N.º 51 • Domingo IV de Adviento. Ciclo A
• 22 de Diciembre de 2013 •
Emmanuel:
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Dios con nosotros
ste es el último domingo de nuestra preparación para la Navidad. Esperamos que este tiempo de Adviento haya servido de verdad para escuchar con mayor atención la Palabra de Dios, para revisar nuestra vida y enderezar el rumbo hacia el Señor.
La Esperanza del Pueblo En el pasaje de Isaías, que escuchamos hoy, resuena ese anuncio esperanzador del nacimiento de alguien que estará permanentemente inserto en medio de su pueblo. Al parecer, estas palabras del profeta al rey Acaz se dieron en un contexto en el que las esperanzas del mantenimiento de la seguridad del reino de Judá se centraban más en el poder político y militar, dejando a un lado la confianza en Dios. Isaías ha visto los afanosos intentos del rey para aliarse con sus vecinos en orden a defenderse de las amenazas del reino del norte, quienes a su vez se han aliado con otros para defenderse del poderoso de turno. Para despertar de nuevo la confianza en Dios, el profeta se vale de un hecho probablemente histórico, el embarazo de alguna de las doncellas del rey. Así como esa joven dará a luz un primogénito, del mismo modo enviará Dios un descendiente del Rey David que asuma los destinos del pueblo, en medio del cual estará siempre; por eso su nombre “Emmanuel”: Dios con nosotros. Con base en esta profecía, se fue fomentando la idea
de que el Mesías nacería de una virgen. Toda primeriza en Israel albergaba la esperanza de ser la madre del Mesías. Cuando Mateo relata la concepción de Jesús, hace eco de esta profecía de Isaías y lo cita textualmente.
Emmanuel: Dios con nosotros La lectura evangélica tomada de Mateo nos presenta la concepción de Jesús por obra del poder divino. Dice el evangelista que María estaba desposada con José, pero que aún no vivían juntos, según las costumbres matrimoniales judías de la época. En esta situación, María se encuentra embarazada y José, su esposo, que es calificado de “justo”, es decir, de cumplidor fiel de las normas de la ley, decide repudiarla, aunque en secreto; cosa que no pueden explicar los comentaristas cómo sería posible. Estando en este dilema, José recibe de Dios, en medio de un sueño, la explicación del misterio realizado en su esposa: el hijo que de ella nacerá ha sido engendrado por la energía creadora del Espíritu divino; José no debe temer llevarse consigo, a su casa, a su mujer. Además se le encomienda al patriarca imponer al Niño un nombre significativo: lo llamará “Jesús”, “Yehoshuá” o “Yoshuá” en hebreo, que quiere decir: “Dios es salvador”. El evangelista comenta que así se realiza el oráculo de Isaías proclamado en la Primera Lectura: que la virgen concebiría y daría a luz un hijo en quien Dios se haría presente entre los hombres: “Emmanuel”, “connosotros-Dios”.
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