N.º 33 • Domingo XX Tiempo Ordinario / Ciclo C
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• 18 de Agosto de 2013 •
«La Vida no está en los Bienes»
oy, las lecturas bíblicas insisten sobre el peligro de las riquezas. San Lucas es el evangelista que más que ningún otro, tanto en el Evangelio como en los Hechos de los Apóstoles, subraya constantemente el peligro que entraña para la vida de fe y para la comunidad cristiana el apego a las riquezas y el afán de lucro. ¿Por qué esta particular insistencia de Lucas? Seguramente porque en aquella época –al igual que ahora y que siempre– el desmedido afán de poseer bienes y riquezas resquebrajó profundamente la unidad de la comunidad, el amor fraterno y la vivencia de la espiritualidad evangélica, cuyo primer objetivo es, como ya sabemos de sobra, la búsqueda del Reino de Dios y de su justicia. Ante el requerimiento de alguien que le pedía a Jesús que lo ayudara con su prestigio para la solución del litigio que mantenía con su hermano por la herencia, Jesús se negó rotundamente, ya que –según explicó– no había sido
enviado para ser árbitro o juez de conflictos económico-jurídico-sociales. Hoy se necesita con mayor urgencia proclamar las palabras de Jesús: «La Vida no está en los Bienes». La vida tiene valor en sí misma. Es un don al que todos los seres humanos tienen derecho. Nuestro trabajo no puede ser únicamente acumulación inconsciente e innecesaria de cosas, dinero, de placeres. Nuestro trabajo debe ser humanizado. No puede estar en función del éxito comercial sino del crecimiento como personas. No puede ser sólo un mecanismo de
sobrevivencia, sino, ante todo, un lugar de realización de un proyecto de vida orientado completamente a alcanzar la plenitud del ser humano a los ojos de Dios. Tenemos que hacer un lugar a Dios en nuestra vida. Lo que contará al final son las buenas obras que hayamos hecho, no el dinero que hemos logrado almacenar. Sería una lástima, si se pudiera decir, que nuestra única riqueza es el dinero. ¿De qué nos valdrá eso, al final de nuestro camino, cuando nos presentemos ante Dios? Mereceríamos también esa palabra tan fuerte, “necios”, si desterramos a Dios de nuestra vida, si no nos preocupamos de los demás, si no nos llenamos de nosotros mismos y ponemos la seguridad en las cosas de este mundo, si nos dejamos llevar por la codicia y el afán inmoderado del dinero, de éxito, de placer, de poder. Seríamos insensatos, como el granjero del Evangelio, porque almacenamos cosas caducas, que nos pueden ser quitadas hoy mismo, e irán a parar a otros mientras que nos hemos quedado pobres delante de Dios.
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