>> Aceitunas y aceites nacionales Tiempo de olivares >> Empalme Olmos renace La fábrica y el pueblo >> Parajes insospechados Las canteras de El Terrible
Número 03 / Junio de 2014 / Uruguay / Revista mensual de distribución gratuita junto al semanario Brecha /
De paseo
En una de esas noches locas, de frío anticipado, cuando el otoño apenas debía estar despuntando, Ajena hizo su primera incursión “institucional”. Fue en la biblioteca popular Rincón del Pino, en Rafael Peraza, una localidad de 1.000 habitantes en San José cuya fuente de empleo principal está en las actividades agrarias. El encuentro, que preveía una presentación, primero, y una ronda de preguntas después, se transformó espontáneamente, y para suerte de todos, en una charla de ida y vuelta que versó sobre el Interior y los interiores, ambos en contrapunto permanente con Montevideo. Las distancias simbólicas que separan al pueblo de la capital (la inseguridad, la desconfianza, la mirada, el poder que ostenta Montevideo...) fueron comentadas por el puñado de vecinos que se acercó a la biblioteca. Pero también se charló sobre otras distancias, como la que los propios vecinos de Peraza sienten respecto al Complejo Arazatí, un conjunto de viviendas que formalmente pertenece al pueblo y con el que comparten los servicios que allí se brindan, pero que en los hechos “no se integra” a la lógica del lugar, lo que genera una distancia casi tan grande como con Montevideo. No hubo respuestas acabadas al porqué ni hubo conclusiones de nada, sino más bien reflexiones sobre las cercanías y las distancias, lo que nos une y lo que nos separa, lo que nos es propio y, también, sobre lo que nos es ajeno.
Foto de tapa: Mauricio Kühne. Interior de una vivienda en paraje La Coronilla, Maldonado.
MC
Staff
Escriben, fotografían e ilustran este número: Andrés Boero Madrid / Daniel Gatti / Eugenia Assanelli / Federico Gutiérrez / Juan Manuel Chaves / Mauricio Kühne / Mónica Robaina / Néstor Curbelo Varela / Gerardo Fiorelli / Valentina Carrau.
Coordinación general: Mariana Contreras // Edición de fotografía: Alejandro Arigón // Producción: Juan Manuel Chaves // Corrección: Pablo Azzarini // Diseño: Lateral.com.uy // Logística y administración: Cooperativa LABRECHA. Comercial: Paola Puentes ppuentes@brecha.com.uy / Gustavo Moraes gmoraes@brecha.com.uy / 2902.50.42/43/44 Contacto: ajenarevista@gmail.com
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Proyecto seleccionado por Fondo Concursable para la Cultura – MEC
>> Una producción no tradicional en crecimiento
La ingeniera química Isabel Mazzucchelli arma su tabaco con parsimonia. Acomoda las hebras sobre la hojilla y las domina con sus dedos gruesos mientras piensa por dónde empezará a contar. Pasea la Txt: lengua por el papel y la mirada Mónica Robaina clara Fotos: por el Federico Gutiérrez verdor que circunda la casa construida por su familia en 1923, en el Abra de Perdomo, ese paraje nacido con el auge del ferrocarril, al pie del cerro San Francisco y casi en la coyuntura de las rutas 9 y 12. A unos metros del porche sombreado murmura el arroyo Maldonado, oculto en el monte autóctono, y un perro de hocico pegado al pasto hurga en los restos de la oveja muerta que trajo de por ahí. Hay pocos vecinos. Pero son más que hace unas décadas, cuando murieron los trenes y la estación y las vías, y los durmientes terminaron adornando residencias lejanas. Algunas cosas están cambiando, para mejor, en esta zona rural de Maldonado.
A comienzos del siglo XXI Uruguay empezó vivir un fuerte impulso en la producción de aceitunas y aceites de oliva, que en poco tiempo cobraron un impensado prestigio internacional. ¿Cómo puede un país novato en estas lides posicionarse tan alto y ganarles a otros que llevan siglos en este rubro? Ajena recorrió cosechas y almazaras en busca de una respuesta.
Una caminata por Nueva York hace catorce años marcó el inicio de Isabel como una de los 150 productores de aceite de oliva en Uruguay, de los cuales la tercera parte se concentra en Maldonado. Este
En Uruguay, 10 mil hectáreas plantadas con olivos abastecen las almazaras que producirán este año 800 mil quilos de aceite.
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También Finca Babieca –cuya plantación de 200 hectáreas y almazara se encuentran por la ruta 12, a 15 quilómetros de Pueblo Edén– relaciona la olivicultura con el concepto de salud, naturaleza y turismo rural. Junto a la Intendencia de Maldonado esta firma de capitales vascos impulsa la Ruta del Olivo, un camino que se inicia en Punta del Este rumbo a la Sierra de los Caracoles y serpentea entre las rutas 9, 12, 60 y 39. En ese eje se encuentra la mayoría de los pequeños y medianos productores del departamento, así que los turistas pueden recorrer un total de 500 hectáreas de plantaciones, degustar productos locales y solazarse con el paisaje serrano donde se yerguen numerosos aerogeneradores. El paseo parece estar pensado para que cada vez más empresas lo incluyan en sus propuestas a extranjeros y uruguayos, y así complementar la actividad veraniega con otra rural, que además puede realizarse durante todo el año.
Finca Babieca. La aceituna debe estar en proceso dentro de las 24 horas siguientes a su cosecha para que el aceite tenga una calidad óptima.
departamento, cuya economía subsiste basada en los servicios y el turismo de sol y playa, tiene la mayor extensión de olivares de Uruguay y es el principal elaborador de aceite de oliva. Aquí están 6.500 de las 10 mil hectáreas plantadas en el país, que este año producirán un total de 800 mil quilos de aceite. El dato de la Asociación Olivícola del Uruguay (ASOLUR) alienta a quienes avizoran en esta agroindustria una vía para depender menos de las fluctuaciones del turismo y, al mismo tiempo, captar visitantes en baja temporada.
Un ejemplo de esta potencialidad es Agroland –empresa creada por el multimillonario argentino Alejandro Bulgheroni, en Garzón– donde la plantación de 700 hectáreas de olivos y la almazara boutique más importante del país se prestan para la oferta de paseos en globo aerostático y románticos picnics o asados bajo los olivos, entre otras propuestas accesibles a quien pague 60 dólares. “La mayoría son brasileños de San Pablo”, explica Viviana, una de las guías turísticas entrenadas para ser amables y evitar respuestas a preguntas incómodas, sobre todo las vinculadas a las cifras de la empresa.
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Una cajita de tres aceites “exóticos” en una tienda de alimentos de Nueva York llamó la atención de Isabel Mazzucchelli en el año 2000 y la introdujo en un mundo del que, asegura, no quiere salir. Entonces vivía en Montevideo, escribía para la revista Galería, de Búsqueda, y trabajaba para una cava privada. Llegó a la tienda por curiosidad, vio una guía de países productores de aceite de oliva y casi por inercia buscó a Uruguay sin la menor expectativa de encontrarlo. Sin embargo allí estaba el aceite Los Ranchos junto a otras dos muestras, una de Australia y la otra de Nueva Zelanda. Los tres en un kit bajo el rótulo de “Aceites exóticos” (y costosísimos). La almazara que producía el aceite uruguayo pertenecía a una francesa heredera de una bodega y olivares que habían sido de su marido. Mireille Bertrand era prácticamente la única empresaria exitosa en este rubro frutícola, y apostó a esta producción en la segunda mitad de los noventa, en Fray Bentos, cuando las plantaciones no llegaban a 500 hectáreas en todo Uruguay. La idea de tener sus propios olivos rondó por dos años en la cabeza de Isabel, que en Abra de Perdomo mantenía la casa donde pasó cada verano de su infancia y
adolescencia junto a sus hermanos. La zona está rodeada de campos altos, con suelos pedregosos y pobres para la ganadería o plantaciones forestales. Tierras ideales para que los olivos, originarios de los secos suelos del Mediterráneo, crezcan y produzcan aceitunas en cantidad y calidad durante siglos. Por eso, con los datos aportados por Bertrand y un poco de investigación propia, en 2002 los hermanos Mazzucchelli compraron un campo en la Sierra de Mataojo. Tiene apenas veinte centímetros de tierra bajo la superficie; más abajo hay nueve metros de dolomita, una piedra blanca utilizada para construir artefactos de baño. Toda la zona es similar, y varias canteras blanquean como estrías en la piel verde de los campos vecinos. Si alguna vez fallara la olivicultura, podrán reconvertirse y extraer el mineral, razona la ingeniera rumbo a la plantación de seis hectáreas, a 190 metros de altura sobre el nivel del mar. “Empezamos sin saber que había otro montón de gente que estaba en lo mismo”, comenta. En la zona hay productores ganaderos y forestales que aprovecharon otra forma de sacarle un beneficio al campo. También citadinos que nunca estuvieron vinculados a la producción pero notaron que era mejor invertir en tierras que guardar dinero en el banco. Sin embargo, la inversión extranjera tiene la cuota principal en la evolución de esta agroindustria: españoles, italianos, argentinos y franceses comenzaron a llegar hace una década, atraídos por la estabilidad económica y política del país. Ahora son miles los olivos que ocupan las colinas, plantados con precisión geométrica y a distancia estudiada para facilitar la cosecha en sus diferentes modalidades. En las sierras de Carapé y Los Caracoles muchos alimentan la almazara de Finca Babieca. La empresa comenzó a operar en 2005 y recién ahora ingresa en su mejor momento de producción, porque los olivos tardan al menos cinco años en dar frutos. De todas maneras, su aceite
extra virgen de alta gama ya ha ganado los frutos en los cajones y hormiguean varios reconocimientos y premios hasta el camión del patrón. Ningún fruto internacionales. Y otro tanto ocurre con se toma de la tierra porque eso atentaría Agroland, que ocupa el sexto lugar en el contra la pureza de su jugo oleico. ranking mundial por la calidad de su Cosechar con peine exige destreza, aceite Colinas de Garzón. espalda fuerte y concentración. Hacerlo a ¿Cómo puede Uruguay, un novato en mano, como en épocas ancestrales, estas lides, posicionarse tan alto y también exige sacrificio y una extracción ganarles a otros que llevan siglos en este tan sutil que suele adjudicarse a cuadrillas rubro? No hay fórmulas secretas. Si es “el de mujeres. país de las cercanías” por la juventud de La modalidad de cosecha que se su historia, se puede decir lo mismo de emplea depende de las características y las distancias territoriales. Las la edad de cada plantación. plantaciones suelen estar muy cerca de Existen superficies pequeñas las almazaras, y las aceitunas ingresan donde el costo de llevar una frescas a las tolvas mucho antes del tiempo recomendado para lograr un aceite de calidad Conquistando territorios en cualquier parte del mundo. Se dice que la aceituna debe Millones de botellas oscuras, para proteger el aceite de la estar en proceso, como luz, saldrán este año de las fábricas con destino a Estados máximo, dentro de las 24 horas Unidos y Brasil. Apenas la cuarta parte se vuelca al mercado siguientes a su cosecha para interno, y generalmente es a través de los productores más que el aceite tenga una calidad pequeños, que la colocan en restaurantes o tiendas óptima, entre otros factores especializadas. determinantes de la categoría La Asociación Olivícola del Uruguay (ASOLUR) cree que extra virgen. este año el país producirá unos 800 mil quilos de aceite, A esto se suma la apenas un 8 por ciento del potencial nacional. En diez años, experiencia de los dueños de cuando todos los olivos cultivados en los diferentes las fábricas, casi todos departamentos alcancen su plena producción, Uruguay extranjeros con cabal podría elaborar 10 millones de quilos. conocimiento de los procesos Por el momento, entre 200 mil y 300 mil quilos productivos y las condiciones abastecen el consumo de los uruguayos, que es de 1,5 de elaboración: los tiempos, la millones de quilos anuales y podría llegar a 2,5 millones, temperatura y la pureza del comenta con optimismo el directivo de ASOLUR Alberto aceite son fundamentales para Peverelli. su categorización. Lentamente se afianza una política de sustitución parcial de importaciones, y eso no sólo es positivo para los Decenas de cajas plásticas, productores sino también para los consumidores. Está azules y rojas, se apilan junto probado que el aceite de oliva producido en Uruguay es al camioncito de Óscar en el mucho mejor que el que llega de otros países: es el jugo de campo de los Mazzucchelli. la aceituna en estado totalmente natural, sin ningún aditivo. Rebosan de aceitunas, unas Paralelamente, la producción nacional lucha por grandes (frantoio) y otras más colocarse en el exterior, apuntalada por un programa de la chicas (arbequina) recién Oficina de Planeamiento y Presupuesto (OPP) para la cosechadas. Cuatro internacionalización del sector. Otra estrategia empresarial veinteañeros, contratados por procura asociar esta agroindustria al turismo, como una de el camionero de San Carlos, se las mejores formas de posicionarse fuera del país. “Cuando reparten la tarea. Cobran por el público extranjero se aproxima a las características de jornal, mientras a Óscar le producción, se da una apertura al conocimiento y a la pagan por quilo de aceitunas: exportación. Uruguay tiene que posicionarse como país cosechan unos 1.000 por día. productivo, y el agroturismo es algo muy positivo para Dos muchachos llevan generar esa difusión”, advierte Peverelli, para quien el país mochilas a la espalda, donde “va en buen camino”. cargan el motor de una especie de rastrillo (peine) eléctrico que vibra y agita los gajos del olivo. Las aceitunas vuelan cual proyectiles y van a dar sobre una extensa malla dispuesta sobre el pasto ralo, al pie del árbol. Detrás, los otros jóvenes cargan
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El truco de los importados
máquina no es redituable, y la ASOLUR entiende que, en estos casos, sería ideal que las empresas se asociaran para ofrecer el servicio y que los productores hicieran lo mismo para adquirir maquinaria. Pero más allá de la técnica empleada, todos los trabajadores se encuentran en medio de la nada: lejos de un baño, un almacén o un hospital. “Es un trabajo sacrificado, y en el campo la mano de obra es un tema complicado. En Maldonado más, porque los locatarios apuntan al sector de la construcción”, admite Isabel, absorta en el trayecto de las aceitunas voladoras bajo el sol picante de la mañana. De hecho, para paliar la escasez de
Paciencia aceitunera Plantar olivos, obtener una buena cantidad de aceitunas y producir aceite de calidad reconocida internacionalmente es cuestión de tiempo y mucha paciencia. Cada proyecto olivícola se maneja en plazos no menores a diez o veinte años. Recién cuando el olivo alcanza su madurez un pequeño productor comienza a amortizar una inversión que ronda los 500 dólares por hectárea de plantación. La Asociación Olivícola del Uruguay (ASOLUR) recomienda a los nuevos productores comenzar con unas 20 hectáreas. La primera producción se obtiene a los cuatro años y hay que invertir de forma constante durante seis. Lo bueno es que un olivo puede dar frutos durante siglos y que su rentabilidad es superior a la de otros rubros agrícolas. Según esta gremial, que cuenta con más de cien afiliados, en 2005 la actividad era diez veces más rentable que cualquier otra en el ámbito rural. El encarecimiento de los costos de producción y la baja de los precios internacionales redujeron esa brecha a partir de 2008, pero de todas formas sigue siendo un rubro atractivo donde invertir. Todos los departamentos de Uruguay son potencialmente aptos para cultivar aceitunas. Y se estima que, en una década, se duplicarán las 10 mil hectáreas que hoy están cubiertas por olivos.
Más de una vez se han detectado envases importados que en sus etiquetas prometen aceite extra virgen cuando en realidad contienen uno virgen. La diferencia es significativa: el primero cumple con todos los requisitos internacionales en cuanto a acidez, aroma y sabor, y tiene un 98 por ciento de grasas saludables; el aceite virgen es defectuoso. El hecho es interpretado como “una estafa al consumidor” y “una competencia desleal” dentro del mercado interno. Pero la ASOLUR no detecta indicios de que eso vaya a cambiar a corto plazo. “No se ejerce la normativa y hay que apretar las clavijas [a los importadores]”, opina el directivo Alberto Peverelli. “El responsable de controlar los aceites importados es el Ministerio de Salud Pública, que en general está desbordado, y la filosofía es que si no hay peligro para el consumo humano no intervienen”, se lamenta el empresario. No todos los consumidores tienen la capacidad de detectar un aceite malo envasado como si fuera bueno, pero un detalle puede ayudar a orientarse: un aceite extra virgen nunca se vende en recipiente de plástico. También hay que tener en cuenta que si no aparece la palabra “virgen” en la etiqueta se estará agregando un aceite de mala calidad a los alimentos.
personal, hace dos años Finca Babieca puso en práctica un sistema que le generó a su directiva tantas satisfacciones como dolores de cabeza. Por convenio con el Ministerio del Interior y el Patronato de Encarcelados y Liberados, contrató a una veintena de reclusos y reclusas del Centro de Rehabilitación de Las Rosas, de Maldonado. Sueltos en el campo, realizando una tarea remunerada y conmutando tiempo de condena, no se cansaban de agradecer la oportunidad. Pero la movida no cayó en gracia a los dueños de estancias y residencias rurales del entorno, que veían en los atípicos peones una amenaza para su propiedad. Apenas enterados del plan, se entrevistaron con policías y gobernantes, convocaron a los medios de prensa y redactaron extensas cartas abiertas a la población para advertir “del peligro”. Temían que, entre aceituna y aceituna, los presos observaran sus movimientos y las características de las casas para entregarlos a sus secuaces. Nada de eso ocurrió, pero, dada la alarma pública generada, la experiencia no se repitió en los años siguientes. Este tipo de obstáculo no existe en la empresa de Bulgheroni, donde trabajan 700 personas en baja temporada (son 1.200 en verano) y decenas se asignan a la cosecha. Casi todos los empleados llegan desde el lindero departamento de Rocha o están radicados en San Carlos. Un total de 30 ómnibus y camionetas es destinado al traslado de los trabajadores desde su domicilio hasta el establecimiento, enclavado en 4 mil hectáreas de campo. De esa extensión, 700 hectáreas cuentan con 15 variedades de olivos (a razón de 300 árboles por hectárea), incluidas 137 hectáreas dedicadas a la producción de aceitunas de mesa, aún en su primera etapa de producción y fuera del mercado. Uno puede hacerse una idea de la magnitud del emprendimiento sabiendo
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que cada día se recolectan entre 5 mil y 6 mil quilos de frutos y que, de acuerdo a la guía Viviana, al final de la cosecha habrán procesado cerca de 1,1 millones. Tratan entre 150 y 200 árboles por cada turno, pero la cosecha no sólo es manual o con peine eléctrico. También se emplea el “paraguas”, un tractor con una especie de pinza que sujeta el tronco del olivo y lo zamarrea, haciéndolo vibrar hasta que las aceitunas se desprenden y caen dentro de unas gigantescas alas de lona. Semejante aparato se encuentra en casi todas las firmas relevantes, ya que acelera los tiempos de cosecha y ahorra mano de obra. A su paso las olivas se convierten en proyectiles que se disparan a la velocidad del rayo; es llamativo que los operarios no usen antiparras protectoras. Un aroma fresco, como el del pasto recién cortado, invade los sentidos en la almazara de Finca Babieca. Los cajones
llegan a la fábrica en una especie de carrera contrarreloj, porque el tiempo oxida la fruta y atenta contra la calidad del aceite extraído. Las olivas pasan de las tolvas directamente a su molienda, en el inicio de una cadena de procesamiento que no llevará más de una hora. La maquinaria italiana y los tanques de almacenamiento serán muchos más, en unos años, cuando los olivos terminen de madurar y la planta duplique su extensión. La firma vasca lleva invertidos 3 millones de dólares, suma modesta frente a los 18 millones que habría desembolsado el argentino Bulgheroni para su almazara inaugurada en diciembre de 2011 por el presidente José Mujica. Cada variedad de aceituna se procesa y almacena por separado, para que luego los técnicos hagan diversos cortes y mezclas (blend). Más o menos como se hace con la vid. De hecho, su familiaridad con la cata y elaboración de vinos llevó a Isabel Mazzucchelli a especializarse en la cata de aceite de oliva y la combinación de variedades, al punto que, en la actualidad, es asesora de producción en la planta de Finca Babieca. Cada año hay más expertos
cuajado algunos planes de llevar esta especialidad a las aulas de la UTU. Para paliar ese déficit, cada temporada la gremial empresarial contrata docentes extranjeros que enseñan sistemas de poda y seguimiento de plantaciones al personal encargado. Además de apuntar al aceite extra virgen de alta gama, las firmas nacionales apuestan al maridaje del producto con las comidas. El concepto es relativamente nuevo, pero lo cierto es que la intensidad, el aroma y hasta el sabor picante del aceite están dados por olivas de diversas variedades. En Babieca incluso hay aceites saborizados de manera artesanal: las olivas son molidas junto con albahaca, romero, naranja, jengibre, laurel, ajo o ají picante. Las degustaciones contribuyen al éxito de cada empresa. La planta boutique de Agroland es un gran edificio prismático construido en piedra. Allí hay un restaurante de dos plantas donde los turistas prueban aceites y vinos, y donde
Agroland. Una máquina zamarrea el olivo hasta que las aceitunas se desprenden y caen dentro de unas gigantescas alas de lona.
capacitados en el exterior, y casi todas las plantaciones tienen un seguimiento realizado por asesores especializados. Sin embargo, aunque la Facultad de Agronomía y la ASOLUR han concretado acuerdos para la formación de más técnicos, todavía no existe una oferta formal a nivel terciario y tampoco han
los visitantes pueden consumir empanadas, pizzetas o quiches por 12 dólares. También Babieca tiene su restaurante, diseñado a partir de una tapera de piedra, ubicado a unos 200 metros de la almazara. En ese recinto
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Isabel Mazzucchelli y Alejandro Echeverría –director del proyecto– se sientan después de la cosecha a idear aceites poco convencionales a los que adjudican nombres todavía menos convencionales, como Per se o Modus Vivendi. Pero ahora los peines eléctricos zumban en el olivar y la ingeniera agrónoma se transforma en guía turística. Una familia de argentinos ha llegado sin cita previa y espera, ansiosa, que la experta les dé una charla y les ofrezca degustar el producto. “Todavía no hay una real dimensión del impacto que esta agroindustria tendrá en la economía del Interior”, insiste Mazzucchelli, mientras aplasta la colilla de su tabaco con el pie y va a cargar los vasitos descartables con jugo natural de olivas. En un rato verá a los visitantes partir con varios packs de aceites. Tres aceites de diferentes sabores, que evocan aquella tienda de Nueva York donde todo comenzó.
>> El resurgir industrial autogestionario de Empalme Olmos Si Empalme Olmos hubiera estado más lejos de Montevideo, el cierre de Metzen y Sena en 2009 lo hubiera convertido casi con seguridad en un pueblo fantasma. Pero si la emblemática fábrica de porcelanas hubiera estado ubicada en la capital, su recuperación habría sido casi imposible: todos sus trabajadores se habrían dispersado, y el efecto sobre el pueblo, a la larga, hubiera sido el mismo. “Hay una identificación casi total entre pueblo y fábrica. Empalme sin la fábrica era una lágrima. Ahora le está cambiando la cara”, dice a Ajena Luis González, uno de los directivos de la Cooperativa de Trabajadores Cerámicos (CTC), que se hizo cargo del predio y las instalaciones de Metzen y Sena y las puso a funcionar “bajo control obrero”, luego de que su último propietario capitalista, Alejandro Barreto, las dejara hechas una ruina. Pasó con Montes –a unos pocos quilómetros de Empalme– a fines de los ochenta. “Cerró Rausa, el ingenio azucarero que le dio identidad al pueblo, y Montes casi que desapareció como pueblo activo: sufrió una emigración brutal hacia Montevideo, el desempleo y el subempleo campearon, la población cayó, y Montes, que era uno de los lugares más pujantes del Interior canario cercano a Montevideo, hoy es de una tristeza…”, cuenta otro pasajeros que hasta hace un año, a razón de cuatro por día, llevaban a González, Julio. los empalmistas hacia Montevideo más rápido y mucho más barato Julio es hijo y hermano de trabajadores de Metzen y Sena. Vive en que los ómnibus. Empalme Olmos desde que nació, hace 40 años, y es de los Aunque Empalme siempre tuvo “una identidad medio Txt: que piensan que “sin la fábrica no da lo mismo: en eso volátil, por momentos de pueblo dormitorio”, define Julio, el Daniel Gatti Empalme es bien un pueblo ‘de afuera’, de esos que ferrocarril primero, y “la fábrica” luego, se la fueron Fotos: dependen prácticamente de una sola fuente laboral propia, consolidando. Hubo un Empalme esencialmente ferroviario, Federico Gutiérrez que cuando falta la notás como si te quedaras huérfano, y si como hubo luego, cuando el tren empezó a decaer, un por milagro reaparece hasta el aire cambia”. Empalme esencialmente porcelanero. “Lo curioso es que cuando Metzen cerró, la gente estaba en su momento de menor desapego por el devenir del pueblo: aquellos que habían venido de A fines de los ochenta, y aun antes, Metzen y Sena absorbió a buena otros lugares y que lo tomaban sólo como dormitorio –trabajaban en parte de los trabajadores de Rausa, y Empalme Olmos captó Olmos y volvían los fines de semana– ya se habían asentado.” “emigrantes” llegados desde Montes y aledaños. Muchas décadas atrás, el pueblo –por entonces una comunidad campesina, de productores ganaderos, agrícolas, lecheros– había visto el desembarco Creada a fines de los treinta, Metzen y Sena operó en Empalme como de minioleadas de extranjeros (italianos, españoles, ingleses, húngaros, “el gran padre que aseguraba el bienestar de cada familia y de la rusos, alemanes). Un folleto editado por la Asociación de Fomento local localidad toda. La prosperidad de la zona se asociaba a sus dice que en la época Empalme Olmos era “una pequeña y cosmopolita características endogámicas (lo bueno está acá adentro)”, se decía en sociedad” que crecía al impulso del ferrocarril. AFE supo ser el principal una investigación sociológica realizada en febrero de 2010 para la empleador local; en Empalme tenía un taller industrial, y la estación Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales. “La meta de cada joven del pueblo, Víctor Sudriers, “era una romería”, cuenta Julio que le era ingresar a Metzen y Sena”, y en ella transcurrir su vida. “Máxime contaba su abuela. Poco queda de ese esplendor ferroviario. Apenas la cuando se pagaban salarios relativamente altos y que entre la gente la estación –de las pocas de la zona que no fueron desmanteladas, por las sensación dominante era que la fábrica era un vector de ascenso social formaciones de carga que todavía paran allí–, pero ya no los trenes de poco menos que eterno. Así fue que llegaron a haber varias generaciones de trabajadores de Metzen en una misma familia, de abuelo a nieto”, dice Julio. “En los buenos tiempos de la fábrica se llevaba a los muchachos a perfeccionarse a Brasil. El que no quería estudiar más no se preocupaba, porque allí estaba Olmos.” A la fábrica se entraba con 16 o 17 años. Fue esa la edad iniciática
La fábrica
La única fábrica de cerámicas del país está de vuelta gracias a sus trabajadores, que hicieron de la ruina empresarial el emprendimiento autogestionario más grande de Uruguay. Entre incertidumbres y esperanzas retorna también la vida al pueblo, que durante cinco años padeció el cierre de la única fuente laboral propia, de la que depende buena parte de sus habitantes.
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de Luis González, que va ahora por los 41, y 24 los pasó en Olmos. “Uno aprendía un oficio que tiene mucho de artesanal. Se formaba en un trabajo que ni la UTU enseña. Pocos conocen que el asa de un pocillo marca Olmos va colada a mano. Igual que los inodoros: un buen porcentaje de su fabricación es artesanal. Y en la fábrica también hay maquetistas, diseñadores. Se requiere todo un saber en este laburo, que en Uruguay sólo acá se adquiría.”
Julio González asegura que Metzen llegó a promover en Empalme una “economía de burbuja”, de prosperidad rara para la zona. Néstor –un almacenero con local sobre Luis Alberto de Herrera, la calle principal del pueblo, relata que cuando sus padres abrieron el negocio, 29 años atrás, “una familia de cuatro personas que viviera de Olmos se sobraba, tenían casa y auto a las risas. El cierre fue un golpazo, pero se veía venir”. Metzen ya había tenido dos cimbronazos grandes en los años anteriores. El padre de Julio González quedó por el camino en uno de ellos, a mediados de los noventa. “Desde que se retiraron los patriarcas, los viejos Metzen y Sena, hubo sucesivas y desastrosas administraciones. Se fueron poniendo parches, se dejó de invertir, no se reparaban las máquinas, y en los últimos tiempos hubo un proceso de vaciamiento. Los gerentes vendían mercadería por fuera” y el dueño triangulaba plata entre sus diversas empresas, unas ocho, cinco de ellas basadas en Panamá, “bicicleteando la guita que el Estado, a través de la Corporación Nacional para el Desarrollo, le daba para que no se perdieran las fuentes de trabajo y el pueblo no se desmoronara. El cierre fue en etapas. De haber sido más abrupto hubiera sido mucho peor, pero de todas maneras impactó enormemente”.
El 3 de diciembre de 2009, el día que los portones de la fábrica se cerraron por primera vez en 77 años y se inició el proceso de apagado de los hornos, Metzen y Sena empleaba a 753 trabajadores, 90 por ciento de ellos residentes en Empalme Olmos (en una tercera parte mujeres, algo no muy común en una planta industrial). “Es cierto que llegamos a ser mil más, pero la gran mayoría de los habitantes, de manera directa o indirecta, dependían de la fábrica”, dice Patricia, administrativa, empalmista de relativa nueva cepa (“vine de uno de esos pueblitos de 40 o 50 quilómetros a la redonda que fueron
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entrando en decadencia”). El cierre significó que durante cuatro años, hasta la reapertura, en hogares que tenían hasta cuatro de sus integrantes trabajando en la fábrica pasara a ingresar la mitad de lo que ingresaba, que se quedaran sin actividad camioneros y fleteros, jardineros que cortaban el pasto de las casas de los trabajadores y muchachas que les cuidaban a los hijos, que los comercios vendieran mucho menos o lisa y llanamente se fueran a pique, que en el pueblo “la angustia, la incertidumbre” se convirtieran en las sensaciones más extendidas. “Se temió una desbandada”, aseguró a Ajena Luis González. Sobre todo una desbandada social, precisó Andrés Soca, secretario de la CTC. “Algunos tuvimos miedo de que Empalme cayera en una depresión colectiva. De eso no se habla habitualmente, pero aquí el índice de suicidios es alto, tradicionalmente alto. Nos temimos que el
“Esa clásica vajilla Olmos, de buena calidad, sin cadmio ni cierre de la fábrica los plomo, que nosotros, los obreros, fabricábamos, no algún disparara. Entre las patrón o capataz.” doscientas y pico de trabajadoras había una buena cantidad de madres solteras. Quedaron bastante desamparadas. Cuando conseguían alguna changa era muy común que fuera lejos, a veces en Montevideo, y además de gastar en transporte plata que antes no gastaban porque la fábrica la tenían a unas cuadras, debían, a veces, dejar a los chicos solos. Temimos
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Hoy la fábrica es la fuente laboral de 362 personas. Otras 150 esperan la oportunidad.
también por los chiquilines, que esto se convirtiera en un nido de bocas de pasta base.” O que, como en la Montes post Rausa, aumentaran los casos de violencia doméstica. “Por suerte no pasó nada”, dice Andrés, que no sabe explicar mucho el porqué. “Capaz que porque se generó un sentimiento de solidaridad”, dice, contrastando con la opinión del almacenero Néstor, para quien “ya nunca más hubo lazos aquí como los había antes”, o porque “en el fondo siempre existió la esperanza de que la fábrica reabriera”. Daniel Pereira, maquetista con casi cuarto de siglo “de fábrica al hombro, toda una vida en Empalme, casa a diez minutos de la fábrica y amigos y contactos siempre acá”, asegura que ese fue el motivo, sin duda: la fe. “Todos los que trabajábamos en la fábrica sabíamos lo que daba, que era viable, y nos agarramos a eso.”
Las ollas populares pautaron el primer año largo de espera. “La primera Navidad fue terrible, y la segunda”, dice Daniel Pereira. “Fue fundamental la gente.” En Empalme se realizaron festivales, rifas, colectas para ayudar a mantener a los “olmistas”, sobre todo a las mujeres jefas de hogar. “Había una convicción general de que la reapertura no podía demorar mucho, pero las cosas se eternizaron”, apunta Luis. “Hasta que conseguimos la entrega precaria de las instalaciones pasaron más de tres años, y durante ese período nos hicimos cargo nosotros de mantener la planta industrial, limpiarla, vender la mucha mercadería que había en estoc, hacer el raleo de las 2.500 hectáreas forestadas propiedad de la empresa, cumplir con tareas
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administrativas para la sindicatura que asumió el control de la fábrica cuando la dirección anterior fue remplazada.” Y reunir al personal. La idea de “refundar” la empresa de manera cooperativa rondó la cabeza de una parte de la dirigencia del sindicato casi que desde el pique. Al cabo terminaron ganando la apuesta. En determinado momento, recuerda Luis, invitaron a todo el personal a adherir al sindicato para poder ser parte de la cooperativa, o retirarse. Más de 500 trabajadores, de los 750 y pico, se interesaron. En agosto de 2010 nació formalmente la CTC. Pero el antiguo propietario, Alejandro Barreto, que había dejado una deuda de más de 100 millones de dólares –27 millones de ellos con el Estado–, resistió todo lo que pudo. Parte de su personal de confianza –unas sesenta o setenta personas– lo secundó en una “ofensiva”, dice Andrés Soca, que llamó “Plan B” y que consistió básicamente en intentar convencer a los trabajadores, y también a los habitantes del pueblo, de que nunca una fábrica como esa podría funcionar “bajo control obrero”. Intervinieron en la radio comunitaria de la zona, montaron un blog en Internet, pusieron avisos en diarios locales, y llegado el caso, cuando las cosas se les iban definitivamente de las manos, le pidieron al sindicato –a cambio de unas cuantas concesiones– que intercediera ante el gobierno para que la fábrica fuera restituida a sus “auténticos dueños”. Una asamblea sindical respondió que no. “El tipo no cejó –cuenta Luis González– y empezó a meter chicanas ante la justicia, incitando también a los acreedores a que nos hicieran la vida imposible. El uso precario, que podríamos haberlo obtenido casi que enseguida, con todas esas joditas recién nos lo dieron en noviembre de 2012.” Periódicamente el conjunto de los trabajadores, incluso gente del pueblo, pedían a los cooperativistas virtuales que realizaran una asamblea para informar sobre novedades en la marcha del proceso de recuperación de la fábrica. “Hasta que no tuvimos novedades ciertas no quisimos convocar asambleas de ese tipo, para no cortar changas o generar falsas expectativas. La hicimos cuando estuvimos seguros.”
Hay en Empalme quienes descreen de la posibilidad de que “la fábrica” logre despegar sin un patrón tradicional a su frente. Lo dice el almacenero Néstor; lo piensa también José, el dueño de la carnicería del
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pueblo, y algunos parroquianos del boliche contiguo al club social. Uno de éstos sugiere: “¿Por qué esta gente, a la que conozco de chico y que como yo no tiene idea de cómo se administra una empresa, podría hacerlo mejor que su propietario, que en definitiva ‘nació’ para eso?”. Julio González entiende que en Empalme Olmos haya mucha gente que piensa así. “Es un pueblo muy conservador”, dice. “El propio gremio de Metzen y Sena era más o menos así. No por nada se llamaba Asociación Laboral Independiente –y no sindicato– de Obreros de la Fábrica Olmos.” La independencia que quería marcar ALIOFO, afirma Julio, era con respecto “a la central”, al PIT-CNT, y su líder por muchos años fue un caudillo blanco, hoy director técnico del club de fútbol local, “con mucha llegada en la gente pero que despuntó el vicio de la política a través de un sindicalismo muy ligado a la dirección de la empresa”. Luis González admite que “la lucha para probar que los trabajadores podemos hacernos cargo de la empresa la tenemos que dar dentro mismo de los cooperativistas. No todos entienden que tienen que cambiar de registro, que ahora la empresa les pertenece y que de cómo ellos trabajen, de cómo trabajemos todos, dependerá su propio futuro y el de todo el pueblo. Es un combate de todos los días, que por suerte vamos ganando”. Desde que la CTC puso a rodar nuevamente a la ex Metzen, en julio, con 362 cooperativistas y diez empleados, entre ellos el gerente, ha ido recuperando espacios en un mercado que había sido copado por los importadores, apunta Andrés Soca. “Tuvimos que demostrarles también a los clientes que éramos capaces de, y sostenernos”, agrega Luis González. Tienda Inglesa esperó meses para hacerle a la recuperada CTC su primer pedido de vajilla –“esa clásica vajilla Olmos, de buena calidad, sin cadmio ni plomo, que nosotros, los obreros, fabricábamos, no algún patrón o capataz”–. La agotó a los pocos días, volvió a pedir y reincidió una vez más; Acher y Castro lo mismo, en revestimientos y sanitarios. También están exportando. “Facturamos unos 800 mil dólares mensuales, pero necesitamos llegar al millón para estabilizarnos. Este mes nos demoraremos unos días en pagar los sueldos, porque son lo último que pagamos. El resto está al día”, decía en abril pasado un tercer González, Jorge, el presidente de la cooperativa, al diario El País (11-IV-14). El equilibrio piensan alcanzarlo en julio.
hasta un máximo de 37 mil nominales, para la categoría 6; hacia 2009 los directores ganaban 150 mil cada uno, y los capataces llegaban a 70 mil). “Quizás eso incida para que en el pueblo algunos sigan dudando: el consumo todavía no se ha relanzado”, observa Julio González. Jaime Pereira, uno de los parroquianos del boliche, empalmista desde los 5 años (tiene 47), matiza: “Trabajo en el súper (antes estuve en la fábrica), y ahí las ventas se fueron para arriba. Es notorio que las cosas aquí han cambiado”. “Y está lo más importante –completa Luis González–: se quebró parcialmente la incertidumbre. Queda terminar de quebrarla, porque no contamos con la propiedad definitiva del predio. Todavía tienen que rematarlo. Recién entonces, cuando ganemos el remate –ni queremos imaginar que le entreguen la única fábrica de cerámicas de Uruguay a algún especulador o alguien por el estilo–, podremos decir que cumplimos con uno de los grandes objetivos que nos habíamos fijado: que Empalme no se convirtiera en un nuevo Montes.”
En Empalme, los casi 150 ex trabajadores de Metzen que manifestaron su voluntad de sumarse a la CTC y quedaron fuera esperan que el equilibrio se alcance pronto. Hay planes para ir incorporándolos progresivamente, con base en el mismo criterio que se adoptó en julio, cuando se debió definir quiénes empezaban a trabajar: “por capacidad, apuntando al recambio (tenemos una mano de obra envejecida, de una media cercana a los 50 años) y priorizando a la gente del pueblo”, dice Luis González. Los sueldos son muy inferiores a los que pagaba la vieja empresa capitalista (van
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Al cerrar la fábrica muchos temieron “una desbandada”, pero eso no sucedió y, lentamente, Empalme recupera el optimismo.
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n día decidí volver al lugar de los Txt y Foto: recuerdos, aquel donde mis Andrés Boero Madrid antepasados respiraron y con sus manos trabajaron el paisaje. El Río Negro narra sus memorias, las encauza en un fluir profundo, las disuelve y nuevamente salen a flote. Vuelvo al origen y me pregunto: ¿cómo es vivir en este lugar? Abro las ventanas de mi casa y dejo que el sol entre de par en par. Escucho un paisaje que me es familiar, los pájaros; nuevamente estoy rodeado de todo lo que me inspira. Un camino de tierra dibuja mi destino, lo ando mientras la tarde cae y, distraído, llego al monte. Amanece. Dispuesto y con miedo me pongo las botas, que seguro me protegerán de alguna yarará. Allá voy, recorro el misterio, lo vivo, lo respiro, lo observo. Traigo conmigo todas mis debilidades y espero que el monte me haga fuerte. Camino la costa sacando algunas fotos, intento captar algún color, sin muchas pretensiones. En la arena, un señor mirando el río. Los perros me escuchan y pienso que ya no tengo escapatoria. Estático, evidentemente interrumpo al hombre, que enseguida se levanta a calmar a los perros. Ayala no tiene edad, hombre curtido de sol con brazo de monte. Hace más de treinta años que vive sumergido en la profundidad de lo nativo. Un apretón de manos me conecta con mis ancestros. Aquí comienza la puja entre mi pasado y lo que quiero ser. ¿Por qué a un hombre que mira el río le tendrían que importar mis intenciones? ¿Quién soy yo para venir a entrometerme? Pero no; me escucha, escucha mis
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memorias contadas, y al parecer le interesan. Incluso recuerda haber escuchado sobre el viejo Calderón (mi bisabuelo). Es entonces que le propongo volver algún día, y con una sonrisa amable, asiente. Las imágenes del encuentro quedan retumbando en mi mente: “brazo de monte”, pienso. Dejo que el lugar disponga de sus tiempos. Las hojas amarillean, el verano se va. Me alejo, hago otras cosas, me distraigo y de pronto me doy cuenta de que estoy evitando el reencuentro. ¿A qué le tengo miedo? “Mañana voy.” Me pongo las botas, agarro mi cámara y salgo temprano. Cruzo de nuevo el camino de tierra, salto el alambrado y me adentro mirando el suelo, no vaya a ser que me encuentre a una yarará. Los árboles se irguen, viejos. A lo lejos, muy lejos, Ayala se confunde con el paisaje. Me detengo y lo miro caminar, va lento con sus perros atrás. Miro por la cámara, pongo todo el teleobjetivo para tratar de acercarme, y por más zoom que ponga, él sigue estando lejos. Dejo pasar unos días y vuelvo. Limpia un banquito de madera y me lo da. De abajo de las cenizas saca dos troncos, unas brasas, y arma el fuego para calentar el agua. Nos sentamos un rato a tomar mate a la puerta del rancho. Parece que ya no soy un extraño para los perros. Pregunto, pregunto, pregunto y pregunto. Soy consciente de mi hambre, me interesa su rutina, qué come, si pesca, si trabaja. Pero no quiero abusar de su amabilidad, así que antes de que caiga la noche me despido. Pienso cuán agotado debo de haber dejado a este hombre, pero, para mi sorpresa, me agradece la visita y me invita a volver mañana, que va a hacer un poco de leña. El frío me hace andar más suelto de cuerpo, sabiendo que por fin las yararás están invernando. Cada noche que llego a casa me doy cuenta de que no necesito tantas luces para vivir. En la oscuridad del cuarto, veo cómo Ayala es uno con el paisaje. Vuelvo al inicio, miro el material y cuánto de nuestros encuentros va quedando registrado en las fotografías. Le dije que iba a volver una mañana temprano, así que me despierto cuando aún es de noche. Todo es helada y cerrazón. Poco a poco, el cielo se va aclarando y la primera luz del día me deja ver por donde camino. Las copas de los árboles comienzan a adquirir un tono naranja. Me detengo. Ínfimo en aquel espacio, soy parte de la helada mañana, mientras el sol derrite algunos de mis miedos.
13 Junio 2014
Parajes insospechados
El embalse marrón del lago de Salto Grande contrasta con la transparencia del agua de El Terrible.
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Txt: s como una olla repleta Juan Manuel Chaves hidroeléctrica de Salto Grande, una hasta el borde que el obra de ingeniería moderna Fotos: hombre comenzó y la construida entre 1974 y 1979, Gerardo Fiorelli naturaleza terminó. Agua encargada de proveer la mayor cristalina que no se vende ni se usa. La parte de la energía eléctrica que consume quietud del lugar no condice con su Uruguay. Una mole que divide al río en dos: nombre: las canteras de El Terrible, en el uno amplio, quieto y marrón oscuro, y el departamento de Salto, se otro el rápido, espumoso, que viborea. La guardan para unos pocos inmensidad de esa estructura y su curiosos. importancia estratégica explican que en la ciudad cítrica sus pobladores utilicen su construcción como mojón en el tiempo: “¿Vos te casaste antes o después de que se hizo la represa?”, o “Yo vivía en pueblo Constitución, antes de la represa”, son frases que aparecen en la conversación entre salteños. Como toda inmensa construcción humana, distrae. El El basalto es una piedra que asusta. Se explorador que busca lugares nuevos y la reconoce por ser de esas que matan el escondidos, vírgenes si fuera posible, espíritu y cortan el envión de aquellos que a pierde su atención inicial cuando llega a la pala limpia buscan abrirse camino luego de zona. La mole que genera energía también unos metros de tierra ligera. Los geólogos asusta. Es necesario detenerse y pensar en dicen que es una roca ígnea volcánica, y el “cómo se hizo”; hurgando un poco se con eso la imaginación se dispara. Enormes llega a las canteras de El Terrible. rocas son el retén para que la ciudad de Nueve quilómetros más al norte, por un Salto no se caiga al río. camino de pedregullo bien aferrado, de Quince quilómetros al norte de la esos que soportan las lluvias sin capital departamental se levanta la represa despeinarse, se ubica la cantera de donde
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se extrajo el basalto utilizado para construir el dique que forma el embalse de Salto Grande. Tres años llevó hacer ese inmenso cráter, luego la naturaleza intervino para generar un curioso caso de acumulación de aguas de manantiales naturales, que debido a la construcción de una ataguía no mezcla sus aguas con el lago de Salto Grande y mantiene así su increíble pureza. La diferencia en la calidad del agua es lo primero que se percibe al llegar al lugar, el embalse marrón del lago contrasta con la transparencia del agua de El Terrible. El origen del nombre no tiene registros claros: se habla de un paso que unía dos caminos de la zona, sobre el arroyo Itapebí. Según explican los memoriosos, en épocas de creciente del arroyo muchas personas que se arriesgaban a cruzar eran
Tres años llevó hacer ese inmenso cráter, el resto fue obra de la naturaleza.
tiempo sin moverse. No hay sombra, y todavía no se ha inventado un mecanismo para clavar una sombrilla en la piedra de basalto. El agua es la única opción, pero no existe orilla. El primer nivel tiene cuatro metros de profundidad, y poco después entre 13 y 15. La transparencia del agua deja ver el fondo rocoso, hasta que la luz se pierde y ya no se ve nada. Los testimonios de los salteños que vivieron en la época de la represa dan cuenta de que los inmensos camiones Terex trabajaban las 24 horas sacando piedras del lugar. Durante la noche la cantera se iluminaba con reflectores. En las noches de verano y con poco viento en la capital salteña, el paisaje sonoro se llenaba de explosiones seguidas por el ruido de los poderosos motores de los camiones en una forzosa marcha en primera. Cada uno podía cargar hasta 35 mil quilos de material. La cantera se tuvo que abandonar luego de que en distintos puntos de las excavaciones –que abarcaban un quilómetro cuadrado y una profundidad de 15 metros– comenzara a emerger agua de varias vertientes. Al principio el agua se bombeaba y se seguía trabajando, pero al final las bombas no dieron abasto y la cantera fue desechada. Tony Brochado trabajó en la construcción de Salto Grande. Hoy es buzo y está radicado en la
arrastradas por la corriente de agua poderosa y traicionera, que en más de una ocasión se llevó autos y carros junto a las vidas humanas. La otra acepción, menos comprobada, habla de que en esa zona vivía un hombre, cuyas acciones lo llevaron a obtener el apodo de “Terrible”, aunque poco más se sabe de ese señor. Luego de un repecho, el sol pega en el espejo de agua y ciega la vista. Hay varios trillos que llevan a la orilla. Hoy hay pasto en las hendiduras de las piedras, y hasta algunos arbustos. El plato de agua que cubre la antigua cantera se ha transformado en un punto de turismo exótico poco conocido por los salteños. Llegar es difícil, y el lugar muy agreste. Pocos árboles y menos Es un lugar infraestructura, aunque en estos perfecto para últimos años algo se ha hecho. En los bucear: el agua es días de enero el lugar es inhóspito, la transparente, la piedra levanta temperaturas tan temperatura es altas que la goma de las chinelas se buena y no hay derrite si uno se queda mucho corrientes.
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Patagonia argentina. Recuerda que en 1984, luego de que dejó de trabajar en la represa, se ganó la vida sacando los caños que habían quedado en la profundidad de la cantera y vendiéndolos como chatarra. Su vínculo con el lugar continuó durante unos años más; junto a un grupo de salteños, frecuentaban la zona y realizaron cultivos de peces (que hoy proliferan), fauna y flora. La pureza y transparencia del agua hacen que el lugar sea perfecto para bucear. Quienes lo utilizan son en su mayoría empresas argentinas que durante varios fines de semana llevan grandes comitivas a familiarizarse con este deporte. El lugar es ideal para principiantes, el agua es transparente, la temperatura es buena y no hay corrientes. Hace unos años uno de estos grupos hundió un ómnibus, para hacer ejercicios en lo profundo. Hoy una boya marca la ubicación del vehículo sumergido. El sitio también es utilizado por el Ejército uruguayo para realizar maniobras de entrenamiento. Como toda belleza natural, el lugar hoy corre peligro. La presión que hace el lago sobre la ataguía que lo separa de la cantera, luego de una serie de crecientes ha hecho que se filtre agua de un lado a otro. Por el momento no se trabaja en ninguna solución, ya que la cantera no tiene dueño. La Comisión Técnica Mixta de Salto Grande asegura que la responsabilidad es de la Intendencia, y ésta sostiene que recibió el predio en comodato por parte del Estado pero ahora está vencido y por lo tanto tampoco es responsable. El tesoro de agua clara está solo. Visitado por muy pocos que se arriman a su orilla y miran hasta donde los ojos lo permiten. Así de quieto espera pasar mucho tiempo más, sin que nadie lo toque.
>> Alba Silveira y la última pena de muerte en Uruguay
Querencias Siempre quiso saber qué había al otro lado de los cerros. A los 16 años se casó con el dueño de un circo y partió a conocer el mundo. Trabajó como peona rural a la par de los hombres. Luchó para que se reabriera la escuela de La Coronilla cerrada por la reforma. Siempre tuvo un propósito: que el casco de estancia de su bisabuelo, en donde se ejecutó la última pena de muerte legal en Uruguay, fuera declarado de interés histórico y recordatorio de los derechos humanos.
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16 Junio 2014
Ella es bastante más que la almacenera local. Es una caudilla civil. Una mujer fuerte.
Txt: Néstor Curbelo Varela Fotos: Mauricio Kühne
Alba Silveira mira a través de la puerta abierta que enmarca el paso nervioso de unas gallinas custodiadas de cerca por un gallo altanero, un tramo de la ruta 39 y el fondo de las serranías de Aiguá. ―Yo siempre quise saber qué había detrás de aquellos cerros. Siempre fui curiosa, inquieta –dice, y levanta leve la mirada hacia el horizonte escabroso. A los 16 años se casó para poder huir de La Coronilla y cumplir con su sueño de aprender un mundo que sabía más ancho. ―Para una mujer, entonces no era fácil. La autoridad paterna era la autoridad paterna. Pero me las arreglé para que los del juzgado, que eran compañeros políticos de mi padre, le presentaran los papeles de autorización para que los firmara. Los firmó, pero su enojo fue tan grande que el día que me casé se fue para San Carlos o Maldonado, no lo sé.
El esposo de Alba era el dueño de un circo-teatro que se había asentado temporariamente en la región. ―Después del casamiento partimos y recorrimos todos los santos pueblos de Treinta y Tres, de Cerro Largo, hasta de Rivera. Yo actuaba, bailaba y cantaba. En aquellos tiempos era muy bonita. Y ese fue el problema. Apenas un mozo me hablaba, mi esposo se las agarraba conmigo. Yo era muy bonita y él era muy celoso. Como no estaba dispuesta a aceptar malos tratos, me fugué y me volví para La Coronilla. Alba tuvo seis hijos en cinco partos. ―Dos son mellizos. También tengo un hijo de crianza –dice, y recuerda que para mantenerlos tuvo que trabajar como un hombre. ―He hecho de todo en mi vida. A veces ni lo cuento porque a los muchachos de ahora se les ha de hacer difícil de creer. Trabajé como peón rural con el ganado; en las cosechas, en partidas en las que era la única mujer. El patrón, por las dudas de que hubiera algún desubicado, les advertía: “A Alba me la tratan con respeto. Trabaja a la par de un hombre y merece el respeto. Aquí nadie le regala el sueldo”. Actualmente es propietaria de un almacén allí, en el paraje La Coronilla, departamento de Maldonado. Piso de hormigón, estanterías que desbordan austeridad de campaña; provisión de viajantes, camioneros y peones rurales; tabaco, cerveza fría, vino tinto y un reloj de pared moroso, acompasado a una región sin tevé cable ni zapping, en donde el arte de prosear tiene la urgencia de ese gato que ahora se despereza al sol y al borde de la ruta. Ella es bastante más que la almacenera local. Es una caudilla civil. Una mujer fuerte. A su voluntad se debe que la escuela local se reabriera luego de permanecer largo tiempo cerrada, cuando la reforma educativa y el achique de los costos del Estado así lo impusieron. La misma voluntad que en ese entonces la llevó a dar refugio y leche caliente a los niños que esperaban ateridos el ómnibus que los trasladara a la escuela de Las Cañas. Alba Silveira nació y creció en una tenaz casa de piedra, la casa familiar erigida contra los vientos, en una cima desde donde la vista abarca el paisaje abrupto, de tierras duras, pedregosas, un capricho que tan pronto se abate en un valle fértil surcado por cañadas de aguas transparentes, como, de golpe, repecha en un cerro coronado por centinelas de granito. A unos cincuenta metros de la casa, cerro abajo, hay un inmemorial corral de piedra que las inclemencias, los animales, unos coronillas y el descuido han ido menguando. ―Desde el corral se veía “la pena de muerte”, yo nací y crecí junto a “la pena de muerte” –sentencia. “La pena de muerte” es como los vecinos le llaman a la tapera que fuera el casco de estancia de Adolfo Silveira, bisabuelo de Alba, asesinado en 1901 junto a su esposa, dos peones y un niño de 10 años. Y es “la pena de muerte” porque esas paredes de piedra casi ocultas por la maleza también fueron testigos de la ejecución de Manuel Páez y Aureliano González, fusilados en el sitio por disposición de la justicia. “1902. Último fusilamiento civil.” Caracteres rotundos y escolares en pintura blanca, avisa un tablón arqueado, suspendido de un alambre entre dos postes que también sirven de entrada a un potrero, al otro lado del alambrado de ley que separa del camino. Ninguna otra mención. Junto a la tranquera hay un cartel deslavado que advierte: “Propiedad privada. No pasar”, y añade lo que parece un 099 algo. Cuanto más necesaria es la foto, el teléfono del encargado más ininteligible se torna. ¿A quién puede hacer mal una fotografía de “la pena de muerte”?
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Cuando el alambre de la tranquera ya cede, una voz bien plantada surge desde una isla de árboles. Luego asoma el hombre, boina sobre los ojos, armado de tabaco en la boca. El encargado. ―¿A dónde van? No se puede pasar –dice sin alarma. No hay argumento en el mundo que conmueva o haga cambiar de parecer a un encargado de campo. La tozudez mansa es parte del perfil del cargo. Que son órdenes de la patrona. Que ya le han hecho cualquier desastre. Le han carneado corderos. Además se acaba de sembrar. Que lo lamenta. Que entiende, pero que no se puede pasar. Aunque tal vez más tarde, con la ayuda de Alba… Tres hombres y dos muchachos han hecho un alto en las tareas rurales. Descienden de una camioneta cuatro por cuatro y uno a uno van estirando saludos de manos blandas, presentándose con el apellido. Tienen sed, piden cerveza; el almacén torna en boliche. Se prosea sobre jineteadas. Alba señala a uno de ellos, robusto, de unos 40 años, como un jinete diestro. Lo recuerda de muchacho joven. Era uno de los que se refugiaban en el almacén a la espera del ómnibus que lo conduciría a la escuela. El hombre dice que ya no jinetea. Tuvo una rodada fea y su columna vertebral ya no es la que era. Recuerdan que él fue uno de los que participó en las jineteadas, pencas y bailes de campaña con los que se fue recolectando el dinero para las mejoras del local en el que se reabrió la escuela. A la salida de uno de esos “beneficios” –recuerdan ahora– un policía de La Coronilla le “hizo dedo” a la cachila de un vecino que se dirigía hacia Aiguá. Para su sorpresa, en lugar de disminuir la velocidad, el vehículo aceleró, describió una curva, cruzó la carretera, derribó una portera y terminó entre las chircas, dando varias vueltas sobre sí mismo. Cuentan que el policía corrió como un poseso en auxilio del accidentado, pero cuando llegó a la cachila vio que no había nadie a bordo. Por fuerza, el conductor tenía que haber salido despedido. Comenzó a buscarlo entre las chircas… Vuelven a romper en carcajadas al evocar al propietario de la cachila por la bajada de la ruta, damajuana de vino debajo del brazo, preguntando si alguien había visto en dónde había dejado su coche. ―Animal, lo había dejado sin el freno de mano –dice uno. ―¡Y qué enojado quedó ese milico! –apunta otro. Cuando los hombres se van, Alba desaparece tras la heladera y retorna con un álbum entre sus manos. Allí reúne documentos, fotografías, recortes de prensa amarillentos. Es una obsesiva historiadora familiar. Cuenta que de niña, siempre próximo a los fines de años, su padre reunía a todos sus hermanos y les relataba la historia del horrible crimen de Adolfo Silveira. ―No sé por qué, pero siempre me interesó aquello que había sucedido. A mis hermanos no tanto, pero a mí siempre me movió a curiosidad, era algo que yo quería que se mantuviera en la memoria, que se conociera. El bisabuelo de Alba llegó desde Brasil y compró un enorme territorio que se extendía desde Lavalleja hasta el arroyo Alférez, en Maldonado. Adolfo Silveira era un hombre trabajador y ahorrativo que con esfuerzo había conquistado una enorme fortuna. ―Ahora se habla mucho de inseguridad, pero
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¿cuándo no fue inseguro? Por algo, si usted mira las casas de las sierras, las taperas viejas, va a ver que eran todas de piedra y ventanas chicas y enrejadas, para defenderse. Alba cuenta que hay quienes dicen que su bisabuelo era mezquino, muy aferrado al dinero, pero que ella cree que no es así. Y dice contar con pruebas: en su familia siempre se mantuvo una narración según la cual Adolfo Silveira pagó el traslado al cementerio de San Carlos de “tres negritas” asesinadas por una partida en uno de los alzamientos finales del siglo XIX. ―Y ha de ser cierto, porque yo misma limpiando matorrales en los fondos de la escuela vieja me encontré con los restos de tres cruces de fierro. Él quiso que recibieran cristiana sepultura. Alba cuenta también que en tiempos de su bisabuelo era corriente esconder el dinero en el campo, bajo un ombú, entre las piedras, muchas veces lejos de “las casas”, y que su muerte violenta se debió a la traición de un hombre en el que había depositado su confianza: Manuel Páez.
Alba cuenta que en tiempos de su bisabuelo era corriente esconder el dinero en el campo, bajo un ombú, entre las piedras, muchas veces lejos de “las casas”, y que su muerte violenta se debió a la traición de un hombre en el que había depositado su confianza: Manuel Páez.
“Este individuo [Aurelio González], según comprobamos, era un año menor que Páez, o sea que tendría 27 años. Este cómplice, como veremos más adelante, quizá fuera más ‘hombre’ que Páez, aunque no menos sanguinario. Su padre, Marcelo González, era uno de esos caudillejos de ‘horca y cuchillo’, con fama igualmente de asesino. Hemos leído que este individuo, aprovechando las contingencias revolucionarias, reunía malevos en sus pagos rochenses, para entregarse al robo y al pillaje. No pareció sin embargo desmerecer su fama de arrojado y valiente en los campos de batalla, durante las contiendas armadas de las guerras civiles. Y, ya veremos más adelante, cómo perdida la esperanza de conmutación de la pena capital para los reos asesinos, se confiaba, por último, en la intervención violenta de este personaje para obtener la liberación.” Páez, el cabecilla, y Aurelio González, su asociado, son seguidos por Isaías, hermano de Aurelio, que monta en un pangaré, y por Juan Carlos Cabrera, que cabalga un cebruno. Estos dos últimos ignoraban cuál era la finalidad de aquella cabalgata. “[Cabrera], hombre de solar conocido, de unos 40 años de edad, casado, padre de varios hijos, y sin malos antecedentes, al parecer. Se dedicaba a la producción pecuaria. Tenido por hombre de trabajo y de vida pacífica, era sin embargo un individuo de temperamento voluble, débil y manejable, lo que el vulgo suele llamar ‘un pobre desgraciado’. En cuanto a Isaías González, hermano de Aurelio, era un joven de unos 20 años, casado desde hacía un mes.” El relato de Alba, recibido de la tradición oral familiar, coincide con el de los historiadores y las crónicas del diario El Día.
Manuel Páez había tenido trato comercial con Adolfo Silveira y se había ganado su confianza. Páez también se desempeñaba como contrabandista y traía yerba y tabaco desde Brasil. Silveira muchas veces le había adelantado dinero para aquellas operaciones. De un modo u otro, Páez estaba en conocimiento de que Silveira acababa de vender 500 novillos a un águila de oro por cabeza. Una fortuna a la que estaba dispuesto a ampararse aunque ello significara sentenciar a muerte a Silveira y a cuanto testigo se interpusiese. La El 5 de mayo de 1901, antes del amanecer, cuatro jinetes parten suerte del bisabuelo de Alba ya estaba echada en la madrugada del 5 del caserío de Castillos. Al frente cabalga Manuel Páez en un de mayo de 1901. picazo. Es un hombre corpulento, matón y asesino, diestro con El 6 de mayo los cuatro jinetes lo pasaron en viaje a través de la el facón, implacable con el Mauser, mano de obra desocupada sierra, haciendo un alto para descansar las cabalgaduras y dormitar de las degollinas de las últimas montoneras del de ojo abierto. El 7 de mayo se emboscaron en una isla de En la puerta de su casa siglo XIX. Sobre sus espaldas carga con las árboles próxima al casco de la estancia de Silveira. almacén, con sus hijos y muertes de un sargento de la policía de Rocha y Aurelio González, el primero en quebrarse en los de un soldado que, tiempo atrás, habían intentado nietos. interrogatorios policiales al oír el llanto de su hermano detenerlo. “A poco tiempo de hallarse en libertad, según se ha podido saber, volteó del caballo, con una carabina, a seis cuadras de distancia, a un tal Inocencio o Isabelino Sosa, para robarle.” Ese es Manuel Páez, que para entonces ronda los 28 años de edad. De cerca, montado en un moro, lo acompaña su amigo Aurelio González, alto, delgado, trigueño, también ejercitado en el oficio de dar muerte: había servido junto a su padre y su hermano en la revolución de 1897.
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18 Junio 2014
menor, declaró que “cerca de la puesta de sol, él y Páez, por ser conocidos de Silveira, salieron de la isla y llegaron a la casa de éste, donde desensillaron sus caballos y tendieron una carona como señal, para indicar a Cabrera y al otro cómplice que podían acercarse sin temor, ya que el golpe se daría sobre seguro”. ―Silveira se alegró de ver a su amigo, lo convidó a desensillar y a cenar, le pidió a mi bisabuela que pusiera el mantel en la mesa para recibirlo –cuenta Alba–. El mantel perdió a los asesinos, ya va a ver por qué –adelanta. Los documentos judiciales refieren: “[...] que aceptada la invitación, se sentaron a dicha mesa, de modo que Páez quedó al lado de los dos peones del establecimiento, Aurelio González lo hizo al lado del dueño de casa, mientras tanto Cabrera e Isaías González vigilaban por afuera. De pronto Páez infirió una puñalada con su daga de gran tamaño a uno de los peones, repitiendo lo mismo con el otro. Y como don Adolfo Silveira se levantara para agredir, defendiéndose, Aurelio González le dio a su vez una puñalada, falleciendo en el acto las tres personas referidas. Que en tal situación llegaron a la casa Isaías González y Juan Carlos Cabrera, y fue degollado el niño de 10 años de edad Irineo Alonzo”. ―Como decía, el mantel los perdió. Sólo se ponía mantel en las ocasiones que Manuel Páez visitaba la estancia. Tal el distingo con que se le trataba –afirma Alba. También recuerda que la suerte de su bisabuela fue aun más terrible que la de Adolfo Silveira. ―Según el relato que se mantuvo en la familia, la cortaron y le dieron puntazos con los facones para que indicara en dónde estaban escondidas las monedas de oro. Pero mi bisabuela no sabía nada. En aquellos tiempos el hombre no daba cuenta a la mujer de donde tenía su dinero. Finalmente, también fue degollada.
habitantes. Probablemente porque se temía que el padre de Aurelio González, caudillo de gauchos alzados, intentara recuperar a los prisioneros por la fuerza, se trasladó al cuarteto a Montevideo. Finalmente, el tribunal determinó que Páez y González enfrentaran un pelotón de fusilamiento en el escenario de sus crímenes, el casco de la estancia de Silveira. Isaías González, hermano de Aurelio, y Juan Carlos Cabrera, fueron sentenciados a 15 años de prisión. ―Los trajeron en barco hasta Punta del Este y después hasta La Coronilla, en carreta, enjaulados –cuenta Alba. Siempre bajo el alerta de que los prisioneros pudieran ser liberados por la fuerza por sus ex compañeros de alzamientos políticos, Páez y González fueron llevados al puerto de Punta del Este en la cañonera General Rivera y
La investigación judicial establece que “entonces Páez y Cabrera, con sus dagas respectivas, hicieron excavaciones en los pisos de la casa para encontrar el dinero, hallando cinco medias águilas americanas y un peso y dieciséis centésimos que sacaron del bolsillo de don Adolfo Silveira”. ―La tapera la han dado vuelta cien veces en busca del tesoro. Modernamente, han venido hasta con esas máquinas detectoras de metales. Pero que se sepa, nunca han hallado nada –narra. Alba recuerda que en su infancia ella misma fue fascinada por la atracción del tesoro escondido en la sierra. Pero está convencida de que no es buena cosa buscar la fortuna que perteneció a otra persona. Cree firmemente que no se debe usufructuar de otros bienes que no sean los obtenidos con el propio esfuerzo. ―Una vez mi padre me vio desde las casas. Yo andaba rebuscando entre las piedras de los corrales. Ni levantada que me pegó. “Mocita, no ande buscando lo que no es suyo”, me dijo. Los cuerpos del matrimonio Silveira, de los dos peones y del niño fueron encontrados por uno de los hijos del bisabuelo de Alba. Éste dio aviso a la Policía y depositó una sospecha: el asesino debía de ser Páez, puesto que el mantel sólo se utilizaba cuando éste visitaba la estancia. Páez y sus tres cómplices fueron detenidos en Castillos y trasladados a Maldonado. El asunto pasó a las autoridades del departamento, que por entonces no contaba con más de 4 mil
Ajena N3
Entre actividad y actividad Alma encuentra tiempo para el bordado.
19 Junio 2014
los techos, dijo estas palabras: ‘Pueblo estúpido, pueblo bárbaro, ¿no comprendéis que son nuestros hermanos, que tienen madres que en este momento lloran angustiadas por la desgracia de sus hijos?’.”
Cuando el alambre de la tranquera ya cede, una voz bien plantada surge desde una isla de árboles. “¿A dónde van? No se puede pasar.” escoltados hasta el Aiguá por 25 soldados del cuerpo de elite 2º Regimiento de Cazadores. El 29 de setiembre de 1902, a las 11 de la mañana, ocho soldados se acercaron a cuatro metros de González y Páez. Los prisioneros ya habían desayunado asado, bebido caña y comulgado profusamente. El sable del oficial se alzó en el aire. Los soldados apuntaron. González, el sombrero requintado, tuvo tiempo para decir: ―Apunten bien, no vayan a errar, muchachos. Cuando el sable se abatió, las armas atronaron el patio de la casa de los Silveira. Otros dos soldados se aproximaron y remataron a Páez y a González con sendos tiros de Remington.
“Yo estoy contra la pena de muerte. Pienso que no se puede hacer pagar un crimen con otro crimen. Matar siempre es un crimen.” La ejecución había reunido a una multitud endomingada. Caminando o de a caballo, la gente había ido llegando para presenciar el acto. Cuando los detenidos fueron abatidos, la multitud rompió en alegres vivas que fueron interrumpidos por un sacerdote. “Entonces salió de la habitación donde se había formado la capilla el padre Pons, quien, dirigiéndose a quienes ocupaban
Ajena N3
―Yo estoy contra la pena de muerte –afirma Alba Silveira–. Pienso que no se puede hacer pagar un crimen con otro crimen. Matar siempre es un crimen. De la misma manera que salvó a la escuela local, con idéntica obstinación, Alba desea que el viejo casco de los Silveira sea declarado de interés histórico nacional. ―No es que quiera sólo homenajear a mi bisabuelo, sino que es importante recordar que por última vez, en ese sitio, se le quitó la vida a seres humanos legalmente. Es un tema de derechos humanos –dice–. Esto se trató hace años en la Junta Departamental de Maldonado y se aprobó. Pero se ve que se quedó en algún cajón, por ahí. Los archivos de la Junta Departamental registran una propuesta del edil Luis Huelmo, en la sesión ordinaria del 4 de abril de 2003, que lleva por título: “Última condena con pena de muerte ocurrida en nuestro departamento, declaración de interés histórico del lugar en que acaeciera, según ley nº 14.040”. El edil fundamenta su propuesta y dice que “para lograrlo, como es un lugar privado, debemos coincidir con el señor Eleuterio Moreno, actual propietario del campo, y proponer, de acuerdo a la ley nº 14.040, reglamentada por el decreto nº 536 del año 1972, que se declare de interés histórico, a los efectos de concederle las exoneraciones legales previstas y poder utilizar este preciado espacio como de interés turístico departamental”, y solicita que sus “palabras pasen a la Comisión de Turismo de esta Junta, a la Dirección de Turismo de la Intendencia, a la Comisión del Patrimonio Histórico, Artístico y Cultural de la Nación y a la señora Alba Silveira, familiar del señor Adolfo Silveira, que vive en ruta 39, quilómetro 68”.
20 Junio 2014
La propuesta fue aprobada por 17 votos afirmativos en 19. ―Pero nunca pasó nada. Nunca se logró. Se ve que en alguna parte la cosa se trancó. Y es una pena. Ni siquiera hay un cartel en la ruta que indique lo que aquí pasó, no porque pasara aquí sino porque fue la última vez que se ejecutó a personas legalmente –insiste Alba. Un parroquiano entra al almacén, pide una caña. Alba vuelve a su tarea.
La casa familiar hecha de piedra hoy está abandonada, pero los recuerdos perduran.
Nota: Los trozos entrecomillados fueron extraídos de La pena de muerte en el Uruguay. El fusilamiento de Páez y González, del profesor E Artigas Orce Pereira. Intendencia Municipal de Maldonado, edición a cargo del profesor Gabriel di Leone y Gonzalo Fonseca.
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Ajena N3
21 Junio 2014
Txt: Valentina Carrau// Ilustración: Eugenia Assanelli
Futuro Interior
E
n el rincón más angosto de la mística porción de tierra que llamamos Uruguay se encuentra Salto, tierra de ocasos y azahares, de fogones y guitarras, donde las temperaturas son más fuertes que los temperamentos de los habitantes, y las aguas del río, refrescantes y cambiantes, sólo se comparan con los vientos salvajes de las risas salteñas. Desde las paredes resquebrajadas del chalé Las Nubes, con sus arrullos y sus historias, hasta los pilares relucientes del Muelle Negro, con todas sus expectativas y rebosando posibilidades, Salto cuenta una historia a quienes estén dispuestos a escucharla. Un lugar apacible y alejado, al cual la prisa del mundo parece no haber alcanzado, donde las personas aún salen los domingos por la tarde a tomar mate a la costanera mientras los niños juegan al “fúbol” y gritan acalorados con las mejillas enrojecidas por el esfuerzo y la rabia. Lo increíblemente enervante del lugar, no importa si recorres los caminillos escondidos del parque Harriague o te dejas llevar por el encanto de las puestas de sol en la costanera, es que sea casi imposible encontrar quienes contemplen silenciosa y meditativamente el paisaje que lo envuelve, pues suelen dar la espalda a las azaleas, al sol haciendo de oro el agua del río, a las aves que surcan los cielos índigos del anochecer, al atractivo de la vida. Van de espaldas a la vida misma, demasiado concentrados en quién puede o no pasar por ese lugar usando qué y acompañado de quién. Por aquí y allá se encuentra a algún conocido, y mediante sonrisas frías y carentes de cualquier cariño se cumple con el protocolo y se procede al escrutinio de sus ropajes. Es increíble cómo, sin quererlo, uno consigue caer en las redes invisibles de la hipocresía de la que con tanto empeño intenta huir, en la falsa sensación de que cumpliendo con la inclinación de cabeza en señal de reconocimiento, e incluso con esa media sonrisa que no alcanza a los ojos, puede uno ser perdonado de todo pecado cometido y librado de todo juicio. Es ahí donde reside el error, pues el juicio está presente sin importar lo que hagas. Es en general un pasatiempo que muchos se enorgullecen de ejercer, y como parte de una ciudad
Valentina tiene 17 años. Nació en Gainesville, en el estado de Florida, Estados Unidos y desde los 3 meses vive en Salto. Actualmente cursa sexto año de liceo, opción agronomía y “el plan” es continuar luego los estudios en Estados Unidos.
Ajena N3
relativamente pequeña no puedo, aunque desee, desprenderme de esta danza sin fin en la que habilidosamente se desenvuelve la gente, y que lejos de brindarme orgullo me ha concedido más de una noche en vela. Pero hasta cierto punto esto llega a resultar positivo. El juicio constante emitido por la mayoría de la población provoca en algunos la necesidad de comportarse. O, al menos, de controlar su desenfreno en busca de un castigo social menos pesado, lo que ha sacado a más de uno de grandes aprietos. Debido al propio “chimento” uno se ve envuelto en un sentimiento de importancia y pertenencia, de relevancia social y en cierto modo de seguridad, porque nos provee una certeza de vigilia constante, de la idea de que sin importar el contexto o la situación siempre hay alguien observando y dispuesto a dar una mano, con un “hoy por ti mañana por mí” grabado a fuego en la mirada, con el pausado andar propio del Interior, carente del urticante apuro al que se someten los capitalinos y que les resulta casi natural. Aquí la gente no corre como en las grandes ciudades, y el apuro y la emergencia parecen fluir más lentamente. Pero es allí donde reside el conflicto, es lo que atrae y repele: es la tranquilidad del lugar, es lo apacible de la gente lo que llama la atención, lo accesible de las distancias, la decencia de las escuelas, las calles son limpias y las plazas tranquilas, es un lindo lugar para criar niños… Es la falta de iniciativa, de empuje, de entusiasmo, es la felicidad inmaculada que se encuentra en lo ordinario. Y si la ignorancia no es felicidad, es sin duda mucho más sencilla que la carga –a veces dolorosa– del conocimiento; es la propia contracara del condenado chisme. En lugar de estimular el progreso, la mejora, la brillantez, a cualquiera que vuele más alto, que se pruebe mejor, menos conforme, en lugar de facilitarle el camino e incitarlo a superarse, se le atan las manos, se le mira con desprecio y se le intenta sabotear. Son los celos, la envidia y la conformidad los que te empujan hacia adelante, los que te llevan a querer dejar este lugar y transformarlo en nada más que un recuerdo, sólo otra línea en ese libro que se escribe día a día, otro punto rojo en el mapa de tu pasado.
22 Junio 2014