La maraña de lo real
Antonio G. González
Este libro tiene por objeto pensar el sujeto del siglo XXI, abordar su inevitable cóctel de cambio y repetición e indagar en el horizonte del saber, la creación y el poder. La obra es, a su vez, resultado de la tercera edición del Seminario Atlántico de Pensamiento (www.seminarioatlantico.org), celebrado en Las Palmas de Gran Canaria en marzo de 2010, tras la pertinente revisión de las conferencias por los autores. Desde 2005, el seminario ha tenido cuatro ediciones, que han dado lugar a sus correspondientes libros, en los que se han analizado cuestiones sobre las que gravita la época desde una perspectiva transdisciplinar, e incluso posdisciplinar. El presente volumen recoge los ensayos de filósofos como Gianni Vattimo, Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, de urbanistas como Joan Busquets, psicoanalistas como Jorge Alemán, antropólogas como Paula Sibilia y críticos de cine como Javier Tolentino. Se trata de destacados autores europeos y americanos que confieren a esta obra la dignidad intelectual que corresponde a un acto atlántico. El presupuesto de partida es que la primera década del siglo XXI concluyó con el mundo inmerso en la peor crisis de los últimos cien años. Se trata, por lo pronto, del saldo de lo que cabría calificar como la primera fase de la globalización, que se desplegó plenamente con la caída del Muro de Berlín y el fin de la Guerra Fría hace poco más de veinte años. Sin embargo, la dimensión económico-financiera de esta crisis global es, en realidad, el síntoma de algo más profundo, de una auténtica crisis de época. El fenómeno con el que el curso de la actualidad se compara recurrentemente, sobre todo por su alcance, es el crack de 1929, un movimiento tectónico que hizo crujir el periodo de entreguerras. Fueron aquellos tiempos vertiginosos, casi de grado cero, de largos tentáculos y
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Introducción
Antonio G. González
un brutal desenlace que debe ser ahora considerado con renovada atención: el ascenso de los totalitarismos en Europa, sus campos de exterminio, y la Segunda Guerra Mundial, que ya contaba con el precedente de la Gran Guerra, y que dividió largamente al mundo. Sea como fuere, se entrecruzan desde 2008 en un primer plano al menos cinco crisis de distinta naturaleza: la económica, la alimentaria, la energética, la climático-medioambiental y la demográfica. Y lo hacen, por lo demás, en la llamada era informacional, un tiempo refractario a estabilidades, ajeno a rutinas y en el que las significaciones cambian todo el tiempo de sentido. Un segundo plano, sin embargo, inscribe el sustrato material de estas crisis, sus hechos y sus consecuencias, en un contexto social y cultural inédito. Y los confronta, a su vez, con una quiebra total de lo que los sociólogos llaman el programa institucional. Las instituciones —entre ellas, la familia, la escuela, la política, la justicia, el trabajo, el museo, el Estado-nación…— aparecen frágiles, desdibujadas, o líquidas, como dirían ahora, aun en sus nuevas formas. La propia idea de comunidad hace aguas y al final es el propio sujeto el que está en crisis. Se trata de un desenlace inesperado toda vez que el triunfo de la democracia liberal en el mundo después de la Guerra Fría auspiciaba un nuevo domingo de la vida, un tiempo consensual, capaz de disolver los antagonismos. Por el contrario, estas dos largas décadas de globalización han ido acelerando lo que aparece ya como el colofón de la crisis de las representaciones surgida en la segunda mitad del siglo XX. Con todo, no se cesa de intervenir en el mundo tras la era del desencanto. No se cesa de hacer política, no dejan de tener lugar, y cada vez más intensamente, incluso a pesar de la crisis, los intercambios materiales con la organización mundializada de los procesos productivos y de consumo; tampoco deja de producirse dentro de esta disposición de las cosas cada vez más ciencia, técnica, psicoanálisis, arte, cine, filosofía, literatura, música... Pero, a su vez, se está todo el tiempo a la espera de un acontecimiento por venir, mientras que la orden taxativa de gozar dada por la lógica del consumo solo aumenta el sufrimiento y el nihilismo.
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Es como si de algún modo los saberes, los procesos de simbolización, se resintieran, y el mundo se hallase ante uno de esos tiempos particularmente propicios al malestar en la cultura. Sin embargo, allí donde están las crisis se encuentran también sus salidas: esa maraña de lo real a la que cada situación límite remite alberga también su condición de posibilidad como dispositivo de producción de vida.