Hoja parroquial Arquidiócesis de Guadalajara, A.R.
N.º 31 • Domingo XVIII Ordinario, Ciclo A • 31 de Julio de 2011
Fundada el 4 de junio de 1930. Registro postal: IM14-0019, impresos depositados por sus editores o agentes. INDA-04-2007-103013575500-106
" Tu Problema es Mi Problema"
E
n el Evangelio de hoy, Jesucristo deja la soledad a la que se había retirado, y se encuentra con la muchedumbre. Está rodeado por ella. Es una multitud expectante y fiel, que le sigue a pesar de lo avanzado de la hora y del despoblado en el que se encuentran. Junto a Jesús y con la multitud, están los discípulos, que aparecen atentos para detectar alguna necesidad de esa multitud. Pero hoy no vamos a profundizar en el milagro; vamos a comentar la actitud de los apóstoles, una actitud positiva que refuerza el milagro: la de darse cuenta de las necesidades que tienen los que les rodean. Es una buena lección para nuestro tiempo, en el que existe, evidentemente, una tendencia al individualismo. Con frecuencia, pasamos indiferentes frente a nuestro prójimo, sin captar la problemática que pueda tener. Las generaciones nuevas están enseñando un estilo de vida en el que convivir con los demás es algo prácticamente irrealizable. Las frases de “vivir mi vida” y “éste es su problema” dan la medida de la actitud que se asoma por cualquier rincón de nuestro espacio. Los apóstoles mostraron con su preocupación que algo se les estaba conta-
giando de Jesús, que algo estaban captando de aquel Maestro que jamás pasó indiferente ante el dolor, la muerte, la angustia, el ridículo, la pobreza, la ignorancia y la injusticia que sufrían o soportaban los hombres. Y tampoco pasó indiferente ante la alegría, el gozo y el bienestar que disfrutaban los que con Él vivieron. Ese contagio a los discípulos consiste en la finalidad del Maestro: buscar al hombre y encontrarlo. El tener una especial sensibilidad para captar la necesidad de los que nos rodean, debe ser uno de los mejores distintivos del cristiano. Estar allí donde el débil sufre, para ayudarle. Estar allí donde el ignorante pregunta, para responderle; donde el anciano llama, para acompañarle; donde el niño grita, para
socorrerle; donde el hambre aprieta, para remediarlo. Estar allí donde el hombre se ensoberbece, para indicarle con toda suavidad que, para Jesús, el mayor es el menor y viceversa; donde el hombre mata, para explicarle que, para nuestro Maestro, el gran don es la vida; donde el hombre odia, para arrancarle esa serpiente que todo lo envenena y cambiarla por el amor que todo lo aguanta, todo lo supera y todo lo disculpa. Estar allí donde el hombre goza, para darle un sentido más profundo a su alegría; donde el hombre espera, para hablarle de un horizonte sin límites para su anhelo. En pocas palabras: estar con el hombre, vivir con el hombre, trabajar con y por el hombre. Afortunadamente -y lo decimos con orgullo-, a través de los tiempos, los cristianos han demostrado en abundancia que este sentido de solidaridad con los hombres está en la médula misma del cristianismo, allí donde el hombre ha sido más débil y ha estado más abandonado. Ha actuado, a lo ancho y largo del mundo, una mano cristiana que ha enseñado al que no sabe, ha curado las llagas del leproso, ha recogido al huérfano, y ha atendido al anciano... Ha extendido el amor con fe. 1