Hoja parroquial Arquidiócesis de Guadalajara, A.R.
N.º 20 • VI Domingo de Pascua, Ciclo B • 13 de Mayo de 2012
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La Iglesia quiere alcanzar a los lejanos
os tiempos presentes urgen a la imaginación para darle una novedad al Evangelio. El pasado mes de marzo, Benedicto XVI quiso venir a México para impulsar esa Nueva Evangelización como reto de la hora presente. Es urgente para la Iglesia de hoy, con sus luces y sus sombras, no tener miedo a los desafíos; habrá que aferrarse mucho más al que es la Vid Verdadera, para poder dar los frutos propios de cada vocación: no hay otra manera de dar frutos si no nos amarramos a esa cepa indestructible que es el Resucitado; urge caminar muy de cerca con el “Peregrino de Emaús”, para poder amar más apasionadamente a cada hombre y a cada mujer, a la humanidad entera. Estos dos rasgos de la Iglesia: fidelidad a, y amor a, son imprescindibles para que, en verdad, seamos testigos del deseo más entrañable de Jesús, que consiste en hacer presente la Vida verdadera a la humanidad, por medio un amor incondicional a los demás, a la transparencia de la salvación y a la liberación del mal. La Iglesia libera y salva del egoísmo y de la muerte cuando hace creíble, en el mundo, el mandamiento del amor.
Vocaciones abiertas al diálogo El Domingo IV de Pascua, hace dos semanas, nos recuerda el domingo en que se nos invita tradicionalmente a la reflexión sobre las vocaciones. Hoy, las Lecturas nos subrayan el nuevo estilo de estas vocaciones: hacia afuera, hacia los alejados; pero bien amarrados al origen, a la Vid, para no andar como “aves sin rumbo y sin nido”. La Pascua florida ofrece la gran oportunidad de destacar el amor que Dios nos ha tenido, de manera incondicional, y las oportunidades que nos da; a que, permaneciendo unidos a Él, podamos dar verdaderos frutos. Esta debe ser nuestra visión de Iglesia, hoy día: amarrados a Jesucristo, pero con ímpetu vigoroso hacia afuera, para atraer a muchos a la Casa del Pan de Vida.
Aires nuevos en la Iglesia El Señor ha derramado el Don del Espíritu Santo también sobre los extranjeros, los lejanos, los pecadores, la gente de la peor ralea humana... Hay un solo requisito: que se dejen impregnar de su amor. La Primera Lectura de este domingo, el episodio de la visita de Pedro a Cornelio –en el capítulo 10 de los Hechos de los Apóstoles–, refleja simbólicamente unmomentoimportante del crecimiento del cristianismo: su transformación en una comunidad abierta, transformación que le llevará más allá de las fronteras del judaísmo. Dejará de identificarse con una religión de una sola raza, una religión casada con un solo pueblo y su cultura; religión de unos cuantos que se tenían por elegidos, y que miraban a los demás con demasiada suficiencia, considerando a «los gentiles» como dejados de la mano de Dios... Es ahora el tiempo de abrir las puertas para poder abrazar a otros. El Papa Juan XXIII, al iniciar el Concilio Vaticano II, habló de abrir las ventanas de la Iglesia, que parecía como una casona vieja, para “rejuvenecerla”. El Papa Juan Pablo II nos habló de remar “mar adentro”; y Benedicto XVI quiere impulsar una Nueva Evangelización. Este es el tiempo de Dios. 1