IV Seminario Atlántico de Pensamiento - Bicentenarios latinoamericanos, en los umbrales de una nueva

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Bicentenarios latinoamericanos, en los umbrales de una nueva sociedad

Enrique V. Iglesias La idea de una Comunidad Iberoamericana se remonta a 1991 y tuvo mucho que ver con tres figuras que se pusieron de acuerdo para instrumentarla: el Rey Juan Carlos I, que fue el gran propulsor de esta iniciativa, Felipe González, en aquella época Presidente del Gobierno de España, y Carlos Salinas de Gortari, entonces Presidente de México. Era un momento muy especial en la vida de América Latina, habían terminado las dictaduras —la chilena concluyó en el año noventa—, había caído el Muro de Berlín, había una sensación realmente de fin de la Historia. La idea fue entonces convocar a los veintidós países de habla española y portuguesa en Iberoamérica para que juntos asumieran un papel más presente y más relevante, recogiendo quinientos años de herencia, y reconocer la labor de la Historia. Así nacieron las Cumbres de Jefes de Estado y de Gobierno de nuestra Comunidad. Ya ha habido veinte, nada menos. Lo sé bien porque asistí a todas. Con distintos sombreros, pero pude estar en todas y, ciertamente, acompañar esto que da en llamarse Iberoamérica como conjunto de naciones, trabajando juntas en varios campos: en lo económico, lo social, lo cultural y también en el campo internacional. Es a partir de esa experiencia que en los últimos cinco años se creó una Secretaría. Hubo una Cumbre, la de Salamanca, en 2005, durante la cual pareció interesante agregar a las Cumbres un pequeño equipo secretarial que ayudara en su organización y, sobre todo, en su trabajo previo, como son las reuniones de ministros (catorce reuniones ministeriales), de empresarios, de la sociedad civil, de los parlamentos o de los gobiernos locales. En estos últimos años estamos celebrando los bicentenarios de las independencias en América Latina. El sentido que le hemos dado a su conmemoración tiene que ver con esta idea de laboratorio mundial.


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Realmente los bicentenarios han sido un punto de encuentro de España con América Latina desde otra perspectiva. El V Centenario del Descubrimiento fue el más complejo. Todos los procesos coloniales tienen muchos activos pero también muchos pasivos. Por eso no es fácil abordarlos. El Bicentenario celebra dos hechos importantes: uno es el inicio del proceso independentista en Brasil y por supuesto en América Latina en general, proceso que empieza allá por el año 1809 en Quito, y otro es la creación de las Juntas Autónomas para resistir la autoridad napoleónica que dominaba en aquella época la España peninsular. La conmemoración de ambos acontecimientos se junta en una perspectiva muy interesante porque las independencias de América Latina, que nacen con la bandera de Fernando VII y evolucionan luego hacia el movimiento independentista, se reencuentran con este otro movimiento en España y generan lo que va a ser en 2012 la gran conmemoración de la Constitución de Cádiz, la constitución liberal de 1812, que abandonó rápidamente el monarca español pero que conservó en América Latina una presencia muy importante. Los bicentenarios tienen un sentido de celebración en los países de América Latina. Y España se ha dispuesto a acompañar estos procesos de independencia para evaluar lo que significó en Iberoamérica, que no es poco: se han constituido todas las repúblicas, las diecinueve de habla portuguesa e hispánica que hay hoy en América y que tuvieron un largo camino. Todo el siglo XIX fue un siglo complejo. Todos los Libertadores tuvieron finales tristes, algunos de ellos asesinados, otros asilados… Creo que la mejor definición la dio Octavio Paz, que un día dijo que en realidad los grandes temas de la Revolución Francesa habían quedado marcados en aquella expresión de «Libertad, Igualdad y Fraternidad». Dijo que todo el siglo XIX fue en realidad para América Latina el siglo de la búsqueda de la Libertad. Fueron los procesos independentistas que parten con las revoluciones de 1810 en los virreinatos de la Nueva España, de Río de la Plata y de Nueva Granada, y que siguen posteriormente hasta 1898 con la independencia de Cuba. En realidad, tenemos casi noventa años de procesos que van adquiriendo distinto ritmo y distintas características. Es el siglo de la Libertad.


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Añade Octavio Paz que el siglo XX fue el siglo de la búsqueda de la igualdad, el siglo de la justicia social. Y en cierta manera, si uno lo mira es así, el pasado ha sido el siglo de las grandes luchas, las grandes guerras, los grandes enfrentamientos en busca de la justicia social, que ha sido el tema dominante a lo largo de todo el siglo XX. Y predijo también el admirado escritor mexicano que el siglo XXI será el siglo de la Fraternidad, que si lo miramos en la óptica de lenguaje más moderno debería ser el siglo de la Solidaridad. En este aspecto Latinoamérica tiene un papel que cumplir. De esa manera los bicentenarios fueron fundamentalmente celebrados con mucha participación popular, a diferencia del V Centenario del Descubrimiento de América. A mí me tocó estar en Buenos Aires con miles de personas en la calle que lo vivían de manera festiva, pacífica y de conmemoración patriótica. En México coincidieron el Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución… Quizás el rasgo más importante de esa concelebración fue la participación popular que se produjo en estos países, acompañada por un gran movimiento de análisis y estudio. Los brasileños hicieron una muy buena evaluación del significado de la llegada a Río de Janeiro de la Corte portuguesa, un fenómeno fundamental, no solamente para Brasil sino para todo el mundo: era la primera vez que una corona rige un imperio desde una colonia, con lo que Brasil encaró el siglo XIX con una solidez institucional que no existe en otros países latinoamericanos . Y es así como para nosotros el Bicentenario fue, primero, recordar el proceso, segregarlo en cada uno de los países, ver lo que se ha hecho y lo que no se ha hecho, las tareas pendientes. Y a partir de ahí, mirar hacia el futuro y ver cómo de alguna manera el proceso implica continuar construyendo nuestras democracias, nuestra región, a partir de las realidades que nos ofrece el mundo moderno. Mi segunda reflexión tiene que ver con los grandes cambios que están ocurriendo hoy en el mundo. Nosotros hemos acompañado los fenómenos de la gran crisis que estalló 2007 y que ha continuado hasta hoy. Es una crisis de una enorme profundidad. Sabemos muy bien cómo se gestó pero


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no cómo vamos a salir de ella. Digo esto porque hay una tendencia a considerarla una crisis más. Yo creo, en cambio, que es una crisis de grandes derivaciones que nos va a llevar mucho más allá del punto de partida. Empezó con un gran movimiento especulativo, de tipo financiero, que dio origen, primero, a la burbuja de los «punto.com», a principios de los años 2000, y luego a la burbuja inmobiliaria. Es un asunto que España conoce muy bien. Todo esto ocurrió porque fracasaron de forma estrepitosa y lamentable las reglamentaciones bancarias. También la supervisión bancaria. Pensemos que durante la década de 1990 había un convencimiento de que el mundo sabía lo que había que hacer. Vivimos durante treinta años con una confianza absoluta en que las soluciones eran conocidas: era el mercado el que debía resolverlo todo, había que dejarlo todo en sus manos y cuanto menos Estado, mejor. Esto nos llevó a un periodo de seguridad, de certidumbre. Luego vino la gran crisis financiera y nos cogió desprevenidos, aunque hubo reacciones importantes y rápidas por parte de los gobiernos para evitar lo que ocurrió en la década de 1930. Los Estados intervinieron con mucho coraje, con mucha fuerza; se paró lo peor y el mundo comenzó a reaccionar. Pero, ¿qué es lo que nos va quedando en claro? Lo primero, que en el mundo de hoy los países emergentes adquieren una importancia creciente. En este momento, el 80% del crecimiento mundial lo aportan los países emergentes. Aunque todavía el 44% del PIB mundial esté en manos de estos países, en 2020 será del 55%. América Latina tiene países como México y, sobre todo, Brasil, como gran potencia emergente. A partir de ahí, nada de lo que se haga en materia económica se puede hacer sin contar con su participación, porque tienen en el fondo un poder muy importante en el conjunto de la economía mundial. Hay algunos países a los que les va muy bien, como a los emergentes; hay otros a los que les va bien, como a Alemania, los países nórdicos, Canadá y Australia; y luego están a los que no les va bien, o les va menos bien, como los que conforman la periferia de la Unión Europea, como Grecia, Irlanda, Portugal y España. Aquí tenemos un riesgo de crecimiento con distintas velocidades y lo difícil ahora es encontrar equilibrios que


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Los brasileños han hecho una muy buena evaluación del significado de la llegada a Río de Janeiro de la Corte portuguesa, un fenómeno fundamental, no solo para Brasil sino para todo el mundo: era la primera vez que una corona regía un imperio desde una colonia, con lo que Brasil encaró el siglo XIX con una solidez institucional que no existe en otros países latinoamericanos nos permitan resolver esas disparidades para poder crecer en una forma más armoniosa entre las distintas fuerzas que existen en el mundo. Esto no se ha logrado todavía: los bancos siguen teniendo problemas difíciles de resolver en muchos países; el crédito no está vigorizando las economías y existe el peor de los problemas que puede tener el mundo capitalista: la desconfianza. Todavía no se ha generado en el mundo la confianza que rigió aquellos veinticinco o treinta años. Pasamos de una era de confianza a una de desconfianza y, sobre todo, de falta de previsibilidad. El mundo de hoy no tiene capacidad de previsión en materia económica. Y esas disparidades alientan enfrentamientos y también momentos difíciles, como puede verse en una Unión Europea, a la que le cuesta encontrar soluciones; esto es grave, porque sin unidad las cosas se resuelven con más dificultad. Junto con ese problema económico aparecen también los cambios políticos. Obsérvese lo que significan hoy las nuevas tecnologías y lo que han incidido en los países árabes. Los nuevos problemas de carácter global que nos preocupan: el clima, la energía atómica... El mundo está confuso y cuando uno mira todo esto en su conjunto tiene que reconocer que estamos en un periodo de transformaciones que se potencian unas a otras en una forma difícil de anticipar.


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¿Qué es lo que sí sabemos? Pues que vamos a salir. Porque el mundo siempre ha salido. Va a haber una nueva economía que no va estar marcada, como ha estado hasta ahora, por la idea de que el mercado lo resuelve todo. El Estado va a tener un papel más relevante, aún en aquellas economías denominadas liberales, y vamos a ver, quizá, una mayor asociación entre Estado y empresa privada. En definitiva, una economía que va a estar menos liberada a la mano «invisible» del mercado, y más con la mano «visible» de un Estado que asegure la justicia, los controles, los equilibrios y que participe en las actividades del sector privado. Es por ahí por donde creo que van a ir las tendencias en materia económica. Vamos a tener una nueva sociedad. Y esa sociedad será fundamentalmente de clases medias. Hoy, en América Latina, el 60% de los hogares son de clase media. Esto es un hecho notable. Y eso está ocurriendo en todo el mundo. Lo que ha pasado en Túnez, en Egipto y en otros países del mundo árabe tiene mucho que ver con las clases medias, sobre todo con las clases medias juveniles. Comenzaron a expresarse y adquirir fuerza en la sociedad. Vamos a entrar en una sociedad que demanda más pero que, al mismo tiempo, estará mucho más presente en la conducción de sus problemas. Y en el campo de las relaciones internacionales se está dando un fenómeno de grandes dimensiones. El mundo está realmente enfrentado al cambio de poder económico más importante en la historia de la humanidad: el poder económico de Occidente va a tener que compartir el poder económico con Oriente. China es ya la segunda potencia mundial y en algún momento va a sobrepasar el producto global de Estados Unidos. Acomodar todos esos valores será básico para el modelo del futuro: una nueva economía, una nueva sociedad y nuevas relaciones económicas internacionales. Entonces, uno se pregunta, ¿dónde queda Iberoamérica en todo esto? ¿Qué somos hoy nosotros? Primero, la dimensión social: representamos en este momento el 9% de la población mundial, 545 millones en América y 55 millones en España y Portugal. La esperanza de vida anda por los 80 años y en América Latina está en 75, esto es, mejoran las condiciones de vida en una región en la que alrededor de un 80% de la gente vive en ciudades. Somos una región joven, mucho más que China. Tenemos


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28 años de media, mientras que China tiene 33. Y en tierras de Europa está llegando a 40 o más de 40. Es un hecho muy importante, un gran activo y un gran desafío. La nuestra es una región donde pasan muchas cosas, algunas relativas al papel de los jóvenes o al papel de las comunidades que han estado postergadas y que adquieren nueva conciencia, como los indígenas. Pero hay una nueva sociedad muy fuerte que está traspasando las fronteras tradicionales para entrar en sociedades mucho más modernas y mucho más demandantes de nuevos servicios sociales.

América Latina ha comprendido que nadie vive a largo plazo con déficits fiscales, que tenía que abrir su economía al resto del mundo y que sus sistemas bancarios tienen que ser sólidos, por eso pasa de puntillas por la crisis y algunos países latinoamericanos ni siquiera tienen recesión ¿Qué somos en lo económico? Representamos el 10% de la economía mundial. China es el 9%. En poco tiempo nos va a superar pero, hoy por hoy, Iberoamérica en su conjunto es más grande que China. Estados Unidos tiene el 24% de la economía mundial. Exportamos 1.000 millones, los americanos 1.600, los chinos 1.300. Sin embargo, tenemos el 25% de las tierras fértiles del mundo, algo así como el 33% de los recursos de agua y más del 40% del agua potable de libre disponibilidad. Es un gran poder en el mundo de hoy disponer de ese volumen de agua. Tenemos el 25% de los recursos de cobre, el 7% de gas, el 13% del petróleo, lo que nos da una dotación de recursos naturales excepcionales frente al resto del mundo. Y en lo cultural celebro lo indicado en la introducción de este libro en relación con el hecho de que los grandes templos culturales internacionales están siendo conquistados por la creación latinoamericana.


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Es verdad. En materia cultural América Latina es una gran potencia. Lo es en la literatura —tenemos reciente otro premio Nobel, Mario Vargas Llosa—, en el arte y no digamos de la música, sobre todo de la música popular, donde realmente América Latina es la creadora de los grandes ritmos del mundo moderno. Si hay algo que nos da identidad y personalidad en el mundo moderno es que somos una potencia cultural. Y eso importa mucho porque detrás de una potencia cultural no solo hay valores espirituales y estéticos: hay también capacidad económica porque la cultura hoy también es economía. América Latina no fue bien en la crisis de 2008. Tuvimos una caída de dos-tres puntos. Pero, pasado 2010, crecemos un 7% de promedio. Gran crecimiento en Brasil, en Argentina, en el Uruguay, en Perú… ¿Qué nos pasó? Porque esta región era la de la inflación, la del FMI, la de las crisis de la deuda. Era la región «aproblemada», el continente enfermo en el mundo económico internacional. Aprendimos las lecciones. Primero, nos ocupamos de los balances fiscales; nos dimos cuenta de que no se puede jugar con la fiscalidad. Nadie vive a largo plazo con los déficits fiscales; segundo, respetamos a los bancos centrales. No se puede jugar con la moneda. Hay que ser serio y, en ese sentido, los bancos centrales adquirieron una independencia; tercero, no podíamos encerrarnos: teníamos que abrir la economía al resto del mundo, y así lo hicimos; y cuarto, tuvimos solidez en los sistemas bancarios. Esos elementos juntos nos permitieron defendernos cuando vino la crisis, de manera tal que América Latina pasa de puntillas por ella y algunos países latinoamericanos ni siquiera tienen recesión. Eso es una lección importante que nos permitió hacer cosas como reducir la deuda pública al 35%, tener países acreedores netos como, entre otros, Brasil y Chile, y acumular casi 600.000 millones de dólares de reservas. Todo esto nos dio unas cosechas con las que nos sentimos muy satisfechos. Crecemos bien, a tasas vigorosas; tenemos bajo endeudamiento, baja inflación y bajo desempleo, que en el fondo es el gran tema de la crisis actual. No en vano la crisis financiera se va a resolver, pero la del empleo no es tan fácil. Los países están más preocupados en


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la recuperación del empleo porque es uno de los factores más perturbadores que tiene cualquier sociedad. En lo político hemos tenido todo tipo de laboratorios, y los seguimos teniendo: caudillismos, autoritarismos militares, dictaduras populistas — de estas aún tenemos— pero en términos generales hoy América Latina es, junto a Europa y Estados Unidos, el continente con mayor democracia del mundo. Tenemos democracias formales, no dejan de ser imperfectas, pero se avanzó bastante en el proceso democrático y también en el de los derechos humanos. Todavía hay problemas, hemos conocido momentos tristes durante los años setenta y ochenta y, por tanto, hay ahora un respeto más grande por los derechos humanos.

El mundo que viene es el de las potencias emergentes. Y esto da a Iberoamérica una oportunidad excepcional. […] España, que fue durante mucho tiempo un gran inversionista en América Latina, ahora tiene que prepararse para ser un gran receptor de su inversión Alguien ha dicho, y yo lo repito porque lo creo, que esta puede ser la década de América Latina. A comienzos de los años ochenta, ocupaba yo entonces la Secretaría Ejecutiva de la CEPAL (Comisión Económica de Naciones Unidas para América Latina), había muchas nubes en el horizonte y vino la crisis mexicana en el 1982. Se consideraba que esa iba a ser una década perdida. Y en cierta manera lo fue, pero los golpes dieron lugar a que aprendiéramos mucho en lo económico, en lo social y en lo político. Perdimos tiempo pero ganamos experiencia para aprender a hacer las cosas mejor. Todo este panorama que tenemos y que parece bastante positivo nos propone nuevos desafíos. El primero, continuar haciendo las cosas


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bien en macroeconomía. No se juega con la macroeconomía. No es ni de derechas ni de izquierdas, es de sentido común, es algo así como administrar bien un hogar con los recursos que se tienen. El segundo es seguir creyendo que la pobreza se puede reducir. En los últimos seis años, la pobreza, que estaba en el 45%, pasó al 35%. Sigue muy alta, pero cuarenta millones de personas salieron de ella. Por lo tanto, hay capacidad para seguir adelante. Se han hecho experiencias muy positivas sobre este tema en México, Brasil, Argentina. Hemos aprendido a administrar la pobreza. El tercero es la desigualdad. Somos la región más desigual del mundo. Algo ha mejorado, es el caso de Brasil, gracias a las transferencias condicionadas de recursos, pero no es suficiente. Tenemos bolsones de exclusión: los indios y los negros. La tercera parte de nuestra población es negra, de origen afro, y un 10% de la población es indígena. Ahí están los peores índices de pobreza. El cuarto es la educación, un tema bastante de moda en la región. Nosotros mismos hicimos que la Cumbre de 2010 en Mar del Plata estuviera dedicada a la educación y puso de acuerdo a la Comunidad Iberoamericana en la necesidad de hacer un esfuerzo colectivo para mejorar su calidad. Y el último desafío es el de la baja productividad porque eso compromete a la innovación, a la tecnología y, sobre todo, a la infraestructura. Bajo este panorama y esta perspectiva hay que afrontar estos desafíos para que esta sea, de verdad, la década de América Latina. Como he dicho, sabemos hacer un poco mejor las cosas de lo que las hicimos siempre. Nos costó muchas décadas perdidas aprendiendo a manejar las economías y siendo prudentes en la administración de la barrera macroeconómica. Ahora hay una mayor capacidad de gestión. El mundo que viene es el de las potencias emergentes. Esto nos da una oportunidad excepcional. No porque crea que se pueda hacer solamente desarrollo con las materias primas pero, como decía Cervantes, «mejor tener que no tener». Y como tenemos una dotación de materias primas muy rica y la gran demanda que nos viene del mundo asiático y del africano, que está aumentando su nivel de vida, creo que eso nos va a dar unas perspectivas espectaculares.


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Mencionaba antes los recursos energéticos, los recursos en metales y sobre todo los recursos en alimentación, cuyas cifras se revelan bastante decisorias. A lo ya señalado —que Latinoamérica tiene el 25% de las tierras fértiles del mundo— cabe añadir que de los alrededor de 41 millones de kilómetros cuadrados en producción agrícola en el mundo, 10 millones están en América Latina. Explotamos 1,4 millones de hectáreas y podríamos explotar 10, es decir, que podríamos pasar de 1,4 a 9 millones de kilómetros cuadrados en explotación agrícola sin cambiar la productividad. Si añadimos a eso la reforma en materia de tecnología, podemos convertirnos en uno de los grandes proveedores de alimentos en el mundo. Lo estamos viendo ya con algunas cifras en las que aparece

Hay dos Américas Latinas, de Panamá hacia arriba y de Panamá hacia abajo. De Panamá hacia arriba América Latina recibe el viento de cola de Estados Unidos, que está atravesando una crisis importante de la que recién ahora empieza a salir; de Panamá hacia abajo el viento de cola viene de Asia, viene de China, que es el gran comprador en Argentina, Brasil, Uruguay y Chile la producción de soja en el mundo (ya representamos el 47%), o el 7% de trigo, el 25% de la carne de vacuno. La región es una gran potencia en esos tres grandes rublos: energéticos, metales y alimentos. ¿Es eso una condición necesaria? Sí. ¿Suficiente? No. Los países petroleros tienen abundancia de ese tipo de recursos y muy pocos han sabido usarlos bien. Así que, con respecto a este tema, sé que por lo menos en el horizonte previsible de esta década parece que el precio de las materias primas se va a mantener y va a haber sensatez para que


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no suban. Si a esto añadimos la demanda cada vez mayor de los países emergentes que quieren los productos que nosotros podemos ofrecer, tenemos en el futuro próximo un horizonte razonablemente tranquilo. Tengamos en cuenta que hay, en cierto sentido, dos Américas Latinas: una de Panamá hacia arriba y otra de Panamá hacia abajo. La de Panamá hacia arriba tiene que ver con que el viento de cola viene de Estados Unidos, y Estados Unidos está atravesando una crisis importante de la que recién ahora empieza a salir. De Panamá hacia abajo el viento de cola viene del Asia, viene de China, que es el gran comprador en Argentina, Brasil, Uruguay y Chile.

Una asignatura pendiente en América Latina es la reforma del Estado; hay que reformarlo para, entre otras cosas, atajar la violencia, que es la lacra más grave de nuestra región, y esto no se puede resolver a nivel de un país, sino a nivel supranacional porque se trata de una violencia muy ligada al narcotráfico Agregaría otro tema interesante, y es que existe ahora un tejido empresarial que antes no existía. Hoy tenemos al menos 60 empresas, las denominadas multilatinas, que tienen más del 50% de la venta de su producción fuera de la región; que invierten en EEUU, Canadá, China y España. España, que fue durante mucho tiempo un gran inversionista en América Latina, ahora tiene que prepararse para ser un gran receptor de su inversión. Una asignatura pendiente en América Latina es la reforma del Estado. Hay que reformarlo para, entre otras cosas, atajar la violencia, que es la lacra más grave de nuestra región. Y esto no se puede resolver a nivel de un país; hay que hacerlo de forma supranacional porque se trata de una violencia muy ligada al narcotráfico. En países como EEUU


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o España este problema es, en última instancia, un asunto individual puesto que se trata de la autodestrucción del individuo, frente al que la educación juega un papel muy decisivo. Pero en nuestros países destruye la sociedad porque corrompe todo: Los gobiernos, las judicaturas, las instituciones de cualquier tipo. Precisamos un nuevo Estado, más consciente de sus responsabilidades, un Estado con «más músculo y menos braza», como decía Raúl Prebisch 1. Finalmente, diría que el último tema relacionado con la década en América Latina es la integración. Fuimos la primera región que se ocupó de este asunto. Estaba en mi país, Uruguay, como joven docente y asistí a las reuniones que Prebisch organizó en 1959, cuando lanzó su iniciativa sobre la integración de América Latina. Aprendimos mucho desde entonces pero, con todo, el comercio intrarregional es aún apenas del 17-18%. Creo que hay que redefinir la integración, hacerla mucho más pragmática, mucho más efectiva, mucho menos condicionada. Si realmente logramos mantener la macroeconomía, si la demanda de materias primas nos ayuda, si somos capaces de incorporar al tejido empresarial y reformar el Estado, llevaremos adelante esta nueva década en América Latina. Y en este contexto creo que España y Portugal tienen una gran oportunidad por estar asociadas históricamente —en lenguas, cultura, tradiciones y valores— a una de las regiones emergentes más importantes del mundo que viene. Cuando en los años noventa el empresario español iba a invertir en América Latina tenía un gran coraje porque hacerlo en aquella época en la región era complicado. Yo iba a Madrid siendo entonces presidente del BID (Banco Interamericano de Desarrollo) y a los empresarios españoles que me preguntaban les decía: «Miren, creo que sí, vayan ustedes que les va a ir bien». Y, ciertamente, hicieron una muy buena inversión. Hoy por hoy las grandes empresas españolas hacen sus balances en América Latina y eso está muy bien para ambas partes. Una cosa es España sin América Latina y otra España con América Latina. Creo que es bueno para Iberoamérica en su conjunto. Y en ese abordaje hacia el futuro están las nuevas oportunidades que ofrece la visión atlántica. ¿Qué podemos hacer juntos en materia


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de educación? Pues hemos lanzado un programa educativo muy importante junto con la OEI (Organización de Estados Iberoamericanos), el programa Metas 2021 por una educación de calidad. ¿Qué podemos hacer en tecnología? ¿Qué en fomento de la innovación? ¿Qué se puede hacer en alianzas empresariales? Las grandes empresas no precisan de instituciones para hacer alianzas, las hacen ellas mismas. Y una de las cosas que queremos hacer en la Secretaría General Iberoamericana, con la colaboración de algunos bancos, es ver cómo podemos alimentar las alianzas entre las medianas y pequeñas empresas iberoamericanas. Prevalece hoy en América Latina un cierto sentimiento de complacencia que es peligroso. No hemos llegado a la Tierra Prometida. Tenemos que pelear mucho en adelante. Hay muchos frentes que abordar, hay temas sociales sin resolver, como el fracaso educativo o la falta de innovación tecnológica. Podemos tener nuestra década, sí, pero nada es gratis en materia económica, social y política, y el peor enemigo es la autocomplacencia. Espero que, conscientes del pasado, sepamos enfrentar con valor el futuro.

Notas 1

Raúl Prebisch, Secretario Ejecutivo de la CEPAL, 1950-1963; Secretario General de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo, 1964-1969 [nota del ed.].


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