IV Seminario Atlántico de Pensamiento

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EDICIÓN Seminario Atlántico / La Oficina Ediciones DIRECCIÓN Antonio G. González

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Antonio G. González

La aceleración latinoamericana

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Lo social Chantal Mouffe Doreen Massey Rithée Cevasco Doreen Massey Chantal Mouffe

Nuevas experiencias democráticas en América del Sur

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Espacio y sociedad: experimentos con la espacialidad del poder y democracia

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Debate

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La cultura Jorge Volpi

Sin nostalgia de la utopía: la literatura en América Latina a principios del siglo XXI

Omar-Pascual Castillo El arte iberoamericano actual y la experiencia transatlántica Jorge Volpi Debate Omar-Pascual Castillo Antonio G. González

59 73 87

Las políticas públicas Joan Subirats Sonia Fleury Paulo M. Buss Sonia Fleury Paulo M. Buss Joan Subirats Antonio G. González

Cambio de época y políticas públicas en América Latina y Europa El Estado de bienestar oculto en Brasil La salud en el proceso de integración de América del Sur

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Debate

195

105 137


Lo simbólico Rithée Cevasco Ernesto Laclau Iván de la Nuez Rithée Cevasco Ernesto Laclau Jorge Alemán Olga Correas

Política y sexuación (el factor del goce en el análisis de lo social) América Latina, entre el populismo y el institucionalismo Del laboratorio de la Revolución a la revolución del laboratorio Debate

205 225 239 257

Lo político Enrique V. Iglesias Paulo M. Buss Enrique V. Iglesias Antonio G. González

Bicentenarios latinoamericanos, en los umbrales de una nueva sociedad

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Debate

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Biografías

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La aceleración latinoamericana

Antonio G. González

Este libro es resultado de la cuarta edición del Seminario Atlántico de Pensamiento (www.seminarioatlantico.org), celebrado en Las Palmas de Gran Canaria en marzo de 2011, tras la pertinente actualización de las conferencias para su edición como ensayos por los autores. Desde 2005, dicho seminario ha tenido cuatro ediciones, que han dado lugar a sus correspondientes libros, en las cuales se han analizado cuestiones sobre las que gravita la época desde una perspectiva transdisciplinar, e incluso posdisciplinar. En esta ocasión, el presente volumen indaga en la condición adquirida por Latinoamérica de laboratorio mundial, de espacio en el que están teniendo lugar acontecimientos y procesos inéditos de todo orden y alcance insospechado que llevan, además, algún tiempo captando la atención internacional. En este sentido, el libro es una reflexión sobre las perspectivas que esta nueva significación subcontinental tiene no solo como reconfiguración de una Latinoamérica dispar y dispersa —que como tal apenas rebasaría el orden de lo geográfico—, sino en buena medida como factor determinante del curso de lo occidental. No es esta la primera vez que la dimensión de laboratorio se pone en juego. Latinoamérica la detentó ya en el siglo XIX, como gran ensayo liberal de la época durante y después de la emancipación colonial. Entonces aquel ensayo resultó fallido, y ese fracaso orientó el resto de su historia contemporánea. Ahora, dos siglos después, Latinoamérica aparece en la escena mundial como el lugar de Occidente o, al menos, con un claro semblante occidental, y desde luego atlántico, que alberga a algunos de los nuevos primeros actores de la era multipolar. Y, dentro de lo occidental, se trata a su vez de potencias latinas, con todas sus implicaciones y resonancias. Este fenómeno sucede, además, en un tiempo en el que el eje del mundo se traslada a Asia y al área del Pacífico. Y en ese


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Introducción

Antonio G. González

marco, Latinoamérica aparece igualmente como el único lugar en el que se están ensayando fórmulas variopintas, algunas polémicas, de contención o regulación de un tardocapitalismo que persiste en las exigencias que lo entronizaron a partir de la caída del Muro de Berlín. Para abordarlo se presentan ensayos de economistas y políticos como Enrique V. Iglesias, escritores como Jorge Volpi, filósofos como Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, geógrafas sociales como Doreen Massey, psicoanalistas como Jorge Alemán y Rithée Cevasco, teóricos sociales como Sonia Fleury y Joan Subirats, expertos en salud como Paulo M. Buss y críticos de arte como Iván de la Nuez y Omar-Pascual Castillo. Como los protagonistas de las anteriores ediciones, conforman un espectro significativo de autores europeos y americanos de orientación diversa que confiere a este libro la dignidad intelectual que corresponde a un acto atlántico. Al mismo tiempo, se ha optado porque la publicación respete la estructura del IV Seminario Atlántico, convirtiendo en capítulos lo que fueron paneles (Lo social, La cultura, Las políticas públicas, Lo simbólico y Lo político), de modo que cada uno incluye como ensayos las conferencias adaptadas por los ponentes así como la transcripción del debate con el que concluyó cada panel. Se parte del hecho de que la aceleración latinoamericana es fruto de un sinfín de fenómenos políticos, económicos, sociales, culturales, urbanísticos, migratorios e identitarios extraordinariamente complejos; y de que estos han tomado formas más definidas, con una acentuada pluralidad interna, en la primera década del siglo XXI, un tiempo veloz, inasible, al que esa aceleración latinoamericana se superpone. Destacan, de esta manera, cuatro grandes factores. El primero es un gran crecimiento económico de muchos países, con frecuencia caótico, en un contexto de enormes brechas sociales que dificultan su transformación en desarrollo, así como el proceso de regionalización de nuevas empresas multilatinas. El segundo es la vuelta del protagonismo de la política y de las formas democráticas, en general, así como el ingreso en el terreno de la participación pública y en el campo institucional de grandes masas secularmente excluidas del sistema en algunos países, entre las cuales los indígenas


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revisten incluso carácter simbólico, no sin polémicas ni claroscuros. En tercer lugar figura la recuperación de la soberanía sobre imponentes recursos energéticos y naturales junto a la aplicación de ambiciosos programas sociales y nuevos enfoques redistributivos en las políticas públicas. Por último, se está produciendo una explosión cultural espectacular y mediática (cine, arte, literatura, música...), de alcance quizás superior a la de la segunda mitad del siglo XX en un momento en el que, paradójicamente, se pone en cuestión la idea de una identidad latinoamericana. Ciertamente, el ámbito político constituye la dimensión principal del laboratorio latinoamericano. En este capítulo el espectro es amplio, y va desde la ortodoxia económica liberal al populismo conservador, pasando por los neoindigenismos, los populismos de izquierdas y la vía brasileña. Brasil, por cierto, adquiere especial significación en tanto que constituye la única versión social de las potencias emergentes y, en consecuencia, la única posibilidad de afrontar las dos grandes lacras derivadas de la desigualdad social extrema: la violencia y el narcotráfico. De igual manera, en este libro se atiende con detenimiento a los rumbos del desarrollo económico: el modo en que se cruzan el subdesarrollo clásico con la nueva economía, los antiguos desequilibrios con la lógica de los nuevos actores globales y el papel creciente que con Unasur comienza a jugar el horizonte de una integración latinoamericana efectiva. Por otro lado, se ha considerado imprescindible reflexionar sobre la dimensión específica de las políticas públicas (salud, educación, empleo...), en su condición de expresión máxima de la praxis política; se trata de un ámbito pleno de innovaciones pero cercado cada vez más por peligros y desafíos, y en esa idea se confrontan las opciones de referencia de ambas orillas del Atlántico. El capítulo de la cultura en Latinoamérica cobra la mayor relevancia en este libro, habida cuenta del modo en que se cruzan tres elementos: la puesta en cuestión de la existencia de una cultura latinoamericana, las transformaciones en la relación de los sujetos con la imagen y las palabras en la era digital y el hecho, además, de que los grandes templos culturales globales y las industrias editorial y cinematográfica están


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Introducción

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dirigiendo una importante atención a la creación latinoamericana. Lo cobra también la significación del subcontinente para la geografía social, la sociología, la antropología y la reflexión urbanística sobre las megalópolis. Lo social se aborda desde la constatación de que en Latinoamérica las nuevas formas abiertas de comunidad, que las redes digitales impulsan, adquieren un formidable potencial. Igualmente, las nuevas expresiones de la subjetividad y la migración masiva a Estados Unidos y Europa reflejan con precisión la hibridación y diseminación de la época aplicadas a la sociedad latinoamericana. Sucede algo parecido con el orden simbólico. Esta obra analiza, particularmente en los campos de la filosofía política y la teoría del sujeto, en qué sentido y por qué razón esta nueva particularidad latinoamericana —que se disecciona y se problematiza a fondo—, puede pasar quizás a representar, como quedó dicho, en las próximas décadas la nueva forma de la universalidad que se corresponde en gran medida con el mundo occidental. El orden del lenguaje obviamente atraviesa todo el libro. Sin embargo, parece pertinente señalar en este punto el hecho de que los idiomas español y portugués constituyen —junto con el chino— la posibilidad de dejar atrás el monopolio del inglés como idioma global. Esta posibilidad, que guarda relación directa con el rol que desempeñe Latinoamérica en el mundo, no hace referencia solo a un juego de poder más o menos significativo en el plano político y en el de las industrias culturales, sino también a la dimensión del lenguaje como estructura de pensamiento. Esto abre, en consecuencia, a la pregunta por lo que va a significar para las ciencias humanas, la creación artística y las relaciones internacionales pensar en unas lenguas dotadas de una nueva centralidad en el siglo XXI. Y tal vez este libro no sea ajeno a lo que lo latino aguarda.


Lo social



Nuevas experiencias democráticas en América del Sur

Chantal Mouffe

En este ensayo examinaré una serie de cuestiones que conciernen a las nuevas formas de experiencia democrática en América Latina, poniendo el énfasis sobre lo que esas experiencias nos enseñan respecto a las relaciones posibles entre la sociedad y el Estado. Quiero mostrar como esas experiencias nos procuran elementos importantes para encarar la manera como se puede radicalizar la democracia. Y partiré para ello del debate que existe en la izquierda respecto de la relación entre la sociedad civil y el Estado. En reacción a la concepción tradicional que encontramos en la mayoría de los partidos de centro-izquierda en Europa, según la cual la política se reduciría a la lucha parlamentaria, una tendencia en la izquierda contemporánea afirma que es exclusivamente al nivel de la sociedad civil que se debe desarrollar la lucha por el cambio y que hay que abandonar la política parlamentaria. Los que defienden ese punto de vista presentan al Estado de manera esencialista, como algo monolítico que no puede ser modificado. Consideran que no vale la pena dedicar energías a comprometerse con las instituciones parlamentarias y declaran que es contraproducente para los movimientos sociales gastar sus fuerzas en tratar de democratizar el Estado. Rechazan todas las instituciones que tienen que ver con las formas de la democracia representativa, tanto los partidos como los sindicatos, y privilegian las luchas extraparlamentarias. La estrategia que promueven es una de «éxodo» que, dejando de lado todas las instituciones representativas, se dedica a crear fuera de ellas nuevas relaciones sociales donde las fuerzas de «lo común» puedan desarrollarse a través de la autoorganización de la multitud. En la conferencia que pronuncié durante la tercera edición de este seminario1, critiqué esa perspectiva a nivel teórico, oponiéndole la política


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Chantal Mouffe

hegemónica de guerra de posición que he elaborado con Ernesto Laclau en Hegemonía y estrategia socialista. Hacia una radicalización de la democracia 2. Esta vez quisiera examinar algunas experiencias en países de América del Sur para mostrar cómo ellas proveen un laboratorio muy interesante para abordar ese debate. Voy a argumentar que para entender el papel jugado por los diversos gobiernos de izquierda en los avances democráticos que se han realizado en América Latina es necesario poner el énfasis sobre la manera como han logrado articular varias formas de lucha tanto a nivel parlamentario como extraparlamentario. La tesis que quiero defender es que esas experiencias muestran que es la estrategia de guerra de posición y no la de éxodo la que nos permite entender cómo se lograron los avances democráticos llevados a cabo por los gobiernos progresistas sudamericanos. Lo que esos gobiernos han logrado es establecer una relación diferente entre el Estado y la sociedad civil y proporcionan varios ejemplos de las formas a través de las cuales puede tener lugar una profundización de la democracia. Empezaré con el caso de Argentina, que los defensores del éxodo consideran como uno de los mejores ejemplos de su teoría. Por cierto, las luchas de los piqueteros con su eslogan «que se vayan todos» son con frecuencia presentadas como la prueba del éxito de un movimiento social que rechaza las instituciones parlamentarias. No se puede negar que ese movimiento jugó un papel importante en la caída del gobierno de Duhalde 3, pero después hubo que decidir con qué remplazarlo, y en ese momento los piqueteros se encontraron completamente impotentes. Se llamó a elecciones y, como no querían comprometerse con las formas de representación política, no pudieron tener ninguna influencia en el proceso electoral, que se redujo a una lucha entre partidos tradicionales. Afortunadamente ganó Néstor Kirchner, que resultó ser mucho más progresista de lo que se esperaba y que decidió desarrollar nuevas formas políticas para poner en marcha una serie de reformas importantes. Consciente de la importancia de conectarse con el movimiento social, Kirchner llamó a los piqueteros a colaborar con su gobierno y una parte de ellos aceptó su oferta. También logró el apoyo de una variedad de


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movimientos sociales como la Federación Tierra y Vivienda, el Movimiento Evita, el Frente Transversal, el grupo Barrios de Pie y las Abuelas de la Plaza de Mayo. Así se pudo establecer una sinergia entre Estado y sociedad civil, lucha parlamentaria y extraparlamentaria, y fue eso que permitió impulsar importantes reformas democráticas.

Con los gobiernos de Néstor Kirchner y de Cristina Fernández se puso en práctica en Argentina una guerra de posición de las fuerzas progresistas de la sociedad civil, bajo el liderazgo del Estado, que ponía en juego la radicalización de la democracia y el establecimiento de una nueva hegemonía Creo que se puede calificar la forma de política que con los gobiernos de Néstor Kirchner y de Cristina Fernández se puso en práctica en Argentina como una guerra de posición de las fuerzas progresistas de la sociedad civil bajo el liderazgo del Estado. Esta se llevó a cabo en una multiplicidad de campos con el objetivo de transformar profundamente las relaciones de poder existentes. Claramente lo que estaba en juego era radicalizar la democracia y establecer una nueva hegemonía. Ese proceso se está consolidando a través de la articulación, en torno a la identidad colectiva de «pueblo argentino», de diversas formas de lucha que van estableciendo cadenas de equivalencia entre varias demandas democráticas. Gracias a esa articulación se han creado nuevas identidades ciudadanas que han permitido a muchos sectores populares ganar acceso a un ejercicio efectivo de la ciudadanía. Esta integración de sectores populares en la vida democrática a través de nuevas formas de representación política es un rasgo común de los gobiernos progresistas sudamericanos y representa sin duda una de sus características más interesantes. Lo que quiero subrayar es que, gracias al


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Estado y a través de una variedad de instituciones —algunas ya existentes y otras nuevas— que se está realizando esa integración. Esos gobiernos no se han limitado a ganar elecciones y a administrar el statu quo. Una vez en el poder, con la legitimidad que el proceso democrático les garantiza, se han esforzado en ir más allá de las instituciones parlamentarias para asegurar la participación popular y dar voz a la sociedad civil. En Argentina se pueden señalar, por ejemplo, los siguientes avances democráticos: rescate de la deuda externa sobre la base de su cancelación con el FMI, reestatalización de las empresas privatizadas durante el gobierno de Carlos Menem, reforma del régimen jubilatorio que los gobiernos anteriores habían privatizado, redistribución del ingreso sobre la base de la restauración de las paritarias, renacionalización de las líneas aéreas y de otras empresas de servicios públicos, asignación universal por hijo, defensa de los derechos humanos con los juicios a los represores, matrimonio igualitario. Las circunstancias son muy diferentes en los distintos países y las experiencias democráticas toman formas diversas según los casos específicos. No hay un solo modelo de integración ciudadana que sea válido para todos los países, hay una pluralidad de modelos. Pero, más allá de esa diversidad, lo que todas esas experiencias tienen en común es la demostración de que, contrariamente a los que pretenden que hay que dedicarse exclusivamente a las luchas extraparlamentarias, el Estado puede ser un vehículo importante para llevar a cabo importantes cambios sociales. Todas esas experiencias apuntan a la importancia de articular lucha parlamentaria y lucha extraparlamentaria, partidos y movimiento social, y revelan el error fundamental cometido por los que declaran que la sociedad civil o la multitud debe mantenerse completamente alejada de las instituciones estatales. Examinando el caso de Venezuela, Doreen Massey nos explicará las formas que toma la integración ciudadana a través de los consejos comunales. En el caso de Brasil, se podría hablar de los presupuestos participativos y de las diferentes luchas del Movimiento de los Sin Tierra (MST), en Bolivia y en Ecuador de las luchas indígenas. Claro que ese


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proceso de articulación no tiene lugar de manera tranquila y pareja. Encuentra obstáculos y no se desarrolla sin conflictos. Basta mencionar las relaciones difíciles entre el gobierno de Lula y el MST. Pero a pesar de haber criticado severamente la política agrícola de Lula por su apoyo al agronegocio, con su producción de soja y de maíz para la exportación, y también por no haber implementado la reforma agraria radical que había prometido en su campaña, el MST siguió apoyando a Lula y ahora también a Dilma Rousseff. El análisis que hacen es que es mejor tener un aliado relativo que un enemigo declarado. Para explicar porque apoyan a Dilma, uno de los fundadores y dirigentes del movimiento, João Pedro Stédile, declara, entre otras cosas: «Un trabajador, cuando está frente a un jefe reaccionario, no se moviliza. Con Dilma nuestra base social comprende que vale la pena movilizarse, que podemos lograr avances, realizar más ocupaciones de tierra y huelgas de fábrica.» Eso muestra que es un error considerar que el Estado es por naturaleza un enemigo de los sectores populares y declarar que nunca hay que trabajar con él. El MST en Brasil es un excelente ejemplo de un movimiento de la sociedad civil que entiende la importancia de articular la lucha parlamentaria con las luchas extraparlamentarias. Ha realizado ocupaciones de tierra para hacer presión sobre el gobierno de Lula, para empujarlo a cumplir con sus promesas, pero es consciente de que hay una gran diferencia entre tener un gobierno progresista, aún si no es tan radical como quisiera, y tener uno que trata a sus miembros como terroristas, como era el caso anteriormente. Es una lástima que en México el subcomandante Marcos no hubiese tenido la misma actitud durante las últimas elecciones y no apoyase a López Obrador 4. No hay duda de que habría sido un gran avance para la democracia mejicana que hubiese ganado López Obrador en vez de Felipe Calderón. En cuanto a los «presupuestos participativos», existe ya una bibliografía importante y me limitaré a algunos puntos generales. Tuvieron su origen en Brasil pero existen ahora no solo en otros países latinoamericanos sino también en diversas partes del mundo. Nacieron en Porto Alegre como iniciativa del Partido de los Trabajadores (PT) y su objetivo


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era promover la democracia gracias a la descentralización y la participación popular para garantizar una mejor repartición de los recursos. Hay mucha discusión sobre sus resultados y se han hecho varias críticas a las formas en las cuales han sido implementados en algunas partes. Lo que me interesa en el contexto de nuestra discusión es que representan una manera de suplementar la democracia representativa con prácticas participativas. Como indica Rebecca Abers en su estudio, sus cuatro principios fundamentales son: 1) participación directa de los ciudadanos en los procesos de decisión 2) transparencia para evitar la corrupción 3) mejora de las infraestructuras y los servicios poniendo énfasis sobre los pobres 4) eliminación de las prácticas clientelísticas y transformación de los residentes en ciudadanos capaces de ejercer sus derechos (Abers, R. 1996 «From Ideas to Practice: The Partido dos Trabalhadores and Participatory Governance in Brazil», Latin American Perspectives, Vol. 23, Nº 35).

Las ciudades brasileñas donde los presupuestos participativos fueron más exitosos, como Porto Alegre y Belo Horizonte, lograron luchar contra el clientelismo y transformar a una gran cantidad de personas en miembros activos de la sociedad civil Aun cuando se limitan a tomar parte en decisiones que no tocan asuntos fundamentales, no hay duda de que los presupuestos participativos contribuyen a despertar la consciencia política y a crear identidades ciudadanas. Son una forma de enriquecer la democracia gracias a la integración de sectores sociales que eran tradicionalmente excluidos de los procesos de decisión. En las ciudades donde fueron más exitosos, como Porto Alegre y Belo Horizonte, lograron luchar contra el clientelismo y transformar a una gran cantidad de personas


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hasta ese momento desorganizadas en miembros activos de la sociedad civil. Quienes participaron en esas experiencias se volvieron conscientes de las injusticias y las desigualdades existentes y empezaron a luchar por sus derechos. Los presupuestos participativos representan una nueva forma institucional gracias a la cual el Estado puede jugar un papel importante para facilitar la participación de los ciudadanos en la decisión respecto de las prioridades para la utilización de recursos. El caso de Bolivia provee probablemente una de las mejores ilustraciones del problema que estamos investigando. Aquí se plantea de manera particularmente nítida la cuestión de la relación entre movimiento y partido. Por cierto el movimiento indígena está dividido entre dos tendencias, el MAS (Movimiento al Socialismo) de Evo Morales y el MIP (Movimiento Indígena Pachacuti) de Felipe Quispe, que tienen estrategias opuestas. Como muestra Ramón Máiz en un excelente artículo sobre el tema («Indianismo y nacionalismo en Bolivia: estructura de oportunidad política, movilización y discurso», en Laura Giraudo (ed.), Ciudadanía y derechos indígenas en América Latina: poblaciones, Estados y orden internacional, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, Madrid 2007), mientras el MAS defiende una visión indianista no exclusivamente aymara y abierta a los mestizos y blancos bolivianos, el MIP defiende una estrategia etnicista esencialista y excluyente. Eso se traduce en actitudes opuestas respecto de las instituciones políticas. En el MAS se estableció una original relación entre movimiento y partido. Los movimientos sociales campesinos e indígenas se federaron para crear un movimiento nacional y urbano con una estructura organizativa partidista. Entraron a la política electoral, aceptando la democracia representativa. El MIP, por el contrario, rechaza la democracia representativa y la estructura de partido y pretende seguir la lucha «desde fuera del sistema». Defendiendo un indigenismo de base exclusivista aymara, se distancia no solamente de la población mestiza sino también de los indígenas quechuas o guaraníes. Contrariamente al MAS, el MIP no busca la refundación de la nación boliviana y rechaza cualquier reformulación del Estado boliviano, que es percibido como inherentemente opresor y colonial. Su objetivo no es


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la reforma del Estado sino su desintegración en fragmentos de comunidades indígenas. Por lo tanto, ese movimiento se sitúa radicalmente al exterior del sistema político, nacional, cultural y económico de Bolivia. Como vemos, la estrategia de «éxodo» del MIP se opone frontalmente a la estrategia hegemónica de «guerra de posición» del MAS. Gracias a instituciones como referéndum, plebiscito, iniciativa popular y revocación de los gobernantes, el MAS, bajo el liderazgo de Evo Morales, ha intentado articular democracia representativa con democracia participativa. También se ha esforzado en recuperar algunas formas de la democracia tradicional de las comunidades al incorporar prácticas como sistemas comunitarios de decisión y elección. Declara querer «cambiar Bolivia no con balas sino con votos» y pone el énfasis sobre la lucha electoral combinada con formas de movilización pacíficas como marchas y bloqueo de caminos. Con la construcción de un partido político plural, el MAS está tratando de establecer cadenas de equivalencia entre las diversas demandas de los movimientos campesinos y las de otros sectores populares. Esa estrategia del MAS le ha permitido establecer su hegemonía dentro del movimiento indigenista y explica sus éxitos a nivel nacional, mientras que el MIP está crecientemente marginalizado. Este caso nos proporciona un ejemplo particularmente interesante de los avances democráticos en Sudamérica a través de una estrategia hegemónica de guerra de posición. Bolivia también aparece como un laboratorio para abordar un problema diferente, pero que me parece de particular importancia en la coyuntura actual. Concierne a la manera como se debe de concebir la democracia y la modernidad. ¿Existe un solo modelo legítimo que sería el occidental, o debemos aceptar que existen varios modelos legítimos de democracia, de acuerdo con contextos específicos? ¿Y cómo concebir la modernidad? ¿Hay un solo modelo de modernidad representado por el Occidente o hay que reconocer una pluralidad de caminos diferentes hacia la modernidad, cuyas trayectorias van a depender de una multiplicidad de factores? Esa posición es la de los teóricos que defienden la idea de «múltiples modernidades». Pero encontramos otra posición más radical todavía. Los que la defienden declaran que no se trata de


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postular modernidades «alternativas» sino una alternativa a la modernidad. Consideran que seguir hablando de modernidad, aún dentro de una perspectiva pluralista, es quedarse preso de un marco eurocéntrico y que lo que hay que plantear es una alternativa a la modernidad misma.

El modelo occidental de democracia liberal está influido profundamente por la tradición judeocristiana; no hay base para argumentar que tiene que ser adoptado como tal en China, África o el mundo islámico En mi libro La paradoja democrática y en varios ensayos posteriores, he criticado la tesis de que la democracia en su forma occidental tiene que ser considerada como la única manera legítima de institucionalizar el ideal democrático. He argumentado a favor de una concepción pluralista según la cual el ideal democrático de gobierno por el pueblo puede ser inscrito en una variedad de contextos y tomar formas diferentes según distintas tradiciones y culturas. Si uno admite que el modelo occidental de democracia liberal consiste en una articulación de dos tradiciones —la liberal y la democrática— y que ese modelo fue profundamente influido por la tradición judeocristiana, no hay base alguna para argumentar que tiene que ser adoptado como tal por otras tradiciones y culturas, aplicado, por ejemplo, en China, África o el mundo islámico. En el caso de América Latina, sin embargo, esa cuestión se presenta de otra manera porque aquí no se trata, me parece, de buscar modelos radicalmente diferentes de la democracia pluralista de tipo occidental, sino más bien de implementar versiones diferentes de ese modelo. Creo que eso es precisamente lo que está en juego en las experiencias que se están realizando en varios países latinoamericanos. A pesar de las diferencias, no se puede decir que esos países no hacen parte del Occidente. Para bien o para mal, esas sociedades han estado profundamente influidas por la colonización europea, y los problemas de


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la inscripción del ideal democrático no se plantean de la misma manera que, por ejemplo, en los países islámicos. Lo que la situación en América Latina nos debe llevar a poner en cuestión es la idea de un Occidente homogéneo y a pluralizar la noción misma de Occidente, a hablar de Occidente. Encarar el problema de esa manera nos permitirá entender la especificidad de las formas democráticas que encontramos hoy en día en América Latina y sus diferencias respecto de las formas europeas. Hice referencia anteriormente al argumento que presenté en La paradoja democrática 5 respecto a la naturaleza del modelo liberal democrático, que consiste en la articulación de dos tradiciones distintas, la liberal y la democrática. Ahora quiero insistir sobre el hecho de que existe una tensión entre ambas tradiciones y de que hay una lucha hegemónica entre esos dos componentes constitutivos del modelo liberal democrático. Por cierto, esa articulación se puede dar de maneras muy distintas según el elemento que juega el papel dominante. Ese ha sido el caso en la historia europea con momentos donde dominaba la tradición democrática y otros en los cuales dominaba la tradición liberal. En la actualidad, con la hegemonía neoliberal, asistimos al predominio casi total de una interpretación específica de la tradición liberal y el elemento democrático ha sido puesto de lado. No hay duda de que hoy la democracia en Europa y en Estados Unidos se define casi exclusivamente a partir de criterios liberales: Estado de derecho y defensa de los derechos humanos (y eso en una interpretación claramente neoliberal). Todo lo que tiene que ver con la soberanía popular y la lucha por la igualdad es considerado como arcaico y obsoleto. Ahora bien, es precisamente esa concepción de la democracia la que han empezado a poner en cuestión varios gobiernos progresistas en América Latina. Rechazan la hegemonía neoliberal y el consenso de Washington y se esfuerzan en restablecer el papel central de la tradición democrática. Es por ello por lo que la izquierda europea les acusa de «populismo». Aquí se sitúan a mi modo de ver las razones de la falta de comprensión —se podría en realidad hablar de hostilidad— que encontramos en la mayor parte de la izquierda europea respecto a las nuevas experiencias


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de izquierda que se desarrollan en varios países latinoamericanos. Una oye hablar mucho de la necesidad de distinguir entre una «buena» izquierda y una «mala» izquierda. La buena sería la del socialismo chileno de la etapa de Michelle Bachelet; la mala la de Hugo Chávez, con Lula y los Kirchner más o menos en medio. Es interesante ver cómo el modelo boliviano, que al principio despertó mucho entusiasmo por su carácter indígena, ha pasado a ser parte de la mala izquierda ¡porque se ve a Evo Morales demasiado cercano a Hugo Chávez!

Lo que está tratando de hacer Evo Morales en Bolivia y su proyecto puede servir de ejemplo para otros países con una importante presencia indígena como Ecuador y Perú Me parece que el problema es que la izquierda europea no puede aceptar la legitimidad de instituciones democráticas diferentes de las que se encuentran en Europa. No puede reconocer que haya otras formas de articulación entre el liberalismo y la democracia que las que corresponden a la experiencia europea. En la oposición entre izquierda europea e izquierda latinoamericana, estamos en realidad asistiendo a una lucha entre varias interpretaciones de democracia liberal y a la tentativa de imponer una interpretación específica, la que es por el momento hegemónica en Europa, como la única que legitima. En Bolivia las cosas se presentan de una manera diferente. Como ya mencioné, ese país se caracteriza por la existencia de una fuerte presencia indígena que no se reconoce en la tradición occidental y que rechaza sus instituciones democráticas, aun cuando el objetivo sea radicalizarlas. Lo que quiere el MIP, por ejemplo, es el retorno a las prácticas tradicionales de los aymara, con lo cual este movimiento no quiere tener nada que ver con la formas de democracia representativa. También rechaza todo intento de buscar un camino propio a la modernidad, combinando


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las tradiciones indígenas con las instituciones occidentales que han sido legadas por la colonización. Considera que estas son inherentemente opresoras y que no existe ninguna posibilidad de transformarlas.

La pluralidad de experiencias de izquierda que tiene lugar en América Latina tiene que ser reconocida como legítima, es peligroso tratar de establecer un tipo de jerarquía entre ellas Esa posición corresponde a una perspectiva que ha sido teorizada por el pensamiento «decolonial» que ha empezado a tener una cierta influencia en América Latina a través de los trabajos de Walter Mignolo y Enrique Dussel. Para mí el problema central de esta perspectiva es su esencialismo. No hay duda de que la colonización jugó un papel importante en el desarrollo de la modernidad occidental, pero eso no significa que todas sus características sean la expresión necesaria de esa dimensión y que no se pueda establecer otras formas de articulación. Pensar de tal manera lleva a defender una política exclusivista que no permite plantear las condiciones por la creación de una modernidad alternativa organizada en torno a una voluntad colectiva que abarque la diversidad de demandas democráticas que existen en las sociedades latinoamericanas. Eso es precisamente lo que está tratando de hacer Evo Morales en Bolivia y su proyecto puede servir de ejemplo para otros países con una importante presencia indígena como Ecuador y Perú. Como vemos, existe una gran variedad de situaciones en América Latina y no puede haber un solo modelo que corresponda a todos los países. Hay que aceptar un pluralismo de formas democráticas con una multiplicidad de instituciones que sean adaptadas a las condiciones de los distintos países. La pluralidad de experiencias de izquierda que tiene lugar en ellos tiene que ser reconocida como legítima y me parece peligroso tratar de establecer un tipo de jerarquía entre ellas. La integración


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regional que se está realizando y que representa un paso adelante en la creación de un mundo multipolar no requiere la adopción de un modelo único. Lo importante es que se establezcan formas de solidaridad a nivel latinoamericano, pero desde el respeto a las diferencias. Reconocer la multiplicidad de formas diferentes de articulación de la democracia y el liberalismo y la posible incorporación de formas nuevas es importante, no solo para entender lo que pasa en América Latina, también para permitir el desarrollo de nuevas experiencias democráticas en los otros occidentes. Sin poner en cuestión la concepción de la democracia que domina en la actualidad en nuestras sociedades, concepción que la reduce a su componente liberal, no se puede crear el terreno para la elaboración de una política de izquierda cuyo objetivo sea la radicalización de la democracia. En ese sentido las experiencias latinoamericanas son cruciales también para la izquierda europea y estadounidense y pueden ayudarnos a desafiar la hegemonía neoliberal.

Notas 1

«La política democrática en la era de la postpolítica», recogida en el libro homónimo de la III edición del Seminario Atlántico La vida que viene. Desafíos, enigmas, cambio y repetición después de la crisis, Seminario Atlántico / La Oficina Ediciones, Madrid, 2011.

2

Laclau E. y Mouffe, Ch., Hegemonía y estrategia socialista. Hacia una radicalización de la democracia, [1985], Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2004.

3

Alberto Duhalde, presidente interino de Argentina, 2002-2003 [nota del ed.].

4

Andrés Manuel López Obrador, candidato a la presidencia de México por el Partido de la Revolución Democrática en las elecciones federales de 2006 [nota del ed.].

5

Mouffe, Ch., La paradoja democrática, Gedisa, Barcelona, 2003.



Espacio y sociedad: experimentos con la espacialidad del poder y democracia

Doreen Massey Latinoamérica es, sin duda en este momento, «un laboratorio mundial», ya que allí pueden encontrarse experimentos innovadores, tanto con nuevas formas de democracia participativa y protagónica, como con diferentes formas de articulación entre el Estado representativo, por una parte, y la sociedad civil, por la otra. Es decir, hay intentos, incluso por parte del propio Estado elegido, de proporcionar condiciones propicias para la participación más directa de las personas en la construcción de la sociedad. En este ensayo voy a examinar en profundidad un caso particular con el fin de extraer de él algunos temas más generales y algunas lecciones de las que podemos aprender. Además voy a introducir un segundo tema, que es otra forma en la que, dentro del amplio ámbito de la construcción de lo social, las iniciativas actuales que se están dando en Latinoamérica constituyen también un laboratorio para nuestro tiempo. Este segundo tema tiene que ver con el espacio. Es muy raro que el espacio aparezca con seriedad en los debates sobre lo social. Sin embargo, es importante que reconozcamos que la dimensión de espacialidad juega de hecho un papel importante en el proceso de constitución de la sociedad. Además, en los últimos años Latinoamérica ha visto la creación de nuevas formas de espacio social. Podemos pensar en ALBA1 y sus nuevas formas de relaciones interestatales; o PetroCaribe 2 con sus nuevas formas de distribución igualitaria; o, en relación con esto, los acuerdos de intercambio igualitario (que contrastan de forma considerable con los intercambios en el llamado «libre comercio», que normalmente no son en absoluto igualitarios). Ha habido un ejemplo de este intercambio igualitario entre Caracas y Londres hasta que se suprimió cuando la derecha ganó las elecciones en Londres; se debate el experimento sobre


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plurinacionalidad en Bolivia; también están las crecientes relaciones sursur; y a escala internacional, la insistencia sobre multipolaridad. En todas estas formas, y sería posible citar muchas más, incluso la que se va a tratar en este ensayo, se pueden ver intentos por imaginar y crear lo que podría ser un espacio social más democrático y más igualitario en Latinoamérica. Mi propósito, por lo tanto, es analizar una iniciativa política, la de los consejos comunales de Venezuela, que entrelaza estos dos temas: la articulación de la democracia representativa y participativa, y la cuestión de espacio. Tras este análisis se encuentra el argumento de que la construcción de una nueva sociedad debe suponer y exigir la construcción de una nueva geografía. Primero habría que empezar diciendo algunas palabras sobre la conceptualización del espacio 3. He abordado esto en muchos otros documentos 4 pero por ahora bastarán tres puntos. El primer punto es que el espacio es un producto social. Es el resultado de las relaciones sociales, las prácticas sociales y así sucesivamente, a través de todos los niveles de la sociedad, desde la intimidad del hogar, a través de las interacciones dentro de una ciudad, hasta el nivel de la nación y lo global. En todas estas esferas producimos espacio al vivir nuestras vidas y en la construcción de la sociedad. Pero, como segundo punto, lo contrario también es cierto: que la naturaleza de su espacialidad contribuye a la forma en que se desarrolla una sociedad. Por ejemplo, en el Reino Unido, las fuertes desigualdades que existen entre las regiones agravan las dificultades de la gestión macroeconómica. Y también en el Reino Unido, la concentración geográfica de prácticamente todas las formas de poder hegemónico (económico, político, cultural, el poder de los medios de comunicación…) en una región del país agudiza las desigualdades a nivel nacional, incluso las de la democracia (por ejemplo, qué opiniones se escuchan y qué opiniones no se escuchan). En otro ejemplo, podríamos señalar las dificultades con las que una persona que es pobre, o sin educación, podría encontrarse (tan a menudo se encuentra) al acceder a los espacios institucionales de la sociedad, ya sean aquellos del Estado o hasta en un museo. Aquí el argumento es que esta «dificultad espacial» no solo


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refleja la posición social de esa persona, sino que también la refuerza. Y, como tercer punto, si el espacio es realmente un producto de las relaciones sociales, entonces está también totalmente imbuido de poder social. Con la intención de reflejar esta conceptualización del espacio, hace algunos años propuse el concepto de la geometría del poder. Se trata de un intento de reflejar las dos caras de la moneda: por un lado, el espacio es un producto de las prácticas sociales llenas de poder y, por otro lado, el poder social en sí mismo siempre tiene una forma espacial: una cartografía del poder.

El extenso programa con el que se ha establecido en Venezuela el uso del concepto de geometría del poder tiene como propósito, dentro de un replanteamiento total de la geografía política del país, desarrollar una democracia protagónica a través de la capacitación del poder popular Hugo Chávez anunció en Venezuela en 2007 los cinco motores de la Revolución Bolivariana, su proyecto de socialismo para el siglo XXI. El cuarto de estos cinco motores es que en Venezuela es necesario construir «una nueva geometría del poder: el reordenamiento socialista de la geopolítica de la nación». El extenso programa con el que se estableció este uso del concepto tenía como propósito, dentro de un replanteamiento total de la geografía política del país 5, desarrollar una democracia protagónica a través de la capacitación del poder popular o constituyente. Hay un gran debate incluso sobre el significado de estos términos y sus raíces filosóficas, pero en general, el objetivo es desarrollar formas de democracia distintas a la representativa y abordar las cuestiones de la desigualdad de la voz social y política. El programa también tiene como objetivo abordar la geografía de la democracia, ya que las desigualdades heredadas de Venezuela,


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tanto en términos económicos como de voz sociopolítica, se encuentran reflejadas y reforzadas por una fuerte desigualdad espacial. Esto puede verse a nivel regional entre las ciudades de la costa y las grandes zonas del interior, y también en el interior de las ciudades entre las áreas de grandes mansiones con jardines y puertas protegidas y los barrios más pobres que se extienden por las colinas de los alrededores. Por ello, el objetivo del programa es hacer frente a esta desigualdad geográfica y, al mismo tiempo, profundizar en las estructuras de la democracia. Como dice Menéndez, que ha tenido un papel importante en el diseño y aplicación de esta nueva geometría, «vamos a construir la democracia en lo territorial»6. Consejos comunales Hay una infinidad de iniciativas diferentes que contribuyen a la consecución de este objetivo, pero aquí voy a concentrarme en un elemento crucial que ejemplifica muchos aspectos y hace posible el análisis de nuestros dos temas. Se trata del desarrollo de los consejos comunales. Un consejo comunal típico está formado por unas cuatrocientas familias agrupadas, en principio, con el propósito de autogestionar su vecindario. Ya en esta sencilla fórmula podemos ver una nueva imaginación geográfica en el trabajo. En primer lugar, la agrupación de familias se lleva a cabo y es diseñada por las propias familias. La idea es que no se trata de una división política de un territorio nacional de arriba hacia abajo, sino una agregación desde abajo hacia arriba a través de la acción de las propias personas, para formar una nueva geografía política nacional. En segundo lugar, aunque la posibilidad de formar un consejo comunal está abierta a todas las formas que tome (ver a continuación), el número preciso de familias que participe, e incluso si se dedican a la democracia participativa o no a través de este medio, será algo que tendrán que decidir las propias personas. En zonas rurales, en zonas de tradiciones indígenas, el camino tomado puede ser diferente. En otras palabras, en términos de organización política, el propio mapa del país será en principio un producto del poder popular.


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No obstante, para formar un consejo comunal hay un proceso formal con una serie de etapas por el que se debe pasar. Una vez establecido, el papel material más importante de los consejos es la autogestión de sus áreas locales, en ámbitos como vivienda, recogida de residuos, colaboración con cooperativas, etc. Y para poder realizar estas funciones los consejos reciben financiación del Estado (en realidad de los ingresos del petróleo de PDVSA7), y también recursos para formación en muchas funciones diferentes, y nuevas, que deben atenderse: desde la gestión de un presupuesto hasta la organización de una reunión.

Los consejos comunales tratan y representan formas de democracia que complementan a la democracia representativa. […] Es más, se ocupan de la autogestión, con la implicación importante (en términos de poder social y de constitución de la sociedad) de que tienen poder para hacer y no solo para votar Es importante hacer hincapié en que este sistema de consejos comunales no es solo para los pobres, o para los barrios marginales: es una iniciativa abierta a todos. En ese sentido, no es un proyecto de desarrollo local para las zonas desfavorecidas (aunque sin duda en algunos casos se conseguirá eso). Se trata más bien de un elemento en el establecimiento de un nuevo sistema de democracia y una nueva sociedad, un marco para favorecer el desarrollo de nuevos sujetos sociales y democráticos en todo el país. Es un elemento en la construcción de una nueva geometría del poder. Como parte de esto, los consejos comunales tratan y representan formas de democracia que complementan la democracia representativa. Para su funcionamiento es importante la democracia participativa; el auténtico «órgano de gobierno» no es el propio consejo, sino


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las asambleas de ciudadanos que los seleccionan. Por lo tanto, pueden empezar a abrir canales para la expresión directa del poder popular. A nivel local, esta democracia más participativa de un consejo comunal coexistirá con la democracia representativa del Estado local. Además, otro papel más que puede jugar un consejo comunal es el de pedir cuentas al Estado representativo y tener relaciones con este. Por ello pueden desarrollarse relaciones entre las dos formas de democracia. Durante el desarrollo de los consejos comunales, también han acumulado una serie de papeles adicionales, algunas veces de manera bastante informal. Los movimientos sociales pueden llegar a alcanzar a las gentes de los barrios a través de los consejos: un ejemplo son los elementos del Movimiento de Mujeres 8. También los programas nacionales como el Programa de Lectura. Hasta ahora se han establecido más de 30.000 consejos, con mucha diversidad de forma, etapas y niveles de desarrollo, y grados de «éxito». Y continúan desarrollándose, por ejemplo, con programas para su agrupación en comunas, propuestas para la formación de redes, etc. Pero en la sociedad venezolana hay un gran debate sobre el carácter de los consejos comunales, su papel y su futuro. Lo que pretendo hacer ahora es considerar esta iniciativa desde el punto de vista del asunto que se nos ha propuesto en el Seminario en su conjunto: ¿es Latinoamérica un laboratorio mundial? ¿Son los consejos comunales un elemento en este laboratorio? ¿Tienen cosas que enseñarnos a los que estamos fuera de Latinoamérica? Y, sobre todo, ¿qué podemos aprender sobre las relaciones entre el Estado y la democracia popular, sobre la constitución de «lo social» que se supone a través de las formas diferentes de esas relaciones y sobre el papel del espacio en la constitución de la sociedad? Aunque ahora hay bastante experiencia sobre los consejos comunales y una serie de estudios y encuestas están empezando a presentar pruebas concretas, debemos destacar que no se pueden sacar conclusiones definitivas 9. Porque a esta clase de iniciativa política, con unos fines sociales y políticos tan profundos, le va a hacer falta mucho tiempo para desarrollar y producir «resultados». Es un programa que se encuentra aún en fase inicial. No obstante, ya podemos extraer algunos argumentos.


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En primer lugar, se trata de una política que, además de redibujar el mapa geopolítico desde abajo hacia arriba, establece la igualdad formal y simbólica de todos los lugares, sin importar que sean pequeños o grandes, centrales o lejanos. Todos ellos se reconocen en esta estrategia y todos, en principio, tienen la posibilidad de desarrollar su voz política y social. (Al mismo tiempo, existe un compromiso para denominar a cada zona municipal una «ciudad» y hay una retórica que enlaza esta denominación con la cuestión de ciudadanía.) En segundo lugar, sin embargo, esto es mucho más que formal y simbólico; hay resultados muy concretos. En muchos de los barrios más pobres de Caracas lo que es evidente es el sentimiento de tener una voz, de tener por primera vez la posibilidad de participar en la realización de la sociedad. En sí, esto cambia la geografía de la voz social y del poder social. Asimismo, y en tercer lugar, aquí existe la posibilidad de desarrollar formas de poder social popular que no están disponibles en un sistema de democracia puramente representativa. Así, por ejemplo, la geografía del poder cambia: en principio, este es un poder que se desarrolla hacia arriba desde la base política local; y la propia existencia de estructuras participativas como los consejos y las asambleas proporciona un marco para generar relaciones sociales horizontales entre las personas que no surgen de un único sistema representativo. Y, lo que es más, los consejos comunales se ocupan de la autogestión, con la implicación importante (en términos de poder social y de constitución de la sociedad) de que tienen poder para hacer y no solo para votar. Por tanto, este es un poder, y una política, que se construye a través del proceso de alcanzar objetivos prácticos y materiales. Puede ser la administración de recursos o finanzas, la toma de decisiones colectivas, o la negociación con instituciones del Estado; puede ser la organización de reuniones o la propia construcción de nuevas formas de relaciones sociales. Además, estas nuevas formas de poder son colectivas. Este no es el poder individual, y posiblemente individualista, de votar solo. Por lo tanto, los consejos comunales tienen, en todas estas formas, la posibilidad de hacer más complejas y de enriquecer las estructuras de la participación democrática.


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En principio, proporcionan la posibilidad de que cada persona se sitúe en un entramado de relaciones sociales más colectivo y cooperativo, a través del cual puede participar en la construcción de la sociedad. En cuarto lugar, el «mecanismo» para este experimento es el espacio: el lugar local. De nuevo aquí nos encontramos con el tema del papel del espacio en la construcción de (una nueva) sociedad. Porque en el lugar local es en donde se va a crear una nueva forma de colectividad. Al pensar en ello he extraído pruebas de iniciativas relacionadas anteriores 10 que señalan algunas posibilidades muy interesantes. Por ejemplo, hay pruebas de que esta nueva colectividad, a través del propio hecho de su base local, puede empezar a dar a las personas locales una nueva confianza. Además, a su vez esta confianza puede tener mayores implicaciones espaciales; en particular puede dar confianza a las personas que habitan en los barrios más pobres para salir de sus vecindarios locales y participar en los espacios públicos e institucionales de toda la ciudad. En otras palabras, hay (o, más bien, puede haber) un movimiento doble: desde la casa particular y dentro del espacio local (del espacio doméstico al vecindario, colectivo, espacio, por ejemplo), y desde el lugar local a la ciudad (de este espacio local colectivo hacia espacios más públicos e institucionales). Es decir, hay un desarrollo de las dimensiones y la naturaleza de los espacios en los que las personas se sienten capaces de participar, y efectivamente un desarrollo más de esos espacios en sí mismos. Por tanto, aquí podemos ver la constitución mutua de espacio y sociedad, y también de identidad personal, por un lado, y «un público», por el otro. En este momento debería decir que no soy de ningún modo «localista». Tengo muchas reservas políticas sobre la constitución de la identidad, individual o colectiva, sobre la base del lugar y sobre todo la lealtad al lugar. No obstante, parece que aquí hay una posibilidad muy interesante. Esto nos lleva al menos a empezar a cuestionar a esos teóricos políticos, como por ejemplo Hardt y Negri 11, que rechazan la posibilidad de basar la lucha política progresista en torno a la noción de lugar y cualquier proceso de formación de identidad en relación con el lugar. Más tarde volveremos a este punto, pero ya puede verse de este ejemplo,


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y ciertamente de otros ejemplos en otros lugares de Latinoamérica, que esta postura es, cuando menos, demasiado fuerte en su negatividad. Hasta aquí, por tanto, podemos ver que esta iniciativa de consejos comunales es un ejemplo de la constitución de una nueva articulación entre el Estado y la sociedad de la base política local. Además, es evidente que en Venezuela contribuye a la construcción de una nueva geometría del poder, una que es más profusamente democrática y más igualitaria. Al mismo tiempo, es importante reconocer que esto es un experimento y que para que tenga éxito implicará un enorme cambio en la cultura política. Por esta razón, también necesita un largo proceso de «aprendizaje» político. Esto es cierto tanto para el Estado como iniciador del programa como para las personas que vienen a participar en él: dado que a estas últimas se les insta a inventar una nueva identidad, a cambiar la forma en la que ellos se reconocen como miembros de la sociedad. También es cierto que los que no somos de Latinoamérica, podemos aprender igualmente, y que mediante este experimento se nos puede suscitar un nuevo pensamiento. Dificultades y tensiones Sin embargo, además de registrar estos éxitos, los consejos comunales también se enfrentan a dificultades y tensiones. No son necesariamente negativas, pero hacen que surjan cuestiones de las que podemos extraer más temas generales. En primer lugar, está la pregunta inevitable para cualquier sistema de democracia popular: la del nivel de participación. Muchas personas no tendrán tiempo para participar o no les interesará hacerlo. Hay muchas reuniones; las demandas de participación son considerables, y esto puede limitar tanto el número como el tipo de personas que pueden unirse. Las pruebas recientes sobre consejos comunales implican de hecho un nivel bastante respetable de participación e indican un nivel particularmente alto por grupos que no se implicaban en la «política» anteriormente, sobre todo mujeres y personas pobres12. Sin embargo, esta cuestión de la participación señala otros argumentos. Significa que el éxito y el mismo carácter de un consejo comunal


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dependerá, de la gente local, de las personas, de la práctica social. Hay pruebas de una variedad considerable en esta práctica: con algunas asambleas con bastante asistencia y consejos profundamente integrados en el vecindario local, mientras otros muestran un liderazgo más autoritario y exclusivo, con una reducida participación. En otras palabras, los órganos de poder popular pueden sufrir los mismos problemas que el Estado representativo. Y esto a su vez significa que en cualquier proceso de localización del poder, «lo local» establecerá su propia dinámica; que hay algo aquí que, quizás, no puede controlarse centralmente.

Hardt y Negri rechazan las formas de política en las que el lugar es la base de la coidentificación porque dicen que el ‘lugar’ es una de esas viejas certezas de la identificación previamente dada que caracterizaba la modernidad; […] no obstante, precisamente por esa razón puede ser un escenario productivo e importante para el aprendizaje político En segundo lugar, hemos discutido anteriormente que el establecimiento de consejos comunales sobre la base del lugar local puede tener resultados positivos. Pero esta forma espacial también puede producir ambigüedades. Por esto, en la bibliografía oficial sobre consejos comunales hay una suposición constante de la coherencia de los lugares locales. Se supone que hay una similitud y una coidentificación entre las personas del lugar. Es como si hubiera ya una entidad preconstituida: la comunidad local. Esta es una suposición muy frecuente en muchos países del mundo, tanto a la derecha como a la izquierda del espectro político, y señala una


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cierta idealización del «lugar local» y la «gente local». Sin embargo, si adoptamos un entendimiento del espacio en tanto que relacional y lleno de poder, los lugares locales no serán coherentes en este sentido. Serán híbridos. La identidad del lugar, y «la comunidad local», serán el resultado de la negociación y, quizás, del conflicto entre grupos diferentes. Ahora, el caso de los consejos comunales es aquí particular porque el grupo de familias que forma el vecindario y establece la asamblea se ha autoformado y autoelegido. Esto parece indicar un grado de coherencia. Sin embargo, las pruebas también indican que hay discusiones y negociaciones dentro de los consejos. La colectividad se consigue, si se consigue, a través de estos procesos compromiso. Esta observación nos vuelve a llevar a Hardt y Negri. Ellos rechazan las formas de política en las que el lugar es la base de la coidentificación porque dicen que el «lugar» es una de esas viejas certezas de la identificación previamente dada que caracterizaba la modernidad, y estas debemos abandonarlas. Mi respuesta sería que no hay certeza de identificación, incluso en este nivel local, sobre la identidad del lugar ni sobre la existencia o el carácter de una «comunidad local». Por el contrario, estas cosas solo se establecen mediante la negociación, y con frecuencia mediante la pugna política. No hay ninguna «comunidad local» automática. Sin embargo, argumentaría que esto no es un problema, es simplemente un hecho que no se reconoce con frecuencia. Verdaderamente implica que la formación de las comunidades que son la base de los consejos comunales será un proceso largo, difícil y quizás doloroso. No obstante, precisamente porque el lugar local no es una coherencia previamente dada, podría ser un escenario productivo e importante para el aprendizaje político. En tercer lugar, en esta iniciativa hay un aspecto suplementario de la espacialidad del que podemos extraer más lecciones generales. Es una iniciativa que, en términos descriptivos amplios, podría decirse que lleva a la descentralización o localización. Los consejos comunales abordan principalmente asuntos de poder social y participación política. El objetivo es que estos lleguen a ser más activos y se distribuyan de forma más


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igualitaria a través de la población. Sin embargo, se están estableciendo en una situación de grave desigualdad tanto en términos económicos como culturales. Y en cualquier proceso de descentralización en una situación de antecedentes de desigualdad como esta, siempre se da el peligro de que la misma descentralización refuerce la desigualdad. Los que ya son privilegiados podrán reforzar sus ventajas. Esto subraya la importancia que ,en Venezuela, debe unirse a los recursos y la formación que se invierten en el programa para compensar la desigualdad preexistente. En otras palabras, este proceso de «descentralización» del Estado central necesita una inversión importante por parte del propio Estado.

La ‘descentralización’ y la ‘localización’ en sí mismas no tienen un contenido político necesario, pueden ser de derechas o de izquierdas, depende de la articulación de las relaciones sociales llenas de poder que constituyen el espacio llamado ‘local’ Quiero hacer hincapié en este punto para mostrar que la «descentralización» puede significar muchas cosas. En la actualidad hay otro experimento sobre esto en el Reino Unido, pero tiene características políticas totalmente diferentes al proceso de Venezuela. En el Reino Unido, dirigido por una política de derechas, la descentralización (llamada aquí la «Gran Sociedad») está acompañada por la retirada del Estado (central y local) y, lo que es más importante, por recortes severos del gasto público. (De hecho, se trata de un intento de disfrazar una política de austeridad en la que la gente paga por la crisis de los bancos). En el Reino Unido esta política de descentralización agudizará aún más la desigualdad entre los lugares que ya son privilegiados y los que no lo son. En términos más teóricos, lo que es importante aquí es que la «descentralización» y la «localización» en sí mismas no tienen un contenido


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político necesario. Pueden ser de derechas o de izquierdas. Dependerá de la articulación de las relaciones sociales llenas de poder que constituyen el espacio llamado «local». En cuarto lugar, hay un último punto sobre la forma espacial de esta democracia que puede indicarse solo brevemente. En cualquier política cuyo objetivo sea construir poder popular desde la base política local hacia arriba, siempre deberemos preguntarnos cómo se relaciona este compromiso local con la política en niveles geográficos más altos. ¿Cómo se relaciona, por ejemplo, con la política exterior, la política del petróleo, o las relaciones con los Estados Unidos? En otras palabras, ¿cómo evitamos la asociación frecuente, un poco irrespetuosa y de alguna manera condescendiente, entre la «gente local» y la política local? (En realidad, además podríamos preguntarnos por qué se concibe tan a menudo a la «gente» como «local»). Desde luego, en Venezuela hay experimentos para evitar esta trampa espacial: la incorporación de los consejos en comunas podría proporcionar una vía; la explosión del medio de la comunidad podría proporcionar un escenario; y en ALBA hay un compromiso para celebrar reuniones paralelas, junto con las reuniones entre gobiernos, entre los movimientos sociales. Es un punto importante en la espacialidad de la política. En quinto lugar, si como se plantea en este libro, Latinoamérica es un laboratorio para la experimentación de nuevas relaciones entre el Estado y la sociedad civil, también surgen preguntas sobre esa relación que deben ser confrontadas por todos nosotros. El fin de los consejos comunales es permitir el desarrollo de nuevos sujetos sociales. Estos proporcionan un andamiaje para el desarrollo del poder popular. Sin embargo, el programa ha emanado del mismo Estado central. Y hay quien ha discutido que, más que animar a la autonomía popular, son una forma de contener la actividad de la base política local y los movimientos sociales. Este es un debate que hay en Venezuela, y realmente hay una tensión entre estas dos posibilidades. Es una tensión que está destinada a existir en cualquier revolución o cambio social importante, que tiene como fin la rearticulación del Estado y el poder popular, así que es importante analizarlo.


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Los consejos comunales se establecen dentro de una geometría del poder más amplia y esto ayuda a moldear su carácter político y social. Por ejemplo, hay procedimientos «oficiales» para su creación, un consejo tiene que estar registrado y para recibir recursos debe pasar a través de los canales oficiales. Esta geometría del poder más extensa ata a

La experiencia venezolana recuerda al ‘Greater London Council’, una experimento de la izquierda en el gobierno local de Londres. […] Esa tensión entre la autonomía de la base y un Estado elegido que se ve progresista y busca un marco para la expresión del poder popular quizás no tenga solución, pero su despliegue es una dinámica central del proceso político los consejos con el Estado representativo y con el «centro». Por tanto, uno podría preguntarse: ¿qué va a ocurrir con la autonomía de esta nueva voz política? Por otro lado, si los sectores populares van a recibir los recursos para la autogestión, entonces deberán existir estructuras y criterios a través de los cuales esto pueda ocurrir. Además, los consejos no impiden el desarrollo de otros movimientos sociales. Y es verdad que han proporcionado a mucha gente la posibilidad, por primera vez realmente, de participar en la creación de la sociedad en la que viven. Incluso, de forma más significativa, en términos de esta relación entre el Estado representativo y la sociedad civil, el desarrollo de los consejos comunales ha dado por sí mismo lugar a demandas que el propio Estado debe cambiar: que debe responder de forma más activa a las personas, que hay una necesidad de que existan instituciones intermediarias, que el Estado local no actúa con una imagen de sí mismo como siembre el


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único autor de la política local sino que más bien reconoce el posible papel de protagonista de las propias personas. Esta experiencia venezolana me recuerda un experimento de la izquierda en el gobierno local de Londres en el que yo participé. Nosotros nos llamábamos el «Estado capacitador», invocando la idea de que el Estado daba la posibilidad de que otros tomaran el poder para ellos mismos, de que utilizaran sus propios poderes para diversas formas de colaboración con las organizaciones sociales. Hilary Wainwright escribe sobre esos años del Greater London Council (en el que ella también participó) que fue «uno de un gobierno elegido que ejercía su mandato electoral en alianza con aquellos que se beneficiaban de esas metas, y en el procesos fortalecían las capacidades de estos actores de la sociedad civil» 13. Este es un Estado que, de esta manera, «es simultáneamente más radical y más modesto». Lo que es cierto es que en Londres había un proceso continuo de análisis y experimentación, popularidad y criticismo, una tensión continua. Esta tensión existe realmente en el proyecto bolivariano, y probablemente de forma más general en aquellos países latinoamericanos que intentan inventar una sociedad más progresista. La tensión entre una autonomía de la base y los movimientos sociales, por un lado, y por el otro, un Estado elegido que se ve a sí mismo como (que es) progresista y que está intentando proporcionar un marco para la expresión del poder constituyente, popular. Yo argumentaría que esta tensión no es un «problema» del proyecto en un sentido negativo. Más bien es integral al proceso mismo. Es decir, es probable que no exista «solución», pero que el mismo despliegue de esta tensión sea por sí mismo una dinámica central del proceso político. Conclusiones Lo que todos estos temas indican es que este elemento en el intento de construir una nueva geometría del poder conlleva un proceso que llevará muchos años. De hecho, aún más difícil, es un proceso que contiene una serie de temporalidades distintas. El poder del «centro», y de Hugo Chávez en particular, ya existe, sobre todo debido a su enorme


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popularidad. Y el poder del centro y del Estado representativo también puede activarse de forma relativamente rápida, por ejemplo, a través de la aprobación de leyes. En contraste total, el desarrollo serio del poder popular posiblemente llevará muchos años si no generaciones. Exige la evolución de una nueva cultura política y una nueva confianza popular. Y mientras tanto el desequilibrio entre las diferentes formas de poder continuará. Claramente, aquí hay peligros pero lo que es cierto es que en Venezuela hay un intento de inventar algo nuevo. También con mucha frecuencia, este intento de construir una nueva sociedad en Venezuela se encuentra con una de dos reacciones: o la idealización o el rechazo sin más preguntas. Pero lo que ocurre en un laboratorio son experimentos e invenciones y los puntos esenciales sobre estos son, en primer lugar, que implican correr un riesgo y, en segundo lugar, que el resultado se desconoce. Esto es lo que ocurre en Latinoamérica, y específicamente en Venezuela, y mi opinión es que este experimento con nuevas formas de democracia, nuevas relaciones entre el Estado y la sociedad, y nuevas clases de espacio social, nos da tanto esperanza como la posibilidad de aprender.


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Notas 1

Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América / Tratado de Comercio de los Pueblos. Es una alianza estratégica política y económica creada en 2004 por Venezuela y Cuba e integrada en la actualidad también por Bolivia, Nicaragua, Honduras, Mancomunidad de Dominica, Ecuador, San Vicente y las Granadinas y Antigua y Barbuda. Casi todos sus miembros, y entre ellos los principales países, forman parte igualmente de Unasur (Unión de Naciones Sudamericanas), entidad supranacional creada en 2008 que agrupa todas las iniciativas anteriores de integración regional en Latinoamérica [nota del ed.].

2

Es una alianza de cooperación energética establecida por Venezuela con los países del Caribe que integran el ALCA, por la cual dichos países pueden comprar hasta 185.000 barriles de petróleo diarios en condiciones de pago preferencial [nota del ed.].

3

Aquí tratamos sobre el espacio social (humano), aunque en principio puede ampliarse.

4

Massey, D., For Space, London, Sage, 2005; Massey, D., «La filosofía y la política de la espacialidad: algunas consideraciones», en Arfuch, L. (comp.), Pensar este tiempo: espacios, afectos, pertenencias, Buenos Aires, Paidós, 2005.

5

Menéndez, R., entrevista con el geógrafo Ricardo Menéndez, 2007, www.analitica.com/va/ internacionales/opinion/1496647.asp (acceso 23.03.11).

6

Menéndez, R., op. cit., 2007, p. 3.

7

Petróleos de Venezuela, Sociedad Anónima. Es la corporación estatal energética de ese país y una de las principales del mundo. Tiene el monopolio sobre los hidrocarburos, pero puede otorgar, y de hecho otorga, concesiones de explotación a empresas privadas foráneas [nota del ed.].

8

Gabriel, G., «Gender advance in Venezuela: a two-pronged affair», Open Democracy.net, March 13 2009 http://www.opendemocracy.net/article/gender-advance-in-venezuela-atwo-pronged-affair.

9

Hay una amplia bibliografía sobre consejos comunales, de las cuales tres ejemplos son Centro Gumilla, 2008. Estudio de los consejos comunales en Venezuela. http://www.gumilla.org.ve/files/documents/Estudio.pdf; Marcano, L.C. 2009, «From the neo-liberal barrio to the socialist commune», disponible por CENDES-UCV, Caracas y Hawkins, K.A., 2010. «Who mobilizes?» Participatory democracy in Chávez’s Bolivarian revolution», Latin American Politics and Society.

10 Cariola, C. y Lacabana, M., «Globalización y metropolización: tensiones, transiciones y cambios», CENDES-UCV, Venezuela, 2005, Lacabana, M. y Cariola, C. 2005. «Construyendo la participación popular y una nueva cultura del agua en Venezuela», Cuardernos del Cendes, Caracas, núm. 59, pp. 111-133. 11 Hardt, M. y Negri, A. Multitude. London: Penguin Books, 2005. 12 Hawkins, K.A., op. cit. 13 Wainwright, H; próximamente, «Place beyond place and the politics of “empowerment”», Featherstone, D. y Painter, J. (eds.), Spatial politics, Oxford, Wiley-Blackwell.



Doreen Massey Chantal Mouffe Rithée Cevasco (moderadora)

Rithée Cevasco Comenzamos el debate del panel Lo social, en el que me acompañan Doreen Massey y Chantal Mouffe. Después de oír sus conferencias se me ocurren varias cuestiones que dan pie para empezar: una es la clara oposición entre democracia liberal y democracia radical que ha establecido Chantal Mouffe. Otra concierne al concepto de modernidad, cuyo despegue se asocia clásicamente con la Revolución Francesa, y que supuso la abolición de las estructuras de poder del Antiguo Régimen. Pero la modernidad es también el capitalismo. Y me llama la atención que ambas hayan usado esta palabra una sola vez cada una. Otro asunto: las formas de organización social emergentes en América Latina. No estoy del todo de acuerdo con que no tengan correspondencia con tradiciones políticas europeas: cabría pensar, por ejemplo, en los intentos de autogestión en momentos históricos no tan lejanos o lo que se llamó en tiempos, y que hoy no parece estar muy de moda, democracia participativa. Por supuesto, después de que intervengan las dos ponentes el público puede, si lo desea, formular sus preguntas. Doreen Massey Naturalmente ha habido muchos ejemplos de autogestión en Europa, pero ahora ya no se trataría solo de recuperar las responsabilidades ciudadanas sino de cambiar el sentido mismo de la ciudadanía. Esto es lo que me interesa de la experiencia venezolana actual. No obstante, si hay posibilidad de cambiar los términos del debate, quisiera discutir con Chantal la noción de gente protagónica. Entiendo que hay una diferencia entre los presupuestos participativos y los consejos comunales de Venezuela: en el caso de


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los presupuestos participativos la gente escoge, decide entre una gama de posibilidades cómo se va a gastar el dinero, en cambio los consejos comunales pueden ser más protagónicos para inventar una política nueva, pueden tomar la iniciativa para inventar una política. La diferencia entre los presupuestos participativos y los consejos comunales de Venezuela está en el grado y la forma de autonomía que tiene la gente. Chantal Mouffe En principio, en mi ponencia dije que sería interesante comparar y ver las diferencias. Mi impresión es la misma que la tuya, Doreen, pero creo que aquí nuestros amigos tienen que intervenir porque saben mucho más de esto. Bueno, en relación a la pregunta de Rithée sobre lo qué es la modernidad. Esta es una cuestión que no se puede contestar de modo concluyente, depende del criterio que se considere fundamental para pensar la modernidad: si se piensa a

La modernidad es un campo de lucha para definir la modernidad misma; cuando se dice que hay que buscar una alternativa a la modernidad se está verificando esta definición de modernidad partir del capitalismo, se tendrá una cierta idea de modernidad, si se toma en cambio como ejemplo político la obra de Jacques-Claude Bernard, será equiparable a la revolución democrática, y si seguimos a Bruno Latour concluiremos que nunca hemos sido modernos porque la sociedad moderna nunca funcionó de acuerdo a la gran división entre cultura y naturaleza que sustentaba su sistema de representación del mundo. Para mí la modernidad es un campo de lucha para definir la modernidad misma de modo que cuando se dice que hay que buscar una alternativa a la modernidad lo único que se está haciendo es verificar esta definición de modernidad. Hay una lucha por la hegemonía para ver cómo se la define y hay la po-


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La democracia radical no es una forma de vida, es siempre un proceso, no cabe pensarla como algo absolutamente distinto y separado de la democracia liberal sibilidad de pensarla de manera distinta a la modernidad capitalista. En cuanto a las diferencias entre democracia radical y democracia liberal, Ernesto Laclau y yo hemos argumentado en Hegemonía y estrategia socialista que esta es una operación de radicalización de la democracia. La democracia radical no es una forma de vida. Es siempre un proceso. No cabe pensarla como algo absolutamente distinto y separado de la democracia liberal. D.M. Chantal, ¿la idea del pueblo protagónico puede producir una nueva forma de modernidad o es simplemente una versión de la democracia europea? C.M. Esa es la tercera cuestión que nos ha propuesto Rithée Cevasco. Claro que hay antecedentes y ejemplos en la historia europea de esas formas de participar, pero justamente decía que esa lucha tiene lugar en el interior de un modelo que podemos llamar occidental si tenemos presente que hay varios occidentes, no un solo Occidente. Ha habido momentos en la experiencia europea donde el momento democrático ha sido más importante que el liberal. Hoy en día está ocurriendo lo contrario y me parece que la diferencia que hay entre Europa y Latinoamérica es, precisamente, la manera en cómo se articulan las dos tradiciones. Por eso que digo que los europeos podemos aprender de los latinoamericanos porque lo que tenemos que hacer es dar nuevamente un papel más protagónico a la dimensión democrática sin romper completamente con determinadas instituciones ligadas a la democracia liberal que son importantes. D.M. Estamos de acuerdo, pero hay gente en América Latina que ve este proceso como una confrontación entre el Estado y el pueblo protagónico.


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Público En Europa nos falta conciencia participativa para ir más allá de la queja y concretar propuestas. ¿Cómo pueden radicalizarse las democracias europeas con una cultura de fondo tan antidemocrática? D.M. No creo que sea imposible construir algo diferente aquí. En cada revolución hay héroes. En México, en Chiapas, es Zapata; en Nicaragua, Sandino; en Venezuela, Simón Bolívar, pero también hay un hombre que me gusta mucho que es Simón Rodríguez y su lema «o lo intentamos o erramos». Lo importante no es copiar, no es replicar lo que hacen otros países, sino intentar algo aquí. Es verdad que nuestra cultura no es muy propicia para que crezcan nuevas formas, pero hay posibilidades. Hay sindicatos, movimientos de mujeres, movimientos de defensa del medio ambiente… Hay elementos sobre los que podemos construir numerosas formas de concienciación y de mayor participación. Debemos tener confianza y tomar la iniciativa para proponer una política alternativa. C.M. El problema es que hoy en día la hegemonía neoliberal es tan fuerte en Europa y Estados Unidos que se ha producido lo que Gramsci llamaría el «sentido común» de que no hay alternativa a la globalización neoliberal. Por eso lo que hacen los partidos que antes se llamaban de izquierda y ahora se hacen llamar de centroizquierda es, simplemente, manejar de manera un poco más humana la globalización neoliberal. Por ejemplo, en Inglaterra Tony Blair fue una versión socialdemocrática del neoliberalismo, un thatcherismo con cara humana. Estamos viviendo en sociedades pospolíticas, por no llamarlas posdemocráticas, pero siempre existe la posibilidad de emprender una lucha contrahegemónica. La izquierda europea tiene que desarrollar una alternativa imaginativa a la globalización neoliberal. Y hay sectores de esta izquierda europea que ya lo están haciendo. En Alemania, por ejemplo, está Die Linke que trata precisamente de hacer lo que estamos diciendo: articular la lucha de la democracia representativa con los movimientos sociales, porque la izquierda tradicional, el centroizquierda, lo focaliza todo en las


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elecciones. Un caso opuesto sería el que representa en Francia el Nouveau Parti Anticapitaliste (NPA), que no tiene nada que ver con esas luchas. No es una izquierda de gobierno, no quiere llegar al gobierno y cambiarlo, mientras que Die Linke es un partido que está a la izquierda de la socialdemocracia pero que quiere justamente articular los dos tipos de lucha. Para mí ese es el camino que hay que seguir. Es difícil pero no imposible. Siempre hay una alternativa. D.M. La misma idea de que no hay alternativa es una victoria política del capitalismo. Es como en la esfera de la economía: ves las fuerzas económicas como si fueran cosas naturales, ves los mercados como ves el viento o el sol, como algo en lo que no podemos intervenir. Hemos hecho de esas relaciones sociales factores fuera de nuestro control y esto es una victoria del capitalismo. Es por eso que la pluralidad, la diferencia geográfica y la multipolaridad son tan importantes porque indican que siempre hay alternativas. R.C. Estoy totalmente de acuerdo. Pero las innovaciones no se pueden calcular, la creación no se puede programar. No estoy en absoluto en una posición de éxodo, de deserción de la política, al contrario, pero me pregunto cuáles son las formas, los mínimos movimientos o gestos que se podrían ver hoy día en Europa, de formas quizás aún no definidas de protesta y de intentos de nuevos imaginarios de poder. Al final se trata de eso, de inventar nuevos imaginarios de poder. Y estas tienen que venir de aquellos que están excluidos del sistema, de los que tienen demandas sociales insatisfechas, que en Europa hay muchísimos. El problema es qué formas políticas nos estamos encontrando, porque la innovación no siempre es progresiva, también puede ser regresiva. D.M. Es un problema que hay que pensar a la luz del concepto de multitud. La multitud estará siempre en la izquierda. R.C. ¿En qué lugar de Europa están surgiendo esos atisbos de renovación del imaginario político progresista? C.M. Ya he contestado a esa pregunta: en Alemania con Die Linke. R.C. Chantal, has hablado de un nuevo partido francés de izquierda que no tiene voluntad de ganar elecciones ni participa en ellas porque


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es un partido extraparlamentario, en el éxodo político. No es un partido fuerte… C.M. No se trata de que sea un partido fuerte o no. No es una izquierda que quiera llegar al gobierno, es una izquierda de protesta, que solo usa las elecciones como forma de protesta. No está en el éxodo político pero tampoco tiene una estrategia hegemónica de guerra de poder. R.C. ¿Y los movimientos ecologistas? C.M. Depende. La ecología no tiene que ser asumida necesariamente por la izquierda. Se puede avanzar en una cierta toma de conciencia ecológica, pero no me parece que la vía sea pensar en la ecología como solución. La ecología puede ser articulada de formas muy distintas tanto por la izquierda como por la derecha. R.C. El problema está en captar cuál de estas innovaciones puede crear alternativas en Europa a la hegemonía de la democracia liberal no participativa. Público ¿No creen que ha llegado el momento de retirar el calificativo de izquierda a los herederos de la socialdemocracia y del capitalismo con rostro humano que se sientan hoy en los parlamentos de Europa? ¿No habría que hacer un esfuerzo de lenguaje para liberar este terreno de la izquierda y reservarlo para a opciones abiertas a imaginarios políticos como los que se desarrollan en este momento en Latinoamérica? C.M. Creo que sí, que tenemos que hacer ese esfuerzo de lenguaje. Además, al haberse redefinido como de centroizquierda esos partidos no se identifican ya con la izquierda. Llamar a eso izquierda es una manera de decir que nuestros sistemas son democráticos. En mi libro El retorno de lo político digo que estamos en una situación que llamo pospolítica precisamente para indicar que no hay una oferta de izquierda en el panorama político, porque una oferta de izquierda significaría una alternativa al modelo de la globalización neoliberal y no hay ningún partido socialdemócrata que defienda eso. D.M. Los socialdemócratas están en una trampa porque han aceptado la política neoliberal y ven el mercado como algo natural. He vuelto a leer The Great Transformation de Karl Polanyi. En este libro se


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explica muy claro que el mercado no es un estado natural, que el mercado libre es algo impuesto. Lo vemos en estos momentos en muchos países postsocialistas en los que la expansión del mercado es el resultado de políticas concretas. Los partidos socialdemócratas tienen que cambiar. Están cogidos en la misma trampa que la mayoría de la izquierda europea.

La experiencia europea puede aprender de la latinoamericana a condición de conocer la dimensión profundamente populista de todo modelo democrático C.M. La izquierda europea no es capaz de reconocer experiencias como las de Venezuela. Dice que eso es populismo y que el populismo es incompatible con la democracia pero yo creo que se equivoca en esto, que la izquierda tiene que reivindicar la categoría de populismo porque es el único modo que tiene para luchar contra el populismo de derechas. En Francia Marine Le Pen está poniendo en circulación un discurso en defensa de los trabajadores con componentes muy de izquierdas. Proyecta el enemigo en el inmigrante islámico pero lo hace articulando demandas realmente democráticas. Lo que necesitamos es un populismo de izquierda que defina al enemigo en el capitalismo y no en el inmigrante, es fundamental para poder construir un modelo alternativo a la globalización neoliberal. Ahí es donde la experiencia europea puede aprender de la latinoamericana a condición de no rechazar, de conocer la dimensión profundamente populista de todo modelo democrático. En toda democracia hay un elemento populista porque la democracia consiste en construir un pueblo. El problema es cómo se construye ese pueblo. No hay una amenaza populista, lo que hay es una amenaza de construcción del pueblo de manera derechista porque del lado de la izquierda no existe la tentativa de construir otro pueblo.


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Público Recientemente he leído en la revista El Viejo Topo un artículo de Jorge Verstrynge sobre el populismo de izquierdas y el lema del movimiento francés «Que se vayan, todos ¡que venga pronto la Revolución Ciudadana!». Me gustaría saber lo que opinan del señor que encabeza este movimiento y de lo que, según Verstrynge, puede ser una revolución ciudadana en Francia.

El éxito de Chávez en Venezuela se produjo en un período de crecimiento económico, esto no debe de perderse de vista C.M. Usted se refiere a Jean-Luc Mélenchon que está creando en Francia un partido [el Parti de Gauche (PG)] parecido a Die Linke en Alemania. Mélenchon militaba en el Partido Socialista, del que se salió, y el problema es que ahora casi solo se representa a sí mismo, no tiene la base social de Die Linke, que se construyó con la base del ex partido comunista oriental y con el movimiento de Oskar Lafontaine, que era un movimiento fuerte de la parte occidental con una tradición de sindicatos. Lo de Mélenchon no tiene fuerza suficiente todavía ni un programa muy elaborado. Me parece que está en la buena dirección, pero no estoy nada de acuerdo con el título de su libro, Que se vayan, todos. Me parece absurdo y, de hecho, el propio Mélenchon asumió después de publicarlo que no fue una buena idea. Creo que va en la línea correcta, entre otras razones porque la izquierda más tradicional lo critica por populista, lo que es bueno porque el suyo es un populismo de izquierda. Pero en la actualidad Jean-Luc Mélenchon no representa realmente una posibilidad. Público ¿Hay correspondencias entre las respuestas a la crisis de la izquierda europea y las de izquierdas latinoamericanas como la que representa Hugo Chávez en Venezuela? Y otra pregunta: ¿por qué la izquierda europea no logra avanzar en este contexto de crisis aguda generada por el capitalismo financiero?


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C.M. Frente a una crisis hay dos salidas, una de derechas y otra de izquierdas. No siempre se opta por la izquierda: el ascenso de Hitler fue la respuesta alemana a una crisis. El caso europeo no es comparable al de Latinoamérica. Si los gobiernos europeos de centroizquierda no han podido aprovecharse de la crisis para avanzar es porque esta misma izquierda ha contribuido en todas las partes a la política neoliberal. No cabe presentarse como la solución cuando se es parte del problema. El único lugar de Europa donde veo una alternativa hoy día es, como he dicho, Alemania con Die Linke. D.M. El éxito de Chávez en Venezuela se produjo en un período de crecimiento económico, esto no debe de perderse de vista. Con su gobierno se mejoró la situación social y económica de los pobres a toda escala. Lo que está en crisis no es solo la economía sino también la ideología, todo este discurso del individualismo, de la avaricia. En Inglaterra esto es muy evidente porque hemos estado en el centro de la crisis. La economía está completamente dominada por el sector financiero que en las tres décadas precedentes no ha invertido en actividad productiva sino en especulación. Esta es la causa principal del crecimiento de la desigualdad en el Reino Unido. Y el Partido Laborista no va a ganar si se enfrenta a los conservadores solo con argumentos económicos. Tiene que enfrentar la ideología al mismo tiempo. No obstante, hay nuevos movimientos sociales en Inglaterra, nuevas formas de alianzas que generan esperanza.



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Sin nostalgia de la utopía: la literatura en América Latina a principios del siglo XXI

Jorge Volpi I. El océano 1. Al principio fue una provocación. Hoy, casi una declaración de principios. América Latina ya no existe. O solo existe en la medida en que se organizan congresos literarios, sociales, políticos y artísticos —aunque, eso sí, nunca científicos— sobre América Latina. 2. Una elíptica confirmación de lo anterior: la mayor parte de los congresos sobre América Latina se organizan fuera de América Latina. En Canarias, por ejemplo. 3. No me malentiendan: a mí me encantaría que América Latina aún existiera. Pero quizás la mayor prueba de su desaparición es la nostalgia por ese territorio perdido. 4. Tan fácil sentirse latinoamericano como difícil explicar el contenido de esta expresión. 5. En el período que va de 1959 a 1989 —los límites son siempre arbitrarios— resultaba sencillo definir a América Latina. Una región dominada por perversos dictadores, heroicos guerrilleros, música latinoamericana (de Gardel a Silvio Rodríguez), egregios futbolistas y, por supuesto, los modos literarios y extraliterarios del realismo mágico. 6. América Latina, esa América Latina frente a la que sentimos nostalgia, solo existió durante ese «breve espacio»: cuando todos, dictadores, guerrilleros, escritores y músicos, e incluso los ciudadanos de a pie, creían que su trabajo los volvía auténticamente latinoamericanos. 7. Durante más de treinta años, América Latina se convirtió en una de las marcas mejor posicionadas en el orbe. Todos querían adquirir algo típicamente latinoamericano: un novelón épico, una imagen


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América Latina, esa América Latina frente a la que sentimos nostalgia, solo existió durante un ‘breve espacio’: cuando todos, dictadores, guerrilleros, escritores y músicos, e incluso los ciudadanos de a pie, creían que su trabajo los volvía auténticamente latinoamericanos del Che, un disco con una mujer semidesnuda en la portada, un anhelo, una idea. 8. Los dictadores —auspiciados y pagados por Estados Unidos— aspiraban, ellos sí, a un continente homogéneo. La Operación Cóndor fue una idea auténticamente latinoamericana. 9. Los guerrilleros —auspiciados y pagados por Cuba, y esta a su vez por la Unión Soviética— aspiraban a «liberar» a toda la región por medio de la fuerza revolucionaria. Otra idea latinoamericana. 10. Mientras tanto, los escritores del Boom inventaban una América Latina tan deslumbrante que casi se convirtió en real. La América Latina de La ciudad y los perros y La muerte de Artemio Cruz, de El coronel no tiene quien le escriba y Casa tomada, de El Astillero y Pedro Páramo. 11. Dos acontecimientos, de alguna forma concomitantes, erosionaron la nueva homogeneidad de América Latina: el caso Padilla y el sorprendente éxito del realismo mágico. 12. El caso Padilla dividió para siempre a los intelectuales latinoamericanos. Desde entonces, los simpatizantes de Cuba —con García Márquez y Cortázar a la cabeza— y los detractores de Cuba —con Paz y Vargas Llosa como epítomes— se convirtieron en dos facciones irreconciliables. 13. Aún hoy, los herederos de los antiguos procastristas, reconvertidos en partidarios de una izquierda más o menos democrática, no toleran a los herederos de los viejos anticastristas, reconvertidos en fanáticos del libre mercado. Y viceversa.


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14. El daño provocado por la entronización del realismo mágico como paradigma único de la región fue acaso mayor (y la culpa no es de García Márquez). Primero, porque se convirtió en el instrumento único para interpretar la realidad latinoamericana. Y, segundo, porque ensombreció la inmensa variedad imaginativa del Boom y de la literatura latinoamericana en general. 15. Transformado en herramienta sociológica por la crítica europea y estadounidense, el realismo mágico convirtió a América Latina en un parque temático del absurdo. Un lugar donde ocurrían las cosas más insólitas o terribles sin que nadie se inmutara. El reino del conformismo. 16. No fue García Márquez, sino sus apologetas e imitadores, quienes hicieron de América Latina el receptáculo del exotismo que siempre ha necesitado, como contraste a sus propias pulsiones, la sociedad occidental. 17. Si al realismo mágico se le añade cierto componente social, como hizo la izquierda académica, el coctel se torna adictivo. América Latina ya no solo como resort, sino como depósito de las frustraciones de la burguesía internacional. De allí su fascinación por el Che y, más tarde, por el subcomandante Marcos, Chávez o Lula. Los héroes que se rebelan contra la desigualdad provocada, en buena medida, por esa burguesía internacional. 18. América Latina alcanza su apogeo en 1982, con el Premio Nobel a García Márquez, y justo entonces se inicia su declive. 19. En los ochenta, las dictaduras comienzan a resquebrajarse (salvo en Cuba). Las guerrillas son aniquiladas o disueltas (salvo en Colombia). Y la incesante repetición de los clichés del realismo mágico empieza a empalagar a los latinoamericanos (pero todavía no al resto del mundo). 20. En los últimos años del siglo XX, América Latina solo se conserva en las guías turísticas (y en la nostalgia occidental). Para entonces, sus países apenas se conocen entre sí, al tiempo que sus sociedades se han vuelto cada vez más abiertas y plurales, más reacias al encasillamiento. 21. Con la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, en 1994, México se escinde de América Latina. Toda su dinámica social,


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económica y política —y, en buena medida, cultural— se dirige hacia el Norte. 22. Centroamérica, en la última década del siglo XX, abandona felizmente las guerras civiles. Y se precipita, casi de inmediato, en la violencia de las pandillas y del narcotráfico y, salvo excepciones, en la más obscena corrupción gubernamental. 23. América del Sur, entretanto, explora vías propias: una camada de líderes de izquierda, más o menos democráticos, inunda la región. Chávez se convierte en su mala cara y Lula en la buena. 24. Chávez encarna la peor nostalgia latinoamericana. Escucharlo glosar a Bolívar es como reproducir un bolero en un viejo acetato. Un lloriqueo disfrazado de machismo. Igual que su héroe, clama, ruega o chantajea a sus colegas en aras de una unidad que sabe imposible. 25. No hay que desdeñar, sin embargo, los incipientes mecanismos de integración de América del Sur: baste recordar que la Unión Europea surgió de un acuerdo sobre el carbón. Si con los años se consolida allí una unión traNsnacional, heredera de Mercosur o Unasur, será para construir una América Latina distinta: con Brasil y sin México. 26. Todavía hoy, cuando se habla de América Latina, se piensa en una región azotada por la desigualdad, la corrupción y la violencia (aunque ya casi no haya dictadores ni guerrilleros), en la música latina (no latinoamericana, del Buena Vista Social Club a Shakira), en egregios futbolistas y en una literatura que, a falta del realismo

Transformado en herramienta sociológica por la crítica europea y estadounidense, el realismo mágico convirtió a América Latina en un parque temático del absurdo. Un lugar donde ocurrían las cosas más insólitas o terribles sin que nadie se inmutara. El reino del conformismo


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mágico, comienza a centrarse en esa nueva vertiente del exotismo encarnada por el narcotráfico. 27. Es enternecedor —y hasta políticamente correcto— decirse latinoamericano. Pero pocos de quienes lo afirman viven, en realidad, en América Latina. Los habitantes de un país apenas viajan a otro. Nada saben sobre su cultura contemporánea. Y no disponen de ningún medio —fuera de CNN en español o del mainstream del entretenimiento global— para saber cómo son sus vecinos. 28. La idea de América Latina, a principios del siglo XXI, es cosmética. Light. Una copia pirata que intenta resucitar una marca en desuso. 29. América Latina fue una hermosa invención de los sesenta. Y, como toda utopía, el pretexto ideal para una infinita cadena de atrocidades. Si de verdad creemos en un proyecto supranacional, quizás ya deberíamos pensar en otra cosa. Y en otro nombre. 30. Si América Latina ya no existe, estas reflexiones deberían concluir aquí. Porque entonces tampoco existe la literatura latinoamericana. II. El continente 31. De Nobel a Nobel. El gran arco de la literatura latinoamericana se tiende entre el muy temprano Premio a García Márquez, en 1982, y el muy tardío a Vargas Llosa, en 2010. 32. El Nobel a García Márquez consagra el esplendor de la literatura latinoamericana —y de América Latina— en el orbe. Y convierte al realismo mágico en su única expresión. Tres décadas después, el Nobel a Vargas Llosa desmiente el malentendido. El Boom nunca se redujo al realismo mágico. Y América Latina nunca fue Macondo. 33. El Nobel a García Márquez sonó como una fanfarria para América Latina. El Nobel a Vargas Llosa, como su réquiem. 34. El Nobel a Vargas Llosa se siente irremediablemente anticlimático. No porque él no lo merezca, por supuesto. Sino porque se anunció cuando Vargas Llosa es, con Carlos Fuentes, el último representante de una especie que se extingue.


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35. Vargas Llosa y Fuentes son los últimos intelectuales típicamente latinoamericanos. Los últimos voceros autorizados de la región. Nuestros últimos interlocutores con Occidente. 36. Para los autores del Boom, hubo siempre un tema imprescindible: el poder. En una u otra medida, García Márquez, Vargas Llosa o Fuentes no tuvieron más remedio que lidiar con él. En sus libros. Y, con igual intensidad, en sus vidas. 37. Pocas generaciones tan cercanas al poder político como el Boom. Sin duda, Fuentes, García Márquez y Vargas Llosa han sido sus críticos más severos. Pero también han sido permanentemente tentados por él. 38. Los autores del Boom comprueban con creces la aporía de Foucault: el saber produce poder, y viceversa. Si tantos políticos y empresarios los halagan —y si ellos se dejan halagar— es porque sus palabras crean realidad. 39. Los escritores de las generaciones posteriores ya no quieren o ya no pueden ocupar la posición del Boom. Cuando Vargas Llosa y Fuentes hablan, habla América Latina. Cuando lo hace cualquier otro autor, habla un peruano, un mexicano, un argentino. Y, con los más jóvenes, ni eso: un simple escritor. 37. Cuando los regímenes autoritarios campeaban en América Latina, los escritores disfrutaban de una libertad de expresión mayor a la del ciudadano común. El arte los protegía de las represalias (no siempre). Y los convertía en conciencias de la sociedad. La llegada de la democracia les arrebató esa condición. 38. En las nuevas democracias, no son ya los escritores de ficción o los poetas quienes critican al poder, sino esa nueva clase de comentaristas que se ha adueñado del espectro público. Ahora cualquiera opina sobre cualquier cosa. 39. Los politólogos sustituyeron a los escritores. Con ello, los ciudadanos ganamos en destreza académica (ni siquiera estoy muy seguro), pero perdimos en imaginación y en estilo. 40. Pese a contar con indudables momentos de brillantez, el discurso político del Boom acabó por saturar a las nuevas generaciones. En


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las últimas décadas nada resulta tan antipático, tan demodé, como un escritor comprometido. 41. La democracia había sido tan anhelada en América Latina que, cuando al fin apareció, no tardó en decepcionarnos. La democracia no era la panacea, sino una fuente de nuevos conflictos. Despojados de su condición de conciencia social, los escritores posteriores al Boom se escudaron por completo de la vida pública. 42. A diferencia de lo que ocurrió con el Boom, donde Vargas Llosa incluso pudo ser candidato a la presidencia sin comprometer su prestigio, hoy el mero roce de la política contamina a los escritores. 43. La devaluación del realismo mágico, sumada a la instauración de sociedades más plurales, permitió redescubrir a escritores olvidados o menospreciados. De pronto, la literatura latinoamericana pareció más rica —y más difícil de clasificar— de lo que nadie había supuesto. 43. Más que el postBoom, se hizo visible una generación completa que había sido su contemporánea. El grupo de la revista Medio Siglo, en México, o autores como Saer o Antonio di Benedetto, en Argentina, de pronto pudieron leerse como novedades. 44. Los autores nacidos entre 1950 y 1965 —fechas, otra vez, arbitrarias—, son demasiado jóvenes para haber sufrido el eclipse del Boom, pero suficientemente maduros para sufrir la opresión de los regímenes autoritarios: Piglia, Eltit, Villoro, Abad Faciolince, Boullosa, Castellanos Moya, Sada, Bellatin, Aira, Pauls, Fontaine y, por supuesto, Bolaño. 45. Bolaño solo tiene un precedente: García Márquez. 46. ¿Por qué Bolaño? Quizás porque llevó a sus límites, mejor que nadie, la estética del Boom. Y porque negó, con la misma fiereza, su estatuto público. 47. Por su arquitectura y su ambición narrativa, Los detectives salvajes y 2666 son herederas directas de Cien años de soledad, La casa verde, Terra Nostra o Rayuela. Ideológicamente, son su reverso. 48. Bolaño admiraba tanto el riesgo estético original del Boom como detestaba su autocomplacencia, su fe latinoamericanista y su discurso hegemónico.


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49. Para Bolaño y sus coetáneos, a partir de los ochenta el Boom se había convertido en una institución monolítica, en una marca comercial, en un paradigma tan poderoso como el que sus miembros habían desmantelado décadas atrás. Para sobreponerse a ellos, no bastaba con insultarlos: había que subvertir su discurso. 50. Cada libro de Bolaño es un pulso con el Boom. E, implícitamente, un homenaje. Textos llenos de parodias y burlas, de juegos estilísticos, de socarronería y mala leche y, sottovoce, de honda admiración. 51. Los detectives salvajes es una Rayuela sin romanticismo y sin artificios experimentales, ubicada en el desierto mexicano en vez de París, salpicada de dardos envenenados contra la historia literaria oficial. Pero, como Rayuela, también es un canto al magma vital de la literatura.

Como los autores del ‘Boom’, Bolaño fue un autor ferozmente político. Solo que su discurso no intentaba ser una respuesta ideológica al autoritarismo, sino un elusivo retrato de la microfísica del poder 52. 2666 es la mayor respuesta posible a Cien años de soledad. Sin magia, sin genealogías explícitas, sin la cegadora belleza del estilo. Pero con la misma ambición: la voluntad de transgredir todos los códigos e inventar, de nuevo, América Latina. 53. Si los textos de Bolaño están plagados de oscuras referencias literarias, es porque necesitaba desmantelar el canon del Boom. Porque necesitaba crear su propio sistema de signos, su propio contexto, su propia recepción. 54. Como los autores del Boom, Bolaño fue un autor ferozmente político. Solo que su discurso no intentaba ser una respuesta ideológica al autoritarismo, sino un elusivo retrato de la microfísica del poder. 55. Vargas Llosa, Fuentes o García Márquez narraron el poder desde dentro: O Conselheiro, Artemio Cruz o Aureliano Buendía. O lo experi-


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mentaron en carne propia. Bolaño prefirió exhibir sus aristas, sus márgenes, sus corrientes subterráneas. Y, en la práctica —gracias tal vez a su muerte prematura— siempre se escabulló de él. 56. En contra de la imagen construida en el ámbito anglosajón, Bolaño no era un outsider ni un rebelde sin causa, sino un infiltrado que conocía a la perfección el sistema y que se empeñó en desestabilizarlo desde dentro, con sus propias armas. 57. ¿Cómo el resto del mundo ha endiosado a un autor que no cesa de hacer guiños privados, chistes y burlas a una tradición —la latinoamericana— que a la mayoría se les escapa? Porque Bolaño le arrebató esa tradición a los latinoamericanos, la pervirtió y la transformó en un instrumento a su servicio. 58. Bolaño se convirtió, primero, en el gurú de los menores de cuarenta. Luego, en un ídolo de culto en Europa. Y, por fin, en una superestrella gracias a su entronización en Estados Unidos. ¿Un malentendido? Quizás todas las grandes obras de la literatura lo sean. 59. Paradójicamente, Bolaño ha comenzado a sufrir la suerte del Boom. El paso de las orillas al centro lo ha vuelto, de pronto, hegemónico. En Estados Unidos, Bolaño no es el último, sino el único escritor latinoamericano. Y, otra vez, la intensa variedad de la región ha quedado sepultada bajo su marca. 60. Bolaño vivió obsesionado por América Latina, pero a su muerte incluso él ha dejado de ser latinoamericano. Su nacionalidad apenas le importa a sus lectores. Pero, más que un escritor global, tendríamos que considerarlo un escritor apátrida. III. Los archipiélagos 61. Pertenezco a una generación cuyo mayor mérito consistió en normalizar a América Latina. Aunque otros lo pensaron antes, McOndo y el Crack pusieron sobre la mesa la quiebra del realismo mágico. 62. En 1996, dos iniciativas, una chilena y otra mexicana, sin conocerse mutuamente, alzaron su voz contra esa América Latina que se


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resquebrajaba. Eran los síntomas de un profundo malestar en la región. 63. Los antologadores de McOndo querían señalar, con este título sarcástico, que América Latina ya no existía. O, más bien, que existía otra América Latina, dominada por las contradicciones de la modernidad y no por la magia o el exotismo. 64. El Manifiesto del Crack, por su parte, buscaba reencontrar los orígenes del Boom: el momento anterior a la eclosión global del realismo mágico, cuando sus autores dinamitaban el discurso dominante en vez de representarlo.

Si los intercambios editoriales entre los países latinoamericanos habían comenzado a disminuir desde los setenta, en los ochenta se vuelven raquíticos. Los únicos libros que circulan de un país a otro son españoles 65. Más allá de sus flaquezas y devaneos juveniles, McOndo y el Crack contribuyeron a jubilar esa construcción de tres décadas llamada América Latina. 66. Durante la época de esplendor del Boom, la edición en español se dividía con bastante equidad entre España, México y Argentina. A partir de los ochenta, el desequilibrio que favorece a las editoriales peninsulares se vuelve apabullante. 67. De pronto, los grandes grupos españoles pasaron a controlar a todas las grandes editoriales independientes de América Latina. Y, de la noche a la mañana, España se convirtió en una Meca editorial para los escritores latinoamericanos. 68. Mientras a los autores del Boom les gustaba pasar temporadas en España, para los escritores de las generaciones subsecuentes publicar en España se convirtió en una obligación.


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69. Si los intercambios editoriales entre los países latinoamericanos habían comenzado a disminuir desde los setenta, en los ochenta se vuelven raquíticos. Los únicos libros que circulan de un país a otro son españoles. 70. A inicios de los noventa, los escritores latinoamericanos publicados en España (con la obvia excepción del Boom) se contaban con los dedos de una mano. 71. Los esfuerzos para hacer circular las novedades literarias de un país a otro fracasaron sin remedio. Carentes de referencias comunes, a los lectores de un lugar no podían interesarles los libros de sus vecinos. 72. A diferencia de los autores del Boom, los nuevos escritores no contaban con editores dispuestos a apostar por ellos más allá de sus fronteras nacionales. 73. Si se atiende solo al mercado editorial español, entre 1982 y 1998 la literatura latinoamericana es un fantasma. Imitadores del realismo mágico, obras postreras del Boom, y poco más. 74. El desierto comienza a repoblarse a partir de 1998, con la publicación de Los detectives salvajes y un fenómeno inédito, al menos desde el Boom: premios literarios españoles concedidos a autores latinoamericanos. 75. A partir del 2000, las editoriales españolas buscan otra vez un autor latinoamericano de moda. La estrategia no funciona. Porque ya ninguno de esos escritores parece latinoamericano. 76. Al iniciarse la segunda década del siglo XXI, la literatura latinoamericana no solo ya no existe, sino que, fuera de a unos cuantos académicos, a nadie le importa su desaparición. Para bien o para mal, ser latinoamericano ha dejado de ser una marca indeleble. 77. A partir de aquí, resulta inútil decir «narradores latinoamericanos» o «narrativa de América Latina». Lo más preciso sería «narrativa hispánica de América» (NHA), en donde «hispánica» no se refiere a la lengua del escritor (que a veces es el inglés), sino a su origen. 78. A principios del siglo XXI, la NHA ya no responde conscientemente a la tradición de la literatura latinoamericana canonizada durante el esplendor del Boom, sino que responde a otras tradiciones, aunque


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con especial énfasis en la literatura anglosajona (o, más bien, en los dictados del mercado literario internacional). 79. El siglo XXI señala el fin de la vieja y amarga polémica entre literatura nacional y universal que azotó a América Latina durante dos siglos. Pero con la globalización no ganaron los cosmopolitas, sino el mercado internacional. 80. A principios del siglo XXI, la NHA carece de movimientos o grupos explícitos. Las generaciones se mezclan y recomponen, para fastidio de los académicos. La literatura identitaria se halla en vías de extinción. Quedan unos cuantos escritores, y sus obras. La taxonomía, pasión crítica por antonomasia, se vuelve impracticable. 81. Muerto Bolaño, dos argentinos ocupan su vacío, sin llenarlo. Ricardo Piglia, creador de brillantes artificios que enlazan ficción y metaficción (Borges + Arlt). Y César Aira, autor de libros que son casi instalaciones (enésimo imitador de Duchamp). 82. Los escritores nacidos en los cincuenta se hallan de pronto descolocados frente a la sombra apabullante de Bolaño. Unos lo alaban, otros lo envidian, alguno lo contradice, pero por fortuna nadie lo imita. 83. Imposible ofrecer un retrato de familia de estos escritores. Siendo estrictos, no valen criterios temáticos, ideológicos o estructurales para agruparlos. Si algo los une, es ser sobrevivientes. Al fin del realismo mágico y del socialismo real. Al triunfo de la democracia y del mercado. 84. Migrantes digitales, los escritores nacidos en los cincuenta han tardado en adaptarse a la nueva realidad líquida del mundo digital. 85. Salvo excepciones —Aira, Bellatin, Rivera Garza—, la narrativa tradicional mantiene su dominio en la región (como en todas partes). Pocas artes tan conservadoras, a principios del siglo xx, como la novela. 86. La literatura experimental vive con los mismos (pocos) fanáticos y los mismos (numerosos) detractores del arte conceptual. El arco se tiende entre Diamela Eltit, y sus juegos posmodernos de género (nuestra Jelinek), y Mario Bellatin, y sus juegos ultramodernos sin género (nuestro Beckett).


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87. Un hecho clave para los autores más jóvenes de la NHA, es decir, los nacidos a partir de los sesenta, fue el congreso organizado en Madrid en 1999. Por primera vez en mucho tiempo, los escritores latinoamericanos volvieron a tener la ocasión de encontrarse. Eso sí, en España. 88. El breve arco de la NHA reciente se tiende entre los congresos de Madrid, 1999, y Bogotá, 2008. El primero marca el último intento de resucitar a la literatura latinoamericana. El segundo es la comprobación última de su imposibilidad. 89. En 1999, los nuevos escritores celebran conocerse. En 2008, el desarrollo del correo electrónico, los blogs y las redes sociales muestra el carácter redundante de los congresos literarios. Los intercambios de ideas ya no se llevan a cabo en vivo. 90. En medio de estos dos congresos, una cita especial (por emotiva). Sevilla, 2004. Conviven, por primera y última vez, un miembro del Boom (Cabrera Infante), Bolaño, y once escritores nacidos en los sesenta y setenta. 91. Triste epílogo, la selección de Granta del 2010. Para entonces, ya ninguno de sus autores es latinoamericano. Y ni siquiera se busca ser más o menos equitativo con el número de representantes por país. Una apuesta que ya no esconde lo comercial. 92. Un nuevo estereotipo: la narcoliteratura. Poco importa que solo se haya reflejado en la ficción de Colombia, México y, en menor medida, Centroamérica. Para los nostálgicos, significa la resurrección de América Latina. 93. Decenas de libros rodean ya al narcotráfico, de la explotación comercial al registro lingüístico. E incluso cuenta con una pequeña obra maestra: Trabajos del reino, de Yuri Herrera. El problema es que un tema urgente se convierta, a causa otra vez de la necesidad de exotismo de Occidente, en obligación. 94. Se dice que en América Latina proliferan los géneros: la novela histórica y policíaca, en particular. O la narrativa femenina. O la gay. Tanto, sí, como en otras partes.


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Último fenómeno para dinamitar del todo la vieja idea de literatura latinoamericana: en Bogotá 39, fueron invitados, como escritores latinoamericanos, Daniel Alarcón y Junot Díaz. Ambos escriben en inglés 95. Si los escritores nacidos en los sesenta son esencialmente antipolíticos, los nacidos en los setenta y ochenta son apolíticos. Solo les interesa el poder en la medida en que interfiere con sus vidas privadas. 96. Entre los escritores nacidos en los setenta y ochenta no hay grupos explícitos (al menos de momento). La individualidad como imperativo. 97. Otro fenómeno de los últimos veinte años: la extinción de la crítica periodística. Suplementos literarios agonizantes. Revistas literarias intrascendentes. Nada de lo que dicen tiene relevancia (ni siquiera entre los propios escritores). 98. En vez de manifiestos o revistas, los nuevos escritores tienen blogs (algunos tan influyentes como el de Iván Thays). Para el chismorreo literario, Facebook. Y, para participar activamente en la vida intelectual (de un solo país), ese nuevo telégrafo que es Twitter. 99. Último fenómeno para dinamitar del todo la vieja idea de literatura latinoamericana: en Bogotá 39, fueron invitados, como escritores latinoamericanos, Daniel Alarcón y Junot Díaz. Ambos escriben en inglés. 100. El fin de las fronteras y las aduanas. De la distinción entre lo local y lo global. De la literatura como marca de identidad (nacional, étnica, lingüística, sexual). De los departamentos universitarios de «literatura latinoamericana», de «literatura española» y de «lenguas romances». El triunfo de la idea de humanidad. Y de la Weltliteratur. Nada indica que vaya a ocurrir así —los viejos prejuicios son virus resistentes—, pero debemos concluir con esta pregunta. ¿Y por qué no?


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Omar-Pascual Castillo Si hay algo que caracteriza al arte y/o la cultura en Iberoamérica, —no considero lo que algunos críticos y pensadores han llamado el «fenómeno latino» como un fenómeno «continental americano», lo esbozo como acercamiento mucho más plausible desde la experiencia transatlántica,—si hay algo, digo, que caracteriza el arte y/o la cultura en Iberoamérica, ese algo es una especie de reacción contestataria, una reacción a «¿por qué me tengo que quedar callado?», una actitud vital que responde a lo que autores como Gerardo Mosquera y Nelly Richard han denominado «posmodernismo de resistencia». Con todo, elijo entender que esta especie de boconería transatlántica responde simplemente a que el hispanohablante es parlanchín, como decía Alejo Carpentier. Esta actitud tiene que ver con una manera muy específica de reconocer una identidad que se deshace y rehace o transgrede a partir de diásporas y nuevas tendencias desplazatorias y migratorias que se marcan hacia la globalización, porque el hispanohablante no tiene problemas existenciales y/o traumáticos con el lenguaje (pienso en Severo Sarduy y su idea del enriquecimiento sumatorio de la lengua castellana). Ni siquiera tiene problemas con la dicotómica relación tradición y vanguardia. Nosotros somos el ejemplo tácito y personal de ese fenómeno que en la literatura también se da, de entes de la cultura que nos encontramos entre las dos aguas, que el Atlántico marca como frontera. Así que estas reflexiones están sujetas a mi visión de Iberoamérica, no a mis visiones de Latinoamérica. Porque somos parte de este diálogo que necesita una confrontación de un lado y otro del Atlántico, con España como territorio de legitimación, o aval donde ocurre nuestro trabajo; el cual en un final nos legitima de un lado y del otro. Por eso me centro en


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esta idea de lo transatlántico, ya que no estamos fijados en una frontera concreta, sino justamente al contrario: Solo nos une y nos separa, el océano. En el caso de las artes visuales ocurrió ya una quiebra de estas visiones monolíticas de las geografías con la magnífica exposición Les Magiciens de la Terre —comisariada por Jean-Hubert Martin— en el Centro Pompidou de París en 1989, año en el que cae el Muro de Berlín, y comienzo de lo que los estudiosos de la visualidad hemos llamado la «bienalización de la cultura». En el caso concreto de la cultura americana es de destacar como la Bienal del Whitney Museum fue desplazada —literalmente— a nivel de importancia, influencia, capacidad de convocatoria, etc., por las bienales de São Paulo y La Habana. Los centros se movieron. O sea, las fronteras y las relaciones centroperiferia y los mapas geopolíticos de la producción visual de los últimos veinte años, tras estos gestos bruscos, han cambiado. Entonces, esta actitud de respuesta del «¿y por qué no?» ha nacido de manera natural, por ser lo que somos, y estar donde estamos, sin ningún complejo, tras la vanguardia y la modernidad. Iberoamérica está desde entonces en una relación que establece «tensiones» con los paradigmas culturales de Occidente, léase América del Norte y Europa, pero también consigo misma. A partir del concepto de tensión, del primer artista del que quiero hablar es del mexicano Alejandro Almanza, residente entre Nueva York y Berlín, nacido en México D. F., y crecido entre Guadalajara y Texas. Almanza trabaja entre Miami, Nueva York, Berlín, Londres y el propio D. F., creando a partir de este concepto de la tensión desde la literalidad física hasta la impronta discursiva, en el que la obra de arte en sí solo se completa desde la experiencia perceptiva desde su momento estacionario del «estar ahí del público». Para Alejandro Almanza el hecho descriptivo de lo que pasa en la obra crea una reacción de miedo al desastre, a la catástrofe, al accidente. Por esta razón creo que se identifica claramente con el contexto iberoamericano contemporáneo en el campo de las artes. Así, siempre tenso, donde se tensa el lenguaje artístico y las líneas actorales o actuantes del hecho


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expositivo. Como si Almanza rompiera las antiguas estructuras monolíticas de la noción de arte y de geografía mediante un mecanismo de dislocación del sentido. Alejandro Almanza no hace una obra que lo acredite como «mexicano», sino una obra propia de autor contemporáneo cosmopolita, urbanita, posindustrial y posfluxus. Ya que en el arte de hoy día no se tiene un imperativo que adscriba a una contextualidad específica, y Almanza puede que sea uno de los mejores ejemplos de esta «nueva situación» intralingüística, supranacional y posideológica. Su única fe, podríamos decir, es la experiencia estética, aquella donde el individuo de su tiempo interactúa con un hecho artístico que lo interpela.

El auge y la gestión movediza de la virtualidad y la irrupción de nuevos museos y centros de arte, fundaciones y bienales desplaza el espacio de legitimidad y visibilidad del arte contemporáneo realizado en las Américas El arte del siglo XXI no necesita verse registrado bajo una etiqueta de nación. Aprendió que no necesita imperiosamente de una referencialidad contextual y/o social para insertarse en el campo sistémico de la industria cultural internacional, es decir, dentro del mercado del arte. Se da el caso de que desde y en el arte contemporáneo se habla hoy en día de cuestiones mucho más abstractas y desligadas de la realidad a lo que tiene que ver con una geografía y toda su memorabilia, sus micropolíticas y sus discursos ideológicos. Es cierto también que existe un arte que sí hace una giro contextual y referencial de estudio de campo, ya sea desde el punto de vista antropológico y/o desde el sociológico, para desde ahí, desde el conocimiento de causa de su contextualidad, redefinirse; pero en el siglo XXI este antiguo imperativo ya es negociable e, incluso, desechable. Hemos llegado a un punto de democratización de nuestra visualidad en el que no es preponderantemente necesario


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ese sesgo que es en el fondo poscolonial e instrumentado solo desde el discurso eurocentrista y su jerarquización hegemónica de las diatribas del statu quo del arte y su sistema. En este sentido, el arte contemporáneo realizado en las Américas ha asumido que necesita un espacio de legitimidad y visibilidad, y ese espacio está desplazándose continuamente. Primero, por el auge y la gestión movediza de la virtualidad —de más está hablar de la capacidad de convocatoria y alcance mediático de la web 2.0 y su expansión global— y, segundo, por los desplazamientos operativos del propio sistema del arte, ya sea el ejemplo citado de las nuevas bienales, como la irrupción de nuevos museos, centros de arte y fundaciones. Almanza, retomándolo como ejemplo, ha ganado la Beca de Creación de la prestigiosa CIFO (Cisneros Fontanals Art Foundation) de Miami; lo que le dio una cobertura internacional a una carrera que antes solo tenía en las efímeras participaciones de sus galerías en ferias como Zona Maco (México D. F.), ArteBA (Buenos Aires) o ARCO (Madrid). Y ya que menciono ARCO, abro un inciso. Antes he señalado cómo las bienales de São Paulo y La Habana habían desplazado a la Bienal del Whitney; pues bien, tras ese primer giro de los fenómenos artísticos del final del siglo XX en Iberoamérica, hoy día así mismo la segunda feria de arte contemporáneo más importante del mundo ocurre en Miami, ciudad indiscutiblemente considerada por muchos estudiosos como la nueva capital de Iberoamérica, sobre todo, desde el punto de vista financiero. Me refiero a ArtBasel Miami, que desplazó la «capitalidad artística iberoamericana» hacia La Florida arrebatando a ARCO de este título. Aquí podríamos trazar otra ruta de regreso y descentramiento de los poderes fácticos del universo del arte actual, siendo España, la antigua metrópoli, destronada, sacada del juego de los protagonismos mundiales del arte de los últimos años, hecho que además se ratifica con el dato de que en los últimos veinte años, a pesar de los esfuerzos de las bienales de Pontevedra, Sevilla, Valencia o Canarias, no existe una bienal que tenga el nivel de repercusión, la capacidad de diálogo y reflexión o la intensidad expositiva, así como el rigor discursivo, de las


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ya mencionadas bienales de São Paulo y La Habana, a las que tal vez podrían sumarse la Bienal de Mercosur y la reciente Trienal de Chile. En esta dirección, Alejandro Almanza es el típico ejemplo que crea una tensión entre lo sólido y lo frágil, entre lo duro y lo blando, entre una verdad dogmática preestablecida en el conocimiento cotidiano de nuestras vidas y la accidental verdad relativa del azar de los hechos, un contraste de tensiones entre el minimalismo americano y su preponderancia escolástica, su rotundidad absoluta, y la provisionalidad alquímica de la inventiva tercermundista de los «sureños». Por el contrario, Alexis Esquivel es un artista cubano que participa más que en una tensión en una «práctica de destensamiento»; es decir, una broma, lo que en Cuba conocemos como un «choteo», como aquella manía infinita nuestra de burlarnos de nosotros mismos, como dijera el escritor cubano Jorge Mañach, práctica de la que Alexis Esquivel se convierte en un abanderado porque crea escenas revisionistas del discurso de la Historia, para, desde esa escenificación representacional, reinterpretar la Historia en sí mientras a su vez reinterpreta la pintura. Una pintura, ahora, reciclante, neobarroca, neohistoricista, en la que el artista ejecuta una y otra vez amagos de la Historia del Arte con guiños de humor, con líneas de fuga de posibles relecturas de las mismas, a las que infecta, como vacuna, de cierta crítica política. Y aquí sí tenemos un artista que mira hacia su contexto para desde él, hablarnos. En el contexto iberoamericano en el campo del arte —y aquí nos conectamos en una condición paralela a lo que sucede en el campo de la literatura— abundan creadores que si establecen una relación binaria, contestataria —más que nada— con el poder y/o los poderes desde la experiencia artística. Alexis Esquivel ha generado un conjunto de obras que hurgan en la cultura popular cubana e investiga en ella las posibilidades de construcción y asentamiento de un paradigma crítico, que se construye desde la confrontación con la lógica estereotipada del turismo, de la cultura que se fabrica para el exterior, para el afuera que a ella llega desde el exotismo colonial del paraíso turístico; en este caso escarbando en cómo el cubano es siempre beligerante, lo que decimos


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en Cuba, un «buscapleitos». Entonces, bajo el prometedor título de Criollo Remix, Esquivel traza un paralelismo entre lo que ocurre en la cultura popular y lo que se espera de la cultura turística cubana —fabricada para el turista—; un extraño territorio donde se oculta la verdadera naturaleza de lo cubano en su afán disidente, peleón. Como si graficara aquella frase del argot popular cubano cuando te preguntan: «¿qué haces?» y tú contestas «aquí, luchando». Un luchar desde la diatriba del arte (contra todo poder fáctico establecido) que Alexis Esquivel lleva a su extremo. En el marco del nuevo arte puertorriqueño el dúo Allora & Calzadilla genera otra discusión acerca del lugar del espectador con respecto a la obra, acerca de su lugar y de lo que se espera de un latino. Estos dos artistas constantemente están moviendo su obra —sobre todo a nivel conceptual y perceptual— para molestar al espectador, provocando cierta incomodidad por la situación de ridículo en el que habitualmente los artistas lo colocan. Con estas premisas ambos artistas crearon unas piezas en las que el espectador entraba a formar parte como integrante de una pista de baile que luego es mancillada por el paso del público, desarticulando la verticalidad de la obra para horizontalizarla, pisoteada por quienes querían apreciarla en su totalidad. Con esta obra Allora & Calzadilla ponen en juego también ese paradigma ocioso, desprejuiciado y juguetón que se supone conlleva la vida insular caribeña y su «costumbre folclórica-bailonga», en la que reinan la salsa, el reguetón y el merengue. Esta dinámica de poner entredicho «lo que se espera del latino» es autodestructiva, pues la obra se convierte en una experiencia efímera, transitable, tras la práctica de la danza sobre el soporte de madera dibujado en carboncillo en el suelo de la sala expositiva, o la tiza en el asfalto callejero; como si reconstruyeran los paradigmas preestablecidos por parte de Occidente de lo que significa Puerto Rico, el Caribe y las Américas como tal. Un territorio espiritual que está negociando una y otra vez la construcción de su identidad. O como me dijera un prestigioso coleccionista boricua, un país que «siente en latino pero piensa en inglés porque su modus vivendi es latino pero su mundo financiero y su sistema legislativo es norteamericano».


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Si ‘algo’ distingue este tiempo es ‘algo’ signado o cercano a las prácticas sexuales de la promiscuidad Alonso Mateo es un artista cubano residente en Miami que, desde su exilio se enfrenta al capitalismo brutal con el asombro de un guajiro, un campesino que va a la gran ciudad metropolitana, pero para desacreditar esa perplejidad ingenua, elabora una obra donde desmantela la solemnidad de la vida cortesana de la aristocracia europea y la nueva oligarquía de los media y el universo rosa de la fama fácil. Pinturas cortesanas es su serie pictórica más conocida, que comenzó en 1995 y culminó en 2000, en la cual recrea este universo de falsedades hipócritas de la «prensa rosa» sobre falsos tapetes decorativos de motivos kitsch como mismo lo son las estilizadas figuras alargadas de sus protagonistas del HOLA®. Como si simulara en estas pinturas nuevos textiles de palazzo, donde se burla de la elegancia despojándola del glamour. Arturo Herrera, en cambio, es un artista venezolano que desde su residencia en Chicago eligió dinamitar el paradigma americano del imaginario Disney a partir de una obra que expande el hecho pictórico hacia una reconstrucción directa del icono, convirtiéndolo en hecho abstracto, anarrativo; un gesto de evidente rebeldía a la tiranía totalitaria la belleza congelada de la Walt Disney Factory. Como si creara desde esta destrucción icónica un ejercicio de disidencia narrativa que desemboca en una planimetría de abstracciones insinuantes, reconstruyendo así uno de los pilares de la mitología americana, como si violentara la relación filiar con el patterns-yanqui. Como si decidiera superar al padre, cargándolo o negándolo donde más le duele. Más orgiástico y neobarroco que Herrera en su afán violentador de motivos icónicos norteamericanos, el artista brasileño residente en Nueva York Assume Vivid Astro Focus («Asume vivir como una estrella»), está claro que es un alter ego, participa de la práctica que me parece más característica del arte transatlántico contemporáneo: es un digno


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representante de lo que defino como la era de la promiscuidad, pues creo que si «algo» distingue este tiempo es «algo» signado o cercano a las prácticas sexuales de la promiscuidad. En la promiscuidad todo está negociado y pactado entre adultos, incluso un bofetón, negar el condón, la infidelidad, la violencia, la bisexualidad o el masoquismo. En los márgenes que generan las prácticas promiscuas todo está negociado, pero dentro de esa negociación están incluidos el látex y el plástico de por medio. Ya sean el látex y el plástico de nuestra vida traumatizada por la era del SIDA o por el vidrio acuoso de la pantalla del ordenador, o la pantalla de metacrilato de la cabina del sex shop. Soy consciente que esta terminología pudiera parecer algo freudiana, y que está sostenida en el aire como una sospecha, pero también estoy seguro de que los lacanianos esta sospecha me la agradecerán. En esta misma línea festiva de negociaciones eternas, otro artista brasileño residente en Madrid, Marlon de Azambuja, ofrece una perspectiva diferente de la promiscuidad en la que nos recuerda que la ciudad es de todos. Recogiendo el relevo de la tradición posconcreta del arte brasileño, Azambuja focaliza su actuación en cada ciudad donde interactúa como un centro de atención. Una actuación que una vez deslocaliza la atención hacia la pluralidad de territorios, ya que Marlon de Azambuja ha trabajado en México D.F., Basilea, Praga, El Cairo, Madrid, Murcia, Jaén o Las Palmas de Gran Canaria; otra vez, trazando una línea invisible, como «metaesquemas urbanos-invisibles» de sus viajes por Occidente. El modus operandi de trabajo in situ de Marlon de Azambuja lo acerca a la obra mucho más escultórica de artistas como la mexicana Betsabeé Romero, una creadora multimedia que lo mismo realiza intervenciones públicas que obra escultórica de corte más institucional o galerístico, como fotografías a color, o intervenciones en objetos recogidos de los desguaces de coches modernos. Con una obra a medio camino entre la tradición y la vanguardia de su país, Romero vincula los nexos culturales de la vida urbana del mexicano de a pie con los saberes populares de su país natal, homenajeando su herencia cultural en soportes


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muy contemporáneos postindustriales, como si los «auratizara» con el toco de su adorno significante. Siendo un caso extremo de lo que significa ser mexicana, es una artista que no negocia su identidad, sino que la reafirma, pues se considera unitaria, no binaria; no es mexicana en tanto no es yanqui, ni es mexicana en tanto no es europea, sino solo es, y lo que es implica de facto ser mexicana. Como si la artista nos dijera orgullosa a la cara: «Soy mexicana y estoy muy orgullosa de serlo; no tengo ningún trauma ni ninguna tara con ser lo que soy», incluso cuando serlo implique una denostada lectura indigenista o mexicanista de su esencia identitaria. Aun cuando esta actitud sea leída por algunos esencialistas y/o puritanos como una actitud cínica, que está expropiando la raíz popular de un país para comerciar con ella ante las hordas del mercado mundial. A lo que Betsabeé Romero, estoy seguro, diría: «¿Y cuál es el problema?» Llegados a este punto, habría que incidir en que una de las nuevas marcas de identidad del arte de ambos lados del Atlántico, es —justamente— su cinismo. Ya que estamos hablando de una generación posutópica, por tanto, cínica. ¡Y no pasa nada! No hallamos nada negativo por ser cínicos; de algún modo hemos acercado el cinismo a una especie de «nuevo realismo beligerante», un «realismo promiscuo», entiéndase: «negociado». Pero si existe un artista que lleve las de ganar en esta tendencia, ese artista tiene nombre y apellidos: hablo del cubano Carlos Garaicoa, uno de los primeros artistas que desde dentro del régimen cubano ha logrado establecer un tándem crítico con el sistema, gracias a la fineza de la ironía y al cinismo de sus contenidos y resultados visuales, siempre dubitativos. Como dudosos son los fines mediante los cuales el artista salmantino Enrique Marty esgrime una obra pictórica de referencial origen fotográfico sobre lo abyecto, como desafecto ante el espectador, conectándose con esa ligera y nueva tradición iberoamericana de incomodar la mirada del espectador; siendo Marty un artista que ha desarrollado su trabajo con galerías en ambos lados del Atlántico, y que ha exhibido sus creaciones en Nueva York, México D.F., Monterrey, que en Bruselas y Madrid.


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Lo mismo hace el argentino residente en Nueva York Fabián Marcaccio con un «uso desfachatado de la pintura». Artista multimedia, su obra se caracteriza por saltar de lo pictórico a lo escultórico y de lo escultórico a lo instalador. Siendo él mismo un devorador de imágenes desmedido, Fabián Marcaccio ha creado un imaginario donde lo promiscuo reside como dogma. El único principio que enarbola es la

El advenimiento de la era posmoderna se vio solapado por la constatación de que América Latina no es posmoderna porque los latinoamericanos aún somos subjetivistas e identitarios, mientras que los occidentales posmodernos propugnaban la muerte del sujeto y la disgregación de las identidades libertad de todas las opciones políticas, de todas las opciones estéticas y de todas las opciones lingüísticas en una sola obra. Sin que esto denote facilismo mezclador, sino ajuste culinario, precisión alquímica de la mezcla. En medio de este nuevo panorama iberoamericano, surge una nueva situación prolífica y muy favorable para el arte contemporáneo de América Latina gracias a la creación y consolidación pública de colecciones-fundaciones como la CIFO (Cisneros-Fontanals), la Jumex (de Eugenio López), la de Bernardo Paz, la Fundación Daros (perteneciente a banco suizo que ha creado una colección de arte latinoamericano), la de los Rubell y los De la Cruz (de Miami), o los Berezdivin (Espacio 1414) y los Ugobono en Puerto Rico. Esta coyuntura suscitó algo completamente nuevo en el panorama plástico iberoamericano y fue el hecho de que artistas españoles intentaran hacer carrera en las Américas, artistas a los cuales, de manera amable, sin rencor alguno, llamo los «reconquistadores» quienes se fueron a «hacer las Américas».


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Hablo de creadores como Félix Curto, fotógrafo e instalador salmantino, que gracias a su legado conceptual europeo pospovera se procuró una revisión del neoconceptual-povera en México, donde el objet trouvé, el ready made, toman una nueva dimensión poética gracias al rock & roll. Por su aproximación poética al povera, Curto recuerda a un artista cubano cercano al legado americano del minimal, desde una auratización subjetivista: Félix González-Torres. Pero si bien GonzálezTorres replica una propuesta de Andy Warhol relacionada con causas de muerte violenta donde el artista norteamericano reproducía serigráficamente sillas eléctricas, camas de inyección letal o cámaras de gas, Félix Curto reproduce en un conjunto de masa y/o retrato de grupo las fotografías de prensa de los sujetos asesinados por causas violentas de muerte. La óptica del mismo asunto en el contexto americano cambia radicalmente desde el punto de vista del cubano, pues este se centra en la apología del sujeto y no del objeto de la muerte en sí. Y este es otro de los síntomas que bien creo caracteriza nuestras culturas visuales de ambos lados del Atlántico. El advenimiento de la era posmoderna se vio solapado por la constatación de que América Latina no es posmoderna porque aún somos subjetivistas e identitarios mientras los occidentales posmodernos propugnaban la muerte del sujeto y la disgregación de las identidades. A nosotros no nos interesa lo que pase en el paisaje y la industria que nos circunda sino lo que sucede con la experiencia del sujeto. Y esto explica que la obra de artistas como Fernando Bryce, un peruano que ha hecho gran parte de su carrera residiendo en Berlín, disculpa la reiteración de esta idea desplazatoria o transterritorial; sin embargo, casi ninguno de los artistas antes mencionados vive en su lugar de origen porque este enraizamiento ya no es importante en la era de la globalización. El trabajo de Bryce ha sido muy bien acogido en el seno del mainstream hispanoamericano porque plantea un Atlas posRichter que no estudia las potencialidades visuales del color, las textuales, las transparencias o los contextos. Donde el alemán creó un archivo que iba de lo fotográfico a lo pictórico, Bryce reescribe la memoria del sujeto iberoamericano a través de sus narrativas mediáticas.


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No por gusto casi todos estos artistas antes mencionados trabajan con galerías como Elba Benítez, Joan Prats, Distrito4, Fernando Pradilla, Oliva Arauna, La Caja Negra, Rafael Ortiz, Visor o Helga de Alvear. No es solo porque en la metrópolis española esté el mercado real del arte iberoamericano, sino también porque se trata de artistas cuya obra ha llegado a alcanzar un verdadero éxito comercial más allá de su lugar de origen americano; porque son artistas que funcionan perfectamente dentro del mercado internacional del arte europeo, y España sigue siendo todavía una buena plataforma para su redistribución y lanzamiento territorial. Ya sé que hablar de mercado molesta mucho en el contexto y el campo de la crítica y el pensamiento del arte, pero igualmente sabemos que esta es una realidad irrefutable en lo que Paco Barragán ha denominado la «era de las ferias». Flavio Garciandía continúa con este reescribir de Bryce pero reescribiendo una nueva tradición abstracta; esta vez una abstracción burlona que se infecta de un sentido del humor que la sobrepasa como paradigma estético casi dogmatizado y lo convierte en un juego de formulaciones cromáticas. El sentido del humor y el desparpajo o el no respeto por la solemnidad de la sacralidad de lo artístico como verdad puede que sea otro de los síntomas que mejor nos dibuja a nosotros los iberoamericanos. Quizás solo gracias a ese sentido del humor perenne podemos sobrevivir al acomplejamiento del derrotado, a la simpleza de quien no se sabe poseedor de una verdad absoluta. Y aquí en esta libertad del cimarrón, que se escapa de su esclavitud dictatorial, puede que esté nuestra válvula de escape hacia la creatividad infinita. Burlándonos de nosotros mismos, como Flavio Garciandía hace del magistral Wifredo Lam, quien triunfa dentro de la vanguardia histórica europea por el apoyo de los surrealistas y sus excesos exóticos orientalistas, haciendo «una visita al Museo de Arte Tropical», pues no hay ningún problema en reconocer «nuestros tropicalismos». Como tropicalistas se sienten algunos artistas canarios o andaluces, entre los que destaca Javier Velasco, un creador gaditano residente entre Valencia y Miami que ha producido gran parte de su


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obra de los últimos años en México (otro de los «reconquistadores»), alrededor de la idea que el ser humano posee del cuerpo y de las conductas sociales. O como Jesús Zurita, artista ceutí residente en Granada que habitualmente trabaja desde el rompimiento lingüístico de lo pictórico, el dibujo y la instalación, donde la «pintura-mural» se convierte en su mejor exponente de una capacidad resolutiva casi inaudita, y en el que la obra se despliega —como despellejada, laminada y pegada— en el espacio, de manera hipnótica. Un artista que, como Alexis Esquivel o Flavio Garciandía, regresa a los dominios históricos de la pintura europea para hablarnos de su presente más inmediato, desde la ligereza de

Otra premisa iberoamericana actual es la de desnarrar; una postura vital donde el arte se niega a narrar obligatoriamente un panfleto y solo se exhibe y se sugiere a sí mismo como presencia, como cosa que está ahí, ante nuestra mirada lo efímero y sin caer en didactismos obsoletos. Una obra donde la narración desaparece y queda la sensación, donde la percepción sensorial de la presencia física es primordial para entender el suceso artístico. Y ahí tenemos otra premisa iberoamericana actual: la de desnarrar; una postura vital, donde el arte se niega a narrar obligatoriamente un panfleto contenidista y solo se exhibe y se sugiere a sí mismo como presencia, como cosa que está ahí, ante nuestra mirada. Una presencia tan potente y sólida como lo son las instalaciones-altares del cubanoamericano José Bedia, un artista que de hecho el propio Zurita reconoce como un maestro sin que esta filiación estética indique influencia alguna, porque el ceutí puede estar más cerca de Julie Merethu que del cubano; no obstante, se hallan cercanos. En el caso de Bedia, en cambio, el contenidismo sonante de su obra late como algo muy indicativo


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de su quehacer de corte antropológico, a pesar de que en los últimos años haya internacionalizado sus temáticas, pues ha incorporado en el abanico de relatos de los que habla la memoria de sus viajes a África o América. Sin que su condición de «hombre blanco» (es un castaño de ojos verdes) le prive de la participación respetuosa del legado de las culturas que desde su proximidad Bedia toca. Tal vez porque los iberoamericanos tampoco somos esencialistas, ya que no somos esencia de nada, sino solo mezclas, solo procesos yuxtapuestos de razas, culturas e idiomas que han ido sedimentándonos como amalgama cultural criolla. Como poéticamente criolla es la visión conceptual de la Historia de Luis Camnitzer, un uruguayo residente en Nueva York, creador considerado uno de los grandes maestros de conceptualismo latinoamericano, junto con creadores como el Grupo C.A.D.A. de Chile; artistas estos que no tienen ninguna problemática con el uso de la lengua, discrepando así de Kosuth. Nosotros no tenemos ningún problema nominal con el «uso de la lengua» para designar un objeto-sujeto, para desmembrar las lógicas del poder como estamentos dogmático y dictatorial; contrarios a Kosuth, no tenemos ningún conflicto con los «usos excesivos de la lengua» para reinventar significados. Por esta razón, siempre insisto en que las estrategias neoconceptuales en Iberoamérica no son conceptuales sino verborreicas, pues somos parlanchines. Y esta libertad de las lenguas hispánicas nos libera de toda posible nomenclatura taxonómica y de permanecer encerrados en ninguna doctrina claustrofóbica que nos ate o nos tiranice bajo su status. Tal vez porque ya hemos estado bajo muchas dictaduras a ambos lados del Atlántico.


Jorge Volpi Omar-Pascual Castillo Antonio G. González (moderador)

Antonio G. González Empezamos el debate del panel La cultura con Jorge Volpi y Omar-Pascual Castillo. Para empezar, les propongo partir de la histórica condición periférica de la cultura latinoamericana del periodo contemporáneo para abordarla en su estado actual. Con la condición periférica siempre pasa lo mismo: el que es periférico organiza innumerables contorsiones para ver qué lugar ocupa, qué lugar no ocupa, si acepta lo del centro, si no lo acepta, si lo odia, si lo quiere… Eso ya se ha ido disolviendo: estamos en la disolución de todo eso desde finales de los años ochenta del siglo XX. Sin embargo, en ese recorrido de dos siglos, y fundamentalmente en la primera mitad del pasado, hubo algunos autores que fueron particularmente excéntricos latinoamericanos en el sentido de que intentaron organizar algo por fuera de la lógica (y la dialéctica) centro-periferia. Me refiero, por ejemplo, a Borges u Octavio Paz en literatura y a Wilfredo Lam o Roberto Matta en el ámbito del arte, por citar a los muy conocidos, en la etapa de las vanguardias históricas y a lo largo de décadas del pasado siglo. ¿Creen que lograron desbordar esta lógica binaria? ¿Qué papel han tenido estos autores u otros que pudo haber habido en esa línea? ¿Abrieron algún camino a la desperifización de lo latinoamericano o no? Omar-Pascual Castillo Bueno, en el ámbito del arte creo que no, o no, por lo menos, en el caso de Roberto Matta y Wilfredo Lam que son dos figuras céntricas. No veo una operación excéntrica en el sentido indicado. Ambos hicieron su obra en París y fueron absorbidos por el centro. Sí es excéntrico, en cambio, el movimiento concreto


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brasileño. Brasil experimentó hasta el descentramiento de su propio rey, su exilio de Portugal a Brasil, de modo que no es un país que discute con el centro desde la periferia porque lo hace desde otro centro. En otros casos, como el mexicano, esta tensión dicotómica si se da aunque no en relación con Europa sino con Estados Unidos. Jorge Volpi La tradición literaria y en general intelectual latinoamericana ha sido siempre binaria, en el sentido en que lo ha dicho usted. Siempre hubo ese dilema entre, y así se nombraron muchas polémicas a lo largo del siglo XIX y principios del XX entre la literatura nacional y la literatura universal que azotaron a todas las generaciones literarias del siglo XIX y también a las de bien entrado el siglo XX. El nacionalismo, que termina triunfando, usa la literatura como instrumento de creación de identidad nacional. Lo que se apoya desde el gobierno es esa postura nacionalista, frente a la que hubo siempre una reacción que a veces era nostálgica del centro, pero en muchas otras ocasiones era auténticamente cosmopolita, reflejaba lo mejor de América Latina. Borges, en Argentina, o Alfonso Reyes, en México, representan justamente esa posibilidad de ser cosmopolita, aunque en Argentina esto resulta más complejo porque, ante la ausencia de un sustrato prehispánico, la inmigración europea es la única que crea la tradición. Pero como sea, nos encontramos ya ahí con esa vertiente que se manifiesta en las generaciones siguientes en los años 20, 30, 40 y que desde luego llega a figuras como Octavio Paz, una actitud cosmopolita que, como dice Alfonso Reyes, intenta demostrar que «la forma de ser auténticamente mexicano era siendo generosamente universal». Sin embargo, esta posición siempre fue minoritaria en términos de poder intelectual en América Latina hasta llegar a la misma generación a la que se ha referido usted, que es la que coincidía con la del Boom. El Boom todavía se enfrenta al nacionalismo cerrado en cada uno de sus países. Carlos Fuentes cuenta cómo sus maestros decían que no había que leer a Proust «porque quien lee a Proust se proustituye».


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A.G. Lo cuenta usted en su ensayo El insomnio de Bolívar. J.V. Efectivamente. El Boom intenta renunciar a ese nacionalismo cerrado, pero termina por crear esa especie de nuevo nacionalismo latinoamericano, por crear las condiciones generales para algo a lo que se llamó América Latina, pero que, como dije en mi conferencia, nunca fue en realidad América Latina porque la diferencia de lengua hace que Brasil quede completamente excluido del discurso literario hispanoamericano. Sí hay una tradición hispanoamericana basada en la lengua que se mantiene viva a lo largo del siglo XIX y buena parte del siglo XX. Y, hasta el día de hoy, Brasil es un desconocido absoluto para la América Latina hispana, para Hispanoamérica.

En los años ochenta y noventa el arte latinoamericano que no era indigenista o panfletariono entraba en el ‘mainstream’ A.G. Trasladémonos ahora, si les parece, a las décadas de los ochenta y noventa del siglo XX. Simón Marchán1 señalaba en la primera edición del Seminario Atlántico, titulado Centro y periferia en tiempos de aceleración, que a lo largo de casi todo el siglo XX los centros rechazaban las artes periféricas porque estas no respondían a los cánones internacionales y que, a partir de los años ochenta del siglo XX, las excluyen, aparentemente, por lo contrario: cuando no representan las identidades que los centros les han asignado desde sus raseros multiculturalistas. ¿Persiste esta situación o el arte y la literatura latinoamericanos están ya en otra fase? J.V. El Boom es un fenómeno sumamente curioso en ese sentido porque, por un lado, como he dicho, reacciona frente al nacionalismo cerrado de cada país, pero, por otro, el éxito apabullante, más que del Boom mismo, de García Márquez, y, más que de García Márquez, de Cien años de soledad, ensalza el realismo mágico como si fuera una condición esencial de la identidad latinoamericana, sobre todo


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en términos literarios, pero luego también en términos sociales e incluso plásticos, como si esa magia fuera una característica propia del continente. De pronto, este grupo que había tratado de liberarse de la razón nacionalista termina asumido en el centro como la quintaesencia del exotismo latinoamericano, termina reducido a lo que había combatido. Y eso hace que desde la publicación de Cien años de soledad en 1967 y hasta muy avanzado el siglo XX ocurra en literatura lo mismo que indicaba en el arte el filósofo que usted mencionó: para el centro la literatura latinoamericana solo es interesante por esas dosis de exotismo marcadas por el realismo mágico.

Hasta que el arte no se ‘bienaliza’ no se internacionaliza lo latinoamericano O.P. En los centros europeos el multiculturalismo sigue siendo una posición paternalista de legitimación que en el caso del arte tiene que ver con síntomas muy específicos: uno es el discurso identitario, excesivamente machacante con el indigenista retratado ante la cámara fotográfica, lastimoso desde las coordenadas de la antropología europea, pero no desde la antropología hispanoamericana. El otro es la producción de un arte panfletario: en los ochenta y noventa no entrabas en el mainstream si no estabas en esa tesitura. Pero esto llegó a un punto de autosaturación, como ha dicho Jorge, que en la literatura se produjo veinte años antes que en el arte. A.G. En cualquier caso, esa operación de, podríamos decir, «deslatinoamericanización» es distinta según se trate de arte o de literatura. O.P. La literatura tiene una continuidad más lineal, en cambio en el arte hay un vacío, casos puntuales, no hay repercusión a escala americana e internacional hasta los años noventa. Y esto responde al fenómeno mundial de la «bienalización». Hasta que el arte no se «bienaliza» no se internacionaliza lo latinoamericano. Hubo excepciones, claro. Roberto Matta vendía mucho porque trabajaba con la galería Marlborough en París y Nueva York. Vicente Rojo y José Luis Cuevas


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vendían mucho también en México y el arte brasileño se vendía bien en Brasil. Pero esos cotos de poder no se internacionalizaron hasta que las bienales se impusieron como sistemas expositivos globalmente preponderantes. A partir de los años noventa, José Bedia, Gabriel Orozco y muchos otros artistas latinoamericanos participan en la Bienal de Venecia o en la documenta de Kassel y son reconocidos por la crítica al mismo nivel que célebres artistas europeos y estadounidenses. Aunque habría que esperar hasta 2008 para que otros dos artistas latinoamericanos, el argentino León Ferrari y la guatemalteca Cristina José Galindo, sean distinguidos con el León de Oro de la Bienal de Venecia. Ahora sí, cuando dos artistas latinoamericanos obtienen el premio más importante de arte de Europa comenzamos a reconquistar el centro. Recientemente he estado hablando con un artista canario sobre esta cuestión, sobre las causas del auge del arte latinoamericano en los años noventa, y le decía que triunfó porque negoció su exhibición, o sea, negoció cómo exhibirse ante el mundo y lo hizo a través de las bienales. Comprendió que tenía que invadir el espacio institucional del arte y que la mejor manera de hacerlo era asumiendo la lógica de lo que los teóricos llaman «art world», el arte mundial, el arte global. Este fenómeno es anterior a la globalización, en la literatura estaba ocurriendo desde los años sesenta pero en el arte no tiene lugar hasta la expansión del mercado en los noventa y se extiende hasta la quiebra de 2008. Fue un fenómeno de los últimos diecisiete años, desde 1991 a 2008. A.G. Usted, Jorge, se refiere a Roberto Bolaño, cuyo éxito póstumo en Estados Unidos es un fenómeno sin precedentes en el mundo anglosajón, como el gozne entre el Boom y las generaciones posteriores de escritores, para las que ser hispanoamericano ha pasado a ser algo secundario. J.V. Sí, Bolaño ocupa esa posición de gozne, es un caso verdaderamente excéntrico. Es un escritor tardío que muere pronto y tiene un éxito fulgurante, mundial. Bolaño es muy extraño en cualquier contexto, la suya es una posición sumamente peculiar que no acaba de fijarse


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del todo. Efectivamente, es la figura de referencia para los escritores jóvenes, pero al mismo tiempo es un escritor que encarna lo latinoamericano aún negándolo. Es el último que conoce perfectamente la tradición latinoamericana y que reacciona frente a ella, frente al Boom, mientras tiene esa tradición como referencia constante. Mi generación y las posteriores están inmersas en la globalización, hemos perdido el contacto con los otros países de América Latina y vivimos la invasión fulgurante del mainstream literario, que es sobre todo estadounidense. Ahora es casi imposible ya ser un escritor que responda a la tradición latinoamericana misma. Es en ese sentido, en el que la literatura latinoamericana deja de serlo y en el sentido en el que Bolaño encarnaría esa última decisión que vuelve de todas maneras a ser paradójica en su recepción porque tras el malentendido del Boom viene el malentendido de Bolaño. Bolaño reacciona frente al Boom, pero desde dentro de la tradición latinoamericana, y de pronto se convierte en el único escritor latinoamericano traducido y leído por todas las generaciones recientes, que ya no lo ven como latinoamericano, aunque sus temas lo sigan siendo. A.G. Ocurre algo ligeramente distinto con Ricardo Piglia. Da clases habitualmente en universidades norteamericanas, en 2011 estuvo en Princeton: es un escritor extraordinario, muy traducido en todo el mundo, hace una literatura que está permanentemente reflexionando sobre la condición de la literatura y, sin embargo, sí aborda permanentemente lo latinoamericano. Está completamente obsesionado con la reelaboración, la relectura, el repensamiento de la tradición argentina, de lo que significó Rosas y la Guerra del Uruguay... O.P. Bueno, en el caso cubano hay otro ejemplo muy extraño que es el de Zoé Valdés que es el descubrimiento de una nueva escritora en el exilio. Zoé cubre en el mercado el vacío que había dejado Cabrera Infante. De pronto Zoé se convierte en la respuesta a una Isabel Allende, a un García Márquez, pero desde el contexto del exilio cubano. Es un síntoma muy extraño.


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A.G. En el arte ocurre un poco lo mismo. Sigue existiendo, aunque no en exclusiva una reflexión recurrente sobre lo latinoamericano, por no decir una pulsión latinoamericana que tratan todo el tiempo de negar, artistas y críticos, por alguna razón, aun cuando estas operaciones artísticas incorporen nuevas perspectivas, parámetros y procedimientos formales. O.P. No estoy de acuerdo. Lo que hay es una reflexión sobre lo personal, sobre el sujeto, no sobre el predicado. Es así de sencillo. Como gestor, como crítico —quizá no debería decir esto pero lo voy a decir— cuando un artista me presenta su trabajo y no me habla ni de sí mismo ni del lenguaje del arte, cuando solo me habla de su contexto, sospecho por principio y le digo: «Sí, sí, todo está muy bien, pero ¿y tú qué?».

Hay un interés enorme en resucitar la marca de la cultura latinoamericana, pero ya no funciona A.G. ¿Qué valoración hacen de la eclosión del arte, el cine, la música y la literatura latinoamericanos en los escenarios de la cultura global, su conquista de los grandes templos? En 2010, por ejemplo, la Feria del Libro de Frankfurt estuvo dedicada a Argentina. Asistimos desde hace años a una puesta en escena espectacular, en todos los sentidos que alberga este término, de la cultura latinoamericana… J.V. A mi modo de ver fallida. A.G. ¿En qué sentido? J.V. Lo decía en mi conferencia. Hay un interés enorme en resucitar una marca que ya no funciona, que tuvo mucho éxito pero que ya no funciona. González-Iñárritu es nominado al Óscar, Shakira canta en China y Gabriel Orozco expone en el Pompidou y en la Tate, pero nada de esto representa ya lo latinoamericano. Lo único que representa es la experiencia individual de cada uno.


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O.P. Apoyo totalmente la opinión de Jorge. Es una puesta en escena fallida. El intento de resucitar la marca latinoamericana no funciona porque sus potenciales abanderados ya no creen en ella. A.G. Entonces, la pregunta está mal formulada… La cuestión es que un montón de artistas latinoamericanos que no hacen un arte latinoamericano se hallan, como ya ha sido señalado, conquistado los templos culturales mundiales ¿por qué? J.V. Lo mismo pasa con los indios, los chinos y los africanos. O.P. Lo curioso es que no haya españoles. J.V. Creo que estábamos demasiado acostumbrados a que hubiera solamente europeos y estadounidenses y ahora cualquier disciplina está mucho mejor representada en el mercado global. O.P. Pero es un espejismo. Excepto Bolaño, ningún escritor latinoamericano de las últimas generaciones tiene la proyección internacional que tiene cualquier escritorcillo yanqui. J.V. Exacto, sí, sí. Ni ningún cineasta latinoamericano. Comparado con muchos cineastas estadounidenses menores, ni González-Iñárritu tiene la mínima influencia. En música es distinto porque casos como el de Shakira están absolutamente integrados en este meltingpot del entretenimiento global. Pero eso es otra cosa. O.P. En la música está todo muy industrializado. Trabajas con la etiqueta en la que tienes tu mercado. Si haces folk, haces folk; si haces narcocorridos, haces narcocorridos y, además, te forras. En la música está todo tan industrializado y segmentado que no hay ningún tipo de trauma con las negociaciones que se tienen que hacer. Tu etiqueta es la que te toca y desde ahí vas a trabajar. Hay quien quiere ser Alejandro Sanz pero hay quien no y no lo necesita porque dentro de lo que es funciona, tiene su mercado. A.G. En cualquier caso, la mayor visibilidad de los artistas no europeos ni norteamericanos se corresponde con la visibilidad de los países emergentes, China, India, algunos países de Latinoamérica… O.P. La ciudad emergente por excelencia de Iberoamérica es Miami y no hay ningún artista miamiense consagrado internacionalmente.


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A.G. ¿Y a qué responde esto? O.P. A que la cuota no viene de Miami, a que sigue viniendo de Nueva York. Gabriel Orozco es Gabriel Orozco porque trabaja con Marian Goodman, si no trabajara con Marian Goodman no sería Gabriel Orozco por muy bueno que sea. Esto es duro, pero es lo que hay. A.G. En sus respectivas conferencias, para referirse a la producción de los autores latinoamericanos, usted, Jorge, habló de «literatura hispánica» y, usted, Omar, de «arte iberoamericano». ¿Qué alcance tienen estos términos? J.V. En primera instancia estos términos son siempre equívocos, no hay que tomarlos como tales. Lo que más se utiliza en México y en buena parte de América Latina como término es América Latina y hace que digamos siempre literatura latinoamericana. Este término ya de entrada es equívoco porque Brasil nunca ha entrado dentro de ese canon hispánico, jamás en el caso de la literatura, probablemente en el del arte sí porque su lenguaje es más universal, pero en el de la literatura jamás. No tenemos la menor idea de lo que se está escribiendo en Brasil, del mismo modo que ustedes en España no tienen la menor idea de lo que se escribe en Portugal…

Antes decíamos que lo mínimo que nos une a los escritores latinoamericanos es el español, ahora ni siquiera podemos decir eso. Ahora hay latinoamericanos que escriben en inglés O.P. En el caso del arte sí. J.V. El caso del arte es distinto. Ahí hay un primer problema. Un segundo problema es que si antes decíamos que cuanto menos se trataba de escribir en español, ahora ya ni siquiera podemos decir eso. Ahora tenemos que tener en cuenta que hay escritores de origen latinoamericano que escriben en inglés… O.P. Y en spanglish.


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J.V. Y en spanglish, en efecto. Todavía más raro. Entonces el idioma tampoco es lo que une ya a esa literatura. Efectivamente, Daniel Alarcón y Junot Díaz escriben en inglés pero son de origen latinoamericano o hispanoamericano. Pero si ya ni siquiera es la lengua, entonces , ¿qué es lo que nos une a todos? Pues la verdad es que nada. A.G. Pero si nada une, si no hay algo así como la cultura latinoamericana, no pongamos términos, no la determinemos directamente. Es significativo, sin embargo, que se insista en darle término a algo que se da por inexistente o concluido, en detallar la existencia de ciertos parámetros diferenciadores, es como nombrar a un muerto o cambiar el nombre a un muerto. En el caso del arte quizás es distinto. ¿Por qué habla usted, Omar, de arte iberoamericano? ¿Qué quiere decir? O.P. A nivel de mainstream puro y duro, de estudio de mercado, de visibilidad y legitimidad social, el arte español y el arte portugués están en el mismo nivel de segunda condición que el arte latinoamericano.

En América Latina no se da este desencanto general con la cultura que hay en Europa España y Portugal tienen una especie de complejo respecto a Europa, de hecho tienen una relación imitativa de los cánones estéticos europeos. Desde el punto de vista de la legitimidad cultural hablo de arte iberoamericano porque hay una especie de sentimiento de disidencia que lo une. Hay flujos, conexiones, unas veces insípidas, otras profundas, superficiales, conceptuales o de raíz. En unos casos son conexiones de estructura lingüística, en otros de moda o de lógica de mercado, de estrategias de inserción. Estamos en igualdad de condiciones de segunda fila y eso provoca una actitud beligerante. A.G. El consumo cultural en Argentina, México, Cuba, Colombia y otros países latinoamericanos es intenso. Los dramaturgos abarrotan los teatros, los escritores, que se cuentan por decenas en cada país, son seguido con interés, los filósofos llenan los auditorios… ¿Comparten esta percepción?


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J.V. Sí. En la mayor parte de los países de América Latina hay una pasión por la cultura que, pese a todas las crisis, o a lo mejor a causa de esas crisis, no ha terminado de erosionarse. Desde luego en América Latina no se da este desencanto general con la cultura que hay en Europa. A.G. ¿Pensar en español ofrece posibilidades para ocupar posiciones más importantes en el futuro? J.V. Creo que no. Hay un discurso triunfalista que siempre me ha parecido curiosísimo: celebrar que somos 450 millones de hablantes y que esto es como el gran triunfo de la lengua española. Pues no. El español es un idioma fantástico que tiene una tradición a cuestas riquísima, pero en términos reales no importa en qué se piense para saber si uno se convierte en un buen artista o no. Ciertamente, está de moda el español, todo el mundo quiere aprender español, pero eso, por ejemplo, no ha influido para que se traduzcan a otros idiomas más autores que escriben en español. O.P. Yo tampoco lo creo. En los años noventa la famosa creación del Instituto de Estética de Madrid —actualmente Instituto Superior de Arte— no generó absolutamente nada. Es un centro que se limita a traducir el pensamiento francófono y anglosajón. En el caso de la filosofía y la culturología España no ha dado, y lo siento por los colegas, grandes ensayistas de la talla de Octavio Paz. No recuerdo ninguno. A.G. Hay nombres como María Zambrano… O.P. Sí, vale, una pensadora medio cubana. En cualquier caso no creo que pensar en español nos libere ni nos diferencie tanto. El español es como una especie de sustrato del que puedes tirar o no. Público Sobre la última cuestión que ha planteado el moderador, me gustaría preguntarle a Jorge Volpi si el idioma de un escritor es determinante en el pensamiento. Somos efectos del lenguaje. J.V. Lo que quería decir no es que no importe el idioma. Por supuesto que importa. Cada idioma representa un mundo distinto y entraña una cosmovisión diferente pero no mejor que otra. Ser hispanohablante no supone una ventaja competitiva frente a ser grecohablante o una desventaja frente a ser chinohablante.


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Una de las estrategias artísticas de resistencia posmoderna fue aferrarse a la africanidad transatlántica, pero esto está ya dando sus últimos coletazos Público Mi pregunta es sobre el componente africano de América, ¿qué perspectivas de futuro le ven en la literatura y en el arte? O.P. En el caso de las artes visuales diría que es un elemento superado. Una de las estrategias de la resistencia posmoderna fue aferrarse a la africanidad transatlántica, es el caso de artistas como José Bedia o Marta María Pérez Bravo que hacen una investigación antropológica sobre la herencia africana. Pero creo que esto está ya dando sus últimos coletazos. J.V. En México hubo un componente africano importante durante los años de la colonia pero se fue diluyendo y actualmente solo quedan pequeñas comunidades de origen africano en las dos costas del país. Eso hace que ese elemento al que Carlos Fuentes hace referencia no exista ni siquiera en términos discursivos en la cultura mexicana. Jamás se ha reflejado en la literatura. Este es el año de la negritud de la Unesco y seguramente habrá investigaciones antropológicas sobre ello, pero en el campo artístico mexicano el componente negro es realmente minoritario. Las enormes desigualdades y la discriminación que siguen existiendo en toda América Latina, en el caso de México siempre van hacia el mundo indígena, no hacia el mundo africano. O.P. En Cuba hay un racismo soterrado bajo la apariencia igualitaria del socialismo; en Haití, en cambio, no hay conflicto. El artista haitiano Edouard Duval-Carrié, por ejemplo, no se pregunta si es negro, mulato o blanco. Es simplemente Edouard Duval-Carrié. Público ¿Las posibilidades que ofrecen las tecnologías de la información para generar creaciones colectivas pueden transformar el arte y la literatura latinoamericanos?


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J.V. En términos literarios creo que ese fenómeno es aún rudimentario. Las redes sociales abren nuevas posibilidades de contacto directo entre creadores pero de momento esos contactos se inscriben en la experiencia individual, no tienen repercusiones claras en lectores posibles. Un escritor joven que vive actualmente en México tiene la posibilidad de tener contacto directo con su generación de otras partes y, eventualmente, de hacer proyectos conjuntos, pero todavía no se ha pasado a que eso se convierta en una experiencia que sea socialmente relevante o que tenga lectores como tales en la red más allá de sus círculos inmediatos. Estamos dentro de lo individual, aunque sea colectivo en el sentido de la creación. O.P. En el arte hay dos situaciones: una es la de los países en vías de desarrollo, Argentina, Chile, Brasil, México, y otra la del resto de América Latina: en Cuba no hay Internet, hay intranet con lo cual ¿de qué estamos hablando? A Colombia acaba de llegar el ADSL. En Argentina, Brasil, Chile y México, en cambio, hay experimentos interesantes. En México está Arcángel Constantini, en Uruguay y Argentina Brian McCain. Hay artistas que trabajan con el net.art, con la robótica. Ahora, ¿que eso tenga repercusión en el futuro próximo? ¿que dé algún resultado? Es pronto para saberlo. Público Mi pregunta es para Jorge Volpi: Hace un año vi en una librería El canon del ensayo, un nuevo éxito editorial de Harold Bloom después de El canon occidental. Lo estuve ojeando y comprobé que del ámbito hispánico solo incluía a Ortega y Gasset. ¿Qué le parece? J.V. Opino que seguimos siendo periféricos, en sentido literario al menos. Para ser occidental de verdad, El canon occidental tendría que abarcar todo el ámbito de la lengua española y, sin embargo, en él solo aparecen siete u ocho escritores hispánicos. En El canon del ensayo se reducen a dos que son prácticamente invisibles en el mundo anglosajón, mucho más en Estados Unidos que en Inglaterra, donde se traduce un poco más. En el mainstream internacional el pensamiento escrito en español es prácticamente invisible. Público Para Jorge Volpi: En relación a lo que dice de que el roce con la


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política contamina a los escritores, ¿cree que eso es así siempre en todos los casos? Y para Omar-Pascual: Dice que en Latinoamérica no somos esencialistas porque no tenemos esencia de nada. ¿Puede extenderse sobre esta cuestión? J.V. Me refería el doble sentido al que hacen también referencia mis compañeros. Durante mucho tiempo el discurso literario latinoamericano estuvo marcado completamente por la política porque los escritores escribían sobre política o eran los principales críticos del poder que participaban en ella. Hay una especie de descrédito de esa supuesta afiliación ideal o política, cuando hace treinta años era exactamente lo contrario. Un escritor que no hablase de política o que no intentase hacer política con su obra era marginado por completo y ahora estamos en el lado contrario. O.P. América Latina es un continente que se ha construido en los últimos cinco siglos y esa construcción ha sido un proceso sedimentado con el sustrato indígena y con las migraciones europeas, africanas y asiáticas. No hay ninguna esencia. América Latina es, como decía Fernando Ortiz, un «ajiaco» . Público Para Omar-Pascual Castilllo: ¿La legitimidad la da únicamente el mercado anglosajón? ¿Se limita a eso? O.P No tiene porqué ser solo eso. Hay otra legitimidad que es la visibilidad, pero esa visibilidad tiene diferentes grados. Hay artistas como Brian McCann, que es una figura central en el mundo del net.art y la robótica, que da conferencias por el mundo entero y, sin embargo, no es en absoluto un artista comercial. No entra en la lógica del mercado porque el arte que hace no es vendible, pero su visibilidad es patente y lo legitima. Entonces hay dos estrategias de legitimidad: una es la del mercado y otra la de la visibilidad. La «bienalización» es un punto intermedio entre las dos. Público Para Jorge Volpi: Ha mencionado el cambio del papel de la política en la escena literaria latinoamericana, y ha dicho que un escritor comprometido sería hoy un autor demodé. Pero la política tiene otras dimensiones, no solo la institucional. Hay también una


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micropolítica que tiene que ver con lo cotidiano, con la supervivencia, con la existencia, y hay una literatura micropolítica que no tiene nada que ver con la literatura vinculada al poder institucional. J.V. Estoy de acuerdo. Aunque lo que quería señalar es que la figura del intelectual, primero comprometido y después simplemente como guía de la sociedad —esto lo encarnan aún Vargas Llosa y Carlos Fuentes—, ya no es posible en las siguientes generaciones. Quizás, precisamente, porque ya no interesan esos grandes discursos, porque lo que interesa es el microdiscurso. Por otra parte también es cierto que hay muchos casos de desinterés explícito, radical, hacia lo político, un fenómeno que, probablemente, también es político.

Notas 1

Simón Marchán Fiz es catedrático de Estética y Teoría de las Artes en la UNED. Participó en el I Seminario Atlántico de Pensamiento, en mayo de 2005, titulado Centro y periferia en tiempos de aceleración, con la conferencia «Centro y periferia en la modernidad, la posmodernidad y la época en la globalización», que está editado en libro, y cuya versión digital se halla en el sitio web www.seminarioatlantico.org. Entre sus libros destacan Contaminaciones figurativas (1986), Del arte objetual al arte de concepto (1994), La estética en la cultura moderna (2000), Las vanguardias en las artes y en la arquitectura (19001930) (2001), Real/Virtual en la estética y la teoría de las artes (2006), Las Vegas. Nevada: resplandor «pop» y simulaciones posmodernas (1995-2005) o La metáfora del cristal en las artes y la arquitectura (2008) [nota del ed.]



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Cambio de época y políticas públicas en América Latina y Europa

Joan Subirats La hipótesis con la que abordamos este trabajo es que el gran cambio productivo, social y familiar que se ha ido produciendo en estos últimos años, a caballo de la revolución tecnológica y de la globalización, ha dejado en buena parte obsoletas tanto la definición de la que partían el grueso de las políticas públicas que fueron surgiendo y consolidándose en la segunda mitad del siglo XX, como las formas de construir alternativas, de tomar decisiones o de implementarlas. Estaríamos por tanto situados en un escenario de transición. Sin demasiadas certidumbres sobre el lugar en el que nos encontramos, ni mucho menos sobre el sitio al que nos dirigimos. Cada vez más un solo mundo, una única especie humana que, con todos los matices y diferencias de intensidad, comparte los mismos problemas, las mismas incertidumbres, y que nunca en su larga historia ha tenido tanta información y tantos elementos de juicio para compartir diagnósticos y buscar alternativas de salida frente a los laberintos que cada decisión colectiva plantea. Un planeta crecientemente explotado y repleto de amenazas sobre su propia supervivencia. La mundialización económica ha arrastrado con ella muchas certezas anteriores, mientras la amenaza del cambio climático y la progresiva asunción de los riesgos ambientales nos enfrentan a la necesidad de replantear unas pautas de desarrollo que parecían inmutables. La globalización económica ha deslocalizado el mercado, mientras los viejos Estados-Nación siguen anclados territorialmente, lo que genera una clara asimetría entre problemas globales e instituciones de respuesta «locales». No hay sitio donde miremos en el que no tengamos la sensación de que sus habituales instrumentos de análisis se le han quedado obsoletos, tal es la rapidez y la intensidad de los cambios a los que estamos asistiendo.


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La realidad se mueve, se transforma y lo hace a gran velocidad. Los paradigmas con los que nos hemos ido moviendo en el mundo occidental en los últimos ciento cincuenta años están quedando rápidamente anticuados y no parece que tengamos «instrumental» de repuesto. En esta contribución trataremos de ofrecer una mirada propia a ese abrupto panorama de cambios, haciendo una especial referencia a su impacto en Europa y América Latina. No queremos situarnos en una perspectiva simplemente crítica o nostálgica en relación con un pasado que no creemos esencialmente mejor. Lo que pretendemos es contribuir a la elaboración de un diagnóstico sobre los problemas y las coordenadas en que situar las políticas públicas en ambos contextos territoriales. Hace ya algunos años, presentamos un libro (Subirats, 1992) en el que tratábamos de establecer algunas pautas para orientarse en los problemas de estilo de las nacientes políticas públicas en España. Pasados veinte años, el problema ya no es solo de estilo, es de fondo. Y si queremos empezar a abordarlo deberíamos empezar por saber dónde estamos. De manera intuitiva proponemos diferenciar entre temas y espacios, entendiendo que lo que cuestiona la nueva modernidad es sobre todo la atribución espacial de los problemas colectivos. Tenemos problemas globales que tratan de responderse desde espacios subglobales. Existe interdependencia creciente de problemas, y frente a ello tratamos de responder desde mimbres westfalianos. Esta asimetría entre dimensión y alcance de los problemas y la rigidez y limitación de las capacidades (nacionales) de respuesta, es probablemente una de las características esenciales del problemático escenario en el que nos hallamos. Desde el punto de vista productivo, el impacto de los grandes cambios tecnológicos ha modificado totalmente las coordenadas del industrialismo. Se van superando, aunque de manera desigual si observamos el escenario global, las estructuras fordistas, aquellas en que grandes concentraciones de trabajadores eran capaces de producir ingentes cantidades de productos de consumo masivo a precios asequibles, sobre la base de una organización del trabajo taylorista y a costa de una notable homogeneidad en la gama de bienes producidos. La llamada globalización


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o mundialización económica, construida sobre la base de la revolución en los sistemas de información, ha permitido avanzar hacia un mercado mundial en el que las distancias cuentan menos, y donde el aprovechamiento de los costes diferenciales a escala planetaria ha desarticulado empresas y plantas de producción en algunos lugares, mientras en otras partes se reconstruyen, pero ya de manera distinta, más desarticulada, menos concentrada. Palabras como flexibilización, adaptabilidad o movilidad han reemplazado a especialización, estabilidad o continuidad. Como ha señalado Ulrich Beck 1, lo que está en juego es la propia concepción del trabajo que en Europa y en otros continentes se convirtió en elemento estructurador de la vida, de la inserción y del conjunto de relaciones sociales. Y, en este sentido, las consecuencias más inmediatas de esa reconsideración del trabajo afectan en primer lugar a lo que podríamos denominar la propia calidad del trabajo disponible. Ello está muy claro en Europa, que se ha adentrado en procesos bien conocidos en América Latina, de precarización masiva de la fuerza de trabajo. Si en los años sesenta, solo un 10% de los puestos de trabajo en Alemania podían ser considerados como precarios, ese porcentaje se dobló en los setenta, alcanzando ya en los noventa a un tercio de los trabajos realmente existentes. En España en 2010, el 80% de los puestos de trabajo creados se basaba en contratos temporales. Cada vez es más difícil pensar seriamente en un trabajo como algo vinculado a una trayectoria vital. Y, al mismo tiempo y de manera contradictoria, solo consideramos trabajo a un conjunto de labores que van precarizándose y que tienden a reducirse cada día que pasa, mientras otras muchas cosas que hacemos, socialmente útiles, las seguimos considerando como no trabajo. ¿Podemos seguir manteniendo una concepción del trabajo estrechamente vinculada a labores productivas y salarialmente reconocidas? En definitiva, el capital se ha hecho global y permanentemente movilizable y movilizado, mientras el trabajo solo es local, y cada vez es menos permanente, más condicionado por la volatilidad del espacio productivo. La sociedad industrial nos había acostumbrado asimismo a estructuras sociales relativamente estables y previsibles. Hemos asistido a la rápida


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Si antes las situaciones carenciales y problemáticas se concentraban en sectores sociales que disponían de mucha experiencia histórica acumulada al respecto y que habían desarrollado respuestas más o menos institucionalizadas, ahora el riesgo se ha democratizado, castigando más severamente a los de siempre, pero golpeando también a nuevas capas y personas conversión de una sociedad estratificada, fundamentada en una división clasista notablemente estable, en una realidad social en la que encontramos una significativa multiplicidad de ejes de desigualdad. Si antes las situaciones carenciales y problemáticas se concentraban en sectores sociales que disponían de mucha experiencia histórica acumulada al respecto, y que habían ido sabiendo desarrollar respuestas más o menos institucionalizadas, ahora el riesgo se ha democratizado, castigando más severamente a los de siempre, pero golpeando también a nuevas capas y personas. Pero, al mismo tiempo, aparecen también nuevas posibilidades de ascenso y movilidad social que antes eran mucho más episódicas. Encontramos más niveles y oportunidades de riqueza en segmentos o núcleos sociales en los que antes solo existía continuidad de carencia. Mientras, por otro lado, encontramos también nuevos e inéditos espacios de pobreza y de dificultad en el sobrevivir diario. Frente a la anterior estructura social de grandes agregados y de importantes continuidades, tenemos hoy un mosaico cada vez más fragmentado de situaciones de pobreza, de riqueza, de fracaso y de éxito. Pero, la miseria coloniza y la riqueza expulsa. Y ello genera una proliferación de riesgos y de interrogantes que provoca fenómenos de búsqueda de certezas en la segmentación social y territorial. Los que pueden buscan


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espacios territoriales o institucionales en los que encontrarse seguros con los «suyos», cerrando las puertas a los «otros». Las familias se resienten también de esos cambios. El ámbito de convivencia primaria no presenta ya el mismo aspecto que tenía en la época industrial en Europa. Los hombres trabajaban fuera del hogar, mientras las mujeres asumían sus responsabilidades reproductoras, cuidando marido, hijos y ancianos. Las mujeres no precisaban formación específica, y su posición era dependiente económica y socialmente. El escenario es hoy muy distinto. La equiparación formativa entre hombres y mujeres es muy alta. La incorporación de las mujeres al mundo laboral aumenta sin cesar, a pesar de las evidentes discriminaciones que se mantienen. Pero, al lado de lo muy positivos que resultan esos cambios para devolver a las mujeres toda su dignidad personal, lo cierto es que los roles en el seno del hogar apenas sí se han modificado. Crecen las tensiones por la doble jornada laboral de las mujeres, se incrementan las separaciones y aumentan también las familias en las que solo la mujer cuida de los hijos. Y, con todo ello, se provocan nuevas inestabilidades sociales, nuevos filones de exclusión, en los que la variable género resulta determinante. Ese conjunto de cambios y de profundas transformaciones en las esferas productiva, social y familiar no han encontrado a los poderes públicos en su mejor momento. Los retos son nuevos y difíciles de abordar, y las administraciones públicas no tienen siempre la agilidad para darles respuestas adecuadas. El mercado se ha globalizado, pero el poder político sigue anclado en el territorio. Y es aquí donde los problemas se manifiestan diariamente. La fragmentación institucional aumenta y el Estado pierde peso hacia arriba (instituciones supraestatales), hacia abajo (procesos de descentralización, devolution, etc), y hacia los lados (gran incremento de los partenariados públicos-privados, con gestión privada de servicios públicos, y una presencia cada vez mayor de organizaciones no gubernamentales en el escenario público). Al mismo tiempo, la lógica jerárquica que ha caracterizado siempre el ejercicio del poder no sirve hoy para entender los procesos de decisión pública, basados cada vez más en lógicas de interdependencia, de capacidad


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de influencia, de poder relacional, y menos en estatuto orgánico o en ejercicio de jerarquía formal. En ese contexto institucional, las políticas públicas que fueron concretando la filosofía del Estado de bienestar se han ido volviendo poco operativas, poco capaces de incorporar las nuevas demandas, las nuevas sensibilidades, o tienen una posición débil ante nuevos problemas. Las políticas de bienestar se construyeron desde lógicas de respuesta a demandas que se presumían homogéneas y diferenciadas, y se gestionaron de manera rígida y burocrática. Mientras hoy tenemos un escenario en el que las demandas, por las razones apuntadas más arriba, son cada vez más heterogéneas, pero al mismo tiempo llenas de multiplicidad en su forma de presentarse, y solo pueden ser abordadas desde formas de gestión flexibles y desburocratizadas. En definitiva, han cambiado la definición y la dimensión de los problemas, y no han cambiado con la misma rapidez ni con la misma intensidad las estrategias ni los dispositivos de respuesta. Ni la política ni las políticas que trabajosamente se construyeron en el siglo XX, tras sufrir dos graves conflagraciones en el continente europeo y sus secuelas globales, no nos acaban de servir en el escenario actual. La dinámica establecida entre espacio de problemas y espacio de soluciones (el Estado-nación), nos resulta hoy especialmente insuficiente, cuando los problemas traspasan fronteras con toda facilidad y, como ya hemos dicho, los Estados-nación pierden peso por todos lados (dinámicas supra y subestatales, consorcios mercantiles y concertación social…). Están en juego buena parte de los paradigmas que han acompañado el desarrollo de la civilización occidental desde la Ilustración y la Revolución Francesa. Desde América Latina, el resurgir de los pueblos originarios ha puesto de relieve el eurocentrismo y la mirada colonial de muchos de los parámetros con que se fueron construyendo las instituciones políticas y el sistema de derechos y libertades consagrados en constituciones y leyes. De hecho, las nuevas constituciones de Bolivia o Ecuador, por ejemplo, ponen de relieve una mirada más plural sobre los valores fundacionales de las comunidades latinoamericanas y muestran


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la necesidad de reconocer la diversidad como un elemento central de la nueva contemporaneidad. Por otro lado, y en el mismo sentido, empezamos a ver los límites de la idea que la razón podría superar siempre los retos con los que fuera enfrentándose la humanidad. O, su corolario, es decir, la vieja certeza de que podríamos seguir creciendo indefinidamente. Todo ello implica tomar conciencia de lo limitada que era la visión que establecía la superioridad natural del pensamiento occidental frente a otras alternativas consideradas inferiores. Todo ello son hoy aspectos en revisión, cuestionados día a día, sea por la propia evolución de los hechos (límites ambientales), sea por la evidente aparición de paradigmas alternativos que siguen permaneciendo y funcionando en escenarios distintos. Lo que está definitivamente en cuestión es la posibilidad de articular una imagen lineal y progresiva del tiempo histórico, fundamentada estrictamente en clave europea. Esa perspectiva poscolonial está hoy plenamente inserta en el debate contemporáneo y nos acerca a una nueva visión de lo que algunos llaman el «sistema mundo». Un escenario en el que predomina el valor de la autonomía personal, pero en el que siguen estando muy presentes los problemas de la desigualdad y en el que hemos de enfrentarnos a la gran cuestión contemporánea: la riqueza y complejidad de la diversidad como valor universal. Un mundo más complejo, más diverso, un mundo en el que las personas piden ser más protagonistas desde una perspectiva de autonomía crítica. Trayectos distintos, problemas paralelos Como es bien sabido, la Europa actual tiene sus bases en la segunda posguerra mundial. Fue a caballo de la reconstrucción continental tras la segunda gran guerra, cuando se pusieron las bases políticas e institucionales de lo que luego se denominó «Estado de bienestar» y de lo que después sería la Unión Europea. El Estado de bienestar se entendió como un espacio institucional público donde, por medio de un abanico de políticas sociales y desde una política fiscal claramente redistributiva, se dirimían intereses y se resolvían necesidades colectivas. En sentido


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estricto, se entendió que el campo de las políticas sociales se extiende, por un lado, a las intervenciones públicas sobre el plano laboral, es decir, sobre las pautas de inserción y exclusión de las personas en los mercados de trabajo; y, por otro, sobre lo que podríamos denominar el conflicto distributivo, es decir, sobre las tensiones por la asignación de todo tipo de valores, recursos y oportunidades entre grupos y colectivos sociales. Cabe destacar de entrada que las políticas sociales no se agotan en la interacción entre Estado y mercado, ni su impacto se ciñe a la mera corrección de desigualdades materiales. En primer lugar, el mercado no es el único espacio generador de desigualdades, como no es tampoco la única esfera social más allá de los poderes públicos. La forma y la delimitación concreta de cada una de las formas específicas que ha ido tomando el Estado de bienestar, se ha jugado de hecho en las interacciones y conexiones entre las esferas pública, mercantil, familiar y asociativa. Las políticas sociales han ido pudiendo convertir en públicos ciertos aspectos que hasta aquel momento estaban en manos del mercado, como han podido también desplazar al ámbito del Estado actividades previamente realizadas por las familias o el tejido asociativo. O, en sentido inverso, el Estado de bienestar ha podido operar como factor que ha vuelto a mercantilizar o a devolver al ámbito familiar o comunitario ciertas funciones de bienestar anteriormente asumidas por la esfera pública. En síntesis, en Europa las políticas de bienestar han sido y son de hecho, espacios de gestión colectiva de los diversos ejes de desigualdad (de clase, de ciudadanía, de género…), que encontramos en los ámbitos tanto público, como mercantil, o privado y comunitario en este principio de siglo XXI. Tras establecer estos primeros elementos conceptuales sobre el Estado de bienestar y su despliegue de políticas sociales, veamos las distintas fases en que se ha ido desplegando. Así, entre 1945 y principios de la década de los sesenta se fue desarrollando la fase de los grandes esquemas de política social. Entre 1960 y mediados de los años setenta, lo que se dio fue más bien una etapa de expansión y diversificación con la consolidación de potentes aparatos de regulación (elaboración de normas y procedimientos) y de protección social (con incorporación de


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profesionales y establecimientos de servicios específicos). Ello ocurrió en cada país de manera diversificada, dependiendo de sus específicas correlaciones de fuerza entre sectores conservadores y progresistas. Entre 1975 y 1985 se truncó esa expansión y se pasó a una fase de crisis muy marcada por el cambio de ciclo económico y el desconcierto en el terreno de las ideas y los valores. Por primera vez desde 1945 algunos políticos (Thatcher en Reino Unido, Reagan en Estados Unidos) empezaron a considerar y a expresar que el problema no era el tamaño del Estado, o, dicho de otra manera, el grado de intervencionismo estatal en la economía o en la convivencia social, sino que el problema era (o seguía siendo, en clave liberal) el propio Estado. Desde finales de la década de los ochenta hasta la actualidad los Estados de bienestar se han ido moviendo en un escenario de reestructuración permanente. Se han movido los consensos y las variables de contexto. Entre estas, destacaríamos un esquema de producción y consumo de masas o fordista, una estructura social estable y de clases, que se manifestaba directamente en el sistema de partidos, y un amplio consenso en torno al gran acuerdo de la posguerra entre socialdemócratas y democristianos (Dahrendorf), para funcionar de acuerdo a los parámetros intervencionistas keynesianos. Todo ello con un triple objetivo estratégico: conseguir altas tasas de ocupación (en principio solo masculina) estable, desarrollar políticas sanitarias y educativas que facilitasen que las poblaciones se reprodujeran y aseguraran la renovación de la fuerza de trabajo y, finalmente, mantener relativamente, mediante el establecimiento de sistemas de pensiones y cobertura de desempleo, las rentas de aquellos sectores que por desempleo o edad son más vulnerables. La política intervencionista contaba con el conjunto de administraciones públicas para implementar las normas y desplegar los servicios que se incorporaban, pero desde lógicas burocráticas, rígidas y con tendencia a monopolizar servicios y funciones. Así, las administraciones públicas fueron asumiendo (desde su perspectiva jurídica) las conocidas lógicas tayloristas (de producción de masas y servicios para todos) desde sus raíces y matrices de inspiración weberiana.


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No entraremos aquí en la diversidad de modelos con los que ha ido manifestándose ese Estado de bienestar genérico al que nos referimos y que describe más bien lo ocurrido en la parte occidental del continente. Pero si quisiéramos destacar, a efectos de esta contribución, las características principales de lo que se ha considerado como un posible modelo mediterráneo o meridional de Estado de bienestar. Para algunos autores 2, el modelo de la Europa del Sur se definiría sobre todo por los bajos niveles de gasto social, fruto de un retraso significativo en los procesos de industrialización. Otros autores sostienen la existencia de aspectos propios del Sur 3. Se señala así que la expansión de los gastos sociales (como expresión de las nuevas configuraciones de fuerza originadas por la democratización) acabaría de hecho reforzando sus rasgos

Europa está ‘cansada’ de una política institucional que muestra sus límites ante los problemas colectivos. (…) En los países meridionales han predominado, por lo demás, amplios mecanismos clientelares en la distribución pública del bienestar, que es la expresión de un modelo aún apegado a una concepción patrimonial del Estado distintivos. De acuerdo a este último enfoque, lo que podríamos denominar como Estado de bienestar latinomediterráneo presentaría algunas características diferenciales: así se señala que su llegada tardía obligó a reestructuraciones constantes, cuando aún no estaba plenamente consolidado. Su base esencialmente contributiva ha ido acompañada de una gran diversificación en tipo de beneficiarios, unos muy bien protegidos, otros en situación precaria. Mientras, la educación y la salud basaban su lógica universalista en los impuestos, pero con niveles de gasto por debajo de los habituales en el resto de Europa. Y todo ello con la presencia


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de ámbitos de prestación no pública en salud y educación bastante más significativos que en la mayoría del resto de países europeos occidentales. En los países de la Europa meridional se han mantenido esquemas de asistencia muy basados en la familia, con roles públicos débiles en el campo de la exclusión social, a pesar de que poco a poco se pusieron en pie nuevas redes públicas de servicios sociales y, de forma parcial y fragmentada, de programas de rentas mínimas. Y si nos referimos a los mecanismos de provisión de los servicios, lo que ha predominado en los países meridionales ha sido la pervivencia de amplios mecanismos clientelares en la distribución pública del bienestar, a partir de unos aparatos administrativos muy rígidos y con estilos de liderazgo político todavía apegados a una concepción patrimonial del Estado. En América Latina entendemos que se han producido trayectos muy distintos en un continente muy diverso, tómese el parámetro que se tome. Las trayectorias de colonización, modernización, industrialización, y democratización son tan distintas entre sí como diferentes son en tamaño, composición social o recursos los países de América Latina. En general, parece claro que la construcción de las instituciones estatales y de las políticas públicas a lo largo del pasado siglo, sobre todo en su segunda parte, ha tenido componentes en muchos casos militares (progresistas o conservadores), con alianzas más o menos estables con sectores de clase media urbana y desde lógicas de baja fiscalidad. Ello ha contribuido a generar políticas con baja capacidad redistributiva, que durante muchos años fueron excluyendo a sectores muy importantes de la sociedad de los servicios y transferencias públicas. Las instituciones públicas fueron consolidándose, pero con niveles de burocratización estable más bien escasos, con algunas excepciones en ningún caso homogéneas (Uruguay, Chile, Costa Rica, y en menor medida México, Argentina o Brasil). Por otro lado, durante el siglo XX se consolidó en América Latina un tipo de economía de mercado que no siguió las pautas antes mencionadas para Europa occidental. Su desarrollo asimétrico ha sido bien estudiado desde diversas perspectivas como la teoría del subdesarrollo, la teoría de la dependencia o la teoría del desarrollo desigual y combinado.


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A partir de ellas se constata que las relaciones sociales y las relaciones de producción tuvieron un despliegue propio y distinto al que se dio en Europa y los EE.UU. Como hemos apuntado antes, las políticas de bienestar sirvieron en muchos casos para afianzar y consolidar visiones nacionales, tratando de cohesionar composiciones sociales muy heterogéneas y compensar la gran debilidad de los aparatos estatales. En este sentido, destacan más las políticas educativas, de alfabetización y de establecimiento de pautas lingüísticas compartidas, que no un sistema consolidado de transferencias y servicios públicos. La crisis de los setenta supuso un fuerte freno a las políticas anteriormente seguidas y una pérdida de la ya débil capacidad redistributiva. El aumento del conflicto social y político fue inevitable, y ello condujo a situaciones de shock, bien aprovechadas por doctrinas y coaliciones de actores que impusieron en forma experimental pero drástica políticas de corte neoliberal nunca desplegadas con tanto ahínco. El gran enemigo era el Estado y su despliegue institucional, educativo o productivo básico. La solución fue la privatización y la incorporación de lógicas propias del New Public Management que proponían mecanismos característicos de la empresa privada en la gestión de los servicios públicos del tipo que fueran. Los efectos que tuvo todo ello en América Latina fueron muy negativos para el grueso de la población: mayor precarización laboral, urbanización sin freno, creciente exclusión, pérdida general de bienestar y de calidad de vida. Los parámetros del llamado «Consenso de Washington» inducían a la modernización de las instituciones estatales, consideradas profundamente ineficientes. Se entendía que las relaciones de las élites políticas con su entorno habían estado marcadas por el clientelismo. Por otro lado, internamente, las administraciones públicas se habían regido por una mezcla de burocratismo y spoil system, lo que generaba muy poca capacidad de rendimiento. Se había ido generando una elevada densidad de normas jurídicas. Pero, a fin de cuentas, en América Latina el modelo burocrático nunca se había desarrollado plenamente, con lo cual ni se disponía de sus ventajas (no discrecionalidad, seguridad


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jurídica, igualdad ante la ley), pero sí de muchos de sus inconvenientes (procedimentalismo, lentitud, ineficiencia). Tampoco las instituciones estatales habían logrado en América Latina establecer con claridad los límites entre lo público y lo privado, entendiéndose lo público como lo institucional, y lo privado como todo aquello que queda fuera de esta esfera (lo asociativo, lo empresarial, etc.). De hecho, desde la perspectiva tradicional, cuanto más nítida sea la separación del sector público con respecto del sector privado, menores serán las posibilidades de corrupción, y mejores las condiciones para preservar los principios que distinguen la ética pública de la privada. Aunque, sin duda, lo cierto es que las élites económicas siempre dispusieron de una gran capacidad de lobby sobre las actividades gubernamentales. Como hemos mencionado, uno de los frentes de revisión de este modelo procede de lo que se ha denominado Nueva Gestión Pública, liderada en su concepción desde los países anglosajones, y con fuerte influencia en la reforma administrativa local en América Latina durante los años del ajuste estructural. El monopolio de las decisiones políticas por parte de las instituciones representativas se vio cuestionado por un proceso de transferencia de cada vez mayores cuotas de autonomía y de poder a los gerentes públicos. La desregulación, unida a la proliferación de entes como agencias, instituciones, fundaciones públicas y empresas de capital público o mixto supuso una relajación de las rigideces procedimentales burocráticas (por ejemplo, en términos de contratación y gestión de recursos humanos), aunque, en contrapartida, se quisiera fortalecer los mecanismos de control de resultados. En la práctica, las fronteras entre lo público y lo privado se fueron difuminando por la generalización de prácticas como la subcontratación de empresas y de entidades del Tercer Sector para la prestación de servicios públicos. Incluso la especificidad del código ético del sector público se fue diluyendo como consecuencia de la transferencia al sector público de principios propios del sector privado-empresarial. Las promesas de la Nueva Gestión Pública, aplicada tanto en Europa como en América Latina, eran y son múltiples: mayor economía de recursos, mayor eficiencia en su uso, mejores condiciones para la innovación,


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más capacidad de elección por parte de los usuarios-clientes, mejor conocimiento y mejor adaptación de los servicios a sus preferencias. Y, bajo esas premisas, la reestructuración de los servicios públicos en general, y de los servicios sociales en particular, ha sido particularmente profunda. En el campo concreto de los servicios sociales abundan las reformas administrativas orientadas hacia objetivos (no siempre coherentes) como la descentralización administrativa, el allanamiento de las estructuras organizativas, el fortalecimiento de las figuras gerenciales o directivas, la creación de nuevos entes prestadores de servicios dotados de mayor autonomía y flexibilidad jurídica, la gestión por objetivos y la evaluación de resultados, y la delegación de tareas hacia entes privados y del Tercer Sector. El balance de esas prácticas es hoy objeto de debate, de manera que mientras algunos remarcan avances significativos en dimensiones como las señaladas (economía, eficiencia, innovación, etcétera), otros resaltan múltiples limitaciones y efectos perversos en términos de equidad, democracia, transparencia, etcétera. Sin negar los avances que pueden suponer ciertas reformas administrativas en clave de Nueva Gestión Pública, sí que queremos destacar que tal modelo administrativo presenta dos características que, en nuestra opinión, debilitan la capacidad de los poderes públicos para hacer frente a la exclusión social: nos referimos, en primer lugar, a la creciente tecnificación de la gestión pública, a la consideración de la gestión como coto cerrado de técnicos y profesionales en tanto que supuestos detentadores de la información, conocimientos y recursos necesarios para identificar problemas y soluciones, restringiéndose así fuertemente las posibilidades de participación social y, en segundo lugar, a la tendencia de ambos modelos a segmentar rígidamente las tareas y responsabilidades públicas en unidades organizativas altamente especializadas, dificultando con ello la capacidad de diálogo y de cooperación interorganizativa. Ambas características casan mal con los retos de nuestro tiempo, con abundantes sectores de la población sometidos a procesos de exclusión, un fenómeno que, por su naturaleza compleja, requiere también de respuestas articuladas desde el diálogo y la cooperación entre todos


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aquellos agentes y actores sociales con capacidad de incidencia en la cohesión social y una forma más participada de gestión de los asuntos públicos. Hoy es más evidente que nunca que los recursos necesarios para avanzar hacia procesos de mayor equidad y justicia social (información, conocimiento, dinero, autoridad, legitimidad, movilización social…) se encuentran altamente dispersos entre una gran variedad de actores que desborda claramente las capacidades de los estrictos servicios públicos. Y ello es así tanto en Europa como en América Latina.

En la medida en que apostemos por la exclusión social como concepto útil ante las formas emergentes de la desigualdad social en el cambio actual a la sociedad postindustrial, podemos concluir que la inclusión será una pieza clave y quizás el factor central del régimen de bienestar de todo país o sociedad a lo largo de las próximas décadas Puede resultar particularmente útil aquí recuperar el concepto clásico del régimen de bienestar, entendido como la articulación compleja de las esferas pública, asociativa, mercantil y familiar en la producción de recursos y servicios para satisfacer necesidades y derechos sociales de las personas. Y, a partir de él, podemos formular el concepto análogo del régimen de inclusión social, el cual nos recuerda que la inclusión social no puede ser una responsabilidad solo de los poderes públicos, sino un esfuerzo compartido desde el conjunto de la comunidad implicada. Parece claro que, a pesar de los itinerarios distintos de Europa y América Latina en estos años, hoy ambas regiones se enfrentan a problemas similares, especialmente así en los temas relacionados con las situaciones de exclusión y de mayor vulnerabilidad social. En la medida en que apostemos por la exclusión social como concepto con alta capacidad


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descriptiva e interpretativa de las formas emergentes que adoptan las desigualdades sociales en la actual fase de cambio hacia la sociedad postindustrial podemos concluir que el régimen de inclusión se convertirá en una de las piezas clave, quizás en el componente central del régimen de bienestar de cualquier país o sociedad a lo largo de las próximas décadas. La extensión y la intensidad de la exclusión social, como ya han constatado algunas investigaciones, se encuentran íntimamente relacionadas con las configuraciones específicas de cada régimen de bienestar social, de manera que es en aquellos regímenes más orientados hacia el eje mercados-familia donde más intensas son las desigualdades sociales y las dinámicas de exclusión, mientras que una fuerte articulación entre poderes públicos y redes sociales nos sitúa en mejor posición para construir una sociedad más articulada y socialmente justa. Gobernanza-gobierno en red Desde la perspectiva que nos ocupa, entendemos que es clave, por lo tanto, la capacidad de los poderes públicos de crear, liderar y gestionar redes de gobernanza que impliquen a todos aquellos actores con capacidad de incidencia en la cohesión social (poderes públicos, redes sociales, familias y mercados) en dinámicas de diálogo, concertación y colaboración. Emerge así una nueva concepción de la gobernanza y la gestión en red, con creciente profusión tanto en Europa como en América Latina, basada en la concertación entre distintos tipos de actores. La gobernanza y gestión en red, por lo tanto, conlleva la formulación de políticas públicas desde la articulación de actores en varios niveles. El primero es la cooperación multinivel, entre distintos niveles o escalas de gobierno. En las relaciones intergubernamentales clásicas se establece una clara jerarquía entre niveles de gobierno. Las tendencias descentralizadoras seguidas en muchos países latinoamericanos y en otros lugares han puesto el acento, por el contrario, en la necesidad de transferir autonomía y responsabilidades hacia los gobiernos locales, aunque, a menudo, sin acompañarlos de los recursos necesarios. La


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gobernanza, en cambio, implica la emergencia de una nueva lógica de relaciones entre niveles de gobierno, bautizada por la literatura como la «gobernanza multinivel», «un sistema en el cual los distintos niveles institucionales comparten, en lugar de monopolizar, decisiones sobre amplias áreas de competencia. Más que una dominación uniforme por parte de los Estados centrales, estamos asistiendo al surgimiento de un patrón altamente variable y no jerárquico de interacción entre actores diversos en diferentes áreas de políticas» 4. Los gobiernos locales pueden convertirse en promotores de este tipo de articulaciones entre distintos niveles gubernamentales, e incluso pueden aspirar a liderarlas en lo que respecta a aquellas actuaciones que tienen una fuerte proyección sobre el espacio local. Por ejemplo, pueden promover y liderar políticas de regeneración de áreas urbanas desfavorecidas en las que, necesariamente, se deberá contar con los recursos financieros y normativos de que disponen otras esferas de gobierno (regionales, estatales, nacionales, e incluso supra-nacionales). Y ello es asimismo significativo para la esfera regional o estatal en las estructuras federales. En segundo término, se hallan las redes intra-administrativas (o transversales). Como hemos visto, uno de los elementos característicos fundamentales del modelo administrativo burocrático, en el que incide la Nueva Gestión Pública, es la segmentación de tareas y responsabilidades entre distintas áreas de gobierno y unidades organizativas. Tales dinámicas de especialización, como se ha dicho a menudo, acaban convirtiendo la administración pública en una especie de reino de taifas donde cada uno ejerce poder sobre sus ámbitos de competencia, resistiéndose a la «interferencia» del resto de áreas o departamentos. Gobernar desde la lógica de la gobernanza en red, en cambio, implica poner el acento en el diálogo y en la cooperación entre las distintas partes que componen la administración y, más en general, entre las distintas organizaciones constitutivas del sector público. Las políticas públicas exigen hoy la cooperación entre las áreas de gobierno que actúan sobre aquellas dimensiones que sean consideradas más críticas, como pueden ser las relacionadas con los problemas de exclusión social ya mencionados. Por ejemplo, y más


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allá de los servicios sociales, el urbanismo, la vivienda, la educación, el medio ambiente, la sanidad o la educación. Los programas transversales o las comisiones interdepartamentales son, como veremos más adelante, espacios desde los que articular este tipo de dinámicas transversales. En tercer lugar cabría situar la intersectorialidad, es decir, la cooperación entre el sector público, privado y asociativo-comunitario. La gobernanza en red conlleva, además, superar la lógica tradicional del monopolio institucional de las políticas públicas locales. Por lo tanto, no se trata solo de más diálogo y cooperación interinstitucional o de mayor transversalidad administrativa, sino también de generar espacios de encuentro y cooperación entre actores pertenecientes al sector público, privado y asociativo-comunitario. Hablamos, sin embargo, de algo distinto de la mera externalización o transferencia de actividades desde el sector público a este otro tipo de agentes (empresas, entidades del Tercer Sector…). Nos referimos, más bien, a espacios de cooperación multilateral con protagonismo de las entidades sociales donde se producen discusiones sustantivas sobre los criterios orientadores de las políticas públicas y se generan compromisos colectivos con su desarrollo. Espacios donde, además, pueden estar representadas también otras esferas de gobierno, así como distintas áreas o departamentos de la administración. Ciertos programas de regeneración urbana o de inclusión social, por ejemplo, se basan en esta lógica que podríamos calificar como de «partenariado». La participación ciudadana constituye un cuarto y último capítulo. La gobernanza en red comprende también la creación de mecanismos de participación ciudadana poco frecuentes o con escasa capacidad de incidencia en los paradigmas del gobierno local tradicional y de la Nueva Gestión Pública. El modelo tradicional, como hemos visto, restringe la capacidad de incidencia de la ciudadanía al momento electoral y, en todo caso, a su capacidad de organización y de presión sobre las instituciones políticas a partir de la movilización social. El modelo de la Nueva Gestión Pública, en cambio, promueve que las organizaciones prestadoras de servicios escuchen a los usuarios a partir de técnicas similares a las utilizadas por las empresas (encuestas, buzones de quejas y sugerencias,


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grupos de discusión…) e, incluso, como mínimo idealmente, promueve la libertad de elección de los usuarios, que deberían poder escoger escuela, centro sanitario, etc. En cambio, desde la lógica de la gobernanza en red que aquí estamos proponiendo, las organizaciones públicas deberían promover la participación de las organizaciones sociales e, incluso, de la ciudadanía a título individual, no solo en la prestación de servicios, sino también en el diseño, control y evaluación de las políticas. Sin embargo, la relación entre gobernanza en red y democracia no necesariamente es positiva: las redes de gobernanza pueden poblarse de élites institucionales y privadas, siendo muy poco permeables a la participación ciudadana; los actores con más recursos (cognitivos, financieros, organizativos) pueden llegar a capturar estas redes; la transparencia de la elaboración de las políticas puede verse gravemente perjudicada y las responsabilidades políticas quedar diluidas. Por ello, es absolutamente necesario identificar criterios y estrategias para reforzar la calidad participativa de este tipo de arreglos institucionales, como veremos más adelante. Políticas pública y gobernanza ¿Es la gobernanza en red una fórmula mágica que nos permite dar respuesta a todos los dilemas y dificultades que encontramos en la elaboración y puesta en práctica de las políticas públicas? Obviamente, no. La gobernanza en red choca, como mínimo, con tres grandes tipos de dificultades: la primera tiene que ver con las resistencias culturales al cambio procedentes de políticos reticentes a ceder o compartir espacios de poder, técnicos y profesionales de la administración que ven alteradas sus rutinas establecidas y ciudadanos y organizaciones sociales que a menudo parecen sentirse más cómodos en el espacio de la protesta que en el de la co-responsabilidad. La segunda dificultad tiene que ver con las asimetrías de poder y la contradicción de intereses entre los actores que supuestamente deben cooperar. La tercera dificultad está relacionada con las anteriores, y se refiere al incremento de los costos de transacción derivados de la relación entre actores que están poco


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acostumbrados a cooperar, entre los que existen grandes asimetrías y entre los que, además, se dan fuertes contradicciones. ¿Debería esto retrotraernos a los modelos más conocidos de gobierno? Pensamos que no, que, por el contrario, atrincherarnos en las viejas formas de gobernar, si bien puede resultar una posición intelectualmente cómoda, profesionalmente poco exigente, e incluso cívicamente confortable, nos deja el problema sin resolver. Y es que hoy no podemos responder ni eficaz ni eficientemente al reto de la inclusión desde la lógica tradicional del «cada uno hace lo que le toca» desde las jerar-

América Latina es hoy un gran laboratorio en el que por todas partes florecen nuevas formas de responsabilidad colectiva en relación a los problemas que implica el vivir en comunidad. Y ello es así tanto en ámbitos urbanos como en ambientes rurales bien distintos quías y las especializaciones sectoriales tradicionales. Aunque, sin duda, adherirse de forma acrítica, naif, a la nueva lógica de la gobernanza puede conducir a experiencias frustrantes por la incapacidad de generar resultados tangibles, por la dificultad de sostener en el tiempo las dinámicas de participación deseadas, por las tensiones entre las actividades cotidianas de cada organización y las actividades cooperativas o por la tendencia de ciertos conflictos a cronificarse. Algunas claves para afrontar este tipo de dificultades son las siguientes: En primer lugar, asumir que estamos ante un proceso de aprendizaje colectivo; por lo tanto, la consolidación de este tipo de prácticas relacionales solo puede observarse en el medio y largo plazo. La formación y, sobre todo, el intercambio de experiencias pueden contribuir decisivamente a este proceso de aprendizaje. En este sentido, es evidente que


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América Latina es hoy un gran laboratorio en el que por todas partes florecen nuevas formas de responsabilidad colectiva en relación a los problemas que implica el vivir en comunidad. Y ello es así tanto en ámbitos urbanos (presupuestos participativos en ciudades como Porto Alegre), como en ambientes rurales con problemas bien distintos (las experiencias de gestión colectiva basadas en la recuperación y revitalización de las tradiciones de «buen gobierno» de las comunidades originarias, en Bolivia o Ecuador, por ejemplo). En segundo lugar, comprender que la gobernanza relacional no debe confundirse con la negación o la superación del conflicto, sino que es en sí misma una forma de gestión del conflicto, un conflicto que por otra parte puede llegar a ser altamente creativo si se gestiona adecuadamente. Más que evitarlo o forzar los consensos, es importante que aflore y que se generen las condiciones para que resulte productivo, y no paralizante. También aquí América Latina ocupa hoy un lugar destacado en esa lógica, con procesos complejos y muchas veces conflictivos de liderazgo y movilización social, que en cada caso tiene matices propios (Venezuela, Brasil o Argentina como ejemplos diferenciados, pero con pautas comunes). En tercer lugar, fortalecer el liderazgo político en el marco de este tipo de redes. Un liderazgo que debe ser habilitador y no impositor, pero que no puede abstenerse de jugar una serie de roles fundamentales como son incidir en la composición de la red, equilibrar las relaciones internas de poder, promover la intermediación, favorecer la densidad de relaciones y, sobre todo, orientar políticamente la actuación de la red hacia objetivos estratégicos y preservando una serie de valores que se consideren como fundamentales. En este sentido las aportaciones de Ernesto Laclau, y sus nuevas miradas sobre el populismo en América Latina resultan significativas. En cuarto lugar, repensar las estructuras organizativas y las dinámicas internas de la administración, ajustándolas al máximo posible a las exigencias de las nuevas prácticas de gobernanza local en red. La estructura y dinámica de funcionamiento altamente burocratizada de


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los servicios públicos, por ejemplo, entra en tensión con los principios básicos del modelo que aquí se está proponiendo.

En una nueva gobernanza relacional que no busca consensos al uso sino que permite aflorar los conflictos creativamente también América Latina ocupa un lugar destacado, con procesos complejos de liderazgo y movilización social; se dan en Brasil, Venezuela y Argentina con matices propios y también pautas comunes Y en quinto lugar, por último, establecer fuertes vínculos entre las prácticas de gobernanza en red y las estrategias de transformación social. Aunque parezca una obviedad, a menudo se olvida que la gobernanza en red no es un objetivo en sí mismo, sino una herramienta que debe ponerse al servicio de una determinada estrategia de transformación de las condiciones de vida. Los incentivos para involucrarse y para mantener la participación aumentan claramente cuando se percibe que a través de este tipo de espacios cooperativos se logran resultados concretos, y por ello también resulta clave que se evalúen las políticas resultantes y se pongan en evidencia los avances que significan. Notas finales sobre nueva institucionalidad Por lo que llevamos dicho, podemos afirmar que Europa y América Latina viven momentos distintos en relación a cuestiones como la estatalidad, la institucionalidad o al protagonismo de la política en el debate ciudadano. Pero, probablemente sería justo decir que expresan momentos distintos de lo que podría considerarse un mismo problema: la falta de articulación estratégica y funcional entre instituciones representativas


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y movimientos sociales 5. Podríamos decir que Europa está «cansada» (http://ec.europa.eu/governance/white_paper/index_en.htm) de una política institucional que va mostrando los límites en su capacidad para dar respuesta a los problemas colectivos. Problemas que se perciben como crecientemente generados por una dinámica económica aparentemente incontrolada y, en cambio, suficientemente potente como para marcar y condicionar las reglas del juego político. Tampoco ello es nuevo, ya que el proceso de condicionamiento de la vida política fue ya explicitado y denunciado mucho antes, por ejemplo y para tomar un precedente reciente, por Charles Lindblom en su célebre Politics and Markets (1977) 6. Como hemos recordado, la construcción de los llamados «Estados de bienestar» significó la eclosión de un equilibrio, largamente perseguido, entre dinámica económica mercantil y capacidad regulatoria y fiscal de los poderes públicos. Ese pacto (que, en palabras de Ralph Darendhorf, expresaba el pacto entre la socialdemocracia y la democracia cristiana, como fuerzas hegemónicas en la segunda posguerra europea) fue el que propició el que se construyeran las políticas sociales universales que han caracterizado el llamado «modelo social europeo». La lógica jerárquica, especializada, tecnocrática de las políticas construidas, más la creciente desmovilización social que acompañó la consolidación democrática y el fuerte entramado institucional, fueron convirtiendo a los ciudadanos europeos más en clientes de servicios que en actores directamente implicados en la defensa y actualización de esas políticas. En fechas recientes lo que se constata es que, más que ciudadanos críticos con la evolución formal y estrictamente electoral de las instituciones democráticas, lo que existe es un creciente descontento de la ciudadanía europea con el funcionamiento de esas políticas, con el peso de la burocracia en los servicios públicos. Y así, aumenta la desconfianza o la percepción pesimista sobre el futuro de las conquistas sociales arduamente conseguidas (http://www.europeanvaluesstudy.eu/). Surgen, en ese contexto, nuevos espacios de articulación social y de movilización política que explícitamente «desertan» de los ámbitos institucionales al entenderlos como de imposible reforma, definitivamente


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enquistados en reglas y en lógicas de captura clientelar partidista. La «nueva política» 7 surge en los márgenes de la vieja institucionalidad, y ello es más evidente en las ciudades, en espacios marcados por la cultura alternativa, la acción comunitaria, las redes sociales de intercambio o de consumo alternativo o en la lucha por la vivienda. En América Latina, con todas las reservas que implica la forzada generalización del formato de este artículo, se está viviendo un momento político y una fase histórica distinta. En efecto, tras convertirse en el gran laboratorio en el que testar las recetas neoliberales (que implicaban la retirada o recomposición drástica de las lógicas clientelares y de apropiación de las instituciones estatales por parte de conglomerados de políticos profesionales y de grupos económicos organizados en torno a las prebendas que derivaran de ese contubernio), en la actualidad la reconstrucción política e institucional se hace sobre nuevas bases (http:// www.nuestrademocracia.org/pdf/nuestra_democracia.pdf). La reacción política y social surgida tras los evidentes impactos negativos de esas políticas surgidas al calor del llamado «Consenso de Washington» ha transformado el panorama político latinoamericano y ha puesto otra vez a América Latina en esa posición de laboratorio. La combinación de liderazgos renovados, movilización política y recuperación económica ha propiciado un reforzamiento de la institucionalidad política, una renovación de las esperanzas sociales en la mejora de las condiciones de vida combinando estatalidad y movilización social. La repolitización latinoamericana no se ha producido al margen de las instituciones sino que se apunta a su renovación y reforzamiento sin desatender la fuerza movilizadora de los movimientos sociales. Las ciudades son nuevamente centro fundamental en ese nuevo escenario, simbolizando centralidad y cambio, con continua presencia en las calles de movilizaciones que persiguen acelerar las transformaciones, evitar los retrocesos o, simplemente, mantener la activación política. Hablar, por tanto, de «nueva institucionalidad» en un escenario aparentemente contradictorio como el aquí esbozado parece una labor ardua. Pero, a pesar de todo, entendemos que existen espacios comunes


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en los que movernos, y que muestran que desde puntos de partida distintos las nuevas dinámicas apuntan en una misma dirección. En Europa, y sobre todo en la Europa meridional como espacio de democratización en los años setenta, los movimientos sociales no transportaban una «nueva institucionalidad». Lo que pretendían era transformar a favor de los intereses populares las instituciones existentes. Como se ha afirmado, «[…] Los periodos históricos en los cuales se constituyen las principales instituciones de un sistema político son poco frecuentes y relativamente breves. Estas instituciones serán más sólidas cuanto más aceptadas sean por la mayoría del cuerpo social, y serán más avanzadas en la medida que permitan mejorar la inserción de las clases trabajadoras en la vida del Estado» 8. La marginación histórica de los intereses de los sectores populares había situado a esos sectores y a sus agentes políticos en una situación de «exterioridad» 9 en relación a las instituciones públicas. Y es precisamente la democratización de la situación la que permitirá que la labor de esas instituciones sea vista como algo que interfiere positivamente en aspectos concretos y cotidianos de la vida de la gente. Por ejemplo, en la España de los años de la transición a la democracia se discutió con ardor el papel de las instituciones, de los partidos y de los movimientos de masas en la transformación social. El resultado final fue entender que solo desde el Estado y la administración podían realizarse los cambios con eficacia general y el suficiente consenso social. Pero se era consciente de la necesidad de vivificar las instituciones representativas a través de la «canalización de demandas», la «promoción de la participación», la «lucha contra las marginaciones», la «democratización de las instituciones», consiguiendo que la población viera que «la democracia tiene unos efectos materiales concretos», «asentando los fundamentos de la articulación de la democracia representativa y de la democracia de base» Lo que constatamos más de treinta años después es que las instituciones y gobiernos han demostrado su influencia en la calidad de vida de las personas (en sus condiciones de vida y de trabajo, en su seguridad o en la prestación personalizada de servicios). Pero desde otra perspectiva, se constata la poca movilización política y electoral


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que despiertan las elecciones (con creciente tendencia al abstencionismo, sobre todo en las capas más populares de la población) y la poca relevancia, por tanto, que parece darle un importante sector de la ciudadanía al hecho de que el gobierno sea de un signo político o de otro muy distinto. Ha ido dándose una desconexión entre política y políticas, y ello ha conducido a una notable despolitización de la vida social. Tras tantos años de democracia, se ha ido construyendo en España (y nos atrevemos a decir que también en Europa) un modelo de representación política totalmente delegativa, que permite enclaustrar las decisiones de la colectividad en las instituciones, con altas proporciones de la ciudadanía que se abstienen de renovar su dosis de legitimidad. Esta situación ha acabado convirtiendo a buena parte de los ciudadanos en algo muy distinto de lo que imaginaban los protagonistas de los procesos de democratización que antes mencionábamos. La perspectiva más presente actualmente en la relación instituciones-ciudadanía es la de exigir servicios y prestaciones, desde la lógica de cliente pasivo y no de ciudadano implicado. Lo cual ha sido alimentado por una lógica institucional y política, cómoda en esa perspectiva institucional que prima el clientelismo pasivo. Lo cierto es que mientras ha sido posible seguir la lógica incrementalista en presupuestos públicos esa dinámica ha sido funcional. Los problemas surgen cuando se es consciente de que no todas las demandas sociales pueden convertirse automáticamente en necesidades públicas a cubrir por los presupuestos públicos, ya que entonces necesitas responsabilidad e implicación ciudadana para establecer conjuntamente prioridades y distribuir costes y beneficios. Las experiencias latinoamericanas muestran una dinámica distinta. El tradicional déficit de institucionalidad democrática señala ahora una combinación significativa de «estatalidad» y movilización social desde una perspectiva política fuerte, basada en mezclas positivas y eficaces de participación y de autoridad, con capacidad para construir mayorías alrededor de valores y de objetivos muy precisos. Dice Pierre Rosanvallon 10 que la democracia se define más por las labores que despliega que por las estructuras e instituciones que contiene.


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En muchos casos, constatamos que las instituciones existentes no logran incorporar ni adaptarse a las dinámicas que generan cambios constantes y de notable alcance. En ese sentido, podríamos referirnos a la necesidad de encontrar espacios más flexibles, más abiertos, que incorporen a los distintos tipos de actores (desde los que surgen del ámbito territorial o sectorial afectados, hasta las entidades que operan en los mismos, los especialistas y técnicos de la materia, o, evidentemente, los representantes de las instituciones legitimadas para tomar decisiones). Desde esos espacios, desde esa «nueva institucionalidad», más flexible, más perenne pero también más circunstancialmente reforzada, pueden surgir decisiones y estrategias de salida a dilemas y retos que difícilmente tendrían posibilidades de emerger en los escenarios institucionales más tradicionales. La significación de esos espacios a los que nos referíamos como «nueva institucionalidad» (dada su posición periférica en relación al núcleo tradicional de institucionalidad) estaría no en la permanencia y continuidad, no en los procesos y reconocimientos de estatus, sino en la capacidad para transformar las cosas. No hablaríamos tanto de personas (entendidos como «personajes», sujetos revestidos de institucionalidad representativa), como de ideas a construir de forma conjunta y que puedan contribuir a perspectivas de mejora colectiva. Un ejemplo de ello lo podríamos encontrar en la necesidad de repensar los procesos de desarrollo, partiendo de la perspectiva que los parámetros tradicionales de empleo y vinculación vida-trabajo que tan institucionalizados estaban en Europa, han entrado definitivamente en su ocaso. La decadencia y la erosión de los espacios laborales y vitales que configuraron el mundo industrial-fordista no han sido reemplazadas por nuevos paradigmas o lógicas de articulación. La dinámica social se ha vuelto mucho menos previsible, más individualizada y heterogénea. Y por tanto los relatos colectivos, muy marcados por pautas y espacios de socialización relativamente estables y conocidos (familia, barrio, trabajo), se han ido fragmentando y diversificando. En este escenario, no creemos que el tipo de problemas con los que normalmente se enfrentan las instituciones públicas permita una


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aproximación basada solo en las certezas de carácter técnico. Pero, como ya hemos dicho, las administraciones acostumbran a trabajar desde la hipótesis de la certeza. Muchas de las aproximaciones «racionales» relacionadas con la producción de decisiones públicas acostumbran a fallar, al no entender que lo que seguramente es la esencia del proceso es el debate de ideas que los diferentes actores y protagonistas de la comunidad política dónde se desarrollan las decisiones, transportan y defienden. Lo que moviliza a la gente es el compartir visiones, maneras de ver los problemas y vías de salida. Cada idea es un conjunto de argumentos que, en relación al problema planteado, expresa una concepción del mundo. Y, como bien sabemos, las ideas están en el corazón del conflicto político. Las decisiones públicas son pues el terreno en el que se enfrentan los diferentes puntos de vista, criterios, y definiciones de problema de los respectivos actores y grupos implicados. Tenemos por lo tanto objetivos, tenemos problemas, tenemos discrepancias entre objetivos y realidad, y tratamos de encontrar una alternativa que reduzca o incluso acabe con las discrepancias. Como bien sabemos, en la práctica este esquema no funciona tan ordenadamente. Muchas veces se ve primero el problema, se buscan soluciones y acaban definiéndose objetivos. O incluso, a veces se tiene primero la solución (o los recursos) y se busca el problema dónde aplicarla (o invertir la subvención o el fondo). Pero, la perspectiva que proponemos permite generar un cierto orden en esta confusa realidad, y posibilita el aprendizaje de las experiencias pasadas sin falsas expectativas de racionalidad general. Es más importante entender la lógica del juego que se desarrolla en cada caso, que aplicar de manera estandarizada un repertorio de soluciones previamente establecido. Desde nuestro punto de vista, la unidad de análisis debería ser la colectividad o comunidad afectada por la política pública. Es decir, el conjunto de personas y colectivos que encontramos en un determinado escenario. La motivación que acostumbra a justificar la actuación pública es el interés común (pero, sin olvidar que en cada intervención concreta existen también intereses sectoriales y particulares). Las claves de los conflictos acostumbran a establecerse en los puntos de contraste


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entre los intereses de cada actor, y los intereses comunes (definidos colectivamente a partir de concepciones compartidas del problema). Todo proceso de intervención pública, toda política pública es, básicamente, un proceso político. Proceso que tiene como base el encontrar formas de racionalidad colectiva que nos permitan actuar en un marco que por definición es plural, conflictivo y lleno de diferentes ideas sobre lo que hace falta hacer frente a cada situación social que requiere respuesta. Para entender cómo funciona la acción pública hace falta entender cómo funciona la dinámica política (no confundir con la dinámica institucional). Los decisores públicos se ven obligados a moverse y encontrar salida a los problemas en el escenario social, y no pueden ni quieren limitarse a actuar en el espacio científico o tecnológico. Buscan, buscamos, formas de acción colectiva que sean lo más legítimas posibles, y esto nos obliga a salir de la aparente comodidad de las certezas predeterminadas para ir construyendo combinaciones viables de análisis y convicciones socialmente compartidas. De hecho, así funcionan las cosas aquí y ahora. Pero muchas veces nos empeñamos en explicar lo que pasa desde perspectivas más normativas que positivas. Todos tenemos una predisposición natural a evitar incertidumbres y, por lo tanto, tendemos a postular y a esperar actuaciones guiadas por la previsibilidad. Pero los gobiernos han tenido que incorporar la incertidumbre a sus formas de acción y han tenido que buscar mecanismos para acomodarse. Así, se lanzan pre-propuestas para ver la reacción que generan, se diseñan programas que implican la incorporación voluntaria de otras instancias de gobierno o de actores a quienes se incentiva mediante fondos, se crean «grupos ad hoc» para superar las contradicciones entre departamentos gubernamentales o entre esferas de gobierno, se potencian «mesas» no institucionales para facilitar la negociación, etc. En definitiva, hemos de concluir que si bien la incertidumbre muchas veces genera problemas, es también el camino para su resolución colectiva. Y, en este sentido, a través de los procesos participativos, todos los actores acostumbran a entender mejor la complejidad como algo inherente a todo proceso decisional público, y no como una anomalía a superar.


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La lógica de la movilización colectiva es tanto la cooperación como la competencia entre actores y personas. Cada actor busca defender su propio interés, pero también trata de «trabajar» y argumentar desde los intereses comunes y se mueve, por lo tanto, en terrenos que exigen lealtad entre estas personas y actores, y ello exige que se garanticen las decisiones cuando son asumidas de manera colectiva. La información de que se dispone para decidir es muchas veces ambigua, incompleta, llena de opiniones y posiciones sesgadas, y no es del todo raro que encontremos informaciones o argumentaciones que podemos calificar como de estratégicamente manipuladas. Las bases de un cambio, de una modificación del status quo, son las ideas, la persuasión, las alianzas entre actores. Y lógicamente, la voluntad de ejercer poder, de conseguir el propio bienestar y el bienestar colectivo. El diálogo entre una Europa que busca reconocerse en un nuevo escenario en el que ya no valen antiguas recetas, y una América Latina que explora caminos nuevos, desde una madurez social conquistada tras difíciles transiciones, tiene que seguir. Estas notas han tratado de trazar ciertas líneas en las que seguir dialogando y debatiendo. En el fondo, como decían los zapatistas, lo que conviene hacer en tiempos como los actuales es «caminar preguntando». Y si preguntamos y caminamos juntos, mejor.


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Notas 1

Beck, U., Un nuevo mundo feliz. La precariedad del trabajo en la era de la globalización, Paidós, Barcelona, 2000.

2

Castles, F.G., «Welfare state development in southern Europe», West European Politics, Abril, 1995, pp. 291-313.

3

Sarasa, S. y Moreno, L., El Estado de bienestar en la Europa del Sur, CSIC, Madrid; Rhodes, RAW, (1997), Understanding governance: policy networks, governance and reflexivity, Open University Press, Londres, 1995.

4

Llamazares, I. y Marks, G., «Gobernación de Múltiples Niveles, Movilización Regional e Identidades Subestatales en la Unión Europea» en Llamazares, I. y Reinares, F. (eds.) Aspectos Políticos y Sociales de la Integración Europea. València: Tirant lo Blanch.

5

Fleury, S.-Subirats, J.-Blanco, I. (eds.), Respuestas locales a inseguridades globales. Innovación y cambios en Brasil y España, CIDOB, Barcelona, 2008.

6

Lindblom, Ch., Politics and Markets, Basic Books, New York, 1977.

7

Subirats, J. (ed.), Elementos de nueva política, Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona, Barcelona, 2003.

8

Borja, J., «Construcció de la democracia i poders locals», Nous Horitzons, núm. 45-46, 1978 (reproducido en Nous Horitzons, núm. 200, 2011, pp. 6-10).

9

Borja, J., op. cit., p. 6.

10 Rosanvallon, P., La Contre-démocratie, Seuil, París, 2006.



El Estado de bienestar oculto en Brasil

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Durante las últimas dos décadas Brasil ha estado construyendo un Estado de bienestar basado en los principios de extensión de los derechos sociales a todos los ciudadanos a través de políticas sociales universales, un principio consagrado en el concepto de Seguridad Social (SS) de la Constitución Federal de 1988. Esto ha representado la ruptura con el anterior modelo de protección social existente, que se basaba en un seguro social estratificado de trabajadores formales y caridad o algún tipo de beneficios para los pobres, quienes se encontraban excluidos de otro sistema. La lucha por un nuevo modelo de protección social global tuvo un componente original de movilización social en favor de la extensión de los derechos sociales como parte de la transición hacia un proceso democrático. La singularidad de contar con un proyecto de política social diseñado por movimientos sociales y su fuerte asociación con la transformación del Estado y la sociedad en una democracia, ha añadido algunas características importantes al Estado de bienestar en Brasil. Estas características excepcionales son la combinación de una red de servicios altamente descentralizada y organizada jerárquicamente, con un proceso de toma de decisiones que incorpora escenarios de actividad federativa o participativa. La existencia de esferas políticas de negociación e instrumentos para lograr el consenso han sido innovaciones importantes en las relaciones intergubernamentales y en las relaciones entre el Estado y los actores sociales. La mayoría de los estudios sobre el Estado de bienestar han obtenido sus conclusiones a partir de la comparación de experiencias en Europa y América del Norte. Esta bibliografía ha señalado algunas condiciones asociadas al surgimiento y a la consolidación del Estado de bienestar. Algunos estudios han demostrado las características de los modelos de protección social que han prevalecido en países latinoamericanos durante el


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pasado siglo. Otros han mostrado cómo se han reformado estos modelos durante el último cuarto de siglo engendrando nuevos modelos de políticas sociales. La continuidad de los viejos modelos y los nuevos se debe a la persistencia, hasta un cierto grado, de las principales características de las políticas de protección social en la región, es decir, a la inclusión estratificada a través de sistemas sociales centralizados asociada con la exclusión de una parte de la población. La pobreza y la desigualdad son el resultado de un sistema social que está lejos de ser un mecanismo de distribución, y que realmente acaba siendo un instrumento de desigualdad. La importancia de estudiar la experiencia brasileña para la construcción de un Estado de bienestar igualitario no solo consiste en observar el impacto de la dependencia de la trayectoria recorrida por el anterior modelo institucional de protección social, sino también en tener en cuenta la ausencia de los requisitos más importantes, señalados en estudios del Estado de bienestar, como parte de las experiencias con resultados satisfactorios. Este artículo revisa material publicado sobre el Estado de bienestar y lo compara con la experiencia brasileña, con el objeto de destacar precisamente esta discrepancia. Muestra que el arte de gobernar en el marco institucional de las políticas sociales se produjo durante los años noventa y tuvo que hacer frente a las terribles limitaciones de las restricciones económicas. La resistencia de los actores sociales frente al desmantelamiento del proyecto del Estado de bienestar no fue lo suficientemente fuerte como para evitar cambios importantes, aunque se mantuvieron las prescripciones constitucionales. Y lo que es más, importantes grupos de intereses y actores sociales se agruparon entorno a políticas sociales de una forma que impedía la integración planeada y que ha sido la responsable de la disgregación de los componentes de la unidad de la Seguridad Social. Tal y como demuestra el análisis de la forma en que las restricciones económicas han impactado en la construcción del Estado de bienestar, así como el estudio de los procesos institucionales, la ausencia de requisitos importantes para la construcción con éxito de un Estado de bienestar en el contexto brasileño ha dado lugar a la aparición de un Estado de bienestar oculto.


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Teoría sobre el Estado de bienestar y la experiencia latinoamericana Si partimos de la tipología de Richard Titmuss sobre el concepto clásico de Estado de bienestar1, podemos encontrar una confluencia de criterios que engloban las relaciones entre los mercados y el sector público y el grado de redistribución a través de las políticas de protección social. Combinando estas dos dimensiones, pudo diferenciar entre tres modelos bien conocidos de políticas sociales: el modelo residual, el modelo remunerativo (o «de éxito industrial») y el modelo institucional redistributivo. Mientras que el primero está condicionado por las dinámicas del mercado y es menos redistributivo, el segundo modelo es restrictivo y está condicionado por la posición del trabajador en el mercado, mientras que el tercero y último está organizado como un sistema público de cobertura universal. En este último caso podemos encontrar la situación más institucionalizada, inclusiva y redistributiva. Esta tipología se basa en la extensión de los derechos sociales y en el doble movimiento de expansión de las estructuras y políticas del Estado por un lado y, por otro lado, en la redistribución de los recursos de acuerdo a las necesidades. Thomas H. Marshall enfatiza el papel clave de los ciudadanos en el bienestar, pero al mismo tiempo sigue el mismo patrón en su artículo clásico sobre las clases sociales y los ciudadanos 2, en el que identifica tres clases de derechos como componentes de la ciudadanía: civiles, políticos y sociales; cada uno de ellos con su propia trayectoria y estructura institucional. En cambio Gosta Esping-Andersen arrojó una nueva luz sobre los derechos sociales que se reconceptualizaron en términos de su capacidad para la «desmercantilización», es decir, el grado en que los individuos o familias pueden sostener un estándar de vida socialmente aceptable, independientemente de la participación en el mercado 3. Comprendió el papel del Estado de bienestar, en lo que a estratificación social se refiere, como un proceso con dos componentes: por un lado, el Estado de bienestar se identifica con las políticas de mejora social y redistribución de la riqueza que corrigen desigualdades, pero por otro


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lado, la estratificación social es una consecuencia del Estado de bienestar, porque la estratificación social debe su forma al nexo entre el Estado y el mercado en el sistema de distribución. También resalta la importancia de la institucionalización cuando analiza las consecuencias de la crisis del Estado de bienestar en tres sistemas diferentes: el sistema de Estado social liberal; el sistema de Estado corporativista y el sistema democrático social. Y concluye con lo siguiente: los mecanismos políticos e institucionales de representación de intereses y creación de consenso, sobre todo en los planes social-democráticos, tienen un fuerte impacto en el empleo y la conservación de los derechos sociales 4. En estas circunstancias, el Estado de bienestar, considerado como una articulación exclusiva de los conflictos distributivos, sobre todo los conflictos entre la lógica del mercado y los principios de asignación política, se centra en los planes institucionales de las políticas sociales de cada sociedad. Pero la conclusión de Harold Wilensky es que el Estado de bienestar es la tendencia estructural más constante en el desarrollo de sociedades, a pesar de las diferencias entre los regímenes ideológicos y políticos asociados al desarrollo económico y al proceso de modernización social 5. A diferencia de esta perspectiva ahistórica, otros autores han destacado los determinantes de los sistemas universales de protección social. Se considera como punto de partida el proceso de industrialización y el surgimiento del problema de la inseguridad 6. La ruptura de los lazos de solidaridad comunitaria tradicional y su sustitución por una organización de clases e identidades, así como el desarrollo de administraciones públicas y estructuras administrativas, se considera el origen subyacente del desarrollo del Estado de bienestar. Sin embargo, la misma demanda de protección social ha recibido diferentes respuestas en función del entorno institucional, político y económico anterior. Peter Flora y Jens Alber identifican la aparición de un modelo universal de protección social como una dependencia de la fuerza de una clase trabajadora homogénea y de sus aliados en la lucha por los derechos sociales, así como de la capacidad de cada sociedad de institucionalizar este conflicto por medio de procedimientos democráticos 7.


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El Estado de bienestar y el sistema competitivo de partidos políticos son vistos con frecuencia por Claus Offe como las características principales para promover la coexistencia de capitalismo y democracia en este ciclo virtuoso, ya que dan lugar a una mercantilización de la política y una politización de la economía privada 8. Al final de este ciclo ambos se consideraban obstáculos inflexibles para la renovación de la economía capitalista. En este sentido, el Estado de bienestar es responsable de forjar nuevos lazos en sociedades complejas y también de crear un nuevo patrón institucional para la resolución de conflictos redistributivos, con lo que lanzaría las bases para la cohesión e integración sociales. El estudio de Robert Castel sobre los vínculos fundamentales en una sociedad basada en el trabajo también se centra en el tema de la integración social a través de la protección del Estado de bienestar9. En los últimos tiempos la pérdida de vínculos de conexión ha sido la responsable de las crisis de sociabilidad, el aumento de la inseguridad, el brote del individualismo negativo y el predominio de políticas de inserción social. En mis trabajos anteriores he considerado la existencia de un grupo de variables –desde ideológicas, políticas e institucionales hasta directivas y financieras– que podrían caracterizar tres modelos de protección social diferentes, más concretamente: asistencia social, seguro social y seguridad social 10. Estos modelos son muy parecidos a otras tipologías, aunque llaman la atención sobre dos temas importantes. En primer lugar, destaco la necesidad de considerar la constelación de variables agrupadas en cada modelo de una forma muy amplia; con el objeto de

Cada modelo de protección social da forma a distintas modalidades de ciudadanía: todas ellas son compatibles con los sistemas democráticos, pero diferentes en términos de capacidad de creación de una esfera pública más igualitaria


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abarcar desde los grupos ideológicos y políticos tradicionales hasta la identificación de variables de actuación y directivas que se producen estrechamente. He encontrado una fuerte relación entre la variable política y la estructura administrativa y financiera que se engloban en el mismo modelo. En segundo lugar, he establecido conexiones entre los modelos de protección social y el Estado de ciudadanía resultante. Esta contribución añade un nuevo elemento sobre cómo pensamos acerca de las relaciones entre democracia y Estado de bienestar, lejos de la mera institucionalización de los derechos sociales y los partidos políticos competitivos. La cuestión aquí es comprender las consecuencias de cada modelo de protección social a la hora de dar forma a distintas modalidades de ciudadanía; todas ellas compatibles con los sistemas democráticos, pero diferentes en términos de capacidad de creación de una esfera pública más igualitaria. Los diferentes modelos de protección social se pueden resumir de la siguiente forma: En el modelo de asistencia social las acciones tienen un carácter de emergencia y están dirigidas a los grupos de pobres más vulnerables. Inspiradas en una perspectiva de caridad y reeducación, se organizan basándose en la asociación de trabajo de voluntariado y políticas públicas, y se estructuran de forma desintegrada y discontinua, a pesar de que las organizaciones y programas generados con frecuencia se superponen. Aunque permiten el acceso a ciertos bienes y servicios, no crean una relación de derechos sociales, ya que se trata de medidas compensatorias que tienen un efecto estigmatizante. Por esta razón, llamo a este tipo de relación ciudadanía invertida, donde el individuo tiene que demostrar que él o ella ha fallado en el mercado para poder ser objeto de protección social. En el modelo de seguridad social, la protección social de los grupos ocupacionales establece una relación de derechos contractuales donde los beneficios dependen de cotizaciones pasadas y de la afiliación de los individuos a estas categorías ocupacionales que se han autorizado para el funcionamiento del seguro social. La organización extremadamente fragmentada del seguro social expresa la concepción de beneficios


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como privilegios diferentes para cada categoría, como el resultado de su capacidad para presionar al gobierno. Dado que los derechos sociales dependen de la inserción de los individuos en la estructura productiva, Wanderley G. Santos llama a la relación, regulada por las condiciones laborales, ciudadanía regulada11. En el modelo de seguridad social hay un intento de romper con las nociones de cobertura restringida a sectores insertados en el mercado formal y de reducir la conexión entre contribuciones y beneficios, y de este modo generar mecanismos más compasivos y redistributivos. Los beneficios empiezan a concederse basándose en las necesidades, basándose en los principios de justicia social que exigen que las coberturas se extiendan universalmente y se integren en las estructuras gubernamentales. En este último caso, la protección social genera derechos sociales que se incluyen en el estado de ciudadanía universal. En resumen: se ha asociado el desarrollo del Estado social con un despliegue de elementos relacionados con el progreso de la economía capitalista, así como con la transformación de sociedades como consecuencia de un proceso de urbanización e industrialización que ha impuesto una nueva división del trabajo, y ha conducido a unas relaciones sociales más complejas. El Estado de bienestar también forma parte del proceso de creación del Estado, y esta expansión es un componente de la democratización del poder y la sanidad en una sociedad de masas con el surgimiento de nuevos actores colectivos y nuevas organizaciones políticas. El Estado de bienestar se considera un nuevo plan para llegar al consenso y trasladar los conflictos al escenario político redistributivo, donde se puede negociar una solución. Los diferentes modelos de protección social se han identificado teniendo en cuenta si su objetivo principal de inclusión se centraba en los pobres y otros grupos vulnerables, las fracciones de la fuerza laboral, o los ciudadanos. La inclusión de los derechos sociales como parte del estatus de ciudadanía representa la solución másparadójica al conflicto de distribución en una economía de clases, considerando que ha generado una esfera pública no subordinada principalmente al proceso de acumulación, un mecanismo de


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antivalor 12. Sin embargo, ha contribuido a la creación de una sociedad más cohesiva, basada en los principios sociales de solidaridad, donde la inclusión social se ha extendido. Durante la crisis de la economía capitalista desde los años setenta, se acusó a los mecanismos institucionales de protección social de impedir la renovación de las relaciones productivas con la intención de incrementar la competitividad y la productividad. Estudios comparativos sobre el desarrollo de la protección social en América Latina han agrupado a los países de acuerdo a diferentes criterios. Carmelo Mesa-Lago, que ha estudiado los sistemas de jubilación y de pensiones, adopta el momento de introducción de las políticas sociales como el principal factor explicativo que permite agrupar a los países de la zona 13. Teniendo en cuenta la introducción del sistema de protección social, los clasifica en países pioneros, intermedios y tardíos. Los países pioneros son los que iniciaron las políticas de bienestar social a principios del siglo XX como parte del proceso de industrialización, respondiendo a la presión de grupos de interés en defensa de la protección laboral. A diferencia del grupo intermedio de países, que comenzaron las medidas de protección social alrededor de mediados de siglo, influenciados por la avalancha internacional de sistemas democráticos que se extendió por Europa. Los países tardíos por su parte, iniciaron solo algunas políticas en los años setenta y presentan una cobertura pobre de grupos privilegiados. Aunque la trayectoria histórica es importante porque puede indicar el grado de madurez logrado por un sistema de pensiones, así como proporcionar consejos sobre su cobertura, no es suficiente para clasificar a todos los países. Además de los tres grupos mencionados anteriormente, solo el grupo de los pioneros puede considerarse consistente desde un punto de vista sociológico, ya que este grupo de países se encuentra englobado dentro de un modelo de desarrollo económico y político similar. El énfasis en esta clasificación se pone en la trayectoria de institucionalización de la protección social, y la principal característica del modelo latinoamericano es la estratificación. Incluso los viejos sistemas más inclusivos mantienen condiciones y beneficios diferentes en función del poder de negociación de cada grupo cubierto.


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Recientemente el organismo de la ONU para América Latina, el CEPAL, ha trabajado con una clasificación comparativa que se basa en el gasto público social de los países. El ranking va desde 200 dólares americanos hasta 400, y por encima de los 400. Carlos y Fernando Filgueira (2002) han criticado esta clasificación porque la cantidad de gasto público social no dice nada del impacto que este tiene en la vida de las personas, que solo se puede captar a partir de índices sociales 14. Combinando estas dos dimensiones —la cantidad de gasto público social y los índices sociales— en el caso de varios países, se puede dividir a estos países en tres grupos: 1) los países que gastan más en políticas sociales y que obtienen mejores resultados sociales; 2) los países que aunque gastan una gran cantidad de dinero en políticas sociales tienen una cobertura pobre, concentrando los recursos en el mismo grupo de privilegiados, mientras que el resto de la población se encuentra excluida de los beneficios sociales; 3) aquellos que tienen un gasto pobre y concentrado y solo cubren exclusivamente a algunas élites administrativas y militares. Reafirman las conclusiones de Mesa-Lago sobre el modelo de estratificación de los beneficios sociales en América Latina, incluso en los sistemas más universalistas de la zona. Lo que añaden es la combinación de esa característica de estratificación con el grado de exclusión social de cada grupo. Hasta los años setenta se encontraban con tres grupos diferentes: un grupo denominado de universalismo estratificado, un grupo de regímenes duales, y un grupo de regímenes excluyentes. Más recientemente, otros autores han realizado nuevos análisis de modelos de protección social en América Latina teniendo en cuenta el impacto del proceso de globalización y de las reformas orientadas al mercado en sus anteriores sistemas de protección social. El trabajo de Rubén Katzman, revisado por Fernando Filgueira y Juan Pablo Luna, intenta responder a cuestiones sobre si el legado histórico de los países — en términos de estructuras sociales y regímenes de bienestar social— establece recorridos diferentes y capacidades diferentes para adaptarse a este nuevo contexto 15. La conclusión general, afirman Filgueira y Luna, «es que las matrices del Estado de bienestar y su nivel de desarrollo son


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incapaces de contrarrestar este mercado laboral en deterioro a través de la protección básica, la inversión, el capital humano y la redistribución», aunque el análisis de la dependencia de la trayectoria parece estar presente en otros puntos.

En la mayor parte de América Latina los sindicatos están perdiendo su anterior control sobre los sistemas de seguridad social, ya que el gobierno está introduciendo mecanismos de mercado con la intención de incrementar la competitividad entre los proveedores Al analizar la proliferación de reformas del sistema de salud en la región después de los años setenta, me he encontrado con una frágil institucionalización de los derechos sociales en un contexto de cambios económicos y la existencia de demandas urbanas masivas como responsables de la transformación de la región en un laboratorio social donde se han diseñado y puesto en práctica muchas reformas diferentes 16. Estos esfuerzos de reforma, en el sistema sanitario y el de la seguridad social, han formado parte del contexto cambiante a través de la democratización de los sistemas políticos de la región, la actualización de sus modelos económicos de producción y el rediseño del papel del Estado; todos los cuales han servido como un medio de respuesta a la crisis fiscal y para crear las condiciones necesarias para posicionar las economías regionales de manera más ventajosa en el proceso de producción, cada vez más integrado y competitivo a nivel global. Además, en la mayor parte de los países de la zona los sindicatos están perdiendo su anterior control sobre los sistemas de seguridad social, ya que el gobierno está introduciendo mecanismos de mercado con la intención de incrementar la competitividad entre los proveedores,


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generando una compleja red de relaciones entre financiadores y proveedores, agencias públicas y privadas. He encontrado un primer tipo de reforma orientada al mercado que se basa en la experiencia chilena. El diseño de Chile ha producido un modelo dual de sistema de atención médica y pensiones con la segregación de los pobres en el sector público y la pertenencia obligatoria, de aquellos que se lo puedan permitir, a una compañía del mercado de seguros médicos. La reforma colombiana ha intentado evitar las desigualdades del modelo chileno –orientado al mercado– combinando recursos privados y públicos, dando forma a un modelo pluralista basado en la competencia de gestión regulada por las autoridades públicas. En este modelo, el núcleo central se basa en la competitividad del mercado de seguros médicos regulada, dado que el paquete de beneficios está garantizado bien por la propia contribución del individuo o por medio de la contribución a un fondo de solidaridad. En este último caso, el paquete de beneficios es inferior en comparación con el primer caso, y la inclusión depende de la cantidad de recursos anuales disponibles. Esta compleja red de intereses públicos y privados con diferentes lógicas ha sido incapaz de superar las limitaciones de su diseño, basado en la contribución limitada del salario y en una lógica orientada al ahorro propio de las compañías de seguros médicos. El tercer modelo se basaba en la experiencia brasileña de creación de un sistema universal público de protección social integral que respondiese a las demandas de un sistema de políticas sociales más democrático, equitativo, descentralizado y participativo. Una variable crucial para explicar las diferencias entre los tres modelos —dual, plural o universal— en términos de sus propuestas, contenidos, instrumentos y coaliciones de apoyo, parece haber sido el momento de la reforma con respecto a dos macroprocesos principales: 1) la crisis económica con sus inmediatos ajustes macroestructurales y 2) la transición a la democracia y la súbita irrupción de nuevos tejidos políticos y demandas sociales. Las sociedades de América Latina están asumiendo un nuevo perfil con un sistema de protección social más pluralista y global. En lugar


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Las sociedades latinoamericanas están asumiendo un nuevo perfil con un sistema de protección social más pluralista y global. En lugar de una negación categórica de pertenencia a algunos grupos, hay un movimiento para estratificar la población de acuerdo con el poder adquisitivo de cada grupo de una negación categórica de pertenencia a algunos grupos, hay un movimiento para estratificar la población de acuerdo con el poder adquisitivo de cada grupo. Sin embargo, la posibilidad de diseñar un sistema universal, tal y como se hizo en Brasil, va en sentido contrario a esta tendencia general. Esta singularidad solo se puede explicar basándonos por un lado en la estrecha relación establecida entre el movimiento social en favor de la democratización del país, y por otro lado, en la fuerte demanda de un nuevo diseño del marco de protección social institucional. Todo esto ha sucedido en un contexto de baja percepción de las restricciones económicas, que se ha convertido rápidamente en realidad, imponiendo medidas restrictivas de ajuste económico para hacer frente a tasas de inflación altas y a la creciente deuda fiscal pública. Vale la pena observar las dificultadas relacionadas con la puesta en práctica de este modelo de Estado de bienestar general en un contexto tan adverso. Trayectoria de la protección social Las políticas sociales brasileñas se han desarrollado durante un periodo de más de 80 años, creando un tipo de protección social que solo se cambió con la Constitución Federal de 1988. Hasta 1988, el sistema de protección social brasileño combinaba un modelo de seguro social en


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el área de bienestar, incluida la atención sanitaria de los trabajadores formales, con un modelo de asistencia para la población sin relaciones laborales formales. Ambos sistemas se organizaron y consolidaron entre 1930 y 1940 como parte de un proceso más general de construcción del Estado moderno, intervencionista y centralizador, después de la revolución de 1930. La construcción del Estado nacional es un proceso sin fin en el que las relaciones de poder en la institucionalización del aparato administrativo se rediseñan constantemente, ya sea en la implementación del proyecto económico, o en la reproducción de la población activa y la incorporación de las demandas políticas de grupos subordinados. La elección de un cierto formato político social, cristalizado en la combinación de diferentes modelos para diferentes segmentos de trabajadores, indica el lugar que cada uno ocupa en una cierta correlación de fuerzas, así como las tendencias preponderantes internacionalmente. En el periodo de democracia populista (1946-1963) la expansión del sistema de seguridad social fue parte del juego político de intercambio de beneficios a discreción de los gobernantes, beneficiando de diferentes formas a los grupos de trabajadores que tenían el mayor poder de negociación. Este fenómeno se hizo conocido como los «privilegios de masas» y fue designado como una de las causas de la crisis financiera y administrativa del sistema de la seguridad social. El cambio en los sistemas de protección social, las políticas y los mecanismos después del régimen burocrático-autoritario que se instaló en 1964, sigue cuatro líneas maestras: 1) la centralización y concentración de poder en manos de la tecnocracia, con trabajadores eliminados del juego político y de la administración de políticas sociales 2) el incremento de la cobertura, con la precaria incorporación de algunos grupos excluidos previamente, como los trabajadores del hogar, del campo y autónomos 3) la creación de contribuciones sociales como un mecanismo para fundar programas sociales 4) la privatización de servicios sociales (la universidad, la educación secundaria y la asistencia hospitalaria se convirtieron en negocios). A mediados de los años setenta la lucha por la democratización de las políticas adopta nuevas características y estrategias. Mientras que


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antes se habían confinado a las universidades, a los partidos clandestinos y a los movimientos sociales, ahora empezaba a ubicarse en el centro mismo del Estado. En primer lugar, se basaba en las innovadoras experiencias desarrolladas por los gobiernos de la oposición de las ciudades elegidos en 1974; en segundo lugar, en el interior de los órganos centrales responsables de políticas sociales, buscando el obtener una ventaja de la crisis financiera para introducir elementos transformadores en los modelos de políticas sociales y en tercer lugar, hay un refuerzo de las capacidades técnicas de los partidos políticos y parlamentarios que empezaron haciendo que los asuntos sociales fuesen parte de sus plataformas para la construcción de una sociedad democrática. El rescate de la deuda social se convirtió en el tema central de la agenda democrática, que atraía hacia sí movimientos de diversa naturaleza. Este proceso se intensificó en 1980 con el aumento de un rico tejido social emergente basado en la unión del nuevo sindicalismo y los movimientos urbanos sociales, la construcción de un nuevo partido al frente de la oposición y la organización de movimientos reformistas capaces de formar proyectos de reorganización institucional en diferentes sectores, tales como el Movimiento Sanitario. Toda esta efervescencia democrática se canalizó hacia los trabajos de la Asamblea Nacional Constituyente, que empezaron en 1987. La construcción de una orden institucional democrática supuso una reorganización de las políticas sociales en respuesta a las demandas de la sociedad de una mayor inclusión social y una mayor igualdad. Proyectada para el sistema de políticas sociales como un todo, esta demanda de inclusión y reducción de desigualdades adquirió las connotaciones concretas de afirmación de derechos sociales como una parte de la ciudadanía. La Constitución Federal de 1988 representa una profunda transformación en el modelo brasileño de protección social, consolidando, en una ley superior, las presiones que se han sentido durante más de una década. Se ha inaugurado un nuevo período en el que el modelo de seguridad social comienza a estructurar la organización y el formato de la protección social en Brasil en busca de la ciudadanía universal.


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La Constitución de 1988 ha avanzado con respecto a sus formulaciones legales anteriores garantizando un conjunto de derechos sociales, expresados en el Capítulo del Orden Social, innovando al declarar el modelo de Seguridad Social como «conjunto integrado de acciones de iniciativa de los Poderes Públicos y de la sociedad, destinadas a asegurar los derechos relativos a la salud, a la previsión y a la asistencia social» (Título VIII, Capítulo II, Sección I, Art. 194). La inclusión del seguro social, la asistencia sanitaria y la asistencia social como componentes de la Seguridad Social introduce la noción de derechos sociales universales como parte de la condición de ciudadanía, donde antes se habían limitado a la población de trabajadores incluidos en el seguro social. Este nuevo acuerdo innova al separar, por primera vez, el orden social del económico, lo que otorga al primero el mismo estatus y prioridades que normalmente se daban a los principios económicos. La primacía que se otorgaba a los derechos sociales se volvió evidente con esta autonomía y con la prescripción de contribuciones exclusivas para la financiación de políticas sociales adheridas al presupuesto de seguridad social único, creado por separado del presupuesto público. Los recursos serían gestionados por el Instituto Nacional de Seguridad Social, integrado por tres ministerios y representantes de los usuarios. El nuevo modelo de política social constitucional se caracteriza por la cobertura universal, el reconocimiento de los derechos sociales, la afirmación del deber del Estado, la subordinación de prácticas privadas a una regulación basada en la relevancia pública de acciones y servicios en estas áreas, con una perspectiva publicista de la cogestión del gobierno/sociedad y una gestión organizativa descentralizada. La originalidad de la Seguridad Social brasileña reside en su fuerte componente de reforma del Estado, en rediseñar las relaciones entre las entidades federales y establecer formas concretas de participación y control social, con mecanismos de articulación y acuerdo entre los tres niveles de gobierno. El federalismo reformado responde a la responsabilidad principal de proporcionar políticas sociales a las autoridades locales. La organización del sistema de protección social debería adoptar el formato de una


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red integrada descentralizada, con un único orden político y un fondo de financiación en cada esfera de gobierno, regionalizado y organizado en una jerarquía, con instancias de deliberación que garanticen la participación igualitaria en cada esfera de gobierno de una sociedad organizada. De la retórica a la realidad En los años noventa Brasil experimentó un duro periodo de crisis económica con hiperinflación y una elevada deuda acumulada, por lo que tuvo que lanzar diferentes políticas e instrumentos para hacer frente a esta tensa situación, pero esto es algo que solo empezó a suceder a mediados de la década. Al mismo tiempo, el gobierno tuvo que hacer frente a la presión social para poner en práctica importantes transformaciones exigidas por el nuevo marco constitucional. En otras palabras, se produjeron dos movimientos concurrentes en direcciones opuestas: uno expresado por las medidas de ajuste macroeconómicas, y el otro por las demandas para asegurar derechos sociales e institucionalizar el nuevo diseño del Estado de bienestar. Al igual que muchas de las prescripciones constitucionales necesitaban de un nuevo marco legal infraconstitucional, el gobierno pospuso lo más posible su aprobación, hasta un punto en el que ya no pudo ignorar más las presiones sociales. Teniendo en cuenta que las conquistas de los derechos sociales variaron mucho en cada sector –seguro social, asistencia sanitaria y bienestar social–, en función del poder y la capacidad de la coalición política, cada uno de los participantes en la seguridad social realizó un recorrido institucional diferente. No obstante, tenían que hacer frente al mismo contexto y restricciones, y por tanto permitir un análisis de las tendencias generales y específicas en cada caso. Teniendo en cuenta el material publicado revisado relativo al desarrollo del Estado de bienestar en Europa, podemos afirmar que la creación del Estado de bienestar brasileño a finales del siglo XX no cumple las condiciones críticas señaladas como necesarias para que lo sea. Este reto resalta la importancia de estudiar esta experiencia, destacando sus


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limitaciones, pero también sus innovaciones. Este análisis se centra en dos temas relacionados con el logro del Estado de bienestar: las limitaciones económicas y el proceso de gobierno institucional. Situación económica adversa y fracaso fiscal En cuanto a las primeras, una de las suposiciones básicas subyacentes al Estado de bienestar en los países europeos es la influencia sinergética del crecimiento económico y la inclusión social a través de políticas redistributivas. El modelo keynesiano implica una fuerte presencia de políticas públicas para lograr un equilibrio entre oferta y demanda en un ciclo económico próspero. Incluso las políticas residuales de los países liberales cuentan con la expansión del mercado y el crecimiento económico para que se hagan cargo de la mayor parte de las demandas sociales. Sin embargo, el momento de construcción del Estado de bienestar en Brasil tiene que hacer frente a una situación económica extremadamente adversa. Durante los años noventa la situación económica en el país se desplazó desde un turbulento escenario de crisis, caracterizado por una inflación y una deuda elevadas, hasta un escenario semiestancado, con la inflación bajo control, pero una deuda fiscal aún creciente debido al mantenimiento de unos tipos de interés mastodónticos. Por eso el índice del PIB osciló durante los primeros años de negativo a cero, con una recuperación del tipo anual del 4% desde mediados de la década. Sin un crecimiento sostenido de la economía y sin la posibilidad de contar con inversiones públicas, los índices de desempleo en las zonas metropolitanas pasaron del 7% al 13,9% desde 1995 hasta 2003, y la informalidad afectó a más del 45% de la mano de obra 17. El salario mínimo tuvo un comportamiento similar, renqueando durante los primeros años, aunque se presentó con un valor adquisitivo estable a lo largo de la segunda mitad de la década. Las consecuencias de este pobre comportamiento se dejaron sentir de inmediato en las coberturas del seguro social, que bajaron desde un 66,6% de la mano de obra en 1992 hasta un 61,7% en 2002, considerando como momento de cambio el momento en que la curva inició un


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movimiento ascendente hasta lograr un 65,9% de cobertura en 2008 18. Solo durante los últimos cinco años (2005-2010) el mercado laboral ha crecido lo suficiente como para lograr el índice de desempleo más bajo en muchas décadas, aproximadamente un 6% anual. Del material publicado sobre bienestar social se pueden extraer otros requisitos para la creación de un Estado de bienestar redistributivo, como la existencia de una fiscalidad justa y progresiva. Hasta ahora, en el caso de Brasil, todos los gobiernos han fracasado en su intento de fomentar una mayor reforma del sistema fiscal. El resultado es que mientras que el sector de la población más pobre, incluidas las familias que ganan dos sueldos mínimos y pagan un 48,8% de sus ingresos en impuestos, las familias que reciben más de 30 salarios mínimos solo pagan un 26,3% de impuestos 19. En 2008 la carga fiscal total creció hasta un 36,2% del PIB y sigue aumentando, sobre todo debido al aumento de las contribuciones por encima del consumo, lo que representa el 59% del total recaudado en 2007, en lugar de una imposición fiscal directa sobre los ingresos y la riqueza 20. Las posibilidades del gobierno de invertir en infraestructuras y servicios sociales se han visto restringidas por la producción obligatoria de superávit primario para equilibrar una divisa puesta en peligro debido a la ingente deuda pública, ya que la carga de la deuda había crecido junto con el intento de ahorro público. A pesar de la recuperación del crecimiento económico y de la reducción de la deuda pública como parte del PIB durante los últimos cinco años, la amenaza de un aumento de la inflación sigue manteniendo el tipo de interés como uno de los más altos del mundo, en un perverso ciclo que alimenta la rueda satánica de la deuda pública. Vale la pena observar atentamente los vínculos entre estas características económicas y el Estado de bienestar para comprender los límites y modificaciones impuestos en el proceso de gobierno del Estado de bienestar. Estas limitaciones económicas afectan a la puesta en práctica del Estado de bienestar y en mayor medida a los términos de su creación, además de a las estructuras y recursos de financiación; lo que genera el deterioro de algunos servicios a la vez que dificulta la consecución de


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un acceso universal. Y lo que es más, se produce para crear inestabilidad permanente en cuestiones de protección social. Pero aunque la Constitución federal prescribe la creación de contribuciones asignadas a la fundación del presupuesto de la Seguridad Social (SS), que integren las tres políticas incluidas en este concepto, su curso ha sido bastante diferente. Inicialmente, todas las contribuciones deberían juntar el mismo presupuesto unificado de la seguridad social. Pero dada la escasez de recursos para implementar las tres ramas de políticas, se ha producido una especialización ilegal, con cada contribución diseñada para apoyar los gastos de una política social específica. Teniendo en cuenta que las tres áreas de política social varían en gran medida en respuesta y poder de negociación, la solución ha sido reservar la mayor parte de los recursos del presupuesto de la SS para el seguro social, responsable contractualmente del pago de las pensiones. Esta situación se legalizó más adelante por medio de una enmienda (EC num. 20) que consideraba los recursos pagados como una proporción de los salarios destinada exclusivamente a gastos de financiación del seguro social. Los otros dos grupos de políticas se vieron escasos de financiación prácticamente desde el principio. La consecuencia fue un nuevo movimiento para crear nuevos recursos con los que financiarlos, lo que se consiguió por medio de la creación de un nuevo fondo para combatir la pobreza (Fundo de Combate à Pobreza) y un impuesto en las transacciones financieras para hacer frente a las necesidades del sector sanitario (CPMF). Este impuesto duró hasta 2009 pero al no estar asignado, los recursos se distribuyeron entre otras muchas políticas, y el sector sanitario siguió sin disponer de suficientes fondos. La pelea por los fondos dentro de la seguridad social tuvo otras consecuencias, como la incapacidad para mantener los requisitos de exclusividad de las cotizaciones sociales para la financiación de la SS. Debilitados e incapaces de aunar fuerzas para defender el presupuesto de la SS, los tres ministerios implicados perdieron el control sobre estos recursos financieros. Denominado irónicamente Fondo Social de Emergencia, desde 1994 con el lanzamiento del plan de ajustes (Plano


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Real), el gobierno desasignó hasta un 20% de los fondos destinados al presupuesto de la SS (actualmente se denomina DRU- Desvinculação das Receitas da União). Con este mecanismo y también con el constante aumento de las cotizaciones, el gobierno nacional no solo aumentó la carga fiscal, sino que también se escapó de su responsabilidad constitucional al compartir los recursos con los gobiernos subnacionales, responsables de la previsión de políticas sociales. Formalmente el presupuesto de la SS está separado del presupuesto fiscal, pero de hecho, las manipulaciones financieras difuminaron estos límites. Teniendo en cuenta que los límites se difuminan, existe una demanda de mayor transparencia en la gestión del presupuesto de la SS, pues se ha culpado al gobierno nacional de usar estos recursos de forma inadecuada y de rechazar el cumplimiento de sus deberes en cuanto a la financiación de la seguridad social con beneficios no contributivos 21. La falta de transparencia en el presupuesto de la SS aumenta debido a los incontables subsidios y políticas de deducción fiscal que se aplican como parte de los incentivos industriales y comerciales. Su impacto en el saldo de la seguridad social se debería considerar como una contribución del gobierno en lugar de un déficit del sistema, un argumento defendido por los críticos de las finanzas públicas, representados principalmente por ANFIP (Associação Nacional dos Fiscais da Previdência Social). Este tema ha generado un continuo debate sobre si el presupuesto de la seguridad social ha tenido déficit o superávit en los últimos años. La frecuente amenaza de recortes en los fondos destinados al sistema de pensiones se ha utilizado para clasificar como no autorizados los beneficios no-contributivos para grupos especiales, como las pensiones de los trabajadores del campo. Además, este tema ha generado una atmósfera permanente de desigualdad y crisis financiera, con una fuerte presión sobre los beneficios regresivos y la cobertura, y el mantenimiento de profundas inseguridades sociales. El punto álgido de este debate se produjo en 2009, cuando el gobierno envió al congreso un proyecto de reforma exhaustivo que habría eliminado las cotizaciones sociales asignadas y las fusionaba con un gran


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IVA. Esta propuesta se encontró con una fuerte oposición por parte de los defensores de la seguridad social, pero sigue amenazando la base de financiación de la SS. El análisis del impacto de las restricciones económicas en las políticas de la seguridad social llega a apasionadas conclusiones muy diferentes. Por un lado, podemos encontrar a los defensores de la continuidad de las políticas sociales durante los noventa y la década siguiente, a pesar de las fuertes restricciones impuestas en la primera década por la agenda de ajuste fiscal. Obtuvieron la siguiente conclusión: la agenda de ajuste macroeconómico no contrarrestaba a la agenda de protección social y tenían que aceptar un complejo institucionalismo del sistema de protección social. Y lo que es más, ambas agendas convergían para proporcionar ganancias reales a los más pobres como resultado del control de la inflación y las transferencias de dinero 22. Por otro lado, podemos encontrar a los autores que discuten si existe una profunda incompatibilidad entre el ajuste macroeconómico y el gobierno del sistema de protección social. Esta oposición divide el periodo en dos fases, la primera desde la transición hasta la democracia, de finales de los setenta hasta los noventa, y la segunda durante los noventa hasta mediados de la década siguiente. La primera fase se caracterizaba por establecer la base institucional, legal y financiera del sistema de la SS. El segundo por un movimiento constante de contrarreforma del paradigma constitucional de la protección social hacia uno neoliberal, con las siguientes oposiciones: la seguridad social frente al seguro social; universalismo frente a fijación de objetivos; oferta patrocinada por el gobierno frente a privatización; derechos laborales frente a relaciones laborales flexibles 23. Supongo que ha habido una resistencia en la orientación del gobierno durante los noventa, que de hecho amenazó con dar un paso atrás en la conquista de los derechos sociales. Sin embargo, la resistencia ha sido insuficiente para evitar la introducción de un institucionalismo oculto en el sistema de la SS. Como resultado hemos sido testigos de la introducción de elementos de políticas de focalización y de intereses de mercado en el proyecto universal y de la adaptación del anterior diseño a las contingencias financieras.


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Una propuesta de los movimientos sociales En relación con el gobierno institucional, por otra parte sucede que la fuerza de los partidarios del sistema de protección social universal, cristalizado en el paradigma de la Seguridad Social, se basaba en el hecho de que, a diferencia del resto de países de la zona, esta propuesta de reforma fue diseñada por los movimientos sociales, agrupados alrededor de políticas sociales específicas, pero articulados en la movilización general para la transición hacia la democracia.

Aunque la coalición formada para respaldar la Reforma Sanitaria en Brasil ha cambiado a lo largo de su institucionalización —desde la hegemonía académica y profesional hasta los gestores locales y los sindicalistas— el componente de estímulo permanente del sujeto político ha sido crucial para mantener el proyecto basado en los mismos principios originales Basándome en la Reforma Sanitaria, he señalado tres componentes de este proceso como parte de la construcción del Estado democrático. La construcción y materialización de los proyectos de reforma se ha llevado a cabo por medio de tres procesos que, aunque de forma simultánea, han tenido distintos ritmos, diferencias que han generado nuevas tensiones y algunas complementariedades. Se trata de los procesos de subjetivación, constitucionalización e institucionalización. La subjetivación se refiere a la construcción de sujetos políticos, la constitucionalización tiene que ver con garantizar los derechos sociales, y la institucionalización tiene que ver con la construcción del aparato


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institucional —incluido el conocimiento y las prácticas— que implementa la política sanitaria 24. Aunque la coalición formada para respaldar la Reforma Sanitaria ha cambiado a lo largo de su institucionalización —desde la hegemonía académica y profesional hasta los gestores locales y los sindicalistas— el componente de estímulo permanente del sujeto político ha sido crucial para mantener el proyecto basado en los mismos principios originales. En lo referente a las otras políticas sociales, también podemos observar esfuerzos para aunar fuerzas y construir actores políticos, ya sea antes o como consecuencia de la institucionalización política. La unión de los trabajadores jubilados fue decisiva para la defensa de los beneficios globales y también para evitar los planes de privatización del seguro social que habían crecido en la región por mediación de las agencias internacionales multilaterales. Recientemente, la presencia de fiscales del seguro social congregados en torno a una asociación importante, ANFIP, se ha convertido en el factor clave para la difusión de información alternativa sobre la situación financiera del sistema de la SS. En el caso de la asistencia social, la formación de una masa de profesionales críticos y su creciente poder en la gestión central es el producto más reciente de esta institucionalización de la política. La fragmentación de este proceso en tres trayectorias diferentes confirma la falta, al principio, de un movimiento unificado en defensa de la construcción general de la Seguridad Social. Este importante concepto se desarrolló durante los trabajos de la Asamblea Nacional Constituyente, pero no arraigó en ningún movimiento social. Obtuvo un apoyo técnico, pero esto no fue suficiente para agrupar actores sociales a su alrededor. Por el contrario, el grupo más movilizado, el sector sanitario, desconfió de esta propuesta y la consideró un intento de crear un megaministerio que englobara los tres sectores. La articulación en favor de la SS también es un producto de su propio proceso institucional y ha ganado alguna proyección después de dos décadas de su constitucionalización. El precepto obligatorio expresa en la Constitución que la Seguridad Social es un conjunto integrado de iniciativas concernientes a garantizar los derechos sociales relacionados con la salud, la previsión social y la


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asistencia social. La cristalización de estas directrices se había concertado previamente con la creación del presupuesto de la SS y el Consejo de la SS. Estos dos mecanismos de planificación y de políticas de integración no trabajaron correctamente. El presupuesto se convirtió en un instrumento de contabilidad en lugar de un plan común integrado de reparto de recursos. El Consejo Nacional de la SS se suspendió en 1999 después de algunos años de coordinación ineficiente y de integrar los tres sectores. Cada uno de ellos tenía una trayectoria institucional diferente, un recorrido claramente dependiente de su historia previa y del legado formal. Aldaíza Sposati destaca la diversidad entre los tres sectores de acuerdo con diferentes variables como el criterio de inclusión, la naturaleza de los derechos —laborales, sociales y humanos—; la relación con el mercado y la filantropía, la gestión de experiencias y su grado de institucionalización en todos los niveles de gobierno 25. Uno también puede añadir la diferencia importante de la coalición social formada alrededor de cada escenario político con discreción para vetar o introducir nuevas políticas. La fragmentación institucional dentro de la SS ha tenido muchas consecuencias. El abandono del principio de integración compromete los otros principios constitucionales de integridad y universalismo. Resultados recientes de una encuesta entre los beneficiarios de las pensiones del régimen no-contributivo han demostrado que usan el aumento en los recursos familiares para comprar más comida y también medicinas 26. Se trata de un claro ejemplo de la desintegración de las políticas sociales, con el gobierno con los pobres como objetivo y transfiriendo continuamente subsidios sociales a personas que los usan para adquirir bienes y servicios que son parte de sus derechos sociales. La existencia de conflictos distributivos entre sectores de la SS y la incapacidad de establecer mecanismos para coordinar un proceso de creación de consenso ha tenido un fuerte impacto en el gobierno del Sistema Único de Salud. En 1993 los servicios de asistencia sanitaria del seguro social se transfirieron al Ministerio de Sanidad con la intención de crear el Sistema Único de Salud, pero los recursos para fundarlo no venían incluidos. Aunque se decidió que un 30% del presupuesto de la


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Desde que los municipios son responsables de proporcionar la asistencia sanitaria, la presión se ejerce ahora sobre ellos, bien por medio de mecanismos participativos, denuncias de los medios de comunicación o a través de decisiones judiciales para garantizar el derecho al consumo de algunos servicios sanitarios y mercancías más caros SS se destinase al Ministerio de Sanidad, durante los cinco primeros años siguientes a la Constitución Federal de 1988 esta prescripción legal se ignoró. La consecuencia fue la bancarrota del Ministerio de Sanidad, que tuvo que pedir préstamos para gastos normales 27. Como consecuencia, la demanda de nuevos recursos para financiar el sistema sanitario obtuvo mayor visibilidad y el congreso aprobó un impuesto sobre las transacciones financieras (CPMF) con este objetivo. Al no tratarse de un impuesto asignado, los recursos fueron asignados por el gobierno nacional a otros gastos y solo un tercio se destinó al Ministerio de Sanidad hasta que este impuesto se extinguió en 2009. Desde el año 2000 una nueva ley (EC. 29) define las responsabilidades de cada nivel de gobierno para financiar el sistema sanitario, pero los deberes nacionales siguen siendo vagos. El resultado es que la participación relativa del gobierno nacional en la creación del sector sanitario está disminuyendo, mientras que a nivel estatal se ignora la contribución obligatoria y la carga cae directamente sobre las autoridades locales. En 1980 la participación a nivel estatal en el gasto social público fue del 65% para la nación, 23,6% para los Estados y 10,6% para los municipios, mientras que en 2005 el nivel estatal redujo su participación a un 61,9%, los Estados a un 21,8% y los municipios aumentaron su participación hasta un 16,3% (IPEA, 2009).


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Desde que los municipios son responsables de proporcionar la asistencia sanitaria la carga ha recaído sobre sus espaldas. La presión se ejerce ahora sobre los gobiernos locales, bien por medio de mecanismos participativos, denuncias de los medios de comunicación más recientemente o a través de decisiones judiciales para garantizar el derecho al consumo de algunos servicios sanitarios y mercancías más caros. Uno puede analizar el hecho de que el movimiento sanitario ha sido lo suficientemente fuerte como para mantener el diseño original del Sistema Único de Salud como un sistema integral universal público, pero no se ha podido evitar el crecimiento de un mercado poderoso dentro del campo de la asistencia sanitaria. A diferencia del sector complementario, que incluye servicios privados conectados con el Sistema Único de Salud como proveedor de bienes públicos, el negocio de la asistencia sanitaria y de los servicios de salud se consideró como capaz de sustituir al SUS. Con la crisis financiera del sector de la salud pública se ha producido un deterioro de las instalaciones públicas, seguido de conflictos por los salarios y las inversiones. Se ha logrado la inclusión de toda la población como beneficiarios del sector de la salud pública a pesar de una situación financiera extremadamente difícil. Esta contradicción ha ocasionado que la clase media escape del sistema público y contrate bien seguros voluntarios privados o seguros de salud colectivos. Aunque la cobertura de los seguros de empresas no representa más del 30% de la población, todos los grupos de presión, como los sindicatos, presionan en favor de esta solución de mercado, y recientemente se han lanzado más planes populares para atender a la demanda de la clase media baja. El propio gobierno nacional ofrece la afiliación a seguros privados a los funcionarios y considera los gastos de los consumidores con pensiones y seguros privados como deducibles de los impuestos. Todas estas políticas refuerzan el mercado de la asistencia sanitaria y contribuyen a debilitar el sector público. Durante las últimas dos décadas, la posición del negocio del sector de la salud ha cambiado de una oposición total a una relación más cercana con el SUS y más rentable. Como un grupo de presión potente, el sector


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privado de la salud resiste estrictas regulaciones e intenta controlar la gestión del comité de dirección de la agencia reguladora. También se benefician de las posibilidades de mandar personas aseguradas de forma privada para que obtengan tratamiento público en él SUS, y utilizan instrumentos legales para eludir la obligación de reembolsar los gastos. Muchos otros flujos de pacientes, recursos financieros, profesionales, y tecnologías se han desarrollado en las últimas dos décadas vinculando de diferentes formas los servicios públicos y privados. Poderosos grupos de intereses se encuentran implicados ahora en un complejo escenario político que engloba los poderes Legislativo, Ejecutivo y Judicial. Las diferentes demandas de mejora del SUS para obtener más recursos financieros para él SUS, para aumentar sus índices de procedimiento, para ampliar la exención de impuestos, y para lograr más créditos y amnistía para establecimientos y proveedores privados, se han canalizado hacia estas áreas reformulando su diseño original. La propuesta de un sistema de salud público nacional no fue el proyecto de desmercantilización más radical en el diseño de las políticas sociales de Brasil. Sin embargo, la anterior dependencia del sector sanitario privado establecido desde el gobierno militar, estuvo de acuerdo con invalidar esta propuesto. El sector público, a pesar de estar infradotado, es responsable de la atención preventiva y de la vigilancia de todo y proporciona servicios a más de un 70% de la población (llegando hasta un 90% en las regiones más pobres). Sin embargo, el problema del acceso y la baja calidad son responsables de una clara preferencia popular por los seguros privados y los sectores de servicios. La preferencia por el sector privado se explica en el deseo de evitar largos periodos de tratamiento que son característicos del Sistema Único de Salud, pero también por el hecho de que la adquisición de un seguro privado se asocia generalmente con prosperidad (por ejemplo, es un signo de la ascendente movilidad social). No hay duda de que el impacto más impresionante del diseño de las políticas sociales después de la Constitución de 1988 fue la reforma del aparato de Estado y de sus relaciones con la sociedad. A la creación del SUS le siguió un sistema parecido para las políticas de asistencia social


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—SUAS—, que se basaba en los mismo principios para asegurar los derechos sociales por medio de una red nacional pública con diferentes niveles de gobierno articulados. Aunque el estímulo para la descentralización fue verticalista, proporcionó una guía en la dirección para reforzar el gobierno local incrementando las competencias administrativas locales. Y lo que es más, el diseño del proceso de descentralización incluía elementos originales, es decir, la existencia de mecanismos de participación en cada nivel administrativo. En este sentido se necesita un movimiento doble, desde el nivel administrativo central hasta los niveles locales, y desde el Estado hasta la sociedad. La intersección de estas dos líneas deja lugar para un nuevo modelo de gobierno local, con la existencia de importantes mecanismos para llegar al consenso, al control social y a la formación de políticas (véase el diagrama en el anexo I). El principal mecanismo para la toma de decisiones y lograr el consenso entre los tres niveles de gobierno, con competencias simultáneas en políticas sociales, es una comisión tripartita o bipartita que engloba los gobiernos de los Estados o solamente los dos niveles subnacionales. Esta innovación se considera una ventaja muy importante en el diseño del federalismo del país, ya que no se ha producido un canal efectivo para tratar los conflictos inherentes a las competencias simultáneas en muchos temas. La existencia de este escenario político permite negociar políticas y pactar el establecimiento de normas y parámetros para la asignación de recursos. Los mecanismos participativos que incluyen tanto a las autoridades sanitarias como a la población son dos: los Consejos y las Conferencias. Los Consejos existen en cada nivel del sistema y son mecanismos de control social y aprobación del presupuesto, que evalúan las propuestas del ejecutivo y su ejecución. Las Conferencias, por otra parte, se celebran periódicamente para discutir una serie de asuntos para poder expresar diferentes intereses en una plataforma común y formar la política. Muchos expertos discuten sobre si los Consejos efectivamente tienen la capacidad para controlar al gobierno, y la conclusión está menos clara de lo que sería deseable debido a la gran diversidad dentro del país y a la desigual distribución de los recursos entre los participantes. Los


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estudios demuestran que la participación en los Consejos es un recurso para introducir al concejal en una importante red de poderes y también un escenario político para desafiar el control de los grupos organizados, como los partidos políticos y los miembros de los sindicatos 28. A pesar de todas las limitaciones, no hay duda sobre el componente democrático de los mecanismos de participación y de la ampliación que están promoviendo en la esfera pública, restringido hasta ahora a la élite tradicional. La construcción de algunos mecanismos dialógicos impone un reconocimiento de los actores populares y de las demandas, y puede que permita una renovación de las élites políticas. El desarrollo del Estado de bienestar ha estado siempre relacionado con los cambios desde un capitalismo liberal hasta una forma neocorporativista de la relaciones entre los actores colectivos bajo la regulación del Estado. La singularidad de las sociedades que se han desarrollado últimamente como la sociedad brasileña es la composición de la sociedad civil, donde unos pocos sindicatos han tenido que compartir su espacio participativo con los movimientos sociales y otras organizaciones civiles. Además de la composición heterogénea de la sociedad civil, otra peculiaridad está relacionada con la introducción de mecanismos de la democracia participativa. Mientras que en una concepción tradicional la participación se limita al proceso electoral y a políticas de redistribución, en el caso de Brasil se ha puesto un gran énfasis en la construcción de instancias de gestión compartida, donde el Estado y la sociedad colaboran en el proceso de adopción de políticas y en el control de la puesta en práctica de dichas políticas. Lejos de una democracia deliberativa donde las decisiones son obligatorias, incluso aunque haya tenido lugar un proceso de empobrecimiento en el progreso como parte de este programa de gobierno. La institucionalización de las políticas de asistencia social, empezando por la Constitución de 1988, representa un momento decisivo en este campo, ya que ha sido la primera vez que este tipo de protección y servicios han sido considerados como parte de los derechos sociales. La construcción de una nueva institución compatible no ha sido un proceso sencillo. En un primer momento se produjo un claro rechazo por


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parte del gobierno a la hora de materializar esta prescripción constitucional y de crear el Sistema Único de Asistencia Social –SUAS–, sobre la misma base participativa y descentralizada del SUS. Solo después de una fuerte presión de la sociedad civil y de las organizaciones profesionales, el gobierno aprobó en 1993 la ley orgánica de la Asistencia Social (LOAS), el primer paso en el proceso de institucionalización. Pero durante esta primera década e incluso después, la agenda pública sobre asistencia social ha cambiado del sistema constitucional universal con derechos garantizados a un modelo cuyo objetivo es luchar contra la pobreza. El modelo constitucional está representado por su programa más importante, a saber: el Beneficio de Prestación Continuada (BPC Benefício de Prestação Continuada), que cubre a las personas mayores o discapacitadas pobres. El modelo considerado como objetivo está representado por el Programa de Subsidio Familiar (Bolsa Família), que ofrece transferencias monetarias condicionadas a las familias más pobres. Para Lenaura Lobato la permanencia de estos híbridos se considera necesaria para no comprometer la equidad y el modelo propuesto en la Constitución de 1988 29. La dualidad asignada ha logrado su máxima expresión en la existencia de dos ministerios para la asistencia social durante un corto periodo de tiempo después de ser unificados. La prioridad que se ha dado al modelo considerado como objetivo va más allá de esta doble organización, porque también implica el debate sobre el papel del Estado en la protección social. Durante los noventa la predominancia de la posición en favor del mínimo estatal asignó la implementación del programa de transferencias condicionales a los socios de las ONG. La prioridad que se dio a la lucha contra la pobreza por medio de los beneficios de las transferencias de efectivo quedó bien establecida a partir de entonces, aunque el papel del Estado al frente de este programa se ha visto reforzado en los últimos años. Esto ha permitido dar un paso adelante en el proceso de institucionalización, bien a niveles centrales o locales, y el SUAS ha dejado atrás su carácter inicial de ser una copia del SUS. Se desarrolló verdaderamente como un modelo peculiar, totalmente compatible con las necesidades de su propio campo.


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A pesar de la convergencia en las políticas de asistencia social, aún perduran algunas diferencias como, por ejemplo, las relativas a los criterios de investigación de los medios de ambos programas: mientras que para el Beneficio de Prestación Continuada (BPC - Benefício de Prestação Continuada) los criterios de inclusión son la renta per cápita familiar por debajo de un cuarto del salario mínimo, para la Bolsa Familia está por debajo de la mitad del salario mínimo per cápita. Otra diferencia importante entre las dos líneas de programas de asistencia social es el hecho de que algunos beneficios se conceden automáticamente como parte de las condiciones de ciudadanía, mientras que otros están sometidos a requerimientos condicionales. Mientras que el primero está institucionalizado como derechos de los ciudadanos, el último se asocia con las prioridades del gobierno, ofreciendo un espacio para los vínculos populistas entre los líderes políticos y las masas. A pesar de todo, Brasil presenta un alto nivel de cobertura para las personas mayores (81,7%), gracias al esfuerzo de incluirlos en los beneficios no contributivos. No obstante, la existencia de una parcela significativa de trabajadores no cubiertos por el seguro social (34,1% de acuerdo con Helmult Schwarzer 30) representa un importante reto para la propuesta de un Estado de bienestar universal. El impacto de la protección social en la pobreza es uno de los logros de las políticas sociales asociado al crecimiento económico y a la recuperación del poder adquisitivo del salario mínimo. Estos fenómenos recientes han provocado un aumento de la clase media con la movilidad ascendente de millones de familias desde los estratos más bajos hasta la clase media (mientras que el estrato más bajo E ha experimentado una reducción del 45,50% desde 2003-2009 y el D se ha reducido en un 11,63%, los estratos medios C y B han crecido en un 34,32% y 38,51% respectivamente 31. El último aspecto a considerar está relacionado con la financiación de las políticas sociales. Se puede observar un incremento en el gasto social federal de 179.800 millones de reales en 1995 hasta 312.000 millones de reales en 2005, un incremento del 74% en 11 años. Sin embargo, el rendimiento del gasto social varía de forma ambivalente


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entre las políticas sociales. En este periodo, aunque el gasto del seguro social creció desde un 44% hasta un 51% y la asistencia social experimentó un aumento del 1% al 6%, la participación en la sanidad bajó del 16% al 11% y la educación se redujo del 8% al 6% 32. Estos datos revelan que las políticas universales, la asistencia sanitaria y la educación no han sido la principal preocupación del gobierno durante los últimos años. Las prioridades han sido reducir la pobreza y el seguro social. La posibilidad de incluir a las clases emergentes en los sistemas universales será el gran reto de la institucionalización del Estado de bienestar en Brasil a partir de ahora. Si el país falla en lograrlo, podemos esperar menos pobreza pero una desigualdad social permanente. A modo de conclusión La construcción del Estado de bienestar en Brasil desde la Constitución Federal de 1988 representa una experiencia única por tres aspectos diferentes: el primero, porque representa un movimiento para universalizar los derechos sociales a través de un sistema de seguridad social global, que engloba políticas de seguro social, asistencia sanitaria y asistencia social, en un tiempo en el que la sostenibilidad del Estado de bienestar se ha cuestionado en todo el mundo; el segundo, porque el proceso de creación institucional del Estado de bienestar ha tenido que enfrentarse a diferentes políticas restrictivas y limitaciones económicas que son resultado de diferentes acuerdos relacionados con el modelo constitucional; el tercero, porque teniendo en cuenta que ha sido diseñada por movimientos sociales y actores políticos, este sistema ha operado una transformación en los procesos y estructuras administrativos, innovando con la creación de mecanismos de participación democrática. Esta propuesta representa una ruptura con el anterior marco institucional de protección social que seguía el modelo de América Latina al combinar la inclusión estratificada de los trabajadores formales con un elevado grado de exclusión social para el resto. Además de esta herencia institucional y política, el contexto económico y político no contribuyó


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al éxito de esta experiencia, ya que los requisitos previos para un exitoso desarrollo del Estado de bienestar, tal y como señala el material publicado revisado, han estado ausentes. El análisis de este proceso de reforma se basa en la identificación de tres componentes inherentes y de sus dinámicas: el proceso de subjetivación, con la creación de los actores políticos y las coaliciones políticas; el proceso de constitucionalización, por medio del cual los derechos sociales han ganado su marco legal; el proceso de institucionalización de las políticas sociales por medio de la creación de las estructuras y mecanismos correspondientes. En esta ponencia se presta especial atención al último proceso y a sus asociaciones y contraposiciones con respecto a los otros dos. Las tensiones y contradicciones que se ha producido en la institucionalización del Estado de bienestar han sido visibles en la inobservancia de muchas de las prescripciones constitucionales relativas al marco de la Seguridad Social y también en las transformaciones de las disposiciones para su financiación y la gestión del presupuesto. Además, la legalidad de un modelo de protección social corporativo ha sido capaz de mantener el seguro social como la política dominante, reservando la mayor parte de los fondos para políticas menos igualitarias. Los diferentes legados de los tres grupos de la de seguridad social en términos de conocimiento y capacidades, grado de institucionalización, partidarios políticos, prioridades gubernamentales y relaciones con el sector privado, han sido determinantes en la trayectoria seguida por cada uno. Las ventajas en la institucionalización del modelo constitucional se podrían observar en diferentes aspectos de las tres políticas, como la introducción de las pensiones no-contributivas para los trabajadores del campo, los programas de transferencias de dinero para luchar contra la pobreza y la expansión del sistema sanitario en los municipios. Las transformaciones más expresivas se han dado en las estructuras de Estado, con la introducción de nuevos instrumentos de la organización federalista y otros mecanismos de control y participación social. Las restricciones depositadas en la institucionalización de las directrices constitucionales abren un espacio para la introducción progresiva


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de otros intereses y estructuras en el diseño original, reformando en términos prácticos la propuesta de Estado de bienestar. El resultado es un diseño híbrido con mecanismos ocultos que introducen progresivamente nuevos flujos y articulaciones entre sectores públicos y privados en el campo de las políticas sociales. En lugar de una ruptura con el diseño constitucional de la SS, podemos observar su transformación paulatina para lograr dar nacimiento a una combinación de sistema público con cobertura de los derechos sociales universales y una mezcla oculta de su propuesta con un floreciente mercado asociado de bienes y servicios, así como de beneficios de asistencia social sin derechos. Los importantes resultados de las inversiones de la política social están apareciendo en el proceso de movilidad ascendente en curso actualmente. Este fenómeno también es consecuencia de la reciente fase de crecimiento económico. Paradójicamente, la emergencia de mejores condiciones contextuales para implementar el diseño original del Estado de bienestar se produce en un momento en el que el proceso de institucionalización ha tomado otra ruta, en algunos aspectos muy lejana de los principios constitucionales. La inclusión de la nueva clase media en el sistema de protección social universal para la asistencia sanitaria y la educación será el siguiente reto para la consolidación del Estado de bienestar . Pero esto representa un gran reto, ya que reclama del gobierno que dé prioridad a las políticas universales en términos de recursos financieros y gestión orientada a su ejecución. Aunque las restricciones económicas se han reducido en este nuevo escenario, la restricción política ha empeorado debido al agrupamiento de muchos grupos de interés en torno al escenario político social.


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Notas 1

Titmuss, Richard, Essays on the Welfare State, London, George Allen and Unwin, 1958.

2

Marshall, Thomas H., Cidadania, Classe Social e Status, Rio de Janeiro, Zahar Editores, 1967.

3

Esping-Andersern,Gosta, The Three Worlds of Welfare Capitalism, Princeton, Cambridge Polity Press, 1990.

4

Esping-Andersen, Gosta, «O Futuro do Welfare State na Nova Ordem Mundial», Lua Nova –Revista de Cultura e Política 35, 1995, pp. 73-112.

5

Wilensky, Harold, The Welfare State and Equality- Structural and Ideological Roots of Public Expenditures, Berkeley, University of California Press, 1975.

6

Rimlinger, G., Welfare Policy and Industrialization in Europe, America and Russia, New York, John Wiley and Sons, Inc., 1971.

7

Flora, Peter y Alber, Jens, «Modernization, Democratization, and the Development of Welfare States in Western Europe», en The Development of the Welfare States in Europe and America, New Brunswick, Transaction Press, 1981, pp. 37-65.

8

Offe, Claus, «A Democracia Partidária Competitiva e o Welfare State Keynesiano: Fatores de Estabilidade e Desorganização» en Claus Offe, Problemas Estruturais do Estado Capitalista, Rio de Janeiro, Biblioteca Tempo Universitário, 1984, pp. 356-85.

9

Castel, Robert, Les Métamorphes de la Question Sociale, Paris, Gallimard, 1995.

10 Fleury, Sonia, Estado sem Cidadãos: Seguridade Social na América Latina, Rio de Janeiro, Fiocruz Editora, 1994. 11 Santos, Wanderley G., Cidadania e Justiça, Rio de Janeiro, Editora Campus, 1979. 12 Oliveira, Francisco, «O Surgimento do Antivalor», Novos Estudos CEBRAP 22, 1988, pp. 9-28. 13 Mesa-Lago, Carmelo, Social Security in Latin America: Pressure Groups, Stratification and Inequality, Pittsburg, University of Pittsburg, 1978. 14 Filgueira, Carlos e Filgueira, Fernando, «Notas sobre Política Social em América», INDES, BID, Washington, Mimeo, 2002. 15 Katzman, Rubén y Wormald, Guillermo (eds.), Trabajo y Ciudadanía: Los Cambiantes Rostros de la Integración y Exclusión Social en Cuatro Áreas Metropolitanas de América Latina, Montevideo, Ford Foundation y Universidad Católica de Uruguay, 2002. 16 Fleury, Sonia, «Dual, Universal or Plural? Health Care Models and Issues in Latin America: Chile, Brazil and Colombia» en Carlos Molina and Jose Nuñez del Arco (eds.), Health Services in Latin America and Asia, Washington DC: Inter-American Development Bank, 2001, pp. 3-36. 17 IPEA (Instituto de Pesquisa Econômica Aplicada), Radar Social, Brasília, IPEA, 2005. 18 Schwarzer, Helmul, Previdência Social: Reflexões e Desafios, Brasília, Ministério da Previdência social, 2009. 19 IPEA, Receita Pública: Quem paga e como se gasta no Brasil, Comunicado da Presidência, Brasil, 30 Junho, 2009.


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20 Salvador, Evilásio, «Questão Tributária e Seguridade Social», en Debates Contemporâneos Previdência Social e do Trabalho, São Paulo, Unicamp, CESIT, LTR Editorial, 2008, pp. 387402. 21 Fagnani, Eduardo «Os Profetas do Caos e o Debate Recente sobre a Seguridade Social no Brasil», Debates Contemporâneos Previdência Social e do Trabalho, São Paulo, Unicamp, CESIT, LTR Editorial, 2008, pp. 31-43. 22 Costa, Nilson R., «Social Protection in Brazil: Universalism and Targeting in FHC and Lula Administrations» en Ciência & Saúde Coletiva, 2009,14(3): 693-706 Comentys by Pereira, Carlos, pp. 714-715. 23 Fagnani, Eduardo, «Tension Between Paradigms: Notes on Social Policy in Brazil (19882008)», Ciência & Saúde Coletiva, 2009, 14(3), pp. 710-12. 24 Fleury, Sonia, «Brazilian Sanitary Reform: Dilemmas between the Instituing and the Institutionalized». Ciência & Saúde Coletiva, 2009, 14(3), pp. 743-52. 25 Sposati, Aldaíza, «Seguridade Social e Inclusão: Bases Institucionais e Financeiras da Assistência Social no Brasil» en Lenaura Lobato e Sonia Fleury (orgs.), Seguridade Social, Cidadania e Saúde, Rio de Janeiro, Cebes, 2009, pp. 173-188. 26 Lobato, Lenaura et al., «Avaliação do Benefício de Prestação Continuada», en Jeni Vaitsman e Romulo Paes e Souza (orgs), Avaliação de Políticas e Programas do MDS – Resultados, vol. 2, Brasília: MDS/SAGI, 2007, pp. 257-84. 27 Santos, Nelson R., «Vinte Anos do SUS: Por Onde Manterás Chamas da Utopia?» en Bruno Dantas at alli, Os Cidadãos na Carta Cidadã, vol. V, Brasília, Senado Federal, 2008, pp. 146-68. 28 Côrtez, Soraya, «Conselhos e Conferências de Saúde: Papel Institucional e Mudança nas Relações entre Estado e Sociedade», en Sonia Fleury, Lenaura Lobato (eds.), Participação, Democracia e Saúde, Rio de Janeiro, Cebes, 2009, pp. 102-28. 29 Lobato, Lenaura, «Dilemmas of the Institutionalization of Social Policies in Twenty Years of the Brazilian Constitution of 1988», Ciência & Saúde Coletiva, 2009, 14 (3), pp. 721-30. 30 Schwarzer, Helmult, op cit. 31 Neri, Marcelo Côrtes (coord.), The New Middle Class in Brazil: The Bright Side of the Poor, Rio de Janeiro, FGV/IBRE, CPS, 2010. 32 Castro, Jorge, «Política Social: Alguns Aspectos Relevantes para Discussão», en Brasil, MDSCF (Ministério do Desenvolvimento Social e Combate à Fome), Concepção e Gestão da Proteção não Contributiva no Brasil, Brasília, UNESCO, 2009, pp. 87-132.


La salud en el proceso de integración de América del Sur

Paulo M. Buss

En diciembre de 2008 los jefes de Estado de la recién creada Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur) instituyeron el Consejo Sudamericano de Salud (Unasur Salud). El objetivo central de este artículo es discutir el significado de este proceso político y sus posibles implicaciones para la integración de América del Sur, haciendo especial hincapié en el caso de Brasil. Para ello, serán analizados algunos caminos del reciente proceso de integración de la región, la propia constitución de Unasur en 2008 y el despliegue de los primeros dos años de existencia efectiva de Unasur Salud (de abril de 2009 a abril de 2011). En realidad, la idea de una integración regional de América del Sur se remonta a los movimientos de liberación que tuvieron lugar en la región desde fines del siglo XVII, culminando con las independencias de las entonces colonias españolas y portuguesa en toda América, entre 1804 y 1824. Los resultados de las colonizaciones española y portuguesa en el continente americano fueron diferentes. Brasil mantuvo su integridad territorial gracias a la concentración de poder en la etapa colonial y su permanencia en la secuencia familiar del Imperio, mientras la fuerte afirmación de los Virreinatos en el lado hispánico condujo al abandono del sueño de Bolívar y consolidó la división política de la región. En este contexto, la limitación impuesta entonces por los obstáculos geográficos (los Andes, florestas y grandes ríos) restringió la comunicación con el mundo exterior al acceso transoceánico, ya sea por el Atlántico, para Brasil, Argentina Uruguay y Venezuela, o por el Pacífico para los demás países hispanos, limitando las relaciones político-económicas de las colonias y, más tarde, de las naciones independientes de ellas resultantes.


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Además de la vulnerabilidad económica generada por la explotación del sistema colonial, que impidió el desarrollo de las fuerzas productivas y generó la concentración en actividades primarias, extractivas y agrícolas, también la situación geográfica de América del Sur redujo la participación efectiva de la región en el comercio mundial, que se realizaba principalmente con el Hemisferio Norte, condicionando su relativa marginalidad. La fragmentación de los Estados, que obligó a la articulación aislada de cada uno con las potencias externas, redujo aún más la posibilidad de crecimiento económico y mantuvo el subdesarrollo de la región. La relación entre Brasil y los demás países se mantuvo relativamente distante, reproduciendo de cierta forma la separación histórica entre Portugal y España, reforzada en América por las limitaciones geográficas mencionadas, que predispusieron a un buen número de países a «vivir de espaldas» unos a otros, dejando de aprovechar el mercado interno en la región 1. También dejó de aprovecharse, en este aislamiento recíproco que perduró hasta hace muy poco, la concentración de recursos estratégicos en la región: la alta disponibilidad de agua dulce per cápita y su potencial hidroeléctrico, el alto porcentaje de superficie agrícola, la autosuficiencia en petróleo, minerales y metales básicos, la gran biodiversidad animal y vegetal e, internamente, un mercado potencial latente de bienes industriales que podría asegurar la expansión industrial independientemente del mercado externo, más competitivo. Todo ello teniendo en cuenta la hipótesis de inversión de patrón de desarrollo, volcado exclusivamente hacia los centros dinámicos de la economía mundial, que viniese a adoptar un patrón de «desarrollo hacia dentro» de la propia región 2. Tomando en consideración iniciativas promovidas durante la segunda mitad del siglo pasado, como las relativas a la Cuenca del Plata y al área Andina (ambas en 1969), y la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC), creada en 1960 y transformada después en Asociación Latinoamericana de Desarrollo Integrado (ALADI), en 1980, la Constitución Brasileña de 1988, en su artículo cuarto, que trata sobre las relaciones internacionales, incluyó el precepto de que «La República Federativa del Brasil buscará la integración económica,


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política social y cultural de los pueblos de América Latina, procurando la formación de una comunidad latinoamericana de Naciones» 3. Entre esas tentativas se destacan las aproximaciones subregionales como el Pacto Andino, más tarde el Tratado de Cooperación Amazónica (1978), y, más recientemente, el Mercado Común del Sur (Mercosur, 1991), reforzando una visión escalonada de la integración sudamericana, aún así aprovechando la ventaja comparativa que ofrece la región por concentrar recursos considerados estratégicos en todo el mundo. Mercosur nació del cambio cualitativo que se produjo en las relaciones entre Brasil y Argentina desde principios de los años ochenta y se desarrolló a la luz de las instituciones democráticas, de la estabilización económica y de su creciente articulación con el sistema internacional. Después de su formalización, en 1991, con el Tratado de Asunción, evolucionó hacia la formación de una unión aduanera, dejando de ser apenas zona de libre comercio y, a pesar de las crisis financieras que se sucedieron, logró llegar a inicios del siglo XXI como una iniciativa madura, consolidada y que propulsó la construcción del espacio de integración de América del Sur. En esa evolución fueron superadas diversas controversias sobre derechos de soberanía territorial entre Argentina y Chile (Canal de Beagle, 1978), entre Ecuador y Perú (1981, repetida en la década siguiente) y el conflicto entre Argentina e Inglaterra por la posesión de las islas Malvinas (1982), quedando aún por resolverse la cuestión de la mediterraneidad de Bolivia, la delimitación marítima entre Perú y Chile y diferencias político-ideológicas que mantienen Venezuela y Colombia. Todos esos impases constituyen importantes desafíos que demandan encaminamiento de la agenda política de la integración sudamericana. El ex presidente Lula da Silva, al llegar al gobierno, declaró que la prioridad de la política externa sería «la construcción de una América del Sur políticamente estable, próspera y unida, con base en los ideales democráticos y de justicia social» 4. Avanzando en este cometido, al tratar sobre los desafíos brasileños y en lo que denominó la «Era de los Gigantes», Samuel Pinheiro Guimarães, entonces Secretario Ejecutivo


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del Ministerio de Relaciones Exteriores, analizó minuciosamente el esfuerzo del país para «contribuir a la emergencia de un mundo multipolar, más democrático, más próspero y más justo, teniendo como su principal prioridad promover la unidad económica, la integración física y la acción política coordinada de los países de América del Sur en el ámbito internacional»5. El desafío para llevar adelante una propuesta de esa magnitud consiste en la posibilidad de desarrollo de factores estructurantes relativos a la infraestructura y a la política. Se destaca, entre los primeros, el área de transportes (fluvial, marítimo, ferroviario, aéreo y por carretera), la integración energética (sobre todo hidroeléctrica) y la implantación de un eficiente sistema de comunicaciones. Será necesario superar la barrera de los Andes, ampliar el aprovechamiento del potencial energético en favor de toda la Región y asegurar la utilización de las telecomunicaciones a través de redes de procesamiento que interconecten el gran número de computadoras de la Región y permitan, entre otros, un mayor progreso de los sistemas educativos y de desarrollo tecnológico. En el área política, el deber de los Estados sudamericanos será garantizar la mejoría creciente del bienestar de sus poblaciones y la seguridad de sus territorios, desarrollando negociaciones que califiquen la estructura jurídica del sistema internacional y los diversos aspectos de las relaciones entre Estados, individuos y empresas, incluyendo las normas relativas al comercio, inversiones, capitales, medio ambiente, asuntos militares, mantenimiento de la calidad de vida y movimientos del trabajo, entre otros 5. En este contexto se vienen consolidando los rumbos políticos del proceso de integración en América del Sur con respecto a los derechos humanos, al régimen democrático, al principio de la no intervención, de solidaridad y justicia social. Según diversos autores, en esas dos vertientes reposa el proceso de desarrollo de la región, dirigido a una creciente interacción política y económica, con un aumento de la producción y de la productividad y mejores combinaciones de procesos productivos, ampliando el mercado de trabajo pero, también, asegurando la mejora significativa de


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las condiciones de vida de la mayoría de la población, los derechos de soberanía territorial de los Estados nacionales y una fuerte presencia política de la región en el ámbito internacional. Sintetizando la visión positiva de la diplomacia brasileña en cuanto a Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur), Simões afirma que «Unasur inaugura una fase sin precedentes en las relaciones internacionales en América del Sur [...], representando un ‘cambio de paradigma’ en las relaciones sudamericanas [...], oportunidad real de aceleración del desarrollo económico y social de los países miembros y posibilidad concreta de mayor proyección internacional de la Región en un mundo multipolar». En el caso brasileño, el análisis de los discursos y de las articulaciones respaldadas por los artífices de la política externa nacional demuestra que América del Sur está cada vez más presente como referencia regional del país. La región pasó a incluir, más allá del discurso y la retórica diplomáticos, también acciones concretas que ganan gradualmente espacio y relevancia en la agenda nacional. Lo importante es que se haga una elección adecuada del modelo de regionalización, que propicie la construcción de cohesión interna por medio del reconocimiento mutuo de todos los países de la región como partícipes de una misma unidad, una proyección ventajosa fuera de la región y la percepción de tal unicidad por parte de los actores internacionales. La constitución de Unasur La experiencia acumulada por los esfuerzos de aproximación regional, perfeccionando el diálogo diplomático y las formas más variadas de intercambio y colaboración en los campos político, económico, social y cultural, permitió avanzar hacia la más nueva y amplia iniciativa político-estratégica de relaciones sudamericanas, con el lanzamiento de Unasur, formalizado el 23 de mayo de 2008 en Brasilia. Esta unión intergubernamental, la más ambiciosa dentro del proceso permanente de integración de América del Sur, reúne a los doce países independientes de la región, integra a las dos uniones aduaneras ya existentes


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—el Mercosur y la Comunidad Andina (CAN)— y sigue el modelo de la Unión Europea. Como primer objetivo, Unasur se propone «construir, de forma participativa y consensual, un espacio de integración y unión en los campos cultural, social, económico y político entre sus pueblos, otorgando prioridad al diálogo político, a las políticas sociales, salud, educación, energía, infraestructura, financiamiento y medio ambiente, entre otros, con el propósito de eliminar las desigualdades socioeconómicas, lograr la inclusión social y la participación ciudadana, fortalecer la democracia y reducir las asimetrías, en el marco del fortalecimiento de la soberanía e independencia de los Estados miembros» 6.

La constitución de Unasur ocurre en un momento de reafirmación democrática y de emergencia de gobiernos populares en la mayoría de los países de la región El escenario sobre el que Unasur actúa es, en consecuencia, el de un territorio de 17,8 millones de kilómetros cuadrados, que tiene miles de kilómetros de fronteras compartidas, abriga cerca de 380 millones de personas (2008) y es bañado tanto por el océano Atlántico como por el Pacífico. Se extiende en una larga franja del continente americano, desde Ecuador hasta la Antártida y contiene integralmente la floresta amazónica, la mayor y mejor preservada floresta del planeta. Además, posee las principales reservas de agua dulce del mundo y una vasta extensión de tierras apropiadas para la agricultura y la ganadería. Sus exportaciones han alcanzado alrededor de doscientos mil millones de dólares anuales, constituyéndose en la región que más produce y exporta alimentos en el mundo. En este contexto, la diplomacia regional de América del Sur tiene el mandato de identificar las oportunidades y negociar los acuerdos en las áreas estructurantes que representen una mayor prioridad y sean pasibles de intervenciones positivas, orientación que condujo de inmediato a la creación de los Consejos de Defensa y de Salud, en diciembre de 2008.


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El surgimiento de Unasur, con todo, no es un acontecimiento fortuito; al contrario, está precedido por muchos antecedentes importantes, a los que hemos hecho ya referencia. Su constitución sucede en un momento de reafirmación democrática y de emergencia de gobiernos populares en la mayoría de los países de la región. Brasil, teniendo límites territoriales con casi todos los países de América del Sur —a excepción de Chile y Ecuador— con aproximadamente la mitad del área territorial, de la población y del PIB de la región, con el mayor y más diversificado parque industrial y con su tradición de no-intervención, se sitúa en una posición sin par para defender y respaldar la pretendida integración, promoviendo el desarrollo, no solo con la oferta de cooperación en las áreas en que lograron mejor desempeño, como con la realización de inversiones productivas, procurando aumentar la producción con valor agregado, aumentar las exportaciones y generar más renta y empleos en la región como un todo.

La política de integración impulsada por Brasil es a menudo vista como ‘imperialista’, como una política de expansión y de dominio territorial, cultural y económico y que defiende una integración basada principalmente en los intereses del empresariado brasileño Sin embargo, el proceso de integración en América del Sur se ha desprovisto absolutamente de conflictos dentro de los países o entre las naciones participantes. En el frente interno de la mayoría de los países, Unasur es todavía un proyecto de gobiernos, escasamente conocido entre las poblaciones nacionales 7. Para otros analistas, las enormes desproporciones económicas y las diferencias culturales, sociales y políticoideológicas, además de conflictos territoriales históricos, estarían en la


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raíz de las dificultades existentes entre los países para la consecución del proyecto de integración sudamericana. La política de integración impulsada por Brasil, por ejemplo, es a menudo vista como «imperialista», como una política de expansión y dominio territorial, cultural y económico y de utilización de la integración principalmente en beneficio de los intereses del empresariado brasileño 8, 9, representados por la agroindustria10, por proyectos de infraestructura11 e incluso por la presencia militar 12 y no en una agenda de realización de derechos. Otro conflicto interno se abre en el terreno monetario. La Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), en la que participan apenas tres de los doce países sudamericanos (Bolivia, Ecuador y Venezuela), propone la creación de una estructura monetaria regional, el SUCRE (Sistema Unitario de Compensación Regional) que, según Casen13, rompería el monopolio del FMI. Pero el SUCRE no cuenta con el apoyo de los demás, que discuten exclusivamente la ampliación del uso de monedas nacionales en los negocios internacionales dentro del bloque14. No en vano, la implantación del Banco del Sur, importante estructura de Unasur, cuya creación fue decidida por los dirigentes del bloque, avanza lentamente debido a las resistencias planteada por Brasil 13. A despecho de los conflictos mencionados, Unasur llegó a consolidarse políticamente sobre la base de que, en un mundo cada vez más globalizado y regionalizado, la constitución de organismos regionales amplios, comprometidos con el desarrollo de cada país y de la Región en su conjunto, con demandas de equidad, marca el paso de los entendimientos multilaterales existentes en estos inicios del siglo XXI. Antecedentes de la integración en salud Las tres iniciativas de integración preexistentes en América del Sur (Mercosur, Comunidad Andina y OTCA–Organización del Tratado de la Cooperación Amazónica) ya tenían cooperación en salud más o menos estructurada inclusive antes del surgimiento de la Unasur.


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El Organismo Andino de Salud – Convenio Hipólito Unanue (ORASCONHU), organismo intergubernamental que pertenece al Sistema Andino de Integración, fue creado por los Ministerios de Salud de la Región Andina en 1971 con el propósito de hacer de la salud un espacio para la integración, desarrollar acciones coordinadas para enfrentar problemas comunes y contribuir al aseguramiento del derecho a la salud. Está dirigido por la Reunión de Ministros de la Salud del Área Andina (REMSAA) y cuenta con una Secretaría Ejecutiva establecida en 1974 con sede permanente en la ciudad de Lima, Perú. El ORAS-CONHU estableció un Plan Estratégico 2009-2012 15 que prioriza las siguientes áreas: integración andina y sudamericana en salud, escudo epidemiológico, sistemas de salud universales, acceso a medicamentos, determinantes sociales de la salud y recursos humanos en salud. En Mercosur Salud16 la estructura está conformada por la Reunión de Ministros de Salud que ha priorizado en la agenda regional las discusiones en torno a propiedad intelectual, producción y acceso a medicamentos, determinantes sociales de la salud, sistemas de salud universales y garantía de la inclusión de la población en las políticas de salud, así como implantación del Reglamento Sanitario Internacional, vigilancia sanitaria regional de enfermedades transmisibles, política de salud en las fronteras, fortalecimiento de la atención primaria en salud y política de innovación tecnológica. Se encuentra entre las prioridades de Mercosur Salud la armonización y homologación de normas nacionales en los segmentos de productos (incluyendo medicamentos, vacunas, reactivos de diagnóstico, farmoquímicos, sangre y hemoderivados, cosméticos y domisanitarios), atención a la salud (desarrollo y ejercicio profesional y evaluación y uso de las tecnologías en servicios de salud) y vigilancia en salud (enfermedades transmisibles y no transmisibles). La OTCA, creada en 1978, promueve acciones conjuntas para el desarrollo armónico de la Cuenca Amazónica y organiza sus trabajos por medio de Comisiones, una de las cuales es la de Salud (CESAM). La agenda de la OTCA incluye las siguientes áreas prioritarias: desarrollo de


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capacidades institucionales, salud ambiental, incluyendo el manejo de recursos hídricos de la cuenca transfronteriza del Río Amazonas; red de vigilancia epidemiológica de enfermedades transmisibles, especialmente de la malaria; desarrollo sostenible de los territorios de la Amazonia, y mejora de la calidad de vida y acceso a los servicios de salud de las poblaciones amazónicas17. De otro lado, se debe registrar el documento recientemente preparado por la Secretaría Permanente del SELA (Sistema Económico de América Latina)18, en el cual son analizadas experiencias de cooperación en salud desarrolladas en los diversos órganos de integración subregional en América Latina y el Caribe como el Sistema de Integración Centroamericana (SICA), la Comunidad Andina (CAN), la Comunidad del Caribe (CARICOM) y Mercosur, además del ALBA, el Proyecto Mesoamérica y Unasur. El surgimiento de Unasur Salud La reunión de Jefes de Estado de Unasur, realizada en la Costa del Sauípe, Bahia, Brasil, en diciembre de 2008, creó el Consejo de Salud Sudamericano19 como órgano de consulta y cooperación en salud de Unasur. Compuesto por los Ministros de Salud de los doce Estados miembros, la estructura del Consejo incluye además el Comité de Coordinación, compuesto por altos funcionarios de los Ministerios; la Secretaría Técnica, ocupada por el país que detenta la Presidencia Pro Témpore de Unasur, y Grupos Técnicos (GTs) que se dedican a desarrollar las cinco áreas prioritarias de la Agenda Sudamericana de Salud, también definida en la mencionada reunión de Jefes de Estado de 2008. El Consejo establece compromisos políticos y orienta el desarrollo de la Agenda por medio de resoluciones y declaraciones aprobadas en las Reuniones de Ministros, que han tenido lugar en Santiago del Chile, en abril de 2009, Guayaquil, Cuenca, Quito y Montevideo, esta última en abril de 2011. La Agenda Sudamericana de Salud fue propuesta para responder a la situación sociosanitaria subregional20 y se desplegó operativamente en


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el Plan Quinquenal de Salud 2010-2015 de la Unasur, aprobado por los Ministros en Cuenca en abril de 2010. Tomando en cuenta la situación de salud de América del Sur, el Plan se organiza en torno a los siguientes ejes19: una Política Sudamericana de Vigilancia y Control de Eventos en Salud, antes «escudo epidemiológico sudamericano»; el establecimiento de sistemas universales de salud; el horizonte de un acceso universal a medicamentos y otros insumos para la salud y desarrollo del complejo productivo de la salud en América del Sur; la promoción de la salud y acciones sobre los determinantes sociales de la salud; y, por último, el desarrollo de recursos humanos en salud. Son centrales en la formulación del Plan los principios de que la salud es un derecho fundamental y componente esencial del desarrollo, que se integra en los sistemas nacionales de protección social y que, por su amplia aceptación política, se constituye en un importante propulsor de la integración de las naciones componentes de Unasur. Destaca, además, que la región cuenta con capacidades y experiencias en salud que deben ser movilizadas en favor de la integración, con el objetivo de promover la reducción de las asimetrías existentes entre los sistemas de salud, promover la responsabilidad y participación ciudadana y el reconocimiento de la salud como bien público para el conjunto de la sociedad. Promueve el respeto a la diversidad e interculturalidad en la implementación de iniciativas de cooperación en el campo de la salud, reconociendo las diferentes realidades nacionales. Las líneas de acción prioritarias de cada una de las mencionadas áreas fueron desarrolladas por Grupos Técnicos, integrados por representantes de los Ministerios de Salud de los doce miembros de la Unasur bajo la coordinación de dos de los países de la región. La Política Sudamericana de Vigilancia y Control de Eventos en Salud, elaborada e implementada según el Reglamento Sanitario Internacional, ha trabajado en la creación y consolidación de la red sudamericana de vigilancia epidemiológica y control de enfermedades transmisibles, no transmisibles y eventos en salud pública, ambicionando respuestas rápidas a los problemas de salud prevalentes en la región. Para esto busca


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seleccionar y estandarizar indicadores de morbi-mortalidad y factores de riesgo, así como crear un sistema de información para la notificación de las enfermedades priorizadas, especialmente las emergencias de salud de importancia nacional (ESPIN) e internacional (ESPII). Están entre las prioridades de la Red de Vigilancia Sudamericana el actuar conjuntamente en la vigilancia y control de enfermedades en áreas de frontera e identificar las enfermedades que deben ser focalizadas de manera prioritaria (en la coyuntura reciente, la gripe AH1N1, el dengue y la molestia de Chagas y, a mediano plazo, la malaria, la tuberculosis, el VIH/SIDA y otras enfermedades emergentes y re-emergentes, además de las enfermedades crónicas no transmisibles prevalentes). Otro componente importante de la agenda es el fortalecimiento de un Programa Sudamericano de Inmunizaciones, orientada a alcanzar la cobertura universal de la población con vacunas adecuadamente indicadas por el perfil epidemiológico vigente. La cooperación entre los países buscará fortalecer los sistemas nacionales de vigilancia epidemiológica, dotándolos de herramientas e instrumentos técnico-científicos y gerenciales adecuados y movilizando los recursos nacionales y subcontinentales de diversas fuentes y naturalezas para ello. La política sudamericana de vigilancia sostiene que las necesidades sanitarias deben ser más importantes que los intereses comerciales, garantizándose el acceso oportuno y universal a medicamentos, vacunas y reactivos de diagnóstico —entendidos como bienes públicos regionales— así como deben ser facilitados sus procesos de producción y transferencia de tecnologías, objeto de consideración de otro de los grupos técnicos, que trata sobre el acceso a insumos esenciales para la salud (ver más adelante). Para responder a la compleja situación sociosanitaria vigente en los países de la región, marcada por la inequidad en el acceso a servicios sociales y de salud, la segunda prioridad de la Agenda Sudamericana de Salud es la construcción de «sistemas universales y equitativos de salud». La perspectiva de la cooperación en esta área implica el intercambio de


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experiencias y la cooperación en cuanto a la formulación de políticas y legislación en consonancia con este objetivo, esquemas de financiamiento de sistemas universales y modelos de atención, incluyendo la atención primaria de la salud y otros niveles de complejidad, así como la atención individual y colectiva. En el ámbito de una iniciativa regional como Unasur Salud, será enfatizado el cuidado especial con la salud en las fronteras, incluyendo la garantía de portabilidad para el acceso a los servicios de salud de cualquiera de los países miembros, por parte de sudamericanos no residentes en el país en el que procuran asistencia. Serán desarrolladas metodologías de monitoreo y evaluación de universalidad y equidad para su aplicación en los ámbitos nacionales y regional. Componente esencial para ello será el incremento de la participación y control social de los sistemas de salud, cuyas experiencias serán compartidas con el propósito de su implementación en los sistemas nacionales de los países de Unasur. Un obstáculo importante para la universalización del acceso son las limitaciones de los sistemas de salud de los países sudamericanos en cuanto a recursos humanos, tecnológicos y materiales. Además de carecer de establecimientos de salud suficientes y adecuados, la región también presenta limitaciones en cuanto a medicamentos, vacunas, reactivos para diagnóstico, sangre y hemoderivados, equipos médicoquirúrgicos y materiales de consumo médicos en general, con el agravante de que buena parte de esos insumos no es producida en los propios países y tienen que ser importados a costos elevados para los presupuestos nacionales destinados a la salud. Así, el tercer componente de la Agenda propone que los insumos en salud a ser consumidos por los sistemas de salud sudamericanos sean preferentemente producidos por el complejo productivo de la salud21 en el propio subcontinente. Para ello sugiere una mayor articulación público-privada a nivel regional, garantizándose de este modo la armonización de políticas industriales y la regulación sanitaria de productos, así como el enfrentamiento de desafíos en el desarrollo de nuevos productos por medio de la cooperación en I+D.


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Un banco de precios de medicamentos y la negociación conjunta de precios con laboratorios farmacéuticos internacionales, utilizando el poder de negociación del mercado público sudamericano, están entre las acciones del mecanismo regional de garantía de acceso universal a medicamentos a ser implementada en Unasur Salud. Entre sus objetivos se encuentran el uso racional de los medicamentos, incluyendo la armonización de protocolos oficiales de tratamiento, con incentivo a la prescripción de genéricos producidos en la región, y sistema armonizado de vigilancia y control de medicamentos, de manera que se garantice el acceso a medicamentos seguros, eficaces y de calidad, que también se encuentran entre los objetivos del PQ.

Las reformas sectoriales emprendidas en la mayor parte de los países sudamericanos durante los años noventa produjeron transformaciones de carácter regresivo con la introducción o profundización de procesos de privatización en la salud La cuarta área se basa en la importancia para la equidad que representa el enfrentamiento de los determinantes sociales de la salud y la necesidad de combate a las inequidades en salud por ellos generada. Para el establecimiento del programa de acción de este GT fue tomado en cuenta el Informe Final de la Comisión de la OMS sobre Determinantes Sociales de la Salud22, así como experiencias nacionales de la región, como la de Brasil, que creó su propia Comisión Nacional sobre Determinantes Sociales de la Salud23. Otros gobiernos de América del Sur se interesaron por esa estrategia y, en el ámbito de Unasur Salud, los Ministros determinaron estudios sobre los condicionantes sociales regionales. El desarrollo de metodologías de evaluación y monitoreo de políticas intersectoriales y participación social, de promoción de la salud y


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de reducción de inequidades, así como la incorporación de los temas de promoción de la salud y determinantes en los currículos de las profesiones de la salud, son medidas introducidas por el GT en el Plan Quinquenal. De la misma forma lo son los mecanismos de comunicación social que garanticen el acceso a la información y a los proyectos multicéntricos de investigación sobre políticas públicas orientadas a la equidad, intersectorialidad, promoción de la salud, DSS y participación social. Finalmente, y entregada a la coordinación inicial de Brasil, se halla la quinta área prioritaria, el desarrollo y gestión de recursos humanos, un capítulo estratégico para todas las demás áreas. Los recursos humanos son los agentes fundamentales del sector salud y, bajo una concepción estratégica, no están dentro de las organizaciones, son las organizaciones. Obviamente los recursos económicos y materiales son necesarios, sin embargo su utilización requiere la existencia de fuerza de trabajo efectiva que articule los diferentes componentes del sistema de salud. Las reformas sectoriales emprendidas en la mayor parte de los países sudamericanos durante los años noventa produjeron transformaciones de carácter regresivo respecto del papel del Estado con la introducción o profundización de procesos de privatización en la salud y cambios ideológicos que impactaron substancialmente a la fuerza de trabajo en salud. Además de provocar consecuencias negativas en la calidad de la atención de los servicios, estos procesos produjeron el retroceso de algunos países en atención primaria y agravaron los problemas existentes en cuanto a la disponibilidad, distribución, calidad en la formación y permanencia de la fuerza de trabajo, especialmente en el sector público. En la Agenda de Salud de Unasur todos los demás componentes se cruzan con el área de recursos humanos de forma matricial y dependen de ella para su mejor desempeño. Las acciones propuestas incluyen el fortalecimiento de la conducción, liderazgo, coordinación y gestión, formulación de políticas, capacitación avanzada y producción de conocimiento en el campo de los recursos humanos en salud, y se alinean con los compromisos y acuerdos regionales subscritos por los países de América del Sur en el ámbito multilateral, entre los cuales figuran el Llamado


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a la Acción de Toronto 24, la Agenda de Salud para las Américas 25, 26 y el Plan Regional de Recursos Humanos en Salud de la Región Andina 27. La primera de las orientaciones establecidas para el desarrollo y gestión de recursos humanos en salud es priorizar la interacción entre las instituciones estructurantes donde se desarrolla la formación de personal con el objetivo de que apoyen la transformación de los sistemas de salud. En segundo término, figura apoyar a todos los países de Unasur en el fortalecimiento de las capacidades nacionales y subregionales para la conducción, formulación, implementación y evaluación de políticas y planes a largo plazo que respondan a los desafíos críticos en recursos humanos en salud y a las necesidades de desarrollo de recursos humanos identificadas en los otros cuatro componentes de la Agenda de Salud, mediante la creación del Instituto Sudamericano de Gobierno en Salud (ISAGS). Asimismo, se otorga especial atención a la creación de un Programa de Becas Unasur Salud como estrategia para responder a las necesidades de formación, investigación, etc. Y, por último, se considera igualmente primordial frenar la migración descontrolada de los profesionales de salud entre los países. Instituto Sudamericano de Gobierno en Salud (ISAGS) El Gobierno del Brasil introdujo la propuesta y se propuso asumir la responsabilidad de facilitador de la constitución del Instituto Sudamericano de Gobierno en Salud (ISAGS), por medio de la Fundación Oswaldo Cruz, con el apoyo de los Ministerios de Salud y de Relaciones Exteriores. En este proyecto se aprovecha la experiencia de la Fiocruz, acumulada desde 1998 con la Escuela de Gobierno en Salud y la Red de Escuelas de Gobierno de Brasil, que implicó una substancial reorientación de los programas de investigación en política y gestión y de formación avanzada de recursos humanos para la expansión de la capacidad y calidad del Sistema Único de Salud brasileño (SUS). El ISAGS es una institución pública de naturaleza comunitaria (perteneciente a todos los países signatarios de Unasur) con sede en Río de


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Janeiro que cuenta con un pequeño cuerpo técnico y de investigación, que se complementa con especialistas en áreas específicas, por periodos temporarios, de acuerdo con la programación establecida. El Instituto tiene como función principal la gestión del conocimiento para el fortalecimiento de las capacidades nacionales de conducción de los sistemas de salud, incluyendo la recopilación y sistematización de conocimientos relevantes existentes, la producción de nuevos conocimientos (como teoría o innovación) y su difusión y utilización para los ámbitos respectivos. Apoya, igualmente, la conducción de la integración sudamericana en el área de la salud, la gobernanza regional y el estudio y seguimiento de las políticas sociales regionales, incluyendo la diplomacia de la salud internacional, así como en el análisis de los determinantes internacionales de la salud que inciden sobre los países y Unasur, contribuyendo a la construcción de un posible sistema sudamericano de salud.

Las iniciativas en salud de Unasur establecen un nuevo marco para la diplomacia regional; la retórica política pasa a ser acompañada por acciones concretas, desarrolladas no solo a través de acuerdos bilaterales, sino también de iniciativas multilaterales Se constituye en espacio de análisis permanente del impacto de las políticas de salud, incluyendo la eficacia de los modelos de atención implementados y de los recortes a partir de los cuales se organizan los programas de salud, el rol de las tecnologías y los nuevos desafíos que se presentan en la organización de la red de servicios de salud. Dialoga con las experiencias acumuladas por otros centros regionales (como ILPES, CELAD y otros) y deberá interactuar con las escuelas de posgrado en el campo de la salud pública y áreas correlativas (medio ambiente, saneamiento, protección social, educación), aplicando en el ámbito de


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la capacitación diversos mecanismos docentes presenciales, a distancia, itinerantes y los más variados recursos tecnológicos.

Unasur Salud dio muestra de su importancia en el terreno de la actuación conjunta de los países en el escenario internacional con ocasión de la Asamblea Mundial de la Salud de 2010, cuando los representantes de América del Sur articularon sus posiciones en diversas materias delicadas, como la falsificación y las patentes de medicamentos Debates y perspectivas Unasur Salud es un acuerdo intergubernamental que representa un excelente ejemplo de «cooperación Sur-Sur» 30, 31 y de «diplomacia de la salud» 32, 33 que los Ministerios de Salud y de Relaciones Exteriores de los países de América del Sur están desarrollando. Las iniciativas en salud descritas en el contexto de la Unasur establecen un nuevo marco para la diplomacia regional, pasando a orientar el diálogo y las condiciones del intercambio y de las modalidades de cooperación. La retórica política pasa a ser acompañada por acciones concretas, desarrolladas no solo a través de acuerdos bilaterales, sino también de iniciativas multilaterales, en las que los países interactúan aportando y recibiendo cooperación en áreas más desarrolladas y de mayor necesidad en cada uno de ellos. Se trata de un proceso de «diplomacia de la salud» sudamericano, coherente con las características más amplias de la integración regional, que supone la superación de las asimetrías entre los países y la acción internacional conjunta. La cooperación regional en el área de salud asume importancia especial, teniendo en cuenta la mayor identidad política y la similitud


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de la problemática a ser tratada, factores que potencian los posibles resultados de la cooperación horizontal. En especial la concepción de las redes de instituciones estructurantes, a ser coordinadas cada una por diferentes países, ya se constituye en estrategia de amplia participación regional, así como el mecanismo de promoción de líderes para la mejoría de la gobernanza en salud, cuyas acciones alcanzarán el conjunto y cada uno de los países de la región. El Plan Quinquenal 2010-2015 de Unasur Salud, aprobado por los Ministros de Salud, ofrece las bases políticas y técnicas para la cooperación entre los países, pues se basa en los principios de respeto a la autonomía de los países, alineamiento, apropiación y armonización. Por medio de él, el bloque político sudamericano se proyecta en diversas dimensiones, ya señaladas, así como también en la acción internacional conjunta. Además de acciones decisivas de la Unasur en la resolución de conflictos políticos regionales, tales como en los casos de la amenaza de golpe en Bolivia en 2008, y en el reciente conflicto Colombia-Venezuela, también Unasur Salud ha demostrado que puede ser un espacio de convergencia y armonización política. Además de ello, ya dio muestra de su importancia también en el terreno de la actuación conjunta de los países en el escenario internacional, por ejemplo, con ocasión de la Asamblea Mundial de la Salud de 2010, cuando los representantes de América del Sur articularon sus posiciones en diversas materias delicadas, como la falsificación y las patentes de medicamentos. Aunque no desconociendo las asimetrías existentes entre los países sudamericanos, se admite que la orientación política materializada en el Plan Quinquenal 2010-2015 de Unasur Salud representa una importante contribución para una integración basada en principios de solidaridad y complementariedad, que viene potenciando el desarrollo de la región y colaborando con la mejoría de las condiciones de vida y salud de los sudamericanos.


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Notas 1

Costa D., «América do Sul:Um novo espaço em construção», II Conferência Nacional de Política Externa e Política Internacional–O Brasil e o Mundo que vem aí, Brasília, Fundação Alexandre de Gusmão, 2007.

2

Simões A. J. F., «UNASUL: A América do Sul e a construção de um mundo multipolar», IV Conferência Nacional de Política Externa e Política Internacional, Textos Acadêmicos, Brasília, Fundação Alexandre de Gusmão, 2009.

3

Constituição Federal de 1988, artigo 40., parágrafo único, disponible en: http://www.planalto.gov.br/ccivil_03/constituicao/constitui%C3%A7ao.htm, acceso en 10/03/2010.

4

Santos E., «América do Sul», IV Conferência Nacional de Política Externa e Política Internacional, Textos Acadêmicos, Brasília, Fundação Alexandre de Gusmão, 2009.

5

Pinheiro Guimarães S., Desafios Brasileiros na Era dos Gigantes, Rio de Janeiro, Contraponto, 2005.

6

UNASUL., Tratado Constitutivo da União de Nações Sul-Americanas, disponible en: http:// www.itamaraty.gov.br/sala-de-imprensa/notas-a-imprensa/2008/05/23/tratado-constitutivo-da-uniao-de-nacoes-sul/?searchterm=constituiçãounasul, acceso en 10/03/2010.

7

Rivarola M., «Latinoamérica, identidad e integración. Integração da América do Sul», Textos Acadêmicos, vol. II, Brasília, Fundação Alexandre de Gusmão, 2009.

8

Bava S. C., «Gigante pela própria natureza», Le Monde Diplomatique Brasil 2009 Fev., p. 3.

9

Oualalou L., «Brasília oublie le ‘complexe du chien bâtard’», Le Monde Diplomatique 670 2010 Jan., p. 17.

10 Silva MAM e Melo BM., «Soja: a expansão dos negócios», Le Monde Diplomatique Brasil 2009 Fev., pp. 4-5. 11 Tautz C., «Da ALCA a IIRSA», Le Monde Diplomatique Brasil, 2009 Fev., pp. 7-8. 12 Gonzales G. T., «Pressão pela força», Le Monde Diplomatique Brasil, 2009 Fev., pp. 6-7. 13 Cassen B., «Resposta ao liberalismo», Le Monde Diplomatique Brasil, 2009 Fev., p. 9. 14 Carvalho C. E., «Passos importantes, muitas dificuldades», Le Monde Diplomatique Brasil 2009 Fev., pp. 10-11. 15 ORAS-CONHU, Plano Sub-regional de Saúde da Região Andina, Disponible en: http//www. orasconhu.org, acceso en 22/03/2010. 16 Mercosul Saúde, disponible en: http://www.mercosulsaudedevsite.com.br, acceso en 22/03/2010. 17 OTCA., disponible en http://www.otca.org.br, acceso en 22/03/2010. 18. SELA (Sistema Econômico Latinoamericano), «Experiencias de cooperación en el sector de la salud en América Latina y el Caribe. Balance crítico y propuestas de acción de alcance regional», Caracas, SELA, SP/RRC-ICSALC/DT núm. 2–10, 72 pp., 2010. 19. UNASUL Saúde, Plano Qüinqüenal 2010-2015. Disponible en: www.unasursalud.org, acceso en 2/02/2010.


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20 OPS/Oficina de Chile, Salud en Sudamérica 2008, Santiago, Chile: OPS (Documento de Análisis de Situación - PWR CHI/09/HA/01), 2009. 21 Gadelha C. A. G., «Desenvolvimento, complexo industrial da saúde e política industrial», Revista Saúde Pública [online], 2006, vol. 40, núm. espec. [cited 2009-07-26], pp. 11-23. 22 WHO, «Commission on Social Determinants of Health. Closing the gap in a generation. Disponible», en: http//www.who.int/socialdeterminants/the_commission/final_report/en, acceso en 22/01/2010. 23 CNDSS (Comissão Nacional sobre Determinantes Sociais da Saúde), «As causas das iniqüidades em saúde no Brasil – Informe final da CNDSS», disponible en: http://determinantes. saude.bvs.br/php/index.php, acceso en 22/01/2010. 24 OPS-Health Canada, «Chamado à Ação de Toronto para uma Década de Recursos Humanos em Saúde» (2006-2016), disponible en: http://bvsms-bases.saude.bvs.br/cgi-bin/wxis.exe/ iah/ms, acceso en 25/03/2010. 25 PAHO, «Health Agenda for the Americas», Washington, DC: PAHO, 2007, 34 pp. 26 OPS, XXVII Conferência Sanitária Pan-Americana. Metas Regionais em Matéria de Recursos Humanos para a Saúde (2007-2015), Washington, DC: OPS 2007, 3 pp. 27 ORAS-CONHU, Plan Andino de Recursos Humanos en Salud. Disponible en: http://www. orasconhu.org/index.php?IDIOMA=SP&plantilla=contenido&ncategoria1=31 acceso en 22/01/2010. 28 RINS/UNASUL, http://www.ins.gob.pe/portal, acceso en 12/05/2010. 29 RETS/UNASUL., http://www.rets.epsjv.fiocruz.br/home.php?Area=Noticia&Num=104, acceso en 12/05/2010. 30 Buss P.M., Ferreira J. R. , «Ensaio crítico sobre a cooperação internacional em saúde», Revista Eletrônica de Comunicação, Informação & Inovação em Saúde (RECIIS), 2010, 4(1): pp. 46-58. 31 Buss P.M., Ferreira J. R., «Diplomacia da saúde e cooperação Sul-Sul: As experiências da UNASUL Saúde e do Plano Estratégico de Cooperação em Saúde da Comunidade de Países de Língua Portuguesa (CPLP)», Revista Eletrônica de Comunicação, Informação & Inovação em Saúde (RECIIS), 2010, 4(1): pp. 81-93. 32 Kickbusch I., Silberschmidt G, Buss P. M., «Global health diplomacy: The need for new perspectives, strategic approaches and skills in global health», Bulletin of the World Health Organization, 2007, 85(3): pp. 230-232. 33 Kickbusch I., Berger C., «Global health diplomacy», Revista Eletrônica de Comunicação, Informação & Inovação em Saúde (RECIIS), 2010, 4(1): pp.19-24.



Sonia Fleury Paulo M. Buss Joan Subirats Antonio G. González (moderador)

Antonio G. González Damos inicio al debate sobre el panel Las políticas públicas, con Sonia Fleury, Paulo M. Buss y Joan Subirats. Europa y, en particular, la Europa del Sur, está siendo objeto de un ajuste estructural que particularmente Latinoamérica sufrió en los años noventa del pasado siglo y del cual obtuvo, además, una determinada experiencia. Fruto de aquellos ajustes, llamados Consenso de Washington, fue el giro a la izquierda en el subcontinente y el regreso de un papel mayor de la política y del Estado, lo que en muchos casos ha significado la puesta en marcha de nuevas políticas públicas. ¿Qué comparaciones y diferencias cabría hacer al respecto? Paulo M. Buss En una discusión que tuvimos en la Organización Mundial de la Salud (OMS) sobre la crisis económica, que la OMS también está padeciendo porque los países europeos están reduciendo su aportación, me preguntaron por qué países emergentes como Brasil no incrementaban su contribución. Mi respuesta fue que lo que hay que hacer es elegir dónde se pone el dinero porque el dinero que se recauda con los impuestos existe, que los recursos públicos se pueden usar para salvar la banca o para mantener proyectos. El dinamismo económico ha permitido seis años de avance a Sudamérica, pero este podría ser más concentrado, distinto. El modelo que se adoptó fue de rechazo a las propuestas del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial para que continuásemos con los procedimientos políticos que nos recomendaba el


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consenso con Washington. Argentina, Brasil, Perú y otros países rechazaron y el resultado fue la manutención y poco más de las políticas sociales. Creo que la izquierda europea tiene que definir una crítica de ese modelo neoliberal. ¿Dónde está la voz, no solo de la sociedad civil sino de los gobiernos de izquierda para denunciar estas cosas, la voz de los partidos políticos? No comprendo cómo con la tradición de la izquierda europea no se logra construir una posición común de los partidos capaz de poner a la sociedad a su lado, en contra de esos proyectos que constituyen una vuelta atrás.

En América Latina no hay gasto social, hay inversión social; en Europa, en cambio, se considera que las políticas sociales son un coste Sonia Fleury En Brasil estamos atrapados en una situación muy difícil que reduce las posibilidades de intervención en el campo social porque tenemos la tasa de interés más alta del mundo. Las inversiones van a ir a básicamente a aplicaciones en títulos públicos, el Estado es el gran deudor con esa tasa de interés que el Banco Central pone para estabilizar y mantener la inflación bajo control, porque tenemos sobre nosotros el fantasma de la inflación y la hiperinflación de América Latina. Hay una manipulación del capital financiero en relación al aumento de la inflación, cuando, como sabemos, el aumento de la inflación no se debe a cuestiones que puedan controlarse internamente. Pero la manipulación constante hace que tengamos esa altísima tasa de interés. El Estado tiene una deuda interna, no externa, y ese 30% del presupuesto público va para los cargos de la deuda. Por eso seguimos sin salida. Cada vez que se habla de bajar la tasa o de disminuir la autonomía del Banco Central parece que el mundo se va a derrumbar y el presidente que esté en ese momento da marcha atrás. Joan Subirats En Europa debatimos sobre si la perspectiva del ajuste es solo la reducción del gasto, considerando por tanto que lo social es


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un coste, sin discutir la cuestión de los ingresos, de la fiscalidad. La UE ha anunciado que va a recomendar unas tasas fiscales comunes con la total oposición de Irlanda, que es el país que más bajas las tiene, y el rechazo también de Luxemburgo, porque hay un proceso de competencia entre los países europeos para ver quién reduce fiscalidad. La dinámica es la de que cada uno busque su salida, pero al mismo tiempo la estructura económica lo impide. Hay una pérdida de capacidad de maniobra de los gobiernos en relación a un sistema económico que dicta sus condiciones. En América Latina no hay

Es difícil provocar movilizaciones cuando, como en España, el sueño de una sociedad de accionistas se ha cumplido, de accionistas, claro, endeudados con los bancos gasto social, hay inversión social. Aquí, en Europa, en cambio, no se habla de inversión social sino de gasto social. Se considera que las políticas sociales son un coste, cuando en Brasil estas políticas han recuperado el consumo y generado crecimiento económico, de modo que la inversión social no se tendría que usar como un pasivo, sino como un activo. En Europa hay una sensación de pánico y estamos buscando culpables en la inmigración, en el exceso del gasto social y en el «abuso» que los inmigrantes hacen del gasto social. P.B. ¿No es posible que los partidos demuestren a la sociedad que el culpable fue el capital financiero internacional? J.S. No parece haber candidatos de partidos importantes que estén dispuestos a ello. En Europa hay un ejemplo silenciado, que es el de Islandia. En Islandia están haciendo cosas distintas. Nadie se entera, pero las están haciendo. A.G. En el seminario anterior el filósofo Gianni Vattimo dijo que llegó a pensar que la crisis traería una revuelta social en Europa hasta que comprendió que la resignación se ha vuelto infinita.


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J.S. En España el 87% de las casas son en propiedad, el 13% en alquiler. Es el récord en Europa, alto en propiedad, bajo en alquiler. Hace cincuenta años estábamos al 50%. España es el país más endeudado familiar y socialmente de Europa. Tenemos una sociedad de propietarios asustados y es muy difícil provocar procesos de movilización cuando el sueño de una sociedad de accionistas y de propietarios se ha cumplido. De accionistas y propietarios, claro, sin dinero, endeudados con los bancos. S.F. Cuando el Estado de bienestar es normatizado y burocratizado mata al sujeto político, al ciudadano que se torna en un consumidor de altos beneficios que, cuando ve amenazados esos beneficios, quiere encontrar un culpable. No hay nivel de movilización para la crítica en ese sentido. Lo que los ciudadanos quieren es volver a la situación anterior y, como eso ya no es posible, hay que encontrar un culpable. Es un discurso del que la derecha se apropia fácilmente. A.G. Brasil es el único caso de potencia emergente con acento social, con voluntad de producir distribución de rentas. ¿Cómo valoran ustedes esa diferencia? P.B. La opción brasileña fue permanecer como gran exportador. Hemos sabido ampliar la capacidad exportadora aliada con el crecimiento del mercado interno; de este modo se amplifican los impuestos, que van y vuelven. S.F. Esto responde a todo un movimiento en la sociedad que viene desde finales de los años setenta, con la transición a la democracia. En los noventa se pospuso la cuestión de la deuda social porque no había modo de afrontarla pero en el presente esta se asocia al proceso de construcción de la democracia, a la profundización democrática a varios niveles. Brasil es un país con mucha desigualdad, hay una herencia dejada por la esclavitud y hay que dar una gran batalla ideológica y cultural para incorporar a mucha gente no solo como consumidora sino también como ciudadana. A.G. Quizá Brasil es la potencia emergente en la que el crecimiento tiene más condiciones de posibilidad para convertirse en desarrollo.


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J.S. Lo que ocurre es que simultáneamente se está produciendo un gran debate sobre el modelo de crecimiento, sobre la cuestión de la sostenibilidad que generó tensión en las últimas elecciones. En otro orden de cosas me gustaría señalar que algunos de los retos a que se enfrenta nuestro modelo europeo de bienestar se están encarando de manera muy clara y muy rica mediante la descentralización en países emergentes como Brasil. En Europa nos hemos acostumbrado a situar las políticas sociales, educativas y de salud en el nivel estatal y deberíamos replantearnos bajar a la esfera local para articularlas mejor con los problemas que está surgiendo. En Europa tenemos el ejemplo de los países nórdicos en los que la distribución de gasto público es del 60% en el ámbito local frente al 40% en el ámbito estatal. En España estamos en el 14% de gasto en el ámbito municipal y hace treinta años estábamos en el 12%. La distribu-

Los partidos de izquierda tienen que producir un discurso conectado con la aspiración de no tener los derechos capturados por políticas contraccionistas ción de gasto ha crecido pero sigue muy marcada por el ámbito estatal y autonómico cuando el reto está en el ámbito municipal. P.B. Hay una confrontación entre política y economía. No se puede naturalizar los modelos de desarrollo solo con bases económicas. Hay elecciones que hacer. Creo que los partidos de izquierda tienen que producir un discurso conectado con esa aspiración de no tener sus derechos capturados por políticas contraccionistas. Hay que pensar en los movimientos anticíclicos desde el punto de vista económico. S.F. Estoy de acuerdo con lo que dices de los partidos de izquierda pero hay que pensar que la política se hace también en otras esferas. El año pasado pasó algo importante en Brasil: hubo una movilización para pedir una ley de cambio electoral. Se recogieron muchas


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El sujeto político no se construye solo, hay que agregarle institucionalidad porque es lo que garantiza el poder, pero las instituciones sin sujeto político tampoco sirven

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firmas, pero como no hay una ley que obligue al parlamento y al gobierno a tomarlas en cuenta, el parlamento y el gobierno dijeron que no les interesaban. Pero la gente siguió enviando más y más firmas a través de Internet y llegó un momento en que el gobierno dijo que había que introducir la ley de cambio electoral. ¿Cómo se pueden poner en marcha esas políticas públicas cuando su aplicación vertical ya no funciona y cuando existen enormes bolsas de población marginada, enquistada fuera del sistema y que en muchos casos no quiere integrarse en él? En Brasil tuvimos un debate muy intenso entre universalizar y focalizar que de alguna manera está superado porque, tal y como estaba construida la red, los universales estaban altamente concentrados y no llegaban nunca a los excluidos. Había que llegar de alguna manera a los pobres porque ellos no tenían modo de hacerlo y se hicieron programas a tal efecto. Eso es lo que es necesario hacer hoy también con las transferencias, para que no sean beneficios sin derechos ni derechos sin beneficios. Debemos transformar los beneficios en derechos de ciudadanía y conseguir al mismo tiempo que los derechos universales se transformen en beneficios. Para ello hay que hacer frente a la cuestión del narcotráfico y la violencia. En América Latina la exclusión está muy vinculada a zonas a las que el Estado no llega como poder político, como presencia física. Mientras no enfrentemos este problema esa gente seguirá desprotegida. ¿Qué puede aprender Europa de estos procesos de construcción del sujeto político y de regreso de la ciudadanía? El sujeto político no se construye solo, hay que agregarle institucionalidad porque es lo que garantiza el poder, y las instituciones sin


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sujeto político tampoco sirven. El discurso y la práctica política son la mismo. Se necesita movilizar, construir identidades, pero también institucionalizar contrapoderes y responsabilidades alternativas. P.B. El caso de Europa es distinto porque todo esto ya existía. J.S. Sí, ya existía, pero después de la crisis que trajeron las políticas neoliberales en América Latina estáis reconstruyendo institucionalidad con una lógica repolitizadora y en Europa el problema que tenemos es que la vieja institucionalidad no tiene recambio. Creo que la renovación de la política en Europa no pasará por las instituciones ni por los actuales partidos. La tradición de la izquierda europea es la conquista del Estado para hacer la transformación social desde el poder público pero eso está cada vez menos presente en el escenario europeo. Ahora se habla más de algo mucho más complejo como las redes, la estructura de movimientos que son potentes sectorialmente aunque están desarticulados. Público ¿Podría ocurrir que en el futuro Europa necesite de la solidaridad de los países latinoamericanos emergentes para reconstruir una sociedad más justa? J.S. Por primera vez en la historia, en Europa se están planteando alternativas políticas que promueven el decrecimiento. Hay ciudades en transición que están reconstruyendo la lógica urbana, transformando los parques en huertos, sustituyendo las flores ornamentales por árboles frutales, una postura que a veces hace sonreír por su autarquía. No sé si llegaremos al punto que usted comenta, si llegará a haber algún día agencias de cooperación norte-sur, pero al margen de ello es evidente que el proceso redistributivo a nivel internacional ha de incorporar fases de redimensionamiento de nuestra lógica de bienestar. La propia lógica interna de distribución de la riqueza en Europa puede permitir cosas distintas y, por tanto, la reconstrucción de ese movimiento político en la que, evidentemente, los partidos deben de tener un papel. Público Para Sonia Fleury: ¿Qué influencia real tienen los movimientos sociales en el gobierno brasileño?


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S.F. El sistema político de Brasil tiene características peculiares. El hecho de que durante la dictadura hubiese elecciones periódicas generó una desconfianza inherente hacia el partido político y el sistema electoral. Por eso los partidos de izquierda como el P.T. intentan mantenerse conectados a movimientos sociales, porque no creen que la vía parlamentaria sea la única o la más importante. Lo que caracteriza al sistema de gobierno en Brasil es lo que llamamos el presidencialismo de coalición. El presidente es de un partido que siempre está en minoría y como el sistema es presidencialista tiene que construir mayorías a posteriori. Es una relación compleja que ata en un juego muy duro al presidente o gestor, porque tiene que hacer muchas concesiones para generar capacidad de gobernar. Al mismo tiempo, el propio gobierno utiliza la movilización a través de las conferencias para tener fuerza delante de su coalición. Ahora, por ejemplo, la sociedad civil tiene unas coaliciones amplias de movimientos sociales en las que hay dos objetivos centrales: la reforma tributaria y fiscal y la reforma política. Hay una gran convergencia entre los movimientos sociales sobre estas cuestiones. El año pasado el gobierno intentó hacer una reforma tributaria que acababa con las contribuciones sociales para racionalizar el sistema y los movimientos sociales lograron pararla.


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Política y sexuación (el factor del goce en el análisis de lo social)

Rithée Cevasco América Latina se presenta hoy algo así como una «reserva erótica», siempre y cuando,por supuesto, se escuche esta expresiónen el sentido de una reserva donde subyacen nuevas formas de «Eros asociativo», nuevas modalidades del «vivir juntos» con la activación de nuevos recursos simbólicos que, en cambio, parecen agotarse en los países «desarrollados». Jorge Alemán habla de una «reserva de saber» 1 en América Latina, un saber que se habría articulado en los años sesenta y setenta del pasado siglo y que aún está en vía de ser descifrado. En este libro se nos invita a considerar a América Latina como un «laboratorio» rico en innovaciones políticas y culturales. Debemos reflexionar sobre su incidencia, preguntarnos de dónde podrían surgir nuevas «significaciones» que, incluso, presentarían alternativas para el conjunto del área occidental de nuestra civilización. ¿Expresión de deseo? ¿Utopía fantasmática? Quizás sea aún temprano para asegurarlo. En todo caso, es evidente que ya es significativo el contraste con la última década del siglo pasado, cuando la mayoría de los países de América Latina presentaban un sobrecogedor escenario de miseria, un marco social de empobrecimiento y de polarización y heterogeneidad crecientes resultado de las políticas neoliberales incapaces de anteponer el bien público al privado y con Estados carentes de una orientación progresista. La creación de un Estado de malestar fue patente, por ejemplo, en Argentina, con un sistema regresivo de distribución como no había existido nunca en ese país. Hoy, con la adhesión a regímenes democráticos, se asiste en América Latina a un intento de integración de amplios sectores de la población hasta ahora marginados en zonas de exclusión y en estados de pobreza extrema. Esos procesos vienen acompañados por una voluntad de


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integración continental con vistas a convertir a América Latina en un interlocutor que pueda ser representado a nivel internacional y protegerse así mejor de las incidencias imperialistas. Es notable pues, y probablemente novedosa, esa «mirada» dirigida hoy a América Latina con la esperanza de encontrar una dinámica de pensamiento y de respuestas inéditas en el campo de la política y de la producción de lo social en general. No obstante, no es tan fácil hablar de América Latina como Una. Si bien existe una voluntad de integración del continente, tal como ha quedado expresado, por ejemplo, en la Cumbre de Países Latinoamericanos y del Caribe, en México en febrero de 2010, no cabe duda de que predomina la diversidad en cuanto a las orientaciones sociales, económicas y políticas, a pesar de la voluntad de construir una «identidad» latinoamericana en torno a elementos unificadores como lo son, en primer lugar, la lengua, e invocando asimismo la historia compartida de la «epopeya» de las guerras de la independencia, así como una voluntad mayoritaria de desprenderse de la zona de influencia preponderante de la otra América, la del Norte. Se calcula que los países en desarrollo (no solo en América Latina, por supuesto) representarán en el 2030 un 60% del PIB mundial, mientras que los países hoy desarrollados (Estados Unidos, Canadá, Europa y Japón) declinarán su participación en el PIB mundial hasta un 40%. En el 2030, el PIB per cápita de Brasil, Argentina, Chile, México, Perú (junto con el Sudeste de Asia y la región desarrollada de China) será superior al de los países de la Europa mediterránea, algo que en el albor del siglo XXI —apenas diez años— era aún inimaginable. Por su parte, Europa, hacia donde miraban las élites latinoamericanas en búsqueda de sus valores universales de igualdad y democracia, se halla en un receso económico del cual estamos midiendo hoy, cada día, las consecuencias. Se trata de una crisis que, por otra parte, amenaza bastante radicalmente sus opciones políticas democráticas, de lo cual el ascenso de la extrema derecha es un índice inquietante. Si el psicoanálisis puede servir al análisis de lo social es en el desvelamiento de las economías libidinales que son el cimiento de las or-


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Si el psicoanálisis puede servir al análisis de lo social es en el desvelamiento de las economías libidinales que son el cimiento de las organizaciones colectivas. Se desvela así la lógica de las pasiones que agitan ciertas formaciones basadas en la promoción de identidades nacionalistas, étnicas, religiosas, comunitarias ganizaciones colectivas. Desvela así la lógica de las pasiones que agitan ciertas formaciones colectivas basadas en la promoción de identidades —nacionalistas, étnicas, religiosas, comunitarias— que promueven la cohesión grupal a partir de la exclusión radical de algún otro, figura del otro encarnado en el extranjero (ayer el judío, hoy el musulmán). Se trata de formaciones colectivas que activan la pasión del odio dirigido a toda forma de goce del Otro (digamos para simplificar, su estilo de vida). Lacan ha propuesto para caracterizar a todo discurso organizado de una manera «racista» esa fórmula del Odio al goce del Otro. Se juega en el racismo «ordinario», cotidiano aún sin el recurso a grandes doctrinas explícitas del racismo como lo fue en su tiempo el nacionalsocialismo. El racismo, como odio al goce del Otro, pone el acento sobre el «factor de goce» 2 que subyace a ciertas formaciones colectivas. Por un lado, el Eros dirigido al leader asegura la identificación de los miembros de la colectividad entre sí. Por el otro, ese Eros asociativo genera el odio segregativo hacia todo lo que es externo al grupo. Freud señaló como modelo de este tipo de «masa» a dos instituciones, el Ejército y la Iglesia, cuyo peso en el continente latinoamericano, es bien sabido, ha tenido una influencia decisiva en su destino, sin duda, no el más deseable. En cuanto a Lacan, al poner el acento sobre el «racismo» también denuncia también el «estilo» viril de todos los discursos dominantes. Con


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la noción de «discurso» Lacan propone una teoría de los vínculos y las prácticas sociales. Esos discursos configuran el orden simbólico de la civilización en torno a significaciones resultantes de la articulación de ciertos significantes primordiales: Padre, Falo, Dios y, en lo social, Patria, Familia, significantes primordiales que organizan el campo semántico de los ideales, los valores, las religiones, la diferencia de los sexos. No se trata de simples formas retóricas del discurso, sino que inscriben las dimensiones de imposibilidad y de impotencia de esos discursos en sus modalidades de ordenamiento del lazo social, puesto que están «trabajados» por la imposibilidad de cubrir todo el campo del goce, excluyendo de su ordenamiento a un «real» 3 de goce que siempre puede retornar bajo diversas formas y de manera siempre traumática, sea en las manifestaciones sintomáticas individuales, sea en lo social principalmente bajo la forma del desencadenamiento de violencias o bajo formas sintomáticas de erosión del lazo social. Limitémonos a mencionar el discurso del amo, que organiza las relaciones entre dominantes y dominados y el discurso llamado universitario entre el educador y el educado —en el que Lacan incluye la variante burocrática del ejercicio del poder cuando este se legitima a partir del saber de los expertos entronizados como sujetos, supuesto saber acerca del bien común—. Prácticas del gobernar y del educar que ya Freud calificó como imposibles, precisamente por el real en juego que no pueden domesticar. Esto nos motiva a hacer referencia al tratamiento propuesto por Lacan para delimitar el campo de la diferencia sexual, entre lo masculino y lo femenino, en el que este despeja una lógica del «no todo» femenino, que hace objeción al funcionamiento del «todo» de la lógica masculina segregativa. Ninguna política de «emancipación», ninguna «democracia radical», invocada por algunos pensadores de la filosofía política cuando se refieren a nuevas formas de democracia preparadas para responder a las demandas populares de amplios sectores de la población marginadas de las decisiones políticas y de la participación de la riqueza de una nación— no podrán, puede dejar de lado la consideración de los «factores de goce» (con su correlato en el plano de las pasiones y los afectos) que


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movilizan tal o cual construcción de las identidades colectivas. Solo citaré a un pensador que analiza la emergencia de una eventual «izquierda lacaniana» (expresión a la cual no es ajena Jorge Alemán) 4. Dice Yannis Stavrakakis 5: «Diversos teóricos y analistas políticos, economistas y ciudadanos activistas –algunos bajo la influencia directa de la teoría lacaniana— tratan hoy de poner en práctica la orientación democrática radical». Ello implica «no recurrir a las utopías» (entiéndase por el fantasma de la posibilidad de sutura del antagonismo social) y apelar a la idea lacaniana de un «no todo» femenino que quizás «nos permita ir más allá del presente capitalista y de su lógica masculina». Se trata de uma propuesta ambiciosa que no estoy segura de que todos los psicoanalistas de orientación lacaniana estén dispuestos a reconocer. Como veremos, el propio Lacan se atrevió a decir que el discurso del analista puede ser una salida al «discurso capitalista». En todo caso, el desafío será siempre el de tratar los antagonismos sociales (solo una utopía fantasmática puede esperar que desaparezcan en aras de la ilusión de la producción de una «nueva humanidad») por otro modo que el de una lógica segregativa. Que haya diferencias, supone siempre que haya discriminaciones, es decir lugares simbólicamente diferenciados. Pero la discriminación simbólica debe ser distinguida de la segregación que opera por exclusión de lo simbólico y por los levantamientos de los muros tras los cuales se apilan los desechos. Cayó el Muro de Berlín, pero sabemos que no han caído todos los muros, que el continente latinoamericano tiene los suyos. No solo los que se alzan en el norte, también los que se erigen en las torres de cristal de los centros urbanos o en las periferias de sus «countries», donde las clases privilegiadas se refugian en busca de seguridad. La gestión de los espacios urbanos y extraurbanos es un desafío para toda arquitectura democrática. Bien podemos prever los retornos de violencia que generan los espacios segregativos que son, a corto o largo plazo, explosivos. ¿Qué lugar ocupará América Latina abandonando ese lugar de «tercer mundo» con el que se la calificaba? ¿Será su destino simplemente la integración en el mundo del capitalismo globalizado? ¿O las «nuevas


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significaciones» que estaría en vías de producir abrirán un horizonte de emancipación que no sea el del capitalismo, o al menos el del capitalismo cuyas formas insaciables se hacen hoy dominantes? En todo caso, nada anuncia por el momento que escapará al horizonte de las incidencias del capitalismo como discurso dominante. ¿Qué podemos decir de este capitalismo? Lacan propone una fórmula que acuñó a comienzos de los setenta con la escritura del «discurso del capitalismo». Es una fórmula que, a mi entender, no puede dejar de lado la contribución de otras disciplinas del análisis social para analizar tal o cual coyuntura del estado del capitalismo. Sin embargo, con esta fórmula Lacan propone algo que da cuenta del capitalismo, por así decirlo, «en sí»; es decir, cuando no cuenta con las barreras de contención de otros discursos (de la política, del saber, de la salud, de la educación, etc.) en los casos en los que estos últimos se limitan a reproducir lisa y llanamente los intereses dominantes de la producción de beneficios a toda costa y en el menor tiempo posible, finalidad del modo de producción capitalista «en sí»: sin fronteras, sin ética, sin piedad. Sin embargo, el propio funcionamiento del capitalismo necesita que los sujetos encuentren cierto grado de satisfacción, ciertas composiciones o recomposiciones de identificaciones para poder alimentar su reproducción, sea consumidores, sea productores, sea los actores necesarios para su gestión (el manager como último «espíritu» del capitalismo, argumentan Luc Boltanski y Ève Chiapello en El nuevo espíritu del capitalismo). En efecto, sin esas regulaciones que aseguren la reproducción de sus agentes, la disolución de los lazos sociales que promueve el propio sistema capitalista es explosiva, a tal punto puede dirigirse a su propia autoconsumición, lo cual podría ser deseable si no fuese porque asistiríamos al triunfo de la pulsión de muerte que arrastraría con ello a la propia supervivencia del planeta. Lacan afirmaba que hasta podría llegar a verificarse —salvo rectificación ética a partir de otros discursos, y eso es una afirmación mía— que la especie humana es en efecto excepcional: sería la única que puede llegar a programar su propia destrucción. El asentamiento de voluntad de otra política, otro deseo,


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otra ética no es solo una cuestión ontológico-política sino también un imperativo de supervivencia. El régimen de goce promovido por lo que llamo el capitalismo «en sí» es profundamente nocivo. Desde el psicoanálisis contamos con un «laboratorio» privilegiado para observar esa nocividad, que es la que tratamos en sus manifestaciones sintomáticas individuales para detectar el mecanismo que le es subyacente. Si bien tratamos ese malestar, individualmente, caso por caso, a partir del psicoanálisis se puede diagnosticar el «factor de goce» que promueve cierto estado de civilización. Todo discurso (lo que Freud llama civilización) ordena los vínculos sociales y mantiene una distancia entre las satisfacciones y las insatisfacciones que genera. Una de las características del discurso capitalista es la supresión de esta distancia, mejor dicho, la promoción de una «ideología» de la supresión de esta distancia, puesto que esta no puede ser eliminada. Siempre existirá una brecha entre la satisfacción fantasmáticamente esperada y la realmente obtenida. No obstante, el discurso capitalista juega con la promoción de la idea de que tal distancia puede ser eliminada con la adquisición de los bienes que ofrece el mercado y que Lacan llama plus-de-gozar. El resultado no es más que la generación de las insatisfacciones en el gran mercado de la falta de goce. Todas esas ofertas que promueve —consumo, narcisismo, individualismo galopante, competencia, precariedad generalizada de los vínculos del trabajo— son causa de insatisfacciones cada vez más numerosas. Lacan hablaba de un único síntoma social generalizado: «¡Todos proletarios!», refiriéndose a ese estado de cosas; todos desprovistos de capital simbólico (y no solamente económico), como diría Pierre Bourdieu, para responder a nuestras pulsiones por otra vía que el «consumismo» generador de insatisfacciones, desprovistos pues de las otras vías de satisfacción por la vía de la sublimación, del amor, del deseo de saber, del arte. El «espíritu» actual del capitalismo promueve la ética nociva del imperativo del goce, la más nociva porque constituye el mandato de un imposible. Imperativo que corresponde a esta instancia que Freud llamó superyó y en la cual ya había detectado un factor del malestar en


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la cultura: cuanto más se le responde, más pide. Ahí tenemos el bien conocido efecto «Coca-Cola»: se la consume para saciar la sed y genera aún más sed. Buena alegoría de la promoción del goce capitalista: cuanto más se busca satisfacción en esos bienes del mercado, más se ahueca la insatisfacción por la verificación inevitable de la brecha entre lo esperado y lo obtenido. El goce promovido es propiamente un «goce tóxico-maníaco» o bien la programación de las decepciones con el incremento bien conocido de las llamadas «depresiones». La morbidez, la nocividad de tal régimen de goce, se retraduce claramente en incidencias sociales no solo individuales y los estados depresivos y toxicomaníacos (no me refiero solo al recurso de las drogas, sino a todo tipo de conductas tóxicas en búsqueda de «un más», y lo más rápidamente posible: más dinero, más mujeres, más drogas, más amigos en Facebook…) se convierten en un evidente problema de «salud pública» por su incidencia en la disolución de los lazos sociales. Las depresiones, porque se presentan como una suerte de síntoma disidente que dice: «¡basta!» a la carrera sin fin del «cada vez más»; las toxicomanías porque prosiguen su carrera mortífera en búsqueda de un «cada vez más» y, en la urgencia de su satisfacción, anula la consideración al otro, el abandono de aquello a lo que es preciso renunciar para un poder «vivir juntos». Lacan afirmó que el discurso del analista era una «salida» del discurso capitalista, ¡lo cual evidentemente no quiere decir que son los analistas quienes acabarán con el capitalismo! Con esta afirmación puso el acento sobre el hecho de que el discurso del analista va a contracorriente de la lógica de goce del capitalismo porque hace un uso del objeto en otro sentido que el de la promoción de una satisfacción inmediata de la pulsión y el goce. Hace un uso del objeto como causa de deseo, lo cual implica siempre el cálculo de la «falta» (digamos de la «castración») 6 en la prosecución de las satisfacciones pulsionales. Y es responsabilidad de cada uno elegir las vías de estas satisfacciones, unas vías otras que la respuesta a los imperativos de consumo impuestos por el mercado. De ahí pues la incidencia que puede tener el psicoanálisis en tanto promotor de otra ética. Ética de la responsabilidad y de la apertura del


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«campo del deseo» a otra cosa que esa carrera insaciable y superyoica que genera más y más insatisfacción. Freud afirmaba que una sociedad que exige un grado demasiado elevado de insatisfacciones no merece existir. Pensaba en los sacrificios exigidos cuando eran demasiados elevados. Hoy no es tanto el régimen de los sacrificios exigidos lo que causa la insatisfacción, sino ese imperativo inalcanzable de goce que causa su propia falta de gozar y programa sus insatisfacciones. Ya que hablamos del psicoanálisis, me detendré brevemente en su presencia en América Latina y singularmente en Argentina, que suele recibir la apelación de «país de los analistas». Bueno, no es el único, pero sin duda el psicoanálisis ocupa en ese país un papel preponderante, siempre presente en los debates de ideas tanto en el campo de la filosofía, como en el de la literatura y el de la política. Por supuesto, dejo de lado aquí lo que concierne a las cuestiones propias de su quehacer. Sabemos que los debates de ideas ocupan un lugar de primer plano en Argentina y es preciso remitirse a toda su historia para entender como hoy —y a pesar de los años «oscuros» (se lo suele llamar los años del «Proceso», evocación kafkiana si cabe…) en que todo pensamiento fue, por así decirse borrado de la escena—, resurge en los últimos años con la misma vitalidad que en sus mejores épocas. Los intelectuales siempre conectaron a Argentina con las corrientes occidentales productoras del saber filosófico, y si bien no puede hablarse de una «filosofía argentina», como tampoco de una «filosofía latinoamericana», sí, en cambio se asiste desde siempre a un intenso despliegue del pensamiento expresado en ese género peculiar que es el ensayo, en donde las preocupaciones por la política y por el quehacer en el espacio público ocuparon un lugar preponderante. La generación que mencionamos antes y que según Jorge Alemán es portadora de una «reserva de saber» aún por descifrar, fue una generación altamente comprometida con la política, donde, cito a Louis Althusser, «la filosofía (era considerada) como arma de la revolución». Es en este contexto que el psicoanálisis adquiere una amplia extensión en el campo intelectual de Argentina. No me es fácil responder a qué factores se debe tal presencia. Existe un factor difícil de calcular: su extensión a


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partir de su propio discurso en tanto causante de un «deseo de analista», del cual solo puede darse cuenta por la singularidad de la cura de cada uno y no puede reducirse a causalidad sociológica alguna. Podemos en cambio señalar algunas marcas de su historia y quizás algunas hipótesis de orden «sociológico». Entre estas últimas se aduce con frecuencia la extensión de una clase media altamente cultivada, así como la llegada de corrientes migratorias propicias al trabajo de interrogación sobre la subjetividad a partir del desgarro que produce todo exilio. Se invoca también el estado de anomia de una sociedad con instituciones sometidas a grandes variaciones, como asimismo la tendencia a tratar sus conflictos antagónicos en términos de violencia. Todos esos elementos contribuyen ciertamente a un estado de sociedad donde las interrogaciones existenciales son primordiales, pero, insisto, no creo que haya razones sociológicas que puedan explicar esta expansión del deseo por el psicoanálisis en Argentina. Mejor citar entonces algunos nombres y apellidos que al menos están en el origen de la propagación de esta «peste». Recuerden que Freud habría dicho, en el barco que lo llevaba a Estados Unidos, que los americanos (del norte) no sabían que les llevaba la peste. No fue así. Aquellos americanos supieron adecuar el psicoanálisis a su estilo de vida transformándolo en una práctica predominantemente «adaptativa» a la realidad, es decir adaptada a la conformidad de los discursos dominantes. Bien alejada, pues, de la carga subversiva del psicoanálisis. Dos psicoanalistas que llegaron a Buenos Aires perseguidos por la represión nazi, Angel Garma y Marie Langer, fueron, con otros, los fundadores de la primera Asociación Psicoanalítica Argentina (APA), en 1942 —o1943— que se unirá posteriormente a la asociación internacional creada por Freud. Según escribe Langer desde México –durante su segundo exilio, esta vez a causa de la dictadura argentina— en 1978 «la APA tiene el mérito de haber difundido el psicoanálisis no solo en Argentina sino en América Latina». Y —por supuesto acorto la historia— podemos referirnos a un segundo momento fundador con la introducción del psicoanálisis de orientación lacaniana. Lleva nombre y apellido: Oscar Masotta. Intelectual


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típico (aunque muy singular en su personalidad) de esa generación mencionada del sesenta/setenta. Masotta es un pensador que inscribirá a partir de entonces al psicoanálisis en la filiación de la filosofía, de la crítica literaria, de las interrogaciones sobre el arte y la comunicación de masas, a diferencia del momento anterior que lo limitaba al campo de la medicina. El psicoanálisis se reúne así con el trabajo de muchos otros intelectuales. Por temor a ser exhaustiva prefiero abstenerme de nombrarlos, solo menciono un primer seminario sobre Freud y Marx dictado en la Facultad de Filosofía por León Rotzitchner al que asiste un numeroso público, ¡en 1963! Óscar Masotta introduce pues la lectura de la obra de Lacan en Argentina. Los Escritos de Lacan son publicados en 1966, año de «la noche de los largos bastones» cuando los militares irrumpen en la universidad, rompiendo con la autonomía de su ámbito que funcionaba ¡desde 1918! Se generalizan los conocidos «grupos de estudio» privados, ingenioso dispositivo vernáculo de circulación de saber y dinero con el que se cortocircuita tanto el saber universitario anquilosado como la posibilidad de transmisión fuera del ámbito de una universidad que había perdido su autonomía y autoridad en materia de transmisión de saber. Bajo esa modalidad proliferan los grupos de estudio sobre Heidegger, Marx y el

El psicoanálisis tuvo —y sigue teniendo— un papel no despreciable en la promoción del ‘deber de memoria’, en ese trabajo de establecimiento de las verdades y responsabilidades de un periodo de desencadenamiento obsceno de lo real, con la producción masiva de los llamados ‘desaparecidos’ y del robo de niños ‘desidentificados’


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estructuralismo y, por supuesto, los grupos de estudio de psicoanálisis en torno a los seguidores de Masotta. En 1974 se funda la Escuela Freudiana de Buenos Aires. Masotta junto con otros diez y ocho psicoanalistas firma esa fundación. Muchos psicoanalistas toman el camino del exilio. Masotta parte para Londres y luego se traslada a Barcelona. A él se le debe también la introducción del psicoanálisis lacaniano en España, donde ya ha adquirido su derecho de piso, aunque su presencia en lo social está lejos de ocupar la preponderancia que tiene en Argentina. Con el retorno de la democracia, en 1983, los psicoanalistas participaron en los planes de estudio de la universidad y hoy, en grados diversos, el psicoanálisis ocupa un lugar hegemónico en las carreras de psicología de las universidades públicas. Los psicoanalistas que se habían quedado en el país (los que trabajaban en instituciones de la salud o en la universidad tuvieron casi todos que exilarse, cuando no les tocó en suerte un destino más funesto, casos hubo) funcionaron a mi entender como un lugar en la privacidad de los consultorios de «reserva» de la palabra. Sabemos que la represión en Argentina no se ejerció únicamente contra los grupos armados. Se ejerció contra todo intento de pensamiento. Se produjo un «acallamiento» devastador de todo pensamiento crítico. Hice un viaje a Buenos Aires en 1974 (solo habría de volver con el retorno de la democracia). Recuerdo haber visto una amplia banderola desplegada en la plaza del Obelisco, sobre la ancha Avenida 9 de Julio. Se leía en ella: «SS –Silencio es Salud». Se trataba de una campaña contra el «ruido» de la ciudad (¡ciudad en efecto extremadamente ruidosa!). No es necesario hacer comentario sobre el valor, no subliminal sino bien explícito, de estas siglas. Ese papel de «reserva de la palabra» no fue secundario en cuanto a la incidencia del psicoanálisis en lo social. Así como para el tratamiento de los síntomas singulares que siempre contienen una parte de «disidencia» ante todo discurso regulador y dominante. Creo que también tuvo —y sigue teniendo— un papel no despreciable en la promoción del «deber de memoria»; en el establecimiento de


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¿Civilización o barbarie? decía Sarmiento. Sabemos, por la historia sin duda, pero también por el psicoanálisis, que es una falsa alternativa, no hay ‘parte maldita’ que pueda ser radicalmente eliminada de nuestras civilizaciones, occidentales u otras las verdades y responsabilidades de un período de desencadenamiento obsceno de lo real, con la producción masiva de los llamados «desaparecidos» (en realidad, asesinados) y del robo de niños desidentificados. Hay algunos psicoanalistas que participan activamente con sus escritos en revistas psicoanalíticas y en otras publicaciones, del trabajo —no solo de memoria— de un análisis crítico de lo que hizo posible tal enfrentamiento violento en un país por otra parte altamente cultivado, sin economizar el análisis crítico de los factores que condujeron a la lucha armada y al hacer de los grupos guerrilleros. ¿Civilización o barbarie? decía Sarmiento. Sabemos, por la historia sin duda, pero también por el psicoanálisis, que es una falsa alternativa. No hay parte maldita 7 que pueda ser radicalmente eliminada de nuestras civilizaciones, occidentales u otras. La barbarie no nos es ajena a ninguno de nosotros. Para terminar con este punto, no quisiera dejar de mencionar la importancia que tiene el psicoanálisis en Argentina en cuanto a las políticas de la salud mental. Gracias a su incidencia existe una barrera a la implantación del paradigma cognitivista-conductual impuesto desde la otra América, la del Norte, hace ya mas de veinte años, y dominante poco a poco en toda Europa. Se trata de un paradigma que promueve el tratamiento de «poblaciones» en detrimento de la consideración del sujeto en su singularidad. Responde a la aplicación de cuestionarios estándares y a prescripciones previamente catalogadas según categorías generales de síndromes (no se habla de síntoma). Política de la salud mental que entra en lo que Michel Foucault llamó «biopolítica», en la que a partir


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de protocolos preestablecidos se responde al supuesto «bien común». Mucho más podría decirse también en cuanto a la excesiva medicalización de trastornos leves de la salud «mental», que responden además, y sin lugar a dudas frecuentemente, a los intereses de los laboratorios farmacéuticos. ¡La palabra contra la medicalización creciente, es esta una elección que está en juego en los planes de la llamada «salud mental». Sabemos que hay otras formas de «acallamiento» de los síntomas disidentes que el de la violencia de la dictaduras.

*** Para concluir nos detendremos un poco en esa noción del «no todo». Nos interesa, entre otras cosas, porque la posición femenina, por su inclinación preferencial hacia el amor (en todo caso, un amor que se distingue precisamente del amor al leader que fomenta el Eros del lazo homosexualizado masculino de las formaciones de las masas) bien podría inyectar en el lazo social un Eros asociativo menos inclinado al tratamiento de la diferencia a partir de la segregación. La diferencia sexual es, sin duda, el terreno donde una de las discordancias fundamentales de las relaciones sociales se hace manifiesta. Al interrogar esta «diferencia» en términos de «sexuación» —o sea de la particular relación del sujeto con el goce sexual—, Lacan propone una lógica totalmente inusitada que intenta desconstruir el tratamiento de esta «diferencia/discordia» en términos de una oposición binaria entre conceptos opuestos y complementarios. Subvierte de este modo la tensión dialéctica entre universalidad y singularidad. La «cuestión femenina» se presenta como un síntoma para la cultura (¿No decía acaso Hegel que la «mujer era la ironía de la comunidad»?). En todo caso, Lacan hace soportar al «lado femenino» el real que agujerea todo intento de completud del universo simbólico. El tratamiento de lo «femenino» recibe así un abordaje que tiene en cuenta esa dimensión de lo real en tanto situado en el borde mismo del agujero en lo simbólico. Finalmente, y sintetizando lo que es en Lacan un amplio desarrollo con recurrencia a formalizaciones de la lógica, el no todo


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femenino, remite a esa imposibilidad de constituir un universo «todo» a partir de lo simbólico.

En diversos países de América Latina algunas mujeres han alcanzado altas cuotas de poder, en varios hasta la presidencia. Esto es un índice de evolución de la ‘modernización’ que se espera en el continente, sin que por ello tengamos que caer en la creencia en la eliminación de la brecha de la diferencia que lo real introduce en las relaciones entre los sexos y en las relaciones sociales en general Estos avances respecto a la cuestión femenina son formulados sobre el trasfondo de una verdadera «subversión» sexual que se viene produciendo, digamos desde hace unos cincuenta años y que ha implicado modificaciones del «orden sexual» tradicional que fueron y siguen siendo negociadas, y no sin resistencias, en los discursos hegemónicos de las políticas dominantes. En América Latina, sin duda, es un tema prioritario. Por ejemplo, en Argentina el panorama es contradictorio. Por una parte, el acceso a la educación es prácticamente igualitario para hombres y mujeres, pero el mercado de trabajo sigue marcado por profundas desigualdades. En cuanto a las relaciones sociales y en particular las relaciones en el seno de la familia arrastran un lastre de fuertes pautas patriarcales injustas y discriminatorias. El papel central de la Iglesia, que ejerce una gran presión sobre los poderes públicos, genera claras restricciones de las libertades de las mujeres y formas de exclusión difíciles de superar. Por ello, es aún primordial, por ejemplo, la lucha de los sectores populares y de la iglesia no oficial en defensa de la laicidad del Estado y del derecho al aborto legal y al ejercicio de una sexualidad libre y responsable.


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Se han multiplicado los canales de acceso y participación de la mujer en la vida pública, en particular en ciertos movimientos sociales de la sociedad civil, mas quizás que en las estructura políticas y sindicales tradicionales. Por ejemplo, en Argentina el sindicato de trabajadoras sexuales se incorporó a la CTA (formación sindical), cuenta con una secretaría de género y una participación femenina de , al menos, un tercio en todos sus órganos de conducción y se pronunció desde el 2005 por la legalización del aborto. En diversos países de América Latina algunas mujeres han alcanzado altas cuotas de poder, en varios hasta la presidencia del Estado o el gobierno, pero ello no corresponde a una situación generalizada de reparto igualitario en la sociedad civil. Sin duda, será este un índice de la evolución de «modernización» que se espera en el continente latinoamericano. Es parte de la lucha democrática sin que por ello tengamos que caer en la creencia en la eliminación de la brecha de la diferencia que lo real introduce en las relaciones entre los sexos y más generalmente en las relaciones sociales en general. Cuando Lacan afirma provocativamente que «la mujer no existe», alude al hecho de que no puede hacerse un conjunto consistente que incluya a todas las mujeres porque caracteriza la posición femenina precisamente como aquello que es «no todo». Es un axioma que puede extenderse a «la sociedad no existe» si se la concibe como un todo armónico. La «cuestión» femenina puede situarse además como un síntoma típico de la modernidad y será un factor de primer plano en aquellos países que avanzan en los procesos de «modernización» (o de «posmodernización», aquí no entro en esta cuestión ni en el uso de «post»). Se inscribe, en efecto, en el seno mismo de la modernidad como una paradoja fundamental: con el mismo gesto con el que se constituye un sujeto jurídico-político como universal, se excluye del derecho de voto a la mitad de la ciudadanía (paradoja central de la constitución misma de la noción de la ciudadanía). Toda época trata el ordenamiento de los cuerpos sexuados y de su reproducción con prácticas sociales diversas y, como está hoy comprobado,


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lo hace siempre bajo el predominio de lo que la antropóloga Françoise Héritier llamó «la valencia diferencial de los sexos» en la historia. Sin embargo, solo con la modernidad se inscribe como un síntoma que puede ser descifrado. Esta contradicción nace sobre el trasfondo de un apasionante debate sobre los derechos jurídicos de los sexos entre dos grandes pensadores, Rousseau y Condorcet. La batalla la gana Rousseau, quien invoca un esencialismo naturalista y diferencial entre hombres y mujeres. Por su lado, la historia psicoanalítica del tratamiento de lo femenino es extensa e incluso escandalosa. Acaso el propio Freud no ve en el obstáculo que encuentra en los finales de los análisis, lo que es conocido como «roca de la castración», un rechazo de lo femenino —tanto por hombres como por mujeres, y no duda en afirmar que ahí sí nos topamos con una «paridad»— que probablemente sea incluso del orden de un «real biológico». No tenemos —como dice el proverbio— que tirar al niño con el agua sucia del baño. Freud permitió al menos extraer a la mujer del ámbito de lo inefable, objeto de idealizaciones abusivas y de terrores ancestrales y abrir el interrogante sobre su deseo: ¿qué quiere la (una) mujer? Pregunta ante la cual él mismo queda perplejo. Es preciso para orientarse en esta cuestión de las «identidades» sexuales, diferenciar entre sexo, género y sexuación. Con el sexo nos referimos a la diferencia anatómica y con los géneros al «constructo» social que prescribe lo que se debe ser y hacer en tanto hombre o mujer. Con el término de «sexuación» Lacan apunta a la relación inédita de cada sujeto con su «identidad» sexual a partir de una «elección» posible (no es tan fácil, por supuesto) propia a cada uno. Esta identidad ha de diferenciarse de los procesos de «identificaciones» por los cuales se adquieren las marcas del género. Fuera pues el determinismo por el sexo anatómico e incluso por el género: la relación con la modalidad sexuada de goce es una «elección» de la cual cada uno puede autorizarse. Estamos lejos del abrochamiento del orden sexual dominante que pretende escribir una proporción entre el género y el sexo: el macho es al hombre, como la hembra es a la mujer cuyo correlato se acompaña con una «naturalización» supuesta de la relación entre hombre y mujer


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en la relación heterosexual al servicio de la reproducción de la especie. Es fascinante seguir en una obra de lectura amena —La construcción del sexo, de Thomas Laqueur— la historia occidental de esta oscilación entre género y sexo como significantes amos para organizar el orden sexual. Se asiste en los siglos XVII y XVIII a una naturalización de este abrochamiento sexo/género que promueve el ajuste del género al sexo. La construcción lógica propuesta por Lacan para un esquematismo de la diferencia de los sexos se inscribe a contracorriente de una clasificación en términos de clase opuestos por diferencia complementaria. Si bien en tanto sujetos determinados por el lenguaje participamos todos de ese límite del goce, que llamamos castración en términos analíticos, esa «universalidad» no es tratada del mismo modo del lado masculino que del femenino. Del masculino el goce que determina que alguien — hombre o mujer— así sea situado estará enteramente determinado por la referencia a la función fálica, es decir a la castración. Del lado femenino, esa castración que también está implicada en tanto tratamos con un sujeto no estará «del todo» determinada por esa función de la castración. Lacan dice entonces «no toda», «no todo» su goce pasa por la castración. Hay para la posición femenina (se sea hombre o mujer) acceso a un goce «otro» que el goce fálico. Y esa dimensión «otra» del goce, tiene que ver con una experiencia con ese real excluido de lo simbólico al que nos hemos referido, de manera bastante insistente ya. Experiencia del «no todo» que no puede ser colectivizada. Digamos que es esa parte inclasificable que solo se refiere a una singularidad. Esa parte de lo «femenino» introduce en toda relación una «diferencia absoluta» entre uno y Otro, una inconmensurabilidad pues entre el uno y el Otro. ¿Ese saber hacer con el «no todo» que sería propio de lo femenino, puede incidir en la formación de los colectivos? ¿O el «no todo» es el margen incalculable de todo colectivo? ¿Ese margen de libertad, donde podemos inscribir de manera contingente la posibilidad de preservar la «reserva» propia de cada uno en el seno de todo colectivo? Es un interrogante que dejo abierto. En un libro reciente, Phillipe Sollers nos presenta, con su estilo tan particular, una suerte de alegoría irónica del siglo XXI que esperemos


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pueda ser desmentida en ese continente latinoamericano que avanza tan floreciente en la escena del mundo. Concluyo con una cita de este libro: «El descerebrado del siglo XXI cree que el dinero lo puede todo, compra todo, vende todo, explica todo, dice todo. Si es rico, se vanagloria de ello. Si es pobre, se queja. Si está entre los dos, rumia» 8.


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Notas 1

«El nuevo malestar en la cultura. Políticas para un sujeto dividido» (entrevista con Jorge Alemán) en La vida que viene (Seminario Atlántico , 2011) [nota del ed.].

2

El concepto de goce en Freud y luego en Lacan no hace referencia al placer en el sentido usual del término, sino, por el contrario, a la satisfacción de las pulsiones inconscientes, más allá de la voluntad de un sujeto, las cuales pueden y suelen procurar displacer, siendo de hecho una fuente de malestar y sufrimiento [nota del ed.].

3

El concepto de «Lo Real» en Jacques Lacan, que junto con «Lo Imaginario» y «Lo Simbólico» constituyen las tres dimensiones del sujeto, anudadas entre sí, no tiene que ver con lo que comúnmente se entiende por realidad sino que, por el contrario, se refiere a todo aquello que no puede ser simbolizado, que se resiste a la verbalización, pero que en vez de quedar como un resto secundario, se vuelve central, y quizás sea incluso lo más determinante [nota del ed.].

4

Alemán, J., Por una izquierda lacaniana... Intervenciones y textos, Grama, Buenos Aires, 2009; Lacan, la política en cuestión… Conversaciones, notas y escritos, Grama, Buenos Aires, 2010 [nota del ed.].

5

Stavrakakis, Y., La izquierda lacaniana. Psicoanálisis, teoría, política. Fondo de Cultura Económica. Buenos Aires, 2010 [nota del ed.].

6

El concepto de «castración» en Freud hace referencia a una operación en el psiquismo humano en los primeros años por la cual la niña y el niño, cada cual a su modo, se ven forzados a renunciar a un inicial deseo absoluto imposible de satisfacer y que naturalmente acaban por ver insatisfecho; esta renuncia traumática les abre a un «estar en falta» estructural y sustancial, pues es lo que a su vez les permite convertirse en sujetos, sujetos del deseo. No en vano, las disfunciones en el proceso de «castración» son siempre causa de trastornos y patologías diversas [nota del ed.].

7

La autora hace referencia al concepto de «parte maldita» formulado por George Bataille en su célebre obra homónima de 1949 (La parte maldita. Ensayo de economía general). Sustancialmente, esta consistiría en un excedente de energía que produce el ser humano por encima de sus necesidades de subsistencia, en términos materiales y emocionales, y que no podría más que liberar y, de hecho, lograría liberar a través de las múltiples formas del derroche, del gasto material improductivo o de la guerra, dispositivos sociales y simbólicos dispuestos a tales efectos [nota del ed.].

8

«Rumia» en la triple acepción que también en español el verbo rumiar tiene de «masticar por segunda vez, volviéndolo a la boca,... [...]» propio de los animales rumiantes, de «considerar despacio y pensar con reflexión y madurez algo» y también de «rezongar, refunfuñar», abarcando las resonancias producidas, a modo de conjunto, por las diversas y dispares significaciones [nota del ed.].


América Latina, entre el populismo y el institucionalismo

Ernesto Laclau I El objetivo de este ensayo es doble. En una primera parte describiré los rasgos centrales de la problemática teórico-política que he elaborado en el último decenio. Luego, en la segunda parte, intentaré analizar, a la luz de estas categorías, aspectos referentes a los nuevos regímenes nacional-populares que han emergido en Venezuela, Brasil, Argentina, Bolivia, Ecuador y quizás, aunque aún hay muchos interrogantes abiertos, también Perú. Lo que he intentado en mi trabajo teórico es determinar la relevancia para el análisis político de las dos lógicas antagónicas de la equivalencia y la diferencia. Hay lógica de la diferencia cuando las relaciones de combinación entre agentes sociales o institucionales predominan sobre las relaciones de sustitución. Esta distinción procede de la lingüística saussureana e intenta captar las dos formas en que las identidades lingüísticas pueden vincularse entre sí. En un caso se combinan de acuerdo a reglas sintácticas precisas que constituyen el sintagma. En el caso de las relaciones de sustitución no existe esta precisión sintáctica, ya que las identidades lingüísticas se sustituyen las unas a las otras a través de procesos asociativos enteramente abiertos. Si yo digo «una copa de leche» hay un orden sintáctico preciso que no puede ser alterado. No estaría hablando español si dijera «una de leche copa». Pero este no es el único polo del lenguaje. En las relaciones paradigmáticas los elementos pueden sustituirse los unos a los otros en las mismas posiciones estructurales. En la frase mencionada puedo sustituir a copa por botella o por pinta sin que las reglas sintagmáticas de combinación sean alteradas. Esta distinción se planteó originariamente como exclusivamente lingüística, pero pronto se advirtió que tenía un soporte ontológico


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mucho más vasto. Saussure había advertido que es imposible someter las relaciones asociativas a criterios sintagmáticos combinatorios. Y por esos años Freud también comprendió que las reglas de la asociación están sometidas a la acción del inconsciente, que escapa a la rigidez del pensamiento lógico. Freud hablo de condensación y desplazamiento, categorías que muestran una homología casi completa con lo que en el análisis saussureano eran la combinación y la sustitución. Más tarde, Roman Jakobson hablaría de trasladar la distinción saussureana al campo retórico en lo que era para él la distinción crucial entre metáfora y metonimia, que extendió luego al conjunto de las producciones culturales. Lo que hemos tratado de hacer en nuestro trabajo ha sido extender esta distinción básica al campo del análisis político a través del estudio de la polarización que tiene lugar entre la lógica diferencial y la lógica de equivalencia. Las formas en que estas lógicas opuestas se estructuran conducen a dos formas polares en la construcción de lo político, que podemos condensar en la oposición entre institucionalismo y populismo. Tomemos un ejemplo histórico para clarificar la idea. En 1945, Perón planteó que en Argentina la verdadera alternativa consistía en elegir entre Braden, el embajador norteamericano, y Perón. Por un lado, un campo popular, por el otro, la oligarquía apátrida. En cada uno de estos dos polos una mira en dos campos antagónicos. El populismo, cualquiera sea la ideología que lo sustente, da dos elementos diferenciados que comienzan a establecer entre sí un relación equivalencial. Y, como contrapartida, las relaciones sintagmáticas de combinación decrecen. En rigor, las posibles relaciones sintagmáticas de combinación se reducen tendencialmente a solo dos, dictadas por los dos polos de la alternativa. Cuando esto ocurre tenemos populismo casi al estado puro. El populismo es un discurso que tiende a dicotomizar a la sociedad en dos campos antagónicos. El populismo, cualquiera sea la ideología que lo sustente, es siempre un discurso de construcción del antagonismo. El institucionalismo, por el contrario, tiende a hacer prevalecer las relaciones sintagmáticas de combinación sobre aquellas equivalenciales de sustitución.


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Demos un segundo ejemplo. En 1984, durante la huelga minera inglesa, Margaret Thatcher sostuvo que del mismo modo que dos años antes se había ganado en las Malvinas una victoria contra el enemigo externo, ahora había que ganar una contra el enemigo interno. Es decir, que establecía una relación de equivalencia entre los militares argentinos y los sindicatos británicos. Lo que hasta ese momento había sido una posición diferencial perfectamente legítima dentro del complejo institucional británico, era ahora descalificada a través de su asimilación a los que eran percibidos como enemigos del país.

Un populismo de izquierda deberá entrar necesariamente en colisión con el orden existente. Esta es la dimensión que no es tenida en cuenta por los críticos liberales de los actuales regímenes populares latinoamericanos Hay que hacer una serie de precisiones para completar este análisis. En primer término, debe quedar en claro que el populismo no es una ideología sino un modo de construcción de lo político que consiste, como hemos dicho, en trazar una frontera interna sobre la base de la división dicotómica de la sociedad, en dos campos. Pero esto puede hacerse desde las ideologías más diversas. Puede haber un populismo socialista y un populismo fascista. En segundo término, sin embargo, una distinción debe introducirse en el análisis para calificar a esta afirmación general. Si bien es cierto que el populismo puede ser articulado en las más diversas ideologías, hay proyectos ideológicos que son imposibles sin la presencia de la dimensión populista. La razón es que un proyecto de cambio radical de la sociedad va necesariamente a chocar con el orden institucional existente. Las instituciones no son nunca neutrales, sino que son la cristalización de las relaciones de fuerza entre los grupos. Un


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populismo de izquierda deberá entrar necesariamente en colisión con el orden existente. Esta es la dimensión que no es tenida en cuenta por los críticos liberales de los actuales regímenes populares latinoamericanos. Se opone así el institucionalismo al populismo, y se presenta a este como una perversión política destinada a derrumbar el orden institucional.

El ideal de un orden institucional que hubiera eliminado el antagonismo entre los grupos sería el de un mecanismo de relojería que habría sustituido la política por la administración Este argumento carece de toda validez, pues en lo que se funda es en una oposición total entre dos polos, sin ver que populismo e institucionalismo rara vez se dan en estado puro. Lo que ese análisis liberal no tiene en cuenta son fundamentalmente dos cosas: la primera, que el ideal de un orden institucional que hubiera eliminado el antagonismo entre los grupos sería el de un mecanismo de relojería que habría sustituido la política por la administración. Ya Saint-Simon afirmaba en el siglo XIX que es necesario pasar del gobierno de los hombres a la administración de las cosas. Ese fue el lema de todas las élites positivistas. La fórmula del general Roca 1 en Argentina era «Paz y Administración». Y todavía puede verse en la bandera brasileña el postulado de «Ordem e Progreso». En los hechos no hay actuación política posible, ni siquiera la más institucionalista, que pueda tener lugar sin un cierto dejo de populismo. Populismo e institucionalismo son los polos de un continuo en el que una política no puede verificarse sin una mezcla de elementos pertenecientes a ambos polos. Y lo que ocurre del lado del institucionalismo se da también del lado populista. Un populismo que tenga una continuidad mayor que la de explosiones fugaces no puede proponerse simplemente derribar las instituciones, sino que debe transformarlas, y esto requiere construir nuevos espacios públicos, incorporar a nuevos actores que habían estado tradicionalmente excluidos de los ámbitos tradicionales del poder, redistribuir


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la renta no en forma meramente dadivosa sino creando mecanismos que ayuden a la autorganización de las masas. O sea, creando los mecanismos que hagan posible una verdadera democracia participativa. El conjunto de estas intervenciones políticas es lo que se llama lucha hegemónica. Y está claro que esta perspectiva hegemónica implica no solo derribar instituciones existentes sino también crear instituciones alternativas. Hay aquí un último punto que debe ser considerado. Si la crítica liberal al populismo se funda en una visión ingenua acerca de la neutralidad de las instituciones, se da también la crítica opuesta, de corte libertario. La apelación a una democracia de base que reemplazaría el orden existente y se negaría a participar en la disputa por el poder del Estado. Pero el Estado no es tan solo la forma organizativa o el instrumento, como Marx lo pensara, de la clase dominante. Los mismos aparatos del Estado son la sede de conflictos y afirmación de derechos y están en muchos casos ligados a la base de la emergencia de nuevos tipos de subjetividad política. Una política democrática radical debe combinar la participación en la disputa política propia de la democracia parlamentaria con los nuevos complejos institucionales en los que una nueva democracia de base se organice. En este sentido, la experiencia latinoamericana reciente es paradigmática. En todos los casos se ha visto el surgimiento de nuevos actores tales como las comunidades indias en Bolivia, los sem terra en Brasil, las misiones en Venezuela, los piqueteros y las fábricas recuperadas en Argentina, etcétera. Pero estas formas de movilización no han llevado ni a la eliminación de los partidos políticos ni a la participación en la democracia parlamentaria. Al contrario, se ha dado una realimentación mutua de ambos procesos que ha contribuido al fortalecimiento de estas experiencias. La movilización popular en Venezuela durante el golpe de Estado del 2002 fue decisiva para el retorno de Chávez al poder. Pero sin la presencia de Chávez y del sistema de alianzas que desde el poder se estableció con los sectores populares, la protesta social se hubiera disuelto con gran rapidez. Del mismo modo, la presencia de los Kirchner al frente del gobierno dio un nuevo y poderoso impulso a las movilizaciones sociales que habían tenido lugar en Argentina a partir de la crisis de 2001.


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El Estado no es tan solo el instrumento de la clase dominante, como Marx lo pensara. Los mismos aparatos del Estado son la sede de conflictos y afirmación de derechos y están en muchos casos ligados a la base de la emergencia de nuevos tipos de subjetividad política Finalmente, quisiera decir algo acerca de cómo esta serie de categorías se ensamblan en un andamiaje conceptual que permite acercarnos a la comprensión de los procesos políticos que nos ocupan. Las dimensiones decisivas son las que siguen: en primer término, debemos considerar la estructuración interna de una cadena equivalencial. Hasta ahora hemos planteado, por razones de claridad analítica, a la lógica equivalencial como estando simplemente opuesta la lógica de la diferencia. Esto, sin embargo, no es estrictamente así, ya que la lógica equivalencial, para establecerse en primer término, requiere constituirse como una cadena diferencias. Las equivalencias pueden establecerse porque, en el caso del régimen represivo, las demandas diferenciales de los obreros, campesinos, estudiantes, etc., son igualmente negadas por ese régimen. Pero el elemento diferencial continúa actuando en el interior de la cadena. El problema podría formularse del modo siguiente: es perfectamente posible pensar una situación en que las demandas particulares estén tan absorbidas por su particularismo que ninguna cadena equivalencial entre ellas logre establecerse. Este es el caso de lo que Gramsci denomina como clase corporativa. Pero en los casos en que una cadena equivalencial logra establecerse, ella no anula las diferencias. Si este último fuera el caso, no tendríamos equivalencia sino identidad pura y simple. Volviendo al caso lingüístico que mencionamos antes, una relación paradigmática de sustitución entre elementos no anula la identidad de los elementos que se substituyen mutuamente, sino que la presuponen.


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Lo que aquí se da es una pluralidad de posibles situaciones en el interior de un continuo. Puede ser que el elemento diferencial sea tan débil, como es el caso en ciertas poblaciones marginales, que la constitución misma de una identidad colectiva dependa casi enteramente del encadenamiento equivalencia. Pero puede ocurrir, a la inversa, que el encadenamiento equivalencia sea débil, como es el caso en ciertas organizaciones corporativas en cuyo caso la dimensión diferencial prevalecerá. Y hay, desde luego, una gradación de posibles situaciones en el interior de este espectro. En su estudio sobre la psicología de las multitudes Freud señalaba que los procesos de identificación dependen del grado de distancia que se haya establecido entre el yo y el yo ideal. Si este grado es muy amplio, el elemento identificatorio o equivalencial prevalecerá. Y acontecerá lo opuesto si esa distancia es menor. En segundo término, debemos considerar el rol de los significantes hegemónicos en la constitución de la cadena de equivalencia. Este rol surge de la necesidad de significar no solo a los elementos en el interior de la cadena sino también a la cadena como totalidad. Para poder hacerlo, el significante hegemónico, que como todos los significantes procede del interior de la cadena, debe eliminar, o al menos erosionar, los lazos con su particularismo originario. Esto es lo que transforma a los significantes hegemónicos en algo significativamente vacío. Esta es, sin embargo, una vacuidad de un tipo muy especial, ya que proviene no de una pobreza sino de una riqueza de significados. Cuanto más extendida sea la cadena equivalencial, mayor número de eslabones formarán parte de ella pero, por esto mismo, los significantes que signifiquen a esa cadena como totalidad serán necesariamente más pobres. En la mayor parte de los casos esto conduce a dar centralidad al nombre de un líder como punto de aglutinación hegemónica. Aquí encontramos otra de las críticas más frecuentes al populismo, que reside en la afirmación de que esto crea las condiciones para una manipulación demagógica de las masas por parte del líder. Pero este no es necesariamente el caso. Un liderazgo populista efectivo requiere, a la base de su movimiento, la formación de sólidas cadenas de equivalencia que les sostienen al


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liderazgo pero que son producidas por este último. Si el liderazgo pasa a ser autoritario, la autonomía de las cadenas de equivalencia se les debilita y esto representa no el momento de consolidación sino, por el contrario, de declinación del populismo. Debemos ahora aproximarnos a la situación latinoamericana a partir de esta perspectiva analítica. II En un conocido pasaje de su obra, C. B. McPherson se interroga acerca de los vínculos históricos entre liberalismo y democracia y señala que a comienzos del siglo XIX en Europa el liberalismo era una forma perfectamente respetable de organización política, en tanto que la democracia, identificada con el jacobinismo y el gobierno de la turba, era un término peyorativo, como hoy lo es populismo. Fue luego necesario todo el largo

En América Latina no se logró nunca la fusión entre lo liberal y lo democrático que se produjo en la Europa del siglo XIX. Esta es la tesis que quiero proponer proceso de revoluciones y reacciones de ese siglo para que se llegara a establecer un equilibrio, si bien inestable, entre ambos conceptos y que comenzara a hablarse de lo liberal/democrático como de una forma política unificada. La tesis que quiero proponer es que esa fusión entre lo liberal y lo democrático no se logró nunca en América Latina. Esto se explica, en buena medida, por las peculiaridades del proceso de constitución del Estado en el continente. Mientras que en Europa los parlamentos fueron instituciones enfrentadas con el absolutismo monárquico, en América Latina el Estado liberal fue la forma política típica a través de la cual se estableció la hegemonía de las oligarquías terratenientes locales o regionales. Había en América Latina elecciones y división de poderes, pero los mecanismos clientelares estaban en la base del funcionamiento político.


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Piénsese en el coronelismo 2 de Brasil como caso típico, pero el fenómeno se repite, con pocas variaciones, en todos los países del área. Liberalismo y poder parlamentario tendían, así, a identificarse con poder oligárquico. Ese poder oligárquico era altamente impersonal y se difundía a través de instituciones tales como las organizaciones de terratenientes y comerciantes, la judicatura, la prensa controlada por las grandes corporaciones, las academias y las universidades. En un país como Argentina, por ejemplo, el voto, en las décadas sucesivas a la organización nacional, estaba controlado por redes clientelares locales o barriales con las que los candidatos en las elecciones debían negociar para ser elegidos. Esto explica que, cuando a comienzos del siglo XX, como resultado del desarrollo económico comienzan a expandirse las clases medias y populares, su forma de expresión política revistiera un carácter populista que, en muchos casos, se enfrentaba abiertamente con el poder parlamentario. Fue así que se dio un divorcio creciente entre el Estado liberal y las demandas democráticas de las masas. El proceso, sin embargo, no fue unilineal. Podemos señalar al respecto dos grandes etapas. En la primera no se pone en cuestión el Estado liberal como tal sino que se tiende a su democratización interna. El proceso es liderado por reformadores de clase media que vemos surgir en la mayor parte del continente. Es Batlle y Ordoñez en Uruguay, Irigoyen en Argentina, Alessandri Palma en Chile, Ruy Barbosa en Brasil 3. El modelo económico que acompañó a estas experiencias seguía siendo la economía agroexportadora, pero se tendía a la redistribución de la renta sobre la base de la reforma del sistema político. La Ley Sáenz Peña en Argentina, por ejemplo, estableció el voto universal, secreto y obligatorio e hizo así posible el acceso del radicalismo al poder. Si volvemos ahora a las categorías teóricas que antes definiéramos, estas transiciones conducen a la expansión de nuevas cadenas equivalenciales. Si en el periodo de la hegemonía oligárquica el poder clientelístico se fundaba en lógicas diferenciales y personalizadas, los nuevos fenómenos propios de una democracia de masas se fundan en la expansión de cadenas equivalenciales entre nuevas demandas que amplían considerablemente la esfera pública.


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Y, conjuntamente con estas cadenas equivalenciales, se da su correlato obligado, que es la estructuración de las mismas a través de la figura de un líder que interpela a las masas por afuera y encima de los mecanismos tradicionales de poder. Este es un rasgo específicamente latinoamericano. La experiencia de la democracia se liga a un presidencialismo fuerte, en tanto que la defensa del poder parlamentario ha sido la forma más habitual de abrir el camino a una restauración conservadora. El caso del enfrentamiento en Chile entre el presidente Balmaceda y el Congreso en la llamada revolución constitucionalista de comienzos de los 1890 es un ejemplo temprano de una experiencia que había de repetirse en varias latitudes en las décadas siguientes. Esto es lo que hace tan difícil a los observadores europeos juzgar a los regímenes nacional/populares latinoamericanos actuales. Basados en la experiencia de Europa, tienden a identificar el personalismo de los líderes con el autoritarismo, sin ver que es ese mismo personalismo el que es condición de una profundización del proceso democrático. En una segunda etapa, sin embargo, lo que comienza a cuestionarse no es tan solo la redistribución retrógrada de la renta sino el propio modelo de una economía agroexportadora. Esta es la etapa dominada económicamente por lo que se ha llamado sustitución de exportaciones y que domina las décadas subsiguientes hasta comienzos de los años treinta [del siglo XX]. Esta es también la etapa en que la oposición entre liberalismo y democracia se hace sentir con más fuerza. En muchos casos la forma política que acompañó a la democratización del poder político fueron dictaduras militares nacionalistas, que hacen pensar en los pronunciamientos españoles del siglo XIX. El poder militar strictu sensu fue, sin duda excepcional, pero la coalición de fuerzas de los nuevos regímenes populistas incluía, como componente esencial a las fuerzas armadas. Los casos del peronismo y del varguismo 4 son los más notorios pero también pueden señalarse el del primer ibañismo 5 en Chile y el del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) en Bolivia. Si pasamos ahora a considerar la reversión de este proceso en la última década por parte de los nuevos regímenes nacional-populares


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que han emergido en Brasil, Venezuela, Bolivia, Ecuador y Argentina, podemos apuntar a tres rasgos distintivos: el primero es la constitución y movilización de nuevos actores sociales. En todos los casos, lo que hemos denominado democracia de base ha ocupado un rol preponderante. Para citar tan solo un ejemplo, en Venezuela la compañía estatal de petróleo, la PdVSA, se ha comprometido a distribuir una parte sustancial de la renta petrolera, en el plan denominado «Sembrar el petróleo», a las comunidades autónomas llamadas misiones, que organizan sus propios

Ninguno de los regímenes nacional-populares

de América Latina ha puesto en cuestión la democracia formal. El régimen venezolano, sobre el cual se han acumulado más las sospechas de deriva autoritaria, ha sido escrupulosamente respetuoso con el sistema electoral y con sus resultados programas. Misiones tales como Barrio adentro (para la salud), Milagro (para la práctica oftalmológica), Sucre (para las becas) y muchas otras, han recibido de PdVSA más de 6,9 billones de dólares. Este momento de autorganización comunitaria se repite a lo largo del continente y constituye un primer rasgo distintivo de las nuevas democracias de la región. Un segundo rasgo distintivo es que las nuevas democracias no preconizan las organizaciones de base en oposición a la vía parlamentaria, sino que son complementarias de esta última. Ninguno de los regímenes nacional-populares de América Latina ha puesto en cuestión la democracia formal. Las sospechas acerca de la posible deriva autoritaria de estos regímenes son enteramente infundadas. El régimen venezolano, sobre el cual se han acumulado más esas sospechas, ha sido escrupulosamente respetuoso con el sistema electoral y sus resultados (ha ganado las elecciones regularmente y, cuando perdió un referéndum, aceptó la


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decisión popular). Las afirmaciones referentes a la amenaza a la libertad de prensa carecen también de fundamento. En Venezuela la mayoría de los medios (diarios, televisiones, etc.) son controlados por la oposición. Y en cuanto a la revocación de la licencia al segundo canal de televisión más importante, el RCTV, lo que se omite decir es que ese canal había apoyado abiertamente el golpe de Estado del 2002. Como un periodista norteamericano escribió, ¿puede uno imaginarse lo que hubiera ocurrido en los Estados Unidos si el Washington Post hubiera llamado a un golpe de Estado? Podemos, en general, decir que el hiato entre liberalismo y democracia que había caracterizado a la historia del continente desde el siglo XIX se está cerrando. No hay amenazas a las formas liberal-democráticas por parte de los regímenes nacional-populares. Un tercer rasgo de las nuevas democracias latinoamericanas es el componente populista. En el continuo entre institucionalismo y populismo que antes señaláramos, la balanza se inclina claramente en la dirección populista. La razón es clara: en la medida en que nuevas demandas y actores sociales resultan inadecuados o insuficientes para expresarlos y formas de identificación personal con un líder pasan a ocupar un lugar central. Los significantes vacíos o hegemónicos son la forma de identificación sustitutiva a la dispersión inmanente dentro del aparato institucional heredado. Todos estos rasgos constituyen un tipo sui generis de organización democrática, distinto del parlamentarismo europeo, pero también del presidencialismo de tipo norteamericano. Si hubiese que caracterizarlo de algún modo, creo que habría que comenzar a hacerlo refiriéndose a la lógica inherente al proceso de representación. En otros trabajos he señalado el error consistente en sostener que una buena representación política es aquella que se mueve, unilateralmente, de la voluntad del representado, que sería una fuente absoluta, a un representante que sería simplemente la correa de trasmisión de esa voluntad. Esta visión es inadecuada por dos motivos. Primero, porque la tarea del representante no consiste tan solo en trasmitir algo previamente elaborado, sino en interpretar esa voluntad en un terreno distinto de aquel en el que ella se constituye. Y, segundo, porque la voluntad inicial dista mucho de ser


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clara y transparente, y se clarifica a sí misma a través del proceso mismo de la representación. En América Latina esta complejidad del proceso representativo puede percibirse en status nascens. La dualidad democracia de base/democracia parlamentaria apunta a la imposibilidad de cualquie sistema institucional de vehicular, a través de sus formas, al conjunto de las demandas sociales. Pero estas últimas tampoco pueden existir en el vacío, enteramente al margen de las instituciones. La tensión entre estos dos momentos es la condición misma de la coexistencia democrática. Y, por último, esta tensión se cristalizará en formas de identificación hegemónica en las que la imposibilidad de una sutura última en el terreno de la inmanencia social encontrará su contrapartida en la trascendencia de un significante vacío.

Notas 1

Julio Argentino Roca, presidente de Argentina, 1880-1886, 1989-1904 [nota del ed.].

2

El coronelismo es un fenómeno clientelar que existió en Brasil entre la proclamación de la República (1889) y la Revolución de 1930. Se inicia en el plano municipal, ejercido como hipertrofia privada (la figura del coronel) sobre el poder público, y tiene como caracteres secundarios el fraude electoral y la desorganización de los servicios públicos [nota del ed.].

3

José Pablo Torcuato Batlle Ordóñez, presidente de Uruguay,1903-1907 y 1911-1915; Hipólito Irigoyen, presidente de Argentina, 1916-1922 y 1928-1930; Arturo Fortunato Alessandri Palma, presidente de Chile, 1920-1925, 1932-1938; Ruy Barbosa de Oliveira, escritor, jurista y político brasileño [nota del ed.].

4

El varguismo es una ideología populista que se generó en Brasil alrededor de la figura de Getúlio Vargas, que fue cuatro veces presidente del país (1930–1934, 1934–1937, 1937–1945, 1951–1954) [nota del ed.].

5

El ibañismo es un fenómeno populista chileno que denomina a los partidos y movimientos políticos que sentían inspiración y eran partidarios de la persona de Carlos Ibáñez del Campo, presidente de Chile de 1927 a 1931 y de 1952 a 1958 [nota del ed.].



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Iván de la Nuez I En el origen del primer experimento, Sartre... Estamos a principios de 1960 y el filósofo francés recorre la isla de Cuba durante algo más de un mes. Se encuentra varias veces con Fidel Castro y, en aquel tiempo, con sus jóvenes ministros. Visita fábricas y cañaverales. Se detiene en tertulias y en fondas. Indaga en las marcas de los coches y escucha las inquietudes de los intelectuales cubanos. También es recibido por el Che Guevara en su despacho y coincide con él en la tribuna mientras Fidel Castro da un largo discurso. Se trata de la despedida de un duelo. Un acto multitudinario en homenaje a las víctimas de la voladura del barco francés La Coubre en el puerto de La Habana. Sartre es fotografiado por Alberto Korda junto a los demás invitados de la tribuna. A escasos metros suyos, tiene lugar La Foto. Esa imagen del Che que se convierte en la fotografía más reproducida del siglo XX. Al final, Sartre escribe un libro sobre su experiencia: Huracán sobre el azúcar. Allí cree haber encontrado, ¡por fin!, la «revolución sin ideología». Equidistante, así piensa o desea, de Estados Unidos y la Unión Soviética. Desde entonces, una nutrida tropa de filósofos, músicos, novelistas, poetas, cineastas y hasta teólogos convierten a esa isla del Caribe en el destino particular de sus fantasías revolucionarias, la encarnación de su sueño redentor o la terapia ideal para colocar en otro sitio —pintoresco y lejano— su desasosiego con el malestar de la cultura en Occidente. Ni la revolución bolchevique que ilusionó a John Reed, ni el México revolucionario por el que se fascinaron André Breton o León Trotski, ni


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la China del comrade Mao, loada por John Lennon o Andy Warhol, alentaron semejante pasión durante tantas décadas.

En ese mundo en el cual la democracia se ha convertido en una máquina perfecta para decir continuamente ‘no’ en nombre del consenso, los cubanos, según los ideólogos del Laboratorio de la Revolución, bien podrían ahorrarse el tortuoso camino de pasar por ella En ¿Revolución en la Revolución? un joven Régis Debray encuentra en la teoría del foco guerrillero la panacea de una posibilidad no estalinista para la revolución mundial. En Cuba, la película de Richard Lester (el mismo director de los Beatles en A Hard Day’s Night o Help), el superespía Robert Dapes, interpretado por Sean Connery, duda de su misión —matar a Fidel Castro en plena Sierra Maestra— ante la fusión de una inevitable pasión amorosa con el ya evidente fracaso de la tiranía de Batista. Algo similar ocurre en Habana, de Sydney Pollack, donde un maduro galán creado por Robert Redford se precipita en la órbita revolucionaria, siempre en tórrida mezcla con el juego, la disponibilidad orgiástica de las cubanas y la seducción de la bella heroína de la película (Lena Olin). Es más reciente el éxito global de Buena Vista Social Club, bajo la égida de Ry Cooder y el colofón de Wim Wenders, si bien Santiago Auserón o David Byrne se habían lanzado antes a hurgar en la música cubana con una perspectiva contemporánea más expedita y un registro intelectual más abarcador… A diferencia de las islas o ciudades imaginarias de Moro, Bacon, Campanella o Erasmo de Rotterdam, la izquierda intelectual encuentra en Cuba el laboratorio perfecto de «su» revolución: una isla lejana pero real, un paraje exótico pero occidental, un líder autoritario pero carismático; semejante a aquel rey Utopo, fundador de ese mundo tan tenebrosamente perfecto que fue Utopía.


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En las obras maestras de la rapsodia roja de la Revolución encontramos cuatro constantes: confirmación, celeridad, distancia y discriminación. Confirmación de una revolución triunfante allí donde otras fracasaron. (A Manuel Vázquez Montalbán le gustaba decir de la cubana que era la Revolución que su generación no había sido capaz de realizar.) Celeridad por el poco tiempo invertido para dictaminar y ser portavoces de procesos complejos, despachados con rapidez y urgencia en semanas o días. (Sartre —que no llega a los dos meses— es uno de los que más tiempo ha pasado en la isla para escribir su obra sobre la Revolución.)

Las últimas obras de Robert Kaplan, Francis Fukuyama y otros profetas del neoliberalismo son explícitas al respecto: la democracia no es un buen destino para ciertos países —China o regiones de África, sin ir más lejos—, pues las inversiones de capital necesitan de la seguridad que obtienen allí donde la mano dura de las dictaduras actúa como su garante fundamental Distancia por la seguridad de saber a resguardo su pasión revolucionaria desde las desiguales pero permisivas democracias occidentales. (Al final, en medio del capitalismo más feroz, siempre ha habido un hogar a resguardo donde continuar, con el océano de por medio si fuera necesario, la defensa de la Revolución desde la lejanía.) Discriminación por el invariable segundo plano de las voces cubanas, que casi siempre han ocupado el lugar de los figurantes. (Como si los nativos estuvieran destinados a poner las prácticas y los intelectuales del primer mundo las ideas; los cubanos el sabor, y ellos el saber.) Para el Laboratorio de la Revolución, Cuba no es solo Cuba. Es «algo más». Entre otras cosas, la coartada para criticar a un mundo ordenado bajo los signos del mercado y, por extensión, los males del capitalismo


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(que es el capitalismo todo). En ese mundo, en el cual la democracia se ha convertido en una máquina perfecta para decir continuamente «no» en nombre del consenso, los cubanos, según los ideólogos del Laboratorio, bien podrían ahorrarse el tortuoso camino de pasar por ella.

Lentamente, se va tejiendo una cultura de servicios —Jameson podría llamarle ‘la lógica cultural del turismo tardío’— que parece regresarnos no ya al Sartre del laboratorio revolucionario, sino a ‘Nuestro hombre en La Habana’ Este desprecio por la democracia formal no le pertenece en exclusiva a la izquierda. Para los países del Este, aunque también para China, el sistema de la democracia liberal ha primado a los consumidores antes que a los ciudadanos (traicionando, de paso, lo que esa propia gente que derribó los muros y las fronteras esperaba de Occidente). Las últimas obras de Robert Kaplan, Francis Fukuyama y otros profetas del neoliberalismo son explícitas al respecto: la democracia no es un buen destino para ciertos países —China o regiones de África, sin ir más lejos—, pues las inversiones de capital necesitan de la seguridad que obtienen allí donde la mano dura de las dictaduras actúa como su garante fundamental. Henry Kissinger fue un adelantado a todo esto, y no se puede olvidar que el neoliberalismo se implantó, en el Cono Sur, desde el fascismo. Así, al despreciar la democracia, la izquierda olvida un dilema muy serio: capitalismo y democracia no son necesariamente sinónimos. Especialmente en estos últimos tiempos, donde la mezcla de Coca-Cola con Tiananmen ha conseguido un cóctel que algún día, con el eufemismo habitual, se llamará China Libre… En los últimos años, una pasión vintage parece adueñarse de la situación. Y el entusiasmo inicial de los años sesenta por el futurismo de la Revolución ha dado paso a una insufrible fascinación por el exotismo


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de los coches norteamericanos de los años cuarenta y cincuenta, así como la recuperación de los motivos rurales sobre los urbanos, de los ancianos sobre los jóvenes, del pasado sobre el futuro… Lentamente, se va tejiendo una cultura de servicios –Jameson podría llamarle «la lógica cultural del turismo tardío»— que parece remitirnos no ya al Sartre del laboratorio revolucionario, sino directamente a Nuestro hombre en La Habana (novela de Graham Greene, película de Carol Reed). Esa absurda trama detectivesca, donde la Revolución es apenas algo que se intuye en el ambiente, y el cubano, maraca en mano, siempre aparece dispuesto a lo que sea por ganarse unos dólares. Así Fidel, esa hagiografía en la que el arrobamiento de su director, Oliver Stone, por Fidel Castro se ve traicionado por la distancia entre los pasos del líder y la música que lo acompaña. Además de los cuadros particularmente bucólicos en la pared de su despacho —paisaje de la serie Inundaciones de Tomás Sánchez, paisaje barroco de René Portocarrero, paisaje naif del campo cubano—, el sonido que acompaña toda la película es anterior a la Revolución: el Trío Matamoros, Rita Montaner, Celia Cruz y la Sonora Matancera… Ni Nueva Trova, ni rock cubano, ni la «timba» feroz de los nuevos salseros. Tampoco, por supuesto, el ácido argumento con que los raperos más recientes han cantado a las contradicciones cubanas de hoy. Uno intuye, entonces, que la banda sonora del Laboratorio de la Revolución se ha agotado. Y que el sentido contrario, el advenimiento de la revolución del laboratorio, acaso pasa por la transformación de la rapsodia en rap… II Es el año 1992 y múltiples celebraciones —junto a múltiples polémicas— sellan la entrada de América Latina en la Era Global. En Düsseldorf y en Manhattan. En Sevilla y en toda feria que festejara —y fueron muchas— el V Centenario de la conquista y/o colonización de América. También llamado Encuentro de las Dos Culturas o Doble Descubrimiento... Es un momento de júbilo y crítica acérrima, en el que la imagen latinoamericana opera como un comodín de los designios globales. Un plato


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para sibaritas del exotismo y para posmodernistas. Para los estudios poscoloniales y para próceres del New Age. Para ensalzar las tareas interrumpidas de la emancipación y para mitigar a los eufóricos del fin de la historia. Esta vez, las claves no descansan en la reproducción, como ocurrió con la cultura oligárquica de los treinta. Ni en la confrontación, como sucedió con la izquierda cultural que hizo dominante su Laboratorio de la Revolución en los sesenta y setenta. Corresponde a la apropiación jugar sus bazas para dialogar o enfrentarse, según el caso, con la cultura occidental. El regreso de Calibán resulta útil, pero no con las viejas maneras. La política, esta vez, no es continuada por la guerrilla sino por la estética. Entre el cuerpo muerto del Che Guevara y el cuerpo renacido de Frida Kahlo, asumido por el multiculturalismo norteamericano a partir de 1990, Occidente desata su pulsión por nuevas «experiencias periféricas» (eróticas, místicas, artísticas), como una manera de revitalizarse a sí mismo. A la altura de 1992, las variables posmodernas permiten a América Latina entrar con un vigor renovado en las polémicas acerca de la identidad, el multiculturalismo y la modernidad. Sea a partir de su condición de extremo de la cultura occidental (como argumenta Octavio Paz), de su situación excéntrica con respecto a esa cultura (Carlos Fuentes), de su revancha periférica como copia sublevada contra el «original» (Nelly Richard); incluso como posibilidad utópica ante la racionalización creciente de la modernidad (Aníbal Quijano). En estos debates —tan intensos como difíciles de generalizar— hay quien presagió, con cierta desmesura, el fin de la cultura occidental a causa de las irrupciones periféricas. Una especie de inversión latinoamericana del fin de la historia esbozado por Francis Fukuyama. Dentro de las controversias que debaten la cultura latinoamericana durante esos días, una tendencia despacha las tesis binarias de los sesenta, que reafirmaban «lo latinoamericano» por oposición al mundo occidental, especialmente a Estados Unidos. Tesis fundamentadas en una suerte de identidad por negación («somos todo lo que nuestro enemigo no es»), y portadoras de eso que Nelly Richard llamó «el síndrome acomplejado de la periferia», o lo que Roberto Schwartz ha localizado como un «nacionalismo por sustracción».


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Mediante las nuevas cartografías, Latinoamérica deja de ser comprendida exclusivamente desde el diferendo Norte-Sur, pues su presencia al norte de El Paso es una reconquista de baja intensidad a la que se le prevén enormes consecuencias. Macondo pasa de ser una geografía local y condenada a una cartografía global y extendida. De una posibilidad fatalmente renegada a una alternativa estéticamente rentable. Expandido a Manhattan y Los Ángeles, París y Amsterdam, Madrid y a Düsseldorf, Macondo comienza a poblar la tierra entera…

El subcomandante Marcos aparece como un arquetipo propicio para esta crítica cultural, embelesada ante una guerrilla incruenta (‘la guerrilla posmoderna’, según se ha proclamado) que lanza sus mensajes por Internet, recicla el pasado en el presente y se enfrenta por igual a otros paradigmas sociales y culturales —la oligarquía o Cantinflas, Wall Street o ‘El laberinto de la soledad’ Para la izquierda cultural aferrada a la modernidad y al sueño incompleto de la vanguardia, no escapa el detalle de que lo latinoamericano es, también, occidental. Pero algo más desalienado y «humano». Asumirlo es, de muchas maneras, ejercer una crítica cultural en toda regla a las paradojas de la modernidad, tan acentuadas en América Latina, donde la cultura ha aprendido a actuar con alguna eficacia dentro de las tensiones entre urbanismo y marginación, emancipación y autoritarismo, racionalidad y espiritualidad. En 1991, el crítico marxista Fredric Jameson reedita en Estados Unidos el libro Calibán, un ensayo radical publicado veinte años antes por


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Roberto Fernández Retamar. Con este gesto Jameson repite frente al posmodernismo lo que ya Sartre había experimentado con la revolución cubana: se apropia de un discurso «periférico», pero no tanto para ejercer la crítica al interior de América Latina, sino para utilizarlo en su particular querella con los posmodernistas norteamericanos y lo que él comprende como la «base económica» de su estética: el neoliberalismo. Otro ejemplo de cómo lo latinoamericano interviene, desde lejos o a destiempo, en las polémicas de los centros culturales, lo encontramos en una fracción del multiculturalismo, que propicia el reciclaje de intelectuales provenientes del radicalismo anterior. Ahora, estos han encontrado la forma de pasarse al indigenismo, el posmodernismo o la crítica de género, y canalizar culturalmente la radicalidad política de otros tiempos. El subcomandante Marcos aparece como un arquetipo propicio para esta crítica cultural, embelesada ante una guerrilla incruenta («la guerrilla posmoderna», según se ha proclamado), que lanza sus mensajes por Internet, recicla el pasado en el presente, y se enfrenta por igual a otros paradigmas sociales y culturales — la oligarquía o Cantinflas, Wall Street o El laberinto de la soledad. Pero no todo en el V Centenario se escora a la izquierda. La bienvenida a América Latina tiene también un componente neoconservador de no poca importancia. Al tratarse de una cultura en la que abundan las tradiciones y la religiosidad, resulta adecuada para esas ideas que pretenden recuperar la «espiritualidad de Occidente». Sobre todo si tenemos en cuenta que algunas de sus corrientes apelan con frecuencia al lugar del origen y la permanencia del pasado, elementos inherentes a la manera neoconservadora de entender el mundo. Muchas de estas ideas neorigenistas —una adaptación de Arguedas para la posmodernidad— aparecen, para estas tendencias, como una utopía al revés, que ubica su realización en un lugar del pasado (incontaminado y perdido) que es preciso recobrar. Un pasado perpetuado en el presente y gobernante de sus actos. Para los posmodernistas, la cultura latinoamericana ofrece una posibilidad descentrada que subvierte la occidentalización de la aldea global. Ahora, a contracorriente, estas inserciones pueden conseguir que el


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globo se nos vuelva aldeano. Irene Herner o Jean Franco se refieren, entonces, a la entronización de Frida Kahlo en Estados Unidos —toda una ironía si tenemos en cuenta que el último acto público de la artista fue, precisamente, una protesta por la invasión de ese país a Guatemala en 1954—, o a la importancia del consumo cultural por los turistas. Museos, iglesias y amplias zonas arqueológicas latinoamericanas permiten la fusión entre arte y turismo, con todo lo que uno puede imaginar que ocurre después de estos intercambios. El caso es que las formas de consumo global planteados por el propio Lyotard se ven invertidas y pronto comienza a consumirse «a lo latinoamericano». Lo mismo un póster de Frida Kahlo en Nueva York que unas fajitas de carne en la cadena McDonald´s. Durante estos años, además, se ha reactivado la diatriba habitual que ha planeado sobre la cultura latinoamericana durante todo el siglo XX, aquella que sitúa a esta cultura ante una agónica elección entre Europa y Estados Unidos. Como un Calibán —el arquetipo de la barbarie— obligado a escoger entre el pragmático Próspero (Estados Unidos) y el espiritual Ariel (la alta cultura europea), a sabiendas de que los dos caminos pueden resultarle fatales. Pero si en los sesenta la tendencia indicó un movimiento hacia Europa —el Sartre fundador del Laboratorio de la Revolución llegó a proponer el «afrancesamiento» como una alternativa antiyanqui—, ahora el péndulo ha basculado hacia Estados Unidos. Tanto por la fiebre multiculturalista allí imperante como por el hecho de que unos treinta millones de latinos, «por debajo», y el Tratado de Libre Comercio, «por arriba», se han encargado, para bien y para mal, de romper la frontera entre las dos Américas. Lo que no consiguieron militarmente las guerrillas en los sesenta, está ocurriendo culturalmente —refrendado por el apogeo del mercado— en las vísperas del nuevo milenio. III Es el momento de entrar en el siglo XXI y volver al impacto seminal de aquellos días de 1960. Y a aquella foto de la que Sartre fue testigo y que no ha dejado de planear, de manera ubicua, por cualquier plaza del mundo.


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Estamos en el Año 2000 y el fotógrafo brasileño Vik Muniz practica una apropiación muy curiosa de la famosa imagen del Che Guevara. Para conseguir su propósito, esparce sobre una superficie neutra un potaje de frijoles enlatados a los que va dando pacientemente una forma idéntica a la foto de Korda (rostro, boina, melena, barba). Solo entonces, sobre este «nuevo Che», Vik Muniz realiza su foto. Entre el primer rostro de Che Guevara —listo para la santidad y la veneración— y el nuevo rostro dispuesto por Vik Muniz, América Latina ha cambiado su imagen y su cartografía. Impera la necesidad de leerla bajo otras coordenadas. Así, el rostro del Che de Vik Muniz es el de la diseminación de las experiencias latinoamericanas. El rostro de las numerosas guerrillas y de los diversos ejércitos, el de los territorios controlados y los estados fuera de control, el que inunda a Estados Unidos mediante balseros y espaldas mojadas, y el que trafica sus armas no ya para la revolución, sino para el narcotráfico, los paramilitares y la represión desde el caos. El de las telenovelas como seña de identidad y diseño de «interiorismo», el de los distintos futuros y el del pasado que se resiste a habitarlos. El rostro, en fin, de la mitología cotidiana de unos pueblos que les recuerdan a sus héroes, desde el altar de las utopías en las que se petrifican, que hoy por hoy no hay proyecto posible si antes no pasa por la realidad de los frijoles. No es casual que Luiz Inácio «Lula» da Silva, brasileño como Vik Muniz, haya comenzado su proyecto por el hambre. Toda una lección para la perspectiva liberal de los derechos humanos, de la misma manera que arribar al poder desde las elecciones es una lección para los viejos revolucionarios latinoamericanos, que despreciaban la política formal de la democracia. Lula ha postergado cualquier utopía obsesionada por llevar al país del cero al infinito ante la inaplazable batalla por reducir el hambre del infinito a cero. Se trata de una América Latina cuyas relaciones con Estados Unidos no puede decirse que hayan ido a mejor —de hecho, en muchos sentidos son peores—, pero antes que en la OEA, el TLC, la ONU o cualquiera de las numerosas siglas que componen el diálogo de sordos de sus políticos,


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estas relaciones se discutirán mejor en cualquier fritanga de New Jersey o Caracas, Los Ángeles o Ciudad de México, La Habana o Miami. Desde esos ámbitos, se nos recuerda cada día, y cada noche, que si Norteamérica conquista hacia el sur a gran magnitud, es también reconquistada desde allí en continuas e inevitables escalas. Esa desfachatez es propia de unas culturas que no sitúan su horizonte en el paraíso, pues hace mucho tiempo han sido expulsadas de él. El rostro de Vik Muniz ha retomado el antiguo llamado de Calibán, pero consigue activarlo de otra manera en la autoproclamada crisis de Occidente; en esa desilusión de Próspero sobre sí mismo. En ese sentido, podríamos leerlo también como una crítica al arsenal de exotismos y tópicos con los que hoy se suele despachar a la cultura latinoamericana, tan propios de esa voracidad por sus márgenes que cada cierto tiempo padece la cultura occidental. Si en los años sesenta, para la cultura revolucionaria de aquella época, el futuro aparecía como el único folclore posible, ahora, con operaciones como las de Wim Wenders, Ry Cooder o la enorme tropa de antólogos, curators y demás latinoamericanistas de ocasión, el folclore parece haber devenido como único futuro posible. Afortunadamente, como en la propia estrategia guevarista de crear «dos, tres, muchos Vietnam», ahora puede decirse que hay dos, tres, muchas Américas, y que sus destinos tienen que ver mucho más con las intensidades de una discoteca del Harlem hispano que con la OEA, más con las telenovelas que con las novelas idílicas de unos escritores que una vez tuvieron el dudoso privilegio de haber fundado un subgénero como la «novela del dictador». Así, el Che Guevara de Vik Muniz no se juega sus destinos desde posiciones trágicas y detonantes sino mediante líneas sutiles y ambiguas. No es la estrategia primigenia de «Sí o No», «Norte o Sur», «Patria o Muerte», «Nosotros o los Otros», sino unas prácticas mucho más ambiguas e imprecisas que incluyen «lo uno y lo otro». En tales dinámicas, la cultura visual actual, siendo individual, es tremendamente latinoamericana. Solo que no por la voluntad de representación tan propia de los intelectuales orgánicos de generaciones precedentes, sino por el trazado menor de una experiencia jugada cada día


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en el límite de lo posible: cubanos que viven en Miami, mexicanos que viven en Los Ángeles, argentinos que viven en México, centroamericanos que basculan entre Europa y Brasil, así está conformado el itinerario de los nuevos latinoamericanos. Calibán ha dejado de atormentarse, como en décadas anteriores, escogiendo siempre entre Próspero y Ariel. Ahora son posibles todas las variantes y en un punto dado, cuando ya es imposible derrotar al enemigo, todo está permitido, incluso dormir con él. Superpoblada de desgracias y de héroes, expoliada por una potencia que ha funcionado, además, como el muro de las lamentaciones de sus corruptas y autoritarias políticas, fracasados sus experimentos conservadores y socialistas, liberales y neofascistas, América Latina que emana de la imagen de Muniz ha dejado a sus héroes entretenidos en la construcción de la utopía, mientras que sus pueblos se dedican a la no menos heroica tarea de conseguir los frijoles del sustento diario. Esto es lo que significa pasar del Laboratorio de la Revolución a la Revolución del Laboratorio: el salto imprescindible del estereotipo a lo posible. América Latina del siglo XXI, de la era global y la explosión hacia fuera (Estados Unidos, por ejemplo) y la implosión por combustión interna (México, pongamos por caso), ha decidido situar los frijoles en el rostro mismo de los sueños. Impedida de invadir el tiempo (hacia el futuro), ha decidido invadir el espacio (especialmente hacia el norte). La foto de Korda representaba un Che distante y ya canonizado de antemano, mientras que la foto de Muniz nos expresa, desde su propia paradoja, un ente aún más humano. El primer rostro del Che dictaba, hablaba, daba órdenes. El segundo rostro del Che no es tan importante por lo que pueda decirnos, sino por su capacidad para escuchar las cosas que los latinoamericanos del siglo XXI tengan que decirle a él… IV Decirle, por ejemplo, que en cuanto alguien se dispone a hablar —o actuar— en nombre de América Latina, es el momento justo de encender las alarmas y ponerse a resguardo. De ponerle filtro a la retórica que


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acompaña el empeño. Con su abanico de coartadas, su ontología fuera de escala, y su sobredosis de mesianismo. Elementos inflamables, todos ellos, del combustible que ha alimentado a cualquier tipo de experimentos: oligárquicos y liberales, marxistas y neoliberales, tiránicos y parlamentarios, guerrilleros y paramilitares, mitológicos o apocalípticos (la Atlántida no suele andar muy lejos). Casi siempre, pasados unos y otros por el tamiz del populismo: estilo idóneo para gobernar desde todas las ideologías (y desde la ausencia de toda ideología). A la hora de tomar precauciones, guarecerse, ajustar sonido, los proyectos políticos no son los únicos a tener en cuenta. Los modelos culturales no han quedado rezagados a la hora de colocar los templos. El barroco y el boom, el modernismo y la antropofagia, Ariel y Calibán, el posmodernismo y la utopía. No es cuestión de negar a ultranza los aportes —algunos formidables— de estas corrientes. (Incluso los clichés del turismo cultural aportan lo suyo). Pero sí es momento de prevenir sobre el hecho, constatable, de que eso que entendemos por América Latina, en cualquiera de sus variantes, se ha cobijado en un lenguaje eufemístico y una pretensión de unidad que muchas veces no ha hecho otra cosa que reproducir un ademán colonial. A fin de cuentas, «lo latinoamericano» no deja de ser un relato, lo que no quiere decir que sea, necesariamente, una ficción. Desde el Mapa de Borges o La Mancha de Fuentes (ambos emplazados sobre el territorio), ha primado un dibujo previo, un pre-juicio, donde el modelo ha fagocitado a sus seguidores. (Acaso ahí se encuentren los orígenes de tantas decepciones). Ese rapto no ha sido una tarea exclusiva de los autóctonos. Es larga la historia de las «apropiaciones» externas, desde los tiempos de la Conquista hasta hoy mismo. En estas, cuando ha mandado la prisa de, pongamos, algún curator desaprensivo, o un crítico a la caza del exotismo, entonces el secuestro se ha pasado convertido en un secuestro express. Sin embargo, la posición de América Latina ante el mundo ha dejado de manifestarse como un match entre la reproducción acrítica y la confrontación hipercrítica, tan cara a nuestros antecesores.


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Por lo demás, no todo se reduce a los avatares de la Historia, el Pensamiento, la vida extraordinaria de los próceres. En la construcción de los paradigmas con los que cargamos, debemos tanto a esos grandes relatos como a los personajes de ficción, igualmente generadores de los modelos que tradicionalmente han hecho reconocible a América Latina. Ahí los tenemos. El durmiente que despierta junto al dinosaurio, de Augusto Monterroso, y la Beatriz Viterbo de Jorge Luis Borges. El patriarca de Gabriel García Márquez y el revolucionario Esteban, de Alejo Carpentier, en El siglo de las luces. Maqroll el gaviero, de Álvaro Mutis, o la Doña Bárbara de Rómulo Gallegos. La Cecilia Valdés de Cirilo Villaverde o el Pedro Navajas de Rubén Blades. La Mafalda de de Quino y el Fitzcarraldo de Werner Herzog.

Paramilitares y asentamientos urbanos sin categoría sociológica fácilmente asible, migraciones invisibles y nuevas formas de nomadismo… A través de estas prácticas se está redefiniendo hoy América Latina, solo que a través de discursos que no aspiran al púlpito En esos arquetipos, a veces devenidos en estereotipos, se ha concentrado el sueño y la fatalidad del continente. La confluencia de todos los mundos posibles y el anticipo de Internet. El inacabable caudillo de estos doscientos años y ese género narrativo tan latinoamericano: la novela del dictador. La ilusión y la desilusión por la revolución. Lo fugitivo y lo futurista. El mestizaje y la violencia. El emigrante lumpen y el iluminado europeo que busca la utopía en América, aunque no precisamente para salvarla —como suele afirmar—, sino para salvarse a sí mismo. En todo caso, no es siempre recomendable percibir las cosas desde los anteojos de una vida libresca. Como decía Edward Said: «Aplicar literalmente a la realidad lo que se ha aprendido en los libros es correr el riesgo


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de volverse loco o arruinarse.» Ni siquiera en esta Europa desde la que escribo, en la que la política no parece continuada por la guerra (Clausewitz), ni siquiera por la guerrilla (Che Guevara), sino por la estética. Salgamos, momentáneamente, de aquí. América Latina es, también, el enclave del principal legado que han dejado muchos de esos proyectos: la violencia. De ahí que convenga andarse con ojo a la hora de valorar sus estructuras estatales, económicas o políticas a la luz de teorías fáciles de asir. Pensemos, si no, en el llamado sector informal, que no es tan informal como expresa su nombre, como tampoco resulta tan formal el Estado al que se le opone. El ejemplo del narcotráfico es elocuente. Este, como sabemos, se expande hasta la política, la cultura y la economía. Ya hablamos de una narcopolítica (asentamiento del tráfico en los estamentos institucionales), del narcoterror (momento en que la población, en teoría colateral, comienza a sufrir de manera central los embates de esa guerra) y de la narcocultura (donde se inscriben las artes plásticas, la música y la literatura, por no hablar del considerable impacto en Hollywood). Paramilitares y asentamientos urbanos sin categoría sociológica fácilmente asible, migraciones invisibles y nuevas formas de nomadismo… A través de estas prácticas, se está redefiniendo hoy América Latina, solo que a través de discursos que no aspiran al púlpito. El name-dropping suele ser aburrido y falaz: oculta más de lo que dice. Obnubila bajo la pretensión de esclarecer. Así que mencionaré unos pocos nombres; en ningún caso aleatorios, sí intercambiables. Pienso en las obras recientes de Rodrigo Rey Rosa, Teresa Margolles, Yuri Herrera, Carlos Garaicoa, Pedro Vizcaíno o José Antonio Hernández-Díez. Estos autores apelan a magnitudes descomunales que, sin embargo, logran filtrar en historias menores, incluso únicas. Bandas juveniles y una falta de estructura del Estado. Colonialismo y poscolonialismo. La revolución y la contra. La violencia como fin per se... Lidian con el hecho urbano, y con las alcantarillas de la vida contemporánea. Con la represión y con la obsesión morbosa por las ruinas. Con los clichés sobre lo latinoamericano y, en consecuencia, con el parque temático al que han sido reducidas las Grandes Causas.


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No proponen ni un «más allá literario» ni un «más acá metafórico» para invocar otras historias acaso más esclarecedoras. Y las abordan, si así puede decirse, desde una intensidad amoral que, sin embargo, entraña una ética. Cuando Pedro Vizcaíno capta la violencia de las bandas juveniles, con los rituales y gestos que configuran esa criminalidad, nos habla sobre todo de un sistema de comunicación y consumo, de fraternidad y de signos. De un mercado, una moda, una cartografía, un sistema de señales que han adquirido las dimensiones de un lenguaje. Más que una narración sobre la violencia juvenil, sus grafitis y cuadros pueden ser entendidos como el archivo de un equipamiento, el registro de un pack de guerra con todos los artefactos del pandillero: el teléfono celular, la pistola, las bambas, los artificios diversos que les permiten estar listos para entrar en acción. Esta certeza no implica una celebración del «ganguero». Al contrario, en la recepción de esa «alegre» banalidad del mal hay una incomodidad. Cuando Carlos Garaicoa constata los resultados físicos de las utopías, nos coloca frente a las consecuencias demoledoras de algunos sueños. Contrasta el «no hay tal lugar» de los proyectos con el lugar, realmente existente, de sus ruinas. Unas ruinas cuyo devenir las ha transformado en puntos rituales; ceremonias de veneración. No son las utopías bajo su halo redentor (tan caras a América Latina), sino la decadencia física de los espacios que habitaron. Cuanto más se las coloca como paradigma de futuro, él lanza un aviso sobre su anclaje presente. Ya no es la Ciudad del Sol, de Campanella; ni la espiral, de Tatlin; ni aquellas obras, hechas para el porvenir, del futurismo italiano. Se trata, sin más, de lugares en los que no ha faltado la tortura. En las novelas de Yuri Herrera el lenguaje no siempre resulta comprensible para algún lector. Tampoco los documentos que en El factor humano ayudarían a Rodrigo Rey Rosa a desentrañar la violencia. De hecho, estos rastros son difícilmente «traducibles» a otras culturas. Sin embargo, siendo incomprensibles, unos y otros, no dejan de ser «legibles», y esa es su grandeza.


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A fin de cuentas, estamos hablando de artistas y escritores «de la guerra civil». Solo que, a diferencia de muchos autores españoles, esta guerra civil no está anclada en un lugar lejano de la historia. La guerra civil que sacude hoy América Latina —disfrazada muchas veces de delito común— es, sin más, una guerra entre civiles. En Postdata, Octavio Paz hablaba sobre el México sacrificial que subyacía bajo el México moderno. Era su metáfora de la pirámide. Y su manera de explicar la matanza de Tlatelolco, ese 68 del «más allá» que también conviene recordar. A veces me pregunto si no estamos viviendo la era de la pirámide invertida. Y si la violencia sacrificial no habrá soterrado a nuestras pretensiones modernas, dejándolas, acaso, como una rémora, un incordio, a la experiencia límite de esa América Latina que queremos pensar, definir y, por qué no, mejorar. Es, desde esa pirámide invertida, que brotan esos otros relatos que iluminan mis preguntas, pero a base de negarse a emitir teorías luminosas. Una manera de revolverse contra aquel Laboratorio de la Revolución por la explosión cotidiana y concreta de la revolución del laboratorio.



Rithée Cevasco Ernesto Laclau Jorge Alemán Olga Correas1 (moderadora)

Olga Correas Damos comienzo al debate en torno al panel Lo simbólico, con Rithée Cevasco, Ernesto Laclau y Jorge Alemán, que se incorpora para la ocasión. De entrada quisiera señalar que no podría ser más pertinente convocar lo simbólico en un seminario de pensamiento. Y es pertinente también porque se trata de una llamada a reflexionar sobre esas estrategias discursivas del «como si» que dan pregnancia a la imagen en detrimento del principio básico de la otredad. Sin otro no hay lenguaje, ni pensamiento, ni discurso. Sin embargo, entiendo que estamos también en el centro de un conflicto, pues la creciente industria del lado imaginario de lo simbólico está reconfigurando los saberes, emborronando las posibilidades de autonomía de las culturas que son afectadas; y no digamos aquellos que inciden directamente sobre los niños y los jóvenes. Por mi práctica como psiquiatra, veo las consecuencias de esto todos los días. No está claro que esta situación esté ayudando al reconocimiento de las identidades en su lugar de origen y, por lo tanto, tampoco a su representatividad en la comunidad internacional. Terminamos el milenio hace una década enfrentados a una devaluación de conceptos que hasta entonces eran intocables y fundamentaban un orden: el padre, la familia, lo social, la justicia, lo político, la relación entre los sexos, el orden en la reproducción… ¿Qué hizo estallar todo eso? ¿Cómo han de encarar los sujetos el vivir en sociedad sin el otro? En Latinoamérica se han hecho la pregunta, pero ¿se está inventando


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un modo diferente de vivir y reproducir la cultura en la sociedad? En este seminario hemos visto que hay diferentes posiciones al respecto. ¿Qué simboliza hoy Latinoamérica? ¿Qué nos llega de vuelta a la cultura occidental? ¿Es aún Calibán, ese personaje de La Tempestad de Shakespeare, el sujeto simbólico de la cultura latinoamericana, como señalaba Fernández Retamar, o está por definir? ¿Quién es el otro hispano hoy para Latinoamérica? ¿Una madre, un caníbal, un perseguidor o simplemente un resto? Siempre ha inquietado el retorno que nos pueda llegar como respuesta, la furia del dominado. No sabemos en qué medida es posible la autonomía del sujeto latinoamericano sin el necesario ejercicio de separación por parte de lo hispano como símbolo, claro está. En esta encrucijada no basta con apropiarse de la lengua del opresor, es preciso asumir la responsabilidad de hacerse cargo de los fantasmas propios a la hora de encarar la tarea de refundar el sujeto simbólico, por lo demás, dividido, de la cultura latinoamericana. Pues bien, para comenzar les quisiera preguntar si piensan que en este mundo cruzado por una multidisciplinar galería de soportes de comunicación hay un discurso nuevo para esta zona del puzzle global que se llama Latinoamérica. Jorge Alemán La novedad que me parece se hace presente, por ejemplo en el discurso de Ernesto Laclau, es que durante los años setenta teníamos de entrada asignado un sujeto que iba a funcionar en la lógica de un actor permanente y que iba a ser el garante de las transformaciones sociales. Ese actor permanente se llamaba el proletariado, la clase obrera, el movimiento popular; se caracterizaba por estar ya presente, ya constituido, perfectamente saturado conceptualmente e inscrito de antemano en un proceso histórico. Me parece que la novedad de estos últimos años es que no existe una teoría a priori entre los antagonismos de una sociedad y sus posibilidades históricas, no existe algo que de antemano sature todo el espacio conceptual, toda la totalidad de lo pensable. Estamos en un momento, podríamos decir, de invención, e incluso, reformulando una expresión de Heidegger, «faltan nombres sagrados», decir


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La ontología política actual es una ontología agujereada, una ontología desfundamentada, atravesada por fundamentos contingentes. [...] La gran novedad es que la sociedad ya no aparece como una totalidad que faltan nombres políticos. Acabamos de escuchar la teoría de Ernesto sobre la hegemonía, que es una reconstrucción del pensamiento de Gramsci desde la lógica del propio Laclau a través de una lectura de Lacan que a mí me parece que constituye una invención política que ya no está en la misma ontología de los años setenta. En este sentido habría una novedad, sería que la ontología política actual es una ontología agujereada, una ontología desfundamentada, atravesada por fundamentos contingentes. Esto me parece una novedad muy interesante que obliga a pensar en un proceso emancipatorio con una nueva episteme, con una nueva lógica, es decir, mientras que antes el proceso emancipatorio era pensado en términos de una fuerza exterior que nos oprimía, nos impedía realizarnos como sujetos e impedía a la sociedad reconciliarse consigo misma, ¿qué es ahora una emancipación si aceptamos efectivamente estas fracturas, esta ausencia de fundamentos irreductibles, si aceptamos por tanto que ya no podemos pensar en las lógicas emancipatorias como algo que procede desde una fuerza exterior que nos oprime? Digamos, la novedad es que ha cambiado la naturaleza, el modo de interrogar la emancipación. Por un lado, se preserva la palabra, que forma parte de un legado irrenunciable nuestro pero, por otro, se la sitúa en una lógica radicalmente distinta, tanto en la intervención de Rithée, cuando habló de la posibilidad del no todo para la transformación política, como en la de Ernesto, cuando habló precisamente ahora de lo que determinó como el momento populista y el momento institucional. Esto me parece


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Cuando Chantal Mouffe y yo hablamos de hegemonía, no estamos diciendo solamente que la totalidad es un objeto imposible, sino que es un objeto imposible pero necesario una gran diferencia, es decir, la idea de que ya la emancipación no tiene un sujeto asignado a priori y no es el resultado de desembarazarse de una fuerza exterior que viene desde arriba. O sea, la idea de que la sociedad no es una totalidad me parece la gran novedad en la que se inscribe toda esta problemática. Ernesto Laclau Estoy de acuerdo con Jorge. Lo único que añadiría, utilizando la expresión de Wittgenstein «juegos de lenguaje», es que pueden emplearse para tratar de este momento del no todo del que Rithée hablaba, es que estos juegos de lenguaje no pasan simplemente por abandonar la idea de totalidad porque esto significa que hay cosas parciales, y esas cosas parciales tendrían un carácter tan esencialista como la totalidad que se destierra. Uno tiene que jugar con la idea de totalidad un juego distinto de los que se empleaban en el pasado. Cuando nosotros hablamos de hegemonía no estamos diciendo solamente que la totalidad es un objeto imposible. Estamos diciendo que es un objeto imposible pero necesario y que por consiguiente hay un momento de investimento radical en objetos parciales por los cuales estos son investidos con una función totalizante. Obviamente, la visión totalizante es la visión de un horizonte, ya no es la visión de un fundamento como en el esencialismo clásico, pero ahí es donde reside creo yo toda la posibilidad de un pensamiento de tipo nuevo. El «objeto a» en Lacan es un objeto que no niega simplemente la cosa en el sentido freudiano, sino que piensa que la cosa freudiana es un objeto imposible pero al mismo tiempo necesario: solamente puede existir sobre la inversión de una cierta particularidad y yo creo que la lógica hegemónica en el sentido gramsciano tiende exactamente en la misma dirección.


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Rithée Cevasco Estoy de acuerdo, y al mismo tiempo me preocupa un poco esta idea de que no estamos en una concepción de la dominación. No tendríamos claro cuáles son los agentes del exterior que efectúan el poder frente a una clase que en sí misma estaría opuesta a esa autoridad y que por una teología casi natural o determinista podría emanciparse de esa autoridad externa. Estoy de acuerdo con eso. Pero no estoy muy de acuerdo en que se diluyan totalmente, digamos, lo que son las representaciones de los grupos de poder con respecto a las representaciones de los grupos «sometidos». O sea, que el poder sigue encarnándose en agentes dominantes y dominados; que no haya un esencialismo de eso, que no haya un determinismo de eso, es una cuestión, pero no veo cómo pensar la política y las estructuras de poder si no pensamos

Que no haya un determinismo inherente a los procesos de emancipación no implica que se diluyan totalmente las representaciones de los grupos de poder con respecto a las de los grupos sometidos en estas categorías que varían según las coyunturas, no veo, si no, cómo pensar en antagonismos. Hay dos tipos de antagonismo: uno es, efectivamente, el hecho de que no hay una sociedad que se totalice, que no hay una sociedad que se vaya a liberar de tal manera que elimine todos sus antagonismos. Eso es el cambio esencial sobre el que estamos de acuerdo, pero la lucha política forzosamente, con dificultad, tiene que identificar los agentes del poder con los agentes que están sometidos al poder. Otra cosa es interrogarse sobre los mecanismos psíquicos del poder, de la reproducción, que los sometidos mismos participan con sus mecanismos las dominaciones que sufren, que no es simplemente una dominación que se ejerce desde fuera.


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J.A. Además, sin la constitución de enemigos no hay política. Estaba refiriéndome a que ya no estaba como estuvo en los años setenta constituida la idea de un sujeto histórico que por su lugar objetivo en el aparato productivo ya estaba destinado a una transformación teológica universal. Al revés, ahora el antagonismo político hay que construirlo políticamente. En relación con lo que Olga Correas preguntó, la novedad no es que haya desaparecido el antagonismo sino que el antagonismo no está garantizado por la metafísica en un sujeto ya previamente constituido. R.C. La clase trabajadora es la única filosofía existencialista. J.A. Está fragmentada, además hay que incluir a los excluidos, a los inmigrantes. De todas maneras, quería añadir una idea que hace referencia a la ideología espontánea de confundir el no todo con la incompletud. Creo que se trata de que la totalidad está siempre, vamos a decir, descompletada. Es imposible concebirla; precisamente es la misma lógica de Lacan, que sostiene que no hay universal que no se soporte en una excepción. Por lo tanto, el no todo siempre está atravesado poraquello que lo descompleta. La idea del no todo lacaniana es más inquietante en este aspecto porque , más que a una incompletud, apunta a algo sin límite, a una infinitud. Por lo tanto, como Lacan mismo decía, hay una ley del pensamiento que nos obliga a «paratodiar» 2. Todo el tiempo estamos en lógicas de hierro siempre referidas al todo y su descompletamiento, el no todo, que es de difícil implementación. Es una escritura muy profunda que mantiene en reserva todo lo que puede surgir de ella. Me parece que a veces hay una tendencia a pensar por un lado el totalitarismo, el todo y frente a ello el no todo. Por el no todo no se enfrenta a nada. E.L. Pero eso ya no es ni Lacan ni Gramsci. R.C. Totalmente de acuerdo, pero creo que es justamente necesario diferenciar entre el no todo del lado masculino y el no todo del lado femenino. Hay dos no todo en la propuesta lacaniana. Llamémoslos el lado A, de la lógica A, y el lado B, de la lógica B, para que no se sientan los hombres obligados a situarse en uno de ellos, ya que


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no es necesario. Uno está limitado por una concepción del no todo que es negación, que es excepción, es lo que yo llamo un no todo de extensión. Y digamos que el del lado femenino es un no todo de intención, si me permiten el uso de categorías lógicas. No son los mismos no todo. Entonces, no es efectivamente la idea de una entidad descompletada sino que son dos maneras de limitar la imposibilidad de un todo. Tienen que conjugarse las cuatro fórmulas. No son antagónicas la una de la otra. J.A. Y que ninguna anule a la otra. Me gustaría pensar más en Laclau que en Lacan. Es decir, a mí me interesa mucho lo que está construyendo Ernesto y me gustaría hacerle unas preguntas. Ernesto recién hizo una matriz que conozco y que he estudiado, que aparece en La razón populista. En esa matriz hay dos erres al principio que es régimen-represivo, y luego está, vamos a decir, la constitución de las distintas demandas insatisfechas, que son las esferas de abajo. Y luego nos explicó muy bien cómo en un momento determinado una de esas demandas insatisfechas queda atravesada de tal manera por la semiesfera de arriba que se convierte en una particularidad que hace la vez del universal. La particularidad se vuelve hegemónica. Es todo el proceso que, digamos, dentro del discurso de Lacan, se llama «significante flotante», que vendría a ser precisamente que esa particularidad de algún modo queda hipostasiada en el propio significante. Nos olvidamos de la particularidad concreta porque la misma ha funcionado como el elemento que vuelve a articular las demandas que eran en principio heterogéneas y las inscribe en una cadena equivalencial. Este es un momento hegemónico; pero pensemos que no hay ese régimen represivo, pensemos que estamos en una lógica cultural caracterizada por que las demandas insatisfechas no tienen ningún problema en continuar como insatisfechas, es decir, que las demandas insatisfechas gozan de la insatisfacción, que no quieren devenir otra cosa, que ese momento donde lo privado, lo particular, queda elevado a la dignidad de lo universal. Supongamos que las demandas insatisfechas se encadenan las unas a las otras


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como, por ejemplo, podríamos ver en este momento en Europa: un gran malestar, un crecimiento indefinido de la insatisfacción, la queja, el victimismo pero no se articula el momento hegemónico, no se articula el momento populista. Y vemos que esta insatisfacción atraviesa los circuitos de los medios, la televisión la explota, las asociaciones de insatisfechos proliferan, los insatisfechos a la vez se encolumnan en determinados tipos de agrupaciones pero no terminan de articular lo que Laclau llama el momento político. Esa es una de las preguntas que siempre me retorna con respecto

No hay ningún movimiento progresivo de ruptura con el status quo no tenga en algún momento la dimensión populista a la posible orientación emancipatoria de este momento político. E.L. Hay dos cosas. En primer lugar, creo que articular una demanda o hablar de la frustración de una demanda implica ya un proceso de construcción discursiva, es decir, que hay un nivel mucho más primario en el cual la demanda como tal no ha llegado a ser articulada como demanda. Por ejemplo, si uno habla de un antagonismo, un antagonismo requiere que se construya al otro como un enemigo, pero si hay una dislocación en tu experiencia, esa ya es una forma de respuesta discursiva, es una construcción. Por ejemplo, yo puedo decir que los males que me están pasando son el resultado de la ira de Dios por mis pecados y entonces no construyo a nadie como un antagonismo. Creo que la idea de lo político tiene todo un nivel de estructuración que requiere ciertas condiciones discursivas. O sea, que estoy de acuerdo con lo que tú dices, en el sentido de que puede haber una especie de lo que Castoriadis llamaba el magma social en el cual no ha cristalizado nada todavía discursivamente, y que puede haber una especie de involución social por la cual ese magma originario empiece a predominar y que nada se construya


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J.A. E.L. J.A.

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políticamente en términos de demanda, de oposición y demás. Es por eso que en Hegemonía y estrategia socialista ya hablamos del carácter ontológico primario del antagonismo. Después, en los escritos posteriores, empecé a decir que la dislocación es un nivel mucho más primario todavía que el del antagonismo, que ya supone una fórmula de construcción activa. Ontológicamente estaría primero la dislocación. Y una de las formas de reaccionar frente a la dislocación sería construir un antagonismo. El significante vacío, por ejemplo. Como sabes, hay en Lacan una teoría del significante amo que cumple casi la misma función, que le da la inteligibilidad al resto de la cadena, es decir, es el que simula la universalidad. Hay un momento en que has dicho con mucho acierto que los parlamentos en América Latina supuestamente regidos por la lógica institucional están dominados por una inercia histórica que procede de sus pertenencias de clase y que realmente la novedad política surge de los gobiernos. A pesar de que insistes muchas veces en que el momento político y el momento institucional están todo el tiempo en una ardua negociación que es irreductible a una síntesis final, que está todo el tiempo afectada por una contingencia que no se resuelve en una solución definitiva, hay veces que uno podría entender que el momento que hay que privilegiar para que se dé de verdad un proceso emancipatorio es el momento populista. No creo que todo populismo sea progresista políticamente, de lo que sí estoy convencido es de que no hay ningún movimiento progresista de ruptura con el status quo no tenga en algún momento la dimensión populista. Para cambiar las cosas hay que acabar con la estabilidad que las instituciones representan, porque las instituciones representan la cristalización de una forma de relación entre los grupos. Entonces, si uno quiere mover esa relación entre los grupos tiene que ir más allá de esa forma de anclaje institucional. La ruptura de ese anclaje institucional pasa por la forma de


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la construcción de un pueblo, y ese pueblo siempre va a ser antistatu quo, anti-institucional, aunque empiece a construir sus propias formas de institucionalización posterior. Pero, sin populismo no hay cambio. De eso estoy convencido. R.C. Yo quería decir que no todo malestar social se transforma en demandas políticas. Hay malestares sociales que se transforman en demandas terapéuticas, en tratamiento del uno por uno. Las sociedades avanzadas como las nuestras tienen incluso tendencia a ofrecer modelos de tratamiento al malestar por las vías terapéuticas, no hablo del psicoanálisis. Es importante para la política el factor de despolitización del sujeto. Hay diversas formas de agrupaciones y las formas que corresponden al modelo avanzado de capitalismo, no hablo de América Latina, son de agrupaciones dispersadas. Dispersadas no quiere decir, simplemente, el individuo uno por uno sino pequeñas formaciones grupales en torno a significantes amos que no son forzosamente políticos, sino que pueden ser grupos, colectividades que se organizan porque comparten un síntoma. Y por otra parte están las agrupaciones que comparten modos de vida y que constituyen una suerte de guetos, no lo digo en sentido peyorativo, en función de sus formas de goce. Para finalizar está la cuestión del populismo, y voy a dejar de lado absolutamente todo juicio: me parece que el populismo, según lo entiendo, está organizado bajo la forma del discurso amo. No digo que sea un inconveniente. Discurso amo quiere decir que es un discurso que responde a esta dispersión de la que estoy hablando. Hay un significante amo que se hace hegemónico para servir de lazo a una comunidad versus el enjambre de significantes amos de la fragmentación capitalista avanzada. Cuando hay una dislocación de un orden simbólico previo, luego tiene que haber una reinstitucionalización. Lo que no veo muy claro es cómo hacer «emerger» justamente estos actos irruptivos de dislocación de un orden establecido para pasar a otro. E.L. Con respecto a lo que dijo Rithée Cevasco anteriormente, creo que la categoría de hegemonía hasta cierto punto se superpone con la


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categoría de significante amo. Ahora bien, no estoy completamente seguro de si todas las dimensiones que Lacan le atribuye al significante amo son lo que yo estoy tratando de pensar con la categoría de hegemonía porque hubo una decisión que yo tomé en cierto momento: o me dedicaba a estudiar a Lacan o me dedicaba a mis propios pensamientos. Ya hay una víctima ilustre de esa tarea que es Jacques-Alain Miller. Y me decidí a estudiarlo no tan a fondo. No estoy completamente seguro, pero hay algunos lacanianos que han escrito que la lógica de la equivalencia en el sentido que nosotros la utilizamos es el imaginario. Y que la categoría de la lógica de diferencia es lo simbólico. Aunque esto no es realmente cierto, porque la lógica de la equivalencia pasa a través de la categoría del significante, de la relación del significante/significado, o sea, que pertenece al campo de lo simbólico. De todos modos, no sé si Lacan estaría de acuerdo con esto, la categoría de hegemonía pone por un lado una representación a través de algo que siendo externo te constituye a ti mismo. O sea, que la categoría de significante amo estaría funcionando. De otro lado, tu posición no es una posición de completa pasividad, porque en una relación hegemónica aquellos que están sometidos al mismo tiempo modifican la identidad del hegemón; un poco como la idea de que el rey es rey porque los otros lo reconocen como tal. No sé si esa ambigüedad está totalmente contemplada en la noción de significante amo de Lacan o si es algo que nosotros estamos pensando de la categoría de hegemonía. R.C. Yo creo que sí porque, para Lacan, estamos estructurados según el discurso del amo. No hay que pensar en el imaginario del poder y del sometimiento, también en la formación en que el inconsciente mismo está estructurado. Lacan piensa que el inconsciente está estructurado según el discurso del amo. Lo único que yo apuntaba es que hay distintas estructuraciones de eso, o sea, que una cosa es un significante amo que produce esta equivalencia, como tú dices, que puede transformase en una voluntad política y otra es que esa parcialización, sea otro uso significante. Por lo demás estamos de acuerdo.


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Sonia Fleury Yo quisiera entender más claramente el pensamiento de Laclau en relación con el pasaje de la equivalencia, que es una equivalencia que se daba horizontal, pero en la que la presencia del líder y la base involucra una relación de jerarquía vertical. Entonces hay un cambio muy fuerte, porque cuando habla de equivalencia está hablando de horizontalidades, de rupturas que se van a dar, que pueden ser rupturas moleculares o que se pueden organizar a través de un equivalente hegemónico. Sin embargo, en las plazas de Túnez, Egipto y demás, se trata de particularidades, no hay ni una hegemonía ni un liderazgo que interpele a la gente a constituirse como un significante vacío. Desde mi punto de vista, el poner la figura del líder ya supone en tu esquema de populismo la idea de institucionalización porque el líder está instituido, de modo que es al revés de lo que Laclau plantea acerca del populismo. J.A. La comparación que me permití hacer era entre el significante vacío y el significante amo. No creo que se pueda establecer directamente una homología entre la construcción hegemónica de Ernesto y lo que Lacan llama el discurso del amo porque hay elementos en la construcción de Ernesto que exceden, me parece, lo que Lacan formula con respecto al discurso del amo. No obstante, sí creo que es legítima esta comparación en cierto punto en relación a lo que usted ha formulado. Hay filósofos en Europa también que tienen un aire de familia con estas cuestiones que estamos construyendo aquí, como Ranciére o Badiou, que privilegian todo el tiempo la horizontalidad, el momento que está referido a la desjerarquización, con lo cual no enfrentan jamás el problema organizativo en la sociedad. Están todo el tiempo inclinándose con respecto a la irrupción igualitaria, lo que el propio Badiou llama «la hipótesis comunista» o lo que Rancière llama en un sentido lógico «la parte de los que no tienen parte». Pero después viene el problema de la construcción política y me parece que como el pensamiento de estos filósofos forma parte de la filosofía y no de la política, como finalmente su vocación es desarrollar una nueva instancia de la


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filosofía, creo que el momento político está limitado. El liderazgo del que habla Ernesto en la construcción de una hegemonía está totalmente separado del liderazgo que analizó Freud en Psicología de las masas y el análisis del yo. En el caso de Freud ese liderazgo era más una jerarquía que suturaba identificaciones y generaba una clausura sobre el propio grupo, por lo tanto, una lógica de segregación, de identificación con el líder, de odio al intruso, etc. Por ejemplo, en Argentina Néstor Kirchner retroactivamente, après coup, como se suele decir, se está constituyendo en una especie de líder; pero mientras estuvo al frente del gobierno jamás fue un líder en el sentido en que históricamente lo consideramos, en el de esas personalidades que aglutinan identificaciones y demás. En la propuesta que se ha hecho a partir de la lógica hegemónica, el líder no tiene los mismos fundamentos que el líder de la masa freudiana. Está estructurado todo el tiempo a través de una relación entre significantes y cadenas equivalenciales que no le permiten jamás funcionar en esas mismas condiciones. E.L. En primer lugar, respecto a la verticalidad y la horizontalidad —a las que hace referencia Sonia Fleury—, evidentemente la relación abierta con el significante hegemónico o el significante vacío es vertical y en la que todos los elementos de la cadena equivalencial están en una relación subordinada. Pero mi argumento es que esa subordinación no es una subordinación total porque hay un momento de horizontalidad predominante que la relación vertical no consigue absorber del todo. Esto mismo lo sostiene el propio Freud en la obra que Jorge Alemán acaba de citar. Si todas las relaciones inmanentes de lo social han colapsado, como sucedió, por ejemplo, en la República de Weimar, el punto de constitución de la identidad que representa el líder va a tener mucha más fuerza que en una situación en la cual las relaciones sociales inmanentes se mantienen mucho más en vigencia. O sea, que me parece que esa relación entre el significante amo y los otros significantes es una relación en la cual se negocia todo el tiempo. Lo que no creo, y en esto estoy en


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desacuerdo con nuestros amigos libertarios franceses, es que pueda darse una relación tal en la cual el elemento de verticalidad esté completamente ausente. Público Quisiera que se ahondara en la concepción que tiene Lacan del nominalismo. E.L. Si tienes una teoría descriptivista, la X que representa el proceso de denominación está clara: si dices mesa, mesa tiene una serie de rasgos descriptivos y encuentro un objeto en el mundo que tiene esos rasgos descriptivos, le aplico el nombre. Pero si yo aplico un nombre sin que el nombre tenga ningún rasgo descriptivo, se trata de un acto de bautismo originario, y entonces ¿cuál es la X en el objeto? Lo que Lacan decía es que la unidad del objeto es el resultado de un proceso retroactivo de nominación, ya que es el nombre el que constituye la unión del objeto. Ahora, ¿por qué es eso significante para nuestro tema político de la cadena de equivalencias? Porque nunca está claro hasta qué punto la cadena de equivalencias puede extenderse indefinidamente o no. Ahí hay una distinción que se hace en lógica, entre extensionalidad e intensionalidad. La extensionalidad es el número de individuos a los cuales se aplica un cierto nombre, ahora si la cadena de equivalencia aumenta entonces ese nombre es cada vez más rico, pero intensionalmente, los rasgos descriptivos de ese nombre, aparte de los casos a los que se aplica, es cada vez más pobre porque hay que añadir más y más objetos, los rasgos comunes entre ellos van a ser cada vez menos, entonces, el significante va a ser cada vez más pobre. Lo que Lacan dice es que si yo aplico un nombre para identificar una cadena, la unidad de esa cadena no tiene nada que ver con algunos de los rasgos que todos los miembros compartan. Va a tener que ver simplemente con el nombre porque las demandas de las cadenas equivalenciales —los obreros en huelga, los estudiantes, los políticos liberales, etc.— son heterogéneas y lo único que comparten es el rechazo común del régimen represivo, esto es, un rasgo negativo. Todos ellos caen bajo el mismo nombre de la uni-


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dad popular constituida. El nombre pasa a ser el fundamento de la cosa. La cosa no tiene entidad más allá del hecho de que un nombre la está unificando. Por ejemplo, diciendo «¡Viva Perón!» en los años sesenta en Argentina una enorme cantidad de demandas sociales se ponían bajo esta advocación, todo el que quería oponerse a la injusticia del régimen que existía decía eso, «¡Viva Perón!». R.C. Estoy de acuerdo con lo que dices de Freud. Efectivamente, en Freud hay muchos tipos de agrupaciones, no todos corresponden al modelo clásico de las organizaciones de la Iglesia y del ejército donde se hace coincidir el ideal con el objeto, que tiene que ver con el factor de goce. Hay masas freudianas que no están organizadas así, sino organizadas por un ideal y esto no supone el ideal y el objeto condensador de goce. Efectivamente, la nominación no es una simple nominación, lo has explicado muy bien con el ejemplo de «¡Viva Perón!». Hay una historia previa donde un cierto nombre fue investido. Ese nombre, que seguiría actuando cuando por otra parte no pone al menos en equivalencias como tú dices, no homogeiniza las demandas puesto que a esas demandas responde con políticas totalmente contradictorias. E.L. Es un asunto que he tratado en el libro sobre el populismo, en la sección sobre el retorno de Perón. El argumento que ahí se hace es que Perón en los años de exilio estaba en una condición ideal para transformarse en un significante vacío porque los gobiernos le ponían como condición para pedir asilo que no hiciera declaraciones políticas. En Argentina pronunciar la palabra Perón era delito después de la revolución de 1955. Los diarios tenían que utilizar todo tipo de circunloquios diciendo «el tirano cobarde y fugitivo». La única forma de comunicación que él tenía era mandar cassettes, enviar mensajes a distintas personas. Al principio eso era un inconveniente pero después se empezó a transformar en un método buscado, porque a través de ese método mandaba a grupos peronistas distintos mensajes completamente diferentes. A través de ese método simplemente no se comprometía con nadie. John William


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Cook, que era su representante oficial en Argentina, le escribió diciéndole: «Pero General, hay demasiadas directivas y todas las directivas van en sentido opuesto». Y él le contestó: «Pero mi hijo, dése cuenta de que yo ahora soy el Papa del movimiento y tengo que ser infalible, de modo que si me comprometo con una sola línea de acción mi infalibilidad va a ser afectada». Entonces, con ese sistema ocurrió lo que Rithée está diciendo: grupos con una orientación lógica totalmente distinta. Todos usaban el nombre de Perón pero la cuestión es que había llegado a ser ese punto de convergencia tan inmaterial que no coincidían prácticamente en nada, y llega el 73 y las dos fracciones, la derecha y la izquierda, se consideraban enemigas mortales aunque las dos se consideraban peronistas. Perón trató por un tiempo de unificar a su movimiento, pero había avanzado hasta tal punto en la lógica salvaje de los significantes vacíos que no conseguía hacerla cuajar en un todo orgánico creíble. Y después de que murió todo eso se multiplicó por cincuenta y terminó en un caos institucional, en la forma que ustedes saben. J.A. Volviendo a la idea de antes, hay espontáneamente la idea de que lo vertical clausura la extensión horizontal. De hecho, volviendo a los filósofos europeos, Negri cree que la inmanencia misma de la extensión de las relaciones de la red, del General Intellect de Internet al modo en que Marx pensó también en el desarrollo de las relaciones productivas, va a producir en un momento dado una transformación radical. Hay muchos pensadores italianos que van en la idea de la extensión horizontal. El propio Rancière para salir de esta aporía con lo vertical festeja el momento griego donde se sortea quien gobierna, elige el azar para evitar el problema de la verticalidad. Y Badiou habla todo el tiempo de una política de la sustracción; mis amigos seguidores suyos apoyan siempre solo al subcomandante Marcos porque, con todo el respeto del mundo, como está en un lugar en donde no está planteada nunca la problemática del poder político, se le vuelve estructuralmente isomorfa la posición ontológica que Badiou defiende. No siempre lo vertical


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ahoga lo horizontal. Por ejemplo, no sé si en el caso de que Néstor Kirchner, en su etapa de presidente, no hubiera decidido derogar la ley de obediencia debida, que justificaba todos los crímenes de la dictadura, la sociedad hubiese condenado por si misma a mil quinientos militares, como hoy lo están. De modo que no creo que el momento vertical sea sólo de clausura, ya que, siguiendo ese ejemplo, después de que Kirchner lo hizo, e hizo bajar el retrato de Videla cuando se presentó en la Escuela Mecánica de la Armada, a partir de ese acto de voluntad política de un sujeto que se hallaba en una determinada posición de poder, fue cuando el discurso de los derechos humanos y la condena total a la dictadura se convirtió en una doxa. No creo que el momento vertical sea solo de clausura. Antonio G. González ¿Qué elementos de la praxis de los gobiernos de izquierda latinoamericanos podemos considerar como referentes a escala universal en relación con la construcción de un nueva izquierda no esencialista y sin embargo, transformativa? J.A. Si no hay una dimensión universal de estas prácticas desde luego no podríamos hablar de un laboratorio. Me parece que en el sentido de este libro y de haberlo llamado Latinoamérica, laboratorio mundial, efectivamente estas prácticas tienen que tener un destino universal, establecen una expectativa. Las prácticas revolucionarias europeas, de las que somos todos herederos, se terminaron conjugando en un circuito en el que después del momento igualitario y emancipatorio terminó la cosa en un momento totalitario, es decir, el circuito que va del momento revolucionario al momento totalitario no ha podido ser franqueado; ese ha sido el éxito filosófico del liberalismo político, [que aduce] el desencadenamiento en última instancia de un proceso totalitario en aquello que comenzó como un proyecto revolucionario. Yo creo que el desafío de esta nueva construcción latinoamericana regida por estos procesos como los que describe Ernesto Laclau, tiene el interés particular no solo de ser teórica, sino de ser práctica, porque los gobernantes y los que están comprometidos de manera militante se orientan en


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Latinoamérica está intentando organizar por primera vez un proyecto de cambio social y de cambio de las vidas que no sea sacrificial estas lecturas. Creo que el desafío histórico que tienen es porque han admitido una práctica de lo parcial, pero cuando lo parcial ya no significa ni renuncia ni dimisión porque se considera que aquel acceso a la totalidad finalmente era de inspiración hegeliana… y, por lo tanto, se vuelve a situar a la transformación parcial en su verdadero valor: estamos por primera vez intentando organizar un proyecto de cambio social y de cambio de las vidas que no sea sacrificial, que no termine en un momento de totalitarismo sacrificial, o por lo menos esta es la perspectiva personal con la que respondo a su pregunta. A.G. Eso mismo se lo podríamos aplicar a la socialdemocracia clásica, que renunció a las prácticas revolucionarias que conducían como usted, Jorge, ha escrito, a resultados de segregación social. ¿Cuál es la diferencia entre las prácticas políticas de los gobiernos de izquierda latinoamericana y la socialdemocracia europea? J.A. Lo que realmente fueron esas prácticas socialdemócratas europeas en el sentido que señalas es lo que está retornando con transformaciones en América Latina. Esas prácticas no están ahora en Europa. Es verdad que no hay muchas diferencias y que si no hubieran existido esas prácticas sociales democráticas es probable que tampoco hubieran podido existir estos proyectos que estamos viendo ahora en América Latina. Yo creo que fueron una condición de posibilidad. Creo que, con las variantes culturales lógicas que hacen la diferencia entre un continente y otro, estamos reinventando el momento socialdemócrata, una socialdemocracia no socialiberal, digamos, pero es nuestro momento socialdemócrata. Joan Subirats Quizá la diferencia es que actualmente la socialdemocracia en Europa tiene una concepción de democracia simplemente


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limitada al mantenimiento de unas reglas del juego de sustitución de las élites de poder. En cambio, lo que Ernesto Laclau plantea, o lo que plantea Jorge Alemán, es una idea de democracia que va más allá del simple hecho de que haya competición entre partidos, posibilidad de sustitución de las élites y un momento electoral, pues están hablando de una incorporación transformadora en el sentido de democracia, igualdad, etcétera, distinto de una lógica estrictamente de mantenimiento. En el fondo, la socialdemocracia hoy en Europa es pura gestión de la institucionalidad, en cambio la otra opción en América Latina puede parecer que es momento socialdemócrata parecido al de después de la II Guerra Mundial, pero yo creo que se parece a la socialdemocracia de Viena de los años del cambio de siglo, por lo tanto, hay una transformación distinta. Sonia Fleury Creo que tenemos que decidir si en Latinoamérica estamos meramente copiando a Europa o somos un laboratorio, porque o lo uno o lo otro, y a mi juicio no es cierto que estemos solo copiando a Europa, en absoluto. La socialdemocracia europea murió, terminó en el cementerio de la norma, de la normatización y sin una subjetivación permanente en un momento populista, es decir, sin un arreglo populista. En Latinoamérica estamos construyendo una nueva relación entre subjetividad y normatización, que es la condición de posibilidad misma de la democracia. J.A. Creo que la gran invención política europea fue la socialdemocracia y que nuestros regímenes latinoamericanos mantienen algo en común con ella; como has dicho tú, es un proceso de subjetivación que tiene a la democracia como condición de posibilidad. No abandonamos, esta es una diferencia con los años setenta, el horizonte democrático. Aunque este horizonte no se agote en el momento institucional, y reconozca la dimensión constitutiva del antagonismo y el momento populista, es clave no abandonar el horizonte democrático. Y en ese sentido sí podemos reconocernos como tributarios de una herencia socialdemócrata , donde nadie, ni siquiera el propio Chávez, abandona, porque no debemos abandonarlo, el horizonte democrático.


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Chantal Mouffe Lo que hemos tratado de demostrar, lo he dicho en mi conferencia, es que lo que está pasando en América Latina hoy en día son experiencias dentro del liberalismo democrático, porque la democracia puede tener formas que no son liberales: el liberalismo democrático es una articulación de dos tradiciones, la liberal, el Estado de derecho, y la democrática de soberanía popular. Hoy en día la manera que la Europa de hegemonía liberal tiene de entender la democracia es prácticamente reducirla a la manera liberal, y todo lo que es elemento democrático ha sido completamente eliminado. En realidad, lo que es muy interesante en América Latina es que hay reequilibración del liberalismo democrático bajo el predominio del elemento democrático pero sin eliminar el elemento liberal y eso me parece muy importante. Por eso yo decía que la izquierda europea, que ahora identifica la democracia con el modelo neoliberal, cuando ve las experiencias de Latinoamérica se pregunta si eso es democracia o es populismo. No puede reconocer que se trata de una experiencia democrática dentro del liberalismo democrático pero con predominio del elemento democrático sobre el elemento liberal. En ese sentido, realmente me parece que es importante la condición de laboratorio de Latinoamérica para nosotros aquí, en Europa, darnos cuenta de que eso es lo que hay que hacer. No es lo mismo lo que hicieron los socialdemócratas porque las fronteras son muy distintas y los problemas a los cuales se enfrenta Chávez en Venezuela, a los cuales se enfrenta Rousseff en Brasil, no son los que tenían los suecos en los años setenta. Siempre ha habido una lucha hegemónica entre el elemento liberal y el elemento democrático. La gran diferencia hoy entre América Latina y Europa es que en Europa domina el elemento liberal y en América Latina el democrático. Público ¿Hasta qué punto las redes sociales pueden ser un paradigma del uso de la comunicación desde la masa popular? E.L. Creo que las redes sociales pueden ser el paradigma de un tipo de discurso nuevo porque, visto todo lo que está pasando en el mundo árabe, la nueva forma de comunicación de Internet y todo


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esto ha tenido un efecto decisivo y todavía estamos al comienzo de un proceso por el cual los lenguajes de masas van a tener que adaptarse a todo este tipo de nueva tecnología. A.G. Esta pregunta se la dirijo igualmente a los conferenciantes brasileños [Paulo M. Buss y Sonia Fleury]. ¿Consideran que los problemas de Venezuela y Brasil son radicalmente distintos o tienen semejanzas? ¿La opción de gobierno de izquierda de Brasil es equiparable a la de Venezuela?... Sonia Fleury En Brasil hay una parte de la izquierda que considera que Chávez es un autoritario populista y hay otra parte que está más cercana. Pero el gobierno brasileño ha estado todo el tiempo bastante cercano a las posiciones de Chávez, defendiendo que son legítimas, que son democráticas. El gobierno brasileño estuvo incluso mediando en conflictos a favor de Chávez. Pero las realidades de ambos países son muy distintas, incluso las opciones políticas son distintas. Creo que hay una percepción en Brasil como si hubiera más institucionalidad en el sentido liberal, competición, partidos. A Lula le hubiera gustado poder cambiar la constitución para poder ser reelegido por algunos períodos más, pero eso habría representado una quiebra institucional a la que él no quiso enfrentarse. Quiso poner a alguien que diera continuidad para volver después. ¿Es eso hacer otro tipo de gobierno latinoamericano? La idea de ceñir el ejercicio de la democracia a su lado liberal, en el sentido de mero mantenimiento de las reglas actuales del juego, es muy fuerte en Brasil. Por otro lado, eso quiere decir no enfrentarse a gestiones que puedan desestabilizar esas reglas. Por ejemplo, no enfrentarse al predominio de las oligarquías en el Parlamento. No hay enfrentamientos, hay intentos de conciliación. No hay enfrentamientos con la banca ni por la gestión de la tierra porque hay que mantener la estabilidad democrática, aducen. de los dos lados de participación de la democracia liberal, hay un predominio más fuerte del lado liberal en el caso de Brasil que en otros países de América Latina, que se están enfrentando con


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más tensión a los conservadores. Pero algunas cosas empiezan a cambiar [con la llegada de Dilma Rousseff a la presidencia brasileña], hay un intento de enfrentarse a algunas cuestiones, un estilo distinto al de Lula, que era un líder sindical negociador de conflictos, no se enfrentaba tanto. Me refiero, por ejemplo, a la decisión de crear una comisión de la verdad sobre la dictadura militar. Paulo M. Buss Solo quiero decir que en Brasil hay un capitalismo industrial moderno. En ese sentido la experiencia brasileña está más cercana a la europea. Las relaciones que desarrollan las fuerzas económicas en Bolivia o en Ecuador son completamente distintas. Hay un interés por parte de las élites económicas de Brasil de que ese tipo de relaciones capitalistas de otros países no tengan lugar en este momento, tal vez para evitar que grupos más radicales lleguen al poder. Muy distinto es el caso de Venezuela. En Venezuela juega un poco en contra el fantasma de las Fuerzas Armadas porque recordemos que Chávez tiene un pasado golpista y que ha cambiado bastante las reglas del juego. Doreen Massey Siempre aparece esta crítica a Chávez en relación a su posición democrática en términos del Estado elegido, del Estado representativo. Pero no hay que olvidar que cuando Chávez fue elegido en 1998 todo el aparato del Estado representativo estaba sin legitimidad alguna, totalmente además. Antes de su elección había un nivel de corrupción espantosa. Si hay problemas con el Estado representativo en Venezuela no es como resultado del gobierno de Chávez, es como resultado de la larga historia de este problema. J.A. Ese estado de militancia que ha surgido en los últimos años en países como Argentina es el curso de una militancia sin partidos que está abierta a las experiencias del arte, del teatro, del psicoanálisis, del pensamiento. Creo que si hubiera que nombrar de algún modo una diferencia cultural es precisamente el proceso de subjetivación política. Otro problema es qué significa subjetivar la experiencia política, pero creo que la experiencia política se encontró con una dignidad que ha perdido y que se ha reinventado. Hay


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un surgimiento de la militancia, una militancia partidaria que se inventa y reinventa y ese es un elemento cultural muy diferente. En relación con lo de Hugo Chávez, otro elemento que me parece muy importante es la heterogeneidad con respecto a estos presidentes, el hecho de que no estén subsumidos en una doctrina común, en una articulación teórica como la que pudo haber imaginado la Cuba de los años 60, un proyecto revolucionario que generara sujetos políticos idénticos a la doctrina. Lo que sí me parece interesante remarcar como novedad política dentro de este marco es, precisamente, haber establecido una experiencia política en relación al antagonismo con el Consenso de Washington y el neoliberalismo que no exige una pertenencia y una identidad fuerte. Está debilitada la experiencia, por utilizar las categorías de Vattimo, el único que se apoya en fundamentos fuertes es Chávez, en todo caso, pero después hay un debilitamiento de las categorías. A.G. Querría aclarar que cuando planteaba si había distinciones entre Brasil y Venezuela no era por denostar el caso venezolano. Creo que en España se hace un ejercicio tremendamente injusto con Hugo Chávez cuando no se le reconoce el valor de haber reintegrado el campo de la política a una mayoría excluida secularmente, que en el caso de Venezuela no es indígena, no tiene ese componente. Joan Subirats En efecto, así es. Ernesto Laclau ha hecho referencia también a la capacidad de ese populismo de atraer a sectores excluidos e incorporarlos al escenario político. Y por lo tanto, sectores que estaban desmovilizados, excluidos del juego político, gracias a esos procesos se reincorporan. Y creo que en Brasil es bastante distinto porque la estructura de organización de base es muy potente, era potente y será potente. En cambio en Europa, ¿a qué estamos asistiendo, por lo menos aquí en España? Los sitios donde hay más marginación, peor nivel educativo, más baja renta son los que menos participan políticamente. La mayor abstención se da en los sitios donde teóricamente la gente está más perjudicada y esto demuestra que el sistema político representativo si no viene


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acompañado de otros mecanismos, al final acaba simplemente dejando fuera a aquellos a los que el sistema excluye y a aquellos que se sienten excluidos. En cambio esa lógica de atracción hacia un referente potente de transformación puede cambiar esta realidad. J.A. Fui a la Venezuela anterior a Chávez a un congreso internacional y la discusión que tuvimos en aquel entonces era la posibilidad de que Venezuela cayera en manos del narco, de que se convirtiera en otra versión de esos países en los que las líneas de fuerza están atravesadas por el narco. México está a punto de volverse inviable como país, y vamos a ver lo que ocurre con Colombia. Es verdad que la construcción de un discurso político a veces hace de barrera a otro tipo de experiencias que conocemos. Cuando hablamos de lo de Chávez, a pesar de todas las características que tiene su liderazgo, parece que, por lo menos, la Venezuela previa a Chávez era una Venezuela que iba en la dirección de volverse inviable como país.

Notas 1

El director del Seminario Atlántico y editor de este libro quiere agradecer a Olga Correas la conducción del debate Lo simbólico. Psiquiatra, psicoanalista y miembro de algunas de las principales instituciones psicoanalíticas internacionales, Correas igualmente participó en marzo de 2008 en el II Seminario Atlántico de Pensamiento, titulado Exceso y escasez en la era global (la nueva complejidad de la política, la economía, el sujeto, la ciudad y el arte), con la conferencia «Elogio de la falta», que está también editado, y cuya versión digital se encuentra en el sitio web www.seminarioatlantico.org [nota del ed.].

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Neologismo francés con el que Lacan hace referencia a las fórmulas de la sexuación en las que se definen las relaciones entre el todo, la excepción y el no todo [nota del ed.].


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Bicentenarios latinoamericanos, en los umbrales de una nueva sociedad

Enrique V. Iglesias La idea de una Comunidad Iberoamericana se remonta a 1991 y tuvo mucho que ver con tres figuras que se pusieron de acuerdo para instrumentarla: el Rey Juan Carlos I, que fue el gran propulsor de esta iniciativa, Felipe González, en aquella época Presidente del Gobierno de España, y Carlos Salinas de Gortari, entonces Presidente de México. Era un momento muy especial en la vida de América Latina, habían terminado las dictaduras —la chilena concluyó en el año noventa—, había caído el Muro de Berlín, había una sensación realmente de fin de la Historia. La idea fue entonces convocar a los veintidós países de habla española y portuguesa en Iberoamérica para que juntos asumieran un papel más presente y más relevante, recogiendo quinientos años de herencia, y reconocer la labor de la Historia. Así nacieron las Cumbres de Jefes de Estado y de Gobierno de nuestra Comunidad. Ya ha habido veinte, nada menos. Lo sé bien porque asistí a todas. Con distintos sombreros, pero pude estar en todas y, ciertamente, acompañar esto que da en llamarse Iberoamérica como conjunto de naciones, trabajando juntas en varios campos: en lo económico, lo social, lo cultural y también en el campo internacional. Es a partir de esa experiencia que en los últimos cinco años se creó una Secretaría. Hubo una Cumbre, la de Salamanca, en 2005, durante la cual pareció interesante agregar a las Cumbres un pequeño equipo secretarial que ayudara en su organización y, sobre todo, en su trabajo previo, como son las reuniones de ministros (catorce reuniones ministeriales), de empresarios, de la sociedad civil, de los parlamentos o de los gobiernos locales. En estos últimos años estamos celebrando los bicentenarios de las independencias en América Latina. El sentido que le hemos dado a su conmemoración tiene que ver con esta idea de laboratorio mundial.


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Realmente los bicentenarios han sido un punto de encuentro de España con América Latina desde otra perspectiva. El V Centenario del Descubrimiento fue el más complejo. Todos los procesos coloniales tienen muchos activos pero también muchos pasivos. Por eso no es fácil abordarlos. El Bicentenario celebra dos hechos importantes: uno es el inicio del proceso independentista en Brasil y por supuesto en América Latina en general, proceso que empieza allá por el año 1809 en Quito, y otro es la creación de las Juntas Autónomas para resistir la autoridad napoleónica que dominaba en aquella época la España peninsular. La conmemoración de ambos acontecimientos se junta en una perspectiva muy interesante porque las independencias de América Latina, que nacen con la bandera de Fernando VII y evolucionan luego hacia el movimiento independentista, se reencuentran con este otro movimiento en España y generan lo que va a ser en 2012 la gran conmemoración de la Constitución de Cádiz, la constitución liberal de 1812, que abandonó rápidamente el monarca español pero que conservó en América Latina una presencia muy importante. Los bicentenarios tienen un sentido de celebración en los países de América Latina. Y España se ha dispuesto a acompañar estos procesos de independencia para evaluar lo que significó en Iberoamérica, que no es poco: se han constituido todas las repúblicas, las diecinueve de habla portuguesa e hispánica que hay hoy en América y que tuvieron un largo camino. Todo el siglo XIX fue un siglo complejo. Todos los Libertadores tuvieron finales tristes, algunos de ellos asesinados, otros asilados… Creo que la mejor definición la dio Octavio Paz, que un día dijo que en realidad los grandes temas de la Revolución Francesa habían quedado marcados en aquella expresión de «Libertad, Igualdad y Fraternidad». Dijo que todo el siglo XIX fue en realidad para América Latina el siglo de la búsqueda de la Libertad. Fueron los procesos independentistas que parten con las revoluciones de 1810 en los virreinatos de la Nueva España, de Río de la Plata y de Nueva Granada, y que siguen posteriormente hasta 1898 con la independencia de Cuba. En realidad, tenemos casi noventa años de procesos que van adquiriendo distinto ritmo y distintas características. Es el siglo de la Libertad.


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Añade Octavio Paz que el siglo XX fue el siglo de la búsqueda de la igualdad, el siglo de la justicia social. Y en cierta manera, si uno lo mira es así, el pasado ha sido el siglo de las grandes luchas, las grandes guerras, los grandes enfrentamientos en busca de la justicia social, que ha sido el tema dominante a lo largo de todo el siglo XX. Y predijo también el admirado escritor mexicano que el siglo XXI será el siglo de la Fraternidad, que si lo miramos en la óptica de lenguaje más moderno debería ser el siglo de la Solidaridad. En este aspecto Latinoamérica tiene un papel que cumplir. De esa manera los bicentenarios fueron fundamentalmente celebrados con mucha participación popular, a diferencia del V Centenario del Descubrimiento de América. A mí me tocó estar en Buenos Aires con miles de personas en la calle que lo vivían de manera festiva, pacífica y de conmemoración patriótica. En México coincidieron el Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución… Quizás el rasgo más importante de esa concelebración fue la participación popular que se produjo en estos países, acompañada por un gran movimiento de análisis y estudio. Los brasileños hicieron una muy buena evaluación del significado de la llegada a Río de Janeiro de la Corte portuguesa, un fenómeno fundamental, no solamente para Brasil sino para todo el mundo: era la primera vez que una corona rige un imperio desde una colonia, con lo que Brasil encaró el siglo XIX con una solidez institucional que no existe en otros países latinoamericanos . Y es así como para nosotros el Bicentenario fue, primero, recordar el proceso, segregarlo en cada uno de los países, ver lo que se ha hecho y lo que no se ha hecho, las tareas pendientes. Y a partir de ahí, mirar hacia el futuro y ver cómo de alguna manera el proceso implica continuar construyendo nuestras democracias, nuestra región, a partir de las realidades que nos ofrece el mundo moderno. Mi segunda reflexión tiene que ver con los grandes cambios que están ocurriendo hoy en el mundo. Nosotros hemos acompañado los fenómenos de la gran crisis que estalló 2007 y que ha continuado hasta hoy. Es una crisis de una enorme profundidad. Sabemos muy bien cómo se gestó pero


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no cómo vamos a salir de ella. Digo esto porque hay una tendencia a considerarla una crisis más. Yo creo, en cambio, que es una crisis de grandes derivaciones que nos va a llevar mucho más allá del punto de partida. Empezó con un gran movimiento especulativo, de tipo financiero, que dio origen, primero, a la burbuja de los «punto.com», a principios de los años 2000, y luego a la burbuja inmobiliaria. Es un asunto que España conoce muy bien. Todo esto ocurrió porque fracasaron de forma estrepitosa y lamentable las reglamentaciones bancarias. También la supervisión bancaria. Pensemos que durante la década de 1990 había un convencimiento de que el mundo sabía lo que había que hacer. Vivimos durante treinta años con una confianza absoluta en que las soluciones eran conocidas: era el mercado el que debía resolverlo todo, había que dejarlo todo en sus manos y cuanto menos Estado, mejor. Esto nos llevó a un periodo de seguridad, de certidumbre. Luego vino la gran crisis financiera y nos cogió desprevenidos, aunque hubo reacciones importantes y rápidas por parte de los gobiernos para evitar lo que ocurrió en la década de 1930. Los Estados intervinieron con mucho coraje, con mucha fuerza; se paró lo peor y el mundo comenzó a reaccionar. Pero, ¿qué es lo que nos va quedando en claro? Lo primero, que en el mundo de hoy los países emergentes adquieren una importancia creciente. En este momento, el 80% del crecimiento mundial lo aportan los países emergentes. Aunque todavía el 44% del PIB mundial esté en manos de estos países, en 2020 será del 55%. América Latina tiene países como México y, sobre todo, Brasil, como gran potencia emergente. A partir de ahí, nada de lo que se haga en materia económica se puede hacer sin contar con su participación, porque tienen en el fondo un poder muy importante en el conjunto de la economía mundial. Hay algunos países a los que les va muy bien, como a los emergentes; hay otros a los que les va bien, como a Alemania, los países nórdicos, Canadá y Australia; y luego están a los que no les va bien, o les va menos bien, como los que conforman la periferia de la Unión Europea, como Grecia, Irlanda, Portugal y España. Aquí tenemos un riesgo de crecimiento con distintas velocidades y lo difícil ahora es encontrar equilibrios que


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Los brasileños han hecho una muy buena evaluación del significado de la llegada a Río de Janeiro de la Corte portuguesa, un fenómeno fundamental, no solo para Brasil sino para todo el mundo: era la primera vez que una corona regía un imperio desde una colonia, con lo que Brasil encaró el siglo XIX con una solidez institucional que no existe en otros países latinoamericanos nos permitan resolver esas disparidades para poder crecer en una forma más armoniosa entre las distintas fuerzas que existen en el mundo. Esto no se ha logrado todavía: los bancos siguen teniendo problemas difíciles de resolver en muchos países; el crédito no está vigorizando las economías y existe el peor de los problemas que puede tener el mundo capitalista: la desconfianza. Todavía no se ha generado en el mundo la confianza que rigió aquellos veinticinco o treinta años. Pasamos de una era de confianza a una de desconfianza y, sobre todo, de falta de previsibilidad. El mundo de hoy no tiene capacidad de previsión en materia económica. Y esas disparidades alientan enfrentamientos y también momentos difíciles, como puede verse en una Unión Europea, a la que le cuesta encontrar soluciones; esto es grave, porque sin unidad las cosas se resuelven con más dificultad. Junto con ese problema económico aparecen también los cambios políticos. Obsérvese lo que significan hoy las nuevas tecnologías y lo que han incidido en los países árabes. Los nuevos problemas de carácter global que nos preocupan: el clima, la energía atómica... El mundo está confuso y cuando uno mira todo esto en su conjunto tiene que reconocer que estamos en un periodo de transformaciones que se potencian unas a otras en una forma difícil de anticipar.


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¿Qué es lo que sí sabemos? Pues que vamos a salir. Porque el mundo siempre ha salido. Va a haber una nueva economía que no va estar marcada, como ha estado hasta ahora, por la idea de que el mercado lo resuelve todo. El Estado va a tener un papel más relevante, aún en aquellas economías denominadas liberales, y vamos a ver, quizá, una mayor asociación entre Estado y empresa privada. En definitiva, una economía que va a estar menos liberada a la mano «invisible» del mercado, y más con la mano «visible» de un Estado que asegure la justicia, los controles, los equilibrios y que participe en las actividades del sector privado. Es por ahí por donde creo que van a ir las tendencias en materia económica. Vamos a tener una nueva sociedad. Y esa sociedad será fundamentalmente de clases medias. Hoy, en América Latina, el 60% de los hogares son de clase media. Esto es un hecho notable. Y eso está ocurriendo en todo el mundo. Lo que ha pasado en Túnez, en Egipto y en otros países del mundo árabe tiene mucho que ver con las clases medias, sobre todo con las clases medias juveniles. Comenzaron a expresarse y adquirir fuerza en la sociedad. Vamos a entrar en una sociedad que demanda más pero que, al mismo tiempo, estará mucho más presente en la conducción de sus problemas. Y en el campo de las relaciones internacionales se está dando un fenómeno de grandes dimensiones. El mundo está realmente enfrentado al cambio de poder económico más importante en la historia de la humanidad: el poder económico de Occidente va a tener que compartir el poder económico con Oriente. China es ya la segunda potencia mundial y en algún momento va a sobrepasar el producto global de Estados Unidos. Acomodar todos esos valores será básico para el modelo del futuro: una nueva economía, una nueva sociedad y nuevas relaciones económicas internacionales. Entonces, uno se pregunta, ¿dónde queda Iberoamérica en todo esto? ¿Qué somos hoy nosotros? Primero, la dimensión social: representamos en este momento el 9% de la población mundial, 545 millones en América y 55 millones en España y Portugal. La esperanza de vida anda por los 80 años y en América Latina está en 75, esto es, mejoran las condiciones de vida en una región en la que alrededor de un 80% de la gente vive en ciudades. Somos una región joven, mucho más que China. Tenemos


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28 años de media, mientras que China tiene 33. Y en tierras de Europa está llegando a 40 o más de 40. Es un hecho muy importante, un gran activo y un gran desafío. La nuestra es una región donde pasan muchas cosas, algunas relativas al papel de los jóvenes o al papel de las comunidades que han estado postergadas y que adquieren nueva conciencia, como los indígenas. Pero hay una nueva sociedad muy fuerte que está traspasando las fronteras tradicionales para entrar en sociedades mucho más modernas y mucho más demandantes de nuevos servicios sociales.

América Latina ha comprendido que nadie vive a largo plazo con déficits fiscales, que tenía que abrir su economía al resto del mundo y que sus sistemas bancarios tienen que ser sólidos, por eso pasa de puntillas por la crisis y algunos países latinoamericanos ni siquiera tienen recesión ¿Qué somos en lo económico? Representamos el 10% de la economía mundial. China es el 9%. En poco tiempo nos va a superar pero, hoy por hoy, Iberoamérica en su conjunto es más grande que China. Estados Unidos tiene el 24% de la economía mundial. Exportamos 1.000 millones, los americanos 1.600, los chinos 1.300. Sin embargo, tenemos el 25% de las tierras fértiles del mundo, algo así como el 33% de los recursos de agua y más del 40% del agua potable de libre disponibilidad. Es un gran poder en el mundo de hoy disponer de ese volumen de agua. Tenemos el 25% de los recursos de cobre, el 7% de gas, el 13% del petróleo, lo que nos da una dotación de recursos naturales excepcionales frente al resto del mundo. Y en lo cultural celebro lo indicado en la introducción de este libro en relación con el hecho de que los grandes templos culturales internacionales están siendo conquistados por la creación latinoamericana.


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Es verdad. En materia cultural América Latina es una gran potencia. Lo es en la literatura —tenemos reciente otro premio Nobel, Mario Vargas Llosa—, en el arte y no digamos de la música, sobre todo de la música popular, donde realmente América Latina es la creadora de los grandes ritmos del mundo moderno. Si hay algo que nos da identidad y personalidad en el mundo moderno es que somos una potencia cultural. Y eso importa mucho porque detrás de una potencia cultural no solo hay valores espirituales y estéticos: hay también capacidad económica porque la cultura hoy también es economía. América Latina no fue bien en la crisis de 2008. Tuvimos una caída de dos-tres puntos. Pero, pasado 2010, crecemos un 7% de promedio. Gran crecimiento en Brasil, en Argentina, en el Uruguay, en Perú… ¿Qué nos pasó? Porque esta región era la de la inflación, la del FMI, la de las crisis de la deuda. Era la región «aproblemada», el continente enfermo en el mundo económico internacional. Aprendimos las lecciones. Primero, nos ocupamos de los balances fiscales; nos dimos cuenta de que no se puede jugar con la fiscalidad. Nadie vive a largo plazo con los déficits fiscales; segundo, respetamos a los bancos centrales. No se puede jugar con la moneda. Hay que ser serio y, en ese sentido, los bancos centrales adquirieron una independencia; tercero, no podíamos encerrarnos: teníamos que abrir la economía al resto del mundo, y así lo hicimos; y cuarto, tuvimos solidez en los sistemas bancarios. Esos elementos juntos nos permitieron defendernos cuando vino la crisis, de manera tal que América Latina pasa de puntillas por ella y algunos países latinoamericanos ni siquiera tienen recesión. Eso es una lección importante que nos permitió hacer cosas como reducir la deuda pública al 35%, tener países acreedores netos como, entre otros, Brasil y Chile, y acumular casi 600.000 millones de dólares de reservas. Todo esto nos dio unas cosechas con las que nos sentimos muy satisfechos. Crecemos bien, a tasas vigorosas; tenemos bajo endeudamiento, baja inflación y bajo desempleo, que en el fondo es el gran tema de la crisis actual. No en vano la crisis financiera se va a resolver, pero la del empleo no es tan fácil. Los países están más preocupados en


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la recuperación del empleo porque es uno de los factores más perturbadores que tiene cualquier sociedad. En lo político hemos tenido todo tipo de laboratorios, y los seguimos teniendo: caudillismos, autoritarismos militares, dictaduras populistas — de estas aún tenemos— pero en términos generales hoy América Latina es, junto a Europa y Estados Unidos, el continente con mayor democracia del mundo. Tenemos democracias formales, no dejan de ser imperfectas, pero se avanzó bastante en el proceso democrático y también en el de los derechos humanos. Todavía hay problemas, hemos conocido momentos tristes durante los años setenta y ochenta y, por tanto, hay ahora un respeto más grande por los derechos humanos.

El mundo que viene es el de las potencias emergentes. Y esto da a Iberoamérica una oportunidad excepcional. […] España, que fue durante mucho tiempo un gran inversionista en América Latina, ahora tiene que prepararse para ser un gran receptor de su inversión Alguien ha dicho, y yo lo repito porque lo creo, que esta puede ser la década de América Latina. A comienzos de los años ochenta, ocupaba yo entonces la Secretaría Ejecutiva de la CEPAL (Comisión Económica de Naciones Unidas para América Latina), había muchas nubes en el horizonte y vino la crisis mexicana en el 1982. Se consideraba que esa iba a ser una década perdida. Y en cierta manera lo fue, pero los golpes dieron lugar a que aprendiéramos mucho en lo económico, en lo social y en lo político. Perdimos tiempo pero ganamos experiencia para aprender a hacer las cosas mejor. Todo este panorama que tenemos y que parece bastante positivo nos propone nuevos desafíos. El primero, continuar haciendo las cosas


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bien en macroeconomía. No se juega con la macroeconomía. No es ni de derechas ni de izquierdas, es de sentido común, es algo así como administrar bien un hogar con los recursos que se tienen. El segundo es seguir creyendo que la pobreza se puede reducir. En los últimos seis años, la pobreza, que estaba en el 45%, pasó al 35%. Sigue muy alta, pero cuarenta millones de personas salieron de ella. Por lo tanto, hay capacidad para seguir adelante. Se han hecho experiencias muy positivas sobre este tema en México, Brasil, Argentina. Hemos aprendido a administrar la pobreza. El tercero es la desigualdad. Somos la región más desigual del mundo. Algo ha mejorado, es el caso de Brasil, gracias a las transferencias condicionadas de recursos, pero no es suficiente. Tenemos bolsones de exclusión: los indios y los negros. La tercera parte de nuestra población es negra, de origen afro, y un 10% de la población es indígena. Ahí están los peores índices de pobreza. El cuarto es la educación, un tema bastante de moda en la región. Nosotros mismos hicimos que la Cumbre de 2010 en Mar del Plata estuviera dedicada a la educación y puso de acuerdo a la Comunidad Iberoamericana en la necesidad de hacer un esfuerzo colectivo para mejorar su calidad. Y el último desafío es el de la baja productividad porque eso compromete a la innovación, a la tecnología y, sobre todo, a la infraestructura. Bajo este panorama y esta perspectiva hay que afrontar estos desafíos para que esta sea, de verdad, la década de América Latina. Como he dicho, sabemos hacer un poco mejor las cosas de lo que las hicimos siempre. Nos costó muchas décadas perdidas aprendiendo a manejar las economías y siendo prudentes en la administración de la barrera macroeconómica. Ahora hay una mayor capacidad de gestión. El mundo que viene es el de las potencias emergentes. Esto nos da una oportunidad excepcional. No porque crea que se pueda hacer solamente desarrollo con las materias primas pero, como decía Cervantes, «mejor tener que no tener». Y como tenemos una dotación de materias primas muy rica y la gran demanda que nos viene del mundo asiático y del africano, que está aumentando su nivel de vida, creo que eso nos va a dar unas perspectivas espectaculares.


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Mencionaba antes los recursos energéticos, los recursos en metales y sobre todo los recursos en alimentación, cuyas cifras se revelan bastante decisorias. A lo ya señalado —que Latinoamérica tiene el 25% de las tierras fértiles del mundo— cabe añadir que de los alrededor de 41 millones de kilómetros cuadrados en producción agrícola en el mundo, 10 millones están en América Latina. Explotamos 1,4 millones de hectáreas y podríamos explotar 10, es decir, que podríamos pasar de 1,4 a 9 millones de kilómetros cuadrados en explotación agrícola sin cambiar la productividad. Si añadimos a eso la reforma en materia de tecnología, podemos convertirnos en uno de los grandes proveedores de alimentos en el mundo. Lo estamos viendo ya con algunas cifras en las que aparece

Hay dos Américas Latinas, de Panamá hacia arriba y de Panamá hacia abajo. De Panamá hacia arriba América Latina recibe el viento de cola de Estados Unidos, que está atravesando una crisis importante de la que recién ahora empieza a salir; de Panamá hacia abajo el viento de cola viene de Asia, viene de China, que es el gran comprador en Argentina, Brasil, Uruguay y Chile la producción de soja en el mundo (ya representamos el 47%), o el 7% de trigo, el 25% de la carne de vacuno. La región es una gran potencia en esos tres grandes rublos: energéticos, metales y alimentos. ¿Es eso una condición necesaria? Sí. ¿Suficiente? No. Los países petroleros tienen abundancia de ese tipo de recursos y muy pocos han sabido usarlos bien. Así que, con respecto a este tema, sé que por lo menos en el horizonte previsible de esta década parece que el precio de las materias primas se va a mantener y va a haber sensatez para que


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no suban. Si a esto añadimos la demanda cada vez mayor de los países emergentes que quieren los productos que nosotros podemos ofrecer, tenemos en el futuro próximo un horizonte razonablemente tranquilo. Tengamos en cuenta que hay, en cierto sentido, dos Américas Latinas: una de Panamá hacia arriba y otra de Panamá hacia abajo. La de Panamá hacia arriba tiene que ver con que el viento de cola viene de Estados Unidos, y Estados Unidos está atravesando una crisis importante de la que recién ahora empieza a salir. De Panamá hacia abajo el viento de cola viene del Asia, viene de China, que es el gran comprador en Argentina, Brasil, Uruguay y Chile.

Una asignatura pendiente en América Latina es la reforma del Estado; hay que reformarlo para, entre otras cosas, atajar la violencia, que es la lacra más grave de nuestra región, y esto no se puede resolver a nivel de un país, sino a nivel supranacional porque se trata de una violencia muy ligada al narcotráfico Agregaría otro tema interesante, y es que existe ahora un tejido empresarial que antes no existía. Hoy tenemos al menos 60 empresas, las denominadas multilatinas, que tienen más del 50% de la venta de su producción fuera de la región; que invierten en EEUU, Canadá, China y España. España, que fue durante mucho tiempo un gran inversionista en América Latina, ahora tiene que prepararse para ser un gran receptor de su inversión. Una asignatura pendiente en América Latina es la reforma del Estado. Hay que reformarlo para, entre otras cosas, atajar la violencia, que es la lacra más grave de nuestra región. Y esto no se puede resolver a nivel de un país; hay que hacerlo de forma supranacional porque se trata de una violencia muy ligada al narcotráfico. En países como EEUU


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o España este problema es, en última instancia, un asunto individual puesto que se trata de la autodestrucción del individuo, frente al que la educación juega un papel muy decisivo. Pero en nuestros países destruye la sociedad porque corrompe todo: Los gobiernos, las judicaturas, las instituciones de cualquier tipo. Precisamos un nuevo Estado, más consciente de sus responsabilidades, un Estado con «más músculo y menos braza», como decía Raúl Prebisch 1. Finalmente, diría que el último tema relacionado con la década en América Latina es la integración. Fuimos la primera región que se ocupó de este asunto. Estaba en mi país, Uruguay, como joven docente y asistí a las reuniones que Prebisch organizó en 1959, cuando lanzó su iniciativa sobre la integración de América Latina. Aprendimos mucho desde entonces pero, con todo, el comercio intrarregional es aún apenas del 17-18%. Creo que hay que redefinir la integración, hacerla mucho más pragmática, mucho más efectiva, mucho menos condicionada. Si realmente logramos mantener la macroeconomía, si la demanda de materias primas nos ayuda, si somos capaces de incorporar al tejido empresarial y reformar el Estado, llevaremos adelante esta nueva década en América Latina. Y en este contexto creo que España y Portugal tienen una gran oportunidad por estar asociadas históricamente —en lenguas, cultura, tradiciones y valores— a una de las regiones emergentes más importantes del mundo que viene. Cuando en los años noventa el empresario español iba a invertir en América Latina tenía un gran coraje porque hacerlo en aquella época en la región era complicado. Yo iba a Madrid siendo entonces presidente del BID (Banco Interamericano de Desarrollo) y a los empresarios españoles que me preguntaban les decía: «Miren, creo que sí, vayan ustedes que les va a ir bien». Y, ciertamente, hicieron una muy buena inversión. Hoy por hoy las grandes empresas españolas hacen sus balances en América Latina y eso está muy bien para ambas partes. Una cosa es España sin América Latina y otra España con América Latina. Creo que es bueno para Iberoamérica en su conjunto. Y en ese abordaje hacia el futuro están las nuevas oportunidades que ofrece la visión atlántica. ¿Qué podemos hacer juntos en materia


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de educación? Pues hemos lanzado un programa educativo muy importante junto con la OEI (Organización de Estados Iberoamericanos), el programa Metas 2021 por una educación de calidad. ¿Qué podemos hacer en tecnología? ¿Qué en fomento de la innovación? ¿Qué se puede hacer en alianzas empresariales? Las grandes empresas no precisan de instituciones para hacer alianzas, las hacen ellas mismas. Y una de las cosas que queremos hacer en la Secretaría General Iberoamericana, con la colaboración de algunos bancos, es ver cómo podemos alimentar las alianzas entre las medianas y pequeñas empresas iberoamericanas. Prevalece hoy en América Latina un cierto sentimiento de complacencia que es peligroso. No hemos llegado a la Tierra Prometida. Tenemos que pelear mucho en adelante. Hay muchos frentes que abordar, hay temas sociales sin resolver, como el fracaso educativo o la falta de innovación tecnológica. Podemos tener nuestra década, sí, pero nada es gratis en materia económica, social y política, y el peor enemigo es la autocomplacencia. Espero que, conscientes del pasado, sepamos enfrentar con valor el futuro.

Notas 1

Raúl Prebisch, Secretario Ejecutivo de la CEPAL, 1950-1963; Secretario General de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo, 1964-1969 [nota del ed.].


Paulo M. Buss Enrique V. Iglesias Antonio G. González (moderador)

Antonio G. González Iniciamos el debate sobre el panel Lo político, con el que se cierra esta cuarta edición del Seminario Atlántico. En primer lugar quiero pedirle a Enrique V. Iglesias y a Paulo M. Buss un ejercicio de prospectiva sobre los países latinoamericanos y, en particular, los denominados emergentes: ¿Qué distinguiría, en su caso, los contextos en los que se inscriben y los roles que pueden desempeñar estos países de los de otros como China y otras nuevas potencias? Enrique V. Iglesias Cada uno de estos países tiene una estructura propia, una dimensión propia y una política económica propia con cierta confluencia, ciertamente, porque todos ellos usan el mercado y un Estado poderoso de una forma u otra. El peso relativo va a depender de las circunstancias en las que se mueva cada uno. Brasil es, sin duda alguna, una potencia cada vez más emergente en el mundo, pero no actúa aislado. Junto con Brasil hay una organización, Unasur, que trata de contar con los países de Sudamérica en una relación de tipo horizontal que promueve su integración económica, lo que implica agrandar el mercado; ha de tenerse en cuenta que Latinoamérica puede ser un mercado de 550 millones de personas, lo cual ya cuenta a nivel internacional. Brasil es ya un gran actor internacional, miembro del G-20, está en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, pero no hay que perder de vista que detrás tiene a una región que actúa con él. Por eso digo que el factor que más se ha agrandado en América Latina es el regionalismo. América Latina es hoy una región mucho más madura, mucho más consciente de sus problemas y con muchas ganas de resolverlos.


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El tiempo está jugando a favor de expandir el mercado, pues un exceso de dependencia siempre es preocupante y una forma de evitarlo es mediante el agrandamiento de nuestro propio mercado. La ampliación de nuestro mercado es fundamental para poder competir con esas grandes potencias y generar mayores defensas. Paulo M. Buss De entrada quiero subrayar el hecho de que el país que tiene la economía más planificada del mundo es el que más ha crecido. Y, por el contrario, los países que más han promovido la desregulación, como Estados Unidos y Europa, son los que están hoy en día en crisis. Este animal, que se llama China ¿qué clase de animal es? ¿Es economía planificada? ¿Capitalismo de Estado? Cuando cayó la Unión soviética ¿qué tuvimos? Primero unipolaridad, pero luego, cuando esta dio paso a la multipolaridad resulta que el país con la economía más planificada del mundo es el que está en crecimiento y el que empuja el crecimiento del mundo. Resulta extraño. Para mí China es una gran pregunta: ¿Qué país socialista es esta? Por otro lado China, tiene grandes problemas sociales. Como médico debo de decir que no gozaría de ser trabajador en China porque en ese país los efectos del crecimiento industrial en la salud y en el medio ambiente son terribles. Esta es una cuestión que los políticos esconden, que ponen en segundo lugar tras la democracia. Me encantó oírle decir a Enrique V. Iglesias en su conferencia que el siglo XXI es el siglo de la solidaridad y la igualdad en Latinoamérica. Ojalá que así sea porque en la primera gran crisis del siglo XXI el proteccionismo retorna a los países desarrollados y, en contra de lo que proclaman públicamente, Estados Unidos y la Unión Europea defienden que hagamos ajustes en nuestras exportaciones agrícolas,

El gran crecimiento de las capas medias en Brasil en los últimos añós solo quiere decir que el 30% de la población comienza a tener comida sobre la mesa


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Debemos hacer hincapié en la afirmación democrática en América Latina, pero en una democracia radical, que no solo sirva para parar golpes de Estado, sino que sea redistributiva y garantice la igualdad de oportunidades Brasil tiene un contencioso con Estados Unidos con el algodón, por ejemplo. Por otro lado, hay aspectos preocupantes en el crecimiento en América Latina, en tanto que puede esconder desigualdades muy importantes. Las capas medias de los países pobres no son como las de los países ricos. Cuando comparamos el reparto per cápita del PIB de Brasil con el de Estados Unidos encontramos una diferencia tremenda. En Brasil el crecimiento de las capas medias solo quiere decir que el 30% de la población comienza a tener comida sobre la mesa. Hace diez años que estamos intentando hacer algo de equidad. Y lo mismo pasa en otros países de Latinoamérica. Debemos hacer hincapié en la afirmación democrática pero de una democracia radical, que no solo sirva para parar los golpes de Estado sino que sea redistributiva, que garantice la igualdad de oportunidades. La desigualdad tiene un efecto enorme sobre la salud. La salud es lo primero que sufre porque los niños son los que sufren primero. La crisis alimentaria repercute inmediatamente sobre los niños. A.G. Otro aspecto de las transformaciones contemporáneas de Latinoamérica que atrae la atención internacional es el regreso de la política, con dos primeras consecuencias del máximo calado: una es la recuperación de la soberanía sobre sus imponentes recursos naturales por algunos países latinoamericanos. La otra es la incorporación al campo de la política y a los espacios de poder de una mayoría social, en algunos casos, o bien de sectores sociales amplios, en otros, históricamente marginados, como los indígenas, en ámbitos rurales y urbanos, así como la cadena de consecuencias de este hecho capital, que es casi una refundación de esos países.


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E.I. Nosotros pasamos un periodo de fundamentalismo del mercado, como pasamos un periodo de fundamentalismo del estatismo. La revisión que se está haciendo en Cuba, por ejemplo, del papel del Estado es muy interesante, lo están revisando para darle más participación al ciudadano en la actividad económica. Hemos tenido todos los modelos económicos posibles. Con la crisis del 2008 el mundo ha comprobado que confiar el mercado a sus propias fuerzas puede conducir a barbaridades como las que hemos sufrido. Es imperdonable que el mundo entrase en la crisis del 2008. ¿Acaso los reguladores bancarios desconocían la especulación inmobiliaria que se estaba produciendo? ¿no sabían de las segundas, de las terceras y las cuartas hipotecas? ¿que los bancos estaban asumiendo riesgos fuera de balance? Dos terceras partes de la actividad financiera de los bancos se estaba haciendo fuera de balance. Y todo eso se sabía… Tiene que haber un Estado que regule el mercado. Es lo primero que hay que regular. P.B. En todo este tiempo la ganancia de los bancos ha sido solo para los bancos pero las pérdidas se han socializado. No soy economista, pero como médico que trabaja con niños a veces me siento mal porque veo que cuando hay crisis el Estado socorre a la banca y hace recortes en los presupuestos sociales como está pasando en España, por ejemplo. En Brasil no sufrimos tanto el impacto de la crisis y, sin embargo, la presidenta Dilma Rousseff ha mantenido el presupuesto en salud y educación y ha retirado el que había para la compra de aviones CASA [a España]. Esa es otra cosa que me pregunto: ¿Por qué el mundo gasta tanto en armas en vez de hacer más productos agrícolas? Con el gasto anual de armas se podrían alcanzar los Objetivos de Desarrollo del Milenio de 2015. E.I. No puedo estar más de acuerdo con su preocupación. América Latina ha escapado en buena medida al problema del armamentismo, pero aún no del todo. Es más, según las últimas cifras, tenemos que a veces la abundancia de recursos es mala consejera con respecto a cómo debe de gastarse el dinero. En ese sentido, la región ha hecho


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Con los nuevos fenómenos de la comunicación una nueva sociedad se expresa. La gente que accede a una clase media relativa lo primero que busca es formarse; y esa gente tiene teléfonos celulares, hay ochenta millones en América Latina, es una revolución, la sociedad latinoamericana es un hervidero que no conocemos aún algunas cosas buenas, por ejemplo, ha rebajado su deuda externa. Brasil, que históricamente fue un país deudor, hoy es un país acreedor, tiene más reservas que la deuda que tiene acumulada. Y en gran medida los buenos precios internacionales que hemos tenido [para las exportaciones latinoamericanas] han servido para rebajar la deuda y para hacer algunos programas sociales, de modo que algo hemos aprendido. Y otro asunto importante que debemos incorporar al análisis de la realidad latinoamericana son los nuevos fenómenos de la comunicación, que aún no sabemos cómo procesarlos ni qué impacto tienen en las demandas sociales. Miren lo que pasó en Túnez, en Egipto, en Libia con las redes sociales… En Portugal hace poco [Iglesias se refiere al momento del rescate financiero de ese país por la Unión Europa a cambio de un duro ajuste estructural] un llamamiento por Internet convocó a cincuenta mil muchachos en la calle. La nueva sociedad se expresa y hay personas de la clase media, que nunca se habían expresado, y que de repente van a la escuela en la noche; está sucediendo mucho en Brasil, por ejemplo, que la gente que accede a la clase media, aunque sea una clase media relativa, como bien dice usted y está muy claro, lo primero que buscan es educarse, y esa gente además tiene teléfono celular, hay ochenta millones de celulares en América Latina, es una revolución, la sociedad actual es un hervidero que no conocemos


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todavía. Y la democracia va a tener que procesar esos fenómenos, no solo en Latinoamérica sino en Europa y en Estados Unidos también. P.B. Algo que me preocupa también es la crisis alimentaria. El modelo de producción de comodities que se ha elegido, el llamado «agrobusiness», tiene aspectos que me preocupan bastante, como la agresión ambiental. En América Latina tenemos un patrimonio medioambiental impresionante, como ha explicado Iglesias. Y, aparte de elevar las exportaciones, el «agrobusiness» permite también que la agricultura familiar repercuta sobre los hábitos alimentarios de la gente, aun cuando la producción de etanol en Brasil está restando espacio a las tierras dedicadas a la agricultura alimentaria y estamos avanzando también contra la selva amazónica para ampliar las áreas agrícolas. De manera que en Brasil existe una tensión muy fuerte entre el «agrobusiness» y la defensa del medio ambiente. A mi juicio, el gobierno debe hacer resistencia y regular el avance sobre la selva. Este aspecto me preocupa tanto por sus efectos sobre la salud como por la agresión ambiental en sí misma.

El periodo de los alimentos baratos terminó y se trata de algo muy serio; su impacto social es mucho más dramático en regiones, como Latinoamérica, en las que la alimentación más ocupa en el presupuesto familiar E.I. El periodo de los alimentos baratos se terminó. Y el impacto social es mucho más dramático y tiene impactos más importantes en el presupuesto de la gente de los países del mundo que, como ocurre en muchos de Latinoamérica, más deben gastar de lo que tienen en alimentarse. El aumento del precio de los alimentos es una cosa muy seria. Por otra parte, creo que tiene razón en relación a lo que dice con respecto al medio ambiente. Uno de los temas sociales que seguramente va a ir creciendo en China es la preocupación popular


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por el medio ambiente, algo que ya ningún gobierno puede ignorar. Sería muy importante que se pudiera poner en marcha la economía verde que propone Naciones Unidas, ahora bien no sé quien maneja hoy en día esta economía verde, hay que aclararlo. Estoy de acuerdo con Iglesias en la necesidad de la reforma de la gobernanza mundial. Después de sesenta años, Naciones Unidas está demostrando lo que en mecánica llamamos falla de materiales. Como pacto político tiene que ser revisado a fondo, porque todas sus declaraciones se transforman en retórica. Sí, pero viendo las cosas en perspectiva, se ha hecho mucho en Naciones Unidas. Es cierto que los problemas del mundo son muy complicados y que países que levantan la mano contra el tráfico de armamento luego producen y venden armas… pero con todo, insisto, el trabajo que se ha hecho para tomar conciencia de los temas globales ha sido impresionante y debe de continuar. Mire, uno de mis primeros trabajos internacionales fue la preparación de la conferencia mundial de medio ambiente celebrada en Estocolmo en 1962 en lo que tocaba a los países en desarrollo. Había que convencerlos de que era un problema serio, y la mayoría, entre ellos Brasil, estaba en contra porque creía que detrás había una trampa. Entonces estaban los militares [la dictadura militar brasileña]... Bueno, pero no voy a entrar en política… Se pensaba, y había algo de verdad, que los países ricos, que habían destruido todas las selvas en Europa y en tantas partes, y que se habían desarrollado gracias a eso, lo que querían era que se preservara la naturaleza en los países en desarrollo para ellos poder seguir respirando oxígeno. De modo que en muchos países en desarrollo incluso había quien decía: Queremos morir contaminados como los ricos. Afortunadamente todo aquello cambió: entonces no había ONG en América Latina, había algunos conservacionistas, preocupados por los pájaros y poco más; hoy hay más de diez mil ONG organizadas en el tema del medio ambiente. Y eso en gran medida ha sido una labor de Naciones Unidas. En el mundo actual, además, en las grandes cuestiones


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Además de servir para aumentar las exportaciones, el ‘agrobusiness’ también permite que la agricultura familiar repercuta sobre los hábitos alimentarios de los latinoamericanos; si bien crea importantes problemas ambientales por su presión sobre la selva amazónica. Hay una tensión muy fuerte entre ‘agrobusiness’ y medio ambiente que el Gobierno debe regular no va a ser fácil tener un mínimo de valores compartidos entre Oriente y Occidente que nos permita vivir en paz. Es cierto que aquellos valores que fundaron Naciones Unidas fueron escritos en Occidente y en inglés, ahora habrá que escribirlos en chino, en indio y en otros muchos idiomas, pero hace falta hallar un marco de convivencia porque, si no, va a ser muy difícil el mundo que vendrá. A.G. En otro orden de cosas, ustedes han insistido en sus conferencias en la integración latinoamericana y la necesidad de redefinirla para hacerla más pragmática y efectiva. Dos preguntas para terminar. ¿Hasta qué punto creen que esa integración regional puede influir en la definición de un modelo productivo latinoamericano que compense los vaivenes del mercado global? ¿Qué papel puede jugar una cultura latina o latinoamericana global, cultura que algunos conferenciantes, como Jorge Volpi, niegan que exista como tal, por otra parte, en la aceleración de la integración política? E.I. Creo que no hemos explotado al máximo el comercio interno latinoamericano y llegaremos más allá. Pero primero, la integración es importante para reducir una dependencia excesiva de China. Por lo demás, no necesitamos copiar a Europa para integrarnos: la Unión


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Europea es la Unión Europea y nosotros somos nosotros. En segundo lugar, como bien dicen Ricardo Lagos y Felipe González, a veces hace más una carretera que decenas de reuniones de expertos sobre integración regional. La integración física es importante, como lo es la integración energética, y la de las telecomunicaciones. Y un tercer aspecto que no siempre se tiene presente es que las empresas latinoamericanas ya empezaron a integrarse. Existen más de sesenta empresas entre las denominadas «multilatinas» que facturan billones de dólares ya en todos los campos, desde las líneas aéreas hasta las ingenierías, pasando por los sectores más básicos. Hay que ir por esa línea para ampliar el mercado y defendernos de otro tipo de dependencias. En relación a la segunda parte de su pregunta: tenemos una cultura muy poderosa y la cultura es un poderoso factor de unión espiritual. Nada une más que la música en América Latina, se canta y se baila en el mundo entero. Pero, además, nada une más a la juventud de América Latina que compartir este tipo de factores culturales que entrañan además una dimensión económica muy importante. La valorización de la cultura potencia el turismo, el comercio y el empleo. P.B. Estoy de acuerdo, y agregaría en relación con la integración latinoamericana que la gran cuestión es cómo conciliar el desarrollo económico con la protección social y la protección del medio ambiente… Yo creo que deben hacerse todos los esfuerzos para construir un modelo de integración que tenga conceptos muy claros, generales, y que puedan ser reflejados en las acciones. Respecto de las empresas, parece que tenemos un importante tejido empresarial pero, por ejemplo, la «responsabilidad social» que tiene las empresas europeas en mi área de trabajo, en los medicamentos es, en fin… La industria farmacéutica europea y la norteamericana son totalmente irresponsables porque utilizan el tema de la propiedad intelectual para evitar que otros países puedan producir medicamentos a costos mejores. Estamos en manos de la protección industrial, intelectual… Pondré un ejemplo, la demanda de insulina en Brasil estaba en manos de dos empresas, una norteamericana y otra danesa, que


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nos cobraban —al Gobierno brasileño— doce dólares el tratamiento. Intentamos negociar con ellos pero se mostraron irreductibles. Yo era entonces presidente de la Fundación Oswaldo Cruz (Fiocruz) [dependiente del ministerio brasileño de Sanidad] y nos fuimos a Ucrania cuando descubrimos que una empresa ucraniana producía con tecnología de la antigua Unión Soviética los cristales de los que se obtiene la insulina. Y llegamos a un acuerdo con esta empresa inicialmente para adquirir la materia prima pero, en un segundo momento, para la adquisición de la tecnología. Cuando firmamos el acuerdo tecnológico las dos multinacionales, la norteamericana y la danesa, redujeron el precio del tratamiento de doce a tres dólares entre un viernes y un lunes. Esto es una irresponsabilidad bárbara de las empresas, que no consigo comprender cómo se puede tolerar. Lo mismo ocurre con los antirretrovirales, en los que hemos tenido una experiencia parecida y de hecho ahora, por ejemplo, estamos tratando de ayudar a Mozambique, un país azotado por el sida, porque en Brasil la Fiocruz tiene una empresa pública de producción de medicamentos, que actúa además como mecanismo de regulación de los precios de mercado, entre ellos los antirretrovirales.

La integración económica de América Latina es importante para reducir una dependencia excesiva de China. Y a veces hace más una carretera que decenas de reuniones de expertos. La integración física es esencial, como lo es la energética y la de las telecomunicaciones. Y un aspecto que no siempre se tiene presente es que las empresas latinoamericanas ya empezaron a integrarse


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A.G. Bien. Seguramente hay personas entre el público que quieren hacerle alguna pregunta a los ponentes. Público A raíz de lo que acaba de decir Paulo M. Buss sobre la irresponsabilidad de la industria farmacéutica otra cuestión a plantear sería la posible globalización de la utilización de las drogas con un control sanitario como una respuesta al fenómeno del narcotráfico en el mundo y particularmente en América Latina ¿Qué consecuencias sociales puede tener esto si alguna vez se diera el paso y qué consecuencias sanitarias podría haber? P.B. Algo se tiene que hacer. Los estados policiales no son la solución. Los consumidores son los países ricos también, no solo los pobres. ¿Qué alternativa se les da a los países productores? Una cultura agrícola que le de los mismos lucros que le da la droga. Es una cuestión económica. Creo que hay que hacer estudios en relación con la utilización de las drogas y la violencia. El narco trae también el tráfico de armas y la ruptura social. Es una cuestión que en el futuro tendrá que ser enfrentado con soluciones alternativas. No es un problema médico, es un problema social. E.I. Me parece que la batalla de las drogas la estamos perdiendo. Su impacto social en América Latina, como se sabe, es muy grande, pues se trata además de uno de los grandes vectores de la violencia, que destruye el aparato institucional, la re social, lo que significa que esto hay que repensarlo. En relación con lo que se sugiere, no soy experto, pero creo que considerar al drogadicto como un enfermo y como tal tratarlo por parte del servicio público hace mucho sentido; sobre esa veta habría que seguir explorando si por ahí no se encuentra un camino, unido a un esfuerzo muy grande en educación. Esas son dos vertientes que, si hubiera un acuerdo universal, quizás podrían constituir el principio del encuentro para una solución a la que aspiramos. Público ¿Siguen pensado que la protección social no se debe hacer de forma universal e integral, que el mercado debe de asumirla en gran parte?


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E.I. En materia de protección social hemos asumido el ideal de protección desde la cuna hasta la tumba. Lo que ocurre es que esto choca a veces con la capacidad de los estados para hacer frente a estos costos sociales. Compatibilizar eso con el crecimiento económico es una de las grandes tareas. Ha habido un éxito relativo de los programas de transferencias condicionadas con los que el Estado llegó a los sectores más pobres vinculando, por ejemplo, la entrega de un subsidio a que el niño vaya a la escuela y al médico. Estos programas han demostrado ser muy eficientes. Tienen ciertos costos políticos pero ayudan a mejorar la distribución del ingreso.

Cuando el Gobierno brasileño compró tecnología ex soviética para producir insulina, las dos multinacionales que la suministraban bajaron el precio del tratamiento de doce a tres dólares entre un viernes y un lunes P.B. Varios economistas brasileños han demostrado que buena parte de la «bolsa familia» ha sido una iniciativa anticíclica que ha defendido la dinámica de la economía brasileña. Creo que hoy día hay un reclamo mayor de la presencia del Estado porque en las políticas de protección social, de salud, de vivienda, la mano del mercado no va a resolver. Tenemos que hacer una planificación política en la que el Estado tiene un papel dinámico de orientación social que no tiene el mercado. La cuestión del medio ambiente incluso puede contribuir al crecimiento económico. Los servicios relacionados con la manutención del medio ambiente, de empleos de alto nivel, dan dinamismo económico sin agredir el ambiente. Son iniciativas de alta densidad tecnológica. Público Latinoamérica es un gran laboratorio en materia de cooperación al desarrollo. Quisiera pedirles una valoración del rol de las agencias y de sus perspectivas de futuro y también conocer


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su opinión sobre los nuevos esquemas de cooperación que está elaborando Brasil. P.B. En Brasil estamos creando, por ejemplo, el Instituto Sudamericano de Gobierno en Salud para intercambiar experiencias e innovaciones en prácticas de salud y renovaciones de gestión. Hay mucha vida en Sudamérica. La cooperación iberoamericana es muy importante también: desarrollos de renovaciones políticas de la salud, tecnologías de gestión en sistemas de salud, cooperación estructurante para construir políticas sostenibles desde el punto de vista tecnocientífico y ecológico. Y esto pasa por la formación de recursos humanos centralmente de los llamémoslos países partners. E.I. Al cambiar la naturaleza y el grado de desarrollo de los países, cambian también sus necesidades. Cualitativamente América Latina de hoy no es igual a la de hace cuarenta años. Cada país requiere un tipo de cooperación según su grado de desarrollo y los países de renta media necesitan asociarse para cooperar. Hay que mirar la cooperación como algo dinámico y la cooperación sur-sur juega un papel cada vez más importante.



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Chantal Mouffe. Filósofa Profesora de Teoría Política en el Centro para el Estudio de la Democracia de la Universidad de Westminster (Londres). Entre 1989 y 1995 fue directora de programas del Colegio Internacional de Filosofía de París, fundado en 1983 por Jacques Derrida y François Châtelet, entre otros. Ha dirigido, a su vez, investigaciones en las universidades de Harvard, Cornell, California, en el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Princeton y en el Centre National de la Recherche Scientifique en París. Como editora ha tenido a su cargo Gramsci and Marxist Theory (1979), Dimensions of Radical Democracy: Pluralism, Citizenship, Community (1992), Deconstrucción y pragmatismo (1998), The Challenge of Carl Schmitt (1999) y The Legacy of Wittgenstein: Pragmatism or Deconstruction (con L. Nagl, 2001). Es autora de Hegemonía y estrategia socialista (1987, con Ernesto Laclau), El retorno de lo político. Comunidad, ciudadanía, pluralismo, democracia radical (1993), La paradoja democrática (2003), En torno a lo político (2005) y Prácticas artísticas y democracia agonística (2007).

Doreen Massey. Geógrafa social Profesora emérita de Geografía en la Open University (Londres), comenzó su carrera profesional en el Centre for Environmental Studies de Londres. Fuel Premio Vautrin Lud en 1991, considerado el Nobel de su disciplina. Entre sus libros se encuentran Spatial Divisions of Labor: Social Structures and the Geography of Production (1984), Nicaragua (1987), Global Restructuring: Local Responses (1988), Gender and Economic Policy in a Democratic South Africa (1991, con F. Ginwala y M. Mackintosh), Space, Place, and Gender (1994), Rethinking the Region (1998, con J. Allen y A. Cochrane), For Space (2005) y World City (2007). Es cofundadora y coeditora con Stuart Hall y Michael Rustin de la revis-


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ta Soundings. En la actualidad trabaja, junto al cineasta Patrick Keiller y el historiador cultural Patrick Wright en el proyecto The Future of Landscape and the Moving Image, una investigación sobre la lectura política del paisaje. La película de dicho proyecto, dirigida por Keiller, se presentó en el Festival de Cine de Venecia en 2010.

Jorge Volpi. Escritor y ensayista Escritor y ensayista, miembro de la llamada Generación del Crack, es también profesor de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Durante cuatro años dirigió el Canal 22, cadena cultural de la televisión pública mexicana. Ha sido director del Instituto de México en París y en Roma. Su producción novelística agrupa obras como A pesar del oscuro silencio (1993); La paz de los sepulcros (1995); El temperamento melancólico (1996), Sanar tu piel amarga (1997); En busca de Klingsor (1999), premio Biblioteca Breve, entre otros; El juego del Apocalipsis (2000); El fin de la locura (2003), No será la tierra (2006), El jardín devastado (2008) y Oscuro bosque oscuro (2009) así como libros de cuentos, como Días de ira (2011). Ha cultivado el ensayo con títulos como La imaginación y el poder. Una historia intelectual de 1968 (1998), La guerra y las palabras. Una historia del alzamiento zapatista (2004); Mentiras contagiosas: Ensayos (2008); El insomnio de Bolívar. Cuatro consideraciones intempestivas sobre América Latina en el siglo XXI (2009), premio Debate-Casa América; y Leer la mente. El cerebro y el arte de la ficción (2011). Es colaborador habitual del semanario mexicano Proceso, del diario español El País y tiene el blog El Boomeran(g).

Omar Pascual-Castillo. Crítico de arte Director artístico del Centro Atlántico de Arte Moderno de Las Palmas de Gran Canaria. Ha sido asesor de varias galerías en Estados Unidos,


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México e Italia. Comisario de los proyectos José Bedia: Estremecimientos (2004-2005), MEIAC, DA2, Instituto de América; Barrocos y Neobarrocos. El infierno de lo bello (2005), DA2; Ray Smith: Deux-Machine (2006-2007) MEIAC, Instituto de América, Centro de Arte La Regenta e Instituto Cabrera Pinto; o Tony Oursler: Mirada Pensante (2008), Centro Cultural El Tanque, Centro de Arte La Regenta, Centro de Arte Juan Ismael e Instituto de América, entre otros.

Joan Subirats. Politólogo, experto en políticas públicas Catedrático de Ciencias Políticas y de la Administración en la Universidad Autónoma de Barcelona, es fundador del Instituto de Gobierno y Políticas Públicas en dicho centro académico. Ha ocupado la cátedra Príncipe de Asturias en la Universidad de Georgetown en 2003 y es profesor visitante en las universidades de Berkeley, California, Nueva York, Buenos Aires, La Sapienza y Lausanne, así como en la Universidad Nacional Autónoma de México y de la Fundación Getúlio Vargas de Río de Janeiro. Entre sus libros destacan Respuestas locales a inseguridades globales. Innovación y cambios en Brasil y España (editor, junto a Sonia Fleury e Ismael Blanco, 2008) y Autonomies i Desigualtats a Espanya: Percepcions, evolució social i polítiques de benestar (editor, junto a Raquel Gallego, 2011). Es colaborador habitual de diarios españoles como El País y Público. Edita la Revista Española de Ciencia Política y es miembro del consejo editorial de numerosas publicaciones especializadas.

Sonia Fleury. Politóloga y socióloga Profesora de la Escuela Brasileña de Administración Pública y Negocios de la Fundación Getúlio Vargas (Río de Janeiro), es responsable del Programa de Estudios de Innovación en la Esfera Pública de dicha institución. Doctora en Ciencias Políticas y Máster en Sociología y Psicología,


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ha sido profesora invitada en universidades de Brasil, España, Argentina, Perú, Bolivia y Ecuador. Ha impartido la docencia también en el Instituto Kellogg de Estudios Internacionales de Indiana y en el Instituto de Desarrollo Social del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) en Washington. Entre sus libros figuran Estado sin ciudadanos-Seguridad Social en América Latina (1997); Reshaping Health Care in Latin America: A Comparative Analysis of Health Care Reform in Argentina, Brazil, and Mexico (2001); Respuestas locales a inseguridades globales: Innovación y cambio en Brasil y España (con Joan Subirats y otros, 2008); y Salud a debate: fundamentos de la reforma sanitaria (2007) y Seguridade Social, Cidadania e Saúde (con Lenaura de Vasconcelos Costa Lobato, 2009).

Paulo M. Buss. Médico, ex vicepresidente de la OMS Especialista en pediatría, salud pública y medicina social, es uno de los máximos responsables del Consejo de Salud de la Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur), en cuyo contexto ha creado el Instituto Sudamericano de Gobierno en Salud, con sede en Río de Janeiro. Es responsable de relaciones internacionales de la Fundación Oswaldo Cruz, que dirigió durante dos mandatos. Fue vicepresidente del Comité Ejecutivo de la Organización Mundial de la Salud (OMS) hasta septiembre de 2011, órgano directivo al que pertenece desde 2008 por designación del Gobierno de Brasil. Es, entre otros, Premio Leavell de la Federación Mundial de Salud Pública (2006) por su «excepcional liderazgo en salud global» y recibió la Orden de Río Branco en 2007 por los «relevantes servicios a la política exterior del Brasil». Es autor de libros como Salud, ambiente y desarrollo (1992), Sistemas de salud: Continuidades y cambios (1995), Vacunas, sueros & inmunizaciones en Brasil (2005), Medicamentos en Brasil: Innovación & acceso (2008) y Salud global y diplomacia de la salud (2011).


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Rithée Cevasco. Psicoanalista Socióloga, psicoanalista y miembro de algunas de las principales instituciones psicoanalíticas internacionales, ha sido investigadora del Centre National de la Recherche Scientifique (CNRS) y del Laboratoire de Psychanalyse et Sciences Sociales en París y es cofundadora del Centro de Investigación Psicoanálisis y Sociedad (P&S) de Barcelona. Su libro más reciente es La discordia de los sexos. Perspectivas psicoanalíticas para un debate actual (2010). En colaboración con otros autores ha publicado además Économie et humanisme (1980), Aspectos del malestar en la cultura. Psicoanálisis y prácticas sociales (1989), La haine, la jouissance et la loi (1995) y Conceptos freudianos (2005). Ha traducido al español obras de Jean Piaget, Las Estructuras Elementales del Parentesco, de Claude Lévi-Strauss y, junto a Vicente Mira, El Seminario I. Los escritos técnicos de Freud, de Jacques Lacan.

Ernesto Laclau. Filósofo Profesor emérito de la Universidad de Essex (Reino Unido), en donde ocupó su cátedra de Teoría Política y dirigió el Programa de Ideología y Análisis del Discurso, es también profesor de Humanidades y Estudios Retóricos en la Universidad de Northwestern (Chicago) y director del Centro de Estudios del Discurso y de las Identidades Sociopolíticas en la Universidad de San Martín (Buenos Aires). Entre sus libros figuran Hegemonía y estrategia socialista: hacia una radicalización de la democracia (con Chantal Mouffe,1985), Nuevas reflexiones sobre la revolución de nuestro tiempo (1990), Emancipación y diferencia (1996), Contingencia, hegemonía y universalidad. Diálogos contemporáneos de la izquierda (2000, con Slavoj Žižek y Judith Butler), Misticismo, retórica y política (2002), La razón populista (2005) y Debates y combates. Por un nuevo horizonte de la política (2008). En preparación se halla La universalidad elusiva, una recapitulación de toda su obra


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que el propio Laclau se plantea como su libro central y que cerrará su producción ensayística.

Iván de la Nuez. Ensayista y crítico de arte Jefe del Departamento de Actividades Culturales del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona. Ha sido director de Exposiciones del Palacio de la Virreina-Centro de la Imagen de Barcelona. Ha comisariado exposiciones como La isla posible (1995), Inundaciones (1999), Parque Humano (2001), Banket. Metabolismo y comunicación (2002) y Postcapital (2005). Entre sus libros figuran La democracia cristiana en Chile (1989), La Balsa perpetua: soledad y conexiones de la cultura cubana (1998), El Mapa de sal: un poscomunista en el paisaje global (2001), Fantasía roja: los intelectuales de izquierdas y la revolución cubana (2006). Es compilador de las antologías Cuba: la isla posible (1995), Paisajes después del Muro (1999) y Cuba y el día después (2001). Es colaborador de El País, La Vanguardia, El Periódico de Cataluña, Postmodern Notes, Der Tagespiegel y Nouvelle Revue Française.

Jorge Alemán. Filósofo y psicoanalista Filósofo, psicoanalista y poeta, es profesor honorario de la Universidad de Buenos Aires, miembro destacado de las principales instituciones psicoanalíticas internacionales y Consejero Cultural de la Embajada de la República Argentina en España. En 1974 obtuvo el Premio de Poesía Fondo Nacional de las Artes, en Buenos Aires, equivalente al premio nacional de poesía. Su producción ensayística incluye títulos como La experiencia del fin. Psicoanálisis y metafísica (1997), Lacan en la razón posmoderna (2000), Notas antifilosóficas (2003), Derivas del discurso capitalista. Notas sobre psicoanálisis y política (2003), El porvenir del inconsciente (2006), Para una izquierda lacaniana… (2009) y Lacan: La política en


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cuestión… (2010). Y en colaboración con Sergio Larriera ha escrito además Lacan: Heidegger. Un decir menos tonto (1989), Lacan: Heidegger. El psicoanálisis en la tarea del pensar (1998), El inconsciente. Existencia y diferencia sexual (2001), Filosofía del límite e inconsciente: Conversación con Eugenio Trías (2004), Existencia y sujeto (2006) y Desde Lacan: Heidegger (2009). Entre sus libros de poesía figuran Sobre hospicios y expertos navegantes (1973), Patética (1981) y No saber (2008).

Enrique V. Iglesias. Economista, Secretario General Iberoamericano Economista y político, es Secretario de la Secretaría General Iberoamericana (SEGIB) desde 2005, siendo el primero que ocupa este cargo, para el que fue reelegido en 2008. Ha sido Secretario Ejecutivo de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe de Naciones Unidas (CEPAL) en 1972 y canciller [ministro de Exteriores] de su país, Uruguay, en 1985, después de haber presidido su Banco Central en 1966. Fue también presidente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), cargo que ocupó en Washington durante diecisiete años. En el ámbito docente e investigador, fue Director del Instituto de Economía de la Universidad de la República de Uruguay. Asimismo es miembro del Directorio del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO), de la Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI), y del Instituto Latinoamericano y del Caribe de Planificación Económica y Social (ILPES) de Naciones Unidas, que dirigió entre 1967 y 1972. Entre sus muchos reconocimientos, es premio Príncipe de Asturias en 1982 y posee la Gran Cruz de Isabel La Católica del Gobierno español. Fue igualmente convocado como miembro del Grupo de Alto Nivel para evaluar las amenazas a la paz y la seguridad mundial, así como para la reforma de la ONU, en 2003, y del Grupo de Alto Nivel de la Alianza de Civilizaciones en 2005.



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