Espacio y sociedad: experimentos con la espacialidad del poder y democracia
Doreen Massey Latinoamérica es, sin duda en este momento, «un laboratorio mundial», ya que allí pueden encontrarse experimentos innovadores, tanto con nuevas formas de democracia participativa y protagónica, como con diferentes formas de articulación entre el Estado representativo, por una parte, y la sociedad civil, por la otra. Es decir, hay intentos, incluso por parte del propio Estado elegido, de proporcionar condiciones propicias para la participación más directa de las personas en la construcción de la sociedad. En este ensayo voy a examinar en profundidad un caso particular con el fin de extraer de él algunos temas más generales y algunas lecciones de las que podemos aprender. Además voy a introducir un segundo tema, que es otra forma en la que, dentro del amplio ámbito de la construcción de lo social, las iniciativas actuales que se están dando en Latinoamérica constituyen también un laboratorio para nuestro tiempo. Este segundo tema tiene que ver con el espacio. Es muy raro que el espacio aparezca con seriedad en los debates sobre lo social. Sin embargo, es importante que reconozcamos que la dimensión de espacialidad juega de hecho un papel importante en el proceso de constitución de la sociedad. Además, en los últimos años Latinoamérica ha visto la creación de nuevas formas de espacio social. Podemos pensar en ALBA1 y sus nuevas formas de relaciones interestatales; o PetroCaribe 2 con sus nuevas formas de distribución igualitaria; o, en relación con esto, los acuerdos de intercambio igualitario (que contrastan de forma considerable con los intercambios en el llamado «libre comercio», que normalmente no son en absoluto igualitarios). Ha habido un ejemplo de este intercambio igualitario entre Caracas y Londres hasta que se suprimió cuando la derecha ganó las elecciones en Londres; se debate el experimento sobre
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plurinacionalidad en Bolivia; también están las crecientes relaciones sursur; y a escala internacional, la insistencia sobre multipolaridad. En todas estas formas, y sería posible citar muchas más, incluso la que se va a tratar en este ensayo, se pueden ver intentos por imaginar y crear lo que podría ser un espacio social más democrático y más igualitario en Latinoamérica. Mi propósito, por lo tanto, es analizar una iniciativa política, la de los consejos comunales de Venezuela, que entrelaza estos dos temas: la articulación de la democracia representativa y participativa, y la cuestión de espacio. Tras este análisis se encuentra el argumento de que la construcción de una nueva sociedad debe suponer y exigir la construcción de una nueva geografía. Primero habría que empezar diciendo algunas palabras sobre la conceptualización del espacio 3. He abordado esto en muchos otros documentos 4 pero por ahora bastarán tres puntos. El primer punto es que el espacio es un producto social. Es el resultado de las relaciones sociales, las prácticas sociales y así sucesivamente, a través de todos los niveles de la sociedad, desde la intimidad del hogar, a través de las interacciones dentro de una ciudad, hasta el nivel de la nación y lo global. En todas estas esferas producimos espacio al vivir nuestras vidas y en la construcción de la sociedad. Pero, como segundo punto, lo contrario también es cierto: que la naturaleza de su espacialidad contribuye a la forma en que se desarrolla una sociedad. Por ejemplo, en el Reino Unido, las fuertes desigualdades que existen entre las regiones agravan las dificultades de la gestión macroeconómica. Y también en el Reino Unido, la concentración geográfica de prácticamente todas las formas de poder hegemónico (económico, político, cultural, el poder de los medios de comunicación…) en una región del país agudiza las desigualdades a nivel nacional, incluso las de la democracia (por ejemplo, qué opiniones se escuchan y qué opiniones no se escuchan). En otro ejemplo, podríamos señalar las dificultades con las que una persona que es pobre, o sin educación, podría encontrarse (tan a menudo se encuentra) al acceder a los espacios institucionales de la sociedad, ya sean aquellos del Estado o hasta en un museo. Aquí el argumento es que esta «dificultad espacial» no solo
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refleja la posición social de esa persona, sino que también la refuerza. Y, como tercer punto, si el espacio es realmente un producto de las relaciones sociales, entonces está también totalmente imbuido de poder social. Con la intención de reflejar esta conceptualización del espacio, hace algunos años propuse el concepto de la geometría del poder. Se trata de un intento de reflejar las dos caras de la moneda: por un lado, el espacio es un producto de las prácticas sociales llenas de poder y, por otro lado, el poder social en sí mismo siempre tiene una forma espacial: una cartografía del poder.
El extenso programa con el que se ha establecido en Venezuela el uso del concepto de geometría del poder tiene como propósito, dentro de un replanteamiento total de la geografía política del país, desarrollar una democracia protagónica a través de la capacitación del poder popular Hugo Chávez anunció en Venezuela en 2007 los cinco motores de la Revolución Bolivariana, su proyecto de socialismo para el siglo XXI. El cuarto de estos cinco motores es que en Venezuela es necesario construir «una nueva geometría del poder: el reordenamiento socialista de la geopolítica de la nación». El extenso programa con el que se estableció este uso del concepto tenía como propósito, dentro de un replanteamiento total de la geografía política del país5, desarrollar una democracia protagónica a través de la capacitación del poder popular o constituyente. Hay un gran debate incluso sobre el significado de estos términos y sus raíces filosóficas, pero en general, el objetivo es desarrollar formas de democracia distintas a la representativa y abordar las cuestiones de la desigualdad de la voz social y política. El programa también tiene como objetivo abordar la geografía de la democracia, ya que las desigualdades heredadas de Venezuela,
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tanto en términos económicos como de voz sociopolítica, se encuentran reflejadas y reforzadas por una fuerte desigualdad espacial. Esto puede verse a nivel regional entre las ciudades de la costa y las grandes zonas del interior, y también en el interior de las ciudades entre las áreas de grandes mansiones con jardines y puertas protegidas y los barrios más pobres que se extienden por las colinas de los alrededores. Por ello, el objetivo del programa es hacer frente a esta desigualdad geográfica y, al mismo tiempo, profundizar en las estructuras de la democracia. Como dice Menéndez, que ha tenido un papel importante en el diseño y aplicación de esta nueva geometría, «vamos a construir la democracia en lo territorial»6. Consejos comunales Hay una infinidad de iniciativas diferentes que contribuyen a la consecución de este objetivo, pero aquí voy a concentrarme en un elemento crucial que ejemplifica muchos aspectos y hace posible el análisis de nuestros dos temas. Se trata del desarrollo de los consejos comunales. Un consejo comunal típico está formado por unas cuatrocientas familias agrupadas, en principio, con el propósito de autogestionar su vecindario. Ya en esta sencilla fórmula podemos ver una nueva imaginación geográfica en el trabajo. En primer lugar, la agrupación de familias se lleva a cabo y es diseñada por las propias familias. La idea es que no se trata de una división política de un territorio nacional de arriba hacia abajo, sino una agregación desde abajo hacia arriba a través de la acción de las propias personas, para formar una nueva geografía política nacional. En segundo lugar, aunque la posibilidad de formar un consejo comunal está abierta a todas las formas que tome (ver a continuación), el número preciso de familias que participe, e incluso si se dedican a la democracia participativa o no a través de este medio, será algo que tendrán que decidir las propias personas. En zonas rurales, en zonas de tradiciones indígenas, el camino tomado puede ser diferente. En otras palabras, en términos de organización política, el propio mapa del país será en principio un producto del poder popular.
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No obstante, para formar un consejo comunal hay un proceso formal con una serie de etapas por el que se debe pasar. Una vez establecido, el papel material más importante de los consejos es la autogestión de sus áreas locales, en ámbitos como vivienda, recogida de residuos, colaboración con cooperativas, etc. Y para poder realizar estas funciones los consejos reciben financiación del Estado (en realidad de los ingresos del petróleo de PDVSA7), y también recursos para formación en muchas funciones diferentes, y nuevas, que deben atenderse: desde la gestión de un presupuesto hasta la organización de una reunión.
Los consejos comunales tratan y representan formas de democracia que complementan a la democracia representativa. […] Es más, se ocupan de la autogestión, con la implicación importante (en términos de poder social y de constitución de la sociedad) de que tienen poder para hacer y no solo para votar Es importante hacer hincapié en que este sistema de consejos comunales no es solo para los pobres, o para los barrios marginales: es una iniciativa abierta a todos. En ese sentido, no es un proyecto de desarrollo local para las zonas desfavorecidas (aunque sin duda en algunos casos se conseguirá eso). Se trata más bien de un elemento en el establecimiento de un nuevo sistema de democracia y una nueva sociedad, un marco para favorecer el desarrollo de nuevos sujetos sociales y democráticos en todo el país. Es un elemento en la construcción de una nueva geometría del poder. Como parte de esto, los consejos comunales tratan y representan formas de democracia que complementan la democracia representativa. Para su funcionamiento es importante la democracia participativa; el auténtico «órgano de gobierno» no es el propio consejo, sino
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las asambleas de ciudadanos que los seleccionan. Por lo tanto, pueden empezar a abrir canales para la expresión directa del poder popular. A nivel local, esta democracia más participativa de un consejo comunal coexistirá con la democracia representativa del Estado local. Además, otro papel más que puede jugar un consejo comunal es el de pedir cuentas al Estado representativo y tener relaciones con este. Por ello pueden desarrollarse relaciones entre las dos formas de democracia. Durante el desarrollo de los consejos comunales, también han acumulado una serie de papeles adicionales, algunas veces de manera bastante informal. Los movimientos sociales pueden llegar a alcanzar a las gentes de los barrios a través de los consejos: un ejemplo son los elementos del Movimiento de Mujeres 8. También los programas nacionales como el Programa de Lectura. Hasta ahora se han establecido más de 30.000 consejos, con mucha diversidad de forma, etapas y niveles de desarrollo, y grados de «éxito». Y continúan desarrollándose, por ejemplo, con programas para su agrupación en comunas, propuestas para la formación de redes, etc. Pero en la sociedad venezolana hay un gran debate sobre el carácter de los consejos comunales, su papel y su futuro. Lo que pretendo hacer ahora es considerar esta iniciativa desde el punto de vista del asunto que se nos ha propuesto en el Seminario en su conjunto: ¿es Latinoamérica un laboratorio mundial? ¿Son los consejos comunales un elemento en este laboratorio? ¿Tienen cosas que enseñarnos a los que estamos fuera de Latinoamérica? Y, sobre todo, ¿qué podemos aprender sobre las relaciones entre el Estado y la democracia popular, sobre la constitución de «lo social» que se supone a través de las formas diferentes de esas relaciones y sobre el papel del espacio en la constitución de la sociedad? Aunque ahora hay bastante experiencia sobre los consejos comunales y una serie de estudios y encuestas están empezando a presentar pruebas concretas, debemos destacar que no se pueden sacar conclusiones definitivas 9. Porque a esta clase de iniciativa política, con unos fines sociales y políticos tan profundos, le va a hacer falta mucho tiempo para desarrollar y producir «resultados». Es un programa que se encuentra aún en fase inicial. No obstante, ya podemos extraer algunos argumentos.
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En primer lugar, se trata de una política que, además de redibujar el mapa geopolítico desde abajo hacia arriba, establece la igualdad formal y simbólica de todos los lugares, sin importar que sean pequeños o grandes, centrales o lejanos. Todos ellos se reconocen en esta estrategia y todos, en principio, tienen la posibilidad de desarrollar su voz política y social. (Al mismo tiempo, existe un compromiso para denominar a cada zona municipal una «ciudad» y hay una retórica que enlaza esta denominación con la cuestión de ciudadanía.) En segundo lugar, sin embargo, esto es mucho más que formal y simbólico; hay resultados muy concretos. En muchos de los barrios más pobres de Caracas lo que es evidente es el sentimiento de tener una voz, de tener por primera vez la posibilidad de participar en la realización de la sociedad. En sí, esto cambia la geografía de la voz social y del poder social. Asimismo, y en tercer lugar, aquí existe la posibilidad de desarrollar formas de poder social popular que no están disponibles en un sistema de democracia puramente representativa. Así, por ejemplo, la geografía del poder cambia: en principio, este es un poder que se desarrolla hacia arriba desde la base política local; y la propia existencia de estructuras participativas como los consejos y las asambleas proporciona un marco para generar relaciones sociales horizontales entre las personas que no surgen de un único sistema representativo. Y, lo que es más, los consejos comunales se ocupan de la autogestión, con la implicación importante (en términos de poder social y de constitución de la sociedad) de que tienen poder para hacer y no solo para votar. Por tanto, este es un poder, y una política, que se construye a través del proceso de alcanzar objetivos prácticos y materiales. Puede ser la administración de recursos o finanzas, la toma de decisiones colectivas, o la negociación con instituciones del Estado; puede ser la organización de reuniones o la propia construcción de nuevas formas de relaciones sociales. Además, estas nuevas formas de poder son colectivas. Este no es el poder individual, y posiblemente individualista, de votar solo. Por lo tanto, los consejos comunales tienen, en todas estas formas, la posibilidad de hacer más complejas y de enriquecer las estructuras de la participación democrática.
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En principio, proporcionan la posibilidad de que cada persona se sitúe en un entramado de relaciones sociales más colectivo y cooperativo, a través del cual puede participar en la construcción de la sociedad. En cuarto lugar, el «mecanismo» para este experimento es el espacio: el lugar local. De nuevo aquí nos encontramos con el tema del papel del espacio en la construcción de (una nueva) sociedad. Porque en el lugar local es en donde se va a crear una nueva forma de colectividad. Al pensar en ello he extraído pruebas de iniciativas relacionadas anteriores 10 que señalan algunas posibilidades muy interesantes. Por ejemplo, hay pruebas de que esta nueva colectividad, a través del propio hecho de su base local, puede empezar a dar a las personas locales una nueva confianza. Además, a su vez esta confianza puede tener mayores implicaciones espaciales; en particular puede dar confianza a las personas que habitan en los barrios más pobres para salir de sus vecindarios locales y participar en los espacios públicos e institucionales de toda la ciudad. En otras palabras, hay (o, más bien, puede haber) un movimiento doble: desde la casa particular y dentro del espacio local (del espacio doméstico al vecindario, colectivo, espacio, por ejemplo), y desde el lugar local a la ciudad (de este espacio local colectivo hacia espacios más públicos e institucionales). Es decir, hay un desarrollo de las dimensiones y la naturaleza de los espacios en los que las personas se sienten capaces de participar, y efectivamente un desarrollo más de esos espacios en sí mismos. Por tanto, aquí podemos ver la constitución mutua de espacio y sociedad, y también de identidad personal, por un lado, y «un público», por el otro. En este momento debería decir que no soy de ningún modo «localista». Tengo muchas reservas políticas sobre la constitución de la identidad, individual o colectiva, sobre la base del lugar y sobre todo la lealtad al lugar. No obstante, parece que aquí hay una posibilidad muy interesante. Esto nos lleva al menos a empezar a cuestionar a esos teóricos políticos, como por ejemplo Hardt y Negri 11, que rechazan la posibilidad de basar la lucha política progresista en torno a la noción de lugar y cualquier proceso de formación de identidad en relación con el lugar. Más tarde volveremos a este punto, pero ya puede verse de este ejemplo,
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y ciertamente de otros ejemplos en otros lugares de Latinoamérica, que esta postura es, cuando menos, demasiado fuerte en su negatividad. Hasta aquí, por tanto, podemos ver que esta iniciativa de consejos comunales es un ejemplo de la constitución de una nueva articulación entre el Estado y la sociedad de la base política local. Además, es evidente que en Venezuela contribuye a la construcción de una nueva geometría del poder, una que es más profusamente democrática y más igualitaria. Al mismo tiempo, es importante reconocer que esto es un experimento y que para que tenga éxito implicará un enorme cambio en la cultura política. Por esta razón, también necesita un largo proceso de «aprendizaje» político. Esto es cierto tanto para el Estado como iniciador del programa como para las personas que vienen a participar en él: dado que a estas últimas se les insta a inventar una nueva identidad, a cambiar la forma en la que ellos se reconocen como miembros de la sociedad. También es cierto que los que no somos de Latinoamérica, podemos aprender igualmente, y que mediante este experimento se nos puede suscitar un nuevo pensamiento. Dificultades y tensiones Sin embargo, además de registrar estos éxitos, los consejos comunales también se enfrentan a dificultades y tensiones. No son necesariamente negativas, pero hacen que surjan cuestiones de las que podemos extraer más temas generales. En primer lugar, está la pregunta inevitable para cualquier sistema de democracia popular: la del nivel de participación. Muchas personas no tendrán tiempo para participar o no les interesará hacerlo. Hay muchas reuniones; las demandas de participación son considerables, y esto puede limitar tanto el número como el tipo de personas que pueden unirse. Las pruebas recientes sobre consejos comunales implican de hecho un nivel bastante respetable de participación e indican un nivel particularmente alto por grupos que no se implicaban en la «política» anteriormente, sobre todo mujeres y personas pobres12. Sin embargo, esta cuestión de la participación señala otros argumentos. Significa que el éxito y el mismo carácter de un consejo comunal
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dependerá, de la gente local, de las personas, de la práctica social. Hay pruebas de una variedad considerable en esta práctica: con algunas asambleas con bastante asistencia y consejos profundamente integrados en el vecindario local, mientras otros muestran un liderazgo más autoritario y exclusivo, con una reducida participación. En otras palabras, los órganos de poder popular pueden sufrir los mismos problemas que el Estado representativo. Y esto a su vez significa que en cualquier proceso de localización del poder, «lo local» establecerá su propia dinámica; que hay algo aquí que, quizás, no puede controlarse centralmente.
Hardt y Negri rechazan las formas de política en las que el lugar es la base de la coidentificación porque dicen que el ‘lugar’ es una de esas viejas certezas de la identificación previamente dada que caracterizaba la modernidad; […] no obstante, precisamente por esa razón puede ser un escenario productivo e importante para el aprendizaje político En segundo lugar, hemos discutido anteriormente que el establecimiento de consejos comunales sobre la base del lugar local puede tener resultados positivos. Pero esta forma espacial también puede producir ambigüedades. Por esto, en la bibliografía oficial sobre consejos comunales hay una suposición constante de la coherencia de los lugares locales. Se supone que hay una similitud y una coidentificación entre las personas del lugar. Es como si hubiera ya una entidad preconstituida: la comunidad local. Esta es una suposición muy frecuente en muchos países del mundo, tanto a la derecha como a la izquierda del espectro político, y señala una
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cierta idealización del «lugar local» y la «gente local». Sin embargo, si adoptamos un entendimiento del espacio en tanto que relacional y lleno de poder, los lugares locales no serán coherentes en este sentido. Serán híbridos. La identidad del lugar, y «la comunidad local», serán el resultado de la negociación y, quizás, del conflicto entre grupos diferentes. Ahora, el caso de los consejos comunales es aquí particular porque el grupo de familias que forma el vecindario y establece la asamblea se ha autoformado y autoelegido. Esto parece indicar un grado de coherencia. Sin embargo, las pruebas también indican que hay discusiones y negociaciones dentro de los consejos. La colectividad se consigue, si se consigue, a través de estos procesos compromiso. Esta observación nos vuelve a llevar a Hardt y Negri. Ellos rechazan las formas de política en las que el lugar es la base de la coidentificación porque dicen que el «lugar» es una de esas viejas certezas de la identificación previamente dada que caracterizaba la modernidad, y estas debemos abandonarlas. Mi respuesta sería que no hay certeza de identificación, incluso en este nivel local, sobre la identidad del lugar ni sobre la existencia o el carácter de una «comunidad local». Por el contrario, estas cosas solo se establecen mediante la negociación, y con frecuencia mediante la pugna política. No hay ninguna «comunidad local» automática. Sin embargo, argumentaría que esto no es un problema, es simplemente un hecho que no se reconoce con frecuencia. Verdaderamente implica que la formación de las comunidades que son la base de los consejos comunales será un proceso largo, difícil y quizás doloroso. No obstante, precisamente porque el lugar local no es una coherencia previamente dada, podría ser un escenario productivo e importante para el aprendizaje político. En tercer lugar, en esta iniciativa hay un aspecto suplementario de la espacialidad del que podemos extraer más lecciones generales. Es una iniciativa que, en términos descriptivos amplios, podría decirse que lleva a la descentralización o localización. Los consejos comunales abordan principalmente asuntos de poder social y participación política. El objetivo es que estos lleguen a ser más activos y se distribuyan de forma más
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igualitaria a través de la población. Sin embargo, se están estableciendo en una situación de grave desigualdad tanto en términos económicos como culturales. Y en cualquier proceso de descentralización en una situación de antecedentes de desigualdad como esta, siempre se da el peligro de que la misma descentralización refuerce la desigualdad. Los que ya son privilegiados podrán reforzar sus ventajas. Esto subraya la importancia que ,en Venezuela, debe unirse a los recursos y la formación que se invierten en el programa para compensar la desigualdad preexistente. En otras palabras, este proceso de «descentralización» del Estado central necesita una inversión importante por parte del propio Estado.
La ‘descentralización’ y la ‘localización’ en sí mismas no tienen un contenido político necesario, pueden ser de derechas o de izquierdas, depende de la articulación de las relaciones sociales llenas de poder que constituyen el espacio llamado ‘local’ Quiero hacer hincapié en este punto para mostrar que la «descentralización» puede significar muchas cosas. En la actualidad hay otro experimento sobre esto en el Reino Unido, pero tiene características políticas totalmente diferentes al proceso de Venezuela. En el Reino Unido, dirigido por una política de derechas, la descentralización (llamada aquí la «Gran Sociedad») está acompañada por la retirada del Estado (central y local) y, lo que es más importante, por recortes severos del gasto público. (De hecho, se trata de un intento de disfrazar una política de austeridad en la que la gente paga por la crisis de los bancos). En el Reino Unido esta política de descentralización agudizará aún más la desigualdad entre los lugares que ya son privilegiados y los que no lo son. En términos más teóricos, lo que es importante aquí es que la «descentralización» y la «localización» en sí mismas no tienen un contenido
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político necesario. Pueden ser de derechas o de izquierdas. Dependerá de la articulación de las relaciones sociales llenas de poder que constituyen el espacio llamado «local». En cuarto lugar, hay un último punto sobre la forma espacial de esta democracia que puede indicarse solo brevemente. En cualquier política cuyo objetivo sea construir poder popular desde la base política local hacia arriba, siempre deberemos preguntarnos cómo se relaciona este compromiso local con la política en niveles geográficos más altos. ¿Cómo se relaciona, por ejemplo, con la política exterior, la política del petróleo, o las relaciones con los Estados Unidos? En otras palabras, ¿cómo evitamos la asociación frecuente, un poco irrespetuosa y de alguna manera condescendiente, entre la «gente local» y la política local? (En realidad, además podríamos preguntarnos por qué se concibe tan a menudo a la «gente» como «local»). Desde luego, en Venezuela hay experimentos para evitar esta trampa espacial: la incorporación de los consejos en comunas podría proporcionar una vía; la explosión del medio de la comunidad podría proporcionar un escenario; y en ALBA hay un compromiso para celebrar reuniones paralelas, junto con las reuniones entre gobiernos, entre los movimientos sociales. Es un punto importante en la espacialidad de la política. En quinto lugar, si como se plantea en este libro, Latinoamérica es un laboratorio para la experimentación de nuevas relaciones entre el Estado y la sociedad civil, también surgen preguntas sobre esa relación que deben ser confrontadas por todos nosotros. El fin de los consejos comunales es permitir el desarrollo de nuevos sujetos sociales. Estos proporcionan un andamiaje para el desarrollo del poder popular. Sin embargo, el programa ha emanado del mismo Estado central. Y hay quien ha discutido que, más que animar a la autonomía popular, son una forma de contener la actividad de la base política local y los movimientos sociales. Este es un debate que hay en Venezuela, y realmente hay una tensión entre estas dos posibilidades. Es una tensión que está destinada a existir en cualquier revolución o cambio social importante, que tiene como fin la rearticulación del Estado y el poder popular, así que es importante analizarlo.
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Los consejos comunales se establecen dentro de una geometría del poder más amplia y esto ayuda a moldear su carácter político y social. Por ejemplo, hay procedimientos «oficiales» para su creación, un consejo tiene que estar registrado y para recibir recursos debe pasar a través de los canales oficiales. Esta geometría del poder más extensa ata a
La experiencia venezolana recuerda al ‘Greater London Council’, una experimento de la izquierda en el gobierno local de Londres. […] Esa tensión entre la autonomía de la base y un Estado elegido que se ve progresista y busca un marco para la expresión del poder popular quizás no tenga solución, pero su despliegue es una dinámica central del proceso político los consejos con el Estado representativo y con el «centro». Por tanto, uno podría preguntarse: ¿qué va a ocurrir con la autonomía de esta nueva voz política? Por otro lado, si los sectores populares van a recibir los recursos para la autogestión, entonces deberán existir estructuras y criterios a través de los cuales esto pueda ocurrir. Además, los consejos no impiden el desarrollo de otros movimientos sociales. Y es verdad que han proporcionado a mucha gente la posibilidad, por primera vez realmente, de participar en la creación de la sociedad en la que viven. Incluso, de forma más significativa, en términos de esta relación entre el Estado representativo y la sociedad civil, el desarrollo de los consejos comunales ha dado por sí mismo lugar a demandas que el propio Estado debe cambiar: que debe responder de forma más activa a las personas, que hay una necesidad de que existan instituciones intermediarias, que el Estado local no actúa con una imagen de sí mismo como siembre el
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único autor de la política local sino que más bien reconoce el posible papel de protagonista de las propias personas. Esta experiencia venezolana me recuerda un experimento de la izquierda en el gobierno local de Londres en el que yo participé. Nosotros nos llamábamos el «Estado capacitador», invocando la idea de que el Estado daba la posibilidad de que otros tomaran el poder para ellos mismos, de que utilizaran sus propios poderes para diversas formas de colaboración con las organizaciones sociales. Hilary Wainwright escribe sobre esos años del Greater London Council (en el que ella también participó) que fue «uno de un gobierno elegido que ejercía su mandato electoral en alianza con aquellos que se beneficiaban de esas metas, y en el procesos fortalecían las capacidades de estos actores de la sociedad civil» 13. Este es un Estado que, de esta manera, «es simultáneamente más radical y más modesto». Lo que es cierto es que en Londres había un proceso continuo de análisis y experimentación, popularidad y criticismo, una tensión continua. Esta tensión existe realmente en el proyecto bolivariano, y probablemente de forma más general en aquellos países latinoamericanos que intentan inventar una sociedad más progresista. La tensión entre una autonomía de la base y los movimientos sociales, por un lado, y por el otro, un Estado elegido que se ve a sí mismo como (que es) progresista y que está intentando proporcionar un marco para la expresión del poder constituyente, popular. Yo argumentaría que esta tensión no es un «problema» del proyecto en un sentido negativo. Más bien es integral al proceso mismo. Es decir, es probable que no exista «solución», pero que el mismo despliegue de esta tensión sea por sí mismo una dinámica central del proceso político. Conclusiones Lo que todos estos temas indican es que este elemento en el intento de construir una nueva geometría del poder conlleva un proceso que llevará muchos años. De hecho, aún más difícil, es un proceso que contiene una serie de temporalidades distintas. El poder del «centro», y de Hugo Chávez en particular, ya existe, sobre todo debido a su enorme
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popularidad. Y el poder del centro y del Estado representativo también puede activarse de forma relativamente rápida, por ejemplo, a través de la aprobación de leyes. En contraste total, el desarrollo serio del poder popular posiblemente llevará muchos años si no generaciones. Exige la evolución de una nueva cultura política y una nueva confianza popular. Y mientras tanto el desequilibrio entre las diferentes formas de poder continuará. Claramente, aquí hay peligros pero lo que es cierto es que en Venezuela hay un intento de inventar algo nuevo. También con mucha frecuencia, este intento de construir una nueva sociedad en Venezuela se encuentra con una de dos reacciones: o la idealización o el rechazo sin más preguntas. Pero lo que ocurre en un laboratorio son experimentos e invenciones y los puntos esenciales sobre estos son, en primer lugar, que implican correr un riesgo y, en segundo lugar, que el resultado se desconoce. Esto es lo que ocurre en Latinoamérica, y específicamente en Venezuela, y mi opinión es que este experimento con nuevas formas de democracia, nuevas relaciones entre el Estado y la sociedad, y nuevas clases de espacio social, nos da tanto esperanza como la posibilidad de aprender.
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Notas 1
Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América / Tratado de Comercio de los Pueblos. Es una alianza estratégica política y económica creada en 2004 por Venezuela y Cuba e integrada en la actualidad también por Bolivia, Nicaragua, Honduras, Mancomunidad de Dominica, Ecuador, San Vicente y las Granadinas y Antigua y Barbuda. Casi todos sus miembros, y entre ellos los principales países, forman parte igualmente de Unasur (Unión de Naciones Sudamericanas), entidad supranacional creada en 2008 que agrupa todas las iniciativas anteriores de integración regional en Latinoamérica [nota del ed.].
2
Es una alianza de cooperación energética establecida por Venezuela con los países del Caribe que integran el ALCA, por la cual dichos países pueden comprar hasta 185.000 barriles de petróleo diarios en condiciones de pago preferencial [nota del ed.].
3
Aquí tratamos sobre el espacio social (humano), aunque en principio puede ampliarse.
4
Massey, D., For Space, London, Sage, 2005; Massey, D., «La filosofía y la política de la espacialidad: algunas consideraciones», en Arfuch, L. (comp.), Pensar este tiempo: espacios, afectos, pertenencias, Buenos Aires, Paidós, 2005.
5
Menéndez, R., entrevista con el geógrafo Ricardo Menéndez, 2007, www.analitica.com/va/ internacionales/opinion/1496647.asp (acceso 23.03.11).
6
Menéndez, R., op. cit., 2007, p. 3.
7
Petróleos de Venezuela, Sociedad Anónima. Es la corporación estatal energética de ese país y una de las principales del mundo. Tiene el monopolio sobre los hidrocarburos, pero puede otorgar, y de hecho otorga, concesiones de explotación a empresas privadas foráneas [nota del ed.].
8
Gabriel, G., «Gender advance in Venezuela: a two-pronged affair», Open Democracy.net, March 13 2009 http://www.opendemocracy.net/article/gender-advance-in-venezuela-atwo-pronged-affair.
9
Hay una amplia bibliografía sobre consejos comunales, de las cuales tres ejemplos son Centro Gumilla, 2008. Estudio de los consejos comunales en Venezuela. http://www.gumilla.org.ve/files/documents/Estudio.pdf; Marcano, L.C. 2009, «From the neo-liberal barrio to the socialist commune», disponible por CENDES-UCV, Caracas y Hawkins, K.A., 2010. «Who mobilizes?» Participatory democracy in Chávez’s Bolivarian revolution», Latin American Politics and Society.
10 Cariola, C. y Lacabana, M., «Globalización y metropolización: tensiones, transiciones y cambios», CENDES-UCV, Venezuela, 2005, Lacabana, M. y Cariola, C. 2005. «Construyendo la participación popular y una nueva cultura del agua en Venezuela», Cuardernos del Cendes, Caracas, núm. 59, pp. 111-133. 11 Hardt, M. y Negri, A. Multitude. London: Penguin Books, 2005. 12 Hawkins, K.A., op. cit. 13 Wainwright, H; próximamente, «Place beyond place and the politics of “empowerment”», Featherstone, D. y Painter, J. (eds.), Spatial politics, Oxford, Wiley-Blackwell.