N.º 7 • V I D o m i n g o O r di n a r i o . C ic l o A
• 16 de Febrero de 2014 •
Llamados a ser diferentes y mejores
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oy nos da Jesús una auténtica lección de lo que es la fe cristiana, porque nos da una auténtica lección de vida. Hemos dicho muchas veces que la fe cristiana, si no vale para la vida, no es nada. Jesús vino al mundo para conseguir un hombre nuevo, un hombre que tuviera una jerarquía de valores distinta a la que existe entre los hombres de todas las épocas y de todos los países, un hombre cuyas categorías mentales estuvieran perfectamente de acuerdo con la voluntad de Dios. Comparando lo que es el mundo –nuestro mundo y cualquier época de éste– con el Evangelio, debemos llegar a la conclusión de que el cristiano tiene que ser un hombre "distinto" porque Jesús fue, evidentemente, distinto a sus contemporáneos y a todos los hombres anteriores y posteriores a Él. Tertuliano conocía dos clases de hombres: los judíos y los paganos, que eran todos los demás. Y decía: "El cristiano es una tercera clase de hombre, no visto hasta ahora". El Evangelio de hoy confirma esta afirmación de Tertuliano. No se trata, como dice Jesús, de cumplir la ley, sino de superarla. Cumplir la ley ya sería un triunfo, porque, en muchísimas ocasiones, el hombre la
quebranta. Basta una mirada a nuestro alrededor para encontrarnos con un panorama de muerte al hombre, de extorsiones, de torturas, de sufrimientos impresionantes provocados al hombre por el hombre, desafiando todas las leyes de la naturaleza, en la que resulta dificilísimo que los de una misma especie intenten exterminarse entre sí de una manera fría, metódica y preconcebida. Hoy está a la orden del día no sólo la infidelidad en las relaciones hombre-mujer, sino la constante propaganda que pone la satisfacción propia por encima de cualquier otro sentimiento. "Lo importante", puesto que se vive sólo una vez, es gozar, poseer, mandar, triunfar... cuanto más, mejor. Y viene Jesús dando un giro a esta actitud. El hombre del Reino de Dios, el cristiano, tiene que tener clarísimo que él es hijo de Dios y que el hombre que vive a su lado también lo es. Con esta verdad vivida (no sólo aprendida intelectualmente), el hombre no sólo no puede matar a su hermano, sino que no puede insultarlo, despreciarlo, maltratarlo ni ignorarlo. Para el cristiano, el hombre, cualquier hombre, no puede ser nunca plataforma para su provecho personal, sino ocasión para la atención y la entrega al otro.
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