Hoja parroquial Arquidiócesis de Guadalajara, A.R.
Nº 36 • Domingo XXIII Ordinario C • 5 de Septiembre de 2010
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Quiero entender lo que Dios me pide
E
n la práctica diaria de la vida de la Iglesia, para ser cristiano, se exige en realidad muy poco. Se bautiza a los niños recién nacidos y apenas se les hace una propuesta a los papás para que les den ejemplo y se comprometan a la instrucción cristiana. Se les pide la asistencia a unas charlas preparativas para el acto del bautismo y el compromiso de actuar cristianamente educando al niño según la ley de Dios y los mandamientos de la Iglesia. Compromiso al que todos dicen “sí”. También asisten a las pláticas, pero en la práctica parece que se olvidan de las exigencias verdaderas. Sin embargo, esto no era así al principio. Para ser discípulo, Jesús ponía tan duras condiciones, que llevaban a quien quería serlo a pensárselo seriamente. Hoy, pocos cristianos en realidad cumplimos de verdad. “¿Quiero ser verdadero discípulo?” ¿Quién comprende cabalmente lo que Dios quiere? Andamos en la vida nadando en otras aguas, buscando otras sintonías... si no pedimos la sabiduría de Dios, nunca comprenderemos las exigencias de Dios para poder ser verdadero discípulo, puesto que de eso se trata: de sentirnos implicados como familia propia para darle respuestas positivas en nuestro caminar. Este aspecto, el de dejarnos convencer por la Palabra de Dios y dejarnos llevar por su voluntad, es el que siempre evadimos. Nos cuesta muchísimo trabajo sintonizar con la sabiduría de Dios; navegar en su misma frecuencia. Tres condiciones Y empiezan duro: “Si uno quiere venir conmigo y no me prefiere a mí en lugar de su padre y su madre, su mujer y sus hijos, sus hermanos y hermanas, y hasta a sí mismo, no puede ser discípulo mío”. El discípulo debe estar dispuesto a subordinarlo todo: riqueza, tra-
bajo, diversión, amistades, la familia incluso, y poner en primer lugar la adhesión al maestro. Para seguirlo, no debe de haber otras prioridades, pues además Jesús invita a riesgos difíciles como segunda condición: “Quien no carga con su cruz y viene detrás de mí, no puede ser discípulo mío”. No se trata de hacer algunos sacrificios o mortificarse, como se decía antes, sino de aceptar y asumir que el seguimiento a Jesús lleva en las entrañas la persecución, y no sólo de los enemigos -pues eso sería natural-, sino por parte de la sociedad en general. Se asumen muchos riesgos. Y la tercera pareciera el colmo: “Todo aquel de ustedes que no renuncia a todo lo que tiene no puede ser discípulo mío”... lo consideramos demasiado. Parece que Jesús exige algo que está por encima de nuestras fuerzas: renunciar a todo lo que se tiene. En realidad, se trata de una forma de hablar evangélica, que tenemos que saber explicar hoy... Pero después de pensar en esto, nunca descartar que, como decían antes, “Dios da la medicina y el trapito”, o también que “si nos lo pide, es que ya nos lo dio”. 1