I Seminario Atlántico de Pensamiento - Introducción

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INTRODUCCIÓN

Tomando palabras de Hamlet, “time is out of joint” (el tiempo está fuera de quicio). La deslocalización se ha convertido en el curso habitual de una nueva época plenamente desplegada. Y, en este sentido, las nociones de centro y periferia llevan cierto tiempo sujetas a profundas modificaciones. Así sucede, por lo demás, en dimensiones y campos tan distintos como la geografía —la geopolítica—, la economía, la física, el arte, la arquitectura y/o el urbanismo, la historia o bien la filosofía (en particular, la teoría del sujeto). Este fenómeno tiene lugar tanto en el sentido de que mucho de lo que antes era central se ha vuelto, en cierta medida, periférico y viceversa, como en el desdibujamiento del perfil jerárquico de la propia relación de siglos entre el centro (lo central) y la periferia (lo periférico). Habiendo estallado su significación en direcciones múltiples y dispares, centro y periferia se han ido volviendo no tanto significantes vacíos como, más bien, sacos agujereados y al viento, a los que éste último atraviesa sin cesar, desdibujando el contorno, sus propios bordes, fusionando el afuera y el adentro en cada uno de sus capítulos. Es, no sin intención, un paralelismo con la imagen del sujeto dividido, escindido, extraña mezcla de razón y pulsión que Lacan adoptó en su día al producir aquel deslumbrante y polémico giro lingüístico a la obra de Freud. Como es sabido, la conformación del mundo como una tupida e interconectada red es la determinación de partida a la que finalmente nos enfrentamos en estos comienzos del siglo en curso. Se trata de una trama que se define de entrada por un movimiento incesante que ha ido sustituyendo la relación escalonada de los procedimientos, formas y lugares estables y medibles, las repeticiones rituales o imaginables que tanto definen al período moderno, por esta otra estructura de malla imprevisible, voluble, ubicua, enigmática, a la que cabría comenzar a pensar como contrapunto de la satelización y digitalización del planeta. Pero lo sustancial en este punto, lo que debe ser objeto de reflexión en adelante y, de hecho, lo que se puso a debate en el I Seminario Atlántico de Pensamiento celebrado en Mayo de 2005 en Las Palmas de Gran Canaria, son las consecuencias inmensas y concretas del hecho de que, a vueltas de lo anterior, el mundo esté experimentando una aceleración inédita. Es un fenómeno que se constituye en el verdadero signo —en la koiné— de esta época y, por lo tanto, se trata de lo que viene a determinarlo casi todo. De esta era de la aceleración lo que llama


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la atención, no en vano, en primer lugar es que, en virtud de las aplicaciones técnico-científicas, esa megacirculación real y virtual de mercancías, imágenes, sonidos, flujos de capital, percepciones del cuerpo, conflictos sociales o formas artísticas y arquitectónicas sea más determinante en la conformación de éstos últimos —por cuanto es en su fluir donde instauran su completa dimensión— que los puntos de llegada y de partida, que su origen y su destino, instancias que se han vuelto ya sólo relativamente referenciales. Casi cabría hablar de una extraña y sobrevenida socialización del work-in-progress de las vanguardias clásicas, sólo que en un escenario ajeno a aquellas epifanías modernas. No diría nada nuevo para cualquier persona atenta señalando en este punto que en lo fronterizo, en los límites entre dos mundos, dos esferas, en los extrarradios y en las periferias ha encontrado el pensamiento contemporáneo desde la segunda mitad del siglo XX claves más que sustanciales de lo que siempre se estuvo buscando en el centro con más o menos éxito. Pero si entonces se trataba de intentos por abolir la división del sujeto entre verdad y saber, esa herida mortificante que la filosofía moderna no consiguió borrar —no en vano es imborrable— pese a constituir su primera obsesión, el desplazamientos hacia los bordes de las últimas décadas es una forma de entablar por vez primera nuevos tipos de relación con esa herida. No es de extrañar, pues, que tales deslocalizaciones hayan tenido correlatos no menores en otras muchas disciplinas, dándosele carta de naturaleza o nuevo estatuto a terrenos y perspectivas que habitualmente habían quedado fuera de sus propias operaciones. Y con un alcance que, lejos del viejo suceder acumulativo, produce una brecha epistemológica que se ha revestido de componentes inaugurales. Son cuestiones que se tejen y entretejen, no sé sabe bien si causal o casualmente, en la famosa globalización. Y luego han contribuido a arrojar por resultado que, en efecto, el centro ya no sea tan centro ni la periferia tan periferia, y que lo realmente central en este mundo ya no sea un lugar, una perspectiva o una categoría autocentrada sino el señalado y omnipresente fluir de las cosas, la lógica del flujo, lo que da de sí aquello que tiene lugar en los propios recorridos... Tal cosa no significa que nada sea ya estable o fijo, sino que todo, incluso los discursos dominantes y las respuestas a éstos ensayadas, se ha preñado de los avatares de la velocidad. Y no sólo eso. Tanto la aceleración como la dislocación señalada de la lógica centro-periferia han variado inevitablemente no sólo el orden de los contenidos sino también los propios procedimientos de la reflexión en campos y disciplinas, modificando las estrategias del saber. Y, en este sentido, resulta de sumo interés abordar en adelante y con la profundidad necesaria cómo esta nueva forma de perspectiva revoluciona al sujeto y, en consecuencia, transforma a la ciudad.

En el ámbito del urbanismo, por ejemplo, asistimos a un combinado de cambio de forma y de escala de las ciudades que conduce, sobre todo, a la idea de espacios múltiples. Y también a una diversificación de los intereses individuales y colectivos que se traduce en una suerte de individualización del espacio-tiempo: cada cual quiere usarlos estrictamente a su modo. Baste asomarse a los análisis de la “tercera revolución urbana moderna” de François Ascher o a la Era de la Información de Castells, discípulos aventajados de Henri Levefre en la mítica revista “Espaces et Sociétés”, para comprender en toda su dimensión el abanico de consecuencias.


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No en vano, la impugnación que muchos arquitectos y urbanistas (hoy esa frontera es más borrosa) hacen en esta línea de la predeterminación de las funciones antes siempre claras y unívocas no sólo de los grandes espacios públicos sino de espacios residenciales privados, con la idea de administrar la multiplicidad y ubicuidad surgidas con la hibridación de ciudades y estilos de vida, abre un debate de órdago sobre el papel de la arquitectura. Es lugar común, en orden a las relaciones centro-periferia en el espacio urbano, que los viejos cascos históricos e incluso una buena parte los ensanches del siglo XIX —que durante siglos constituyeron el cogollo de la urbe— hayan quedado convertidos casi en parques temáticos con usos preferentemente administrativos y cultural-monumentales, mientras que las ciudades no sólo no han elegido nuevo centro, sino que se han diseminado como una malla en la que convergen un sinfín de centralidades diversas. Caso paradigmático lo constituyen los mega-centros comerciales (los nuevos templos) erigidos en las afueras, en torno a los cuáles se estructuran zonas residenciales de nueva factura y de muy diversos componentes topológicos y de clase, reeditándose así jerarquías socio-económicas en clave territorial. Otros son los famosos waterfronts (frentes marítimos), en lo que hace a los espacios portuarios obsoletos que reformulan su función, cabría decir que recuperando el papel de encuentro de la ciudad y el mar que tenían los viejos muelles antes de la megatecnificación de las actividades portuarias en el último tercio del siglo XX. Y lo hacen reincorporándose a la malla compleja de la ciudad actual, en el caso de la llamada segunda generación de waterfronts, con un cúmulo de actividades fronterizas entre lo marítimo y lo urbano. O bien, en otro sentido, nos hallamos con el papel inaudito que han cobrado algunas afueras, hasta ahora espacios del olvido, inasignables. Un buen caso, en concreto, es una zona del extrarradio de Madrid que hasta hace apenas unos años era un dechado de degradación ambiental. Y, sin embargo, tras la construcción de una planta de reciclaje de residuos, se ha convertido en visita de interés cultural, lo que da la medida de la formidable diseminación espacial de lo urbano. En orden al papel creciente que la arquitectura está adquiriendo en el campo de la creación artística, un turismo específico admira y fotografía su excelente factura. En orden al reto de la sostenibilidad que sus autores han incorporado, a decenas de estudiantes de medias les explican ante esa planta los rumbos que van tomando las relaciones entre naturaleza y artificio en visitas guiadas.

Cabría inequívocamente señalar al capitalismo tardío, que por vez primera unifica al planeta en torno a un solo modelo económico, como causa y principal ejemplo de la deslocalización, de la quiebra de la vieja lógica centro-periferia. Que la velocidad absoluta (la de la luz) se haya convertido en la velocidad de crucero de las transacciones financieras, que suceda en unos tiempos en los que la producción de bienes materiales se haya vuelto una mera variable de los flujos de capital y que, para más teatralidad, esa economía productiva se haya independizado por completo del lugar de origen de las materias primas, hace por completo trizas el espacio de los lugares en la lógica económica. Y por descontado reduce el margen de intervención de la política sobre la economía, habiendo disparado las desigualdades sociales en un escenario global incierto, además, en el que la miseria, la violencia y la degradación ambiental se engarzan como una hidra en un sinfín de lugares del planeta.


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África es hoy un continente destruido pero, sin embargo, las buenas condiciones climatológicas y la estabilidad política de un país como Mali hace, por ejemplo, que la empresa que tiene a su cargo el mantenimiento del sistema informático del Colegio de Notarios de Francia resida en ese país, de igual modo que Ciudad del Cabo (en Sudáfrica) se ha convertido en uno de los principales centros de redistribución internacional de mercancías en las rutas marítimas internacionales. América Latina se ha vuelto una intrincada mezcla de países depauperados con otros emergentes y boyantes, al igual que sucede en el Sudeste Asiático (la incesante exportación de técnicos y servicios informáticos de India o ese inaudito Vietnam occidentalizado dan cuenta de ello). Lo mismo cabe decir del interior de los países de lo que llamamos Occidente, en el que conviven cada vez más bolsas de miseria y marginalidad inauditas con patrimonios familiares incalculables. En el caso más específico de la geografía turística, que se ha convertido en la actualidad en la segunda mayor actividad económica del mundo, es muy clara su disposición geográfica como una enorme malla mundial de segundas centralidades (los destinos vacacionales), una de las cuales es concretamente Canarias, cuya condición periférica (como la de otros muchos lugares tropicales) ya no lo es enteramente, sólo puede ser invocada ahora en términos relativos.

En cuanto a la filosofía, el descentramiento del sujeto viene ya de atrás. Las llamadas filosofías de la sospecha (Marx, Freud o Nietzsche), herederas en cierto modo del Romanticismo, vinieron a establecer límites a unos desbocados presupuestos positivistas por entender que estaban soslayando aspecto sustanciales del sujeto que no eran susceptibles de las formalizaciones cientificistas entonces al uso... ahí se hallaba el primer Marx hablando de la compulsión al trabajo del obrero o del aura de la mercancía, no sólo a cuentas de la plusvalía que encierra sino en orden a los pluses de significación que desencadena. Y para cuando una nueva generación de pensadores intentaba la réplica, el impacto mundial causado por Auschwitz e Hiroshima vinieron a generalizar (y problematizar) la quiebra de la fe ciega en el potencial de la razón y, en consecuencia, de la historia como una senda progresiva hacia la perfectibilidad humana. A partir de ahí la historicidad, y basta sólo centrarse en Heidegger, orientaría dimensiones bien distintas y no menos determinantes ni reveladoras. Con interpretaciones diversas, es patente que el hecho de que la filosofía del siglo XX haya venido dominada por senderos de naturaleza lingüística —el lenguaje como estructura fundante de la realidad, la ausencia de fundamentos sólidos, la inevitable relación referencial del ser parlante con la Naturaleza…— implica que en la periferia de la razón (en los territorios limítrofes) anidan aspectos centrales del sujeto que deben ser puesto en valor para en verdad captar la subjetividad, sin por ello impugnar de base la razón misma en aras de alguna clase de irracionalismo. Ahí está, sin ir más lejos, Eugenio Trías en Barcelona actualmente, con su filosofía del límite. Y antes obviamente se halla todo el posestructuralismo y la hermenéutica filosófica con nombres de entidad como Foucault, Derrida, Deleuze, Gadamer, Ricoeur, Levinas, Slavoj Zizek...

En este contexto va surgiendo, por otro lado, la supremacía mediática del tiempo real, esa suerte de inmediatez en espacio y superficie que se ha puesto en movimiento bajo el nombre de ciberespacio, y que es hoy en día un


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hecho consumado. Que la mayoría de la población del planeta sea sólo, en el mejor de los casos, mera receptora pasiva, no le resta a la hiperrealidad mediática un poder de determinación que, como siempre, reside en el hecho de ser procedimiento al uso de los circuitos de acumulación de capital y sociedades opulentas, aunque cada vez más difusas, en las que se asientan. El formidable y omnipresente entramado comunicacional surgido a raíz de la tecnología digital tiene, además, el grado de visibilidad propio para mostrar de un modo inequívoco el carácter inaugural de esta nueva época, su extrema complejidad, sus juegos de ida y vuelta. El siglo XXI, cabe recalcar, ya aparece en fuerte conexión con esta mezcla inverosímil de velocidad extrema y tiempo detenido, circular, que por lo novedosa, en definitiva, no ha sido aún enteramente explicada y está afectando a todos los órdenes vinculados al individuo, modificando los contornos de la subjetividad. Tal pérdida de orientación, que ha tenido lugar también por esa duplicación de realidad sensible y virtual, está produciendo, como es sabido, claras perturbaciones en la relación con el otro y con el mundo. Como subraya Paul Virilio, tenemos que reconocer aquí un cambio principal que, de igual manera que afecta a la geopolítica y a la geoestrategia, también tiene incidencia directa en la democracia.

Canarias es un lugar al que las dinámicas en las relaciones entre centro y periferia le atañen de manera determinante. Tanto por cuanto, en primer lugar, está obviamente sujeta al curso universal de los acontecimientos. Y, en segundo término, por su específica situación geográfica, siempre del orden de lo fronterizo. La frontera constituye el paradigma del cosmopolitismo, porque es —por ahora— la única versión no abstracta de lo universal. Y el Archipiélago ha sido siempre uno de esos lugares que se han constituido como una intemperie del mundo, un espacio en el que éste se condensa, dejando marcas en cada época pero, a la vez, fagocitándolas e incluso borrándolas, con extraordinaria facilidad en su lógica de circulación y desde su naturaleza cambiante. De modo que, desde su insignificancia geográfica, las Islas se vuelven actualmente una metáfora de toda esta nueva hibridación global. Es más, en cierto modo podría entenderse que en Canarias de siempre se extravió la geografía para volver ésta a alumbrarse en un torbellino desde donde mejor puede el mundo ser pensado a la vez que, justamente por ello, se van pensando también las Islas. El Archipiélago, como se ve, ya había producido por muchas razones ese dispositivo, ese modo de aprehenderse en lo que fluye. Es así que no resulta aventurado suponer que, a poco que se hagan las lecturas precisas, se escuche el relato dispar producido por Canarias y haya quienes actúen con esa instintiva levedad insular para continuar produciéndolo, el estado del mundo que se está abriendo no será un completo enigma para unas Islas que han jugado sus mejores partidas en la apertura (inteligente, medida, filtrable) al afuera, siempre y en cualquier caso, y que tienen sus momentos de declive cuando se pliegan sobre sí mismas. En la medida, además, en que dentro de las aspiraciones inmediatas de las Islas se encuentra profundizar en las relaciones trasatlánticas y actualizar una internacionalización que siempre definió a lo canario con África y América —una vez consumada la plena integración en Europa— resultaba pertinente que este seminario se ocupara de indagar, en su inédita complejidad, la era de la aceleración.


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De otro lado, la constancia del desbordamiento de los límites de los distintos saberes y un cierto consenso básico acerca de que no es posible abordar en su verdadera dimensión lo que hoy en día tiene una cierta entidad más que con un enfoque interdisciplinar tuvo, como no podía ser menos, una excelente traducción en la disposición a participar de todos los ponentes. Y finalmente se convirtió en un hecho consumado contrastar el pensamiento producido en España y en Canarias por teóricos y profesionales de primera fila de ámbitos tan dispares como la filosofía, la arquitectura, el arte, el periodismo y el psicoanálisis en torno a una cuestión, los cambios registrados en las relaciones centro-periferia, que se confirmaron efectivamente en su hondo calado. En esta publicación en forma de libro de las conferencias del I Seminario Atlántico de Pensamiento, extremo que persigue básicamente una mayor divulgación y fijación de un encuentro de especial interés y alto nivel que, sin lugar a dudas, tuvo la dignidad que corresponde a un acto atlántico, se ha querido con todo conservar la frescura del tono propio de las intervenciones orales de entonces, lo cual sucede en la mayoría de las ponencias. Quiero, por último, hacer un reconocimiento expreso a la Vicepresidencia del Gobierno de Canarias, Mar Julios, por haber acogido la organización en su día de este seminario, a la que vez que por su publicación ahora en forma de libro. Mostrar su interés por que el asunto que nos convoca, Centro y periferia en tiempos de aceleración, sea abordado en toda su extensión avanza, hay que decirlo, una voluntad de ir más allá de lo inmediato. Y me aventuro a subrayar también que su impulso a un seminario cuya orientación netamente independiente fue preservada sin la menor dificultad muestra un intento de producir un regreso de la política o, al menos, resulta un modo de asomarse al terreno para ponderar con el rigor debido sus nuevos márgenes de actuación. En las últimas décadas, y con carácter general en todo el mundo, de esto la política se ha evadido, para abrazar una idea puramente gerencial de sí misma. En buena medida esta actitud está en conexión con la globalización. Este espacio mundial de los flujos y el tiempo intemporal de la era digital sobrevuelan y determinan el espacio y el tiempo de los lugares y la historia, que es sobre el que la política verdaderamente siempre mantuvo su capacidad de maniobra. Es por ello por lo que el nuevo estado de cosas surgido a finales del siglo XX la ha descolocado reclamando una reformulación de sus propias condiciones de posibilidad. Naturalmente todo lleva su tiempo. Pero comienza, sin embargo, a haber ya excepciones a esa cierta inhibición de la política a la hora de producir las grandes orientaciones, a ese largo retraimiento surgido tras la caída del Muro de Berlín… Y, en gran medida, de una comprensión profunda de las nuevas relaciones centro-periferia dependerá que el Archipiélago acierte en sus estrategias de futuro, un enfoque que, en realidad, hoy es extensible en casi idéntico grado (y por vez primera) a cualquier punto del planeta.

ANTONIO G. GONZÁLEZ

Director del I Seminario Atlántico de Pensamiento Las Palmas de Gran Canaria. Abril 2006


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