II Seminario Atlántico de PENSAMIENTO
El lujo en la estética de la globalización Sonia Mauricio
Doctora en Derecho, es profesora titular de
Sonia Mauricio
Derecho Financiero y Tributario de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (ULPGC) y directora del Aula Wagner y de Estudios Estéticos de esa misma universidad. Autora de numerosas publicaciones en Derecho y en Filosofía, trabaja actualmente en un proyecto de investigación en estética dirigido por el catedrático Simón Marchán Fiz. Entre sus libros en el campo del derecho financiero figuran La franquicia fiscal sobre el consumo. Análisis histórico y régimen actual y El responsable tributario y la empresa.
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El análisis de las connotaciones estéticas del lujo en la globalización no puede obviar la relatividad intrínseca de un concepto que se vincula al exceso, y de forma paralela a la escasez. En esta línea, la primera cuestión a determinar consiste en si cuánto mayor exceso, mayor escasez. En la actualidad, como apunta Lipovetsky (1), el mundo del lujo aparece como una síntesis inédita de lógica financiera y de lógica estética, de productividad y de innovación y tradición. Por ello, coexisten de forma antinómica distintas tendencias. Unas banalizan el acceso al lujo y lo desmitifican. Otras reproducen su poder de ensueño y atracción. Unas vinculan este concepto al exceso en el que consideraciones éticas y morales llevan a su crítica en un mundo en el que se contrapone la escasez y el hambre. Otras consideran vano querer moralizarlo porque entienden que este concepto nace con la humanidad y se une a la grandeza y la miseria atemporal. Unas le dan un concepto negativo vinculado al materialismo acelerado de la actual sociedad neocapitalista. Otras consideran que no hay que desechar la naturaleza sagrada y fetichista que se halla en su origen y pervive en la estética de todos los tiempos.
(1) Vid. Lipovetsky, G. y Roux, E. El lujo eterno. De la era de lo sagrado al tiempo de las marcas, Anagrama, Barcelona, 2004.
(2) Vid. Calabrese, O. “El lujo: seis figuras ejemplares para una iconografía de la riqueza”, Revista de Occidente, núm. 318, nov. 2007, pág. 9-26.
Estas tendencias dialécticas convergen en la matriz de un concepto que, en palabras de Calabrese(2), en su vertiente positiva se plantea en relación a la propiedad de bienes materiales y su capacidad de producir riqueza a partir de la visibilidad de ésta como signo y demostración de un derecho subjetivo. Y desde una óptica negativa se considera como una forma de exce(3) Vid. Diccionario de la lengua so en la exhibición o simulación del poder económico.
española. Real Academia Española. Lujo: “Demasía en el adorno, en la pompa y en el regalo. Asiático. El extremado; Lujuria. Vicio que consiste en el uso ilícito o apetito desordenado de los deleites carnales. Exceso o demasía en algunas cosas”.
Desde un punto de vista etimológico, lujo (luxus) comparte raíz latina con lujuria (luxuria) con lo cual la connotación sexual ya aparece en el origen del término (3). Su resplandor (lux) no puede obviar el potente fetichismo del objeto, dotado de valor por un mecanismo de apropiación de la mirada, y cuyo precio se cifra mayor en proporción a la dimensión de lo inalcanzable. Como explica Benjamín, lujo del objeto que configura una enciclopedia mágica para el (4) Vid. Benjamín, W. coleccionista en cada uno de sus ejemplares poseidos (4). Libro de los pasajes. Akal, 2005.
El origen sánscrito de lujo vinculado a lúgubre hace evidente la fuerte pulsación de muerte que tampoco escapa al término. Es la parte maldita a la que alude Bataille (5) cuando se refiere a la vinculación que existe entre lujo y gastos improductivos entre los que se cuen-
Hoy el lujo aparece como una síntesis inédita de lógica financiera y estética, de productividad e innovación. Por ello, coexisten tendencias antinómicas sobre su fundamento. Unas lo desechan al vincularlo con un materialismo excesivo y otras acentúan su origen sagrado y fetichista
(5) Vid. Bataille, G. Obras escogidas. Barral, Barcelona, 1974. Cuando respecto a la noción de gasto incluye al lujo en los gastos improductivos: “El lujo, los duelos, las guerras, la construcción de monumentos suntuarios, los juegos, los espectáculos, las artes, la actividad sexual perversa …representan actividades que al menos en condiciones primitivas, tienen su fin en sí mismas. Por ello es necesario reservar el nombre de gasto para estas formas improductivas, con exclusión de todos los modos de consumición que sirven como medio de producción.”
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Escena cortesana en un palacio de los máratas. El soberano contempla un espectáculo de música y danza. Pintura sobre tabla. París colección particular. FOTO: FMR.
tan también los duelos, el juego, la actividad sexual perversa y las guerras. El lujo representa una actividad que tiene su fin en sí misma relacionada con el gasto y cuyo énfasis se sitúa en la pérdida que debe ser lo mayor posible. El lujo también obedece a la cuestión del gusto como instrumento de identidad social y barrera. División en el seno mismo de un mundo en que sirve para escenificar quien ocupa la cúspide del poder. Así en todas partes y en cualquier época, desde el Egipto de los faraones a la actual Francia de Sarcozy, los soberanos y mandatarios se han rodeado de la pompa para mostrar su superioridad frente a los gobernados. Barrera entre clases e individuos vinculada a un poder de dominación innato a la especie humana.
(6) Vid. Bataille, G. La parte maldita. Icaria, Barcelona, 1987.
Es el potlatch como forma significativa de distinción social que desarrolla Bataille (6) cuando explica la importancia que siempre han tenido los dones de ostentación desde los indios del noroeste americano hasta hoy. “Más allá de las formas arcaicas, de hecho, el lujo ha preservado el valor funcional del potlatch, creador de rango. El lujo de-
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termina, todavía, el rango de quien lo ostenta, y no existe rango elevado que no exija boato”. Y concluye: “La historia de la vida en la tierra es ante todo el efecto de una exuberancia descabellada: el acontecimiento dominante es el desarrollo del lujo la producción de formas de vida cada vez más costosas.” En consecuencia, el lujo se relaciona con el exceso como acumulación por prurito de derroche, que desarrolla el instinto suntuario inscrito en el código genético de la humanidad (7). Y a la vez se hace más visible cuanto mayor es la desigualdad y aflora de forma más rotunda la escasez.
Desde los orígenes hasta la Ilustración El tema del lujo se remonta a los orígenes. En las sociedades primitivas, como señala Malinowski (8), no se vincula al intercambio económico sino que se reconoce dotado de virtudes mágicas y protectoras. El soberano se dedica al despilfarro como donación y festejo. Por ello, no nace del excedente de riquezas y de progresos técnicos sino que se vincula a un pensamiento religioso, un cosmos mágico, que a través del objeto lujoso y sagrado permite contactar con los espíritus y dioses.
(7) Vid. Enzensberger, H.M. Zigzag. Anagrama, Barcelona, 1999 y Harazem, M. “El Homo Luxuriosus”, ArtyCo, núm. 12, 2001.
(8) Vid. Malinowski, B. Magia, ciencia y religión, Ariel, 1994. Y Los argonautas del Pacífico Occidental, Península, 2001.
Este medio de atracción de la protección y benevolencia de las fuerzas espirituales se perpetúa en la Edad Media y persiste hoy en las distintas formas de expresión religiosa. Es en el ritual de elevación de lo terrenal hasta la comunión con lo divino donde juega un papel relevante la apropiación cultural de los bienes de lujo como portadores de una simbología metafísica que los convierte en objetos mediadores de lo sagrado. En relación a otra vertiente del lujo, es la Ética aristotélica (9) la que profundiza en la esfera laica de escenificación del poder con aspectos como la magnificencia en relación a los gastos suntuarios. Así introduce connotaciones morales al considerar que la magnificencia, como gasto de dinero en el que se realizan grandes dispendios se enmarca en un lujo positivo si revierte en el bien social. Por contra, en relación a los ciudadanos se entiende como una virtud el equilibrio y la mesura en el gasto. De esta forma el hombre liberal dará y gastará lo que debe y en el momento que debe, “lo mismo en lo pequeño que en lo grande, y ello, con agrado”. El resultado final de la magnificencia es una obra que debe ser digna del gasto, y el gasto de la obra, o aún excederla, y el espléndido hará tales cosas a causa de su nobleza. Así se añaden cualidades de belleza, grandeza y adecuación al resultado final de la obra.“El magnífico será, necesariamente, liberal ya que éste gasta lo que es debido y como es debido; en ello radica lo grande del espléndido, es decir, su grandeza: siendo estas mismas cosas objeto de la liberalidad, con un gasto igual producirá una obra más espléndida…La excelencia de una obra, su magnificencia, reside en su grandeza”. La virtud de la magnificencia se traslada desde Grecia y Roma hasta el gótico y pervive hoy, como se analiza en la última parte, en múltiples manifestaciones arquitectónicas y artísticas.
(9) Vid. Aristóteles. Ética nicomaquea. Ética Eudemia, Gredos, 1998.
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Camera degli Sposi, de Mantegna. Castello di San Giorgio. Mantua. FOTO: FMR.
(10) Voltaire. Diccionario filosófico, Akal, 1987.
En la Ilustración, el debate sobre el lujo introduce un matiz fundamental al relacionarse con el concepto de progreso. Apunta Rousseau sus conexiones con el odio y la vanidad. Sin embargo, Voltaire(10) le otorga tratamiento enciclopédico en su diccionario y señala: “Se está declamando contra el lujo hace más de dos mil años en verso y en prosa, y el mundo siempre le ha tenido afición.” El lujo es la consecuencia natural de los progresos de la especie humana, y sus enemigos deben creer lo que dijo Rousseau: “Que el estado de felicidad y de virtud para el hombre no es el estado de salvaje, sino el de orangután.(…) Compréndase, añade, que sería absurdo considerar como un mal las comodidades que todos los hombres quisieran disfrutar; por eso, generalmente hablando, sólo se da el nombre de lujo a las superfluidades que únicamente un reducido número de individuos pueden gozar.” Movido por la fe ilustrada Voltaire insiste en las conexiones del lujo con el progreso de la ciencia y la técnica, acepción de gran relevancia en la estética de la globalización. Y añade: “Cuando se inventaron las tijeras, que por cierto no son muy antiguas, ¿cuánto no se habló contra los primeros que se cortaban las uñas mordiéndoselas, y parte de la cabellera, que les caía hasta la nariz? Indudablemente los tendrían por lechuguinos y por pródigos, porque compraban a alto precio un instrumento de la vanidad para estropear una obra del Creador. Sería entonces sin duda un pecado enorme recortar los pedacitos de cuerno
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Gabinete. E. Hau, 1871. FOTO: FMR.
que Dios nos puso en el extremo de los dedos, porque hacer eso era ultrajar a la Divinidad. Todavía chillaron más cuando se inventaron las camisas y los escarpines. Sabido es lo mucho que se encolerizaban los consejeros ancianos, que nunca los habían llevado, contra los magistrados jóvenes que gastaban ese lujo funesto.” También Kant en la Antropología (11) diferencia el lujo (luxus) como exceso en el bien (11) Vid. Kant, I. vivir social acompañado del gusto, de otro concepto distinto: la pública disipación (luxuries), Antropología, Alianza, 2004. al que une sólo connotaciones negativas. Si se toman en consideración ambas clases de efectos sobre el bienestar, “es el lujo un gasto dispensable que hace pobre, la disipación uno que pone enfermo”. El primero es todavía compatible, y en ello coincide con Voltaire, con el progreso de la cultura en la ciencia y en el arte. En cambio, la disipación satura de goce y finalmente da asco. Aunque ambos son más un fausto (brillar por fuera) que un goce propio; el primero se muestra a través de la elegancia (en bailes y espectáculos) y se emparenta con el gusto ideal. En cambio, la disipación se rige por la superabundancia y variedad en el sentido del gusto. El filósofo también profundiza en la doble dimensión del lujo como efecto íntimo y su dimensión pública en cuanto a la relación del ciudadano con la comunidad. En este sentido, le resulta loable, por lo que no debería gravarse con prohibiciones suntuarias, lo tocante a la libertad de rivalizar para embellecer la propia persona o las cosas (en fies-
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tas, bodas y funerales así hasta descender al buen tono en el trato). De esta forma, Kant concluye respecto a la sociabilidad que conlleva el lujo con la adecuación del buen vivir sin llegar al despilfarro.
El siglo XIX: los efectos de la reproducción en serie En el siglo XIX el proceso de mecanización y desarrollo industrial se vincula a la reproducción en serie; se trata de redimir a la mercancía a partir de un mecanismo que conjuga la búsqueda de lo nuevo y lo excepcional a fin de conseguir, bien sea a través de las formas de producción o de creación, la unicidad de los bienes de lujo. (12) Vid. Marx, K. Salario, precio y ganancia, Paradox, 2008.
Es en este momento cuando Marx (12) insiste en que resulta una cuestión de clase la distinción fundamental entre artículos de primera necesidad y de lujo; de hecho, la clase obrera, considerada en conjunto, invierte y tiene forzosamente que invertir sus ingresos en artículos de primera necesidad. Ello le lleva a indagar en los efectos que la producción de los distintos bienes genera en el mercado y su relación con los salarios: “Una subida general del tipo de salarios determinaría, por tanto, un aumento en la demanda de estos artículos de primera necesidad y provocaría, con ello, un aumento de sus precios en el mercado…Pero, ¿qué ocurriría con los demás capitalistas, que no producen artículos de primera necesidad? Estos capitalistas no podrían resarcirse de la baja de su cuota de ganancia, efecto de una subida general de salarios, elevando los precios de sus mercancías, puesto que la demanda de éstas no aumentaría sus ingresos. Éstos disminuirían, ya no podrían gastar tanto en artículos de lujo, con lo cual descendería también la demanda mutua de sus respectivas mercancías.” Con estas reflexiones se comprueba como para Marx los bienes de lujo tienen una connotación negativa al vincularse a los capitalistas, como productores y consumidores, no a la clase obrera que consume los de primera necesidad. De esta forma, se separa el valor de uso y de cambio del bien y surge la condición inédita de la mercancía.
(13) Vid. Benjamín, W. Poesía y capitalismo, Iluminaciones II, Taurus, 1998.
La ambientación literaria y estética de este contexto del XIX, que explica las connotaciones modernas del lujo, la realiza Benjamín (13) en Poesía y Capitalismo. Es en estas páginas donde hace referencia a la introducción por Marx del término bóheme ligado a las conspiraciones
El proceso de mecanización y desarrollo industrial del siglo XIX se vincula a la reproducción en serie. El bien de lujo, frente a la mercancía seriada, debe destacar por su excepcionalidad a partir de mecanismos que conjugan la búsqueda de lo nuevo y lo original
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Danzarina exótica. Siglo XIX. Colección particular. FOTO: FMR.
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proletarias de la Francia de 1850 en las que los jefes, dedicados a la conjura, llevan una vida desarreglada, con paradas fijas en las tabernas de los vinateros, antros de miseria y alcohol. Este París del Siglo XIX coexiste con el del flaneur de Baudelaire en el que el lujo se admira desde el aura de la mercancía. El nuevo paseante moderno se reencuentra en el asfalto con un paisaje encantado, intenso como el opio, porque todo lo que está en otra parte está en París. Aflora así la poética del escaparate que refleja Benjamín cuando señala: “Si la mercancía tuviese un alma, ésa de la que a veces habla Marx por broma, sería la más delicada que encontrarse pueda en el reino de las almas. Puesto que debería ver en cada quien al comprador en cuya mano y a cuya casa quiere amoldarse.” Y se consolida en el París del Libro de los Pasajes la figura del coleccionista como buscador del objeto único y de difícil acceso, del artículo de lujo. El espejismo que confiere la posesión de la mercancía se interrelaciona para Benjamin con la huella y el aura. Huella como la aparición de una cercanía, por lejos que pueda estar lo que la dejó atrás. Aura como la aparición de una lejanía por cerca que pueda estar lo que la provoca. En la huella nos hacemos con el objeto precioso. En el aura es él quien se apodera de nosotros. (14) Vid. Sánchez Robaina, A. “Poéticas comparadas: seis versiones del lujo”, pág. 68, donde explica como la flor del deseo que brota en el fragmento IV del Canto de la invitada de Gabriele d´Annunzio es inconfundiblemente lujosa, y es propia de cierta lírica occidental del 900 en la que el lujo se asocia a la lujuria, dentro de una órbita semántica que no sólo hace posible esta asociación sino que también, en cierto sentido, la fuerza.
El lujo también es poesía íntimamente unida al sujeto (14). En palabras D’Annunzio: “Io sono un animale di lusso e il superfluo me è necesario come il respiro”. En Invitación al viaje de Baudelaire el lujo aparece en la doble dimensión de sentimiento voluptuoso y objeto exótico y evoca un lugar donde no hay sino belleza y orden/lujo, sosiego y voluptuosidad: ¡Mi hermana, mi niña, piensa en la dulzura de poder vivir juntos allá lejos! ¡Amar a placer, amar y morir en un país en todo igual a ti ! Muebles relucientes por la edad pulidos decorarían nuestra residencia; las más raras flores mezclando su aroma al aroma del ámbar vagaroso, los artesonados,
El lujo en Baudelaire se une íntimamente a un sujeto que habita un espacio secreto, estilizado y exclusivo donde se mezcla voluptosidad y refinamiento. Es poesía y una estrategia de dandismo que diferencia de lo cotidiano
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los hondos espejos, y la magnificencia del Oriente, allí todo hablaría al alma en secreto con su lengua natal y su dulzura. Allí no hay sino belleza y orden, lujo, sosiego y voluptuosidad. Surge un espacio secreto, estilizado y exclusivo donde se mezcla la voluptuosidad de un mestizaje refinado entre oriente y occidente. Mansión lejana al estilo de las de Alejo Carpentier en El siglo de las luces en cuyas sombras relucen los objetos únicos. El lujo no sólo se asocia a lo material sino también a lo sentimental. Es poesía y una estrategia de dandismo que diferencia de lo cotidiano. En este sentido, Baudelaire (15) señala que si el poeta encuentra una ocasión para hablar de sí mismo, no se pintará acodado a una mesa, garabateando pequeños signos negros en una página blanca, ni tampoco en un triste, pobre y desordenado cuartucho. Todo lo contrario, su inclinación al lujo irá más allá de la muerte y le hará verse servido por ninfas, huríes y ángeles como a su admirado Théodore de Banville:
(15) Vid. Baudelaire, Ch. “Théodore de Banville”, Crítica literaria, La balsa de la Medusa, Visor, 1999.
Pero yo, de púrpura ataviado, en eternas fiestas, en las que participaré beberé el néctar en la morada de los poetas, al lado de Ronsard. Ahí, en esos lugares, donde todo posee esplendores divinos, ondas, luz, acordes, nuestros ojos se embriagarán de formas femeninas más bellas que cuerpos y los dos, en medio de espectáculos mágicos que durarán siempre, nos contaremos nuestras batallas líricas y nuestros hermosos amores. Es en la descripción de la galería inmensa de la vida en Londres y París, donde Baudelaire (16) también asocia el lujo a la mujer galante, con maneras patricias, orgullosa de su estampa, en la que pone ingenio y alma. No es casualidad que en este París de mediados del siglo XIX nazca la alta costura, con el famoso modisto Charles Frédéric Worth (1825-1895) y se funden casas como Guerlain (1828), Cartier (1847) o Louis Vuitton (1854). Marcas de moda que surgen con la aureola de lo exclusivo e inaccesible. Firmas que han subsistido hasta hoy donde coexisten con un generalizado mercado de la falsificación que las rebaja a su venta en las tiendas de chinos o a los puestos callejeros.
(16) Vid. Baudelaire, Ch. El pintor de la vida moderna, Colección de Arquitectura, 1995.
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Proyecto de Mobile Art para Chanel, de Zaha Hadid. 2007.2010. FOTO: CHANEL.
Peter Marino delante de la joyería de Chanel, París. FOTO: CHANEL.
La marca en el siglo XXI Ya en pleno siglo XXI la propagación de la copia y el sucedáneo que emula la marca obliga a las firmas a volver a la exclusividad y en ocasiones hasta a la lista de espera. Se lanzan modelos de tirada limitadísima para devolver la seguridad al cliente de prestigio de que todavía puede comprar signos que lo distinguen de una masa que se apropia de sus emblemas de antaño. Y surge la búsqueda de mecanismos alternativos que le devuelvan el halo perdido a un producto que ya no es parangón de exclusividad. En este simulacro se utiliza a las grandes firmas arquitectónicas o de diseño para que construyan el signo renovado de la marca. Es el caso de Rem Koolhas con Prada o Zaha Hadid con Chanel. En este último ejemplo dicha arquitecta crea un edificio portátil y móvil para Chanel 2008, con la inspiración del famoso bolso acolchado, que contiene una exposición itinerante con piezas de veinte artistas europeos. Esta vinculación entre moda y arte no es casual en un territorio en que los límites de qué es arte quedan cada vez más difusos. Y, en este caso, a la vez, se asiste a una sofisticada y rentable operación comercial que revaloriza el aura Chanel en los ambientes más exclusivos. De esta manera el objeto de lujo es vehículo de un gran número de “cargas narrativas” en las que priman la modernidad, la calidad, la novedad y la exclusividad. Estas fórmulas han sido también explotadas por el arquitecto neoyorkino Peter Marino especializado en el diseño arquitectónico de muchas de las grandes firmas. De hecho, cuando en una reciente entrevista, después de ganar varios premios internacionales, le preguntaban por lo próximo en su agenda contestaba: “Trabajo en dos super yates, una torre residencial de lujo en Toronto, un hotel exclusivo en la isla de Anguila en el Caribe, un Centro de convenciones en Quatar, las tiendas de Dior en Nue-
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va York, Zegna en Hong Kong, Chanel en Pekín y Vuitton en Londres. Y luego unas residencias privadas en St. Moritz, Aspen y Nueva York.” La vinculación de la marca a lo último como una cadena sin fin del consumismo actual se expresa con mucha locuacidad en la novela de Frédéric Beigbeder 13,99 euros (17). En ella el protagonista un publicista cínico, cocainómano y hastiado señala:
(17) Vid. Beigbeder, F. 13,99 euros, Anagrama, Barcelona, 2001.
“Cuando, a fuerza de ahorrar, logréis comprar el coche de vuestros sueños, el que lancé en mi última campaña, yo ya habré conseguido que esté pasado de moda. Os llevo tres temporadas de ventaja, y siempre me las apaño para que os sintáis frustrados. El Glamour es el país al que nunca se consigue llegar. En mi profesión, nadie desea vuestra felicidad. Vuestro sufrimiento estimula el comercio“ El dispositivo estético de la publicidad hace del objeto de lujo la encarnación misma del deseo contemporáneo que se ve permanentemente vaciado por la desmultiplicación incesante de sus productos en una lógica neocapitalista sin fin que conduce al vacío y a la saturación. En la misma novela, Octave dedica tres páginas a enumerar sus artículos de lujo. Hay que aclarar que este ensayo es de hace ocho años con lo cual muchos de ellos ya han sido reemplazados por últimos modelos. Entre dichos artículos se incluían: “Una cadena hi-fi bang&Olufsen vertical con 10 lectores de CD programables a distancia, la butaca Barcelona de Mies van der Rohe, un basquiat de tres metros cuadrados, veinte camisas Prada y veinte camisas Muji, retratos hechos por Mario Testino, y Bettina Rheims, fotos junto a David Lynch, Ridley Scout, Eva Herzigova, Naomi Campbell y Carla Bruni, abrigos de cachemir Hermès y Louis Vuitton, una nevera con doble puerta General Electric, llena del caviar y del champán más exclusivo, con congelador gigante y distribuidor automático de cubitos.” Como era de esperar en 13,99 euros todo este lujo no es garantía de satisfacción. Octave se emborracha en su cocina gigante. Contempla su rostro en la nevera más cara del mundo. Y cae al suelo de mármol negro rodeado de cubitos de hielo. Este aspecto maldito que es otra de las caras del lujo se ilustra en la obra de Damien Hirst, que paradójicamente está entre los diez artistas vivos más cotizados para los coleccionistas. En concreto, la calavera forrada de diamantes, con clara influencia de Baudelaire, a la que dio título la madre del artista cuando dijo: ¡Por amor de Dios! da lugar a múltiples lecturas. Es la faz macabra del lujo vinculado a un exceso que mata y a la vez la impotencia del brillo post mortem. El lujo del no-ser como sinsentido.
El lujo posmoderno americano y sus ramificaciones La lógica del capital de más es más, relacionada con la acepción del lujo como exceso, en arquitectura no puede desvincularse de la posmodernidad de Las Vegas con tantas reminiscencias en la arquitectura del ocio. La celebrada referencia de Robert Venturi de Learning from
La lógica del capital de más es más, relacionada con la acepción del lujo como exceso, no puede desvincularse de la posmodernidad. Lujo cuyo paradigma es la moda en la que el consumo ostentoso de marcas juega también al chic de la vulgaridad. Lógica del capital con un simulacro que no es sólo propio de la cultura americana sino que se extiende a todo el Planeta
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Las Vegas (1972) en la actualidad se utiliza para el fenómeno de Dubai. No obstante, aunque los competidores de oriente y el Golfo captan ya a muchos amantes de lo exclusivo, hoy Las Vegas muta para seguir ostentando uno de los reinados de la meca del lujo high junto a otras ciudades americanas como Los Ángeles
(18) Vid. Marchán Fiz, S. y Rodríguez LLera, R. Las Vegas. Resplandor pop y simulaciones posmodernas, 1905-2005, Akal.
Decía Venturi que una visión compleja e irónica es la que experimenta el individuo al llegar a la madurez y captar que más es más. Lema que tiene un fuerte enganche con la cultura popular norteamericana y su concepto de lujo. En ésta la atracción que ejerce “the biggest” es notoria y se expresa tanto en los casinos megaresort como en las amplias escalas en las que se construye y los récords que ostenta(18). Esta cultura de la opulencia no puede esconder la sensación de vacío que la inunda. Un ejemplo de este ambiente en el que el lujo es glamour kitsch y desenfreno máximo, lo constituye el flash de la mega millonaria Paris Hilton mostrando “sus manolos” en El Cipriani. Lujo cuyo paradigma es la moda, en una de sus tendencias, en las que el consumo ostentoso de marcas juega también al chic de la vulgaridad. Así en la cultura americana triunfa el culto a lo nuevo y lo efímero en sus variaciones perpetuas que paradójicamente coexiste con el entusiasmo por lo antiguo, en una reformulación vinculada a la antigualla a partir de la búsqueda de un pasado a construir. La moda pone en escena el rango social, en objetos y sujetos y en relación a estos últimos muestra el cuerpo de manera enfática. Asistimos así a una lógica del capital que se exhibe en una superficialidad nada inocente, en un leve simulacro que ha sido cuidadosamente sopesado y no es sólo propio de la cultura americana sino que se extiende a todo el planeta. Como explica Lipovetsky, el lujo se alía con el capricho estético, la búsqueda del efecto, el hiperbolismo lúdico. Todo ello vinculado al juego y a la fiesta. Lujo de una estética del cuerpo que ha de mantenerse bello y joven a golpe de botox y cirugía estética. Cuidados y cosmética que ya no son confinados sólo a la esfera femenina, en un universo en que la puesta en escena es causa y efecto de la comunicación. También dentro de estas lógicas del deseo y la posesión universales, el lujo en el ámbito de la lujuria no puede obviar. el pujante mercado relacionado con el sexo lucrativo del placer pre-diseñado, como marca de prestigio económico y social. La pornografía se incluye en el lujo suntuario en que el otro se comercializa en una representación objetual de lo sexual, a partir de su utilización mercantil como medio de evasión. Así queda sometido a las mismas reglas que el resto de los fenómenos y, por tanto, se asume por el mercado eliminando sus aspectos antieconómicos.
La renovación y tecnificación del lujo asiático Publicidad de Dior, con Sharon Stone, en 2008. FOTO: DIOR.
En esta última parte me parece interesante hacer referencia a los nuevos fenómenos del lujo que se producen en sociedades como las asiáticas caso de Schanghai con 15 millones de habitantes o las árabes con el ejemplo de Dubai con 1,5 millones.
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Damien Hirst. For the love of God (Por el amor de Dios), 2007. FOTO: WHITE CUBE GALLERY.
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Shanghai. Distrito de Pudong. FOTO: JASDS.
Estos países asisten a una ampliación acelerada de los mercados donde se muestra una escisión social en el consumo y disfrute de bienes de lujo y ordinarios. Esplendor de los que ocupan la cúspide, indigencia de amplios sectores de la población. Como explica Werner Som(19) Sombart, W. bart (19), el lujo funciona como instrumento de una gran potencia por su capacidad de aniLujo y capitalismo, Alianza, 1979. mar los mercados, a partir de la máxima de Montesquieu que considera necesario el lujo porque “si los ricos no gastan mucho, los pobres mueren de hambre”. Este espíritu sigue estando en la esencia del neocapitalismo global que se manifiesta en Asia y el Golfo.
Shanghai En las acepciones tradicionales del lujo se contiene la del asiático como equivalente al exceso. Las mutaciones tan fuertes que se han producido en oriente han hecho que este con-
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cepto adquiera nuevos matices muy vinculados también a lo occidental. Por otra parte, en el imaginario europeo continúan las referencias a un oriente suntuoso en pleno siglo XXI. Un ejemplo significativo es el mundo de la alta costura. La última colección de John Galliano para Dior, en la pasarela de París 2008, se inspira en el lujo oriental de unos diseños coloridos y geométricos con un particular estilo teatral y desmesurado. Sedas pintadas a mano, sombreros metálicos, plataformas altísimas y toda la inspiración que sigue reviviendo la eterna máxima del oriente refinado, misterioso y fuertemente erótico. Hoy, en Asia, el lujo atraviesa una fase de exhibicionismo alimentada por un floreciente comercio de marcas europeas en cosmética y moda (Armani, Vuitton…) y americanas, sobre todo, en automóviles, muebles y yates. La importación de artículos de lujo originales se escinde así de la venta de imitaciones. De hecho, en relación a la piratería, se produce un curioso proceso a la inversa. Si en occidente la copia aparece “a posteriori” que el original, en China este último se revaloriza a partir de que los nuevos capitalistas orientales desdeñan el seriado fabricado por ellos. En palabras de Tamames(20), se vive un boom consumista muy fuerte cuya máxima explosión se producirá en el 2015. En este ascenso acelerado a lo urbano los bienes de lujo se consideran fundamentales para determinar el estatus de las nuevas oligarquías. En arquitectura, a partir del lema de Mao: “sin destruir no se puede construir”, se derriban hutongs para construir rascacielos imponentes o mansiones fastuosas para los nuevos ricos. En el caso de Shanghai, en el nuevo distrito de Pudong, se elevan algunos de los edificios más altos del planeta, como señas de identidad de un nuevo centro económico, que conlleva un mercado inmobiliario muy caliente con opulentos chinos y extranjeros ansiosos de invertir en apartamentos de lujo, automóviles, informática, etc. No es de extrañar que en la cúspide del consumo de lujo asiático esté la industria tecnológica e informática. Como explica Gubert (21), en el siglo XXI la imaginería digital hace realidad el lujo inalcanzable que se multiplica en las pantallas del ordenador, la televisión, el cine o el móvil. En relación a la pantalla digital China adquiere marcas propias como Lenovo con sus ordenadores portátiles que compiten con Toshiba. Por otro lado, paradójicamente para parte de la población ir al cine es un lujo inaccesible que tratan de compensar con la compra de DVD piratas y el acceso por internet. Es esta dialéctica peculiar inspirada en el confucionismo a partir de la cual: “toda afirmación contiene una negación y viceversa” la que explica que también tenga algunas de las ciudades más contaminadas del planeta y a la vez dedique muchos recursos a lo que consideran un nuevo lujo: las energías renovables. Y que siga coexistiendo el atraso y la miseria con el lujo que supone una investigación muy desarrollada en el ámbito espacial.
Dubai Hoy Dubai es uno de los mayores solares del mundo en construcción, un emergente lugar de ensueño, que trata de convertirse en el paraíso del consumidor de lujo de Orien-
(20) Vid. Tamames, R. El siglo de China. De Mao a primera potencia mundial, Planeta, 2007.
(21) Gubern, R. “Sueños sobre el lienzo de plata”, Revista de Occidente, núm. 319, 2007.
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En la actualidad se vuelve al debate clásico de si con el arte, y la arquitectura en su escenificación del artefacto de lujo, deben plantearse connotaciones éticas o simplemente estéticas
El lujo en la estética de la globalización Sonia Mauricio
te Medio y sur de Asia. Un emplazamiento donde todo debe ser world class a partir de la grandiosa operación financiera del Jeque Mo a la que todos contribuimos al llenar el depósito con treinta euros de gasolina. Esta megalomanía arquitectónica para situarse en primera línea le ha llevado a la construcción del edificio con más pisos del mundo (el Burj Dubai con ciento diez), los robots con forma de dinosaurios carnívoros o la pista artificial de esquí bajo una cúpula. También cuenta con el Hotel de siete estrellas Burj Al Arab, que se anuncia como el más caro del mundo. Este paisaje artificial lo describe con mucha precisión el ensayista norteaméricano Mike Davis al darse un paseo por esta ciudad e imbuirse, detrás de los cristales cromados del Rolls Royce Silver Seraph, de un paisaje artificial que, en sus palabras, recuerda a una novela de ciencia ficción de Margaret Atwood, a la segunda parte de Blade Runner o a un delirio de Donald Trump colocado de ácido. Toda esta compleja operación financiera es producto de un astuto marketing que cuenta con la colaboración de algunas de las firmas arquitectónicas más elitistas. Éstas dejando sus marcas ponen de relieve los contrastes paradójicos de la hipermodernidad wahabita, con una de las rentas per capita más altas del planeta, con una mano de obra barata, desprovista de derechos básicos, en los que la ley contempla la deportación inmediata de sindicalistas y huelguistas y permite la confiscación de pasaportes por parte de los empresarios y la retención de salarios durante meses. Así, se vuelve a replantear el clásico debate de si el arte (en este caso la arquitectura como fenómeno técnico y artístico y escenificación del artefacto de lujo) debe unirse a connotaciones éticas o simplemente estéticas. Paradoja en la que han entrado todos los grandes arquitectos que trabajan en la zona. Por ejemplo Nouvel que proyecta en el Golfo Pérsico El Museo del Louvre en Saadiyat y La ópera de Dubai señalaba en El Manifiesto de Lousiana redactado en el 2005: “Ahora más que nunca, la arquitectura aniquila lugares y los banaliza (…) En una época en que compramos en centros comerciales clónicos y trabajamos tras idénticos muros-cortina (…) la economía global acentúa los efectos de esa arquitectura dominante que dice “no necesitamos contexto” (…) y se contenta con reflexiones estéticas y estilísticas despojadas de cualquier análisis de la realidad, que ignoran el choque histórico crucial de una arquitectura global con otra de situaciones, una arquitectura genérica contra una arquitectura de lo específico”. Este texto lo ha vuelto a colocar en el 2007 no sabemos si de forma irónica en el proyecto del Louvre de Abu Dhabi, que frente a Dubai, se inserta en Quatar y que ha sido criticado como parque temático de lujo para los turistas culturales más ricos y exquisitos del mundo. Este enclave también cuenta con otros tres encargos de hipermodernos museos con voluntad de iconos a Frank Gehry, Zaha Hadid y Tadeo Ando.
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Proyecto de la Ópera de Dubai (Emiratos Árabes), de Jean Nouvel. 2007. FOTO: SMS.
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No se ha quedado fuera de la polémica Rem Koolhaas con proyectos importantísimos en la zona. En Al Manakh, un número monográfico, dedicado a analizar el fenómeno urbanístico y arquitectónico del Golfo Pérsico comenta: “Vivimos en una era de finalizaciones, no de nuevos inicios. Al mundo se le están agotando los lugares donde podría comenzarse todo de nuevo”. Para el arquitecto El Golfo es uno de ellos. “El Golfo Pérsico no está reconfigurándose a sí mismo sino al Planeta”. También el nuevo hotel submarino Hydropolis que proyecta Joachim Hauser, ha servido a una fuerte polémica. El proyecto de este hotel de altísimo coste tiene su entrada bajo el agua a la que se accede por medio de un tren submarino. Y las habitaciones gozan de fantásticas panorámicas a los fondos marinos de la zona. En los blogs de urbanismo muchos internautas entienden, volviendo a Voltaire, que Hydropolis hace realidad en pleno XXI la vieja fantasía de Verne en Veinte mil leguas de viaje submarino y, por tanto, no se puede ir en contra del avance de la técnica. En cambio, hay otros que señalan que con 350 millones de euros, coste del proyecto, se contribuiría a bajar los porcentajes de hambre en el mundo ya que de acuerdo con las estadísticas, publicadas recientemente por la ONU, ascienden a ochocientos cincuenta y dos millones el número de personas en situación de pobreza severa y un niño muere cada cinco segundos por desnutrición y enfermedades relacionadas con ella. Fuertes contrastes en este mundo de la globalización en que lujo y miseria siguen coexistiendo y donde sigue resultando fundamental la necesidad de reflexión crítica y acción.
El lujo íntimo El concepto de lujo en la estética de la globalización se ha ampliado y relativizado e incluye otras acepciones a parte del ya comentado espectáculo de ostentación de riqueza y exceso. La evolución de los estilos de vida hace que el proceso de subjetivación del lujo no se limite ya sólo a las prácticas de consumo sino que se exprese hasta en las mane(22) Vid. Bourdieu, P. ras de hablar de él y definirlo(22). La Distinction. Paris, ed. De Minuit, 1979, páginas 198-230. (23) Vid. Enzensberger, H.M. Zigzag, Anagrama, Barcelona, 1999 y Harazem, M. El Homo Luxuriosus, ArtyCo, núm. 12, 2001.
El lujo en la nueva era digital se abre a líneas que se despiden de lo superfluo y tienden a lo necesario. En este sentido se incluyen conceptos como el tiempo libre, ambientes de atmósfera limpia o una alimentación sana con productos naturales (23). Así se vertebran nuevas dimensiones que no obvian el compromiso y la acción humanitaria así como
El lujo en la era digital se abre a nuevas aristas como el respeto a la naturaleza con la búsqueda de energías alternativas o la primacía de una alimentación sana. También el lujo es armonía y tiempo libre para el cultivo de los placeres íntimos y estéticos
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el respeto a la naturaleza para su mejor disfrute, con la búsqueda de energías alternativas y renovables. Y la recuperación de aquellos reductos que, como explica Marc Fumaroli (24), en un sistema tecnocrático de valores como el actual, paradójicamente, se tratan de aniquilar y relegar a un carácter secundario porque estimulan el espíritu crítico como es el caso, por ejemplo, de la filosofía. Éstos se convierten automáticamente en un nuevo lujo e imprescindibles para evitar la mediocridad y el servilismo. Dentro de estas aristas, la libertad del individuo es un eje en que el lujo es armonía y tiempo para los placeres íntimos, y el cultivo de las ya denominadas por Schiller cualidades estéticas. Lujos particulares que se muestran en el disfrute privado e intenso de la poesía, la literatura o la música y constituyen paraísos individuales que producen un goce intenso no sólo en un plano material sino también espiritual. Es el lujo de la denominada “vida interior” vinculada a un nuevo concepto de riqueza. La cultura del ánimo de Cicerón, que implica maduración del espíritu y la búsqueda de la simplicidad fundada más allá de lo aparente. Es también el exceso imaginativo de Bataille, diametralmente opuesto a la cultura del exclusivo utilitarismo, que permite el disfrute de la exhuberancia ligera de las cosas.
(24) Vid. Fumaroli, M. El estado cultural, Acantilado, 2007.