Hoja parroquial Arquidiócesis de Guadalajara, A.R.
N.º 44 • Domingo XXXI Ordinario, Ciclo A • 30 de Octubre de 2011
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La religión de habladas
y la del corazón
“D
icen una cosa y hacen otra” es un juicio breve pero fulminante acerca de la religiosidad de los fariseos; y, por cierto, lo dice quien conoce a profundidad las intenciones del corazón, y quien no juzga las apariencias. Nosotros ahí nos equivocamos con frecuencia. Es muy fácil juzgar sólo la superficie de las cosas. Pero es Jesús el que conoce los secretos del corazón y pone a revisión nuestra religiosidad. Condena la fe que se quiere sostener en las apariencias: un mal de antiguo que Jesús vio en el mundo de los responsables de la religiosidad de su tiempo -los fariseos-, y que, sin embargo, sigue presente en todos los ámbitos de la historia, en todas las capas socio-religiosas. Jesús recorre algunos ejemplos que se estilaban en las prácticas de aquellos años. En el presente han cambiado las costumbres religiosas, pero suele suceder que seguimos teniendo una religión más de apariencia que de consistencia, más de habladas que de corazón. Los fariseos fueron una casta muy singular en el tema de la religión, pero su comportamiento ha pasado a ser como un molde que se repite sin cesar en las diferentes etapas de la historia por parte de los grupos sociales y religiosos con aquella acción: afirmar algo pero no realizarlo.
Un mal antiguo y nuevo Desde la historia antigua de Israel, constatamos ejemplos dolorosos pero reales: al regreso a la tierra de sus padres, después de tiempos difíciles, se creyó que la religión iba a cambiar; que habiendo experimentado en la dureza del
destierro, el pueblo iba a recomponerse; que la añoranza de los años, cuando fueron fieles a Dios, iban a ser aprovechados para cambiar de conducta. Su religión se había descompuesto, y en el exilio tuvieron tiempo de recapacitar; pero apenas regresaron y volvieron a las andadas. El profeta Malaquías es muy directo en sus denuncias: utiliza un lenguaje duro para evidenciar las arbitrariedades de la casta sacerdotal, de los dirigentes que se aprovechan de la ignorancia de la gente humilde para cometer toda clase de atropellos. Lo peor de todo es que los que se presentan como ejemplos y defensores de la Ley, no tengan ni el más mínimo sentido de justicia ni temor de Dios. Páginas antiguas sí parecen cosa de otros tiempos, pero en las que vemos retratadas, en su crudeza, la realidad presente de nuestras sociedades cristianas, de nuestros dirigentes, de nuestros ideólogos, de la persona más simple que pretende aprovecharse de cualquier circunstancia para beneficio personal.
Predicando con el ejemplo Hay un modelo de alguien que pudo aprovecharse de su puesto para muchas cosas, pero aun así, como fiel representante y servidor de Jesús, hubiera querido, como dice, “no solamente entregarles el Evangelio sino la propia vida” a sus hermanos. San Pablo presume haber tenido esfuerzos y fatigas, día y noche, para predicar el Evangelio sin ser carga para nadie. Y le da gracias a Dios por ese hermoso recuerdo de cuando ellos aceptaron la Palabra de Dios. 1