Año LXXVIII Guadalajara, Jal., 1 de mayo de 2011
E
Núm. 18
¡Sorpresa!
l anciano ingresó lentamente en el restaurante. Se apoyaba en su confiable bastón en cada paso. Su cálida personalidad le hacía sobresalir en medio de la acostumbrada multitud de quienes desayunaban el sábado en la mañana. Inolvidables eran sus pálidos ojos azules que centelleaban como diamantes, grandes y rosadas mejillas, y labios delgados mantenidos en una cerrada y firme sonrisa. Una joven mesera llamada María le vio dirigirse hacia la mesa junto a la ventana. María corrió hacia él y le dijo: “Aquí, Señor. Permítame ayudarle con esa silla”. Sin decir palabra, él sonrió y agradeció con la cabeza. Ella alejó la silla de la mesa y, afirmándolo con un brazo, le ayudó a colocarse frente a la silla y a sentarse cómodamente. Entonces, ella le acercó la mesa y colocó su bastón contra ésta, donde él pudiese alcanzarla. Con una suave y clara voz, él dijo: “Gracias, señorita. Y que Dios la bendiga por su bondadoso gesto”. “Gracias, Señor -contestó ella-. Mi nombre es María. Vuelvo en un momento, si necesita algo, ¡tan sólo hágame señas!”. Tras de terminar su generosa porción de panqueques, María le trajo el cambio de su cuenta. Él la dejó en la mesa. Ella lo ayudó a levantarse de su silla y de detrás de la mesa, le dio su bastón y le acompañó a la puerta principal. Manteniendo la puerta abierta para él, ella le dijo: “¡Le esperamos de vuelta, Señor!”. Él se volteó con todo
su cuerpo, gesticuló una sonrisa y cabeceó agradecido. “Ud. es muy bondadosa”, dijo suavemente. Cuando María fue a limpiar su mesa, casi se desmayó. Debajo de su plato, ella halló una tarjeta de presentación con una notita escrita en una servilleta. Bajo la servilleta había un billete de cien dólares. La nota en la servilleta decía: “Querida María, la respeto mucho y Ud. se respeta a sí misma también. Es evidente por la manera en que trata a los demás. Usted ha hallado el secreto de la felicidad. Sus gestos bondadosos brillarán a través de los que le conozcan”. El hombre que ella había atendido era el dueño del restaurante en el que laboraba. No sabemos con quién podemos encontrarnos. Una sorpresa podría esperarnos. Demos hoy una sonrisa, porque las sorpresas están a la vuelta de la esquina.