N.º 32 • Domingo XIX Tiempo Ordinario / Ciclo C
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• 11 de Agosto de 2013 •
"¡No temas, rebañito mío!"
n la vida moderna dependemos, para nuestra felicidad, casi exclusivamente de las cosas. La publicidad nos arrincona en el ring de los deseos para que dependamos de los satisfactores externos, instrumentos electrónicos, ropa, comida, objetos infinitos que son casi los únicos motivos para vivir realizados como seres humanos. Los medios para conseguir estas cosas que nos hacen dichosos serán exentos de toda maldad, porque para nosotros este buen fin, de tener cosas, justifica cualquier medio por atrevido e infame que sea. Somos una sociedad que idolatra a las cosas y a ciertas personas por su glamour o importancia. Decimos: “Tanto tienes, tanto vales”. Y cuando no tenemos las cosas de importancia social, vivimos a merced de nuestros temores y complejos. La invitación de la Palabra de Vida en esta ocasión es, en primer lugar, a sentirnos acogidos por Dios, así evitaremos una situación de sobresaltos, porque confiamos en Alguien que nos quiere.
La fe nos libra del miedo ¡Conocer con el corazón la Providencia de Dios! No hay otra manera de ser felices; al punto que conociéndola podemos abandonarnos como creaturas en brazos de quien sabemos bien que nos ama. Hoy en muchos temas de política, de estrategia, en lo académico y hasta en la familia se habla de hacer prioridades. Es básico tener la seguridad de saber qué va primero y qué va des-
pués; qué es imprescindible y qué puede esperar. Si primero confiamos en la Providencia, ya podemos empezar a “vender nuestros bienes” para hacer caridad. Así se aprende qué tesoros elegir para poner ahí mi corazón. El punto clave reside en la invitación «estén preparados»; de ahí el consejo para ser buenos administradores de nuestra vida. Ser fieles y prudentes no es fácil; pero empezando por aquí, después todo fluye con armonía en la vida: “A la luz de una certeza sobre el futuro, queda determinado el presente”.
La fe de Abraham y nosotros En este Año de la Fe se nos invita a un acercamiento a Dios de forma confiada. La fe enseña a no sentirnos satisfechos con los bienes materiales, ni solo con cosas que llenan nuestro egoísmo, ni con esperanzas pasajeras. Abraham creyó por encima de la amenaza de la muerte. Sufrió por la esterilidad de Sara; era viejo y el hijo no llegaba. Esta prueba fue para él muy angustiosa porque Abraham se acercaba a la muerte sin señales de que Dios empezaba a cumplir su promesa. Aquí se presenta la última prueba de la fe: aceptar la muerte confiando de antemano que no podrá fracasar el designio de Dios. Solamente con fe se puede hacer un tesoro en el Cielo y no una acumulación de cosas que me alegran sólo un momento y al final me decepcionan. La fe es el verdadero tesoro que hay que anidar en nuestro corazón.
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