N.º 38 • Domingo XXV Tiempo Ordinario / Ciclo C • 22 de Septiembre de 2013 •
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Ser de fiar en lo poco y en lo mucho
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dice, con mucha sensatez, que mientras vivimos somos sólo administradores de los bienes. Y que se debe hacer el bien, incluso con capitales mal habidos. Muchos pasamos en esta vida queriendo disfrutar al máximo de todo: tiempo, cosas y personas; “cueste lo que cueste y rechine quien rechine”. Hacemos regla de nuestra vida aquel pensamiento hedonista de algunos griegos antiguos que hasta se creyeron filósofos del buen vivir; decían: “Comamos y bebamos que mañana moriremos”. En la vida social es común que con cualquier cargo actuemos con descaro e irresponsabilidad en provecho propio. Lo decimos de los políticos, pero la verdad es que todos nos queremos “despachar con la cuchara grande”. Los principios los dejamos para después. Dios pide cuentas La parábola del administrador infiel, que hoy escuchamos, es una llamada fuerte de atención para todos: «Un hombre rico tenía un administrador, y le llegó la denuncia de que derrochaba sus bienes. Entonces lo llamó y le dijo: “¿Qué es eso que me cuentan de ti? Entrégame el balance de tu gestión, porque quedas despedido”»; esto nos lleva a reflexiones muy pertinentes para aprender a trasparentar las actitudes personales, también los comportamientos institucionales de toda categoría: escuelas, iglesia, gobierno, empresas. En el tema de administrar bienes, todos queremos la mejor tajada del
pastel y p o c o s nos preocupamos de atender a la honestidad y a la justicia. Jesús alaba, por supuesto, la reacción del mal administrador, de hacer su última trampa para sobrevivir una vez que ha sido despedido, pero lo hace solamente para recalcar una verdad dolorosamente presente en todos los tiempos: «Los hijos de las tinieblas son más astutos en sus negocios que los hijos de la luz». Estamos ante un tema del Evangelio que nunca pierde actualidad y que nos urge de manera perentoria a ser un poco de luz quienes nos decimos seguidores de Jesús. Encender aunque sea un cerillo y no dedicarnos a maldecir la oscuridad. Un tema antiguo y nuevo El profeta Amós es un cuestionador exigente de la moral social de sus compatriotas, que hacen caso omiso del amor al prójimo y se olvidan de la rectitud para tratar a los demás, sobre todo a los que sufren y necesitan más de la sociedad. «Compran por dinero al pobre, al mísero por un par de sandalias, vendiendo hasta el salvado del trigo, pero jura el Señor…» que no olvidará jamás tus malas acciones. Y Pablo, en la Segunda Lectura plantea una solución para temas difíciles: «Te ruego… que hagas oraciones, plegarias, súplicas, acciones de gracias por todos los hombres… por los que ocupan cargos, para que podamos llevar una vida tranquila…».
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