Año LXXVIII Guadalajara, Jal., 17 de julio de 2011
Núm. 29
UNIENDO POTENCIAL
U
n día de primavera, Margaret llegó al Centro Geriátrico para empezar una Terapia Física. Cuando el enfermero presentó a Margaret a la gente del Centro, advirtió la mirada de dolor en los ojos de ella cuando miraba el piano. -¿Algún problema? -preguntó él. -No -repuso Margaret en voz baja-, sólo que ver un piano me trae recuerdos. Antes de mi hemiplejía, la música era todo para mí. El joven miró la inutilizada mano derecha de Margaret, mientras la mujer le contaba algunos de los momentos culminantes de su carrera musical. -Espere aquí. En seguida vuelvo -dijo de pronto el joven. Volvió a los pocos minutos, seguido de cerca por una mujer bajita de cabellos blancos y gruesos anteojos. La mujer se ayudaba a caminar con un andador. -Margaret, le presento a Ruth, ella también tocaba el piano, pero, al igual que usted, no ha podido tocar desde su hemiplejía. La Señora Ruth tiene bien su mano derecha y usted tiene bien la izquierda, y yo tengo la sensación de que las dos juntas pueden hacer algo maravilloso. Las dos se sentaron al piano. Dos manos sanas, una con largos dedos llenos de gracia, la otra con cortos y regordetes dedos blancos, se mo-
vieron rítmicamente a los largo de las teclas. Desde ese día, se sentaron juntas al teclado cientos de veces, la mano derecha inútil de Margaret alrededor de la espalda de Ruth; la mano izquierda paralizada de Ruth en la rodilla de Margaret, mientras su mano buena tocaba la melodía y la mano buena de Margaret ejecutaba el acompañamiento. Ruth oyó a Margaret decir: “Mi música me había sido arrebatada, pero Dios me dio a Ruth”... Y Ruth ahora dice: “Lo que nos reunió fue un milagro de Dios”. El milagro de Dios se realiza cuando entendemos que nos necesitamos unos a otros. Cuando dos nos unimos, algo poderoso se libera. No sigas solo. Acércate a alguien y haz que fluya el poder de la unidad.