Revista Ajena 11

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>> El portuñol quiere ser patrimonio La primavera del bagazo >> La payada Cantar inventando el alba >> Parajes insospechados El tejido efímero de la araña

Número 11 / Octubre de 2015 / Uruguay / Revista mensual de distribución gratuita junto al semanario Brecha /


Aquel primer número prometimos 12.640 quilómetros de periodismo. Un objetivo caprichoso y empecinado que 11 números más tarde hemos cumplido con creces. Al menos así lo vemos desde este lado del papel. Y no es autosatisfacción, es alegría. En estos meses retratamos a Circe, hablamos de la educación en el Interior, de los cambios que el agronegocio está provocando en las formas de trabajo rural, recorrimos grutas, canteras y minas olvidadas. Expusimos los problemas del trabajo rural infantil, viajamos una y otra vez a la frontera, hablamos de música y de cine, de la taba y la payada, conocimos a Karina y con ella la realidad de las trabajadoras sexuales. Hablamos de los límites en la descentralización del Estado, de la lengua viva del portuñol... Unas vueltas que pretendieron mostrar otros nombres, otros paisajes y otros debates, opacados casi siempre por las luces montevideanas, pero que son, en definitiva, la materia que hace al Uruguay diverso. Podríamos viajar infinitamente, pero –como cualquier avezado caminante sabrá– más que el ritmo, lo importante es el rumbo, y eso, por suerte, está firme. Ahora llegó el tiempo de estudiar nuevos mapas, hacer un alto para rearmar la mochila, con la esperanzada certeza de que nos volveremos a encontrar en el camino. A todos quienes acompañaron este caminar, muchas gracias.

Foto de tapa: Santiago Mazzarovich. Cientos de miles de arañas invadieron los campos de Treinta y Tres en agosto.

MC

Staff

Escriben, fotografían e ilustran este número: Ana Artigas / Artigas Pessio / Diego Velazco / Fabián Severo / Florencio Molina Campos / Héctor Piastri / Irene Santa Cruz / Juan Pedro Gallinares / Rafael Rey / Rodrigo Abella / Santiago Mazzarovich / Venancio Acosta /

Edición y coordinación general: Mariana Contreras // Edición de fotografía: Ignacio Iturrioz // Producción: Juan Manuel Chaves // Corrección: Pablo Azzarini // Diseño: Lateral.com.uy // Logística y administración: Cooperativa LABRECHA. Comercial: Laura Meléndez (comercial@brecha.com.uy) /2902.50.42/43/44 Contacto: ajenarevista@gmail.com Ajena agradece a Gonzalo Giménez Molina y a la Fundación Florencio Molina Campos, de Argentina. Web: www.molinacampos.net // Facebook: Florencio Molina Campos Página Oficial. Impreso en Artes Gráficas SA. Porongos 3035 - Tel: 2208 4888. DEPÓSITO LEGAL 363.387/2014

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>> El portuñol quiere ser patrimonio

Mamarracho lingüístico y símbolo de una realidad vergonzante para algunos, para otros el portuñol es la expresión más acabada y libérrima de la “cuestión fronteriza” que el país siempre eludió mirar. Un grupo de riverenses lanzó la idea: declararlo patrimonio cultural inmaterial de Uruguay. Y allá en el borde se instaló el debate.

Txt: Venancio Acosta Fotos: Héctor Piastri

A pesar de las políticas lingüísticas que durante todo el siglo XX insistieron con campañas de exaltación del castellano y de construcción de una patria sin estrías, el Estado uruguayo fracasó oficialmente

en su intento de acabar con el portuñol, ese engendro idiomático de la historia regional que nadie puede dominar. Hoy, a lo largo de más de mil quilómetros de frontera con Brasil se asienta el 10 por ciento de la población

La frontera entre Rivera y Brasil, un espacio de encuentros.

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total de Uruguay. Del otro lado, el estado de Río Grande del Sur y sus más de diez millones de habitantes llaman a la puerta. Somos los uruguayos amenazados con caer del mapa, como nos describió el escritor Carlos María Domínguez. Así, aludidos por propios y ajenos durante años, los habitantes de la frontera atraviesan actualmente una primavera de reivindicación de su cultura, en la que partidarios, indiferentes y detractores, se destapan como flores de estación. Para nosotros, cronista y fotógrafo artiguenses exiliados en Montevideo, Rivera bien podría adjudicarse el título de capital de la frontera, con todo lo que ello implica a nivel de la cultura; sus ventajas y sus miserias. Mientras Artigas duerme la siesta allá donde termina la ruta 30 (una alfombra de pozos y terraplén), en Rivera

Educación. Uno de los pioneros fue el lingüista Juan Carlos Rona. Su herencia fue recogida y vuelta a labrar por estudiosos actuales, como Graciela Barrios, Luis Behares y Adolfo Elizaincín. La academia acuñó el concepto de “dialectos del portugués en Uruguay” (DPU) para referirse al portuñol, y recientemente optó por hablar lisa y llanamente de “portugués del Uruguay” (PU). En síntesis: el portuñol uruguayo constituye una simple variación del portugués, como cualquiera al otro lado de la línea. “El estudio del portuñol, y su reivindicación, partieron de la academia y de algunos artistas locales”, nos explica Alejandra Rivero, riverense y profesora de literatura en el Centro Regional de Profesores de la ciudad (CERP), de espaldas al pizarrón donde acabó su primera clase del día. A su lado, Carla Custodio –artiguense y lingüista– y

bautizaron Jodido Bushinshe –“jodido ruido”– a un evento que agrupa a estudiosos y artistas de la frontera en jornadas de arte y pensamiento en torno a la región, con el objetivo de que el portuñol, nuestra lengua madre, se convierta en patrimonio cultural inmaterial del país. Desde la mitad del siglo XX las particularidades lingüísticas de la frontera son estudiadas principalmente por la Facultad de Humanidades y Ciencias de la

Alejandro Gau –historiador, también riverense– asienten. Los tres son disertantes en el Jodido Bushinshe y profesores del CERP en diferentes áreas. Evalúan que los hablantes de la frontera son presas de una brutal autorrepresión, fundada en un siglo de prácticas estatales que se propusieron borrar del mapa los vestigios de una cultura poco menos que forastera. Y eso caló hasta los huesos en varias generaciones. Alejandro intercala la palabra cara en cada una sus intervenciones: una

Mirada “desde el puerto”, la frontera “es o tierra de nadie o lugar de problemas”.

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alusión equiparable al “vo” montevideano. Explica la razón de las reivindicaciones culturales fronterizas: “La historia nacional construida en Uruguay y los historiadores uruguayos tienen una visión desde el puerto. Ahí hay una construcción del discurso. Y en el sistema educativo el punto de partida es ese, cara. Cuando mirás desde ahí, la frontera es o tierra de nadie o lugar de problemas. Pero no hay una producción historiográfica regional, local, fronteriza, que incluya lo nacional, pero desde una perspectiva diferente. El estudiante de Rivera va a saber más de historia nacional que de historia cultural de su región. No es sólo un problema de formación, sino que está asociado a la construcción de nuestras mentalidades. Tematizar sobre lo nuestro es una forma de cambiarlo. Sabiendo, claro, que no somos un mundo aparte”. Carla Custodio se sonroja al ironizar que logró egresar de la Facultad de Humanidades a pesar de ser artiguense, contra el mal augurio de algunos profesores. Al igual que sus colegas, concuerda en que el Estado uruguayo comenzó a cambiar su postura frente al portuñol luego de su ingreso al Mercosur, cuando tuvo que asumir la “cuestión fronteriza” y abrirse a las distintas manifestaciones lingüísticas. Entre otras medidas de peso implementó en 2003 la enseñanza del portugués en las escuelas de ciudades fronterizas, iniciativa que para los docentes incluye implícitamente el discurso del “purismo” lingüístico a través del cual se sigue buscando combatir al dialecto, y responde a necesidades “nacionalizantes” que acaban por reproducir dicotomías. Según Carla, hoy día las inspecciones de Primaria abogan oficialmente por el respeto a los gurises que se expresan en portuñol, y apuestan a no reprimirlo. “Aunque mucho depende del docente. Hay mucha inseguridad y rechazo. Por eso muchos lo evitan”, agrega. Para Alejandra, trabajar textos de autores fronterizos en sus clases ha sido una experiencia positiva. Asegura que los docentes cuentan con la libertad para hacerlo. ¿Cómo tendría que intervenir el sistema educativo con respecto al portuñol?, les preguntamos. “De ningún modo. Nosotros como hablantes tenemos


que tomar postura. Lo que sí tendría que pensarse es en cómo enseñar el español, que acá es una lengua extranjera”, arremeten. El hecho es que, por primera vez con el Jodido Bushinshe, según los docentes, sucede que la reivindicación erudita del portuñol nace de estudiosos locales, y pretende volverse hacia la comunidad. Por lo que se enfrenta, a sabiendas, al eventual desprecio de la gran masa de sus hablantes, quienes, en definitiva, expresan con mayor crudeza el “portugués del Uruguay” y son la fuente de donde mana la sustancia de esa cultura reivindicada. Esa masa son los pobres de la frontera, ya que no está en discusión que en los suburbios de las capitales fronterizas y en la campaña es donde el portuñol es crudo, nativo, originario. Para referirse a lo popular, al pueblo, en Rivera se dice “bagacera”, o “bagazo”. El portuñol es la lengua del bagazo. El estudio de CX 144, radio Rivera, queda a unas pocas cuadras del empalme entre Brasil y Uruguay. Producto del Jodido Bushinshe, un programa matinal de la emisora se ha erigido como portavoz de los que no quieren saber nada con el portuñol y aledaños, dedicando sus micrófonos a cuestionar el evento cuando se le presenta la oportunidad. El dueño de un quiosco de la zona nos indica la dirección de la radio, y enterado de a quién buscamos arquea los dedos como poniendo comillas, y repite la palabra “periodista” con una mueca de sarcasmo. Por lo demás, tiene la radio encendida y sintoniza el programa en cuestión. “No hay nada más para escuchar a esta hora”, dice. Aquel gesto ya lo habíamos reconocido en boca y manos de otros riverenses consultados, que al parecer ponen en duda las credenciales periodísticas de Freddy Fernández Carranza, conductor del programa La mañana del nuevo ritmo –junto a Óscar Rodríguez y Miguel Saravia– y corresponsal del diario El País en Rivera, Artigas y Tacuarembó. Otros de sus detractores fueron más allá y le dedicaron un grafiti algo más ofensivo en la fachada de la radio, que está obligado a mirar cada día. Freddy fue quien dio la primicia a nivel nacional, en el diario El País, de la intención de patrimonializar el portuñol. Se equivocó al confundir a la Comisión de Patrimonio con la Unesco, y de su error se hizo eco El País de Madrid, que en su sitio

web publicó que el portuñol iba rumbo a ser patrimonio de la humanidad. Llegamos a la radio en el horario del programa. Nos invitan cortésmente a pasar y optamos silenciosos por un rincón, evitando la cámara web que trasmite en la red todo lo que pasa en el estudio. Freddy se acomoda al frente del micrófono como si estuviera al volante. Su vista no está en la carretera sino clavada en el operador del otro lado del vidrio. Pone quinta. Juega de memoria. Discurre a mil por hora con una voz que parece

informal. Para mí, hablar ese tipo de idioma, como lo llaman acá, es un símbolo de pérdida de identidad como uruguayos. Acá tenemos vergüenza de usar una bandera uruguaya en una campera. Los brasileros la usan hasta en la ropa interior.

En 2003 se implementó la enseñanza del portugués en las escuelas de ciudades fronterizas, iniciativa que para los docentes incluye implícitamente el discurso del “purismo” lingüístico a través del cual se sigue buscando combatir al dialecto, y responde a necesidades “nacionalizantes” que acaban por reproducir dicotomías. haber sido impostada alguna vez, pero que ya adoptó como propia. En el momento menos esperado nos clava el puñal. “Tenemos la visita dos colegas del semanario Brecha”, dice, y salimos al aire de improviso. En la pausa, Freddy es conciso: “Fui casado con una brasilera. Tengo hijos fronterizos. Salvo algunas bromas que hago por radio yo no hablo en portuñol. Me encanta el portugués. No logro hablar en portugués porque tengo menos oído que un primus. El portuñol es identidad de este pueblo. La movida generó que discutamos de algo que es interesante. El portuñol del otro lado prácticamente no existe, por el nacionalismo del brasilero. Como son una nación-continente ellos prefieren que vos te agaches a que ellos den un pasito. Y si vas a una tienda, y hablás mil veces, ellos no van a hacer ningún esfuerzo por tratar de entenderte hasta que te hagas entender. Que desde el MEC se impulse este tipo de movidas puede resultar contradictorio. Creo que a lo que hay que apostar es a que se enseñe bien el portugués, y bien el español. Y que seamos capaces de manejar los dos idiomas adecuadamente”. Respira. “Es positivo”, concluye. Quedan algunos minutos de pausa y Óscar, también conductor del programa, dispara: “El portuñol que cada uno lo use como quiera. No lo comparto en medios de comunicación. No lo comparto en situaciones de educación formal e

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Pero para mí es una deformación. No me importa cuánto hace que se usa, no me importa quién lo use. Pero no que lo quieran imponer como un idioma. No me gusta que docentes estén predicando el portuñol en los lugares de estudio, incluso un instituto de formación de docentes, donde el pueblo uruguayo paga por educar en español. Lamento que el MEC esté apoyando una cosa de este tipo. Usarlo oficialmente es un disparate. Acá nos sentimos más brasileros que uruguayos. Yo no soy colombiano ni venezolano ni brasilero. No cambio a Uruguay, ni cambio la bandera”. Nos despiden amablemente, y La mañana del nuevo ritmo retoma esa extraña amalgama de perfecta locución radial, periodismo entre comillas y una publicidad cada dos palabras. Kelly vive en Livramento y atiende una de las dos únicas librerías que existen en esta zona de la frontera, ambas del lado brasileño. Nada en ella –en especial su nombre– tiene que ver con Uruguay. A excepción de que nació en Rivera y su padre es uruguayo. Habla un portugués cerrado y sus labios pintados de un morado intenso no vacilan al responder con exactitud –en su idioma, claro– lo que se le refiere en español. “Que interessante. Eu apoio”, contesta de inmediato al enterarse de la patrimonialización. El Brasil imperial y el Río Grande tradicionalista son casi impenetrables.


“O Uruguai e tão pequeno que é mas fácil de se contaminar”, es lo que dice Kelly para explicar que del lado brasileño no se hable una pizca de español. Asegura que ella no lo hace porque tiene miedo de equivocarse, y que sólo lo intenta cuando vienen a su casa parientes uruguayos. Las pocas veces que cruza la línea, cuenta, es para ir a un bar riverense “muito bom”, que aprovecha para recomendar (del país donde nació, es lo que tiene para decir). Los artiguenses de Montevideo nos

presentan dificultades para leer los textos en portuñol. Se trancan en la lectura y pierden de vista el contenido. Argumenta que el nivel de exigencia para la enseñanza del idioma español es cada vez menor. En consecuencia, sin herramientas para la interpretación de los textos, el aprendizaje se vuelve cada vez más difícil. “Y la solución parece estar en apuntar a libros más fáciles –afirma–, facilitando la tarea de interpretación de un libro, que no son un Becker, ni ningún grande de la literatura. ¿Bajamos el nivel de exigencia porque no tenemos cómo darles las herramientas, o apuntamos a retomar la calidad educativa para poder abordar los textos literarios? Creo que facilitar la tarea es subestimar a los estudiantes, y subestimar las obras literarias en general.” “Los que más lo censuran son los que más lo hablan. Y los que más lo defienden son los que menos lo hablan. Y eso me da a pensar una cosa: la gente, los docentes especialmente, que fomentan el uso del portuñol saben también usar el español, y usan los dos. Y eso deja a los otros en desventaja. Si a mi estudiante le enseño dos o tres códigos, le doy la libertad de usar el que quiera, cuando quiera. Si lo cerceno de la posibilidad de saber un código, lo limito. Hay un peligro ahí. La mayoría de la gente que se embandera a favor del portuñol queda muy bien parada política y socialmente, pero ellos saben dos o tres códigos. Mientras que el estudiante sabe uno o la mitad de uno”, apunta. “Desproporcionado”, es lo que piensa de la intención de patrimonializar el portuñol. Y explica: “No niego una cultura en común. Pero me parece que defenderla a sable, ya no”.

A decir verdad, la intención de declarar al portuñol patrimonio inmaterial es una treta. Un caballo de Troya. Como si el portuñol fuera sólo el portuñol, y no el símbolo de una cultura sumergida, de la miseria de los departamentos con los índices de pobreza más altos del país, de su cultura, de una zona eternamente olvidada por el mismo Estado que ahora quiere poner el sello. despedimos de Kelly, la riverense de Livramento, con las mochilas llenas de libros. Entre ellos, la última novela de Chico Buarque y un clásico de Mario de Andrade, imposibles de hallar en su idioma original en la capital. La frontera es movimiento. Blanca Freire nació en Rivera y no recuerda haber cruzado la línea de frontera hasta que tuvo 12 años. Esa vez fue a tomar un helado con una amiga a un comercio del lado brasileño. En su casa estaba prohibido hablar portugués, leer en portugués, y mirar canales de Brasil en la televisión. Hasta se evitaba comprar productos del país vecino. Es profesora de idioma español y literatura en el CERP y en Educación Secundaria. Aunque se considera absolutamente despojada de aquellas ordenanzas familiares, Blanca cree que la idea de utilizar el portuñol en las aulas no pasa de un “modismo” que “queda bien”, que “es de vanguardia”, pero es algo que no está bien pensado. Admite que lo ha intentado, y la conclusión es que sus estudiantes

Anochece. Rivera está tan quieta y gris que a la “Jornada de literatura riverense contemporánea”, organizada en la biblioteca municipal, no vino casi nadie. Al contrario de las noches de conferencias y recitales, que abarrotaron las salas, hoy somos tan pocos que hubo que desarmar la amplificación e improvisar una ronda sin necesidad de micrófono. “Noche

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portuñolísima”, anunciaba el evento. Raphael Ficher, Santiago Fielitz y Lucía Rodríguez leyeron una serie de textos propios. Como el portuñol es pura oralidad, cada uno escribe como le suena, sin reparos ni fórmulas. Y leen sin dudar, sin dificultad, como si nada. En el centro, una mesa con viejas ediciones de autores riverenses venerados yace como en un ritual. Cada tanto los ruidos de vehículos trillando la calle Brasil acallan las lecturas de estos autores que amasan dos, tres o más libros publicados, de público más que reducido, que hablan de las miserias de la ciudad y de las propias, de las fiestas del pobrerío, de las leyendas oscuras de campo adentro, o de un simple partido de fútbol entre Frontera y el Cuñapirú (el cuadro de los milicos) como una excusa para decir algo de sí mismos en un idioma que todos entienden. Michel Croz, otro de los escritores (“fronterizo desde la geopolíticapoética, y deleuziano desde lo conceptual aplicado al pensamiento”), llegó tarde, pero justo en el momento en que el grupo reflexionaba sobre la percepción de que el portuñol se está convirtiendo en un “espectáculo” y puede perder autenticidad. “Corremos el riesgo de academizar y de que esto se convierta en una especie de portuñol para entendidos”, dijo. “Indefectiblemente, cuando se escribe o se hace un ciclo de ponencias con un tono académico, se va artificializando esa cosa popular, libre, anarca. Pero creo que lo rescatable es un proceso que contribuye a la formación de una conciencia que deje de ser automarginada. Creo que más que mostrar esto allá en el sur, es más importante lo que queda acá”, argumentó otro, marcando las eses. La idea de patrimonializar el portuñol parte de los MEC de Rivera. Tiene un antecedente directo en 2013, cuando se desarrolló un circuito de música y poesía llamado Sarao do Dialecto, protagonizado por artistas fronterizos que recorrieron Artigas, Tacuarembó, Rivera y Cerro largo. En 2012 el mismo Centro MEC le había propuesto a la Unesco la creación de un fondo para elaborar guiones de cine y teatro en portuñol. La Unesco respondió con un mail en francés, basando su negativa en el argumento de que el portuñol es una lengua viva y no necesita ser salvaguardada. “Si es una lengua viva es un patrimonio cultural inmaterial actual”, dice Enrique da Rosa, impulsor de


la idea junto con una serie de académicos de la frontera uruguayo-brasileña. Los postulantes asumen un riesgo cardinal: el de domesticar una lengua huidiza, que sólo admite como regla la oralidad y la mutación permanente. “La patrimonialización de algunas lenguas, como el guaraní y el gallego, llevaron a su normalización. Se crearon lenguas estándares que terminaron muriendo. Como resultado existen, por ejemplo, el español, el guaraní oficial, y el guaraní que se habla. Queremos escapar a ese riesgo”, afirma Da Rosa, y explica que este proceso no pretende que el portuñol se convierta en una lengua escrita. Argumenta que el riesgo existe siempre y cuando la Comisión del Patrimonio y la academia lo impongan. “Si ese debe ser el camino para la patrimonialización, inmediatamente desistimos.” “Jesús Ibáñez sostenía que escribir es propio de los amos, y leer es propio de los esclavos. Hablar escapa a las dos lógicas”, recuerda el profesor Alejandro Gau. Y asume entre risas: “De una u otra forma este tipo de movidas pueden estar asociadas con una suerte de discursos contrahegemónicos, pero si vos patrimonializás algo, cara, ¡caemos en el sistema!”. Sin embargo, asume que es necesario utilizar el sello del Estado para intentar lidiar con otra dificultad: llegar a los hablantes. “Lo que a mí me preocupa de estas movidas –reflexiona– es que sean solamente de un grupo de personas. A mí me gusta mucho pensar en que estas cuestiones sólo pueden sostenerse en el tiempo si la comunidad se apropia de esto y la reivindicación pasa a tener una característica que ronda el anonimato.” Clara, desde la lingüística, opina: “Esta movida se puede dar ahora porque el Estado lo asumió. Necesitamos el aval del Estado. La gente va a las charlas porque viene de los Centros MEC. Si viniera de nosotros capaz que iban sólo nuestros estudiantes. Lo necesitamos por la inseguridad lingüística que tenemos. En lo lingüístico no es una contradicción”. “Siempre fue algo muy vulgar”, nos dijo Mirta en el coqueto café Bistró, ubicado en el centro de la ciudad, antes de volcar

el sobre de azúcar en la taza de té. Contó que prefiere que sus hijos aprendan “bien” el portugués y el español. Muy cerca de allí, regentando un carrito de comidas en la Plaza Internacional y mientras tira en la plancha la carne para un baurú, Ortila se alegra al enterarse de que el portuñol va a ser patrimonializado, alegando que esa es la forma en que desde hace años se comunica con los suyos, “y no hay arreglo”. “Aparte, me defiendo bien en los dos idiomas”, suma. A lo lejos, la línea de frontera parte al medio el Cerro del Marco y a los dos liceales que se abrazan, allá arriba, en uno de los bancos de piedra. A decir verdad, la intención de declarar al portuñol patrimonio inmaterial de Uruguay es una treta. Un caballo de Troya. En parte, es la idea de sus organizadores. Como si el portuñol fuera sólo el portuñol, y no el símbolo de una cultura sumergida, de la miseria de los departamentos con los índices de pobreza más altos del país, de su

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Portugués y castellano están presentes cultura, de una zona en la vida cotidiana de los fronterizos. eternamente olvidada por el mismo Estado que ahora quiere poner el sello. “El tema neurálgico de la cuestión es que el proceso de patrimonialización del portuñol pudiera lograr emitir una suerte de mensaje que lo trascendiera como expresión lingüística. El nudo gordiano de todo esto es: el portuñol es mucho más que un idioma, que un dialecto. Es las costumbres del lugar, los hábitos, la poesía, la comida, la religiosidad, la música. Todo lo que va más allá de lo lingüístico pero que se expresa lingüísticamente. Es eso lo que necesitamos poner en el tapete”, explicita Alejandro. Los impulsores están advertidos de las consecuencias de esta “primavera del bagazo”. No sea cosa que los hablantes germinales del portuñol acaben por contar con un aval patrimonial que oficialice su lenguaje, mientras siguen siendo tan relegados como siempre.


El tren das

palabra

El tren es una víbora de humo, uma fila tren tenía la voz de la olla. Casi toda mi de furmiga de lata, un chus-chus-chus del vida fue assim, enllenando con la ayer. Cuando Montevideo se hace un imaginación los agujero que la frontera motor tosiendo y los ónibus se enllenan me ía haciendo en la cáscara. das ojera de la gente, yo me subo Me gusta soñar de tren. Una Txt: en el tren de mis palabra y me cuerda de fierro que sale de hoy y Fabián Severo voy pa la frontera. va para ayer, atravesando as Fotos: Yo jugaba de tren en el patio janela da lembranza. Cuando me Héctor Piastri de mi casa. Botava una caja de mudé para Montivideu impecé fofre adentro de otra y recorría los sentir saudade de mis calle, pueblo de mi patio, soñando con las extrañé mis vecino, me faltava los sonido persona que ían subindo y bajando, de allá. Me sintía perdido. Intonce, pra carregando bolsos llenos de recuerdo en poder me incontrar, soñava con mi ciudá, la fila de vagón. En mi cabeza se combinando las canción de mis dos país. mezclaba los viaje que tinha visto en la Soy da frontera. Mi familia, mis vecino tele con las imagen de los resto de fierro y mis amigo falan misturando las palabra atirado en la estación. Eu tentava meter del portugués y el español. El portuñol es mis sueño en las caja de fósforo. mi língua materna. Cuando yo istava na Asvés, cuando mi madre fazia poroto barriga de mi madre ya iscutaba el mundo en la olla a presión, yo creía escutar el intreverado. Despós, na época que hice la tren recorriendo las pieza de mi casa. Una iscuela, me quiseron hacer creer que los vez pregunté si así era que hacía el tren, y que hablábamos misturado éramos pobre, ella me dice: “Fabi, tú sempre con la sucio, burro. Yo no sé si el resto del mundo cabeza nas nube”. Mas não me disse si el pode intender qué se sinte cuando alguien

Yo pergunto prus dono das palabra:¿En qué lengua falamo los frontera? ¿Na lengua que nos enseñaron na iscuela o na língua que nuestras madre nos cantaba antes de dormir? Materna viene de madre. Du idioma materno son las palabra du afecto, da ternura, da emoción. Não posso pensar ni narrar mi pasado sin ellas. dice que tus palabra no sirven, é como si nos disseram que nosso corazón não presta y que, para tener vida, temo que se botar uno nuevo. Las palabra son lo único que nós temo. Pensamo, soñamo, recordamo, sufrimo en las palabra, y cuando viene algún dono da língua a nos decir que tenemo que aprender a hablar como otros, que nuestra fala istá mal, nós se miramo entristecido, porque si nos

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cambian la lengua nosotro ya no vamo saber qué somo. Subo en el tren, y entre las imagen que aparecen despeinada, incuentro un meiodía que istábamos na casa de mi tía cuando mi primo voltó da iscuela. Venía con su túnica branca, su moña azul y la mochila. Llegó y saludó: “Buenas tardes, primo. ¿Cómo estás?”. Intonce mi tía miró él, asombrada, y perguntó: “Fío, ¿purqué tu ta falando asím?”. “¿Así, cómo?”, preguntó él. “Ansím, todo raro”, dice ella. Él respondió que istaba falando así purque la maestra tenía dicho que, a partir de ahora, ían aprender a hablar bien, y que pur isso él impezaría a hablar así. Intonces mi tía me miró y dijo: “Fabi, vos que sos profesor y estudiaste, dis para ele que él tiene que hablar como eu que soy su madre y no como la maestra”. Não me lembro qué respondí, mas años despós, cuando istaba numa clase da facultá, me nació un verso que decía: “Mi madre falava mui bien, yo intendía”. Tive que sair correndo da clase para terminar u poema. Entre los vagón veo u negro Bombril me contando que cuando era gurí tenía un compañero que, como seus pai habían prohibido él falar en portuñol, él traducía al ispañol todo los apodo dus gurí da barra; por ejemplo un morochito y pelirrojo, que le decían “Foguera”, él le llamaba “Hoguera”, y a otro cumpañero que era pitizo y tinha as perna grosa, que le decían “Roda baya”, él le decía: “Rueda baja”. El tren sigue achicando los mapa, y aparece el Caíto me contando que faz uns ano llegó un inspector de Montivideo en una de las comisaría da frontera y que, infrente da tropa que istaba formada nu patio, ordenó pru comisario: “Está terminantemente prohibido hablar en portuñol. Si escucha a algún funcionario hablando así, lo arresta inmediatamente”. “Afirmativo”, respondeu u comisario. Dicen que cuando u inspector se foi, u comisario, mentras se isfregava as mano, decía: “Não sei si vo cumé a cabezinha de eses milico”. Muita gente me cuenta sobre las prohibición de hablar mal nas comisaría, nas escuela y nus cuartel da frontera. Son los castigo que ponen na língua del pueblo. Asvés uno tiene que pagar un precio muy alto para poder usar su língua materna. Venho da frontera. Allí as palabra no precisan documento ni respetan aduana. Nossa língua es uma ponte entre dos país. Durante muitos años, alguns decretaron que era un dialeto de pobres. Pero el


portuñol é uma língua rebelde que não respeta geografía ni autoridá. Yo pergunto prus dono das palabra: ¿En qué lengua falamo los frontera? ¿Na lengua que nos enseñaron na iscuela o na língua que nuestras madre nos cantaba antes de dormir? Materna viene de madre. Du idioma materno son las palabra du afecto, da ternura, da emoción. Não posso pensar ni narrar mi pasado sin ellas. En mi frontera, los rey de la tierra dibujaron u horizonte emcima de nuestra calle y dictaron que nosotro no podía derretir los mapa. Determinaron que a comida de lá não podía inflar us plato de acá y que aquella gente tinha uma tristeza distinta de la nuestra. También quisieron deformar nuestras palabra. Como si la frontera fosse um defeito du mundo, los rey desplegaron seus soldado da língua para nos imponer que los país son monolingüe, y que dentro das línea dun pueblo todos deben hablar y escribir igual, y que tenemo que nos sacar estas palabra y ponernos otras más limpia para dejar de ser proyecto de gente, resto de vida, basura que habla. Venimo disparando da policía de la lengua. Sentimo as bala du diccionario sumbando nus uvido. Vemo as flecha da gramática pasar en nosso costado. Trompesamo con los tilde. Se arrebentemo nas regla de concordancia. Se mariemo nas curva de intonación. Los uruguayo que nos miran pasar ni se imaginan que intentamo se salvar porque si eles nos quitan la lengua ya no vamo a ser. Si nos incontran, van querer corregir nuestro sonido, lavar nossa lengua y borrar la música de la infancia, para que dejemo de ser frontera y pasemo a ser de un só país, monolingüe, fácil de intender como las definición del diccionario. Ellos no intienden que si matan nossa língua también van matar las receta de mi abuela, las canción que inventaba mi

madre, los rezo de mis tía, as historia de mis vecino. Van matar nuestro pasado, y no vamo tener raíz indonde afirmar los pie. Yo intiendo a los que no nos entienden. Ellos sempre vivieron sobre tierra, nunca tuvieron que abandonar sus lugar, nadies se rió en la cara de ellos por su forma de hablar. Para ellos el mundo siempre fue un dibujo, por isso ven la frontera como un problema. ¿Pero qué problema vamo ser nosotro? El único conflicto es cuando quieren nos imponer una forma de pensar uruguaya, como si el Uruguay só fosse unos balcón de lujo mirando el mar. Na frontera semo un país tropical pero con frío, onde no sabemo qué tipo de tierra pisamo, y el río es agridulce. No somo una definición, semo una nube de gente. Eu não sei qué es la frontera. Tal vez seja um estuario onde crecen los frontera,

esa ispecie de vida que no brota en otros lugar. Tal vez a frontera não seja. Sempre creí que mi ciudá era uma istación abandonada isperando um tren que não voltava. Ficaram as vía, inferruyadas, pra que us niño soñaran con tren. Mas despós da chuva y u pasto, as vía también desaparecieron. Lo único que nos queda son las palabra, como si fossem vagones de música, ladrido de

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isperanza, hilo que cose los destino de nosotro. Nadies pudo con nuestra lengua porque a língua es nossa patria. Asvés sueño con que todos seamos a frontera mesma de un solo mapa, onde no haya que pasar aduanas para abrazar a una madre o responder interrogatorios pra beixar um hermano. Onde la frontera no sea solo para los pobre, porque los rico no tienen frontera, la casa de ellos es el mundo todo. Eu soño con un futuro onde la única língua seja la humana, porque ya no vamo ser un continente, vamo ser el contenido. En Montivideo, cuando el sol se isconde en los edificio, yo me subo en mi tren y me voy para la frontera. Antes de dormir, me digo: “Fabi: cuando sueñes, soñá con Artigas”.

Uruguay y Brasil comparten más de 1.000 quilómetros de frontera.


Parajes insospechados

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Txt: ambos lados de la ruta 18, Camino de regreso a Vergara Rodrigo Abella en el tramo que une las nos detuvimos a presenciar una Fotos: ciudades de Vergara y escena interesante, y de paso a Santiago Mazzarovich Rincón, más precisamente en el conversar un poco sobre el quilómetro 345, una colonia de fenómeno arácnido. Ruben, que millones de “arañas voladoras” tejió un con la ayuda de un trípode hecho con extraordinario velo blanco. varejones de eucalipto asistía a una El fenómeno fue muy breve. El domingo vaquillona caída, nos contó su versión. 30 de agosto se las podía ver trabajando —Nunca visto. Era como una tela incansablemente en la confección; el lunes blanca que caía del alambrado. Ahora, esto a la mañana estaban muriendo. El sábado no era nada, donde había tela mismo era en siguiente, cuando el equipo de Ajena llegó Los Corrales. a las inmediaciones de Arroyito sólo Al pueblo llegamos con la intención de quedaban cadáveres de ocho patas y conversar con algunos pobladores. muchos restos de tela. En las Curiosamente, la gran mayoría de las inmediaciones, otros curiosos recogían personas con las que hablamos no se habían restos a modo de recuerdo. trasladado a presenciar la invasión. El material de la tela es de verdad muy extraño. Las que fueron destruidas por el viento conformaron algo parecido a unos hilos gruesos, como un hilo dental de tela de araña. En comparación con las telas comunes éstas son mucho más resistentes, además el entramado es más fino, y su color, blanco. Una tela blanca y resistente cubrió los campos.

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Igualmente aseguraban que había ocurrido y hacían referencia a la cobertura mediática para “documentar” sus historias. Casi con orgullo contaban que “se habló de las arañas en la televisión, en la radio y en los diarios”. Es como si a los locatarios les resultara más novedosa la presencia de los medios que la razón que los trajo. Todos nombraron a Martín. “Hablen con Martín, el de la radio, él sacó fotos y las subió a Facebook.” Martín es el responsable de la única radio comunitaria de Vergara: Mega FM. Fue quien construyó la noticia, quien la documentó. Luego de ofrecernos gentilmente sus fotografías y recomendarnos que visitáramos su página, nos dio un dato interesante. —Ustedes tienen que hablar con Yepes. Sabe de arañas y de bichos. Yo saqué fotos y me fui, él estuvo horas observándolas trabajar, las filmó, les sacó fotos. Dice que saltaban, tiraban la tela y salían volando... —¿Tipo Spiderman? —Hablen con Yepes. Preguntando y sin dificultades llegamos con la intriga al rancho de José Silvera, el “Yepes”.


Con octosílabos versos y octópodas alimañas, al confín de la campaña llegó el estupor y el rezo. Un velo blanco y espeso, como hueso de bagual, fenómeno sin igual rápido como una yara, desde Rincón a Vergara arácnido material. Llegó un cronista elocuente y un fotógrafo eficaz que como un ave rapaz a los dos lados del puente pa’ sorpresa de la gente que paseaba allí en la zona al animal la persona apretaba su gatillo rescatando cada brillo como grasa en la carona. El extraño fenómeno duró apenas unos días. —No está –nos dijo su compañera, y luego de advertirnos sobre la humildad de su vivienda nos invitó a pasar. Una de las hijas salió en su búsqueda. La vivienda está compuesta por dos piezas: un dormitorio y un líving (que además sirve de cocina, comedor...). El techo es bajo y de paja; lindera al lavabo de la cocina, una mesa con una computadora. Al medio de la sala hay un televisor, detrás, un mueble de cocina aéreo; en una de sus puertas resaltaba un colorido adhesivo de Spiderman. —¿Sabe de arañas, Yepes? —Saber no sabe. Le gusta todo lo que sea bicho, cada tanto agarra su cámara y se nos pierde en el monte durante horas... Ahí viene, lo saco por el ruido que hace la bicicleta. Bajo, robusto, serio y amable. Guardó el asado que traía de la carnicería y se dispuso a preparar su cámara de fotos. —¿Qué edad tiene? —Uf, ¡muchos! –interrumpió Cindy, una de sus hijas, con el fin de pelear con su padre. —Cincuenta y uno –agregó la señora de Yepes. Silvera no sólo fotografió a las arañitas, sino que además las filmó mientras confeccionaban la tela. Eran muchas, amontonadas, rápidas. Se comportaban similar a las hormigas cuando se les destruye el hormiguero. Y, efectivamente, eran “voladoras”. En Vecinos de la determinado momento, una zona llegaron al del montón adoptaba una lugar para ver el

postura distinta, como encrespada, luego arrojaba tela y salía “volando”. Además, en los registros de Yepes se pueden identificar por lo menos tres tipos de arañas: una marrón (las más numerosas), otra gris, más grande y con una raya blanca sobre el lomo, y otra más grande aun, pero sin raya. Emprendimos el regreso a la ciudad de Treinta y Tres entrada la noche, con ganas de quedarnos en el rancho de Yepes y seguir de prosa. Pocos días después de la visita a Vergara llegaron a las manos de este cronista una serie de versos; los hombres también tejen:

trabajo de las arañas.

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Entre Vergara y Rincón, al lao ’e la carretera, como señal agorera fruto de una maldición, del diablo la condición desde el llano hasta la cima como el fuego en la cocina imprescindible pa’ todo la ciencia calla a su modo, este es el cambio del clima.


Clic

Una pasión en las Txt y Foto: Diego Velazco

tierras

purpúreas Cada tanto recorro el país, mi profesión me lo exige amigablemente pero sin chance: tengo que hacerlo ya que parte de mi dedicación como fotógrafo es la realización de libros sobre Uruguay. Desde que en 1875 G E Hudson escribiera su novela La tierra purpúrea, hasta hoy, son miles los cuentos, anécdotas, historias que transcurren en el interior de nuestro país. El fútbol, que como tantas otras cosas llegó de la mano de los ingleses, se adhirió a Uruguay hasta los tuétanos, casi hasta sospechar si ya no se jugaba antes de que ellos llegaran. Todo pasa por una simple pelota –del latín pilotellus, diminutivo de pila (balón)–. Las primeras pelotas de cuero fueron inventadas por los chinos en el siglo IV a C. Las rellenaban con cuerdas e iban forradas en cuero. Desde su invención hasta hoy no hemos dejado de jugar con ellas, es “el objeto” Homo ludens por excelencia: fútbol, béisbol, básquetbol, hóckey, golf, vóleibol, tenis, paleta, etcétera. Hay pelotas grandes, pelotas chicas, medianas, duras, blandas, de diferentes colores, lisas, texturadas, rápidas, lentas, en fin, cada deporte necesita una pelota diferente de acuerdo a sus características. Un partido de “pelota pie” en las mismas tierras purpúreas de Hudson, a orillas de la ruta entre Rivera y Artigas... Veo el corte de pelo a lo Neymar, veo camisetas de Uruguay y de Brasil, veo un picado de frontera, donde conviven dos países y un solo objetivo: que la vieja pelota atraviese los tres palos.

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>> La payada y sus payadores

Cultores de una tradición que amenaza con extinguirse y que unánimes definen como un arte, los payadores uruguayos continúan improvisando décimas y se adaptan, como pueden, al siglo XXI.

“Quisiera ser cantor gallo / cantar inventando el alba.” Carlos Molina. “Payador” © Gonzalo Giménez Molina y Fundación F. Molina Campos.

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Txt: Rafael Rey —Yo te tengo en el Facebook a vos. Mucho gusto. Arte: Flaco, de dientes anchos y manos toscas y Florencio Molina Campos marrones, el muchacho, que quizás no haya llegado a los 30 años aunque aparente unos cuantos más, extiende su brazo y saluda al “amigo” de la red social. El destinatario del saludo, petiso, de sonrisa amplia y más de 60 años –aunque aparente unos cuantos menos–, devuelve la cortesía. Un tanto tímido, quizás incómodo, pero sin dejar de sonreír, acepta tomarse una foto con el hombre flaco. Apoyado en el estuche de su guitarra como si se tratara de un bastón demasiado alto, negro y deforme, las piernas abiertas, sonríe para la foto que un tercero saca con un celular. La escena no tendría, a priori, nada de extraño, pero es casi imposible que la situación no resulte llamativa cuando se trata de dos individuos ataviados como gauchos, con sus sombreros, pañuelos, sus botas y sus facones. La sorpresa se va diluyendo cuando la situación se repite varias veces entre la mayoría de las 40 o 50 personas que se amontonan a un costado del escenario Carlos Molina, donde actúan los payadores durante la Criolla del Prado. Los artistas conversan, animados, en varios grupos pequeños, donde los mates van y vienen infatigables, y los reencuentros de viejos camaradas se sellan con fuertes abrazos, mientras cada tanto alguien pide permiso para una foto y el resto posa, siempre dispuesto, siempre sonriente. Si uno cambiara los sombreros, los facones, los pañuelos y las botas que visten y calzan estos hombres por, digamos, jeans rotos, championes All-Star y camperas de cuero, la imagen sería la misma que podría observarse en la puerta de un boliche cualquiera de la ciudad, antes del toque de alguna ignota banda punk. Un idéntico espíritu de “escena”, la certeza de integrar un grupo que comulga con inquietudes e intereses –estéticos, musicales– similares, y

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El arte de la repentización

que se siente parte de un fenómeno común, sobrevuela el lugar. Pero no se trata de punks sino de payadores, como se los suele conocer, o improvisadores, como la mayoría de ellos se autodenomina. Y son quienes mantienen viva una “escena” que parece destinada a desaparecer, aunque lucha por continuar vigente, sin olvidar ni renegar de sus raíces. Aunque las primeras referencias a gauchos que improvisaban canciones acompañados de sus guitarras se remontan al último cuarto del siglo XVIII, no fue hasta un siglo después que surgió y se afirmó la figura del “payador gaucho”. Cantor ocasional que narraba los sucesos del momento en sus ratos de ocio, o en un alto en su trabajo como peón, el payador gaucho se caracterizó por textos que podrían definirse “de protesta”. Pero el proceso de alambramiento de la campaña, ocurrido durante las últimas décadas del siglo XIX, y que modificó la estructura social, económica y política del país, extirpó al gaucho del campo y lo obligó a asentarse en la periferia de las zonas urbanas, llevándose consigo al payador, que de esta manera se urbanizó. “Ya ese payador de las pulperías, que se daba de manera más espontánea, que iba de aquí para allá, errante”, comienza a desaparecer, cuenta el investigador Hamid Nazabay, autor de varios libros sobre la cultura popular uruguaya.1

La payada es la improvisación de versos recitados en décimas, que el payador canta con un acompañamiento de guitarra. Cuando la payada se da entre dos se conoce como contrapunto, en el cual los improvisadores se contestan el uno al otro. Es la modalidad más popular y conocida. “El contrapunto es una pelea intelectual, verbal, donde se busca destruir lo que el otro hace, ridiculizarlo un poco”, explica Gustavo Capote. “Hay que tener ingenio y saber dónde apuntás, porque si el otro está preparado te va a refutar”, señala. Según Juan Carlos López, el público uruguayo “es bien del payador: sabe cuándo está bien, cuándo está mal, cuándo acertaste, cuándo le erraste”. “Eso te estimula, porque si terminás una copla y no recibís la respuesta del aplauso te vas achicando, y el otro te pega por todos lados, te entran todas, y te vas quedando como un pollito mojado. Tiene algo muy visceral el contrapunto”, dice. La décima, explica por su parte José Silvio Curbelo, “se prepara al revés”. El improvisador comienza la décima con el final en mente. Unas veces sale mejor que otras, asegura. “Y a veces no se dice nada; son diez versos que al oído suenan bien musicalmente, pero no te dejan nada”, admite. Pero, en ocasiones, de la repentización surge la más pura poesía. “El ardor de la payada te lleva a decir cosas que no podés creer, cosas importantes o profundas. Debe de ser un calor de sentimiento, o emocional, que hace que el cerebro tenga otro poder”, ensaya Curbelo. Capote recuerda al payador Juan Carlos Bares. “Se decía que lo que él improvisaba estaba muy ligado a la poesía”, dice. “La inspiración lo llevaba a decir cosas que de repente a un poeta le llevaban horas”, y dispara, desafiante: “Si la poesía es un arte, el payador es poesía”. Y aunque una décima improvisada en unos pocos segundos pueda ser considerada poesía, la misma riqueza del verso puede despertar sospechas entre los más escépticos. “El mayor enemigo del payador es el descreimiento”, sentencia Curbelo. López, sin embargo, cree que la propia dificultad que conlleva la improvisación es la prueba de que se está payando. “Cuando el verso te sale prolijito, sin una traba, sin un balbuceo, sin un furcio, ahí desconfiale; algo puede haber guardado en la memoria. Pero cuando vos venís luchando y peleando con la idea, y te caés, te levantás y a veces hasta le errás, es bueno, porque estás demostrando cabalmente que estás improvisando”, explica. Quedarse en blanco, en tanto, no es una opción. “Hay oficio”, coinciden. En ocasiones el contrapunto sube de tono y en más de una oportunidad la payada se dirimió abajo del escenario, con los facones ocupando el lugar de las rimas y los rasgueos de guitarra. El más célebre de estos enfrentamientos tuvo lugar a mediados de la década del 50, entre los payadores Carlos Molina y Héctor Umpiérrez. Anarquista el primero, de extrema derecha el segundo, las diferencias ideológicas los pusieron frente a frente, facón en mano.1 Molina solía cantar en las huelgas de obreros y no fueron pocas las veces que marchó preso, como en Buenos Aires, cuando le dedicó unos versos al Che Guevara. Umpiérrez, en tanto, supo cantarles al general Augusto Pinochet y a Juan María Bordaberry. Aunque fueron varias las puñaladas que asestó Molina sobre la humanidad de Umpiérrez, este último sobrevivió a las heridas.

Este payador vuelto urbano, inserto en la Montevideo cosmopolita de fines del siglo XIX, va a 1. La información referida al duelo Molina-Umpiérrez, además del epígrafe de esta nota, experimentar una serie de cambios radicales en la están tomados del artículo sobre Carlos Molina “El diablo y el gallo del alba”, escrito por música, en los temas de sus composiciones y hasta Venancio Acosta y publicado en la revista El Boulevard (octubre de 2012). en la vestimenta, a la vez que asiste a la profesionalización y popularización de su arte. “A medida que se mete en los centros urbanos y empieza a recorrer los bajos de las ciudades, confluye con inmigrantes que van llegando a los mismos lugares, en la misma época de los primeros tangos”, explica Nazabay, para quien esta suma de influencias ambientales y estéticas va formando “un caldo de cultivo del payador”. Las composiciones ya “no versaban solamente sobre cuestiones gauchescas, ni del campo”, señala el investigador, que destaca que

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Día del payador

algunos se vestían de gauchos “como evocación”, pero “la mayoría cantaba de saco y corbata, hasta de frac”. De esta época destacan Juan de Nava, “el primer payador profesional uruguayo”, Pelegrino Torres, “el payador de los cinco continentes”, y Juan Pedro López, para muchos el más grande de la historia. Lo que para Nazabay fue la “época de oro” de la payada nacional entró en una suerte de ocaso de popularidad en la década de 1920, para resurgir a partir de 1955 con la Gran Cruzada Gaucha, una suerte de gira de cantores populares que recorrió el país y de la que los payadores fueron los grandes animadores. Esto significó el renacer del género, la consagración de algunos improvisadores que llevaban décadas en la vuelta y el surgimiento de nuevos valores. “Cuando tenía 6 años empecé a escuchar espacios radiales donde había una gran difusión del payador”, cuenta José Silvio Curbelo. Nacido en 1949 en la localidad de Sauce, en Canelones, los 6 años de Curbelo coincidieron con la explosión de la Gran Cruzada Gaucha. “Ahí me enamoré de esto; tenía 6 años, pero casi que ahí empecé a decidir lo que iba a hacer, como un juego de niños. Tal es así que iba a la escuela y llevaba una guitarrita de plástico que había encordado con unas gomitas, e improvisaba a la hora del recreo”, recuerda. “Me decían ‘el payador’”, agrega, con su voz caudalosa, sonriente, sin disimular cierto orgullo, antes de subirse al escenario Carlos Molina, donde tendrá que hacer un contrapunto con un payador chileno. —¿Entonces ya sabía que iba a ser payador? —Era un sueño que tenía; no sabía si lo iba a poder concretar, pero era mi sueño. A los 18 años Curbelo se vino a la capital, envalentonado por Gabino Sosa, entonces uno de los grandes nombres de la payada, pero unos años después, ya con la dictadura instalada, se fue para Argentina. “Me fui a la Argentina para seguir camino, y cuando vino el golpe allá, en 1976, me quedé, porque ¿adónde me iba ir?”, pregunta, riendo. Allí vive desde entonces.

El 24 de agosto se celebra en Uruguay el Día del Payador. La fecha, propuesta por Juan Carlos López, es un homenaje al nacimiento de Bartolomé Hidalgo, fundador de la poesía gauchesca a principios del siglo XIX, en épocas de las luchas por la independencia de la corona de España. Hidalgo no solamente fue el primero en escribir sus versos en “criollo”, sino el primero en hacerlos sobre una temática estrictamente política. Sus composiciones –los cielitos– criticaban y denunciaban a las autoridades virreinales. Es en los versos de Hidalgo donde puede rastrearse el origen de la canción de protesta rioplatense. Pero no existe prueba alguna de que Bartolomé Hidalgo haya sido payador. “No hay referencias ni documentos para fundamentar tal cosa”, sostiene Hamid Nazabay. López, por su parte, dice que eligió a Hidalgo por ser “el primer poeta de la patria”, y porque decía “que era medio payador”. “Es la fecha que nos unifica.”

Aunque prácticamente nació payador, considera que puede haber un “innatismo”, pero que fundamentalmente hay que “cultivarse mucho”. Asegura que, como la mayoría de sus colegas, aprendió “por un sentido de la emulación”, mirando cómo lo hacían otros. “Los payadores, siempre que suben a un escenario, son maestros sin quererlo, porque con el arte que están practicando, los que están escuchando y están aspirando a hacer eso están adquiriendo esa lección, que no es premeditada, pero están aprendiendo igual”, explica. Según Curbelo el repentista debe equilibrar las “buenas lecturas” y las enseñanzas de la vida: “estar atento”; si no, afirma, se pueden tener “hallazgos”, pero con “escasez de lenguaje, con limitaciones”. “Tampoco adquirir un dominio del idioma y emplearlo haciendo gala de erudición, porque eso nos distanciaría del público al que pertenecemos, que tiene que entendernos fácilmente. Pero dentro de eso, en lo posible, hay que buscar enriquecer el idioma”, explica. Nacido en el pueblo olimareño de Isla Patrulla hace 70 años, pero montevideano hace más de 50, Juan Carlos López2 también se

volvió payador en la adolescencia, escuchando e intentando imitar… a Gardel. “Yo escuchaba mucho a Gardel en la radio. Se me había dado como un fanatismo; me peinaba como Gardel”, cuenta, riendo, en su casa de Malvín. “A veces a las letras que no podía retener les agregaba palabras que inventaba sobre la melodía.” Fue un vecino el que le enseñó que eso que hacía era lo que hacían los payadores. Y empezó a observarlos en vivo y en directo, en los programas que tenían en radio América, en el primer piso del Palacio Salvo. “Yo escuchaba y miraba. Y después me iba, cada vez más asombrado de que la mente pudiera concebir con tanta rapidez, con tanta certeza de la rima y del lenguaje”, dice, todavía con asombro. Allí mamó de algunos de los más grandes, como Aramís Arellano y Clodomiro Pérez. López cree que el repentista “Payada de contrapunto” © Gonzalo Giménez tiene que “nacer con ese don, pero es un don Molina y Fundación F. Molina Campos. al que tenés que alimentar”. De forma similar se expresa Gustavo Capote, otro de los grandes exponentes de la cultura payadoril. “Sabido es que hay que nacer” para ser payador, dice, aunque concede que para cultivar este arte

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“hay que aprender, también”, y “pulirse”. Para este hombre nacido en Cerrillos, Canelones, hace poco más de medio siglo, el repentista “diariamente se tiene que nutrir de algo nuevo; no puede estancarse”. “El payador está catalogado como que quedó en lo mismo, en la historia, los gauchos, el caballo, el mate; y el payador tiene que estar actualizado también”, dice, sentado en su casa de las afueras de la ciudad de Florida, donde reside hace unos cuantos años. Capote también se inició de pequeño en el arte de la improvisación, “escuchando y aprendiendo” de los payadores que actuaban en las fiestas que se armaban en la zona. Reconoce que en ese momento lo tomaba como una afición, “como el gurí que empieza en el campito a patear la pelota”. Pero señala que fue “un logro importante” haber compartido escenario con esos y otros muy buenos payadores, porque es como que el gurí de campito “pueda jugar con Luis Suárez”. “Tenía 14 años y pateé la pelota con un fenómeno”, dice comparando, y agrega que “a muy temprana” edad empezó a hacer algún dinero y a vivir de improvisar décimas sobre escenarios de toda la campaña. Hoy las cosas no son tan sencillas. Para seguir viviendo –o sobreviviendo– de esto, la mayoría de los payadores tienen otras actividades. “Se puede decir que vivimos de esto, pero no es un sueldo fijo”, confía. “Es muy difícil para el payador vivir solamente de la actividad.” “Pa’ tizón del infierno” © Gonzalo Giménez Uno de los grandes Molina y Fundación F. Molina Campos. problemas que enfrenta este arte en nuestro país es la falta de jóvenes que tomen la posta y se lancen a improvisar sus décimas. Un recambio generacional. Pero esto difícilmente ocurra cuando la payada no está entre las preferencias de la juventud del siglo XXI. “Nos estamos quedando con el público de antes; no hemos generado un nuevo público –se lamenta Capote–. Esa es nuestra gran preocupación, arrastrar un nuevo público hacia nosotros.” Desplazados de los festivales gauchescos de los que alguna vez fueron grandes animadores, y en los que hoy las principales atracciones son artistas como Lucas Sugo o No Te Va Gustar, los payadores se han volcado al relato de las jineteadas. “Así como está el relator de fútbol, en la jineteada existe el relator, y por lo general son payadores”, cuenta. “Ahí estamos horas y horas hablando de lo que sucede en el ruedo, y lo intercalamos con versos”, continúa. Según Curbelo esta actividad “desdibuja” al payador y lo

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ubica en un lugar “secundario”. “Me parece que no es lo ideal, pero también hay que hacer los trabajos insalubres”, matiza. “Yo no los hago porque hace mucho que ando en esto, y me voy al exterior y ando por ahí”, agrega. Capote, sin embargo, considera que el auge de estos festivales en todo el país permite que algunos payadores puedan trabajar todos los fines de semana. —¿Hoy en día trabaja más relatando jineteadas que como payador? —En cierto punto, sí.

1. Entre ellos Canto popular. Historia y referentes (Ediciones Cruz del Sur, 2013), que incluye un análisis histórico de la figura del payador y reseñas biográficas de los máximos referentes. 2. No confundir con el comunicador homónimo.

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Perfil

Lilián Pereira, maestra rural

En la escuela rural hay que saber de todo un poco.

Por vocac ión Algo más de una década de trabajo en la escuela alcanzó para que los padres de sus alumnos la llamen en broma “roba hijos”. Esta maestra de Treinta y Tres, que duerme en la escuela de lunes a viernes, se ganó el mote a fuerza de dedicación. Los Rincón de los Francos no figura en el mapa ni el GPS lo reconoce como el caserío que es, a 30 quilómetros de la alumnos viajan de lejos para tenerla ciudad de Treinta y Tres. En esta localidad se levanta la como docente. Hace mucho que escuela rural número 37, rodeada de flores y frondosos árboles, con el pasto cortado, con su escudo y sus banderas. Nada más encontró su vocación y el lugar entrar en el único salón de clase se ven dos globos terráqueos, perfecto para cultivarla. un gran mapamundi colgado y un papelógrafo con las latitudes, los hemisferios y los puntos cardinales dibujados con marcador. Quizás el mundo no sepa que allí hay una escuela, pero sus alumnos saben exactamente dónde están, y su maestra hace tiempo que comprendió cuál es su lugar en el mundo.

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Perfil // Lilián Pereira

Cada mañana, entre el lunes y el viernes, los niños de A Manuel lo conoció cuando ella estaba por Txt: esta escuela recorren un lento camino de piedras recibirse. Se ennoviaron y se casaron viéndose sólo los Ana Artigas incómodas, de pozos y de polvo. Dos de ellos son los fines de semana. Él es bombero y trabaja en un Fotos: hermanos Soledad y Francisco Cela, de 6 y 8 años, régimen de guardia de 24 horas y libra otras 48, lo Artigas Pessio quienes viajan en moto 14 quilómetros, de ida y de que le permite visitarla con frecuencia. Le ayuda en vuelta, contemplando un paisaje sereno que apenas rompe su las tareas de reparación de la escuela y colabora en lo que haya monotonía con algún puñado de vacas, de ovejas pastando o de que hacer. No tienen hijos. ñandúes atletas que corren aprisa hacia no se sabe dónde. A Soledad y a Francisco los lleva Cecilia, su madre. Ella cuenta La historia del nombre del lugar no está claro, pero se sospecha que hay una escuela a cinco quilómetros de la estancia en la que en la zona se instaló un tal Franco, y cuando tras su muerte que su marido es peón y en la que armaron su hogar, sin se repartió el terreno entre los herederos, el apellido se embargo hacen el largo recorrido hasta Rincón de los Francos. pluralizó. Hay muchos Franco en la zona, pero hay sólo dos Algo parecido dice Daniela, madre de Diego Lima, de 5 años, grandes estancias y tienen otro apellido. Una arrendada por un brasileño y otra comprada por un argentino que no vive allí, sino que tiene un administrador que la gestiona. Nunca vieron a los estancieros, no saben quiénes son, admite la maestra. Por el contrario, sí conoce bien a los padres de sus alumnos. Todos son peones de estancia o pequeños productores rurales, como don Lima, padre de Álvaro, el único alumno que vive cuya casa queda a 23 quilómetros; y también lo dice la madre relativamente cerca. Los siete hijos de Lima estudiaron en esta de Bahía de los Santos. Lo que las lleva a preferir esta escuela escuela y los cuatro menores cursaron con Lilián. Lima cuida es su maestra, Lilián Pereira. una vaca y una chancha de la maestra, y la ayuda en lo que está A las diez de la mañana, con su túnica blanca inmaculada a su alcance. Al igual que todos los padres. Y viceversa: Lilián y sin ninguna arruga, Lilián Pereira recibe a sus seis alumnos busca trasmitirles lo que sabe, lo que aprende. Hace unos de entre 5 y 10 años. Ya en el aula, se pasea entre dos mesas ovaladas alrededor de las cuales se sientan los niños. Hoy en la clase hay mucha concentración. Están ejercitando matemáticas y la maestra tiene dos frentes abiertos. Los más grandes hacen fracciones, los más pequeños aprenden los números contando monedas. Ella se acerca a cada uno y le hace una pregunta. Va y vuelve. Los deja pensando. Diego, el más pequeño, la mira de ojos bien abiertos, con las manos sujetando sus cachetes colorados. En la otra ala de la habitación hay un espacio para sillones, juguetes y una biblioteca. La variedad de objetos que se encuentran en el salón va desde peces vivitos y nadando hasta insectos disecados, desde maniquíes para lecciones de anatomía hasta afiches sobre cómo emplear la coma. También está la imagen de Varela colocada encima de la estufa a leña, y hay varios Artigas desperdigados por las paredes. Todo está en orden. Lilián es una mujer bonita, de pelo castaño, ojos verdes, mirada clara y sonrisa franca. Tiene 43 años y hace 12 que llegó a Rincón de los Francos. No es de campaña, pero se siente a sus anchas en ella. Los veranos de su infancia los vivió rodeada de campo: su tío la pasaba a buscar el mismo día que empezaban “A veces mi esposo me recuerda que esta escuela no es mía, las vacaciones para ir a campaña. Eligió magisterio y estudió en meses hizo un curso en el porque cree que si me tuviera que ir sufriría mucho”, dice Lilián. la ciudad de Treinta y Tres. Ejerce desde hace dos décadas. Sistema de Información Siempre trabajó en escuelas rurales. Siempre eligió trabajar en Ganadera sobre la escuelas rurales. trazabilidad de los animales y ahora quiere explicarles a los Para optar por la enseñanza en zonas rurales tuvo que vecinos lo que aprendió. También les enseña computación a las renunciar a dormir todos los días en su casa, ubicada en la madres de sus alumnos. ciudad. Duerme en la escuela de lunes a viernes. El terreno de Primaria tiene una casa con una sencilla cocina, una sala de estar y los dormitorios. No hay ningún lujo, sólo los implementos básicos para funcionar. Recién los viernes a las tres de la tarde Lilián se sube en su camioneta, que ese día también carga con los alumnos a los que va entregando a sus padres por el camino, y se va a su casa, donde vive con Manuel, su marido.

Quizás el mundo no sepa que allí hay una escuela, pero sus alumnos saben exactamente dónde están, y su maestra hace tiempo que comprendió cuál es su lugar en el mundo.

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al tener siempre a la misma maestra: “Lo veo como una riqueza, porque cada año sé dónde continuar, sé lo que más les gusta y por dónde ir. Los conozco muy bien”. Ha constatado sin embargo que si los niños son pocos, no hay estímulos. Por eso teme que no haya renovación del grupo. Pero además de los pocos niños, una de las dificultades de las escuelas rurales es que no hay muchas maestras que opten por enseñar en estos centros. En Rincón de Gadea, por ejemplo, localidad cercana a Rincón de los Francos, los alumnos han pasado meses sin clase. A las materias obligatorias Lilián incorporó la crianza de animales y el trabajo en la huerta. “Quiero rescatar los saberes de la zona y verlos de A la escuela concurren seis alumnos “La maestra se aquerenció acá”, dice otra manera en el aula, convertirlos en algo de entre 5 y 10 años. Jackeline, la ayudante de la escuela con quien científico.” Si un animal está enfermo, entonces Lilián se arremanga la camisa para que las instalaciones estén investigan cómo se llama esa enfermedad, qué la provocó y qué siempre en buenas condiciones. Jackeline asegura que la remedio existe. También propone sembrar de acuerdo a las actitud enérgica y emprendedora de la maestra llevó a superar estaciones y conocer más sobre la variedad climática. La idea muchas adversidades. “Antes era todo chircas y no había ni luz de criar animales surgió cuando los padres empezaron a ni agua.” A los dos años de haber llegado Lilián, instalaron la regalarle ovejas guachas, terneros, pollitos y lechones. A ensayo electricidad. De a poco, junto a los padres, se fueron arreglando y error fue conociendo cómo trabajar en el campo, pero también techos, pintando paredes, cortando el pasto. También se fue discípula de sus propios alumnos. Aprendió, por ejemplo, construyó un lugar para tener animales de granja. El agua de que es un crimen que una chancha muera de vieja, así que hace OSE llegó el año pasado. de tripas corazón y se la come. Jackeline habla de “Lili” con admiración y cariño. Le está Aunque ese día a la hora del almuerzo hay milanesas de muy agradecida porque Flavia, la menor de sus dos hijas, pollo, y aunque tienen sabor casero, no son de su propio prácticamente vivió con la docente durante la primaria. Llegaba gallinero. Los niños se sientan en el comedor, Jackeline le sirve los lunes a la escuela y se iba los viernes. Jackeline en ese a cada uno su plato y todos comen con mucho juicio. También entonces vivía muy lejos (ahora se construyó una casa en el hay postre: boniatos en almíbar preparados por la madre de terreno del suegro, que vive en la localidad). Flavia ya es una Lilián. Terminan de almorzar, se cepillan los dientes y van al recreo durante media hora. Se suben a los árboles, juegan a la pelota, montan el subibaja. Corren. Corren. Corren.

A ensayo y error fue conociendo cómo trabajar el campo, pero también fue discípula de sus propios alumnos. Aprendió, por ejemplo, que es un crimen que una chancha muera de vieja, así que hace de tripas corazón y se la come. joven de 17 años que reside en la ciudad. “Yo siempre digo que es una roba hijos, porque los niños no se quieren ir de acá, la adoran.” Se fue Flavia y llegó Esteban, sobrino y alumno de Lilián, que acaba de cumplir los 10 años. Esteban se queda de lunes a viernes en la escuela. Retornará definitivamente a la ciudad cuando empiece el liceo. Las clases multigrado son el método de enseñanza extendido en el mundo para combatir el aislamiento de las zonas rurales. En el aula, cualquier área del conocimiento se aborda a partir de un tema muy general, apto para todos, y luego cada uno de los niños profundiza de acuerdo con su grado. Una metodología que Lilián considera estimulante para los alumnos: “Ellos comparten los saberes. A veces el de jardinera quiere contestar lo que se le pregunta al de segundo año, la niña de primero se pone a estudiar como loca las tablas de multiplicar, también se estimula en la lectura. He comprobado que juntar niños de distintas edades tiene una gran fortaleza”. Ella está en desacuerdo con las críticas que se le hacen a este sistema, por los problemas que pueda padecer un alumno

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De vuelta en el salón, no tan peinados como en la mañana, se sientan a redactar y leer. —Maestra, ¿qué dijo que tenemos que hacer? –preguntan casi en coro. —Leé cuál es el tema, Soledad –pide Lilián. —Lll-oo-ss-aa-grrr-ooo-too-xi-cooos. Los agrotóxicos –afirma Soledad, y mira a Bahía, que está a su lado. —¿Y qué son los agrotóxicos? –les pregunta. Responden desordenados y recuerdan la jornada que tuvieron la semana pasada en otra escuela para hablar de este tema (por lo general, se realizan cuatro encuentros entre las cuatro escuelas de la zona para que los niños estén en contacto con otros pares). Los tres alumnos mayores escriben en sus XO sobre la experiencia; los más pequeños juegan a una especie de ludo gigante en el que tienen que ir avanzando en los casilleros a medida que van conversando, entre otros asuntos, sobre la importancia de lavarse las manos cuando se usa un antipulgas para el perro o de poner una etiqueta cuando se coloca uno de esos productos en una botella de refresco. Lilián se ríe mucho. Está de buen humor. El respeto de los alumnos hacia la maestra es absoluto. Ella opina que el que la traten de usted es un poco antiguo, pero en el fondo lo que más le gusta es que la llamen así. “No es porque me sienta superior, sino porque soy orgullosamente

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Perfil // Lilián Pereira

Opina que el que la traten de usted es un poco antiguo, pero en el fondo lo que más le gusta es que la llamen así. “No es porque me sienta superior, sino porque soy orgullosamente maestra, que me digan ‘la maestra Lilián’ para mí es lo más lindo”. maestra, que me digan ‘la maestra Lilián’ para mí es lo más lindo.” Siente una profunda vocación. “He tenido muchas gratificaciones, me han traído niños de otros lugares y me han dicho que ha sido por mí. Eso me hace muy feliz y me hace seguir en esto.” La docente no quiere un traslado a otro centro educativo. Cuando la tratan de convencer de que se mude a una escuela en la ciudad para estar más cómoda o para ascender de grado, no duda de la respuesta: “¿Para qué? ¿Para irme y estar desconforme? Si yo estoy feliz acá, ¿me voy a ir para que me aumenten cinco, seis mil pesos y luego andar llorando por los rincones? Acá tengo mis dificultades, pero las prefiero. Elijo estos problemas. Eso lo tengo claro, claro, claro”. Aunque reconoce que le gustaría tener más contacto con otros docentes, nunca se ha sentido aislada: “Por el hecho de estar acá, nunca me sentí sola. Nunca”. El arraigo al lugar le hace temer el cierre de la escuela. “Siento que esta es mi casa. A veces mi esposo me recuerda que esta escuela no es mía, porque cree que si me tuviera que ir sufriría mucho. A mí me da miedo, pero eso no dependerá de mí sino de la matrícula.” Si tuviera que irse, ya sería para su casa: “He conseguido una cantidad de cosas, hemos acondicionado

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mucho el lugar, ahora tenemos luz y agua, tengo muy buenos materiales didácticos para trabajar. Volver a pelear por esas cosas ya no quiero. Este es mi lugar”.

A las tres de la tarde termina la jornada escolar. Lilián les pide a los niños que vayan guardando las cosas. Ella sale a alimentar a los animales, de túnica puesta. Los niños se van a jugar, pero nadie tiene prisa por irse. Las madres van llegando y a las cuatro de la tarde Lilián le ofrece un trozo de torta a cada uno, también a las madres. Se quedan conversando y disfrutando del sol casi primaveral. Algunas veces la extra-hora es hasta el otro día, si la lluvia vuelve intransitables los caminos o si los padres se demoran en la ciudad por algún motivo. A los niños les gusta dormir allí. ¿Será cierto lo de roba hijos? “No es mi intención que se queden, sino ayudar. A mis alumnos quiero darles lo que puedo para que mañana sean hombres y mujeres de bien. Eso sí, lo que corresponde a la escuela, porque la educación depende de los padres.” Con la voz un poco quebrada confiesa el principal legado que quiere dejar en sus alumnos: “Que cuando lleguen a la ciudad, cuando vayan al liceo, se sientan orgullosos de ser rurales. Que sientan orgullo de haber tenido todas las oportunidades”.

A las tres de la tarde termina la jornada escolar.

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Txt: Juan Pedro Gallinares // Ilustración: Irene Santa Cruz

Futuro Interior

Juan Pedro tiene 22 años. Nació en Montevideo pero desde que tenía un año vive en El Pinar, Canelones. En 2013 comenzó a cursar la Licenciatura en Lenguajes y Medios Audiovisuales (UDELAR) que se imparte en el balneario Playa Hermosa, en Maldonado. Allí vivió el primer año. Ahora cursa tercero y viaja todas las semanas desde El Pinar para tomar clase.

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esde el ventanal de la casa del cerro podía ver el campo, verde y extenso, apenas manchado por algún árbol, hasta que se fundía con los cerros de más lejos; si me ladeaba un poco veía la calle que baja hacia la costa y la facultad. Podía ver si alguien llegaba a la casa por la escalera tapada por el pasto o si los perros (seres esenciales de la geografía del lugar) corrían atrás de vaya uno a saber qué. Podía ver el barrio, tan silencioso durante el año, tan calmo que uno no creería que en verano sus calles se llenan de autos y paseantes que bajan a la playa. Yo no vivía allí, como tampoco la mitad de los que nos quedábamos en las noches, pero así recuerdo la vida en aquel primer año en Playa Hermosa. En el interior de la casa del cerro revoloteaban siempre las ideas. Donde se mirara se descubría a alguien pensando algo. En el sillón había alguien dibujando o escribiendo, seguro; y cerca de la estufa otros debatían sobre cine, tocaban la guitarra o leían en voz alta. En la cocina podía estar inventándose algo para comer, aunque no necesitáramos más alimento que una caja de vino para seguir en nuestras tareas. Así de simple: nos movía algo que no era más que el saber que hacíamos lo que nos gustaba. En mi memoria separo las habitaciones, pero en realidad todo era una gran estancia, a excepción del baño. Y subiendo la escalera la cosa no cambiaba; si una luz se prendía y apagaba era que alguien estaba probando luces y cámaras. Siempre había quien estaba filmando, aunque fuera por un ejercicio de la facultad o por experimentar el mundo a través de una lente; también se podía ver a alguno durmiendo la siesta o buscando un rincón donde pudiera pensar solo. Porque la casa era así, nos mezclaba en sus memorias de roca, pero nos ofrecía sus espacios donde refugiarnos individualmente, para que no nos cansáramos de esa forma de vida. Al caer el sol, nos dejara el frío o no, dábamos vida a un fogón en el fondo, y los otros compañeros

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que vivían en la zona venían atraídos por el calor. Las noches eran momentos sagrados, llegaba bebida y comida sin fin, la música subía y siempre era una fiesta. Siempre. Festejábamos por tener aquello tan único y por tenernos. Los vasos, los cigarros, iban y venían uniendo los cuerpos. No eran ni las doce de la noche cuando cansados y rientes, llenando el suelo de colchones y acostándonos entrelazados frente a una laptop, podíamos asistir a la mejor función de cine. Al amanecer era hora de ordenar, buscar los championes entre los colchones y las sábanas, recordar dónde habíamos dejado la mochila y preparar algo para comer antes de ir a clase. Había que bajar la calle hacia la playa y allí entre las dunas y la ruta encontrábamos la facultad. Un edificio blanco perdido, donde la gente que llega descubre la otra cara del cine, esa que está detrás de la pantalla. Tras terminada la clase, quienes podían quedarse volvían al cerro o a alguna otra casa, y los que viajaban y ya llevaban días ahí se marchaban a tomar el ómnibus a Montevideo o Maldonado, pero queriendo no irse nunca. Fue como una explosión que no recuerdo cómo comenzó, algo que nadie veía venir, aquel primer año en Playa Hermosa, aquella generación tan variada, aquellas ganas de vivir y de hacerlo todo. En los siguientes años esa llama fue disminuyendo, no fue cansancio ni falta de ganas, fue como toda pasión que el tiempo amansa. Ahora ya estamos por terminar tercer año, hay otras generaciones experimentando ese primero. Yo ya viví en Playa Hermosa y ahora volví a viajar en ómnibus, ya me he quedado en muchas otras casas de mis compañeros, pero ninguna me enseñó más que la casa del cerro. Y si sus paredes pudieran hablar, llenarían a quien la habite ahora de historias alegres, de chistes, de más de una herida triste, y de una historia de amor tan inusual que nos unió a un puñado de desconocidos hasta convertirnos en algo más que un grupo de amigos.

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