Hoja parroquial Arquidiócesis de Guadalajara, A.R.
Nº 31, 18º Domingo Ordinario • 2 de Agosto de 2009
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“Haré que llueva pan del Cielo”
el cielo cae la lluvia que fecunda nuestros campos; las mieses maduran luego con los soles de otoño e invierno y, finalmente, el hombre transforma el trigo en su pan de cada día. Así, de alguna manera, podemos decir que este pan que diario comemos “llueve” del cielo, en cuanto que la lluvia que Dios nos manda está en su origen. Pero la lluvia sola no basta, es necesario el trabajo del hombre para completar y llevar a término la obra. Para llegar hasta el pan, hay que mezclar, con la lluvia, el sudor. Anuncio de otras realidades De nuevo, ahora nos puede ocurrir la idea de interpretar los signos de las narraciones bíblicas como un llamado al trabajo, al esfuerzo común, a poner en juego toda la potencialidad del hombre, todo el ingenio humano y la solidaridad, a fin de que a nadie en el mundo le falte el alimento necesario para la vida. Pero hay que ver más allá, porque Dios quiere que así lo hagamos. En la Palabra que hoy escuchamos, el pan no se define a sí mismo, sino que es signo y anuncio de otras realidades.
El lugar obligado del recuerdo; la memoria del maná del desierto vino a ser para el pueblo de Israel uno de los lugares privilegiados donde encontrar apoyo para su fe, una fe que no vive sólo del recuerdo, sino que se sirve del recuerdo para encontrar ahí el anuncio de una nueva, futura, más maravillosa y decisiva intervención de Dios en su favor.
El maná Cierto: es muy posible que el “pan” que comieron los israelitas en el desierto haya sido un alimento natural. Es posible que ese pan que ellos llamaron maná fuera la resina o exudación de algún arbusto del desierto; es posible y quizás así haya sido en verdad, pero para el pueblo de Israel, para su hambre y desamparo, ese pan vino a ser como una concreción del poder de Dios, como un signo bien claro de la intervención de Dios en su favor. Y más: al paso de los años, la historia del desierto vino a ser para los israelitas como el origen y cimiento de su historia.
El que viene a Mí…. La persona de Jesús concreta y hace actual ese anuncio de futuras intervenciones de Dios. La multiplicación de los panes en un lugar desierto realiza ese anuncio de nuevas y más definitivas manifestaciones del poder de Dios. Con su milagro, Jesús da comida a una multitud, y tanto es su favor y su poder, que después de que todos se han saciado, todavía se llenaron doce canastos con los pedazos de los cinco panes. Pero de nuevo, aquí, el milagro se convierte en signo; el pan es anuncio de otra realidad futura más maravillosa aún. No trabajen por ese alimento que se
acaba, sino por el alimento que dura para la vida eterna y que el Hijo del Hombre dará a quien el Padre ha marcado con su sello. Yo les aseguro: es mi Padre quien les da verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es aquel que baja del cielo y da la vida al mundo. “Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre y el que cree en mí nunca tendrá sed”, dice Jesús. La Eucaristía Para nosotros, la Eucaristía es el lugar por excelencia donde se cumple el anuncio de Jesús. Nuestra Misa es la actualización de la promesa: el pan que da la vida se reparte aquí en abundancia, como Palabra y como Cuerpo de Cristo, bajo signos sacramentales. Pero, a su vez, la Misa es apoyo para nuestra fe, en cuanto que es signo de realidades futuras aún más maravillosas. La Eucaristía es prenda de nuestra futura gloria, proclamación del milagro final: la multiplicación del pan en el Banquete del Reino. 1