II Seminario Atlántico de Pensamiento - Prólogo

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El DAX,´ndice i bursa ´til alema ´n. FOTO: KAI PFAFFENBACH (REUTERS)


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Dentro de unos meses se cumplirán veinte años de la caída del Muro de Berlín. Dos décadas, pues, lleva la gran aceleración de la globalización planteada en los términos actuales. Y esta celebración o conmemoración, como se quiera, es patente que coincide con una crisis económica global de una enorme dimensión en la que nos hallamos plenamente inmersos. Pero, más allá de lo que ahora es inmediato y urgente, si para algo debe de servir esta situación es para hacer una gran reflexión, para pensar el mundo, los desafíos inmensos a los que se enfrenta el Planeta y el modo de abordar una complejidad creciente que, sin embargo, ha de convertirse en motor de inventiva y sensibilidad social. La globalización neoliberal es un fenómeno relativamente reciente, que se ha desarrollado de manera paulatina desde los años cincuenta del pasado siglo. Se trata, como se sabe, de un proceso de intensificación de las relaciones transfronterizas en diversos ámbitos como la economía, la política, la cultura o las relaciones sociales. Pero hasta el momento se ha desplegado como un proceso fundamentalmente económico que consiste en la creciente integración de las distintas economías nacionales en un único mercado capitalista mundial. De ahí que haya sido impulsada por las diferentes corrientes neoliberales encarnadas en los organismos internacionales (la Organización Mundial de Comercio, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial). Y, a su vez, esté siendo cuestionada y hasta rechazada por los grupos autodenominados globofóbicos o antiglobalización pero también, en otros casos, alterglobalización (reivindicantes de una globalización más justa), para los que es por completo insuficiente que la dimensión política de la globalización se circunscriba a una reducción de la intervención discrecional y permanente de los entes políticos y, en particular, de los Estados en el funcionamiento de la economía. Y, bueno, ciertamente la primera consecuencia de la globalización es la deslocalización, que ha permitido el traslado de empresas a otros países, por lo general hacia aquellas zonas del mundo donde las materias primas, la mano de obra, la energía, los impuestos y los costes de producción son más baratos, siendo cada vez menos importante la proximidad a los mercados de consumo. En este escenario, las empresas multinacionales adoptan un protagonismo en la economía mundial en ocasiones superior al de los gobiernos y los estados, aún cuando éstos y, en particular, las instituciones supranacionales y los bancos centrales, tiene pleno margen y todavía pueden regular la actividad empresarial para evitar los efectos perversos sobre la competencia y la mano de obra. Sea como fuere, la importancia de la globalización en el desarrollo económico europeo, por ejemplo, es tal que la propia Comisión Europea le imputa el veinte por ciento del incremento del nivel de vida observado en Europa en los últimos cincuenta años. De la misma manera sin ella no puede entenderse el despegue de los llamados países emergentes –China, India, Brasil, Turquía, Méjico, Sudáfrica…-. Y desde luego sería impensable si quiera abrigar la posibilidad de lo que hoy ya parece un hecho aceptado, que después de cinco siglos Oriente puede tomar el relevo de Occidente en los liderazgos de la economía mundial.


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También ha impulsado los desplazamientos de personas sobre todo por vacaciones, de forma tal que la Organización Mundial del Turismo estima que los más de ochocientos millones de turistas se duplicarán en dos décadas. Ello contrasta vivamente con el hecho de que sólo doscientos millones de personas, el tres por ciento de la población mundial, viva fuera del país de origen. Aún así, está teniendo lugar un mayor intercambio cultural y, como consecuencia, unos hábitos de vida y consumo comunes. Claro que, en el otro lado de la balanza, se cuestiona seriamente su capacidad para reducir los niveles de pobreza en el mundo y las desigualdades sociales. Y, en efecto, la asimetría de la globalización se muestra de forma patente toda vez que no tiene las mismas consecuencias para todos los países y para el interior de los propios países implicados. Es un hecho que la mayoría de los tratados internacionales de libre comercio firmados no incluye cláusulas sociales que respeten la equidad de género, la libertad laboral, los derechos ciudadanos de los emigrantes, la infancia y el medio ambiente. Y, por otra parte, éstos han destruido la seguridad alimentaria de muchos países pobres al introducir importaciones de alimentos que antes se cosechaban en huertos familiares. Además, aparecen graves problemas ambientales como el cambio climático, vinculado al excesivo crecimiento económico bajo patrones de no respeto a las leyes naturales. Es por todo ello que algunos expertos predicen que el modelo actual de globalización conducirá a una sociedad veinte/ochenta, en la que una quinta parte de la población mundial viviría en la opulencia, mientras que el resto, que en su mayoría se localizaría, como es previsible, en los países menos adelantados, tendría importantes dificultades para sobrevivir. Esto último obviamente impugna, por lo demás, lo que la propia comunidad internacional tiene como pauta a través de Naciones Unidas: el desarrollo global debe estar al servicio de todos los seres humanos y, por lo tanto, no se puede marginar o negar el acceso a sus beneficios a la mayoría de la población mundial. No obstante, y al margen de la valoración tanto de sus potencialidades como dispositivo del desarrollo como de sus actuales consecuencias, lo cierto es que la globalización, considerada ya como uno de los grandes acontecimientos contemporáneos, afecta y ocupa a todas las sociedades e individuos del mundo: la sociedad civil internacional, con muchas organizaciones no gubernamentales al frente, que está cada vez más preocupada por las inestabilidades financieras, las desigualdades sociales mundiales, los derechos humanos y el medio ambiente; las empresas y compañías multinacionales, que están inmersas en ella; los medios de comunicación, de igual manera o quizás más; y, por último, las personas, individualmente, que intentan aprovechar (o resistir) las oportunidades inmensas de relación e información que a todos los niveles ofrece este fenómeno enorme, particularmente a través de Internet. Sin embargo, esta otra globalización sociocultural, en particular en lo que se refiere a los derechos humanos y los movimientos sociales internacionales, no ha alcanzado aún el mismo impulso. En este aspecto se trata de un movimiento reciente de abajo hacia arriba que todavía se encuentra en una fase inicial. La globalización de la ciudadanía, aun-


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Chus Garci´a-Fraile. Chanel Glasswork, 2003.


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Niños en una favela de Río de Janeiro (Brasil). FOTO: SAP

Pepe Medina. El Pan, 2008.


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que su promoción figura desde 1948, en que se promulgó la Carta Universal de los Derechos Humanos, es un campo en donde queda mucho margen para avanzar. Con todo, la creación del Tribunal Penal Internacional, primer organismo judicial internacional de carácter permanente encargado de perseguir y condenar los más graves crímenes en contra del Derecho Internacional de los Derechos Humanos, es sin duda uno de los grandes logros de la globalización a pesar de su incompleta aceptación por la comunidad internacional de naciones. También en materia ambiental y en nuevos derechos (infancia, mayores, mujer, refugiados, etcétera) ésta ha venido dando origen a foros, convenciones, protocolos, acuerdos y tratados multilaterales, vinculantes o no, que han auspiciado ciertos avances sociales, económicos y políticos inicialmente prometedores aunque, es obvio, aún muy insuficientes. De modo que hay ya algunos pasos dados, que toca impulsar principalmente en relación con los países menos adelantados que se incorporan al modelo económico global con serios riesgos de explotación de niños, mujeres o personas más desfavorecidas. Lentamente la opinión pública internacional ha propiciado que las instituciones internacionales adopten resoluciones tendentes a subsanar asimetrías y corregir desviaciones provocadas por la globalización económica, como son los Ocho Objetivos de Desarrollo del Milenio de la ONU. Y para no otra cosa que pasar de la retórica a los hechos es para lo que debe servir la coyuntura actual en la revisión de un concepto de globalización centrado esencialmente en el crecimiento económico mundial. La dirección está clara: incorporar como valores claves los recursos, capacidades y situaciones locales, las tradiciones, la cultura local frente a una cultura global, el estado del medio ambiente, del empleo, el papel de la mujer y, en definitiva, las necesidades sociales de la población de todas las regiones y localidades del mundo. Como una aportación a este gran debate se inscribe este libro, producto del II Seminario Atlántico de Pensamiento, “Exceso y escasez en la era global”, organizado por la Obra Social de La Caja de Canarias en marzo de 2008. La especial ubicación geográfica y estratégica de Canarias siempre ha dotado a la sociedad insular de una gran sensibilidad hacia lo que sucede en el exterior y de gran atención a los acontecimientos mundiales. A esta tradición cosmopolita ha respondido, en realidad, desde hace muchas décadas esta institución financiera. Sólo me resta agradecer las aportaciones de los participantes, una oportuna, eficaz y reveladora combinación de figuras de talla internacional y española con incisivos analistas y profesionales canarios, lo que por lo demás da buena cuenta del salto de escala experimentado por las Islas Canarias en las últimas décadas.

Antonio Marrero Presidente Ejecutivo de La Caja de Canarias


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