Año LXXV Guadalajara, Jal., 18 de octubre de 2009
No. 42
Consuelo de hijo L
a enfermera llevó a un joven ansioso hasta la cama de un hombre mayor. “Su hijo está aquí”, tuvo que repetir varias veces antes que los ojos del paciente se abrieran. Estaba bajo los efectos de un fuerte sedante y veía confusamente al joven parado en el exterior de su carpa de oxígeno. Extendió su mano y el joven la tomó firmemente con las suyas, transmitiéndole un mensaje de aliento. La enfermera trajo una silla al lado de la cama. Toda la noche el joven estuvo sentado sosteniendo la mano del anciano y dándole suaves palabras de esperanza. El moribundo no decía nada mientras se sostenía firmemente de su hijo. Al acercarse la madrugada, el paciente murió. El joven puso sobre la cama la mano sin vida que había estado sosteniendo y fue a notificar a la enfermera. ¡Pobre hombre, murió sin ver a su hijo! -Yo creí que era su padre, contestó la sorprendida enfermera. -No, no era mi padre, contestó él,
nunca antes lo había visto. -¿Por qué, entonces, no me dijo nada cuando lo llevé hasta él?, le preguntó la enfermera. - Yo también sabía que él necesitaba a su hijo, y su hijo no estaba aquí. Cuando me di cuenta que estaba demasiado enfermo como para distinguir si yo era o no su hijo, comprendí cuánto me necesitaba. Jesús hace lo mismo con nosotros, nos tiende la mano sin preguntar quiénes o cómo somos.