Je vous l’ai dit, ça ne me dérange pas. Merci. Toute la journée, il essaya d’imaginer Matilde. Aucune des femmes qu'il avait croisées dans les escaliers de l’immeuble n’avait l'air d'être une artiste, même si à vrai dire, il n’avait pas la moindre idée, non plus, de quoi une flûtiste pouvait bien avoir l’air. Après avoir fermé le bureau et malgré sa fatigue coutumière, notre homme rentra chez lui à vingt-deux heures, prêt à cuisiner un poisson à la veracruzana14 et pour son rendez-vous avec Matilde. La musique résonna à l’heure, aussi mélancolique et cristalline que d’habitude, et notre homme se 14

N. d. T. : Recette de poisson cuit au four, avec une sauce à la tomate pimentée, accomodée à la mode provençale (laurier, origan, câpres, oignon, ail).

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sentit revivre : pour la première fois, il eut l’occasion d’imaginer le visage de Matilde pendant qu’il écoutait les notes de son instrument. Il lui prêta des mains lisses et un cou altier, des yeux turquoise et un passé obligatoirement triste : seul quelqu’un qui avait souffert pouvait jouer de la flûte de cette façon. Ensuite, il se plût à lui prêter un amant impitoyable, qui l’aurait délaissée. À part la douleur, quelle autre raison pouvait pousser une femme à veiller en pleurant cette musique ? À présent, notre homme rêvait éveillé, hypnotisé par la flûte somnambule. Chaque soir, le rendez-vous se représentait avec une précision d’horloger. Comme s’ils avaient signé un accord, il se préparait un nouveau plat – un veau à la pipián15, une cochinita pibil16, des piments farcis, des enfrijoladas17 – puis il se laissait envelopper et caresser par la musique : elle lui confiait ses peines à travers les portées qu’elle déchiffrait. Notre homme peaufinait les détails de son fantasme, colorant le désespoir de Matilde d’anecdotes plus tristes les unes que les autres. La monotonie de son existence s’était entièrement dissipée, effacée par ces concerts privés. Cette musique qu’il connaissait par cœur désormais et cette femme qu’il n’avait jamais vue l’avaient sauvé. Cependant, comme si ces rendez-vous clandestins n’appartenaient qu’à la nuit, notre homme n’osait démasquer sa compagne anonyme. Il ne songea jamais à se présenter devant l’appartement de Matilde, et encore moins à lui révéler le plaisir qu’elle lui procurait. Une peur inconsciente faisait fléchir sa curiosité, comme si l’idée de faire irruption dans la vie de la flûtiste allait rompre l’enchantement. Il ne devait pas s’immiscer dans l’intimité de son 15

N. d. T. : Plat mijoté d’origine coloniale, le pipián étant une sauce tomate pimentée agrémentée de fruits secs et de graines (le plus souvent des cacahuètes, des graines de sésame et de courge). 16 N. d. T. : cochon de lait mariné, puis traditionnellement cuit sur des braises dans un trou creusé à même la terre. 17 N. d. T. : Tortillas de maïs recouvertes d’une sauce aux haricots rouges.

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amante, sous peine de la perdre pour toujours. Peu à peu, notre homme organisa progressivement son existence autour de ses rencontres tardives avec Matilde. Rien, ni le travail, ni la fatigue, ni ses heures en cuisine ne parvenaient à l’éloigner d’elle et de sa musique. Une symbiose, qui pour secrète n’en était pas moins profonde, unissait leurs destinées. Sa seule raison de vivre était de l’écouter jouer, et la sienne, apparemment, était de jouer pour lui. Un accord parfait. Un soir, l’homme de notre histoire dut rester au bureau pour traiter des affaires urgentes, et il ne put rentrer chez lui à temps pour son double rendezvous, gastronomique et musical. Lorsqu’il arriva enfin dans son appartement, il ne trouva rien d’autre que le silence. C’était la première fois qu’il n’était pas au rendez-vous et il se sentait coupable, triste. Comment avait-il pu la laisser tomber ? Le lendemain soir, désireux de se faire pardonner, il rentra chez lui dès dix-neuf heures. Il se dépêcha de cuisiner de simples chilaquiles verdes18 et s’installa dans son canapé, prêt à payer pour sa négligence. Les heures défilèrent, mais la musique ne se fit jamais entendre. Notre homme pensa que ce silence était une punition trop sévère, mais il la supporta sans se plaindre. Mais il n’y eut rien, ni le lendemain ni le surlendemain, pas une seule note. Notre homme commença à désespérer. La nourriture elle-même avait cessé de l’intéresser puisqu'il devait désormais la déguster seul, comme avant. Peut-être avait-elle cessé de l’aimer ? Avait-il commis une si grossière erreur en lui faisant faux-bond ce soir-là ? Ou était-il arrivé quelque chose de pire ? Il ne voulait pas interroger le concierge pour éviter d’attirer les soupçons. Il s'accorda une dernière soirée de délai avant de chercher à savoir ce qui s'était passé. Rien. Le lendemain, il se présenta, tremblant, devant la porte de Matilde. Puis 18

N. d. T. : Plat traditionnel mexicain cuit au four, à base de triangles de tortillas de maïs baignant dans différents types de sauce, ici aux piments verts.

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il sonna. Plusieurs minutes s’écoulèrent avant qu’une jeune femme d’une trentaine d’années, entièrement vêtue de noir, ne lui ouvre. - Matilde, murmura-t-il. La jeune femme lui tourna le dos sans rien dire. Il la suivit, et, à la vue du crêpe et des bougies autour de la photographie d’une femme aux yeux verts, au regard intense, notre homme comprit ce qui s'était passé. - Votre mère était flûtiste ? - Elle l’a été, lui répondit la jeune femme. Mais aujourd’hui, plus personne ne se souvient d’elle. Depuis qu’elle est tombée malade, elle pouvait à peine tenir sa flûte. - Mais je l’ai entendue jouer tous les soirs, pourtant… Je vis dans l’appartement du dessous. - Elle n’avait qu’une obsession : l’enregistrement de son dernier concert. Elle s’obstinait à l’écouter tous les soirs. Je suis désolée que cela vous ait dérangé. Et lui qui ne l’avait même pas connue. Qui n’avait même pas entendu le son de sa voix. - Je peux vous demander un service ?, aventura-t-il, l'air désolé. Pourriezvous me prêter cet enregistrement ? Juste pour la journée. La jeune femme acquiesça, contrariée. Après lui avoir dit au revoir et l’avoir remerciée, notre homme se retira, bien décidé à préparer sa meilleure recette pour la partager, une dernière fois, avec la musique de Matilde.

Traduit de l’espagnol (Mexique) par Svetlana Doubin Inédit

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Jueves, 10 de mayo de 2012

Escrituras representadas Basel Ramsis Juan Cavestany Alicia Luna José Sanchis Sinisterra León Elías Siminiani

Modera: Román Gubern

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B

asel Ramsis, realizador y productor de cine, nació en El Cairo en 1973. Estudió cine en esa ciudad y en Madrid. Ha realizado y producido varios cortometrajes de ficción, videoartes y documentales como El

otro lado... Un acercamiento a Lavapiés (2002) y Columpios (2007). Ambos largometrajes han participado en festivales de cine tanto en España como en el extranjero. Asimismo, ha trabajado como tutor en cursos, talleres y jornadas sobre cine documental, cine egipcio o cine de inmigración en diferentes universidades españolas y extranjeras. Desde comienzos de 2003 ha impartido talleres prácticos de documental y de análisis cinematográfico en distintas ciudades españolas, así como en Egipto, Jordania, Chile y Cuba. Además, ha participado como miembro del jurado en diversos festivales de cine, tanto de ámbito nacional como internacional. Es comisario del programa «Panorama del documental árabe contemporáneo», que se celebra en Casa Árabe desde septiembre de 2007, y forma parte del equipo asesor de proyectos de la European Cultural Foundation (en Ámsterdam) desde 2008. Escribe artículos de opinión semanales en la prensa egipcia.

B

asel Ramsis, réalisateur et producteur de cinéma, est né au Caire en 1973. Il y a étudié le cinéma, ainsi qu’à Madrid. Il a réalisé et produit plusieurs courts-métrages de fiction, des vidéos d’artistes et des

documentaires, à l’instar de El otro lado... Un acercamiento a Lavapiés (2002) et Columpios (2007). Ces deux derniers longs-métrages ont concouru dans des festivals de cinéma, tant en Espagne qu’à l’étranger. En outre, il a dirigé des cours, des ateliers ainsi que des journées sur le cinéma documentaire, sur le cinéma égyptien, ou encore, sur le cinéma de l’immigration dans différentes universités espagnoles et étrangères.

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Depuis début 2003, il dirige des ateliers pratiques de documentaire et d’analyse cinématographique dans différentes villes d’Espagne, ainsi qu’en Égypte, en Jordanie, au Chili et à Cuba. Il a également fait partie du jury de plusieurs festivals de cinéma, tant nationaux qu’internationaux. Il est commissaire du programme « Panorama del documental árabe contemporáneo », sélection de documentaires présentée par le centre culturel espagnol Casa Árabe (Madrid-Cordoue) depuis septembre 2007, et depuis 2008, il fait partie de l’équipe consultative sur les projets au sein de l’European Cultural Foundation (Amsterdam). Basel Ramsis publie des articles d’opinion hebdomadaires dans la presse égyptienne.

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J

uan Cavestany (Madrid, 1967) es guionista de cine, director y dramaturgo. En 2008, ganó el Premio Max al mejor autor en castellano por el libreto de Urtain, de la compañía Animalario, con la que colabora desde sus inicios.

También ha escrito Alejandro y Ana y Penumbra, junto a Juan Mayorga. Para el cine, ha escrito los guiones de los largometrajes Guerreros (dirigida por Daniel Calparsoro) y Los lobos de Washington (dirigida por Mariano Barroso), entre otros; asimismo ha dirigido su propio guion, Gente de mala calidad (2008). Entre 2009 y 2011 concibió y escribió la serie de televisión Vergüenza ajena, actualmente en desarrollo. En 2010, ha escrito y dirigido Dispongo de barcos, una película completamente independiente, sin financiación ni distribución, que el diario El Mundo seleccionó entre las cinco mejores películas españolas del año. En la misma línea de cine autoproducido, ha escrito, dirigido y puesto a la venta on-line el mediometraje El señor. Ha sido guionista y director también de cortometrajes como Ramona (2010) y Lo otro (2011, basado en una pieza teatral original). Actualmente, escribe y dirige la obra de teatro El traje, que se estrenará en septiembre en Madrid, y colabora en el texto del nuevo proyecto de Animalario para 2013.

J

uan Cavestany (Madrid, 1967) travaille pour le cinéma en tant que scénariste et réalisateur ; il est également dramaturge. En 2008, il remporte le Prix Max des Arts Scéniques, qui récompense le meilleur auteur en

langue espagnole, pour avoir adapté le scénario sur le boxeur Urtain pour le théâtre. La pièce sera montée par la troupe Animalario avec laquelle il collabore depuis ses débuts. Il a également co-écrit Alejandro y Ana, et Penumbra, avec Juan Mayorga, pour cette même troupe. Pour le cinéma, il a écrit, entre autres, le scénario des long-métrages Guerreros (réalisé par Daniel Calparsoro en 2002) et Los lobos de Washington (réalisé par Mariano Barroso en 1999) ; en outre, il a réalisé son propre scénario, Gente de mala calidad (2008). Entre 2009 et 2011, il

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conçoit et réalise la série TV Vergüenza ajena, toujours en développement. En 2010, il écrit et réalise Dispongo de barcos, un film entièrement indépendant, sans budget ni distribution, que le quotidien El Mundo a classé parmi les cinq meilleurs films espagnols de l’année. Dans cette même veine, il a écrit, réalisé et commercialisé sur internet son moyen-métrage El señor, également autoproduit. Il a été scénariste et réalisateur de court-métrages tels que Ramona (2010), ou encore Lo otro (2011, inspiré d’une pièce de théâtre). Actuellement, il travaille à l’écriture et à la mise en scène de la pièce de théâtre El traje, dont la première aura lieu en septembre prochain, à Madrid. Juan Cavestany collabore également à l’écriture du projet de la troupe Animalario, sur les planches en 2013.

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A

licia Luna es guionista, se inició en el cine con Pídele cuentas al rey (1999, dirigida por José Antonio Quirós, Premio del Público en la Seminci de Valladolid). Recibió el Goya al mejor guión por Te doy

mis ojos (2004), que escribió junto con Iciar Bollaín, —largometraje por el también obtuvo el Premio al Mejor Guión Europeo en el mismo año—. Más tarde, vendrían títulos como Sin ti y La vida empieza hoy, esta última galardonada con el Premio de la Crítica en el Festival de Málaga. Ha escrito el libro Matad al guionista (una compilación de entrevistas a guionistas sobre metodologías de trabajo) y, en su actividad como docente, imparte talleres y cursos de guion; asimismo, dirige la Escuela de Guión de Madrid. En el ámbito social, es socia fundadora de la Fundación Lydia Cacho, que ayuda a personas que han sido amenazadas por luchar contra violaciones de los derechos humanos.

A

licia Luna est scénariste. Elle a débuté dans le cinéma en écrivant Pídele cuentas al rey (1999), film réalisé par José Antonio Quirós et qui s’est vu décerner le prix du public lors du festival international

du film de Valladolid (Seminci), en Espagne. Alicia Luna a également remporté le Goya (l’équivalent de nos Césars) du meilleur scénario avec Te doy mis ojos (2004), co-écrit avec Iciar Bollaín – long-métrage pour lequel elle a reçu, en outre, le prix du meilleur scénario européen la même année. Plus tard viendraient d’autres titres, tels que Sin ti (2006) et La vida empieza hoy (2010), coécrit avec Laura Mañá et réalisé par cette dernière, et récompensé, notamment, par le prix de la critique lors du Festival de Málaga la même année. Elle est l’auteur du livre Matad al guionista, un recueil d’entretiens avec des scénaristes autour des méthodologies de leur travail. Alicia Luna est également professeur : elle enseigne et dirige des ateliers sur le scénario ; elle dirige également l’École du Scénario de Madrid. Dans la sphère sociale, elle est membre fondateur de la

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Fondation Lydia Cacho, organisme qui vient en aide aux personnes ayant été victimes de représailles pour s’être opposées aux violations des droits de l’homme.

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J

osé Sanchis Sinisterra nació en Valencia en junio de 1940. Licenciado en Filosofía y Letras, ejerció como profesor del Instituto del Teatro de Barcelona desde 1971 hasta 2010.

En 1977 fundó el Teatro Fronterizo, que dirigió hasta 1997 en Barcelona. Catorce años después, y esta vez en Madrid, retoma y redimensiona este proyecto para crear y dirigir el Nuevo Teatro Fronterizo, premio Max de la Crítica 2012. A lo largo de su dilatada trayectoria profesional, ha impartido cursos, seminarios y talleres de dramaturgia textual, dramaturgia actoral, dramaturgia de textos narrativos y escritura dramática por todo el mundo. Ha publicado multitud de ensayos y artículos, y es autor de obras fundamentales del teatro español del último siglo, como ¡Ay, Carmela, El lector por horas, o El cerco de Leningrado, entre otras. Ha dirigido decenas de montajes de los mejores autores de la literatura dramática, así como dramaturgias de textos narrativos y adaptaciones de clásicos. Es autor de más de cuarenta textos teatrales, entre originales y adaptaciones, y ha obtenido premios como el Carlos Arniches (1968), el Nacional de Teatro (1990), el Premio de Honor del Instituto del Teatro de Barcelona (1996), el Max al Mejor Autor (1998 y 1999), el Premio Nacional de Literatura Dramática (2003), el Life Achievement Award del XXIII International Hispanic Theatre Festival de Miami (2008) o la Medalla del CELCIT (2010).

J

osé Sanchis Sinisterra est né en Espagne, dans la ville de Valencia, en juin 1940. Diplômé de Philosophie et de Lettres, il a enseigné à l’Institut de Théâtre de Barcelone entre 1971 et 2010.

En 1977, il fonde le Teatro Fronterizo à Barcelone, qu’il dirige jusqu’en 1997. Quatorze ans plus tard, à Madrid cette fois, il reprend ce projet et lui donne un nouveau souffle : il crée le Nuevo Teatro Fronterizo, dont il assume la direction,

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et dont le travail vient d’être récompensé, en Espagne, par le prix Max des Arts Scéniques (prix de la Critique, 2012). Au long d’un parcours professionnel pour le moins éclectique, il a donné des cours, dirigé des séminaires, des ateliers de dramaturgie, de jeu, d’écriture narrative et théâtrale dans le monde entier. Il a publié quantité d’essais et d’articles, et est également l’auteur de pièces devenues incontournables dans le répertoire du théâtre espagnol contemporain. Citons, entre autres ¡Ay, Carmela, El lector por horas, ou El cerco de Leningrado. José Sanchis Sinisterra a signé des dizaines de mises en scène, de textes des meilleurs dramaturges, d’adaptations de textes narratifs et de classiques. Il est l’auteur de plus d’une quarantaine de textes de théâtre, adaptations comprises, et a été distingué, notamment, par le Prix Carlos Arniches (1968), le Prix National espagnol de Théâtre (1990), le Prix d’honneur de l’Institut du Théâtre de Barcelone (1996), le Prix Max du Meilleur Auteur (1998 et 1999), le Prix National espagnol de Littérature Dramatique (2003), le Life Achievement Award du XXIIIe International Hispanic Theatre Festival de Miami (2008) ou encore, par la Médaille du CELCIT (Centre latino-américain de création et de recherche théâtrale, 2010).

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L

eón Siminiani estudió Filología Hispánica y dirección de cine en la Universidad de Columbia, en Nueva York. Apasionado de las posibilidades de lo audiovisual, ha investigado distintos formatos y

géneros. En su trabajo de ficción para cine destacan Dos más (2001), que obtuvo la mención de Mejor Drama en los EMMY 2002 para estudiantes; así como Mejor Director Latino 2002 DGA Students Awards USA; además, fue distinguido con el Premio del Público (Versión Española), y el premio Archipiélago (2003), los premios del Jurado, Mejor guión, premio del Público (Columbia University 2003); resultó finalista para el Latino Filmmakers Showcase 04 de Sundance Channel y obtuvo el Premio Ludoterapia (2007), mejor corto en Europa Cinema 2007. En no ficción destaca la serie de microdocumentales Conceptos Clave del Mundo Moderno cuyas cuatro primeras entregas —La oficina (1998), El permiso (2001) Digital (2003) y El tránsito (2009)— se han alzado con más de cien galardones internacionales. Asimismo, Siminiani ha explorado formatos híbridos con piezas como Zoom (2005) o la serie Límites (2009), ganadora, entre otros, del Primer Premio del Festival de Alcalá (Alcine 09), y del Primer Premio del Concurso Iberoamericano de Cortos Versión Española (TVE). En 2011, estrenó un nuevo cortometraje de ficción titulado El premio, cuya propuesta de ficción en torno a un evento real fue recientemente nominado a los Goya 2012 como mejor corto de ficción. Actualmente, ultima MAPA, su primer proyecto de largometraje, a medio camino entre la ficción y el documental, producido por Avalon Productions, Pantalla Partida y él mismo.

L

eón Siminiani a étudié la philologie hispanique et la réalisation cinématographique à l’université Columbia, à New York. Passionné par les possibilités offertes par l’audiovisuel, il a expérimenté ce

médium à travers différents genres et formats. Au sein de son œuvre de fiction

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cinématographique, il convient de distinguer, notamment, Dos más (2001), qui a obtenu la mention de meilleure œuvre de fiction lors des Student Emmy Awards en 2002 ; le prix du meilleur réalisateur latino

lors des US DGA

Student Film Awards, également en 2002 ; enfin, il s’est vu décerner le prix du public (Versión Española). Archipiélago (2003) a remporté, lui, les prix du jury, du meilleur scénario et le prix du public lors du Columbia University Film Festival, en 2003 ; il a également été finaliste lors du Showtime Latino Filmmakers Showcase 2004 (de la chaîne Sundance), tandis que Ludoterapia (2007) s’est vu récompensé par le prix du meilleur court-métrage lors de l’édition 2007 du festival Europa Cinema, en Italie. Parmi ses œuvres de nonfiction, l’on peut citer, entre autres, la série de micro-documentaires Conceptos Clave del Mundo Moderno, dont les quatre premiers volets – La oficina (1998), El permiso (2001), Digital (2003) et El tránsito (2009) – ont été distingués par une centaine de prix internationaux. Par ailleurs, Siminiani a exploré des formats hybrides dans des productions telles que Zoom (2005) ou la série Límites (2009). Cette dernière a remporté, notamment, le premier prix du Festival d’Alcalá (Alcine 09) et le premier prix du Concurso Iberoamericano de Cortos Versión Española (de la chaîne TVE). En 2011, il a présenté un nouveau court-métrage de fiction intitulé El premio, dont l’intrigue a été inspirée par un fait réel. El premio a récemment été nominé aux Goya 2012 en tant que meilleur courtmétrage de fiction. Actuellement, León Siminiani est en train de finaliser Mapa, son premier projet de long-métrage, à mi-chemin entre la fiction et le documentaire, qu’il a coproduit avec Avalon Productions (Espagne) et Pantalla Partida (Espagne).

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R

omán Gubern Garriga-Nogués nació en Barcelona en 1934. Es doctor en Derecho por la Universidad Autónoma de Barcelona (1980), ha trabajado como investigador y profesor en varias universidades

extranjeras, y fue el fundador y director del Instituto Cervantes en Roma (19941995). Recibió la medalla de la Asociación Española de Historiadores del Cine en 2004. Entre la extensa producción de sus publicaciones, puede destacarse Historia del cine (Danae, 1969), Cine contemporáneo (Salvat, 1974), Literatura de la imagen (Salvat, 1974), El cine español en el exilio 1936-1939 (Lumen, 1976), Cien años de cine (Premio de la Semana del Libro de Cine de Santander, 1976), Comunicación y cultura de masas (Península, 1977), La mirada opulenta. Exploración de la iconosfera contemporánea (Gustavo Gili, 1987), El discurso del cómic (Cátedra, 1988, en colaboración con Luis Gasca), Del bisonte a la realidad virtual. La escena y el laberinto (Anagrama, 1996, Finalista del Premio Nacional de Ensayo) y Metamorfosis de la lectura (Anagrama, 2010). Ha trabajado como argumentista y guionista de cine y televisión.

R

omán Gubern Garriga-Nogués est né à Barcelone en 1934. Après avoir obtenu son doctorat en Droit à l’Université Autonome de Barcelone en 1980, il a été chercheur et professeur dans diverses

universités nationales et internationales. C’est également à lui que l’on doit la fondation de l’Instituto Cervantes à Rome, qu’il a dirigé entre 1994 et 1995. Román Gubern Garriga-Nogués a reçu la médaille de l’Association Espagnole d’Historiens du Cinéma en 2004, association qu’il a présidée l’année du Centenaire du Cinéma. De ses innombrables œuvres sur le cinéma et l’image, nous retiendrons tout particulièrement Historia del cine (Danae, 1969), Cine contemporáneo (Salvat, 1974), Literatura de la imagen (Salvat, 1974), El cine español en el exilio 1936-1939 (Lumen, 1976), Cien años de cine (Prix de la Semaine du Livre de Cinéma de Santander, 1976), Comunicación y cultura de masas

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(Península, 1977), La mirada opulenta. Exploración de la iconosfera contemporánea (Gustavo Gili, 1987), El discurso del cómic (Cátedra, 1988, en collaboration avec Luis Gasca), Medios icónicos de la cultura de masas (Lumen, 1988), Del bisonte a la realidad virtual. La escena y el laberinto (Anagrama, 1996, Finaliste du Prix National espagnol de l’Essai), Proyector de luna: la generación 27 y el cine (Anagrama, 1999) et Metamorfosis de la lectura (Anagrama, 2010). Román Gubern Garriga-Nogués a également travaillé comme scénariste pour le cinéma et la télévision.

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Viernes 11 de mayo de 2012

Adonis, la conciencia po茅tica

Adonis (Ali Esber) Federico Arb贸s

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Adonis (Ali Esber) Ali Ahmad Said Esber (Al Qassabin, 1930), conocido por su seudónimo Adonis o Adunis, es un poeta y ensayista sirio. Adonis ha desarrollado su carrera literaria principalmente en el Líbano y Francia. Ha publicado más de veinte libros de poemas en árabe, y es considerado, desde hace varios años, uno de los aspirantes a obtener el Premio Nobel de Literatura. El autor nació en el norte de Siria; en la Universidad de Damasco, se licenció en Filosofía en 1954. En 1955, Said estuvo preso durante seis meses por ser miembro del Partido Social Nacionalista Sirio. Tras su liberación, se instaló en Beirut, donde fundó, junto con el también poeta Yusuf al-Khal, la revista Shi'r (Poesía). A partir de este momento, Adonis abandonó el nacionalismo sirio para abrazar el panarabismo, al tiempo que renunciaba a buena parte de la carga política en sus obras. Said recibió una beca para estudiar en París entre 1960 y 1961. Entre 1970 y 1985, fue catedrático de Literatura Árabe en la Universidad del Líbano. En 1976, fue nombrado profesor invitado en la Universidad de Damasco. En 1980, emigró a París para escapar de la guerra civil Libanesa y, durante unos años, fue profesor de árabe en la Universidad de la Sorbona.

A

li Ahmad Said Esber (Al Qassabin, 1930), alias Adonis, est un poète syrien et essayiste. Adonis a développé sa carrière littéraire en grande partie au Liban et en France. Il a publié plus de vingt

recueils de poèmes en arabe, et est considéré depuis plusieurs années comme l'un des prétendants pour le prix Nobel de littérature. Adonis est né dans le nord de la Syrie. A Damas, il obtient un diplôme universitaire en Philosophie en 1954. En 1955, Said a été emprisonné pendant six mois en tant que membre du Parti nationaliste social syrien. Après sa libération, il s'installe à Beyrouth, où il a fondé, avec son camarade poète Yusuf al-Khal, le Shi'r magazine («poésie»). De ce point, Adonis abandonne le nationalisme syrien et se retrouve embrassé

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par le panarabisme, tout en renonçant à une grande partie de la politique des bagages dans ses œuvres. Il a reçu une bourse pour étudier à Paris entre 1960 et 1961. Entre 1970 et 1985, il était professeur de littérature arabe à l'Université libanaise. En 1976, il a été nommé professeur invité à l'Université de Damas. En 1980, il émigre à Paris pour fuir la guerre civile libanaise, et pendant quelques années il a été professeur d'arabe à l'Université de la Sorbonne.

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ADONIS: El Libro, II Hojas sueltas de Jawla (Fragmentos) Escribo, ahora, algo parecido a una carta no a él, sino al camino que han andado sus pasos tras nuestro encuentro, nuestro abrazo. A sus pasos, al temblor de sus pasos en la senda que acaba en mi puerta. Al silencio del llanto cuando llama y entra. Mi cuerpo, rosa en sus manos, creciente lunar en torno a sus párpados. Mi amor, aureola. Escribo, ahora, algo parecido a una carta. * Parados en el umbral estamos, al amparo de la sombra. Te despides. ¿Y yo? Dudamos: ¿Cómo decir adiós, si tu cuerpo y el mío no lo aceptan ni escuchan? * Un tiempo cual nube revolotea sobre nosotros como un pájaro y en torno a él volamos también nosotros. Para los pájaros nuestro amor es algaba de árboles que nos reconcilian con el viento. *

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Nuestros cuerpos llenan la tarde con su desorden. La noche guarda su ritmo y al lecho dedica sus canciones. * En nuestras facciones, en nuestros pasos la noche recita los salmos de la consumación de nuestro amor siguiendo al pie de la letra lo que habían escrito nuestras regiones. * Al ocaso ha soltado el sol los botones de su vestido, lo ha dejado caer a sus pies y se ha cubierto de rosas. * No quiero que mi sueño se cumpla para que mi fuego en ti nunca se apague para seguir esperando para seguir viviendo sobre ascuas candentes como si abrazara el borde del abismo. No quiero que mi sueño en ti se cumpla para no viajar fuera de ti, para quedarme en las regiones de mi condición y mi sexo, cautiva de mí misma. * Cuando en su rostro se pierde mi mirada para encontrar la luz de sus dimensiones la aflicción que le agobia

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siento como si reuniera la tarde, como si reuniera la maĂąana ola tras ola del golfo de las heridas.

(Traducidos del ĂĄrabe por Federico ArbĂłs)

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ADONIS: Al Kitâb II Les feuillets de Kaoula J’écris ce qui ressemble à une lettre Non pour lui. Mais pour la route que ses pas ont empruntée après nos retrouvailles Pour ses pas, le tremblement de ses pas sur le chemin qui s'arrête à ma porte. Mon corps – rose entre ses mains, croissant de lune autour de ses paupières, et mon amour, auréole. J’écris aujourd'hui ce qui ressemble à une lettre. * Nous sommes devant la porte, abrités par son ombre Tu pars. Quant à moi ? Nous hésitons : Comment dire l'adieu ? Nos corps n'acquiescent pas, n’écoutent pas. * Un temps semblable à un nuage tournoie en nous tel un oiseau Et nous tournoyons en lui,Notre amour. Pour des oiseaux, forêt dont les arbres nous concilient avec le vent. * Nos corps emplissent le soir de leur désordre – La nuit conserve son rythme et chante

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au lit ses mélodies. * Dans nos traits et nos pas la nuit lit le psaume de notre amour comme nos contrées l’avaient écrit. * Le soleil a défait ses boutons pour le coucher. Il a jeté sa robe devant lui et s’est couvert par des roses. * Je veux que mon rêve ne se réalise pas, afin que mon feu en toi ne s’éteigne jamais, Que je demeure attente. Je vis comme si j'étais sur des braises Comme si j’embrassais le bord de l’abîme. Je ne veux pas que mon rêve se réalise en toi, afin que je voyage toujours en toi, que je reste dans les contrées de mon espèce et mon genre, la prisonnière de moi-même. * Chaque fois que mon regard se perd dans son visage pour entrevoir ses étendues et ses soucis je sens que je rassemble la nuit et le jour, vague après vague du golfe des blessures. (Traduction Houriya Abdelouahed)

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F

ederico Arbós (Ávila, 1946) es doctor en Filología Árabe. Desde 1971, es profesor de Lengua y Literatura Árabe en la Universidad Autónoma de Madrid y, desde 1999, de Literatura Árabe Contemporánea en la

Universidad Complutense de Madrid. Ha ocupados distintos cargos de responsabilidad en el Ministerio de Asuntos Exteriores y de Cooperación de España: fue director del Centro Hispánico d Alejandría (Egipto, 1969-1971), jefe de Medio Oriente en Madrid (1987-1990), director del Instituto Cervantes de El Cairo (Egipto 1993-1997) y Casablanca (2000-2003). Actualmente, y desde septiembre de 2007, es director del Instituto Cervantes de Rabat. Asimismo, es autor de numerosos ensayos, artículos y traducciones, especialmente, de poesía árabe contemporánea. Recibió el Premio Nacional de Traducción en 1998 que otorga el Ministerio de Cultura de España.

F

ederico Arbós, (Avila, 1946). Il est titulaire d'un doctorat en études arabes. Depuis 1971 il est professeur de langue et de la littérature arabes à l'Université autonome de Madrid et depuis 1999 professeur de

littérature à l'Université Complutense de Madrid. Il a occupé des postes supérieurs dans plusieurs domaines, tels Le ministère des Affaires étrangères et de la Coopération de l'Espagne: Directeur du centre hispanique d Alexandrie (Egypte 1969-1971), Chef du Moyen-Orient à Madrid (1987-1990), Directeur de l'Institut Cervantes au Caire (Egypte 1993-1997) et à Casablanca (2000-2003). Actuellement, et depuis Septembre 2007, est directeur de l'Institut Cervantes de Rabat. Il est l'auteur de nombreux essais, articles et traductions, en particulier de la poésie arabe contemporaine. Il a obtenu le prix National de Traduction en 1998 décerné par le Ministère de la Culture de l'Espagne.

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