Hoja parroquial Arquidiócesis de Guadalajara, A.R.
N.º 24 • Domingo de Pentecostes, Ciclo A • 12 de Junio de 2011
Fundado el 4 de junio de 1930. Registro postal IM14-0019, impresos depositados por sus editores o agentes INDA-04-2007-103013575500-106
El Espíritu de Jesús nos une en su riqueza
P
entecostés no es un punto de llegada, como decir: "Ya pasamos el tiempo más duro, Cuaresma y Pascua" (tres meses tan intensos que nos trajeron mucha fatiga y ahora nos corresponde "descansar"). Pentecostés es más bien un punto de partida, porque se nos dota de muchos dones en la riqueza del Espíritu Santo; se nos arma de confianza y valor en la fuerza de Dios para tener los suficientes arrestos para evangelizar y convencer. A partir de nuestra propia evangelización y convencimiento interior, ahora estamos dotados para compartir nuestra fe sin miedos ni medianías, sino con total entereza y alegría.
Tan distintos como unidos
En la primera carta de San Pablo a los corintios, se nos enfatiza la acción del Espíritu en la vida de los creyentes y en la construcción de la comunidad cristiana. En aquellos tiempos, también hubo divisiones que se vivían en el interior de cada comunidad, pero no es eso lo que debe sobresalir. Por el contrario: Pablo insiste en que los dones, los carismas, los ministerios y los servicios proceden de un mismo Espíritu. Por lo tanto, todos los carismas, dones y ministerios están en función del crecimiento de cada Iglesia en particular, misma que tiene como tarea vivir la unidad. La acción del Espíritu cualifica la misión de la Iglesia en el mundo, y no sólo para la santificación individual, sino que la dota de una dimensión comunitaria, de tal manera que esto debe ser como el sello que la distinga entre las otras organizaciones. Además, el Espíritu le da un sentido congruente a la misión de Jesús y a la misión de la Iglesia, que, aunque es diferente por las personas, debe ser la misma en su fuerza interior y en la razón de su ser.
Fuera miedos
Es hermosamente asombroso lo que hoy leemos en el Evangelio de Juan, y que se nos narra con detalles tan significativos. El cuarto Evangelio presenta dos escenas contrastantes. La primera descripción es como una fotografía donde se retrata a los discípulos encerrados en una casa, llenos de miedo y al anochecer. Pero la segunda escena es por demás alentadora,
nos describe la presencia de Jesús que les comunica la paz a los discípulos, les muestra sus heridas como signo de su presencia real, ellos se llenan de alegría y Él les comunica el Espíritu que los arma definitivamente para la misión. El miedo, el atolondramiento, la oscuridad y el encerramiento se transforman con la presencia de Jesús en paz, alegría y en un ponerse disponible para lo que venga. Hoy, estos dones son para nosotros una necesidad en suma real, porque queremos que la acción del Espíritu llegue a transformar el interior de cada creyente y de cada comunidad. Resurrección, Ascensión y Pentecostés son como tres momentos que nos preparan para la misión eclesial; no hay que olvidar que hoy, más que nunca, en la “misión continental” de nuestra diócesis, sentimos que hace falta darle su lugar al Espíritu Santo para que nos anime a más. 1