Parroquial Hoja
N.º 23 • Domingo X Tiempo Ordinario / Ciclo C
• 9 de Junio de 2013 • Fundada el 4 de junio de 1930. Registro postal: IM14-0019, impresos depositados por sus editores o agentes. INDA-04-2007-103013575500-106
Arquidiócesis de Guadalajara, A.R.
“¡Levántate!”
E
n la narración del Evangelio del día de hoy, escuchamos que Jesús va de camino; al acercarse a la pequeña ciudad de Naín, se encuentra con un entierro muy concurrido, no precisamente porque se tratara de alguien muy importante, sino porque se trataba de una defunción que había conmovido profundamente: quien había muerto era un joven, un muchacho (y siempre conmueve la muerte de un joven) que además era el hijo único de una viuda –recordemos que, en aquella sociedad, la mujer era siempre una persona dependiente del hombre sin posibilidad de sustento propio; en este caso, la viuda se quedaba sin ningún apoyo ni sustento, totalmente desamparada al no tener ya ni marido ni hijos–. Según la narración, nadie le pide nada a Jesús. No hay ningún acto previo de fe o de confianza en Jesús. Es el simple encuentro de Jesús con el dolor, con aquella tragedia humana, que le hace actuar. Constata simplemente el Evangelio: «Le dio lástima». Y Jesús dice a la madre: «No llores», y al muerto: «Levántate»… «Y Jesús se lo entregó a su madre». Jesús, Profeta La narración del Evangelio termina diciéndonos que la gente excla-
lágrimas, sin muerte ni luto, sin llanto ni dolor.
maba: «Un gran Profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo». Y es que Jesús es el gran Profeta que vino a anunciar que Dios no quiere el dolor, el llanto, la muerte. Que el destino del hombre no es la muerte sino la vida. Que Él, Dios, se conmueve y sufre ante el dolor y la tragedia que padece cada hombre o mujer. Todo eso no es su voluntad, sino contrario a su voluntad, contrario a quien creó un mundo bueno, sin mal; contrario a quien quiere establecer un cielo nuevo y una tierra nueva sin
¿Qué debemos hacer? También nosotros, todos, en el camino de nuestra vida, hallamos –nos encontramos– hombres y mujeres que lloran, afectados por la enfermedad, la muerte... o por la desgracia que sea; y es para ellos causa de dolor. Como discípulos de Jesús, ¿qué debemos hacer? En ocasiones, nos parece que hemos de dar explicaciones del porqué de ese dolor. Y nos equivocamos, porque nadie nos ha encargado dar explicaciones que, además, no sirven de nada. Peor si nos atrevemos a decir que es voluntad de Dios: eso es contradictorio, porque es decir que Dios quiere el mal para el hombre. Pero tampoco podemos hacer milagros como Jesús. Entonces, ¿qué hacer? Me parece que hay algo que hizo Jesús y nosotros también podemos hacer: conmovernos. ʻConmoverseʼ significa hacer compañía (es muy importante saber hacer, discretamente, compañía) y, también, procurar ayuda. Hacer compañía y procurar ayudar (según en cada caso) es comulgar con el dolor del hermano, sentirlo como propio. Sin necesidad de que nos lo pidan, sin querer tampoco asumir ningún protagonismo: con sencillez, es decir, con amor.
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