Hoja Parroquial - 26 de Enero de 2014 - Num. 4

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N.º 4 • Domingo III Tiempo Ordinario. Ciclo A

• 26 de Enero de 2014 •

«¡Que no haya divisiones entre ustedes!»

U

na advertencia siempre necesaria... porque hasta en las mejores familias el veneno de la discordia suele hacer mucho daño. Acaba de concluir, apenas ayer, la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos; jornada que quiere reforzar la conciencia para vivir unidos. El mayor escándalo de las iglesias es estar divididos: ésta es la fuente de muchos males; y una confusión para los demás presumir que creemos en el mismo Dios; ocasiona escándalos y contradicciones. También burla de los no creyentes, que se imaginan que quienes creemos tendríamos todo resuelto sin poner el esfuerzo personal. «Los que andaban en tinieblas...» Cuántas ocasiones hemos andado cabizbajos, incluso felices de dientes para fuera, cuando hemos probado el mal, cuando nos arrastran las pasiones. Isaías anuncia la verdadera noticia: «Tú quebrantaste su pesado yugo... y engrandeciste a tu pueblo con una inmensa alegría». Si andamos mal, sufrimos las consecuencias, así pasa en las familias y pueblos enteros; pero Dios nos da la oportunidad de salir del atolladero, ofrece sus luces para que cambiemos el

panorama de nuestra vida. Después de Dios, de nosotros depende todo. Divisiones internas, conveniencias familiares Sin duda alguna, las fracturas entre los mismos de la familia, los más cercanos, son las que más daño hacen y las más difíciles de curar. Hay otras divisiones dolorosas que causan escándalo, las que nacen en el mismo corazón de los grupos de pastoral de quienes creemos en un mismo Dios. En tiempo de Pablo se habló de facciones por Apolo, Pedro, por Pablo y hasta por el mismo Cristo como si fuera uno más en competencia al interior de las comunidades. Hoy también nos dividimos porque “dizque queremos ser fieles” a ciertos personajes. Así defendemos a capa y espada a nuestros intereses o los gustos por ciertas personas, a veces incluso curas, padres y hasta obispos, amiguitos o amiguitas. Fracturamos lo más sagrado, la unidad de los creyentes, por pleitos entre creyentes, por no querer aceptar a otros. «Conviértanse, que ya está cerca el Reino...» Estas son las palabras precisas de la predicación del último de los profetas, Juan el Bautista; esta misma es la predicación inicial de Jesús, repetida y ampliada una y otra vez. Escuchar a Jesús es el único antídoto para evitar el mal, enderezar el camino, cambiar de rumbo y hacer el bien. Esta es la Buena Nueva del Reino, es la novedad que nos trae Jesús y que tendrá que repetir toda su Iglesia. Inmediatamente después de hacer esta predicación sustancial, breve, atrayente; Jesús busca quién lo secunde. Va escogiendo a sus discípulos, para que después sean los Apóstoles. Y los enviará a predicar lo mismo.

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